Las Noticias de hoy 13 Julio 2023

Enviado por adminideas el Jue, 13/07/2023 - 11:24

 

Hombre Leyendo Un Libro En Un Sofá Fotos, Retratos, Imágenes Y Fotografía  De Archivo Libres De Derecho. Image 12529671.

Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    jueves, 13 de julio de 2023      

Indice:

ROME REPORTS

Papa Francisco: “Necesitamos continuamente volver al santo altar"

Ángelus del Papa: “nuestra vida está llena de milagros”

MISIÓN SOBRENATURAL DE LA IGLESIA : Francisco Fernandez Carbajal

Evangelio del jueves: la proclamación del Reino

“La castidad es una virtud” : San Josemaria

Por una vida eucarística

Retiro de julio #DesdeCasa (2023)

¿Por qué buscan los cristianos obedecer a Dios?

UN RETO PARA EL VERANO: LEER UN LIBRO ESPIRITUAL (razones y recomendaciones) : Alberto García-Mina Freire

Cerebro, muerte, eternidad. : José Luis Velayos

Necesitamos volver al espíritu de la Iglesia primitiva : primeroscristianos

La checa de Trinitarios : Pedro Paricio Aucejo

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. GANAR LA BATALLA DECISIVA : José Martínez Colín 

Sacerdocio. Dos sacerdotes nuevos en Valladolid : Josefa Romo Garlito

El comunismo residual :  Jesús D Mez Madrid

El obispo Osio y su relación con Constantino : Santiago Leyra Curiá

 

ROME REPORTS

 

Papa Francisco: “Necesitamos continuamente volver al santo altar"

En el mes de julio oramos con el Papa para que la celebración de la Eucaristía este en el centro de la vida de cada católico: “la comunión eucarística con Jesús, Resucitado y Vivo para siempre, anticipa el domingo sin atardecer”.

 

Johan Pacheco

La Eucaristía fuente y culmen de la vida cristiana lleva al encuentro con Dios y el prójimo con el alimento del mismo Cristo que se queda con nosotros y nos envía al anuncio del Evangelio. Este mes, el Papa Francisco invita a rezar para que los católicos coloquen en el centro la celebración eucarística, y se viva el encuentro cercano con el Señor.

El Santo Padre dedicó una serie de catequesis sobre la Santa Misa, en una de ella recordó que “La eucaristía nos lleva siempre al vértice de las acciones de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido para nosotros, vierte sobre ustedes toda la misericordia y su amor, como hizo en la cruz, para renovar nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos” (22 noviembre 2017).

Así exhorta a dirigir la mirada a la cruz de Cristo, y en ella, contemplada también en el sacrificio de la Eucaristía encontrar cada día el supremo sacrifico de amor por la salvación de la humanidad, el alimento de su Cuerpo y su Sangre y su Palabra que hace comunión.

De allí se comprende que “la comunión eucarística con Jesús, Resucitado y Vivo para siempre, anticipa el domingo sin atardecer, cuando ya no haya fatiga ni dolor, ni luto, ni lágrimas sino solo la alegría de vivir plenamente y para siempre con el Señor” (13 diciembre 2017), que nos hace sus discípulos y testigos de su Evangelio que “en la misa no leemos para saber cómo fueron las cosas, sino que escuchamos el Evangelio para tomar conciencia de lo que Jesús hizo y dijo una vez; y esa Palabra está viva, la Palabra de Jesús que está en el Evangelio está viva y llega a mi corazón. Por esto, escuchar el Evangelio es tan importante, con el corazón abierto, porque es Palabra viva” (7 febrero 2018).

Se comprende entonces la preocupación del Santo Padre para que los miembros de la Iglesia, cuerpo de Cristo, vivamos la celebración de la Eucaristía como centro de la vida, sin ella no hay testigos del amor de Dios manifestado en la fracción del pan partido y compartido con sus discípulos.

Hoy los bautizados con el compromiso de la vida eucarística, son conscientes de que “llevando el tesoro de la unión con Cristo en vasijas de barro (2 Corintios 4, 7), necesitamos continuamente volver al santo altar, hasta cuando, en el paraíso, disfrutemos plenamente la bienaventuranza del banquete de bodas del Cordero (Apocalipsis 19, 9)”. (4 abril 2018).

Acompañemos al Santo Padre en su oración para que por medio de la celebración eucarística se pueda verdaderamente vivir un encuentro con Jesús y el prójimo en el caminar de una Iglesia en salida que celebra, se alimenta y vive la adoración de Eucaristía.    

 

Ángelus del Papa: “nuestra vida está llena de milagros”

En el XIV Domingo del Tiempo Ordinario, el Santo Padre advierte del riesgo de que “nuestro corazón pueda acostumbrarse y permanecer indiferente, o curioso pero incapaz de asombrarse, de dejarse “impresionar” por las obras de Dios”.

Mireia Bonilla – Ciudad del Vaticano

En este “Domingo del mar”, la liturgia de la Palabra nos propone una oración muy hermosa de Jesús con la que el Papa Francisco se ha detenido a reflexionar antes de rezar a la Madre del Cielo: 

“«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños»”

Lo primero sobre lo que reflexiona el Papa son “las cosas por las que Jesús alaba al Padre”. El Santo Padre recuerda que, poco antes, el Señor ha recordado algunas de sus obras: «Los ciegos ven […] los leprosos son purificados […] y la Buena Noticia es anunciada a los pobres» y ha revelado su significado diciendo que son los signos del obrar de Dios en el mundo.

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09/07/2023El Papa anuncia Consistorio para el 30 de septiembre

Para comprender la grandeza del amor se requiere “humildad”

“El mensaje, entonces, está claro – dice Francisco – Dios se revela liberando y sanando al hombre con un amor gratuito que salva. Por esto Jesús alaba al Padre, porque su grandeza consiste en el amor y no actúa nunca fuera del amor”. Pero – advierte – “esta grandeza en el amor no es comprendida por quien presume de ser grande y se fabrica un dios a su propia imagen: potente, inflexible, vengativo”. En otras palabras, “no consigue acoger a Dios como Padre quien es orgulloso y está lleno de sí mismo, preocupado solo por sus propios intereses, convencido de que no necesita a nadie”.

Los milagros son “las grandes cosas de Dios” y no un “espectacular evento”

El Papa Francisco prosigue reflexionando sobre el Evangelio del día, asegurando que “Jesús nombra a los habitantes de tres ciudades ricas de aquel tiempo: Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm, donde ha realizado numerosas curaciones, pero cuyos habitantes han permanecido indiferentes a su predicación”. “Para ellos – asegura el Santo Padre – los milagros han sido tan solo eventos espectaculares, útiles para ser noticia y alimentar las charlas; una vez agotado este interés pasajero, los han dejado de lado, quizá para ocuparse de otra novedad del momento. No han sabido acoger las grandes cosas de Dios”.

Los pequeños “están abiertos a Dios y dejan que sus obras los asombren”

Por último, el Papa explica que los pequeños, en cambio, saben acoger las cosas de Dios. “Los pequeños son aquellos que, como los niños, se sienten necesitados y no autosuficientes, están abiertos a Dios y dejan que sus obras los asombren. ¡Ellos saben leer sus signos y maravillarse por los milagros de su amor!” asegura el Papa y pregunta a los fieles presentes: " Cada uno de vosotros: ¿sabemos maravillarnos de las cosas de Dios o las tomamos como cosas pasajeras?".

Nuestra vida está llena de milagros

“Nuestra vida está llena de gestos de amor, signos de la bondad de Dios. Sin embargo, ante ellos, también nuestro corazón puede acostumbrarse y permanecer indiferente, o curioso pero incapaz de asombrarse, de dejarse “impresionar””. Es esta la conclusión final del Papa con la que nos advierte que ““impresionar” es un bonito verbo que hace pensar en la película fotográfica: “Este es la actitud correcta ante las obras de Dios: fotografiar en la mente sus obras, para que se impriman en el corazón, a fin de revelarlas en la vida mediante muchos gestos de bien, de modo que la “fotografía” de Dios-amor se haga cada vez más luminosa en nosotros y a través de nosotros”.

Consistorio del 30 de septiembre y llamamiento por Tierra Santa

Tras la oración mariana, el Papa expresa su cercanía a la Tierra Santa asolada por los disturbios y protestas contra la reforma judicial y los sangrientos sucesos de los últimos días en el norte de Cisjordania con los ataques aéreos sobre Yenín que se han cobrado 12 víctimas palestinas y un soldado israelí. Con ocasión del Domingo del Mar, Jornada Internacional de Oración que las Iglesias dedican a los marineros y a sus familias, Francisco dirigió su pensamiento a quienes trabajan en el mar, obligados durante semanas y meses a estar lejos de casa. A continuación, saludó a los universitarios ucranianos con un renovado llamamiento a silenciar las armas en el país del Este europeo. Saludos festivos a los polacos con motivo de la peregrinación a Jasna Gòra en Częstochowa. Por último, el anuncio sorpresa de un Consistorio para la creación, el próximo 30 de septiembre, de 21 nuevos cardenales. "Su procedencia expresa la universalidad de la Iglesia -dijo el Papa-, que sigue anunciando el amor misericordioso de Dios a todos los hombres de la tierra".

 

MISIÓN SOBRENATURAL DE LA IGLESIA

— La Iglesia anuncia el mensaje de Cristo y realiza su obra en el mundo.

— La misión de la Iglesia es de orden sobrenatural, pero no se desentiende de las tareas que afectan a la dignidad humana.

— Los cristianos manifiestan su unidad de vida en la promoción de obras de justicia y de misericordia.

I. Jesús consuma la obra de la Redención con su Pasión, Muerte y Resurrección. Tras su Ascensión al Cielo, envía al Espíritu Santo, para que sus discípulos puedan anunciar el Evangelio y hacer a todos partícipes de la salvación. Los Apóstoles son, así, los obreros enviados a la mies por su dueño, los siervos enviados para llamar a los invitados a las bodas, y a los que encomienda llenar la sala del banquete1.

Pero además de esta misión, los Apóstoles representan a Cristo mismo y al Padre: el que a vosotros oye a Mí me oye, y el que a vosotros desecha a Mí me desecha, y el que me rechaza a Mí, rechaza al que me envió2. La misión de los Apóstoles quedará unida íntimamente a la misión de Jesús: como el Padre me envió, así también os envío Yo3. Precisamente será a través de ellos como la misión de Cristo se hará extensiva a todas las naciones y a todos los tiempos. La Iglesia, fundada por Cristo y edificada sobre los Apóstoles, sigue anunciando el mismo mensaje del Señor y realiza su obra en el mundo4.

