Las Noticias de hoy 15 Junio 2023

Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    jueves, 15 de junio de 2023  

Indice:

ROME REPORTS

El Papa: Hoy hay "hambre de fraternidad", decimos seriamente "no" a la guerra

El Papa en el Gemelli: Se prevé su alta para los próximos días

MOTIVOS PARA LA PENITENCIA : Francisco Fernandez Carbajal

Evangelio del jueves: por el perdón hacia el amor

“El trabajo es una bendición de Dios” : San Josemaria

El prelado del Opus Dei en Valencia y Murcia

Mensaje para la VII Jornada Mundial de los Pobres (2023)

La ternura de Dios (III): El corazón abierto de Dios: misericordia y apostolado : Carlos Ayxelá

Junio es el mes del Corazón de Jesús – “Corazón de misericordia”

El papel de la fe, según la neurociencia : Talita Rodrigues 

Por qué hay que comprender más y juzgar menos : Gema Sánchez Cuevas

Consejas y consejos : Enrique García-Máiquez

Estamos todos invitados… : María Fernanda Mandolini

Cambios : José Luis Velayos

No hagas por tus hijos lo que ellos puedan hacer solos : Lucía Legorreta

Pre padre : Ana Teresa López de Llergo

“A aprender a aprender” : Juan García. 

Familia con visión de futuro : José Morales Martín

Descartados modernos: JD Mez Madrid

El trabajo, medio de santificación : Domingo Martínez Madrid

Ser santo en el trabajo : José Morales Martín

Oriol Jara: “Si Dios existe, todo cambia radicalmente” : Maria José Atienza

 

 

ROME REPORTS

 

 

 

El Papa: Hoy hay "hambre de fraternidad", decimos seriamente "no" a la guerra

Monseñor Paul Gallagher ha leído el discurso del Papa Francisco en la reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en Nueva York: "La paz es posible si se desea. Es el sueño de Dios, pero con la guerra se está convirtiendo en una pesadilla", dice el Pontífice, advirtiendo contra los pasos atrás de la humanidad hacia "nacionalismos cerrados, exasperados y agresivos": que "se respete la Carta de las Naciones Unidas sin segundas intenciones".

 

Salvatore Cernuzio – Ciudad del Vaticano

"Ha llegado el momento de decir seriamente 'no' a la guerra, de afirmar que no son justas las guerras, sino que sólo es justa la paz". Y la paz es "posible, si se quiere de verdad". Son palabras eficaces por su claridad las que el Papa Francisco dirige al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas reunido en Nueva York, para reiterar el llamamiento al fin de la violencia, los conflictos y los armamentos, fruto de una "carestía de fraternidad" que marca el mundo actual. El mensaje del Papa Francisco -desde el 7 de junio, como se sabe, hospitalizado en el Hospital Gemelli de Roma tras una operación de laparotomía- fue leído durante la reunión por el arzobispo Paul Richard Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales.

La Tercera Guerra Mundial en pedazos

El texto del Papa se abre con un análisis del "momento crucial" que atraviesa la humanidad, "en el que la paz parece sucumbir ante la guerra" y en el que parece que "estamos retrocediendo de nuevo en la historia, con el auge de nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos, que han encendido conflictos no sólo anacrónicos y caducos, sino aún más violentos".

Los conflictos aumentan y la estabilidad está cada vez más en peligro. Vivimos una tercera guerra mundial en pedazos que, cuanto más tiempo pasa, más parece expandirse.

No a las ideologías y los intereses creados

El propio Consejo de Seguridad de la ONU, cuyo mandato es velar por la seguridad y la paz en el mundo, "a los ojos de los pueblos parece a veces impotente y paralizado", admite el Papa. "Pero su trabajo, apreciado por la Santa Sede, es esencial para promover la paz, y precisamente por eso quisiera invitarlos, de corazón, a afrontar los problemas comunes alejándose de ideologías y particularismos, de visiones e intereses partidistas".

Aplicar con transparencia la Carta de las Naciones Unidas

Una única intención debe mover todo este trabajo: "trabajar por el bien de toda la humanidad". De hecho, escribe el Papa Francisco, "se espera que el Consejo respete y aplique la Carta de las Naciones Unidas con transparencia y sinceridad, sin segundas intenciones, como punto de referencia obligado para la justicia y no como instrumento para enmascarar intenciones ambiguas.

En el mundo globalizado de hoy todos estamos más cerca, pero no somos más hermanos. Al contrario, sufrimos una carestía de fraternidad, que surge de tantas situaciones de injusticia, pobreza y desigualdad, de la falta de una cultura de la solidaridad.

Retrocesos de la humanidad

El Papa Francisco cita su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2023: "Las nuevas ideologías, caracterizadas por el individualismo generalizado, el egocentrismo y el consumismo materialista, debilitan los vínculos sociales, alimentando esa mentalidad del "descarte", que induce al desprecio y al abandono de los más débiles, de los considerados "inútiles". Así, la convivencia humana se parece cada vez más a un mero "quid pro quo" pragmático y egoísta.

El peor efecto de esta carestía de fraternidad son los "conflictos armados" y las "guerras", que "antagonizan no sólo a individuos, sino a pueblos enteros, y cuyas consecuencias negativas repercuten durante generaciones". Un paso atrás, por tanto, de la humanidad -señala el Pontífice- respecto a la época posterior a las dos "terribles" Guerras Mundiales, cuando con el nacimiento de las Naciones Unidas parecía que se había aprendido la lección. Y es la importancia de "avanzar hacia una paz más estable, para llegar a ser, por fin, una familia de naciones".

Las fáciles ganancias de las armas

Como "hombre de fe", el Papa asegura que la paz es "el sueño de Dios para la humanidad". Pero no puede dejar de constatar con pesar que "a causa de la guerra, este sueño maravilloso se está convirtiendo en una pesadilla". La raíz del problema es también económica, admite el Papa Francisco: "La guerra es a menudo más tentadora que la paz, ya que favorece las ganancias, pero siempre de unos pocos y a costa del bienestar de poblaciones enteras; por eso el dinero que se gana con la venta de armas es dinero manchado con sangre inocente". Hace falta "valor", pues:

Hace falta más valor para renunciar a los beneficios fáciles para velar por la paz que para vender armas cada vez más sofisticadas y potentes. Hace falta más valor para buscar la paz que para hacer la guerra. Hace falta más valor para favorecer el encuentro que la confrontación, para sentarse a la mesa de negociaciones que para proseguir las hostilidades.

El peligro nuclear

Para construir la paz, insiste el Papa, "hay que salir de la lógica de la legitimidad de la guerra", también porque si en el pasado los conflictos armados tenían un alcance más limitado, "hoy, con las armas nucleares y de destrucción masiva, el campo de batalla se ha vuelto prácticamente ilimitado y los efectos potencialmente catastróficos". Ha llegado, pues, el momento de "decir seriamente 'no' a la guerra" y reafirmar en cambio el "sí" a "una paz estable y duradera, no construida sobre el peligroso equilibrio de la disuasión, sino sobre la fraternidad que nos une".

En efecto, caminamos sobre la misma tierra, todos hermanos y hermanas, habitantes de la única casa común, y no podemos oscurecer el cielo bajo el que vivimos con las nubes del nacionalismo.

Paciencia, previsión, tenacidad, diálogo y escucha

"¿Adónde iremos a parar si cada uno piensa sólo para sí mismo?", se pregunta el Papa. Por eso -es su recordatorio- "quien trabaja para construir la paz debe promover la fraternidad". Un trabajo "artesanal" que requiere "pasión y paciencia, experiencia y previsión, tenacidad y dedicación, diálogo y diplomacia". También requiere "escuchar", especialmente los gritos de quienes sufren los conflictos, principalmente los niños.

Sus ojos llenos de lágrimas nos juzgan; el futuro que los preparemos será el tribunal de nuestras opciones presentes.     

Nada está totalmente perdido: "Todavía estamos a tiempo de escribir un nuevo capítulo de paz en la historia", concluye el Papa, "podemos hacer que la guerra pertenezca al pasado y no al futuro". Una palabra es decisiva: "fraternidad". "No puede seguir siendo una idea abstracta, sino que -dice el Pontífice- debe convertirse en el punto de partida concreto".

 

 

El Papa en el Gemelli: Se prevé su alta para los próximos días

El Papa Francisco podría ser dado de alta en los próximos días del Hospital Gemelli, donde el pasado 7 de junio fue sometido a una laparotomía y a una cirugía plástica de la pared abdominal con prótesis. La esperada noticia ha sido anunciada por el personal médico que sigue el curso clínico del Pontífice y que, a través de la Oficina de Prensa del Vaticano, proporciona informes diarios sobre las condiciones de salud del Papa.

 

Vatican News

Alrededor del mediodía de este miércoles, 14 de junio, el Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni, dio a conocer que, “el Santo Padre ha descansado bien durante la noche”, tras haber sido sometido a una laparotomía y a una intervención quirúrgica plástica de la pared abdominal con prótesis, el pasado 7 de junio, en el Policlínico Gemelli de Roma.

En el comunicado difundido por la Oficina de Prensa del Vaticano, también se informó que, según el personal médico “el curso clínico se desarrolla con regularidad, sin complicaciones, por lo que se prevé su alta para los próximos días”.

Asimismo, se señala que, “durante la mañana, el Santo Padre se dedicó a sus actividades de trabajo. Antes del almuerzo – se lee en la nota de prensa – se dirigió a la capilla del departamento privado, donde se recogió en oración y recibió la Eucaristía".

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Las palabras del cirujano Alfieri

El profesor Sergio Alfieri, el cirujano que operó al Papa en 2021 de estenosis diverticular y hace una semana, ya se había pronunciado sobre el tema del alta del hospital en una rueda de prensa celebrada el sábado 10 de junio en el Hospital Gemelli. Interrogado por los periodistas, el especialista explicó que la sugerencia de los médicos al Papa era que permaneciera al menos una semana, tras "una cuidadosa convalecencia" dirigida a "el menor esfuerzo de la pared abdominal para permitir que la malla protésica que se le ha implantado y la reparación de la fascia muscular cicatricen de forma óptima". Precisamente por este motivo, el personal médico y el asistente sanitario personal del Papa, Massimiliano Strappetti, le habían aconsejado que no hiciera el "esfuerzo" de rezar el Ángelus desde el balcón del Policlínico el pasado domingo 12 de junio. Y fue por este motivo por el que intentaron dejar descansar todo lo posible al Pontífice, que recuperó inmediatamente la movilidad, pero permaneció la mayor parte del tiempo en un sillón, según se informó en anteriores comunicados vaticanos.

Cuidadosa convalecencia

Alfieri volvió a explicar que, al menos hasta ese día, no estaba prevista ninguna fecha de alta pero que el Papa "está bien" y "por lo tanto no excluyo que si a mitad de semana dice: 'Estoy bien quiero irme'. Es sin embargo el Papa quien decide, aclaró el médico a los periodistas: "No es alguien a quien se le pueda imponer, se le puede sugerir y luego él decide". "Nos agradaría -añadió- para estar seguros de que cuando regrese a Santa Marta lo haga en las mejores condiciones, que pueda hacer una larga convalecencia aquí en el hospital, una semana más. Tengan en cuenta, además, que los procesos de cicatrización para todos nosotros terminan después de tres meses,  entonces no es que queramos tenerlo aquí tres meses, pero teniendo en cuenta que comparado con otras personas de su edad, no es que llega a su casa y se sienta frente al televisor a jugar, cuando llega a su casa, es el jefe del Gobierno, el jefe de la Iglesia, del cristianismo, una persona que a sus 86 años tiene responsabilidades importantes y por lo tanto es muy importante que regrese físicamente fuerte". "Si la convalecencia es cuidadosa", dijo Alfieri, "la recuperación será buena".

 

 

MOTIVOS PARA LA PENITENCIA

— Quitar lo que estorba. Renuncia al propio yo. Corredención.

— Invitación de la Iglesia a la penitencia. Su influencia en la oración. Sentido penitencial de los viernes.

— Algunos campos de la mortificación. Condiciones.

I. Convocó Jesús a la muchedumbre y a sus discípulos, y les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará1.

El Señor ya había enseñado que para ser su discípulo era necesario desasirse de los bienes materiales2; aquí pide un desprendimiento más profundo: la renuncia a lo que se es, al propio yo, a lo más íntimo de la persona. Pero en el discípulo de Cristo cada entrega lleva consigo una afirmación: dejar de vivir para mí mismo, a fin de que Cristo viva en mí3. La «vida en Cristo», por cuyo amor todo lo sacrifiqué…4, escribe San Pablo a los cristianos de Filipo, es una verdadera realidad de la gracia. La existencia cristiana es toda ella una afirmación: de vida, de amor, de amistad. Yo he venido -nos dice Jesús- para que tengan vida y la tengan en abundancia5. Nos ofrece la filiación divina, la participación en la vida íntima de la Trinidad Beatísima. Y lo que estorba a esta admirable promesa es el apegamiento a nuestro yo, a la comodidad, al bienestar, al propio éxito… Por eso es necesaria la mortificación, que no es algo negativo, sino desprendimiento de sí para permitir que Jesús esté en nosotros. De ahí la paradoja: «para Vivir hay que morir»6: morir a sí mismo para tener vida sobrenatural. Si vivís según la carne, moriréis; si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis7.

Si alguno quiere venir en pos de mí… Para responder a la invitación de Jesús, que pasa a nuestro lado, necesitamos caminar paso a paso, progresar de continuo. Es preciso «morir cada día un poco», negarse: negar al hombre viejo8, que llevamos dentro de nosotros, aquellas obras que nos separan de Dios o dificultan crecer en su amistad. Para caminar hacia la santidad a la que el Señor nos ha llamado es necesario someter las inclinaciones desordenadas, las pasiones, pues después del pecado original y de los pecados personales ya no están debidamente sujetas a la voluntad. Para progresar en pos de Cristo debemos ser dueños de nosotros mismos y orientar nuestros pasos en una determinada dirección: «somos como un hombre que lleva un asno; o conduce al asno o el asno le conduce a él. O gobernamos las pasiones o ellas nos gobernarán»9. Cuando no hay mortificación, «parece como si el “espíritu” se fuera reduciendo, empequeñeciendo, hasta quedar en un puntito… Y el cuerpo se agranda, se agiganta, hasta dominar. —Para ti escribió San Pablo: “castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo predicado a otros, venga yo a ser reprobado”»10.

El mismo San Pablo nos señala otro motivo de penitencia: Ahora me gozo en mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en beneficio de su cuerpo que es la Iglesia11. ¿Es que la Pasión de Cristo no fue suficiente por sí sola para salvarnos? –se pregunta San Alfonso Mª de Ligorio–. Nada faltó, sin duda, de su valor y fue plenamente suficiente para salvar a todos los hombres. Con todo, para que los méritos de la Pasión se nos apliquen, debemos cooperar por nuestra parte, llevando con paciencia los trabajos y tribulaciones que Dios nos mande, para asemejarnos a Jesús12.