El Evangelio de la Misa de hoy5 narra cómo Jesús urge a los Doce, a quienes acaba de elegir, para que salgan a cumplir su nueva tarea. Este primer cometido es preparación y figura del envío definitivo, que tendrá lugar después de la Resurrección. Entonces les dirá: Id..., predicad el Evangelio, haced discípulos a todas las naciones. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo6. Hasta la llegada de Jesús, los Profetas habían anunciado al pueblo escogido del Antiguo Testamento los bienes mesiánicos, a veces en imágenes acomodadas a su mentalidad todavía poco madura para entender la realidad que estaba ya próxima. Ahora –en esta primera misión apostólica–, Jesús envía a sus Apóstoles para que anuncien que el Reino de Dios prometido es inminente, poniendo de manifiesto sus aspectos espirituales. El Señor les concreta lo que han de predicar: el Reino de los Cielos está cerca. Nada les dice de la liberación del yugo romano que padecía la nación, o del sistema social y político en el que han de vivir, o de otras cuestiones exclusivamente terrenas. Ni vino Cristo para esto, ni para esto han sido ellos elegidos. Vivirán para dar testimonio de Cristo, difundir su doctrina y hacer partícipes de su salvación a todos los hombres. Este mismo camino siguió San Pablo. «Si le preguntamos qué cosas solía tratar en la predicación, él mismo las compendia así: nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y este, crucificado (1 Cor 2, 2). Hacer que los hombres conociesen más y más a Jesucristo, con un conocimiento que no se parase solo en la fe, sino que se tradujera en las obras de la vida, esto es en lo que se esforzó con todo el empeño de su corazón el Apóstol»7.

La Iglesia, continuadora en el tiempo de la obra de Jesucristo, tiene la misma misión sobrenatural que su Divino Fundador transmitió a los Apóstoles. «Para esto ha nacido la Iglesia: para, dilatando el Reino de Cristo por toda la tierra, hacer partícipes a todos los hombres de la redención salvadora, y, por medio de ellos, orientar verdaderamente todo el mundo hacia Cristo»8. Su misión trasciende los movimientos sociales, las ideologías, las reivindicaciones de grupos...; al mismo tiempo, desde una nueva perspectiva y solicitud, está hondamente interesada por todos los problemas humanos, y trata de orientarlos al fin sobrenatural y verdaderamente humano del hombre.

II. Id y predicad diciendo que el Reino de los Cielos está al llegar. La misión de nuestra Madre la Iglesia es dar a los hombres el tesoro más sublime que podemos imaginar, conducirlos a su destino sobrenatural y eterno a través principalmente de la predicación y de los sacramentos: «este, y no otro, es el fin de la Iglesia: la salvación de las almas, una a una. Para eso el Padre envió al Hijo, y yo os envío también a vosotros (Jn 20, 21). De ahí el mandato de dar a conocer la doctrina y de bautizar, para que en el alma habite, por la gracia, la Trinidad Beatísima»9. El mismo Jesús nos anunció: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia10. No se refería el Señor a una vida terrena cómoda y sin dificultades, sino a la vida eterna. Vino a liberarnos principalmente de aquello que nos impide alcanzar la vida definitiva: el pecado, que es el único mal absoluto. Así nos da también la posibilidad de superar las múltiples consecuencias del pecado en este mundo: la angustia, las injusticias, la soledad..., o de llevarlas por Dios con alegría cuando no se pueden evitar, convirtiendo el dolor en sufrimiento fecundo que conquista la eternidad.

La Iglesia no toma partido por opciones temporales determinadas, como no lo hizo su Maestro. Quienes, sin fe, le vieron casi solo en la cruz, pudieron pensar que había fracasado, «precisamente por no optar por una de las soluciones humanas: ni judíos ni romanos le siguieron. Pero no; fue precisamente lo contrario: judíos y romanos, griegos y bárbaros, libres y esclavos, hombres y mujeres, sanos y enfermos, todos van siguiendo a ese Dios hecho hombre, que nos ha liberado del pecado, para encaminarnos a un destino eterno, donde únicamente se cumplirá la verdadera realización, libertad y plenitud del hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, y cuya aspiración más profunda rebasa cualquier tarea pasajera, por noble que sea»11.

La Iglesia tiene como misión llevar a sus hijos a Dios, a su destino eterno. Pero no se desentiende de las tareas humanas; por su misma misión espiritual, mueve a sus hijos y a todos los hombres a que tomen conciencia de la raíz de donde provienen todos los males, y urge a que pongan remedio a tantas injusticias, a las deplorables condiciones en que viven muchos hombres, que constituyen una ofensa al Creador y a la dignidad humana. La esperanza en el Cielo «no debilita el compromiso en orden al progreso de la ciudad terrena, sino por el contrario le da sentido y fuerza. Conviene ciertamente distinguir bien entre progreso terreno y crecimiento del Reino, ya que no son del mismo orden. No obstante, esta distinción no supone una separación, pues la vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que confirma su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para desarrollar su vida temporal»12.

Nosotros somos corredentores con Cristo, y hemos de preguntarnos si llevamos a nuestros familiares y amigos el don más preciado que tenemos: la fe en Cristo; y junto a este bien incomparable, nos sentimos movidos, charitas enim Christi urget nos13, nos urge la caridad de Cristo, a promover a nuestro alrededor un mundo más justo y mas humano.

III. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos...

Desde el comienzo de la Iglesia, los fieles cristianos llevaban la fe por todas partes, y también desde aquellos primeros momentos una multitud de cristianos «han dedicado sus fuerzas y sus vidas a la liberación de toda forma de opresión y a la promoción de la dignidad humana. La experiencia de los santos y el ejemplo de tantas obras de servicio al prójimo constituyen un estímulo y una luz para las iniciativas liberadoras que se imponen hoy»14, quizá con más urgencia que en otras épocas.

La fe en Cristo nos mueve a sentirnos solidarios de los demás hombres en sus problemas y carencias, en su ignorancia y falta de recursos económicos. Esta solidaridad no es «un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas», sino «la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos»15. La fe nos lleva a sentir un hondo respeto por las personas, por toda persona, a no permanecer jamás indiferentes ante las necesidades de los demás: curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, arrojad a los demonios... Seguir a Cristo se manifestará en obras de justicia y de misericordia, en el interés por conocer los principios de la doctrina social de la Iglesia y en llevarlos a cabo en primer lugar en nuestro propio ámbito, donde se desarrolla nuestra vida.

De cada uno de nosotros se debería poder decir al final de la vida que, como Jesucristo, pasó haciendo el bien16: en la familia, en los compañeros de trabajo, en los amigos, en aquellos que encontramos en el camino por cualquier motivo. «Los discípulos de Jesucristo hemos de ser sembradores de fraternidad en todo momento y en todas las circunstancias de la vida. Cuando un hombre o una mujer viven intensamente el espíritu cristiano, todas sus actividades y relaciones reflejan y comunican la caridad de Dios y los bienes del Reino. Es preciso que los cristianos sepamos poner en nuestras relaciones cotidianas de familia, amistad, vecindad, trabajo y esparcimiento, el sello del amor cristiano, que es sencillez, veracidad, fidelidad, mansedumbre, generosidad, solidaridad y alegría»17.

1 Cfr. Mt 9, 38; Jn 4, 38; Mt 22, 3. — 2 Lc 10, 16. — 3 Jn 20, 21. — 4 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 3. — 5 Mt 10, 7, 15 — 6 Cfr. Mc 16, 15; Mt 28, 18-20. — 7 Benedicto XV, Enc. Humani generis Redemptionem, 15-VI-1917. — 8 Conc. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 2. — 9 San Josemaría Escrivá, Amar a la Iglesia, Palabra, Madrid 1986, p. 49 — 10 Jn 10, 10. — 11 J. M. Casciaro, Jesucristo y la sociedad política, Palabra, 3ª ed., Madrid 1973, p. 114 — 12 S. C. para la doctrina de la fe, Instr. Libertad cristiana y liberación, 22-II-1986, 60. — 13 2 Cor 5, 14. — 14 S. C. para la doctrina de la fe, o. c., 57. — 15 Juan Pablo II, Enc. Sollicitudo rei socialis, 3-XII-1987, 38. — 16 Cfr. Hech 10, 38 — 17 Conferencia Episcopal Española, Instr. Past. Los católicos en la vida pública, 22-IV-1986, 111.

 

 

Evangelio del jueves: la proclamación del Reino

Comentario del jueves de la 14.ª semana del tiempo ordinario. "Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios". Jesús nos recuerda que el Reino de los Cielos está en los bienes espirituales, pero también en ayudar materialmente al que lo necesita.

Evangelio (Mt 10,7-15)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus Apóstoles: Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca: curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni otra túnica, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento.

Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa saludad; si la casa se lo merece, la paz que deseáis vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra, que a aquel pueblo.


Comentario

El evangelio de la misa de hoy nos muestra la misión universal del cristiano: predicar el Evangelio.

Jesús nos enseña que predicar el Evangelio incluye tanto las obras de misericordia materiales como las espirituales. No solo es resucitar a los muertos entendido como buscar que todas las personas alcancen la vida eterna. Jesús también quiere que busquemos mejorar las condiciones materiales de las personas necesitadas: que cuidemos enfermos, limpiemos leprosos, etc… Nos recuerda que debemos buscar mejorar las condiciones de vida de aquellos que sufren, debemos buscar su bien material.

Pero Jesús no se queda en un plano puramente material, sino que quiere que todo hombre conozca el Evangelio, conozca Su mensaje. Cada cristiano está llamado a llevar el mensaje de alegría del cristiano. El que busca a Cristo no necesita nada más, es Cristo el que llena por completo las ansias de felicidad del hombre. Cristo es la respuesta, él colma al hombre por completo.

Tantas veces, nos aferramos a los bienes materiales. Intentamos tener siempre más. Ponemos nuestra felicidad en las cosas materiales. Jesús nos recuerda que debemos desprendernos de lo material para poder aferrarnos sólo a Él. En nuestra vida, muchas veces prevalece el tener al ser. Y Jesús nos recuerda que, para cumplir la misión de predicar el Evangelio, no necesitamos tener cosas, sino fiarnos de Jesús al cien por cien.

Muchas personas se encuentran desconsoladas por el sufrimiento y el dolor. El cristiano está llamado a ayudar al que sufre. Pero también a mirar más arriba, a mirar a Jesús, a mirar el Reino de los Cielos. Podemos pedirle a Jesús que nos transmita y contagie el afán por evangelizar a los que nos rodean.

 

“La castidad es una virtud”

Me escribías, médico apóstol: “todos sabemos por experiencia que podemos ser castos viviendo vigilantes, frecuentando los Sacramentos y apagando los primeros chispazos de la pasión sin dejar que tome cuerpo la hoguera. Y precisamente entre los castos se cuentan los hombres más íntegros, por todos los aspectos. Y entre los lujuriosos dominan los tímidos, egoístas, falsarios y crueles, que son características de poca virilidad”. (Camino, 124)

13 de julio

Tu comportamiento no ha de limitarse a esquivar la caída, la ocasión. No ha de reducirse de ninguna manera a una negación fría y matemática. ¿Te has convencido de que la castidad es una virtud y de que, como tal, debe crecer y perfeccionarse? No basta, insisto, ser continente, cada uno según su estado: hemos de vivir castamente, con virtud heroica. Esta postura comporta un acto positivo, con el que aceptamos de buena gana el requerimiento divino: praebe, fili mi, cor tuum mihi et oculi tui vias meas custodiant, entrégame, hijo mío, tu corazón, y extiende tu mirada por mis campos de paz.

Y te pregunto ahora: ¿cómo afrontas esta pelea? Bien conoces que la lucha, si la mantienes desde el principio, ya está vencida. Apártate inmediatamente del peligro, en cuanto percibas los primeros chispazos de la pasión, y aun previamente. Habla además enseguida con quien dirija tu alma; mejor antes, si es posible, porque, si abrís el corazón de par en par, no seréis derrotados. Un acto y otro forman un hábito, una inclinación, una facilidad. Por eso hay que batallar para alcanzar el hábito de la virtud, el hábito de la mortificación para no rechazar al Amor de los Amores.

Meditad el consejo de San Pablo a Timoteo: te ipsum castum custodi, para que también estemos siempre vigilantes, decididos a custodiar ese tesoro que Dios nos ha entregado. A lo largo de mi vida, a cuántas personas he oído exclamar: ¡ay, si hubiera roto al principio! Y lo decían llenas de aflicción y de vergüenza. (Amigos de Dios, 182)

 

Por una vida eucarística

El Papa Francisco anima a los cristianos a orar para lograr una vida eucarística, que “transforma profundamente las relaciones humanas y abre al encuentro con Dios y con los hermanos”.

06/07/2023

 

Si al salir de misa estás igual que como entraste, algo no funciona. 

La Eucaristía es la presencia de Jesús, es profundamente transformadora. Jesús viene y te tiene que transformar. 

En ella, es Cristo quien se ofrece, quien se da por nosotros, nos invita a que nuestra vida se alimente de él y alimente la de nuestros hermanos. 


Enlaces relacionados¿Por que ir a misa el domingo?  Momentos especiales de la predicación de san Josemaría sobre la Eucaristía


La celebración de la Eucaristía es un encuentro con Jesús resucitado y, al mismo tiempo, una forma de abrirnos al mundo como Él nos enseñó. 

Cada vez que participamos en una Eucaristía, Jesús viene y Jesús nos da la fuerza para amar como Él amó. Porque nos da el valor de salir al encuentro, salir de nosotros mismos y abrirnos con amor a los demás. 

Oremos para que los católicos pongan en el centro de su vida la celebración de la Eucaristía, que transforma las relaciones humanas y abre al encuentro con Dios y con los hermanos.

Oración de la intención mensual del Papa Francisco

Intenciones mensuales anteriores. Las intenciones son confiadas mensualmente a la Red Mundial de Oración del Papa con el objetivo de difundir y concienciar sobre la imperiosa necesidad de orar y actuar por ellas.

 

 

Retiro de julio #DesdeCasa (2023)

Esta guía es una ayuda para hacer por tu cuenta el retiro mensual, allí dónde te encuentres, especialmente en caso de dificultad de asistir en el oratorio o iglesia donde habitualmente nos reunimos para orar.

03/07/2023

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∙ Descarga el retiro mensual #DesdeCasa (PDF)
1. Introducción.
2. Meditación I. Parábola del sembrador.
3. Meditación II. Parábola de la cizaña.
4. Charla.
5. Lectura espiritual.
6. Examen de conciencia.

Retiro de julio #DesdeCasa (2023) from Opus Dei

Introducción. Acoger el don de Dios y hacerlo fructificar con nuestra libertad

“Ante todo quiero decirle a cada uno la primera verdad: “Dios te ama”. Si ya lo escuchaste no importa, te lo quiero recordar: Dios te ama. Nunca lo dudes, más allá de lo que te suceda en la vida. En cualquier circunstancia, eres infinitamente amado. Quizás la experiencia de paternidad que has tenido no sea la mejor, tu padre de la tierra quizás fue lejano y ausente o, por el contrario, dominante y absorbente. O sencillamente no fue el padre que necesitabas. No lo sé. Pero lo que puedo decirte con seguridad es que puedes arrojarte seguro en los brazos de tu Padre divino, de ese Dios que te dio la vida y que te la da a cada momento. Él te sostendrá con firmeza, y al mismo tiempo sentirás que Él respeta hasta el fondo tu libertad.

Para Él realmente eres valioso, no eres insignificante, le importas, porque eres obra de sus manos. Por eso te presta atención y te recuerda con cariño. Tienes que confiar en el «recuerdo de Dios: su memoria no es un “disco duro” que registra y almacena todos nuestros datos, su memoria es un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal». No quiere llevar la cuenta de tus errores y, en todo caso, te ayudará a aprender algo también de tus caídas. Porque te ama. Intenta quedarte un momento en silencio dejándote amar por Él. Intenta acallar todas las voces y gritos interiores y quédate un instante en sus brazos de amor.

Es un amor «que no aplasta, es un amor que no margina, que no se calla, un amor que no humilla ni avasalla. Es el amor del Señor, un amor de todos los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que cura y que levanta. Es el amor del Señor que sabe más de levantadas que de caídas, de reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad que de condenar, de futuro que de pasado».

Cuando te pide algo o cuando sencillamente permite esos desafíos que te presenta la vida, espera que le des un espacio para poder sacarte adelante, para promoverte, para madurarte. No le molesta que le expreses tus cuestionamientos, lo que le preocupa es que no le hables, que no te abras con sinceridad al diálogo con Él. Cuenta la Biblia que Jacob tuvo una pelea con Dios (cf. Gn 32,25-31), y eso no lo apartó del camino del Señor. En realidad, es Él mismo quien nos exhorta: «Vengan y discutamos» (Is 1,18). Su amor es tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo”.

Papa Francisco, Ex. Ap. Christus vivit, nn. 112-117.

Primera meditación

Opción 1. Meditación: Parábola del sembrador. 

Opción 2. Textos de san Josemaría sobre esta escena del Evangelio.

Segunda meditación

Opción 1. Meditación: Parábola de la cizaña.

Opción 2. San Josemaría, El trigo y la cizaña. Homilía La Ascensión del Señor a los cielos, n. 123.

Charla

Madurez, plenitud humana. Una personalidad armónica. Una personalidad que se identifique con Cristo (J. Sesé).

Lectura

Homilía de san Josemaría.La libertad don de Dios. (audio y texto)

Examen de conciencia

Acto de presencia de Dios

1. «Salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla (...) parte cayó en tierra buena y comenzó a dar fruto» (Mt 13, 3-8). ¿Confío en la fuerza de la semilla que el Señor ha dejado en mi alma? ¿En qué puedo ser más paciente conmigo mismo y con los demás, sin desanimarme cuando los esfuerzos parece que no dan el fruto deseado?

2. «¿Deseo ser esa tierra buena que se deja transformar por la Palabra de Dios? Por todos los caminos honestos de la tierra quiere el Señor a sus hijos, echando la semilla de la comprensión, del perdón, de la convivencia, de la caridad, de la paz. Tú, ¿qué haces?» (Forja, n. 373).

3. A cada uno de nosotros Dios nos ha dado talentos o cualidades diferentes y espera que los hagamos fructificar. ¿Cómo agradezco al Señor lo que me ha regalado y cómo busco maneras creativas de poner mis cualidades a su servicio, para acercar almas a Dios?

4. Un hombre «sembró buena semilla en su campo. Pero (...) vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue» (Mt 13, 24-25). ¿Sé convivir con la imperfección propia, ajena y de las instituciones? ¿Le pido al Señor que eso no me desanime y que sepa tener una mirada comprensiva y sobrenatural?

5. Ante las dificultades, ¿procuro recordar con san Pablo que «todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios» (Rm 8, 28)? ¿En qué aspectos podría crecer mi seguridad en que Dios saca bienes incluso de las circunstancias más difíciles o negativas?

6. «Mis elegidos consumirán la obra de sus manos. No se fatigarán en vano (...) porque serán semilla bendita del Señor (...). Antes de que me llamen yo les responderé, aún estarán hablando, y ya los habré escuchado» (Is 65,23-24). Movido por la confianza en Dios, ¿trato de superar los obstáculos que me encuentro cuando intento acercar a alguien al Señor? ¿Rezo y busco formas de ayudar a esas personas?

Acto de contrición

 

¿Por qué buscan los cristianos obedecer a Dios?

«Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Juan 4, 34). Así describe Jesús toda su vida, como una llamada a vivir en libertad, haciéndose servidor de todos, por medio del amor.

Preguntas sobre la fe cristiana ¿Por qué buscamos obedecer a Dios? «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Juan 4, 34). Así describe Jesús toda su vida: una llamada a la libertad y el servicio por amor.

09/03/2023

Sumario

  1. ¿Qué es la obediencia?
  2. ¿Por qué se busca obedecer a Dios?
  3. ¿Hay que obedecer a la Iglesia?
  4. ¿Con qué disposición se obedece a Dios?
  5. ¿Es la obediencia lo opuesto a la libertad?
  6. Textos complementarios que te pueden interesar

1. ¿Qué es la obediencia?

El diccionario define obedecer como “cumplir la voluntad de quien manda”. El verbo que utilizamos, sin embargo, proviene de la combinación latina ob-audire, es decir, “escuchar hacia”, por lo que demuestra la actitud de escucha de quien obedece. De esta escucha nace la posibilidad de conocer la voluntad del otro, entenderla y hacerla propia. De ese modo, uno se esfuerza por cumplir esa voluntad: es lo que llamamos obedecer.

En la relación de los hombres con Dios, se llama “obediencia de la fe” a la respuesta del hombre a Dios, que es el primero en darse a conocer. Ante la realidad de Dios, el hombre somete su inteligencia y voluntad, asintiendo de esta forma con todo su ser a Dios, que ha salido a su encuentro (cfr. Catecismo, 143).

“Obedecer en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma” (Catecismo, 144). Cuando Dios se revela y transmite al hombre su plan de salvación, el hombre entiende que puede confiar plenamente en Él, responder libremente a Dios y disponerse para cumplir su voluntad.

En la biblia hay muchos ejemplos de obediencia a Dios: desde Abraham, que obedeció a Dios y así se convirtió en padre del pueblo elegido, hasta María, que con su sí hizo posible la Encarnación del Hijo de Dios. Continuamente encontramos personajes que reciben un mensaje de Dios y se fían de Él, poniendo en práctica lo que el Señor les propone en relación con su propia vida, la historia del pueblo de Israel, etc.

En su carta a los filipenses, san Pablo alaba a Cristo que obedeció hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2, 8). Con su obediencia, que es la cumbre de la historia de la relación de los hombres con Dios, Cristo nos trajo la salvación que habíamos perdido tras la desobediencia de Adán y Eva. A partir de la venida de Cristo, los hombres podemos volver a escuchar la Palabra de Dios y seguirla de una forma nueva.

También los santos son ejemplo de obediencia a Dios: mediante la oración, entienden cuál es el plan de Dios para su vida, y lo llevan a cabo viviendo de forma plena, cumpliendo la misión que Dios tiene para cada uno.

2. ¿Por qué se busca obedecer a Dios?

Entre todas las criaturas, el ser humano fue la única que Dios hizo a su imagen y semejanza, lo que implica que somos capaces de conocerlo y amarlo y de comprender el orden de las cosas por Él establecido.