Nosotros somos los primeros que nos beneficiamos de esta participación en los sufrimientos de Cristo13 cuando le seguimos con una mortificación generosa; además, la eficacia sobrenatural de la penitencia alcanza a la propia familia, de modo particular a los más necesitados, a los amigos, a los colegas, a esas personas que queremos acercar al Señor, a toda la Iglesia y al mundo entero.

II. «La Iglesia –al paso que reafirma la primacía de los valores religiosos y sobrenaturales de la penitencia (valores capaces como ninguno para devolver hoy al mundo el sentido de Dios y de su soberanía sobre el hombre, y el sentido de Cristo y de su salvación)– invita a todos a acompañar la conversión interior del espíritu con el ejercicio voluntario de obras externas de penitencia»14. El dolor, la enfermedad, cualquier tipo de sufrimiento físico o moral, ofrecido a Dios con espíritu penitente, en lugar de ser algo inútil y dañino adquiere un sentido redentor «para la salvación de sus hermanos y hermanas. Por lo tanto, no solo es útil a los demás, sino que realiza incluso un servicio insustituible. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención»15.

La Iglesia nos recuerda frecuentemente la necesidad de la mortificación. Si alguno quiere venir en pos de mí… De modo particular ha querido que un día a la semana, el viernes, consideremos la necesidad y los frutos del negarse a uno mismo y que nos propongamos alguna mortificación especial: la abstinencia de la carne, o bien algo costoso (trabajo mejor realizado, hacer la vida más grata a aquellos con quienes convivimos…) o una práctica piadosa (lectura espiritual, el Santo Rosario, la Visita al Santísimo, el ejercicio piadoso del Vía Crucis…) o alguna obra de misericordia (hacer compañía a un enfermo, dedicar tiempo a alguien que está necesitado, limosna…). Pero no debemos contentarnos solo con esta muestra de penitencia semanal, que es recuerdo de la Pasión de Nuestro Señor, de lo que sufrió por nosotros y del valor del sacrificio; diariamente espera el Señor que sepamos negarnos en pequeñas cosas, que vivificarán el alma y harán fecundo el apostolado.

III. En primer lugar, debemos tener presentes las llamadas mortificaciones pasivas: ofrecer con amor aquello que nos llega sin esperarlo o que no depende de nuestra voluntad (calor, frío, dolor, ser pacientes ante una espera que se prolonga más allá de lo previsto, una contestación brusca que nos desconcierta…). Junto a las mortificaciones pasivas, aquellas que tienden a facilitar la convivencia (poner empeño en ser puntuales, escuchar con interés verdadero, hablar cuando se hace sentir un silencio incómodo, ser afables siempre venciendo los estados de ánimo, vivir con delicadeza las normas habituales de cortesía: dar las gracias, pedir disculpas cuando sin querer hemos podido molestar a alguien…) y el trabajo (intensidad, orden, acabar con perfección la tarea, ayudar y facilitar la tarea a otros…). Mortificación de la inteligencia (evitar actitudes críticas que faltan a la caridad, mortificación de la curiosidad, no juzgar con precipitación) y de la voluntad (luchar con empeño contra el amor desordenado de sí mismo, evitar que las conversaciones se centren en nosotros, en lo que hemos hecho, en nuestras cosas, en lo que personalmente nos interesa…). Mortificación activa de los sentidos (de la vista, del gusto, viviendo la sobriedad y ofreciendo un pequeño sacrificio que nos cueste en las comidas…). Mortificación de la sensibilidad, de la tendencia a «pasarlo bien» como primer objetivo de la vida… Mortificación interior (pensamientos inútiles que retardan el camino de la santidad…, de modo muy particular cuando estos pensamientos se presentan en la oración, en la Santa Misa, en el trabajo).

Examinemos en la presencia de Dios si de verdad podemos decir con alegría que llevamos una vida mortificada. Si cada día dominamos el cuerpo, si hemos ofrecido al Señor, con afán redentor, el dolor y la contrariedad que, de algún modo, siempre están presentes en todo camino. Si de verdad estamos decididos a perder la vida –paso a paso, poco a poco– por amor de Cristo y del Evangelio.

Nuestra mortificación y penitencia en medio del mundo tiene una serie de cualidades. En primer lugar, ha de ser alegre. «A veces –comentaba aquel enfermo consumido de celo por las almas– protesta un poco el cuerpo, se queja. Pero trato también de transformar “esos quejidos” en sonrisas, porque resultan muy eficaces»16. Muchas sonrisas y gestos amables deben nacer –si somos mortificados– en medio del dolor y de la enfermedad.

Continua, que facilite la presencia de Dios allí donde nos encontremos, que ayude a realizar un trabajo más intenso y acabado, y nos lleve a mantener unas relaciones sociales más amables, donde el espíritu apostólico esté siempre presente.

Discreta, amable, llena de naturalidad, que se note por sus efectos en la vida ordinaria, con sencillez, más que por unas manifestaciones poco normales en un fiel corriente.

Por último, la mortificación ha de ser humilde y llena de amor, porque nos mueve la contemplación de Cristo en la Cruz, a quien deseamos unirnos con todo nuestro ser; nada queremos si no nos lleva a Él.

En la mortificación, como en el Calvario, encontramos a María: pongamos en sus manos los propósitos concretos de este rato de oración, pidámosle que nos enseñe a comprender en toda su hondura la necesidad de una vida mortificada.

1 Mc 8, 34-39. — 2 Cfr. Lc 14, 33. — 3 Gal 2, 20. — 4 Flp 3, 8. — 5 Jn 10, 10. — 6 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 187. — 7 Rom 8, 13. — 8 Ef 4, 21. — 9 E. Boylan, El amor supremo, p. 113. — 10 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 841. — 11 Col 1, 24. — 12 Cfr. San Alfonso Mª de Ligorio, Reflexiones sobre la Pasión, 10. — 13 Cfr. Pablo VI, Const. Apost. Paenitemini, 17-II-1966, II. — 14 Ibídem. — 15 Juan Pablo II, Carta Apost. Salvifici doloris, 11-II-1984, 27.  16 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 253.

 

Evangelio del jueves: por el perdón hacia el amor

Comentario del jueves de la 10.ª semana del tiempo ordinario. “Vete primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve después para presentar tu ofrenda”. El perdón nos lleva a la reconciliación, a poder ver a los demás con la mirada amorosa de Cristo.

15/06/2023

Evangelio (Mt 5, 20-26)

Os digo, pues, que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio; y el que insulte a su hermano será reo ante el Sanedrín; y el que le maldiga será reo del fuego del infierno.

Por lo tanto, si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, vete primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve después para presentar tu ofrenda. Ponte de acuerdo cuanto antes con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al alguacil y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que restituyas la última moneda.


Comentario

Jesucristo sigue desgranando sus enseñanzas en el monte de las bienaventuranzas. Los discípulos a sus pies. Y una multitud de personas de toda condición le escucha sin perder palabra.

Les abre todo un horizonte de vida, un horizonte que da vida.

Y para ello, les habla del perdón. No tiene sentido presentarse ante Dios si primero uno no se ha reconciliado con su hermano. Adelantarse con un gesto de reconciliación, salir a su encuentro, tener un corazón misericordioso que ve más allá de las torpezas del otro, es una condición para dar culto a Dios.

Porque toda ofensa entre los hombres es una ofensa a Dios. Es un modo de decirle a Dios, “esa persona que está ante mí (marido, mujer, hermano, amigo, compañero de trabajo, vecino, sea quien sea) no es buena, no es un regalo, un don para mí. Te has equivocado al crearla y ponerla junto a mí”.

Y la ofensa solo se supera mediante el perdón. Pero el perdón no consiste en olvidar, en ignorar lo que ha sucedido. La ofensa tiene que ser reparada, sanada. Ya que es una herida causada en el propio corazón y en el de los demás.

El perdón nos lleva a la reconciliación, a una renovación de la relación que se ha roto. A poder mirar de nuevo a los ojos de la otra persona y rehacerla en esa mirada. Cuando perdonamos le estamos dando la posibilidad de nacer de nuevo, de renovarla, de devolverle la originalidad perdida. Le estamos diciendo: “Esa torpeza, esa ofensa, no te identifica. Tú eres un don de Dios para mí y quiero renovarte con mi perdón”.

Perdonar se convierte así en un acto que da gloria y alabanza a Dios.

Ahora bien, el perdón solo se puede conseguir mediante la comunión con aquel que ha cargado con nuestras culpas y nos ha perdonado total y radicalmente. Como señala Benedicto XVI, el perdón es una oración cristológica: “Nos recuerda a Aquel que por el perdón ha pagado el precio de descender a las miserias de la existencia humana y a la muerte en la cruz”[1].

Solo en Jesucristo somos capaces de perdonar, y dar así el culto agradable a Dios en nuestro día a día. Por el perdón nos introducimos en el amor de Dios.


[1] Joseph Ratzinger / Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, I. Desde el bautismo a la transfiguración, La Esfera de los Libros,Madrid, 2007, p. 196.

 

“El trabajo es una bendición de Dios”

El trabajo es la vocación inicial del hombre, es una bendición de Dios, y se equivocan lamentablemente quienes lo consideran un castigo. El Señor, el mejor de los padres, colocó al primer hombre en el Paraíso, “ut operaretur” –para que trabajara. (Surco, 482)

15 de junio

El trabajo acompaña inevitablemente la vida del hombre sobre la tierra. Con él aparecen el esfuerzo, la fatiga, el cansancio: manifestaciones del dolor y de la lucha que forman parte de nuestra existencia humana actual, y que son signos de la realidad del pecado y de la necesidad de la redención. Pero el trabajo en sí mismo no es una pena, ni una maldición o un castigo: quienes hablan así no han leído bien la Escritura Santa.

Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad.

Para un cristiano, esas perspectivas se alargan y se amplían. Porque el trabajo aparece como participación en la obra creadora de Dios, que, al crear al hombre, lo bendijo diciéndole: Procread y multiplicaos y henchid la tierra y sojuzgadla, y dominad en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en todo animal que se mueve sobre la tierra(Es Cristo que pasa, 47)

 

El prelado del Opus Dei en Valencia y Murcia

Del 8 al 12 de junio, Mons. Fernando Ocáriz ha participado en encuentros con diferentes grupos de personas -familias, jóvenes, miembros del Opus Dei y amigos-, en Valencia y en Murcia.

El prelado del Opus Dei en Murcia

12/06/2023

Murcia, 11 de junio

Si Murcia en primavera brilla de forma especial, la visita del Prelado ayer domingo añadió muchos más colores y matices. Por todo el Casón de la Vega -lugar de las tertulias y encuentros- fluye esa alegría que traen las buenas reuniones familiares.

Una sala abarrotada y un cerrado aplauso acoge al Prelado para la primera tertulia. Inma y Javier dan la bienvenida a don Fernando de parte de todos los presentes. Tras sus palabras, suena en boca de Rafa, el Bolero a Murcia, una canción que habla de la huerta, de Murcia y de la Virgen de la Fuensanta. Si la tierra murciana parece un Edén -como canta esta letra- más que nunca hoy es una fiesta.


 


Juan Carlos, de Cartagena, cuenta que, en su familia, suelen utilizar mucho la expresión “¡Qué bien estamos!”, como una manera de dar gracias a Dios y una expresión de abandono. Pero hace dos años han vivido la enfermedad de su mujer -un cáncer- y de su hijo Javier, de 7 años -una leucemia-. Cuando le contaron al niño por lo que tenía que pasar decidió ofrecerlo todo por los sacerdotes; y ahora, recuperado, da un emotivo abrazo al Prelado con gran cariño.

Pilar y Carlos son supernumerarios, de Elche, y trabajan como médicos de prisiones. Le preguntaron a don Fernando cómo pueden a través de su profesión, redescubrir y querer más a esas personas en situaciones tan difíciles. El Prelado les animó a verles no solo como personas con dignidad, sino como criaturas de Dios, a quien Dios quiere y fomentar con ellos -en la medida de lo posible- una cierta amistad: "Ver a esas personas como alguien a las que el Señor quiere y los está queriendo también a través de tu cariño. En la medida en que sea oportuno hazles comprender también a ellos que no están solos, que Dios los quiere. Adelante, es un trabajo duro pero profundamente humano y profundamente cristiano, también".

A continuación, Manolo pregunta cómo tener el mismo entusiasmo que tenía san Josemaría para poner en marcha proyectos que humanamente nos superan. Don Fernando recordó las palabras que el fundador del Opus Dei repetía en muchas ocasiones: “Hijos míos, si yo cuando el Señor me hizo ver la Obra en el año 28, con la edad que tenía, sin medios, si yo hubiera dicho no puedo, dónde estaríais vosotros”. El Prelado animó a los presentes a afrontar las dificultades y pedir ayuda a otros, porque ser generosos proporciona una gran felicidad, aunque a veces pueda costar esfuerzo.

Al finalizar, tras la bendición, se despidió animando a todos los presentes a estar “contentos pase lo que pase porque Dios está con nosotros”.

Por la tarde, a las cinco y media vuelve a llenarse el lugar. Pablo y Lola, transmiten al Prelado el cariño en nombre de todos y le dan la bienvenida. Le cuentan que a todos los presentes les gustaría recibirle en sus casas como reciben los murcianos a un padre: con las puertas de casa bien abiertas, una buena mesa y sin que falten los paparajotes, un dulce típico de la zona.

Pepe se ha dedicado durante muchos años a la canción como profesional. Le cuenta al Prelado que actualmente lo hace de forma altruista, en una residencia de mayores en Cartagena y en la UCI del hospital de Santa Lucia. Ahora es la voz de Pepe la que arranca a cantar un paso doble: “Tres veces guapa”, que quiere dedicar a la Virgen y anima a todos a corear el estribillo.

El cariño de todos se ha desbordado en regalos: Vicky y su marido que trabajan en el gremio de la cuchillería, le han traído una navaja realizada por ellos mismos; ya que en Albacete regalar una navaja es manifestación de amistad y cariño. También desde Albacete, Miguel, que tiene un taller de coches, ha hecho un divertido truco de magia ante todos los presentes. Dos socias de la Asociación Juvenil Albedaya le han entregado un carnet de socio de honor. Y un grupo de padres le ha invitado a formar parte de su equipo de futbol entregándole la camiseta del club.

Carmen le pidió consejo para que el cansancio no nos lleve al mal humor y, dejándonos llevar, tratemos mal a quienes más queremos. El Prelado, además de intentar descansar lo suficiente y poner medios humanos, animó a acudir a la ayuda del Señor. “Cuando estemos preocupados, cansados, esforzarnos por sonreír para hacer la vida agradable a otra persona, a veces puede costar mucho esfuerzo. Pero es un esfuerzo que lo podemos hacer por cariño a esa persona y también para ofrecer al Señor ese esfuerzo como sacrificio”.