El hombre mira hacia Dios y encuentra en Él su realización, porque percibe la relación entre criatura y creador como una dependencia de amor: nacemos del amor y al amor somos ordenados. Y así, al asimilar el hecho de que todo el orden de la creación está dirigido a su realización en Dios, cada persona se siente llamada a buscar libremente la bienaventuranza divina mientras va conformándose con el bien por Él establecido.

La obediencia que todo ser humano ha de vivir se concreta en la búsqueda por identificarse con su Creador, en rescatar y hace relucir en su vida aquella identidad y semejanza inicial. Pero la imagen perfecta de Dios es el Verbo, que se encarnó para nuestra salvación y “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre” (Gaudium et Spes, 22.1). “En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original” (Catecismo, 1701). En consecuencia, nuestra identificación plena con Dios pasa por la identificación con Jesucristo. Cristo es el camino para unirnos con Dios. Somos Hijos de Dios en Cristo, hijos en el Hijo. Y nuestra conciencia filial nos lleva a tener con relación a la voluntad del Padre la misma disponibilidad que tuvo Cristo. Por la fe se tiene confianza en que Cristo, que es el Señor de todas las cosas, es también Señor nuestro, sabe cuál es nuestro verdadero bien y nos conduce a la grandeza y dignidad humana.

Cristo nos exhorta a cumplir sus mandamientos para comportarnos, como Él, como hijos del Padre y permanecer en su amor:

Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que tengan mi alegría y así su alegría sea completa. (Juan 15, 10-11)

Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención (cfr. Lumen Gentium, 3) La motivación de un cristiano en buscar obedecer a Dios está en el reconocimiento de esta virtud como un camino real para alcanzar la felicidad a la que están llamados los hijos de Dios.

Jesucristo nos presenta el testimonio de una obediencia al Padre que nos lleva al amor entre nosotros, pues Él entregó su vida para la salvación de la humanidad. Con Cristo, la identificación divina a la cual todos somos llamados se hace más tangible, ya que al hacernos cristianos pasamos a ser hijos en el Hijo de Dios. Así, la obediencia a la voluntad divina gana el relieve de una obediencia filial, que puede introducirnos en el plan divino de la Redención, haciéndonos colaborar con Cristo, llevando su mensaje de salvación a la humanidad.

Meditar con san Josemaría

Ahora (...) es una buena ocasión para examinar nuestros deseos de vida cristiana, de santidad; para reaccionar con un acto de fe ante nuestras debilidades, y confiando en el poder de Dios, hacer el propósito de poner amor en las cosas de nuestra jornada. Es Cristo que pasa, 96.

La fe nos lleva a reconocer a Cristo como Dios, a verle como nuestro Salvador, a identificarnos con Él, obrando como Él obró. Es Cristo que pasa, 106.

Dios nos llama a través de las incidencias de la vida de cada día, en el sufrimiento y en la alegría de las personas con las que convivimos, en los afanes humanos de nuestros compañeros, en las menudencias de la vida de familia. Dios nos llama también a través de los grandes problemas, conflictos y tareas que definen cada época histórica, atrayendo esfuerzos e ilusiones de gran parte de la humanidad. Es Cristo que pasa, 110.

Dios exige que, al obedecer, pongamos en ejercicio la fe, pues su voluntad no se manifiesta con bombo y platillo. A veces el Señor sugiere su querer como en voz baja, allá en el fondo de la conciencia: y es necesario escuchar atentos, para distinguir esa voz y serle fieles. Es Cristo que pasa, 17.

3. ¿Hay que obedecer a la Iglesia?

A lo largo de la historia del pueblo de Israel, Dios fue guiándoles hacia una vida en unión con Él. A través de ritos y alianzas, el pueblo hebreo fue aprendiendo a tratar a Dios. Un paso importante fue la recepción de las tablas de la ley, que Dios dio a Moisés: eran leyes que regulaban tanto el trato del hombre con Dios como las relaciones sociales. Los diez mandamientos indican las condiciones de una vida liberada de la esclavitud del pecado. El Decálogo es un camino de vida. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2057)

Después de la venida de Cristo, la Iglesia es la descendencia del pueblo de Dios en la tierra, y sigue buscando cumplir su voluntad para realizar su plan de redención. Este plan no es abstracto, intangible, sino que, de acuerdo con nuestra naturaleza — cuerpo y alma —, se concreta en acciones que nos ayudan a encontrar a Dios en nuestra vida. Por eso la Iglesia propone a sus hijos el modo de cumplir la voluntad de Dios, según lo que encontramos en la Biblia y lo que los cristianos de todos los tiempos han discernido: aparte de la ley natural, hay normas que impulsan nuestra vida espiritual: ir a misa los domingoshacer penitencia en determinados momentos del año… Son algunas directrices que indican por dónde queremos avanzar los cristianos. Estos mandamientos son pocos, porque la Iglesia cuenta con que cada cristiano busca con iniciativa crecer en su trato con Dios, pero al mismo tiempo, como buena madre, encontramos en la Iglesia enseñanzas que nos guían.

La Iglesia no quiere “añadir” preceptos, o “inventar” nuevas leyes. Se limita a custodiar lo que ha recibido de Cristo a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres (cfr. Lumen Gentium, n. 8), consciente de que ella misma debe obedecer a Dios para cumplir su misión.

Meditar con san Josemaría

Yo he visto con gozo a muchas almas que se han jugado la vida —como tú, Señor, usque ad mortem—, al cumplir lo que la voluntad de Dios les pedía: han dedicado sus afanes y su trabajo profesional al servicio de la Iglesia, por el bien de todos los hombres. Es Cristo que pasa, 19.

No cabe escudarse en razones aparentemente piadosas, para expoliar a los otros de aquello que les pertenece: si alguno dice: sí, yo amo a Dios, al paso que aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pero también se engaña el que regatea al Señor el amor y la reverencia —la adoración— que le son debidos como Creador y Padre Nuestro; y el que se niega a obedecer a sus mandamientos, con la falsa excusa de que alguno resulta incompatible con el servicio a los hombres, pues claramente advierte San Juan que en esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios y guardamos sus mandamientos. Porque el amor de Dios consiste en que observemos sus mandatos; y sus mandatos no son pesados. Amigos de Dios, 166.

No concibo que pueda haber obediencia verdaderamente cristiana, si esa obediencia no es voluntaria y responsable. Los hijos de Dios no son piedras o cadáveres: son seres inteligentes y libres, y elevados todos al mismo orden sobrenatural, como la persona que manda. Pero no podrá hacer nunca recto uso de la inteligencia y de la libertad —para obedecer, lo mismo que para opinar— quien carezca de suficiente formación cristiana. (...) Ciertamente, el Espíritu Santo distribuye la abundancia de sus dones entre los miembros del Pueblo de Dios —que son todos corresponsables de la misión de la Iglesia—, pero esto no exime a nadie, sino todo lo contrario, del deber de adquirir esa adecuada formación doctrinal. Conversaciones, 2.

4. ¿Con qué disposición se busca obedecer a Dios?

La obediencia a Dios está profundamente ligada al don sobrenatural de la fe, expresión del reconocimiento del Creador y Padre que ha fundado todo y que nos antecede en el amor. Al considerar esa lógica divina, surge la respuesta del hombre de confianza filial que, como no podría ser de otro modo, está permeada también de amor.

Sería equivocado considerar que la obediencia a Dios es una consecuencia del miedo, como si se estuviera delante de un castigador implacable. Es más coherente con la fe cristiana reconocerlo como un Buen Padre, cuya voluntad es lo mejor para sus hijos.

En la Carta Apostólica Patris Corde del Papa Francisco, la Iglesia asume como ejemplo la actitud de la obediencia de San José, llamándolo Padre en la obediencia. Su disposición es de una fe activa, con una docilidad que no tiene nada que ver con el conformismo y que no se deja arrastrar por los acontecimientos, sino que se basa en una escucha inteligente, a partir de la cual pudo alcanzar un grado de verdadera sabiduría del Señor para obrar conforme a los designios divinos (cfr. san Josemaría, Es Cristo que pasa, 42).

Por tanto, la obediencia cristiana tampoco es ciega, porque la voluntad de Dios no es arbitraria, sino que se manifiesta en la vida de cada hombre por medio de una vida de oración profunda. La disposición de una fe activa viene acompañada de poner los medios para descubrir la voluntad de Dios, lo que luego ordena activamente el entendimiento y la voluntad para seguirla y aceptar la responsabilidad consiguiente en cada acto de obediencia. Por fin, esa disposición es siempre humilde, porque la obediencia es la humildad de la voluntad. (Camino, 259)

Meditar con san Josemaría

Ahora, que te cuesta obedecer, acuérdate de tu Señor, factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis —¡obediente hasta la muerte, y muerte de cruz! Camino, 628

¡Oh poder de la obediencia! —El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano.

—Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron piscium multitudinem copiosam —una gran cantidad de peces.

—Créeme: el milagro se repite cada día. Camino, 629

No nos oculta el Señor que esa obediencia rendida a la voluntad de Dios exige renuncia y entrega, porque el Amor no pide derechos: quiere servir. Él ha recorrido primero el camino. Jesús, ¿cómo obedeciste tú? Usque ad mortem, mortem autem crucis, hasta la muerte y muerte de la cruz. Hay que salir de uno mismo, complicarse la vida, perderla por amor de Dios y de las almas. Es Cristo que pasa, 19

Obedece sin tantas cavilaciones inútiles... Mostrar tristeza o desgana ante el mandato es falta muy considerable. Pero sentirla nada más, no sólo no es culpa, sino que puede ser la ocasión de un vencimiento grande, de coronar un acto de virtud heroico.

No me lo invento yo. ¿Te acuerdas? Narra el Evangelio que un padre de familia hizo el mismo encargo a sus dos hijos... Y Jesús se goza en el que, a pesar de haber puesto dificultades, ¡cumple!; se goza, porque la disciplina es fruto del Amor. Surco, 378

5. ¿Es la obediencia lo opuesto a la libertad?

El Concilio Vaticano II dice que «la verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección» (Gaudium et spes, n. 17). Por eso, la libertad “alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1731). La libertad tiene como condición la ausencia de coacción externa e interna, pero su ejercicio consiste en el amor, en la autónoma adhesión a lo que se conoce como bien. Se ejercita rectamente la libertad que se adhiere al verdadero bien, al bien ordenado a la bienaventuranza que Dios nos ha preparado, y que solo se dará a quien libremente acoja la acción salvífica de Dios en Cristo. Efectivamente, nuestras elecciones nos acercan o nos alejan de Dios, nos hacen más felices cuando hacemos el bien, o infelices cuando lo rechazamos y elegimos algo desordenado.

Las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia nos muestran dónde está el verdadero bien. Quien ama a Dios se adhiere autónomamente al bien así conocido. Esto no quita la libertad, porque quien hace lo que ama, obra libremente. Lo que está en juego no es el ser más o menos libre, sino el amar los bienes que satisfacen completamente el corazón humano y llevan a la bienaventuranza eterna. Desde esa perspectiva la obediencia es camino para la libertad que lleva a la plenitud humana y cristiana del hombre. La libertad podría emplearse también para destruirse a sí mismo o a los demás, pero esa libertad no es un valor humano ni cristiano. Es solo una triste y trágica posibilidad.

La obediencia filial es siempre libre, incluso en las cosas arduas, pues, además de elegirse porque reconocemos bueno lo que se nos manda, está también movida por el amor a Quien nos ha dado el mandato: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos” (Juan 14, 15). Quien ama busca identificarse con el amado: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Juan 4, 34); “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22, 42).

Meditar con san Josemaría

Veritas liberabit vos; la verdad os hará libres. ¿Qué verdad es ésta, que inicia y consuma en toda nuestra vida el camino de la libertad? Os la resumiré, con la alegría y con la certeza que provienen de la relación entre Dios y sus criaturas: saber que hemos salido de las manos de Dios, que somos objeto de la predilección de la Trinidad Beatísima, que somos hijos de tan gran Padre. Yo pido a mi Señor que nos decidamos a darnos cuenta de eso, a saborearlo día a día: así obraremos como personas libres. No lo olvidéis: el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del dominio y del señorío propios de los que aman al Señor por encima de todas las cosas. Amigos de Dios, 26.

La libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad que rescata, cuando se gasta en buscar el Amor infinito de Dios, que nos desata de todas las servidumbres. Amigos de Dios, 27.

Nada más falso que oponer la libertad a la entrega, porque la entrega viene como consecuencia de la libertad. Amigos de Dios, 30.

Amar es... no albergar más que un solo pensamiento, vivir para la persona amada, no pertenecerse, estar sometido venturosa y libremente, con el alma y el corazón, a una voluntad ajena... y a la vez propia. Surco, 797.

El Reino de Cristo es de libertad: aquí no existen más siervos que los que libremente se encadenan, por Amor a Dios. ¡Bendita esclavitud de amor, que nos hace libres! Sin libertad, no podemos corresponder a la gracia; sin libertad, no podemos entregarnos libremente al Señor, con la razón más sobrenatural: porque nos da la gana. Es Cristo que pasa, 184.

Acto de identificación con la Voluntad de Dios: ¿Lo quieres, Señor?... ¡Yo también lo quiero! Camino, 762.

 

 

UN RETO PARA EL VERANO: LEER UN LIBRO ESPIRITUAL (razones y recomendaciones)

Esta charla es una invitación a iniciarse en la adicción a la lectura espiritual, una propuesta para introducir esta nueva costumbre en la vida diaria. Si no la vivíamos ya, lograrla este verano. Será una gran ayuda para nuestra vida cristiana sin que suponga un gran esfuerzo.

Muchos habremos adquirido la práctica cotidiana de leer algún pasaje de la Biblia, por ejemplo, el evangelio del día, y ese referente nos da pistas de los beneficios que la lectura espiritual traerá a nuestra relación con Dios y los demás. De cómo el Espíritu Santo se sirve de esta costumbre con una larga raigambre en la Iglesia. Bastan 10 minutos diarios, menos del 1% de nuestro tiempo diario. Es una inversión segura: a un ritmo de 8 páginas diarias se llega a leer 14 libros anuales de 200 páginas, y a 5 páginas diarias, 9 libros. En una década, los libros leídos varían entre 140-90 libros. Si están bien elegidos, podemos imaginar el inmenso tesoro de sabiduría y belleza que contienen. Sería una pena perder este manantial de luz y alimento espiritual.

Los lectores frecuentes (aquellos que leen libros al menos una vez a la semana) se sitúa en el 52% de los españoles[1]. El porcentaje que no lee nunca o casi nunca es del 35,2%. La falta de tiempo libre (44%) es su razón principal para no leer. El 30,6% señala que prefiere emplear su tiempo libre en otros entretenimientos como pasear, ver series o películas. El 29,3% de los no lectores manifiesta una falta de interés, y el 0,9% no lee por motivos de vista o salud. ¿Cuál es nuestro caso? Aunque carecer del hábito sea una dificultad objetiva, no es una excusa. Es más, lograr la práctica de 10 minutos diarios de lectura espiritual puede ser la vía para salir de ese mal. Leyendo, el hombre es más. La literatura “es un tesoro infinito de sensaciones, de experiencias y de vidas que están a nuestra disposición igual que lo estaban a la de Adán y Eva las frutas de los árboles del Paraíso”[2]. Las buenas lecturas nos mejoran, proporcionan un profundo conocimiento del alma humana, por eso aprender a leer es aprender a vivir. Es como un espejo que nos ayuda a conocernos, como una ventana que nos acerca la realidad, sin límite de espacio y tiempo.

Lo que puedes “encontrar” en un buen libro espiritual

Lo muestro con tres historias que nos hablan de lo que significó el encuentro con un libro espiritual.

La primera es la que vivió Iñigo López de Loyola. Si has estado en su Casa-Torre en Loyola la habrás leído en el folleto que la Compañía de Jesús entrega para realizar la visita. En primera persona, san Ignacio cuenta su vida al hilo de lo que ves al recorrer las estancias de la casa. El lunes de Pentecostés de 1521 fue herido en la pierna derecha por una bala de cañón y hecho prisionero en la defensa de la ciudadela de Pamplona. Tenía 30 años. Días más tarde fue trasladado a su hogar cerca de Azpeitia. Le intervinieron ajustándole los huesos, empeoró con peligro de muerte, pero en la víspera de San Pedro quiso Dios que comenzase a mejorar; debía permanecer acostado porque todavía no se tenía en pie. Fue una larga convalecencia. Iñigo era aficionado a la lectura de las novelas de caballería, “sintiéndose bueno, pidió que le diesen algunos dellos para pasar el tiempo”[3]; pero habían desaparecido de su casa. Su cuñada Magdalena los había reemplazado por un Vita Christi y un libro de los Santos en romance. Por medio de esa lectura, Dios se le fue manifestando. “Se paraba a pensar: ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Y si yo hiciese esto que hizo san Francisco o Santo Domingo?”. Fue cambiando, abriendo los ojos del espíritu hasta descubrir que Dios le amaba y hablaba a su corazón como nunca antes lo había sentido…

El segundo relato es de André Marie Rahbar[4]. Este iraní tiene 35 años y es fraile franciscano. Cuando tenía 13 y vivía en Tabriz (ciudad al noroeste de Irán) tuvo un encuentro con Jesús. Su familia, musulmana, era atea. Ni practicaba ni le interesaba la religión. Un día, en el camino al colegio, encontró un libro tirado en el suelo. Lo cogió, el título: “Evangelio de Jesucristo”. Comenzó a leer, al principio le pareció aburrido, pero fue despertando su interés. Lo que leía le resultaba sorprendente: “la persona que encontré en ese libro hablaba del amor”. No dejaba de leer. Comenzaron los problemas, su familia le decía que esas palabras eran cuentos, tonterías. Quisieron llevarle al psicólogo. Su padre destruyó el libro. Pero él no se rindió. Decidió ir andando al colegio y reservar el dinero del billete de autobús para comprar ese libro. Lo buscó y lo adquirió. Pero su padre lo descubrió y volvió a deshacerse del libro. Ya no le daba dinero, sino el billete. Rahbar los guardaba y revendía para comprarlo de nuevo; el librero le avisó que solo le quedaba un ejemplar del libro prohibido… “Aún hoy, este libro está prohibido en mi país. Llevar un Evangelio o una Biblia equivale a llevar seis kilos de heroína. No sé quién dejó este libro en la calle aquel día. Pero este libro cambió mi vida”, asegura.

La tercera historia es de Carlos, uruguayo, encuadernador-restaurador de libros[5]. Nació en 1950 en un hogar en el que “a Dios le habían cerrado las puertas”. Gracias a su abuela fue bautizado al poco de nacer, pero su Bautismo, las Primeras Comuniones de dos primas y algún casamiento religioso eran su único bagaje. “Por el año 1976 un pequeño librito llamado Camino me llamó la atención. Mientras arreglaba sus deterioradas páginas, iba leyendo superficialmente sus puntos. Fanático del trabajo como soy, vi la importancia que se le daba en el texto a este tema y sobre todo a la necesidad de trabajar con tanta responsabilidad como alegría. No quiero mentir, pero me sentí identificado y le encontré razón a muchas sinrazones, y ya ese libro pasó a ser parte de mi biblioteca particular. Lo estudié profundamente…”.

La lectura espiritual ha traído a la vida de muchas personas una novedad llena de sentido; les supuso pasar el umbral de entrada al mundo de la gracia, de amistad con Dios, y para alguno una conversión radical. “No dejes tu lección espiritual. –La lectura ha hecho muchos santos”[6], aconsejaba san Josemaría, recogiendo esa larga experiencia espiritual cristiana. Ya en la segunda mitad del siglo IV, san Juan Crisóstomo escribía: “Es cosa evidente que la lectura espiritual santifica e infunde con abundancia la gracia del Espíritu Santo”.

La lectura espiritual, un remedio ante el analfabetismo religioso

“No basta ser cristianos por el bautismo recibido o por las condiciones histórico-sociales en que se ha nacido o se vive. Poco a poco se crece en años y en cultura, se asoman a la conciencia problemas nuevos y exigencias nuevas de claridad y certeza. Es necesario, pues, buscar responsablemente las motivaciones de la propia fe cristiana”[7]. Esta observación certera de un papa santo plantea un reto, ser responsable de autoformarse en la Verdad que Dios nos ha revelado y la Iglesia nos enseña. Descuidarlo supone permanecer analfabeto religioso. “Incluso intelectuales que exhiben una magnífica cultura en multitud de campos han interrumpido su formación doctrinal-religiosa en un eslabón casi elemental”, advertía el beato Álvaro del Portillo. Y sufrir las consecuencias. “El ignorante por culpa propia, por no haber puesto el debido esfuerzo, se convierte en un juguete del diablo. Así se explica que algunas personas que parecen de buena voluntad, cometan los más grandes despropósitos con una tranquilidad pasmosa: injusticias y graves faltas de caridad en el trabajo profesional, desvaríos en la vida matrimonial y familiar…”. Resultaría una lástima llegar a esa situación.

¿Qué porcentaje de cristianos actualmente son analfabetos religiosos? Desconozco cifras, pero sin necesidad de un estudio del CIS, presumiblemente será muy elevado. Los niveles de ignorancia sobre temas cruciales para la vida son altos y difundidos, dentro y fuera de la Iglesia, basta mirar la profusión de errores de pensamiento y de conducta que pululan en la sociedad. Un síntoma es el aumento de personas, en especial jóvenes, que andan a la deriva, como zombis, que se debaten en la duda, se interrogan angustiosamente acerca del sentido y fin de su existencia, y claman auxilio para salir de ese hondo pozo de desesperanza y vacío.

Sin duda, pesa lo que Benedicto XVI calificó de dictadura del relativismo[8]: “La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (ref. Efesios 4, 14). A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”. Su presión se ha intensificado por la colonización de las ideologías, como advierte el papa Francisco. También, por el confusionismo que reina en los medios de comunicación y redes sociales, creado por las fakenews y el fomento de la radicalización excluyente del que piensa diferente.