Con ocasión de la pregunta de Asun, don Fernando Ocáriz animó a pensar en esa escena del evangelio en la que Jesucristo se encuentra con la samaritana. “El Señor le responde de un modo que nos viene muy bien a todos. Le dice, si conocieses el don de Dios y quién es el que te pide de beber… Todo lo que Dios nos pide, aunque aparentemente parece un sacrificio, aunque humanamente suponga un esfuerzo, una renuncia, en realidad es un grandísimo don de Dios”. Y comentó que la vocación que sea, si la pide Dios, es un gran don para la persona y también para la familia.

Especialmente emotivas fueron las últimas palabras de este encuentro familiar: “Me da mucha alegría estar en Murcia aunque haya sido tan poquito tiempo, y es tan poquito tiempo que si la vida me da de sí, intentaré volver”.

Regresó a Valencia después de una jornada intensa. Ya en La Lloma le esperaba una sorpresa que finalmente no pudo realizarse por la lluvia: los valencianos querían agradecer al Prelado su estancia, rememorando los fuegos artificiales que se dispararon en la Catequesis que realizó san Josemaría en 1972 en esta ciudad. No fue posible que desde la terraza de La Lloma don Fernando viera estampadas en el cielo las palabras ¡Viva el Padre! en un despliegue de colorido y olor a pólvora. Pero esta lluvia inesperada ha sido símbolo de esa lluvia de gracia, paz y alegría que la estancia del Prelado ha dejado en Valencia y Murcia.


Valencia, 8-10 de junio

El 8 de junio, Valencia recibió con los brazos abiertos a Mons. Ocáriz, que por primera vez visitaba esta ciudad como prelado del Opus Dei.

Llegó a última hora de la tarde y se alojó en La Lloma, casa de retiros situada a pocos kilómetros de la ciudad. San Josemaría estuvo allí en distintas ocasiones. Quedan recuerdos imborrables de la catequesis de 1972, las tertulias y sus palabras de aliento para todos.

En los días en los que el Prelado ha estado en Valencia, ha recibido detalles de cariño enviados desde todos los lugares que componen la delegación del Opus Dei de Aragón y Levante. Desde Huesca hasta Cartagena, pasando por Zaragoza, Teruel, Valencia, Castellón, Alicante, Baleares, Albacete y Murcia. Y ha podido saludar, en tertulias familiares o pequeños encuentros, a distintos grupos de familias, de gente joven y de personas mayores, de sacerdotes, etc.

El viernes 9 comenzaba una jornada intensa, que se prolongará hasta el lunes 12. El Prelado del Opus Dei ha querido que la primera visita de su estancia en Valencia haya sido para saludar al recién nombrado arzobispo metropolitano, monseñor Enrique Benavent.

Inmediatamente después, al igual que hizo san Josemaría la primera vez que viajó a Valencia en 1936, ha acudido a rezar a la Virgen de los Desamparados, patrona de Valencia, para poner bajo su amparo la labor que va a llevar a cabo en estos días. Le ha acompañado el rector de la basílica, que ha organizado la visita de modo que Mons. Ocáriz pudiera besar la imagen y venerarla en su camarín. Rezó ante la “Mare de Déu”, especialmente visitada durante estos días en que se celebraba el centenario de su Coronación y el fin de un año jubilar mariano.

Tuvo varios encuentros con jóvenes que acuden a recibir formación cristiana a los centros de la Obra. En todos ellos habló de la necesidad de transformar en vida todo lo que aprenden, para poder transmitirlo a los demás. A las diferentes preguntas que le hicieron, contestó insistiendo en la necesidad de tener un encuentro personal con Cristo, de hacer oración personal: “Solo desde la seguridad de la fe podemos ayudar a los demás y afrontar también nuestras propias dificultades. La oración es una fuerza grandísima. San Josemaría, llegó a decir con pleno convencimiento que en la Obra la única arma que tenemos es la oración”, dijo.

También, en un rato de descanso después de la cena, conversó con profesionales del ámbito universitario que le contaron anécdotas de sus trabajos en un entorno ameno y distendido.

El sábado fue un gran día: entre otras reuniones, el Prelado tuvo dos encuentros con familias venidas de Aragón, Castellón, Valencia y Baleares.

Como en otras ocasiones, el Prelado pidió oraciones por el Papa Francisco, por su recuperación y por todas las preocupaciones de la Iglesia. Presentó la proximidad de la celebración del Corpus Christi como una ocasión para pensar en la entrega de Dios por nosotros:

“Me da mucha alegría estar aquí con vosotros y con vosotras. Y lo primero que me viene a la mente es que mañana es la gran fiesta de Corpus Christi. Y lógicamente, como nos ha enseñado san Josemaría, la Eucaristía es, tiene que ser, el centro, la raíz de nuestra vida espiritual, de nuestra vida, por tanto. Raíz lo es necesariamente porque es de donde sale toda la fuerza de Dios para nosotros, lo que hace posible que nuestra oración sea eficaz. Es un misterio de amor, como le gustaba decir a san Josemaría; de fe y de amor, porque es de amor de Dios por nosotros. Y es un misterio de fe para nosotros, porque tenemos que tener mucha fe. Creer firmemente en este gran modo de amor de Dios, que es la Eucaristía. Es raíz, pero tiene que ser también centro. Y eso ya depende más de nosotros, de que realmente hagamos el esfuerzo de centrar mucho nuestra vida espiritual alrededor de la Eucaristía, alrededor de la fuerza que tiene el sacrificio de Cristo”.

Los asistentes acogieron al Prelado con gran cariño, y a pesar de la cantidad de personas reunidas, le confiaron sus preocupaciones en un ambiente familiar. Se trataron temas como el apostolado a pesar de las dificultades del ambiente, el dolor ante el sufrimiento del fallecimiento de un hijo, el deseo de vivir bien la vocación a la que cada uno ha sido llamado, la intensidad de un trabajo que nos dificulta cumplir con nuestras obligaciones familiares, la implicación de los padres en la educación de los hijos… En muchas de estas intervenciones, Don Fernando aprovechó la oportunidad para recordar la necesidad de confiar en Dios, que nos quiere tanto, de ver el sufrimiento mirando la cruz de Cristo, de aceptar con total libertad esa entrega máxima.

A Elena y Nacho, una joven pareja que se casará en breve y que siente cierto temor ante ese cambio de vida, les recordó las palabras de san Josemaría: “El que tiene miedo no sabe querer”, animándoles a vencer el temor con más amor.

Estrella, que trabaja en un juzgado de violencia contra la mujer, le ha transmitido el dolor y el sufrimiento que ve a diario y le ha preguntado cómo acompañar a cada persona que sufre. El Prelado le ha contestado que “Dios no es indiferente al mal y por tanto, ante el mal que vemos en el mundo debemos rezar por las personas, no acostumbrarnos”. También le ha animado a ayudarlas, aparte de en lo estrictamente profesional, en la medida en que su posición lo permita.

Un tema que ha estado presente en muchas de las tertulias con el Prelado ha sido la amistad: “La amistad tiene un valor en sí mismo y cuando es un valor auténtico, ya es apostolado”, ha dicho en una de sus intervenciones.

Los cooperadores de la Obra se sintieron especialmente interpelados después de la pregunta de Jorge, que desde hace 30 años colabora en los apostolados de la Obra. Don Fernando les recordó la necesidad de ese apoyo y la alegría que supone ese sacrificio.

Amparo preguntó cómo podemos aprender a perdonar. El Prelado contestó haciendo referencia a unas palabras de san Josemaría que decía que lo más divino de nuestra vida es perdonar a los que nos han hecho daño. Y continuó diciendo: “¿Cómo podemos perdonar cuando nos sentimos ofendidos o heridos por alguien? Queriendo. Y ¿cómo podemos querer a las personas? Desde el corazón de Jesucristo, viendo a los demás como alguien por los que Cristo ha dado su vida. Y luego también pedir perdón. Pedir perdón es estupendo, y además da alegría. No humilla, al revés, da alegría”.

Entre un evento y otro, el Prelado pudo saludar a algunas familias; escuchar y compartir sus alegrías y sus penas. El domingo acudirá a Murcia a estar con sus hijos e hijas de esa ciudad y también de Albacete, Alicante, Elche y Cartagena.

 

 

Mensaje para la VII Jornada Mundial de los Pobres (2023)

El Papa Francisco desea que en la VII Jornada Mundial de los Pobres, que se celebra el domingo anterior a la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, recibamos “de Él, una vez más, el don y el compromiso de vivir la pobreza y de servir a los pobres”.

Mensaje para la VII Jornada Mundial de los Pobres (2023)

13/06/2023

1. La Jornada Mundial de los Pobres, signo fecundo de la misericordia del Padre, llega por séptima vez para apoyar el camino de nuestras comunidades. Es una cita que la Iglesia va arraigando poco a poco en su pastoral, para descubrir cada vez más el contenido central del Evangelio. 

Cada día nos comprometemos a acoger a los pobres, pero esto no basta. Un río de pobreza atraviesa nuestras ciudades y se hace cada vez más grande hasta desbordarse; ese río parece arrastrarnos, tanto que el grito de nuestros hermanos y hermanas que piden ayuda, apoyo y solidaridad se hace cada vez más fuerte. 

Por eso, el domingo anterior a la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, nos reunimos en torno a su Mesa para recibir de Él, una vez más, el don y el compromiso de vivir la pobreza y de servir a los pobres.

«No apartes tu rostro del pobre» (Tb 4,7). Esta Palabra nos ayuda a captar la esencia de nuestro testimonio. Detenernos en el Libro de Tobías, un texto poco conocido del Antiguo Testamento, fascinante y rico en sabiduría, nos permitirá adentrarnos mejor en lo que el autor sagrado desea transmitir. 

Ante nosotros se despliega una escena de la vida familiar: un padre, Tobit, despide a su hijo Tobías, que está a punto de emprender un largo viaje. El anciano teme no volver a ver a su hijo y por ello le deja su “testamento espiritual”. Tobit había sido deportado a Nínive y se había quedado ciego, por lo que era doblemente pobre, pero siempre había tenido una certeza, expresada en el nombre que lleva: “El Señor ha sido mi bien”. 

Este hombre, que siempre confió en el Señor, como buen padre no desea tanto dejarle a su hijo algún bien material, cuanto el testimonio del camino a seguir en la vida, por eso le dice: «Acuérdate del Señor todos los días de tu vida, hijo mío, y no peques deliberadamente ni quebrantes sus mandamientos. Realiza obras de justicia todos los días de tu vida y no sigas los caminos de la injusticia» (4,5).

2. Como se puede apreciar inmediatamente, lo que el anciano Tobit pide a su hijo que recuerde no se limita a un simple acto de memoria o a una oración dirigida a Dios. Se refiere a gestos concretos que consisten en hacer buenas obras y vivir con justicia. La exhortación se hace aún más específica: a todos los que practican la justicia, «da limosna de tus bienes y no lo hagas de mala gana» (4,7).

Las palabras de este sabio anciano no dejan de sorprendernos. En efecto, no olvidemos que Tobit había perdido la vista precisamente después de realizar un acto de misericordia. Como él mismo cuenta, su vida desde joven estuvo dedicada a hacer obras de caridad: «Hice muchas limosnas a mis hermanos y a mis compatriotas deportados conmigo a Nínive, en el país de los Asirios. […] Daba mi pan a los hambrientos, vestía a los que estaban desnudos y enterraba a mis compatriotas, cuando veía que sus cadáveres eran arrojados por encima de las murallas de Nínive» (1,3.17).

Por su testimonio de caridad, el rey lo había privado de todos sus bienes, dejándolo completamente pobre. Pero el Señor aún lo necesitaba; habiendo recuperado su puesto como administrador, no tuvo miedo de continuar con su estilo de vida. 

Escuchemos su relato, que también nos habla hoy a nosotros: «En nuestra fiesta de Pentecostés, que es la santa fiesta de las siete Semanas, me prepararon una buena comida y yo me dispuse a comer. Cuando me encontré con la mesa llena de manjares, le dije a mi hijo Tobías: “Hijo mío, ve a buscar entre nuestros hermanos deportados en Nínive a algún pobre que se acuerde de todo corazón del Señor, y tráelo para que comparta mi comida. Yo esperaré hasta que tú vuelvas”» (2,1-2). 

Sería muy significativo si, en la Jornada de los Pobres, esta preocupación de Tobit fuera también la nuestra. Invitar a compartir el almuerzo dominical, después de haber compartido la Mesa eucarística. La Eucaristía celebrada sería realmente criterio de comunión. Por otra parte, si en torno al altar somos conscientes de que todos somos hermanos y hermanas, ¡cuánto más visible sería esta fraternidad compartiendo la comida festiva con quien carece de lo necesario!

Tobías hizo como le había dicho su padre, pero regresó con la noticia de que habían asesinado a un pobre y lo habían abandonado en medio de la plaza. Sin vacilar, el anciano Tobit se levantó de la mesa y fue a enterrar a aquel hombre. Al volver a su casa, cansado, se durmió en el patio; sobre los ojos le cayó estiércol de unos pájaros y se quedó ciego (cf. 2,1-10). Ironía de la suerte: haces un gesto de caridad y te sucede una desgracia. 

El hecho nos lleva a pensar así; pero la fe nos enseña a ir más en profundidad. La ceguera de Tobit será su fuerza para reconocer aún mejor las numerosas formas de pobreza que le rodeaban. Y el Señor se encargará a su tiempo de restituir al anciano padre la vista y la alegría de volver a ver a su hijo Tobías. Cuando llegó ese día, Tobit «lo abrazó llorando y le dijo: “¡Te veo, hijo mío, luz de mis ojos!”. Y añadió: “¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea su gran Nombre! ¡Benditos sean todos sus santos ángeles! ¡Que su gran Nombre esté sobre nosotros! Benditos sean los ángeles por todos los siglos! Porque él me había herido, pero […] ahora veo a mi hijo Tobías”» (11,13-15).

3. Podemos preguntarnos: ¿de dónde le vienen a Tobit la valentía y la fuerza interior que le permiten servir a Dios en medio de un pueblo pagano y de amar al prójimo hasta el punto de poner en peligro su propia vida? Estamos frente a un ejemplo extraordinario: Tobit era un esposo fiel y un padre atento; fue deportado lejos de su tierra y sufría injustamente; fue perseguido por el rey y por sus vecinos. A pesar de tener un alma tan buena, fue puesto a prueba. Como a menudo nos enseña la Sagrada Escritura, Dios no les evita las pruebas a los que hacen el bien. ¿Cómo es posible? No lo hace para humillarnos, sino para afianzar nuestra fe en Él.

Tobit, en el momento de la prueba, descubre su propia pobreza, que lo hace capaz de reconocer a los pobres. Es fiel a la Ley de Dios y observa los mandamientos, pero esto no le es suficiente. La atención efectiva hacia los pobres le era posible porque había experimentado la pobreza en su propia carne. Por lo tanto, las palabras que dirige a su hijo Tobías son su auténtica herencia: «No apartes tu rostro de ningún pobre» (4,7). 