¿Qué hace Jesús? “Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas” (Marcos 6, 34). Cristo se compadece no solo ante el hambre, el dolor, la enfermedad… también le conmueve la ignorancia. Ha venido a revelar la Verdad sobre Dios y sobre el hombre. Él es “la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo” (Juan 1, 9). Pertenece a su misión de salvación liberarnos de la oscuridad del analfabetismo sobre Dios y sobre el mundo. Lo que Dios nos muestra es lo que llamamos Doctrina. Y ha confiado a sus discípulos continuar este encargo, hemos de estar “dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto” (1 Pedro 3, 15-16). Ahogar el mal en abundancia de bien. Un recurso necesario para lograrlo es difundir la buena Doctrina. Y una forma excelente es aconsejar buenos libros que enriquezcan espiritualmente a nuestros amigos. Pero nadie da lo que no tiene: hemos de ir por delante…

El remedio a la ignorancia que san Juan Pablo II proponía a jóvenes es evidente: “hoy especialmente es tiempo de estudio, de meditación, de reflexión. Por eso, os digo: emplead bien vuestra inteligencia, esforzaos por lograr convicciones concretas y personales, no perdáis el tiempo, profundizad en los motivos y fundamentos de la fe en Cristo y en la Iglesia, para ser fuertes ahora y en vuestro futuro”. En paralelo al estudio de la Doctrina se encuentra la lectura espiritual. No pocas personas, gracias al tiempo breve de lectura diaria, han descubierto ese panorama inmenso de sabiduría que encierra la Doctrina y se han comprometido en serio en su conquista a través de cursos presenciales u online, estudio de manuales y publicaciones especializadas, conferencias, etc.

La lectura espiritual, un medio de identificación con Jesús y…

El objetivo primario de la lectura espiritual es la identificación con Jesús. No podía ser otro, pero conviene recordarlo. Al comienzo del siglo XXI, san Juan Pablo II subrayó cuál es el programa de la vida cristiana: “Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar”[9]. Benedicto XVI lo expreso bellamente: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona (Jesucristo), que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”[10]. Y Francisco, lo mismo: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso”[11]. La lectura espiritual pretende conocer mejor a Dios, conocer mejor a Jesús, el Hijo de Dios encarnado, para enamorarnos y parecernos a él. Cada cosa nueva que se aprende de Él es una razón más para amarle. Por eso, las vidas sobre Cristo ocupan un primer lugar.

También libros que ayuden a profundizar sobre la Sagrada Escritura, que nos ayuden a entender la Palabra de Dios y aplicarla a la vida ordinaria. Las vidas de santos empezando por la Virgen y san José, son muy sabrosos. Se nos propone ejemplos vivos de virtud, “como si leyeras cartas que los Santos te hubiesen escrito desde el Cielo para enseñarte el camino y animarte a ir allá”[12], decía San Francisco de Sales.

Libros sobre el Credo, empezando por el Catecismo de la Iglesia Católica editado en 1992. Nos permiten ahondar en esas verdades sobrenaturales que componen nuestra Fe: la Santísima Trinidad, la Encarnación, la Redención y Resurrección de Cristo, la acción del Espíritu Santo, la Iglesia, la Comunión de los santos, las verdades del más allá…

Libros sobre la vida cristiana: sobre la oración, la filiación divina, la Eucaristía, la Confesión, las bienaventuranzas, las obras de misericordia… nos brindan ideas madre y experiencia espiritual de tantos cristianos que nos han precedido. Lo mismo libros sobre la moral y la larga gama de virtudes que enriquecen al hombre según el modelo, Jesús: fe, esperanza, caridad, pobreza, limpieza de corazón, misericordia, alegría, amabilidad, honradez, sinceridad, paciencia, valentía…

Libros sobre las circunstancias ordinarias de la vida: el matrimonio y la familia, el noviazgo, el trabajo, la educación de los hijos, la defensa de la vida en cualquiera de sus etapas, la doctrina social de la Iglesia… para ser cristiano allí, donde Dios nos espera.

Esa lectura nos educará la cabeza y el corazón; nos avisará de los peligros –es un haber vivido-; nos despertará de la falsa tranquilidad; nos encenderá en el amor a Dios y al prójimo; nos echará en cara el abandono de los buenos propósitos; nos llenará de creatividad apostólica, basta con copiar bien: ejemplos, argumentos… de otros, para llenar de razones y de palabras nuestro apostolado; nos hará personas convencidas y conmovidas, auténticas, creíbles; nos enseñará a rezar… nos hará santos de la puerta de al lado.

Cinco recomendaciones para aprovechar la lectura espiritual

Como la lectura espiritual es una cita con Dios, será bueno comenzar recordando que estamos en su presencia. Bastará recoger los sentidos, en especial la imaginación, y elevar el corazón a Dios. Rezar una oración[13] facilita esos buenos deseos. Cuando nos distraigamos, volver y recuperar la atención; el recurso al ángel de la guarda es una ayuda probada. Dar gracias a Dios al acabar es un buen final.

Crear un hábito requiere repetición de actos y eso se facilita si establecemos una hora fija o al menos una franja horaria en que habitualmente podamos hacer la lectura. Cada uno verá cuándo puede encajar esos 10 minutos. Al fijar una hora, evidentemente habremos vencido a la pereza, en la primera batalla. Por lo menos sabremos si hemos sido vencidos sin esperar acabar el día, y podremos renegociar otro momento adaptado a las circunstancias especiales de ese día.

Tener un libro fijo permite evitar el “picoteo”, caer en la dispersión a la que los medios digitales tanto nos aficionan. Los libros se leen con orden: del principio al final, empezando cada día en dónde nos quedamos.

Es una lectura atenta y sosegada. No nos vaya a ocurrir lo que Woody Allen describió certeramente: “Hice un curso de lectura rápida y leí Guerra y Paz en 20 minutos… va sobre Rusia”. Se trata de aplicar el entendimiento para “enterarse” y también la voluntad para “gustar” lo que se entiende: cabeza y corazón al mismo tiempo. Poco a poco, como la lluvia fina empapa el terreno y permite el crecimiento, esas ideas educan el espíritu, adquirimos criterio sólidamente formado y sensibilidad espiritual: el discernimiento y gusto de la razón para distinguir lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso; la formación de los afectos para sentir bien haciendo el bien, mal con lo malo; la motivación interior para elegir el bien y rechazar el mal, sin dejarse llevar por la omisión.

Disponer de una “hoja” (en papel o digital) para apuntar las ideas que nos han “herido” es una ayuda para no perder la oportunidad de releer esos párrafos más adelante, de “rumiarlos” en la oración para grabarlos en el corazón, para ponerlos en práctica, para ayudar a un amigo, para comentarlo en el acompañamiento espiritual…

¿Qué leer?

“Siempre he tenido un dilema: ¿Qué leo? Intentaba escoger lo más esencial. ¡La producción editorial es tan amplia! No todo es valioso y útil. Hay que saber elegir y pedir consejo sobre lo que se ha de leer”, aconsejaba san Juan Pablo II[14]. Es una disyuntiva que se plantea a cualquiera que haya decidido formarse con sensatez, independientemente del tema que se trate. Hay que elegir con criterio: no se debe leer todo. Las lecturas condicionan nuestro modo de pensar y este determina nuestro estilo de vida. Dime qué lees y te diré cómo piensas. Las decisiones en este campo no son indiferentes, porque las consecuencias no lo son. Hemos de ejercitar la prudencia en la elección de lo que se lee y de lo que se deja de leer, qué influencias permito entrar en mi cabeza y corazón. Y más si trata de nuestra formación religiosa. Ya lo advertía san Jerónimo a los cristianos del siglo IV al recomendar la lectura de escritos espirituales, “cuidando, sin embargo, de que sean autores de segura doctrina, porque no hay que ir bucando el oro en medio del fango”[15].

Que merezca la pena… y que sea lo más adecuado a nuestras necesidades, personales o de otros: amigos, familiares, colegas… que nos han pedido consejo o podríamos ayudar en una situación concreta. Pedir orientación en el acompañamiento espiritual es lo más certero. Pero podemos desbrozar el terreno, pensándolo previamente, pidiendo luces al Espíritu Santo en la oración, para acertar qué tema espiritual, doctrinal, me conviene. Hay páginas web donde podemos buscar. Por si sirve, mi experiencia de la página https://www.delibris.org/es es satisfactoria. Es una web general de referencias bibliográficas, que en “Listas” tiene una con el título “Espiritualidad”, con algunas reseñas en cada subtitulo.

Es bueno apuntar en algún sitio los libros que se leen. No solo para tener claro qué se ha leído, sino lo que nunca hemos cultivado. En nuestra formación espiritual-doctrinal no cabe centrarse en algunos pocos campos, sencillamente porque nos gustan, como se hace en la literatura. Conviene barrer el amplio espectro de verdades que componen el rompecabezas del alma cristiana. Y hacerlo con cierto sentido.

Toma y lee, toma y lee…

Es la invitación que nos hace el Señor. La misma que hizo a Agustín de Hipona. Esa lectura provoco la crisis definitiva, a partir de la cual comenzó a prepararse para su bautismo. Lo relata en su autobiografía, Las Confesiones. Era un intelectual destacado: orador imperial en Milán. Su madre, Mónica, le había enseñado los principios básicos de la religión cristiana. Cuando llegó a Milán tenía 30 años. Se hizo catecúmeno gracias a la predicación del obispo San Ambrosio, pero no terminaba de dar el paso, de cortar con sus malos hábitos lujuriosos. Estaba en el jardín, dando vueltas a su vida. “No te acuerdes más de nuestras maldades pasadas. Me sentía aún cautivo de ellas y lanzaba voces lastimeras: «¿Hasta cuándo, hasta cuándo, ¡mañana!, ¡mañana!? ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no poner fin a mis torpezas ahora mismo?»”. Entonces escuchó una voz de niño proveniente de la casa vecina, “que decía cantando y repetía muchas veces: «Toma y lee, toma y lee» (tolle lege, tolle lege).

Era una canción desconocida. Pensó que podría ser “como una orden divina de que abriese el códice y leyese el primer capítulo donde topase”. Recordó lo que le sucedió a san Antonio Abad[16]. Se levantó y cogió el códice de las cartas de san Pablo. “Lo tomé, lo abrí y leí en silencio el primer capítulo que se me vino a los ojos, que decía: «No en comilonas y embriagueces, no en lechos y en liviandades, no en contiendas y emulaciones sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne con demasiados deseos» (Romanos 13, 13-14). No quise leer más, ni era necesario tampoco, pues al punto que di fin a la sentencia, como si se hubiera infiltrado en mi corazón una luz de seguridad, se disiparon todas las tinieblas de mis dudas”. Se bautizó a los 31 años.

 

Ojalá me “compres” la idea y este verano leas un buen libro espiritual, y apuestes por incorporar la buena costumbre de la lectura espiritual a diario, 10 minutos. Como decía San Pío X, partiendo del Eclesiástico: “Dichoso aquel que encuentra un amigo verdadero (Siracide 25, 12) ... El que lo encuentra, ha encontrado un tesoro (Siracide 6, 14)”, afirmaba: “Entre nuestros amigos más fieles debemos contar los libros piadosos”[17]. Dios desea que tengamos muchos amigos de esta clase gracias a la lectura espiritual. Qué de bienes traerá a nuestra vida. No te lo pierdas.

 


[1] Según el Barómetro de Hábitos de Lectura y compra de Libros en España 2022, elaborado por la Federación de Gremios de Editores de España, con el patrocinio de CEDRO y en colaboración con el Ministerio de Cultura y Deporte.

[2] Antonio Muñoz Molino, artículo “La disciplina de la imaginación”.

[3] San Ignacio de Loyola, Autobiografía.

[4] https://www.religionenlibertad.com/europa/792017114/encontre-libro-tirado-no-pude-separar-joven-converso-burlo-regimen-irani.html

[5] Está relatada en el libro “Compañeros de Camino” https://opusdei.org/es/article/libro-electronico-companeros-de-camino/

[6] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino n. 116.

[7] San Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes de la Peregrinación de la archidiócesis de Nápoles a Roma (24.03.1979).

[8] Homilía del cardenal Ratzinger en la apertura del Conclave en que fue elegido papa (18.04.2005).

[9] San Juan Pablo II, carta apostólica “Al comienzo del nuevo milenio” n. 29 (6.01.2001).

[10] Benedicto XVI, encíclica “Deus caritas est” n. 1.

[11] Francisco, exhortación apostólica “Evangelii gaudium” n. 3 (24.11.2013).

[12] San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota.

[13] Una avemaría, invocar al Espíritu Santo: ¡Oh Dios que has instruido los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo!, concédenos según el mismo Espíritu conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos.

[14] San Juan Pablo II, ¡Levantaos! ¡Vamos! pág. 89.

[15] San Jerónimo, Epístola 54.

[16] San Antonio Abad decidió ser monje como consecuencia de leer el pasaje en el que Jesús invitaba: «Vete, vende todas las cosas que tienes, dalas a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y después ven y sígueme» (Marcos 10, 21). Abrió el evangelio al azar y consideró que Jesús se lo decía a él. Y eso hizo.

[17] San Pío X, Exh. Haerent animo (4-VIII-1908).

 

 

Cerebro, muerte, eternidad.

Son realidades, cuestiones  distintas, aunque relacionadas entre sí: se dice que un ser humano está muerto cuando el electroencefalograma es plano, es decir, cuando el cerebro no responde, y en consecuencia, el sujeto entra, aunque de  forma diferente, en la eternidad.

Puede hablarse en términos científicos, biológicos, del cerebro y de la muerte; pero  prácticamente es imposible (son otros parámetros), muy difícil,  hablar en tales términos de la eternidad.

Para Aristóteles “la eternidad es tiempo que perdura siempre

Newton relaciona la eternidad con Dios: Él es eterno e infinito, omnipotente y omnisciente; esto es, “su duración se extiende desde la eternidad a la eternidad y su presencia del infinito al infinito”.

Hablar de “la inmortalidad del cangrejo” es una expresión popular hispana que se usa para indicar que una persona está distraída o fantaseando sobre algo.

Unamuno, angustiado por el tema de la inmortalidad, decía a este respecto::

El más profundo problema:

el de la inmortalidad

del cangrejo, que tiene alma,

Una almita de verdad ...

Que si el cangrejo se muere

todo en su totalidad

con él nos morimos todos

por toda la eternidad

Según algunos, evitando que las células alcancen la senescencia quizá se podría lograr la inmortalidad biológica. Los telómeros, que son una especie de "tapa" al final del ADN, tienen relación con el envejecimiento celular, pues cada vez que una célula se divide, el telómero se hace un poco más corto; cuando finalmente se desgasta, la célula es incapaz de dividirse y muere.

No se puede obtener material genético indestructible, pero se ha comprobado que la longitud de los telómeros es uno de los factores involucrados en los procesos de envejecimiento y muerte celular. Probablemente, en el futuro,  la ingeniería genética de los telómeros podría conseguir alargar la vida.

La telomerasa es la enzima que reconstruye los telómeros en las células madre y cancerosas, permitiéndoles replicarse un número prácticamente infinito de veces. Pero ningún trabajo definitivo ha demostrado aún que la telomerasa pueda utilizarse en células somáticas para evitar el envejecimiento de los tejidos sanos.

Otro factor importante que influye en el envejecimiento son los llamados radicales libresagentes oxidantes que causan el deterioro de las células y la muerte de las mismas.

En el síndrome de Cotard, el enfermo dice que está muerto e incluso en algunos casos niegan la existencia de determinadas partes de su cuerpo. Es una afección psiquiátrica que generalmente se puede dar a partir de los 60 años.

También los filósofos se han preguntado sobre la inmortalidad del ser humano o de otros seres vivos. Uno de los autores clásicos que más habló sobre el tema fue Platón, que presentó en sus Diálogos diversos argumentos. Los más famosos se encuentran en el Fedón, en la República y en el Fedro. Por el contrario, Epicuro y su discípulo romano Lucrecio pensaron que el alma era corruptible y mortal.

Pero el esclarecimiento más importante provino del pensamiento escolástico, y especialmente de Santo Tomás de Aquino, que explica que el alma es inmortal y sobrevive a la muerte del cuerpo, siendo su destino final el volver a unirse con el cuerpo de esa persona.

Realmente, algo parecido sostuvo en el siglo xix el filósofo materialista Ludwig Feuerbach en sus Pensamientos sobre la muerte y la inmortalidad (1830).

Según la RAE la eternidad es la “duración que no tiene principio ni fin”. Por eso, Dios es eterno porque ha existido y existe para siempre. Es dificultoso entender lo que sea la eternidad, ya que el ser humano vive en el tiempo, y parece incomprensible que no haya un antes y un después.

Pero biológicamente, podría decirse que la eternidad tiene su “marca” en los seres vivos, sean vegetales o animales, ya que por la reproducción en cierta manera se “eternizan” las especies.

Estrictamente, no se puede hablar de estructuras cerebrales que capten la eternidad. Sin memoria no se puede concebir lo que sea la eternidad. Por eso, quizá tales estructuras se localicen en el lóbulo temporal y en la corteza prefrontal, zonas muy ligadas a los procesos biológicos de la memoria.

 

Necesitamos volver al espíritu de la Iglesia primitiva

VOLVER A LA IGLESIA PRIMITIVA

Cuando surgen las dificultades, las dudas y las incertidumbres en la fe, debemos volver al origen. Esto es lo que tenemos que hacer cuando nos planteamos los objetivos (misión) de nuestra comunidad cristiana: echar la mirada atrás a las primeras comunidades de la Iglesia primitiva (visión).

 

El Nuevo Testamento, en el libro de los Hechos de los apóstoles, nos da una idea de cómo los primeros cristianos comenzaron a proclamar el Evangelio, lo que hacían y nos muestra numerosos rasgos esenciales de la Iglesia de Cristo que debemos imitar:

 

Llenarse de Espíritu Santo

“Se les aparecieron como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos.

Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse.” (Hechos 2, 3-4 ).

Los cristianos no sólo hablamos de Dios; le experimentamos. Esto es lo que hace que la iglesia sea diferente de cualquier otra organización en el planeta: que tenemos el Espíritu Santo.

 

Nuestro gobierno no tiene el Espíritu Santo. Las ONGs no tienen al Espíritu Santo. Ninguna otra organización tiene el poder de Dios en ella. Dios prometió su Espíritu para ayudar a su Iglesia. La Iglesia tiene y se llena del poder de Dios.

 

Cuando se refiere a “hablar en lenguas extrañas” quiere decir hablar en el idioma de quienes nos escuchan. La gente realmente escuchaba a los primeros cristianos hablar en sus propios idiomas, ya fuese en farsi, en swahili, en griego o lo que fuera. 

 

El Plan de Dios es para todos. No es sólo para los judíos. Pero no sólo se refiere a idiomas de sus países de origen sino a hablar en el lenguaje que cada persona entiende. ¿Estamos usando otros “lenguajes” para llegar a la gente? 

 

Utilizar los dones de todos 

“Entonces Pedro, en pie con los once, les dirigió en voz alta estas palabras: “Judíos y habitantes todos de Jerusalén: percataos bien de esto y prestad atención a mis palabras. …Y haré aparecer señales en el cielo y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo. …Pero el que invoque el nombre del Señor se salvará” (Hechos 2, 14, 19, 21). 

 

En la iglesia inicial no había espectadores; el 100% de las personas participaban en proclamar el Evangelio de Jesús. Y, aunque igual que entonces, no todos estamos llamados a ser sacerdotes, todos estamos llamados a servir a Dios. Por tanto, debemos esforzarnos para que todos participen. La pasividad no es una opción. Si alguien quiere sentarse y ser servidos por los demás, que busquen otro sitio. 

Ofrecer una verdad que transforma

La iglesia primitiva no ofrecía una nueva psicología, ni un moralismo cómodo, ni una espiritualidad agradable. Ofrecía la verdad del Evangelio que tiene el poder de cambiar vidas. Ningún otro mensaje transforma vidas. Cuando la verdad de Dios entra en nosotros, es cuando nos transformamos. 

En Hechos 2, Pedro dio el primer sermón cristiano, citando el libro de Joel del Antiguo Testamento y afirmando que la iglesia primitiva se dedicó a la “enseñanza de los apóstoles”.

Crear comunidad

“Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en partir el pan y en las oraciones.” (Hechos 2, 42). 

En la iglesia del primer siglo, los cristianos se amaban y cuidaban unos a otros. La iglesia no es un negocio, ni una ONG ni un club social. La Iglesia es una familia. Para que nosotros experimentemos el poder del Espíritu Santo como en la Iglesia primitiva, tenemos que convertirnos en la familia que ellos eran.

Vivir la Eucaristía

“Todos los días acudían juntos al templo, partían el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hechos 2, 46). 

Cuando la Iglesia primitiva se reunía celebraban la Eucaristía, conmemorando la última cena “con alegría y sencillez de corazón”. Debemos entender y enseñar que la Eucaristía es una celebración. Es un festival, no un funeral. Es el banquete de Dios. Cuando la Eucaristía es alegre (y litúrgicamente rigurosa), la gente quiere estar allí porque buscan alegría.

¿Crees que si nuestras iglesias estuvieran llenas de corazones alegres, de palabras alegres y de vidas llenas de esperanza, atraeríamos a los alejados? 

Compartir según la necesidad

“Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común; vendían las posesiones y haciendas, y las distribuían entre todos, según la necesidad de cada uno.”(Hechos 2, 44-45). 

La Biblia nos enseña a hacer generosos sacrificios por el bien del Evangelio. 

Los cristianos durante el Imperio Romano fueron la gente más generosa del imperio y eran famosos por su desprendimiento. 

Literalmente lo compartían todo, “según la necesidad de cada uno”. Incluso la vida. Muchos murieron por la fe en el Coliseo romano.

Crecer exponencialmente

“Alabando a Dios y gozando del favor de todo el pueblo. El Señor añadía cada día al grupo a todos los que entraban por el camino de la salvación.” (Hechos 2,47). 