En definitiva, cuando estamos ante un pobre no podemos volver la mirada hacia otra parte, porque eso nos impedirá encontrarnos con el rostro del Señor Jesús. Y fijémonos bien en esa expresión «de ningún pobre». Cada uno de ellos es nuestro prójimo. No importa el color de la piel, la condición social, la procedencia. Si soy pobre, puedo reconocer quién es el hermano que realmente me necesita. Estamos llamados a encontrar a cada pobre y a cada tipo de pobreza, sacudiendo de nosotros la indiferencia y la banalidad con las que escudamos un bienestar ilusorio.

4. Vivimos un momento histórico que no favorece la atención hacia los más pobres. La llamada al bienestar sube cada vez más de volumen, mientras las voces del que vive en la pobreza se silencian. Se tiende a descuidar todo aquello que no forma parte de los modelos de vida destinados sobre todo a las generaciones más jóvenes, que son las más frágiles frente al cambio cultural en curso. Lo que es desagradable y provoca sufrimiento se pone entre paréntesis, mientras que las cualidades físicas se exaltan, como si fueran la principal meta a alcanzar. La realidad virtual se apodera de la vida real y los dos mundos se confunden cada vez más fácilmente. Los pobres se vuelven imágenes que pueden conmover por algunos instantes, pero cuando se encuentran en carne y hueso por la calle, entonces intervienen el fastidio y la marginación. La prisa, cotidiana compañera de la vida, impide detenerse, socorrer y hacerse cargo de los demás. La parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,25-37) no es un relato del pasado, interpela el presente de cada uno de nosotros. Delegar en otros es fácil; ofrecer dinero para que otros hagan caridad es un gesto generoso; la vocación de todo cristiano es implicarse en primera persona.

5. Agradecemos al Señor porque son muchos los hombres y mujeres que viven entregados a los pobres y a los excluidos y que comparten con ellos; personas de todas las edades y condiciones sociales que practican la acogida y se comprometen junto a aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y sufrimiento. No son súper-hombres, sino “vecinos de casa” que encontramos cada día y que en el silencio se hacen pobres y con los pobres. No se limitan a dar algo; escuchan, dialogan, intentan comprender la situación y sus causas, para dar consejos adecuados y referencias justas. Están atentos a las necesidades materiales y también espirituales, a la promoción integral de la persona. 

El Reino de Dios se hace presente y visible en este servicio generoso y gratuito; es realmente como la semilla caída en la tierra buena de estas personas que da fruto (cf. Lc 8,4-15). La gratitud hacia tantos voluntarios pide hacerse oración para que su testimonio pueda ser fecundo.

6. En el 60 aniversario de la Encíclica Pacem in terris, es urgente retomar las palabras del santo Papa Juan XXIII cuando escribía: «Observamos que [el hombre] tiene un derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los medios necesarios para un decoroso nivel de vida, cuales son, principalmente, el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia médica y, finalmente, los servicios indispensables que a cada uno debe prestar el Estado. De lo cual se sigue que el hombre posee también el derecho a la seguridad personal en caso de enfermedad, invalidez, viudedad, vejez, paro y, por último, cualquier otra eventualidad que le prive, sin culpa suya, de los medios necesarios para su sustento» (n. 11).

Cuánto trabajo tenemos todavía por delante para que estas palabras se hagan realidad, también por medio de un serio y eficaz compromiso político y legislativo. Que pueda desarrollarse la solidaridad y la subsidiariedad de tantos ciudadanos que creen en el valor del compromiso voluntario de entrega a los pobres, no obstante los límites y en ocasiones las deficiencias de la política en ver y servir al bien común. Se trata ciertamente de estimular y hacer presión para que las instituciones públicas cumplan bien su deber; pero no sirve permanecer pasivos en espera de recibir todo “desde lo alto”; quienes viven en condiciones de pobreza también han de ser implicados y acompañados en un proceso de cambio y de responsabilidad.

7. Lamentablemente, debemos constatar una vez más nuevas formas de pobreza que se suman a las que se han descrito anteriormente. Pienso de modo particular en las poblaciones que viven en zonas de guerra, especialmente en los niños privados de un presente sereno y de un futuro digno. Nadie podrá acostumbrarse jamás a esta situación; mantengamos vivo cada intento para que la paz se afirme como don del Señor Resucitado y fruto del compromiso por la justicia y el diálogo.

Tampoco puedo olvidar las especulaciones que, en diversos sectores, llevan a un dramático aumento de los costes que vuelven a muchísimas familias aún más indigentes. Los salarios se acaban rápidamente, obligando a privaciones que atentan contra la dignidad de las personas. Si en una familia se debe elegir entre la comida para subsistir y las medicinas para recuperar la salud, entonces debe hacerse escuchar la voz del que reclama el derecho de ambos bienes, en nombre de la dignidad de la persona humana.

¿Cómo no llamar la atención, además, sobre el desorden ético que marca el mundo del trabajo? El trato deshumano que se reserva a tantos trabajadores y trabajadoras; la retribución que no corresponde al trabajo realizado; el flagelo de la precariedad; las excesivas víctimas de accidentes, provocadas a menudo por una mentalidad que prefiere el beneficio inmediato en detrimento de la seguridad. Vuelven a la mente las palabras de san Juan Pablo II: «El primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo. […] El hombre está destinado y llamado al trabajo; pero, ante todo, el trabajo está “en función del hombre” y no el hombre “en función del trabajo”» (Carta enc. Laborem exercens, 6).

8. Esta enumeración, ya de por sí dramática, describe sólo parcialmente las situaciones de pobreza que forman parte de nuestra cotidianidad. No puedo pasar por alto, en particular, un modo de sufrimiento que cada día es más evidente y que afecta al mundo juvenil. Cuántas vidas frustradas e incluso suicidios de jóvenes, engañados por una cultura que los lleva a sentirse “incompletos” y “fracasados”. Ayudémosles a reaccionar ante estas instigaciones nefastas, para que cada uno pueda encontrar el camino a seguir para adquirir una identidad fuerte y generosa.

Es fácil, hablando de los pobres, caer en la retórica. También es una tentación insidiosa la de quedarse en las estadísticas y en los números. Los pobres son personas, tienen rostros, historias, corazones y almas. Son hermanos y hermanas con sus cualidades y defectos, como todos, y es importante entrar en una relación personal con cada uno de ellos.

El Libro de Tobías nos enseña cómo actuar de forma concreta con y por los pobres. Es una cuestión de justicia que nos compromete a todos a buscarnos y encontrarnos recíprocamente, para favorecer la armonía necesaria, de modo que una comunidad pueda identificarse como tal. Por tanto, el interés por los pobres no se agota en limosnas apresuradas; exige restablecer las justas relaciones interpersonales que han sido afectadas por la pobreza. De ese modo, “no apartar el rostro del pobre” conduce a obtener los beneficios de la misericordia, de la caridad que da sentido y valor a toda la vida cristiana.

9. Nuestra atención hacia los pobres siempre está marcada por el realismo evangélico. Lo que se comparte debe responder a las necesidades concretas de los demás, no se trata de liberarse de lo superfluo. También en esto es necesario el discernimiento, bajo la guía del Espíritu Santo, para reconocer las verdaderas exigencias de los hermanos y no nuestras propias aspiraciones. Lo que de seguro necesitan con mayor urgencia es nuestra humanidad, nuestro corazón abierto al amor. 

No lo olvidemos: «Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 198). La fe nos enseña que cada uno de los pobres es hijo de Dios y que en él o en ella está presente Cristo: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).

10. Este año se conmemora el 150 aniversario del nacimiento de santa Teresa del Niño Jesús. En una página de su Historia de un alma escribió: «Sí, ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debilidades, en edificarse de los más pequeños actos de virtud que les veamos practicar. Pero, sobre todo, comprendí que la caridad no debe quedarse encerrada en el fondo del corazón: Nadie, dijo Jesús, enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Yo pienso que esa lámpara representa a la caridad, que debe alumbrar y alegrar, no sólo a los que me son más queridos, sino a todos los que están en la casa, sin exceptuar a nadie» (Ms C, 12r°: Obras completas, Burgos 2006, 287-288).

En esta casa que es el mundo, todos tienen derecho a ser iluminados por la caridad, nadie puede ser privado de ella. Que la perseverancia del amor de santa Teresita pueda inspirar nuestros corazones en esta Jornada Mundial, que nos ayude a “no apartar el rostro del pobre” y a mantener nuestra mirada siempre fija en la faz humana y divina de nuestro Señor Jesucristo.

Roma, San Juan de Letrán, 13 de junio de 2023, Memoria de san Antonio de Padua, patrono de los pobres.

Francisco

 

La ternura de Dios (III): El corazón abierto de Dios: misericordia y apostolado

Cuando rechaza la tentación de someter los reinos de la tierra, Jesús deja entrever cómo es su dominio de la historia. Aunque a los ojos humanos pueda parecer una ingenuidad, Dios reina con su misericordia. Y así quiere que sus enviados, los cristianos, le hagamos presente en el mundo.

15/06/2016

DIOS NO SABRÍA QUÉ HACER CON UNA SUMISIÓN FORMAL, EXTERNA, PERO HUECA. ÉL BUSCA A CADA HOMBRE, LLAMA A LA PUERTA DE CADA UNO

«Mi reino no es de este mundo», responde Jesús, cuando Pilato le pregunta acerca de las acusaciones del Sanedrín. Él es Rey, pero no como dicen rey los hombres: «si mi reino fuera de este mundo, mis servidores lucharían para que no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí»[1]. Pocas horas antes, en Getsemaní, había hablado en términos parecidos a Pedro, para hacerle envainar la espada: «¿O piensas que no puedo acudir a mi Padre y al instante pondría a mi disposición más de doce legiones de ángeles?»[2] No es con la fuerza de las armas de los hombres que Dios irrumpe en el mundo, sino con la «espada de doble filo» de su Palabra, que «descubre los sentimientos y pensamientos del corazón»[3]. Jesús «no combate para consolidar un espacio de poder. Si rompe cercos y cuestiona seguridades es para abrir una brecha al torrente de la Misericordia que, con el Padre y el Espíritu, desea derramar sobre la tierra. Una Misericordia que procede de bien en mejor: anuncia y trae algo nuevo: cura, libera y proclama el año de gracia del Señor»[4].

Dios mira el corazón

«En el mundo tendréis sufrimientos, pero confiad: yo he vencido al mundo, ego vici mundum»[5]. Desde el cenáculo, la oración sacerdotal de Jesús conforta a los discípulos de todos los tiempos: el Señor vence, aun cuando el anuncio del Evangelio encuentra dificultades grandes, hasta el punto de parecer que la causa de Dios va a fracasar. Christus vincit, pero según un designio que no responde a la lógica del poder humano: «mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos»[6].

«Te daré todo este poder y su gloria, porque me han sido entregados y los doy a quien quiero»[7]. Cuando el demonio mostró a Jesús todas las naciones de la tierra, no le ofrecía tanto lujo y posesiones como la sumisión de los hombres a su voluntad, a través de un control mundano. El diablo desfigura la promesa del Padre al Hijo recogida en el Salmo II: «pídeme y te daré en herencia las naciones»[8]; la mundaniza: le propone una redención sin sufrimiento. Pero «Jesús tiene bien claro que no es el poder mundano lo que salva al mundo, sino el poder de la cruz, de la humildad, del amor»[9].

Al rechazar esa tentación, y trazar ese mismo camino para todos los cristianos, Jesús deja entrever cómo es su dominio de la historia, aunque a los ojos humanos pueda parecer necedad: Dios reina con su misericordia. Si su reino no es de este mundo, tampoco lo es su misericordia; pero precisamente por eso, porque nace «desde lo alto»[10], puede abrazarlo, y salvarlo.

«El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón»[11] Dios no sabría qué hacer con una sumisión formal, externa, pero hueca. Él busca a cada hombre, llama a la puerta de cada uno[12]: «dame, hijo, tu corazón, y que tus ojos guarden mis caminos»[13]. Así es el dominio de Dios, que vence porque logra desarmarnos; vence, no porque reprime nuestras ansias de felicidad, sino porque nos hace ver que esas ansias, sin Él, son una vía muerta.

"TENER UN CORAZÓN MISERICORDIOSO NO SIGNIFICA TENER UN CORAZÓN DÉBIL: QUIEN DESEA SER MISERICORDIOSO NECESITA UN CORAZÓN FUERTE, FIRME, CERRADO AL TENTADOR, PERO ABIERTO A DIOS" (PAPA FRANCISCO)

«Cuanto más los llamaba, tanto más se alejaban de mí», se lamenta el Señor a través del profeta Oseas[14]. Pero aunque los hombres podamos resistirnos a las llamadas de Dios, los cristianos sabemos que al final, a poco que dejemos un resquicio en la puerta del alma, Dios se abre camino en nuestra vida, y nos rendimos ante su amor incansable: la suya es «una Misericordia en camino, una Misericordia que cada día busca el modo de dar un paso adelante, un pasito más allá, avanzando sobre las tierras de nadie, en las que reinaba la indiferencia y la violencia»[15]. Por eso el apostolado, que nace de la fe, rebosa serenidad: «tu vida, tu trabajo, no debe ser labor negativa, no debe ser “antinada”. Es, ¡debe ser!, afirmación, optimismo, juventud, alegría y paz»[16].

Amar con el Amor de Dios

«Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor»[17]. La mirada de Dios sobre las almas no es una mirada angustiada, sino compasiva: quiere llegarse a todos, a través de sus hijos. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado»[18]: Él nos hace vivir inmersos en ese Amor divino, que es el clima vital, el ambiente familiar en el que Dios quiere introducirnos, ya ahora en la tierra y, después, por toda la eternidad. «Nuestro amor -dice san Josemaría- no se confunde con una postura sentimental, tampoco con la simple camaradería, ni con el poco claro afán de ayudar a los otros para demostrarnos a nosotros mismos que somos superiores. Es convivir con el prójimo, venerar (…) la imagen de Dios que hay en cada hombre, procurando que también él la contemple, para que sepa dirigirse a Cristo»[19] Se trata, pues, de dejar que Dios, que vive en mí, ame a través de mí: amar con el amor de Dios.

CUANTO MÁS CAPACES SEAMOS DE RECIBIR DE LOS DEMÁS, MÁS BRILLO ADQUIRIRÁ TODO LO QUE DIOS HA PUESTO EN NUESTRA ALMA

«El Amor… ¡bien vale un amor!»[20] En estas palabras que paladeaba san Josemaría, se miran el Corazón infinito de Dios y el corazón de los hombres, pequeño pero capaz de ensancharse para acometer cosas grandes. El Amor de Dios bien vale el amor de una vida dedicada a llenarse de Él y a repartir su misericordia a manos llenas. Es esta una llamada para magnánimos, una invitación a emprender un vuelo alto, escondido la mayor parte de las veces en la trama prosaica de la vida de todos los días «Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro»[21].

Quitarse las sandalias ante la tierra del otro

Un corazón pobre no es un pobre corazón. Quien «conoce sus propias pobrezas» es capaz de llenarse de la riqueza del amor de Dios. «El Dios que comparte nuestras amarguras, el Dios que se ha hecho hombre para llevar nuestra cruz, quiere transformar nuestro corazón de piedra y llamarnos a compartir también el sufrimiento de los demás; quiere darnos un “corazón de carne” (…) que sienta compasión y nos lleve al amor que cura y socorre»[22] Nos pondremos entonces al lado de cada uno, no solo como quien tiene mucho que enseñar, sino también como quien tiene mucho que aprender. Cuanto más capaces seamos de recibir de los demás, más brillo adquirirá todo lo que Dios ha puesto en nuestra alma. Es el corazón el que habla de verdad al corazón –cor ad cor loquitur-, como percibió agudamente el Beato John Henry Newman[23]: quien se quita «las sandalias ante la tierra sagrada del otro»[24], quien se deja sorprender por él, puede entonces ayudarle de verdad. «Si ven un amigo o una amiga que se pegó un resbalón en la vida y se cayó, andá y ofrecele la mano, pero ofrecésela con dignidad. Ponete al lado de él, al lado de ella, escuchalo (…). Dejalo hablar, dejalo que te cuente, y entonces, poquito a poco, te va a ir extendiendo la mano, y vos lo vas a ayudar en nombre de Jesucristo. Pero si vas de golpe y le empezás a predicar, y a darle y a darle, pues, pobrecito, lo vas a dejar peor que como estaba»[25].

"SI TE ALEJAS DE ÉL POR CUALQUIER MOTIVO, REACCIONA CON LA HUMILDAD DE COMENZAR Y RECOMENZAR; DE HACER DE HIJO PRÓDIGO TODAS LAS JORNADAS" (SAN JOSEMARÍA)

Hoy día un cristiano se encuentra con personas en las situaciones más variadas. Si de verdad se acerca al otro con el corazón abierto, podrá dejar en su alma algo de «la paz de Dios que supera todo entendimiento»[26]; y, cada uno a su modo, le dejará también una huella en el alma. En ocasiones se tratará de cristianos que no han practicado nunca su fe, que la abandonaron poco después de la primera Comunión; o que, quizá después de años de práctica religiosa e incluso de fervor, han sucumbido a las solicitaciones de la comodidad, del relativismo, de la tibieza. Otras muchas veces, se tratará de personas que nunca han oído hablar de Dios en una conversación de tú a tú. Algunos quizá al inicio se mostrarán reticentes, porque creen tener que defenderse de una invasión de su libertad. Nuestra serenidad de hijos de Dios será entonces, como siempre, la mejor arma: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que vuestra comprensión sea patente a todos los hombres. El Señor está cerca»[27]. La misericordia de Dios nos llevará a acoger a todos, como Jesús[28]; y, también como Jesús, a dejarnos acoger por todos[29], a estar con la gente; a hacernos cargo de sus perplejidades, sin pasar por encima de los problemas; a esforzarnos por abrirles horizontes, partiendo del lugar en el que se encuentran; a exigirles con decisión pero con suavidad, sin dejar de tenderles la mano.

«La Iglesia, unida a Cristo, nace de un Corazón herido. De ese Corazón, abierto de par en par, se nos trasmite la vida»[30]. Todo auténtico apostolado es también siempre apostolado de la Confesión: ayudar a los demás a experimentar el desbordarse de la misericordia de Dios, que nos espera como el padre del hijo pródigo, deseoso de darnos el abrazo paternal que nos purifica y nos permite volver a mirarle a la cara a Él y a los demás. «Si te alejas de Él por cualquier motivo, reacciona con la humildad de comenzar y recomenzar; de hacer de hijo pródigo todas las jornadas, incluso repetidamente en las veinticuatro horas del día; de ajustar tu corazón contrito en la Confesión, verdadero milagro del Amor de Dios. En este Sacramento maravilloso, el Señor limpia tu alma y te inunda de alegría y de fuerza para no desmayar en tu pelea, y para retornar sin cansancio a Dios, aun cuando todo te parezca oscuro. Además, la Madre de Dios, que es también Madre nuestra, te protege con su solicitud maternal, y te afianza en tus pisadas»[31].

Podría parecer superfluo decirlo, pero sabemos que no lo es: los predilectos de la misericordia de Dios son nuestros hermanos en la fe. «Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve»[32]. Nuestro primer apostolado está en nuestro propio hogar, y entre los que forman la casa de Dios que es la Iglesia. Nuestro celo por las almas sería una ficción si nuestro corazón fuese insensible a los demás cristianos. Dios quiere que reciban mucho amor, para poder darlo a su vez. Por eso es necesario sobreponerse, por ejemplo, al acostumbramiento que a veces se produce en la convivencia con las personas más cercanas, a las distancias que se crean cuando solo nos guiamos por nuestra afinidad natural, o a las pequeñas tensiones del día a día. «De los primeros seguidores de Cristo se afirmaba: ¡mirad cómo se quieren! ¿Cabe decir lo mismo de ti, de mí, a toda hora?»[33]. Mucho espera Dios del amor fraterno de los cristianos para que el torrente de su Misericordia[34] se abra camino entre los hombres, para que, con la fuerza del Espíritu, el mundo conozca que el Padre envió a su Hijo y nos amó como a Él[35].

Carlos Ayxelá


[1] Jn 18, 36.

[2] Mt 26, 53.

[3] Hb 4, 12.

[4] Francisco, Homilía, 24-III-2016.

[5] Jn 16, 33.

[6] Is 55, 8.

[7] Lc 4, 5-6.

[8] Sal 2, 8.

[9] Benedicto XVI, Audiencia, 13-III-2013.

[10] Lc 1, 78.

[11] 1 S 16, 7.

[12] Cfr. Ap 3, 20.

[13] Pr 23, 26.

[14] Os 11, 2.

[15] Francisco, Homilía, 24-III-2016.

[16] San Josemaría, Surco, 864.

[17] Mt 9, 36.

[18] Rm 5, 5.

[19] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 230.

[20] San Josemaría, Camino, n. 171.

[21] Francisco, Mensaje para la Cuaresma, 4-X-2014.

[22] Card. Joseph Ratzinger, Presentación del Via Crucis, 25-III-2005.

[23] Se trata del lema que el Beato escogió cuando fue creado Cardenal.

[24] Francisco, Ex. Ap. Evangelii Gaudium, 24-XI-2013, 169

[25] Francisco, Discurso, 16-II-2016.

[26] Flp 4, 7.

[27] Flp 4, 4-5.

[28] Cf. Mt 9, 10-1; Jn 4, 7 ss

[29] Cfr. Lc 7, 36; 19, 6-7.

[30] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 169.

[31] Amigos de Dios, n. 214.

[32] 1 Jn 4, 20.

[33] Surco, n. 921.

[34] Cfr. Francisco, Homilía, 24-III-2016.

[35] Cfr. Jn 17, 23.

 

 

Junio es el mes del Corazón de Jesús – “Corazón de misericordia”

Corazón de misericordia

Junio es el mes del Corazón de Jesús. En el retiro espiritual que el Papa Francisco impartió con ocasión del jubileo sacerdotal (2-VI-2016), la víspera de la fiesta del Corazón de Jesús, explicaba qué es la misericordia de Dios y cómo nos va cambiando en personas misericordiosas.

 

La misericordia aparece ante todo como atributo de Dios (el nombre de Dios es misericordia), de sus “entrañas maternas” y de su fortaleza y fidelidad paterna. También como fruto de la Alianza con su Pueblo elegido. Y esto nos llega en el perdón de nuestros pecados por el sacramento de la Confesión o de la Penitencia.

La misericordia se derrama, explica Francisco, por dos vertientes: la misericordia de Dios con nosotros y nuestra misericordia con los demás, que nos conduce siempre a recibir de nuevo, con un espléndido efecto “boomerang”, la misericordia de Dios. Dos vertientes, y al mismo tiempo, una sola fuerza unitiva, la mayor fuerza unitiva que atraviesa la vida espiritual.

Tres sugerencias iniciales apunta el Papa para la oración sobre la misericordia: saborear con gusto lo que Dios nos concede, para agradecerle sus dones; evitar una excesiva intelectualización de la misericordia (que está hecha para la acción, para el servicio y para ayudar a los demás); pedir la gracia de crecer en misericordia, es decir, de ser más capaces de recibir y dar misericordia. Y en esta línea ycomo consecuencia, pide el Papa también la “conversión institucional, la conversión pastoral”.

Sigamos ahora el desarrollo de cada una de las tres meditaciones.

 

De la vergüenza a la fiesta

1. “De la distancia a la fiesta”. Conviene que nos examinemos para ver dónde están nuestras heridas, dónde está nuestra distancia de Dios y nuestra sed de verdad, de bien y de belleza. Así se despertará en nosotros, como en el hijo pródigo, la nostalgia por la casa de nuestro Padre. Así pasaremos “de la distancia a la fiesta”, de la vergüenza por nuestros pecados a la dignidad por recuperar la condición de hijos de Dios.

Y todo, gracias al corazón del Padre y al corazón de Cristo que late al unísono con el de su Padre.

Ese experimentar una “vergonzosa dignidad”, como percepción a la vez del corazón y de la inteligencia, es bueno para el sacerdote (y también, cabría añadir, para todo cristiano; pues cada bautizado, como decía san Josemaría refiriéndose al sacerdocio común de los bautizados, tiene “alma sacerdotal”, participa del sacerdocio de Cristo y ejerce de mediador entre Dios y los hombres en la vida ordinaria, cuidando de sanar heridas, ser “buen Samaritano”, en las relaciones familiares, en el encuentro con las personas en su trabajo, en su vida social y cultural, en todos los horizontes de su existencia).

El Papa nos invita a contemplar nuestros pecados y tantos males y sufrimientos que hay en el mundo: “Tantas cosas comprende nuestra mente solo viendo a alguien tirado en la calle, descalzo, en una mañana fría, ¡o viendo al Señor clavado a la cruz por mí!”.

Esto nos debe llevar a implicarnos, a “mancharnos las manos”, a arriesgar las propias comodidades y seguridades para ayudar alos demás, para llevarles la misericordia.

“No es –observa Francisco– que la misericordia no considere la objetividad del daño provocado por el mal. Pero le quita poder sobre el futuro —y ese es el poder de la misericordia—, le quita poder sobre la vida que transcurre hacia adelante”. Así la misericordia (como el perdón al que va vinculada) quita el poder a la muerte, que es fruto amargo del pecado.

No es la misericordia (primero la de Dios, luego la nuestra) ingenua; porque ve el mal, pero perdona totalmente con el deseo de que el otro se ponga rápidamente en camino, también para dar vida a otros, quizá más alejados, frágiles y heridos.

Y un broche final: la misericordia no sabe de excesos: “El único exceso ante la excesiva misericordia de Dios es excederse en recibirla y en el deseo de comunicarla a los demás”.

 

Llagas y cicatrices

2. “El receptáculo de la misericordia”. La misericordia de Dios, dice Francisco, se derrama precisamente sobre nuestro pecado, una y otra vez. Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. No solo eso, sino que Dios va reparando el odre haciéndolo cada vez nuevo, para derramar el vino nuevo de su misericordia de modo que a través de nosotros llegue a los demás.

Y hay que mantener viva la experiencia de haber sido objeto de misericordia, mirarse a sí mismo cada uno, contarse su propia historia, cómo Dios nos ha ido recreando el corazón.

De todo ello son imagen viva las llagas del Señor, sobre todo la de su “corazón llagado”. La impronta del pecado restaurado por Dios no se borra ni se infecta, sino que es, sobre todo en Jesús resucitado, una cicatriz. Y las cicatrices tienen una sensibilidad especial: nos recuerdan la herida sin mucho dolor mientras la vancurando.

Al llegar aquí, en el centro mismo del retiro, la meditación de Francisco alcanza su cúspide. Así describe cómo la misericordia de Dios va haciendo en nosotros su “receptáculo”:

“Contemplando el corazón llagado del Señor nos reflejamos en Él. Se parecen, nuestro corazón y el suyo, porque ambos están llagados y resucitados. Pero sabemos que el suyo era puro amor y fue llagado porque aceptó ser herido; nuestro corazón, en cambio, era pura llaga, que fue sanada porque aceptó ser amada”.

De esta manera cada santo recibe la misericordia de Dios “en” su pecado: Pablo en su “espina” (cf. 2 Co 12, 7); Pedro, en su negación a seguirle (cf. Jn 21, 22); Agustín en su nostalgia de haber llegado “tarde” al amor; Francisco de Asís en su custodia silenciosa de la Orden por él fundada; Ignacio de Loyola en su vanidad que se transforma en la búsqueda de la gloria de Dios;

el “cura rural” de Bernanos en la aceptación de sí mismo; el “Cura brochero” en la aceptación de su enfermedad con rectitud de intención; el cardenal Van Thuan redescubriendo en la cárcel la prioridad de Dios; y sobre todo, María como recipiente y fuente a la vez de la Misericordia.

 

Para una cultura de la misericordia


3. “El buen olor de Cristo y la luz de su misericordia”. En las obras de misericordia podemos hoy sentir ese buen olor y percibir esa luz.

Los sacerdotes somos instrumentos del amor misericordioso de Dios con el pecador sobre todo en el sacramento de la Confesión. Por eso nos debe doler “que uno se pierda, o que se quede atrás, o que se equivoque por presunción; que esté fuera de lugar, digamos; que no esté preparado para el Señor, disponible para la tarea que Él quiere confiarle”. (Sobre la figura del sacerdote, ver el discurso del Papa Francisco a la Conferencia episcopal italiana, el 16-V-20016)

Debemos ser signos e instrumentos de su Misericordia, con coherencia, claridad y comprensión, evitando la “autorreferencialidad” y estando disponibles, sin ser nunca “burócratas de lo sagrado”. Así no perderemos el “olor de las ovejas” ni ellas perderán el “olor del pastor”, de modo que nos salvaremos a través del rebaño que se nos ha confiado como gracia.

Nos anima el Papa a todos los cristianos, cuando nos recuerda que “para ejercer las obras de misericordia el Espíritu escoge más bien los instrumentos más pobres, los más humildes e insignificantes, que tienen ellos mismos más necesidad del primer rayo de la misericordia divina”. Y añade que, además de las obras de misericordia concretas, hemos de aspirar a una “cultura de la misericordia”.

Así es, en efecto, la fiesta de la misericordia que Dios quiere hacer, con el concurso de nuestra libertad y saliendo al encuentro de nuestra miseria con su Corazón, en nuestra vida y en la vida del mundo.

 

 

El papel de la fe, según la neurociencia

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El papel de la fe, según la neurociencia

Creer en algo que trasciende lo que vemos puede ayudar a las personas a encontrar significado y propósito en sus vidas, lo que conduce automáticamente a una mejor salud mental y emocional. La psicóloga Talita Rodrigues lo explica

La fe es un tema que ha fascinado al ser humano durante miles de años. Desde los albores de la civilización, ha sido un elemento central en las culturas y religiones del mundo. La ciencia, a su vez, ha buscado comprender su naturaleza y cómo afecta el comportamiento humano.

En las últimas décadas, la neurociencia ha demostrado ser una valiosa herramienta para comprender la relación entre la fe y el cerebro humano.

Uno de los principales descubrimientos de la neurociencia es que la fe está relacionada con áreas específicas del cerebro.

Los estudios de neuroimagen muestran que cuando las personas se involucran en prácticas de fe (como la oración, por ejemplo), se activan áreas del cerebro asociadas con la emoción, la cognición y la percepción.

Esto sugiere que la fe puede verse como una forma de actividad cerebral, una actividad que puede ser rastreada y estudiada científicamente.

Fe y salud mental

Otro hallazgo importante es que la fe puede mejorar significativamente la salud mental y física de las personas. 

Los estudios revelan que practicar la fe puede estar asociado con un menor riesgo de depresión, ansiedad y otros problemas de salud mental.

Además, la fe puede tener efectos positivos en la salud física, como una menor probabilidad de enfermedades cardíacas, presión arterial más baja y un sistema inmunológico más fuerte.

Si bien no está claro exactamente cómo la fe afecta estos aspectos de la salud, hay evidencia de efectos significativos.

Además, la fe puede afectar la forma en que las personas procesan la información y toman decisiones.

Las investigaciones muestran que las personas que tienen fe tienden a ser menos propensas a correr riesgos y tienen una perspectiva más positiva de la vida, incluso en las situaciones más difíciles.

Significado y propósito

Creer en algo que trasciende lo que vemos en el mundo puede ayudar a las personas a encontrar significado y propósito en sus vidas, lo que conduce automáticamente a una mejor salud mental y emocional.

De todos modos, la vida y todos los sufrimientos contenidos en ella solo se pueden soportar si tenemos fe en algo. (…) La fe es creer que absolutamente todo se puede soportar e incluso superar, si no tenemos miedo de creer en algo que trasciende lo que nuestros ojos y nuestra razón pueden ver.

Por Talita Rodrigues 

 

Por qué hay que comprender más y juzgar menos

 

Por qué hay que comprender más y juzgar menos

Juzgar demasiado severamente indicia que no nos encontramos en paz, además de no saber ponernos en el lugar del otro y de, probablemente, equivocarnos.

Todos hemos caído alguna vez en la trampa de crear juicios sobre los demás, ya sea un familiar, un amigo, nuestra pareja o un compañero de trabajo. Incluso, a veces, realizamos juicios sobre personas que ni siquiera conocemos. Somos bastante rápidos en juzgar, en tratar de adivinar las intenciones de los demás y el porqué de sus actos -o al menos eso pensamos-.

Solo hacen falta un par de segundos para que, casi de forma automática, interpretemos por qué esa persona ha dicho tal cosa, ha actuado de esa manera y no de otra o cuáles son los motivos que la han llevado a gesticular de ese modo. Incluso, también nos juzgamos a nosotros mismos y no solemos salir bien parados. Todo lo contrario. Nos exigimos tanto que, al final, cualquier cosa que hagamos carece de valor o es insuficiente.

Ahora bien, ¿hasta qué punto estas historias que nos contamos coinciden con la realidad? Todo parece indicar que hay más ficción que verdad en cada una de ellas.

El mal hábito de suponer

Cuando emitimos un juicio sobre otra persona, lo que estamos haciendo es interpretar la realidad de un modo determinado. Dirigimos nuestra atención hacia los detalles y aspectos que consideramos más importantes y el resto quedan relegados. Es decir, no tenemos en cuenta toda la información, sino una ínfima parte. Por lo tanto, lo que hacemos es generar hipótesis sobre una situación o persona, que no son más que un conjunto de suposiciones y nos olvidamos de que existen otras posibilidades.

Así, creamos historias que apenas se sostienen, aunque nosotros las cataloguemos como verdad. Sin embargo, el problema no es solo que nos contemos cuentos, sino que además, en muchas ocasiones, dejamos que esas historias nos influyan hasta llegar al punto de reaccionar ante ellas o tomar decisiones. Y así es como la mayoría de las veces ocurren los conflictos y malentendidos: a partir de ficciones.

Nuestra mente, en un intento por tranquilizarnos, rellena los huecos vacíos con informaciones poco o nada contrastadas. Por ejemplo, podemos dejar de hablar a una persona porque interpretamos que su gesto o su comentario iban contra nosotros o nos enfadamos con nuestra pareja porque creemos que no nos ha llamado porque no ha querido. Eludimos que había más gente en la sala y que nosotros somos más susceptibles a comentarios relacionados con nuestra profesión porque en el pasado nos dijeron que esa carrera no serviría para nada y que nunca conseguiríamos dedicarnos a ello o que nuestro pareja tuvo una reunión y hasta que no salió no nos pudo avisar.

Tenemos la mala costumbre de jugar a los adivinos y lo peor de todo es que ni nos damos cuenta de ello. Soportamos tan poco la incertidumbre, ese no controlar la situación o no saber qué pasará, que nuestra mente, en un intento por tranquilizarnos, rellena los huecos vacíos con informaciones poco o nada contrastadas, expectativas y suposiciones. Visto así, juzgar es un mecanismo de supervivencia.

A esto hay que sumarle el miedo, las heridas que arrastramos del pasado y el orgullo que, a veces, nos gobierna y que nos impide dirigirnos al otro para preguntarle, darle la oportunidad de explicarse o simplemente para ponernos en su lugar y tener en cuenta que es posible mirar al mundo desde otra perspectiva. De ahí que a veces nos quedemos con nuestras conjeturas.

Hay una historia detrás de cada persona

Uno de nuestros mayores errores cuando nos relacionamos con los demás es olvidar su historia personal. Es decir, tener en cuenta que no han vivido lo mismo que nosotros, no han experimentado las mismas experiencias y tampoco se ha encontrado con las mismas personas, por lo tanto es bastante complicado que coincidamos 100 % con ellos.

No obstante, eso no quita que nos pasemos casi la mitad de nuestra vida tratando de averiguar qué impulsa a los demás a actuar y la otra mitad a juzgar sus comportamientos.

Si ya es difícil conocerse a uno mismo, ¿cómo es posible que adivinemos las intenciones de los demás?

Lo cierto es que todo lo que ocurre a nuestro alrededor nos matiza desde nuestros primeros años de vida, tanto a nivel de pensamiento como de emociones y conductas. A veces, nos percatamos de ello y otras no tanto, pero eso no implica que no nos influya y que configure nuestra forma de mirar al mundo.

Por lo tanto, si ya es complicado adentrarnos en nuestras profundidades, conocernos y contactar con nosotros mismos, ¿cómo es posible que sepamos cuáles son las intenciones de los demás? De hecho, ¿cuántas veces no nos ha pasado que ante una misma situación nuestra pareja percibe lo ocurrido de una forma muy distinta a la nuestra?

Opinar de forma distinta, observar el mundo desde otras perspectivas es normal. No tenemos el mismo bagaje que los demás: nuestros valores, experiencias, pensamientos, sentimientos, etc. son diferentes. Entonces, ¿por qué tanto juzgar?

El arte de comprender: la empatía

Se trata de comprender más y juzgar menos, de ponerse en el lugar de los demás y evitar los juicios como soluciones rápidas a nuestras dudas e incertidumbres. La mayoría de nosotros no actúa con mala intención ni para hacer daño, sino de la mejor manera que puede.

Tan solo hay que salirse de la zona de confort, de la comodidad de querer llevar la razón, de ver el mundo desde nuestra mirada y ponerse en el lugar de los demás, pero desde su perspectiva, no de la nuestra.

La mayoría de nosotros no actúa con mala intención ni para hacer daño, sino de la mejor manera que puede

El hecho de juzgar tanto también indica algo y es que no nos encontramos en paz ni en armonía con nosotros mismos. De hecho, si analizamos nuestros juicios, quejas y críticas sobre los demás es muy probable que identifiquemos aspectos nuestros en ellos. Pues quien juzga a los demás duramente también lo hace consigo mismo.

Por tanto, se trata de comprender las circunstancias de los demás, teniendo en cuenta su historia de vida. De decidir no hacer juicios rápidos, sino intentar conocer su perspectiva. Porque si una persona ha vivida profundamente una experiencia de abandono es normal que se ponga a la defensiva cuando crea que no cuenten con ella, si no ha sanado sus heridas o si por ejemplo alguien fue muy criticado y exigido en su infancia es probable que esté alerta cuando hablen sobre él.

Hay que ser más humildes, compasivos y reflexionar más para intentar ponerse en el lugar de los demás y detener esos hábitos automáticos que nos llevan a suponer y crear ficciones sobre ellos. Hay que cultivar la aceptación y la flexibilidad y no olvidar que hay una historia detrás de cada persona.

Por Gema Sánchez Cuevas

 

 

Consejas y consejos

Consejas y consejos

Dar consejos y recibirlos es una de las actividades más hondamente humanas y, por tanto, de las más difíciles de realizar con delicadeza y aprovechamiento. Aquí van algunos… consejos

Ha querido mi buena suerte o la siempre mejor providencia que me siente a escribir este artículo en el día de Pentecostés, festividad ni pintiparada para pedir… ¡el don de consejo! Soy un firme partidario de ellos, de recibirlos, oh, y de darlos, ay, pero sé que rozo una materia muy delicada. Por eso, todo don de consejo será poco.

Materia tan delicada es y tan inflamable que la sabiduría popular prefiere dar sus consejos en la forma más femenina y sutil de las consejas. El nombre es una joya. Vale para las pequeñas historias tradicionales, pero también para los grandes libros e incluso para las parábolas. Se trata de contar una historia con personajes inventados con la esperanza de que los oyentes reales sean capaces de escarmentar en cabeza ficticia.

Otras veces se requieren los consejos directos y concretos, personales e intransferibles, qué remedio. Darlos y/o recibirlos requiere un arte distinto del literario de las consejas: el mismo verbo, pero también tacto.

Lo más difícil para el que los da es no darlos. Consejo bueno solo lo es cuando te lo solicitan. Esto crea una dificultad de segunda generación: ¿qué hace quien ejerce un puesto de consejero, pero no se lo piden? Encima, los consejos no pueden darse a tontas y a locas, como muchas veces decidimos actuar nosotros lanzándonos al espíritu de la aventura o, de nuevo, a las manos de la providencia. Para el otro, hay que andar con el racionalismo que quizá no guardamos para nosotros. A pesar del gasto extra en reflexión, la clave del consejero es recordar siempre que su consejo no es una orden. Podemos molestarnos si nuestro consejo no se tuvo en consideración, pero no si se consideró no seguirlo.

Debe advertirse (advertirlo uno mismo y advertírselo al otro) de que el consejo va con sesgo. Por ejemplo, yo, entre perezoso y conservador, tiendo a tenderme en el statu quo. Tengo que verlo todo muy incómodo para proponer un cambio drástico. Un consejo infaliblemente bueno es que el aconsejado se busque, además, otros consejeros con sesgos alternativos.

A toro pasado, el que da consejos jamás puede soltar el repelente «Ya te lo dije» si no siguieron sus indicaciones. A veces cuesta. Tampoco vanagloriarse del acierto del consejo que sí le siguieron. En cambio, está bien celebrar sinceramente el éxito de quien no siguió tu opinión y acertó.

Como es fácil deducir, tampoco es fácil recibirlos. Primero hay que pedirlos… con interés. Si lo que se quieren son elogios, que hacen también mucha falta —si lo sabré yo—, pídanse elogios o practíquese un cuco fishing for compliments, pero no se manosee el sacro don de consejo. Al que se le pide hay que admirarlo. Ya que no se le va a otorgar la potestad de decidir, se le tiene que reconocer la autoridad. Estas cosas, a los que estudiamos en Navarra con don Álvaro d’Ors, nos quedaron meridianamente claras, pero mi experiencia es que hay que explicárselas con detenimiento a los demás.

Hablando de explicar, quien pide consejo tiene que exponer bien todas las circunstancias y sus derivadas. Es una falta de respeto con el consejero y una pérdida de tiempo para todos pedir consejos a quien no se le ha dado la panorámica completa. De otra tentación latente conviene advertir: el rencor al consejero. Todavía hoy la inteligencia tiene más prestigio que la decisión, que la puesta en práctica y que la responsabilidad, y puede que a uno le asalte el resquemor de tener que recibir cierta enseñanza. Hay que rechazar esos resquemores tan pequeños de un manotazo, como quien se aparta las moscas.

Queda el pecado mortal del aconsejado: el rencor porque se siguió un consejo que no salió bueno. Fue él quien decidió y la responsabilidad es solo suya. Pedir consejo no es adquirir una carta de irresponsabilidad. Al contrario, sin embargo, no: es precioso agradecer al consejero la advertencia que salió redonda.

¿Parecen muchas dificultades? Sí, y aun así compensa. Arrastramos tantas carencias que pedir consejo es la manera más inteligente de tomar decisiones. Si me piden un último consejo, lo doy: pidan consejos.

Por Enrique García-Máiquez

 

Estamos todos invitados…

María Fernanda Mandolini

“No olvidéis jamás esta verdad. El hombre vale lo que busca, a lo que él se vincula” Columba Marmion

Este abad benedictino del monasterio belga de Maredsous Dom cuya literatura espiritual influenció a San Juan Pablo II, quien lo beatificó en el año 2000; produjo célebres escritos que instan a la búsqueda comprometida de Dios como único modo de encontrarse, cada uno, a sí mismo, pese a que la mentalidad imperante en cada época indique lo contrario.

El verdadero programa de vida cristiana, propuesto por las obras de misericordia, debería ser nuestra constante motivación para “tomar el cielo por asalto”:

OBRAS CORPORALES DE MISERICORDIA

1. Dar de comer al hambriento

2. Dar de beber al sediento

3. Dar posada al necesitado

4. Vestir al desnudo

5. Visitar al enfermo

6. Socorrer a los presos

7. Enterrar a los muertos

OBRAS ESPIRITUALES DE MISERICORDIA

1. Enseñar al que no sabe

2. Dar buen consejo al que lo necesita

3. Corregir al que está en error

4. Perdonar las injurias

5. Consolar al triste

6. Sufrir con paciencia los defecto de los demás

7. Rogar a Dios por vivos y difuntos

El primero y más importante de los mandamientos: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”se materializa entendiendo y haciéndonos cargo de nuestra responsabilidad para con los otros. Porque nuestra prueba de que amamos a Dios es que amamos al prójimo, un Amor a los demás que debe ser un reflejo de nuestro AMOR a Dios. No sólo estamos llamados a ser pregones de lo absoluto sino también hacedores…

Por eso, más allá de nuestras limitaciones, debemos esforzarnos por llevar a cabo el programa de vida que implican Las Obras de Misericordia. Pese a nuestros claroscuros y ocasionales claudicaciones, éstas constituyen una llamada para que la persona humana vaya más allá de su condición natural, sacando su mejor versión. Para que no persiga los bienes de esta tierra si no son un medio para conseguir los del cielo. Dinero, fama, efímeros o sostenidos reconocimientos, incluso la salud y el amor; no son nada si no lo hacemos con la vista y el alma siempre en la altura. “Dios quiere hacernos santos, haciéndonos participar de su vida misma, y, por eso, Él nos adopta como sus hijos y los herederos de su gloria infinita y de su felicidad eterna”.

¿Qué es la santidad en el siglo XXI? Es importante pensar que seremos juzgados según nuestras obras de misericordia –cotidianas, inadvertidas…- no según nuestras acciones excepcionales. Nos confundimos creyendo en la necesidad de gestos grandilocuentes y dejamos de lado las pequeñas ocasiones.

El Concilio Vaticano II ha declarado para toda la Iglesia esta vieja doctrina evangélica: el cristiano es llamado a la santidad, desde el lugar que ocupa en la sociedad. “Y a todos los cristianos nos pertenece por propia vocación, buscar el reino de Dios, tratando y ordenando según Dios los asuntos temporales” (Const. Lumen Gentium 31)

En la monotonía de lo cotidiano, tejemos santidad. En la aparente repetición de gestos que sumados, construyen una vida. Amamos a Dios en lo corriente (en el saludo agradecido, en la alegría y el buen humor manifestado pese a nuestros sinsabores, en el acompañamiento incondicional a los más próximos,…) Toda ocasión es pretexto para subir un peldaño más en la escalera que nos conduce al cielo.

Ser santos implica materializar la misión divina encomendada a cada uno de nosotros. Por pueril e inconducente que parezca. Las mujeres, entendemos con más facilidad, -a veces- que la vida transcurre con aparente monotonía. Y cuando dejamos de entenderlo, sumimos al mundo en la intolerancia y la melancolía.

El Sacerdote argentino Leonardo Castellani, hace una sublime versificación de la poesía de Chesterton, Eclesiastés, que me permito traer a la memoria una vez más, por considerarla en extremo alusiva a lo desarrollado en este artículo:

Hay un solo pecado: pensar que el Sol no existe

una sola blasfemia: que la Verdad es triste;

un peligro temible realmente:

tener mancas las manos de la mente.

Sacrilegios hay uno tan sólo: hacerse grandes,

matar igual que Herodes al niño-dios en mí,

ir en avión al cono de los Andes

para vivir ángel frustrado allí.

Sólo hay un vicio, un vicio: vivir de té beodo

Y no tocar el vino por no soltar verdades.

Sólo hay una cosa necesaria: Todo.

El resto es vanidad de vanidades.

 

Cambios

En definición de la RAE, cambio es “la acción y efecto de cambiar”; y cambiar es “convertir o mudar algo en otra cosa, frecuentemente su contraria”. (El efecto puede ser positivo o negativo).

Y la palabra intercambio es “el cambio recíproco de una cosa o persona por otra u otras”.

Constituye un cambio radical la aparición de vida de un ser humano en un óvulo fecundado; así como las consiguientes transformaciones que conlleva el desarrollo embriofetal.

A nivel orgánico, tanto en el embrión y feto como en el neonato, en el niño, en el joven o en el anciano, hay cambios continuos, lo que significa que el cambio va con la vida. Por eso, el organismo está en continuo movimiento, en continuo cambio, con entrada y salida de iones de las células, con potenciales bioeléctricos neurales disparándose continuamente, con un ritmo nictmeral (vigilia-sueño) constante, con la sucesión de sístoles y diástoles cardiacos, etc.

Son asombrosos los cambios electroencefalográficos  que suceden en el ciclo vigilia-sueño, con sus fases de vigilia, sueño ligero, sueño lento, sueño profundo, sueño paradójico. Son ritmos que van progresivamente cambiando de matiz con la edad: por ejemplo, no es igual la arquitectura  del sueño del anciano que la del joven, la del niño o la del feto. Asombra el paso de la vigilia al sueño y del sueño a la vigilia, finamente controlados por el sistema nervioso central, coadyuvando factores como la luz solar, la estación del año, el estado de salud-enfermedad, cansancio, hambre, la situación anímica, etc.

Hay cambios fisiológicos con la pubertad, con la menopausia, con la andropausia, en el envejecimiento, con el climaterio. Son cambios morfológicos, psíquicos, hormonales. Y se dan cambios (patológicos) con la enfermedad.

Los glóbulos rojos o hematíes son células de la sangre en  que  tiene lugar  intercambio de oxígeno y anhídrido carbónico. Y a nivel pulmonar hay un intercambio continuo de oxígeno y de anhídrido carbónico. Todo ello, esencial para la vida.

Biológicamente, son abundantes los cambios en el organismo, y  no solo en el ser humano, sino también en todos los animales y en general, en toda la naturaleza. Piénsese, por ejemplo, en el cambio de gusano a mariposa. Po otra parte, los cambios en la naturaleza en su inmensa mayoría, no suelen ser bruscos.

Los hábitos humanos, las costumbres cambian. No cambia lo específico del ser humano, no cambia la rotación de la Tierra, no cambia el Amor que Dios nos tiene, no cambian muchas cosas. Un día es igual que el siguiente y que el anterior, pero cada día es especial, con su encanto, con sus particulares alegrías o sus posibles penas. Cambio y permanencia se entremezclan. Son como las dos caras de una misma moneda.

Se habla con frecuencia  del  “cambio climático”, que  en ocasiones se manifiesta con brusquedad.

También se habla de cambio de vida: La conversión es un cambio espiritual. A este respecto, impresiona el cambio que, al borde de la muerte, experimentó el Buen Ladrón. Impresiona también el cambio que en su juventud dio San Agustín de Hipona. Son numerosos los ejemplos.

Biológicamente, la muerte es el cese del funcionamiento del organismo como un todo. Es un cambio biológico radical. Pero también se afirma que se trata de un cambio de morada (“vita mutatur, non tollitur”), por lo que para el creyente, la muerte conlleva un cambio trascendental.

Dios no cambia, pero al mismo tiempo es el “Motor Inmóvil”, como enseñan los filósofos y teólogos. Es el Autor de la vida.

Del Poema “¡Quiero Vivir!” de Jose Maria Gabriel y Galan;

¡Quiero vivir! A Dios voy

y a Dios se va muriendo,

se va al Oriente subiendo

por la breve noche de hoy.

 

 

No hagas por tus hijos lo que ellos puedan hacer solos

Tengo muy grabada la frase de un especialista: toda ayuda innecesaria es una limitación para el que la recibe. Y a esto hace referencia el capítulo de un libro titulado Como educar a personas exitosas.

Y se refiere a la independencia que debemos lograr como papás en nuestros hijos. Recordemos que son prestados, que nuestra labor como educadores es guiarlos e irlos soltando poco a poco para que sean hombres y mujeres autónomos y productivos en la sociedad.

Los ejemplos son muchos: vestirlos, hacerles la tarea, darles de comer cuando pueden hacerlo solos; inscribirlos en la universidad, realizar sus trámites o encubrirlos cuando hacen algo mal; o bien, ya de adultos, seguirlos manteniendo, hacerles su cama, lavarles su ropa y darles comida.

¡Por eso existen los ninis! Sino hubiera padres que los sobre protegieran, tendrían que valerse por sí mismos.

¿Cuáles son los frutos de hacer que nuestros hijos sean independientes?

  • Desarrollo de la creatividad por hacer cosas nuevas.
  • Se despierta en ellos la curiosidad.
  • Aprenden a cometer errores, a equivocarse y volverlo a intentar.
  • Su seguridad y autoestima se reafirma
  • Se relacionan mejor con sus compañeros.
  • Sabrán tomar las decisiones que mejor les convenga cuando sean jóvenes.
  • No se dejarán llevar por la presión del grupo o los amigos.
  • Contarán con el reconocimiento de sus pares.

No se trata de dejar que los niños sean completamente libres. Como adultos somos los guías, quienes les hacemos descubrir todo de lo que son capaces. Cada niño tiene sus tiempos y sus propias necesidades, se trata de ser respetuosos e intuitivos para que su desarrollo sea armónico y ante todo feliz.

María Montessori, la gran educadora, transmitió esta idea: cuando un niño se siente seguro de sí mismo, dejará poco a poco de buscar la aprobación en cada paso que da.  Esto lo seguirá aplicando durante su juventud y después adultez.

Con este sencillo mensaje no solo lograremos que nuestros hijos sean más independientes, sino también más felices.

 

Pre padre

En el mes de junio en muchos lugares se festeja el día del padre, por ese motivo conviene revisar algunas novedades contemporáneas sobre la paternidad.

Aunque la tecnología quiera borrar la relación de la paternidad y la maternidad, estos dos hechos son identidades naturales complementarias y propician actividades también complementarias. Y conviene entender la complementariedad como colaboración y no en el sentido peyorativo de ayudar a resolver las carencias.

Todo varón joven puede ser padre y toda mujer joven puede ser madre. Pero antes de ser padre o madre ha de darse una relación entre un hombre y una mujer y, aunque en la actualidad se está promoviendo una relación meramente técnica, lo debido y deseable es que la relación sea en intimidad de amor maduro. Esto significa la responsabilidad mutua hombre-mujer, y además ante la posible procreación, responsabilidad hombre-mujer-hijo.

En este texto solamente trataremos de los procesos naturales. Se excluyen los procesos asistidos por la tecnología. Por esta razón sí cabe absolutamente la siguiente afirmación: solo el hombre es padre y solo la mujer es madre.

Culturalmente la figura paterna varía según las épocas. Actualmente la valoración de la paternidad es bastante negativa debido al enfoque feminista. En los medios y en general en los medios de entretenimiento los padres se presentan bastante lejanos y si conviven muchas veces provocan conflictos en las relaciones familiares.

En los últimos años la figura paterna se ha debilitado porque el ataque es más radical, se ha devaluado al varón. En general podemos decir que la mujer no está dispuesta a cuidar la figura paterna frente a los hijos. La lucha de clases ha permeado en la lucha de sexos. Ante el mínimo agravio la mujer se independiza y de ningún modo está dispuesta a disculpar al varón, aunque ocasione daños en los hijos.

Hasta hace algunos años los jóvenes asumían de modo natural el hecho de llegar a ser padres en algún momento de su vida. En la actualidad esa idea tiende a evadirse y, ahora con frecuencia ya no desean serlo y así lo expresan.

No les interesa ser padre en una de las formas contemporáneas, la de acompañante de la mujer en algunas reuniones sociales.

O la del padre desempleado que suple las funciones de la madre en el hogar, y que en el fondo todos lo ven como fracasado, especialmente por la mujer que no desea reivindicar la figura del varón.

También desplazan a los padres los divorcios y las técnicas de procreación asistida.  La figura del padre queda muy relegada en el divorcio porque la mujer cada vez es más autosuficiente y no está dispuesta a dar un mínimo de protagonismo al padre. Entonces el padre pierde toda la capacidad de desempeñar alguna función.

Las técnicas de procreación asistida desdibujan la relación paterna filial, no encuentra el vínculo con el hijo. Prácticamente todo queda en manos de la mujer debido a que solamente ella mantiene relación biológica con el hijo, de hecho, al biologizar la filiación el protagonismo del padre queda eclipsado.

El Estado tampoco apoya al padre. Otorga a la madre el rol predominante o único. El padre queda fuera. La relación del niño por nacer, da prioridad a la madre y no al padre. Con el desarrollo de los métodos anticonceptivos y la legalización del aborto en las primeras diez semanas de gestación, la mujer se ha convertido en propietaria del hijo. Ella sola decidirá si prosigue o no con el embarazo.

Ante este panorama se entiende que los varones ya no deseen tener hijos ni familia porque ya no hay sitio para ellos. Este planteamiento no solamente afecta a los varones sino a toda la humanidad. Los hijos sin padre tienen graves carencias. Las mujeres solas también, aunque de momento no lo admitan.

La esperanza está en desandar este camino y tratar de normalizar las relaciones humanas poniendo todos lo mejor de nuestra parte. La vida es problemática y lo seguirá siendo, pero si todos nos proponemos enderezar el rumbo saldremos beneficiados porque finalmente la familia sale a flote.

 

 

“A aprender a aprender”

Mientras no se demuestre lo contrario, a la escuela, al instituto y por supuesto a la universidad, se va a aprender y como decía el profesor Maravall Casesnoves, insigne catedrático de Historia del Pensamiento Político, “a aprender a aprender”.

Al parecer ya se han hecho algunos ensayos derivados de la Ley Celáa, aplicando el sofisma de las destrezas y reduciendo la filosofía y la historia, en el mejor de los casos, a simples “marías”. Por supuesto los resultados de esos ensayos hasta el momento se desconocen.

Se trata de no enseñar a pensar, ni a juzgar y de obviar el espíritu crítico de nuestros jóvenes, dejándoles ayunos de cualquier posibilidad de tener ideas propias sobre las más variadas facetas de su transcurrir vital en la sociedad actual, abandonándoles en manos de los influenciadores (influencers se dice ahora), políticos, ideológicos y hasta asesores de moda…

Si cada partido o reducto de pensamiento quiere llevar el agua de la enseñanza a su molino, bien está y allá sus votantes. Pero querer camuflar los intereses ideológicos, con las llamadas destrezas, con un falso progreso, con unas supuestas necesidades para conseguir empleo o de pretendidos avances tecnológicos, no deja de ser un fraude y un mal servicio a las nuevas generaciones.

Juan García. 

 

 

Familia con visión de futuro

En un momento en el que el futuro es incierto por múltiples causas, formar una familia se está convirtiendo en un esfuerzo titánico, aunque sea una de las instituciones más valoradas de la sociedad. Vivimos, según dijo el Papa en el Foro de Asociaciones Familiares, en una cultura que es enemiga de la familia, una cultura centrada en satisfacer las necesidades de los individuos, donde se exigen los derechos individuales, pero se olvidan los derechos de la familia.

El Papa ha reivindicado políticas de familia con visión de futuro, que no tengan barreras ideológicas ni partan de posiciones preconcebidas, destinadas a un cambio de mentalidad que asuma que, ante el invierno demográfico, la familia no es el problema sino un factor esencial para su solución. “El desafío de la natalidad es una cuestión de esperanza”, concluía el Papa Francisco en un mensaje que trasciende a la política y la sociedad italiana y que debe interpelar a la conciencia de los europeos.

José Morales Martín

 

 

Descartados modernos

Tenemos una muñeca Barbie, la de siempre pero ahora con Síndrome de Down, curiosamente cada vez tenemos menos personas con Síndrome Down. Hace unos días se publicó el estudio “Demografía del Síndrome de Down en el mundo”. Este estudio señala que en España hay cinco nacimientos de bebés con Síndrome Down por cada 10.000 nacimientos. Hay una tendencia importante al descenso de la natalidad de personas con este síndrome en todos los países, pero el caso de España llama especialmente la atención. Cada vez es más frecuente que, una vez identificadas en el seno materno, se proceda al aborto. En 40 años, la población Down ha descendido un 88% en España y se encamina, según las previsiones, a que no haya ningún nacimiento en 2050.

Estamos ante lo que el Papa Francisco denuncia como la cultura del descarte, que en este caso se aplica a los no nacidos. Todos los que no entran en unas falsas categorías de normalidad, como los ancianos, los no nacidos, los pobres, los inmigrantes o los discapacitados corren el riesgo de ser, de una u otra forma, descartados como estamos viviendo en los casos de Síndrome de Down.

JD Mez Madrid

 

 

El trabajo, medio de santificación

No siempre es fácil conciliar la moral cristiana con las exigencias de la vida profesional, la cultura de la empresa en la que trabajamos y los valores de la competitividad que se imponen en el mundo laboral.

De hecho, en ocasiones podemos sentir que agonizamos entre nuestra vida laboral y nuestros deberes como cristianos. Por tal motivo, cada vez son más las empresas que intentan reconciliar ambos aspectos, mostrando una auténtica preocupación por el respeto del trabajador y la calidad de vida en el trabajo. Un ejemplo de estas iniciativas son los grupos de empresarios cristianos que se reúnen en algunas parroquias o que crean grupos de oración para apoyarse. 

Y hablando de trabajo, ¿sabías que el 1 de mayo se ha celebrado el día del trabajador y también la fiesta de San José obrero?

En este contexto me parece acertado recordar que desde 1955, por iniciativa del Papa Pío XII, el 1 de mayo no solo se rinde homenaje a las personas que trabajan, sino también a San José, patrono de los trabajadores. De hecho, esta es la ocasión perfecta en la cual la Iglesia resalta el hecho de que el trabajo nos humaniza, cuando se pone como prioridad el aspecto humano, y nos santifica, cuando ponemos a Dios en el centro de nuestra vida laboral. Al respecto, en la exhortación apostólica Redemptoris Custos, el papa Juan Pablo II se refirió expresamente.

Domingo Martínez Madrid

 

 

Ser santo en el trabajo

Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención. En el crecimiento humano de Jesús “en sabiduría, edad y gracia” representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser “el trabajo un bien del hombre” que “transforma la naturaleza” y que hace al hombre “en cierto sentido más hombre”.

Así pues, este mes de junio estamos invitados a orar a San José y a San Josémaria Escrivá, predicador de la santificación a través del trabajo y que celebramos su santo el día 26, para que, por medio de su intercesión, nuestros lugares de trabajo sean lugares donde podamos crecer y realizarnos profesionalmente.

Y, cada vez que tengamos dificultades en el trabajo, podemos confiarlo al Señor y recordar las palabras que nos dijo el apóstol Pablo en la carta a los Colosenses:

“Cualquiera sea el trabajo de ustedes, háganlo de todo corazón, teniendo en cuenta que es para el Señor y no para los hombres. Sepan que el Señor los recompensará, haciéndolos sus herederos. Ustedes sirven a Cristo, el Señor” (Colosenses 3:23-24).

¿Qué tal si en este mes de junio encomendamos a Dios y a San José, a través de San Josémaria, nuestros asuntos laborales, aceptando el desafío de ser cristianos en medio del mundo y de nuestro trabajo?

José Morales Martín

 

 

Oriol Jara: “Si Dios existe, todo cambia radicalmente”

Descubrir la existencia de Dios llevó a este guionista de radio y tv a compartir su experiencia en un libro que recoge, como él mismo define “el fruto de un cambio de perspectiva vital. De una conversión progresiva y renovadora”.

Maria José Atienza·14 de junio de 2023·Tiempo de lectura: 7 minutos

oriol Jara

Oriol Jara ©Editorial Albada

Lleva toda su vida en el mundo de la televisión y la radio. Ha ejercido como guionista de programas, entre los que se cuentan Buenafuente, los Goya o Pólonia, de TV3, pero llevaba aún más tiempo en una búsqueda de Dios sin matices. Y lo encontró. Primero “racionalmente” y después, de manera completa por el don de la Fe. 

Hoy, Oriol Jara vive una vida “radicalmente diferente”. Porque esa radix, esa raíz, se asienta en la certeza de que su vida es una vida “creada por Dios para la eternidad, para ser su familia”.

La conversación con Omnes es impetuosa, franca, desnuda de embellecimientos formales, la palabra que no olvida la Palabra y la siembra a fuego por el mundo. Descubrir la existencia de Dios le llevó a compartir su experiencia en Diez razones para creer en Dios, publicado por Albada y que recoge, como él mismo define “el fruto de un cambio de perspectiva vital. De una conversión progresiva y renovadora”. 

¿Cómo llegas a afirmar que Dios existe a través de la razón?

– Desde el instituto o un poco antes quizás, yo tengo un interés genuino y auténtico en saber si Dios existe. Es un interés que creo que debería tener cualquiera porque, si Dios existe, cambia radicalmente todo lo que pensamos que es el mundo. Nuestra vida pasa de ser una casualidad temporal a lo que es de verdad, una vida creada por Dios para la eternidad, para ser su familia.

Ese interés hizo que empezara a investigar y a leer. Empecé a leer textos filosóficos, textos que hablan de Dios y de Cristo, que hablan de la Biblia, la Biblia en sí misma. 

Al final, ese interés me lleva desde intentar saber quién es Dios y si existe, a descubrir de manera evidente que Dios existe y que se ha revelado en la Biblia y se ha hecho hombre en la historia. 

Dios no es un mito, Dios es una operación en la historia de algo sobrenatural.

Tú puedes llegar a la verdad de manera razonada porque hay pruebas evidentes de que Dios existe. Hay pruebas de que hay un problema humano que es el mal, el pecado, hay una necesidad de solucionar ese mal y, como el ser humano es incapaz, lo hace Dios por nosotros.

Cuando ves que es Dios operando en la historia y que es un Dios que ha dejado pruebas en la historia de su existencia, el último paso es asumir que hay cosas que tú no has visto pero crees que han sido así porque Dios las ha hecho por ti, como la Muerte y Resurrección de Jesús.

A esto la gente puede responder que, si es tan evidente, ¿por qué no cree todo el mundo?

– La Biblia dice “nadie viene a Mí si no lo atrae el Padre”. Es algo que se escapa a nuestro control. Es la misma razón por la cual los fariseos no eran capaces de ver que se estaba cumpliendo el Antiguo Testamento en Jesús. No es algo que dependa de nosotros; al final es algo que bíblicamente se escapa a nuestro control. El ser humano, desde el primer momento, ha querido su autonomía y su libertad para no obedecer a Dios. Poca cosa podemos hacer, más allá de explicarle a la gente que tengamos alrededor que Dios es verdad y lo que significa vivir cristianamente.

¿Qué te llevó a escribir “10 razones para creer en Dios”?

– Fueron dos cosas las que me llevaron a hacerlo. La primera, que hay mucha gente creyente, humilde, servicial y fiel, que se avergüenza de comunicar abiertamente que creen en Dios porque la sociedad les ha empujado a pensar que creer en Dios es una actitud idiota. En realidad, lo que está falto de razón es no creer en Dios. El 90 % de ateos que nos encontramos en la vida no han leído la Biblia. La mayoría de ateos desconocen la precisión, la coherencia y la finura de los escritos bíblicos. 

Eso me lleva a la segunda razón. Lo comunico porque hay una batalla en marcha. Es una guerra entre Dios y los enemigos de Dios, que tenemos que luchar y tenemos que ganar. Esta guerra se gana convenciendo a la gente de que Dios quiere que seamos su familia.

Hay una fuerza maligna en contra de esto que nos está arrastrando a una sociedad que nadie quiere. El mal ha conseguido ensuciar incluso uno de los regalos más bonitos de Dios, que es el sexo. Ha conseguido convertirlo en algo tan feo que parece que es pecado todo lo del sexo, cuando no es verdad.

El mal opera así. Intoxica a la gente con ideas, con productos, idolatrías, egoísmos, avaricias y ambiciones. El mal nos arrastra a estar en contra de Dios y a ser más tristes.

Hablas del mal…, hoy, ¿nos cuesta hablar claramente del demonio?

– Cuando la gente habla del demonio, la imagen que nos ha quedado es la del dios griego Pan, un hombre con patas de cabra y cuernos, pero no. Satanás es aquello que queremos, de la manera más bella posible. Satanás es un seductor, no un monstruo. Su gran placer es la desobediencia a Dios.

El otro día hablaba con una sexóloga no creyente que me decía exactamente lo que dice la Biblia sobre la pornografía. Hablaba de los estudios que dicen que la pornografía afecta a las relaciones y yo me acordaba del Salmo 101 que dice “Pórtate en tu casa con rectitud de corazón y no pongas cosas perversas ante tus ojos”.

Hace falta que el Espíritu nos guíe y nos enseñe a vivir de manera recta, en acuerdo con lo que Dios nos pide y fructificando para que nuestro entorno sea feliz. Dios exige felicidad y Satanás nos pide otras cosas.

Hay dos amores, el “eros” y el “caritas”. El “eros” quiere algo, el “caritas” da. Ese es el resumen. Entonces si es uno u otro, sabes quién te está poniendo eso en el corazón.

La Iglesia hoy ¿sigue teniendo la fuerza de los doce apóstoles que se lanzaron al mundo? ¿O se ha acomodado?

– Yo no soy nadie, pero en Romanos 12 san Pablo dice: “No os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. Yo creo que la Iglesia debe ser radical y extremista, porque así es el mensaje de Jesús.

El mensaje de Jesús no es “vivid como hasta ahora y congregaos los domingos”. Su mensaje es una vida nueva, nacer de nuevo y renovar la mente. La Biblia nos lo dice, que no nos adaptemos. Yo veo mucha “adaptación” y lo que la gente quiere es radicalidad.

Hemos suavizado el mensaje, de manera que a la gente le da igual creer o no porque no cambia nada en su vida, pero la Iglesia es lo contrario. La Iglesia es gente que sabía que lo iba a pasar mal pero que es urgente que las personas cambien.

La Biblia es radical, porque va al fundamento del corazón humano y pide cambios extremos. Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento amenaza con grandes catástrofes si sigue la rebelión. Estamos viviendo cosas hoy en día que, hasta cierto punto, están recogidas en la carta a los Romanos o en Isaías.

Tenemos una verdad preciosa, importantísima, radical y urgente, que deberíamos tratar como tal. Es un cambio de vida y no podemos tener miedo a asustar a nadie. Al contrario, la gente quiere respuestas. En las homilías debe haber fuego para mover a la gente.

Esa radicalidad se pierde si nos adaptamos al mundo. El cristianismo no es un medio camino. Eso pasó conmigo, yo creía intelectualmente en la verdad pero eso no fructificaba en mi vida. Cuando el Espíritu cambió mi vida, fructificó.

Desde el principio has dicho que todo cambia cuando uno dice que Dios existe, ¿Cómo cambia tu vida desde que te das cuenta de que Dios existe y recibes el don de la fe?

– Yo hace años entendí que Dios existe, que se ha revelado en la Biblia y que se ha hecho hombre para salvarnos, pero el Espíritu sopla allá donde quiere y, hasta que el Espíritu no me permitió entender esta verdad, no pude creer.

El gran cambio está escrito en el Salmo 1, el cual dice que Dios promete una cosa a los creyentes: que si tú meditas la Palabra día y noche, si sigues la voluntad de Dios, serás un árbol que crece a la vera de un río, que fructifica abundantemente. La gracia de esta imagen es que el árbol nunca fructifica para comer el fruto, porque sería absurdo, sino que el árbol fructifica para que otros coman el fruto. Eso es lo que yo he experimentado en mi vida conversa. Tú fructificas para que otros vivan mejor. Bíblicamente eso debería ser una prueba personal de tu conversión, si estás fructificando para los otros, si estás de corazón viviendo para los otros. Y no estoy hablando de que seamos intachables, sino que de corazón amemos, y eso se transforme en una vida mejor para las personas que tenemos alrededor. Que la gente pueda decir, incluso sin ser creyente, “Gloria a Dios”, porque tú eres cristiano y eso es mejor para ellos.

¿La reacción de tu entorno fue ese “Gloria a Dios” del que hablas?

– Creo que sí, pero me es difícil hablar por los otros. Sí que es verdad que Aitana, mi mujer, lo dice. Ella cree sinceramente que ha cambiado la vida. Creo que mis hijos pueden decirlo también y mis compañeros de trabajo son mejores y más afortunados por el hecho de que yo sea cristiano. Así es como debe ser.

Hay una cosa objetiva. Las charlas, los libros, etcétera hacen que perciba que mi conversión toca a mucha gente. Incluso hay personas que han leído el libro y se han bautizado. Son cosas muy bonitas y al final es Dios quien está operando a través de sus herramientas, por lo que no es ningún mérito mío. El mérito es dejar que el Espíritu fluya y ser conducto de gracia y bendiciones.

En tu núcleo familiar, con tu mujer y tus hijos, ¿vivís la fe? ¿Tu mujer era ya creyente?

– Sí, ella me ha enseñado cosas muy bonitas sobre la bondad y ha sido la compañera perfecta para este proceso. Me ha acompañado

– Sí, ella me ha enseñado cosas muy bonitas sobre la bondad y ha sido la compañera perfecta para este proceso. Me ha acompañado con compresión, entusiasmo y paciencia.

10 razones para creer en Dios

Autor: Oriol Jara
Editorial: Albada
Páginas: 156
Ciudad: Barcelona
Año: 2022

 

 

 

 

 

 

Aparte de la Biblia, ¿qué lecturas te han ayudado?

– Nos falta mucho conocer la Biblia. Si no conocemos bien la Biblia nos van a hacer daño a los cristianos. La Biblia no es un libro canalizado, no es que el autor se quedara en trance y al despertar tuviera el texto escrito. Dios ha utilizado autores, con su cultura, sus lecturas y conocimientos para comunicar su mensaje. La Biblia no es solo un relato histórico, es una lectura teológica de los hechos.

Entonces yo como lectura recomiendo una que son seis volúmenes, con la que yo di un salto cualitativo extremo en mi camino de conversión, que es “Un judío marginal” de John P. Meier. Meier, que ya falleció, es un teólogo y sacerdote norteamericano. El libro habla del Jesús histórico y está muy bien documentado.

Otro libro, que quizá es intelectualmente más complejo, es “Dios existe” de Antony Flew. Era un filósofo ateo muy famoso que se convirtió porque la ciencia y la filosofía le estaban demostrando que Dios existe. Luego, para la gente muy interesada en la ciencia hay un libro que se llama “Disparando contra Dios”.

Además, tener una Biblia de estudio es fantástico. O ya en un nivel más elevado las “Confesiones” de san Agustín o “La Ciudad de Dios”.