Cuando nuestras iglesias demuestran las primeras seis características de la iglesia primitiva, el crecimiento es automático. La gente veía a los primeros cristianos como extraños, pero les gustaba lo que éstos hacían.

Veían el amor que se tenían los unos por los otros, los milagros que ocurrían delante de ellos y la alegría que irradiaban. Querían lo que los cristianos tenían. Y la Iglesia crecía exponencialmente

 

 

La checa de Trinitarios

Pedro Paricio Aucejo

En el número 1 de la céntrica calle Trinitarios de Valencia se alza el sobrio edificio de la Residencia sacerdotal ´Venerable Agnesio`, que, en otro tiempo, formó parte del antiguo Seminario Conciliar de la diócesis. La austeridad de su funcional fachada, de ladrillo cara vista, no permite sospechar el tesoro espiritual encerrado en su recinto, una joya de la corona de nuestra fe católica: la capilla martirial donde fueron torturados, durante la guerra civil española de 1936, varios de los Beatos elevados a los altares por el Papa Juan Pablo II en 2001. Fue erigida y bendecida por el Cardenal Cañizares en 2017 como “promesa de futuro y esperanza… y exigencia de perdón, de reconciliación y de paz”.

La citada capilla se encuentra en el ángulo derecho del claustro, en lo que fuera lóbrego sótano que servía de carbonera en el antiguo seminario y que, durante la contienda, fue convertida en checa por los dirigentes republicanos. En esta estancia se sometió a interrogatorios y tormentos a numerosos sacerdotes, que posteriormente eran llevados al Gobierno Civil, después a la cárcel Modelo y, en último término, al picadero de Paterna o a El Saler, donde eran ejecutados.

Allí padeció suplicio, entre otros, José Aparicio Sanz, párroco de Enguera, que encabeza la relación de los 233 mártires de Valencia beatificados en Roma, entre sacerdotes diocesanos, religiosos, religiosas, padres y madres de familia y jóvenes laicos. Con motivo de esta beatificación, se colocaron en dicha capilla unas lápidas con sus nombres, a las que se añadió después una arqueta de mármol conteniendo las reliquias de las mujeres de Acción Católica beatificadas en ese proceso.

A diferencia de quienes murieron durante la persecución religiosa pero no recibieron el reconocimiento oficial del culto litúrgico, los que hoy son venerados en aquella capilla como ´mártires de la fe cristiana` lo son porque no tienen la consideración de ´caídos en guerra` (no fueron a ella ni la hicieron contra nadie), ni de ´víctimas de la represión política` (el motivo de sus muertes fue religioso, no ideológico), sino porque la Iglesia, tras un complejo proceso, ha sancionado solemnemente que entregaron sus vidas por Dios.

En toda causa de beatificación –que recoge testimonios orales y escritos auténticos y se rige por severas normas– se ha de demostrar la existencia de los elementos teológicos y canónicos esenciales del martirio: que la víctima sea cristiano; que muera ´in odium fidei`; que acepte las torturas y la muerte por amor a Dios y fidelidad a Cristo; y que, a imitación de lo realizado por el Señor en la Cruz, manifieste también su virtud heroica con el perdón explícito a sus asesinos y orando por ellos. Frente a lo que acontece con otras muertes –que pueden ser también heroicas–, en el martirio del cristiano se exalta a Dios, pues a Él se abandona el mártir en la seguridad de ser asistido por Cristo, de forma que el inmolado es fuerte porque en él se afirman la fuerza y el designio eterno del Señor.

Los mártires de la capilla de Trinitarios 1 eran personas honestas de todas las edades y condiciones que fueron asesinadas por su fe en Cristo. Son, en palabras de san Juan Pablo II, “ejemplos de serenidad y esperanza cristiana, [que] pagaron con su sangre el odio a la fe y a la Iglesia desatado con la persecución religiosa y el estallido de la guerra civil española de 1936… Son la prueba más elocuente de la verdad de la fe, que sabe dar un rostro humano incluso a la muerte más violenta y manifiesta su belleza aun en medio de atroces padecimientos”.

Éste es el secreto de toda la grandeza del martirio cristiano. Su realidad pertenece a la esencia de la Iglesia desde sus orígenes, porque, en su máxima demostración de amor a Dios, los mártires son considerados los modelos más perfectos de caridad y unión con Jesús. Por ello, su testimonio no debe ser olvidado: lo que está en juego es la veracidad de la vivencia de que el amor misericordioso de Dios es más grande que el dolor experimentado conjuntamente por los cristianos de todos los tiempos. ¡Incluido el de los venerados en Trinitarios 1!

 

 

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. GANAR LA BATALLA DECISIVA

José Martínez Colín 

Para saber

Tal vez el tema más socorrido en el cine o en las canciones sea el del amor. Y suele atribuírsele al corazón ese poder de amar. El Ppapa Francisco invitaba a contemplar el corazón de Jesús para ahondar en su amor, que al ser verdadero Dios, es el Amor divino.

Con motivo de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en su homilía el Papa recordaba la Sagrada Escritura: «El Señor se ha unido a vosotros y os ha elegido» (cf. Dt 7, 7). Dios nos ha elegido, y ha establecido un vínculo que es para siempre. El Señor siempre es fiel, a pesar, incluso, de que el hombre no siempre lo sea. Dios no tuvo miedo de establecer un vínculo eterno a través de la sangre de Cristo.

2)  Para pensar

Hay una película de hace casi 30 años llamada “Corazón valiente” (Braveheart). En uno de sus diálogos, uno de los líderes militares ingleses dice: “Si William Wallace puede saquear York, puede invadir la baja Inglaterra”. En la historia de las guerras se puede observar que suele haber una batalla estratégica que determina el resultado de toda la guerra. Vemos lo que significó la batalla de Waterloo para Napoleón, o la del día “D” en la Segunda Guerra Mundial. Así explicaba Jason Evert, renombrado conferencista, señalando que en la persona la batalla decisiva es la que se libra en su corazón. Porque quien gana el corazón humano, también gana la imaginación, las palabras, los pensamientos, la mirada y el alma para toda la eternidad. Ahí se decide si gana Dios o el diablo, el amor o la lujuria, el bien o el mal.

Por eso interesa pensar dónde tengo el corazón: ¿Qué pretendemos en el fondo de nuestro corazón?

3)  Para vivir

El Amor de Dios, que pudiera parecer abstracto o lejano, se hizo cercano, se concretó en un hombre: en el Sagrado Corazón de Jesús.

Una causa por la que no se ama a Dios como se debe, está en no vislumbrar la magnitud de su amor. Un error humano está en considerar que el amor de Dios es como lo pensamos e imaginamos. Pero no. El amor de Dios es infinitamente superior a nuestros pensamientos e imaginaciones. Nuestros pensamientos son limitados y Dios es infinito. Si Dios fuera como lo pensamos, sería imperfecto.

Una manera de acercarnos a ese amor divino es a través de la vida y obra de Jesús: de ahí la importancia de leer y releer los Santos Evangelios que nos relatan la vida, obra y palabras de Jesús. Vemos cómo perdona, cómo se compadece del sufrimiento, cómo cura a los enfermos y consuela a los afligidos, otorga palabras de esperanza, de aliento… Jesús no vino a conquistar por la fuerza, sino que vino a ofrecer amor con mansedumbre y humildad. Y la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús nos lleva a descubrirlo. Podemos experimentar y gustar la ternura de este amor en cada momento: en el tiempo de la alegría o de tristeza, en el tiempo de la salud o de enfermedad y la dificultad. Jesús permanece siempre fiel y nos espera: es el rostro del Padre misericordioso.

En Cristo contemplamos la fidelidad de Dios y es una invitación a corresponderle. Cabe preguntarnos: ¿cómo es mi amor al prójimo? ¿Sé ser fiel? ¿O soy voluble, sigo mis estados de humor y mis simpatías? El Papa nos invita a pedir: Señor Jesús, haz que mi corazón sea cada vez más semejante al tuyo, pleno de amor y fidelidad.

 

 

Sacerdocio. Dos sacerdotes nuevos en Valladolid

 El domingo 9 de junio, dos nuevos sacerdotes le nacieron a la Iglesia en Valladolid, Mario y Jorge,  uno joven y el otro entrado en años. ¡Qué hermoso fue todo, y qué buena la homilía del Arzobispo, don Luis Argüello, que recogerá iglesiaenvalladolid.org. ! Muy entrañable la presencia del Arzobispo emérito, don Ricardo Blázquez; también, del que será obispo de Ávila.  Pese al periodo estival, la catedral se vio abarrotada entre sacerdotes, familiares y muchísimos fieles que quisieron acompañar a los nuevos sacerdotes. No es baladí. La asistenta devota a una ordenación sacerdotal, lleva anexa la indulgencia plenaria para los que cumplen las condiciones ordinarias: confesión, comunión y oración por las intención del Papa.

 ¡Qué misterio el del sacerdocio! No me canso de dar gracias a Dios por este sacramento que constituye, al varón adulto que lo recibe, en otro Cristo, pues se obra, en él, una identificación específica, sacramental, con el «sumo y eterno Sacerdote». Y esto se verifica tanto si el sacerdote es un  santo, como si no. El sacramento del Orden imprime carácter, y, aquí y en la Eternidad (sea en el Cielo o en el Infierno), su configuración está señalada, es especial.

 El Vaticano II subrayó la misión de los obispos y la del sacerdote en la Iglesia: santificar, enseñar y gobernar. Es equivocado que algunos laicos pretendan mandar tanto o más que el cura: los laicos debemos formarnos y colaborar con el sacerdote; pero la autoridad en el gobierno es del ministro ordenado.

 Ningún católico que se precie, debe criticar a los sacerdotes. Nuestro celo laical debe estar en la oración por ellos, de modo particular por los que nos han administrado los sacramentos ( Bautismo, Confesión,  Comunión...). Una oración muy bella, la de Santa Teresita del Niño Jesús: “...por tus sacerdotes que sufren tentación/, por tus sacerdotes que sufren soledad y desolación/, por tus jóvenes sacerdotes/, por tus sacerdotes ancianos/, por tus sacerdotes enfermos/, por tus sacerdotes agonizantes/, por los que padecen en el purgatorio(...)”.

Josefa Romo Garlito

 

 

El comunismo residual

Han pasado años y me sigue admirando la tenacidad del viejo y anacrónico comunismo para seguir repitiendo una y otra vez esquemas ideológicos supuestamente científicos, que no se sostienen ante la tozuda realidad de hechos nada difíciles de comprobar. La historia no discurre por los cauces del llamado materialismo histórico. Basta pensar en algunos aspectos de la China actual: no explican cómo, en una sociedad controlada por el partido comunista, el excesivo precio de la educación de los hijos sea una de las causas de su invierno demográfico, que continúa a pesar de la derogación de la política del hijo único.

    Pienso también en Francia, donde se reabre ahora otra querella contra la libertad ciudadana. Quedó zanjada tras la experiencia fallida –al menos, en el campo educativo- del programa común que llevó a François Mitterrand a la presidencia de la República. En realidad, no es algo propio de la izquierda, sino de los partidos políticos franceses: los fracasos suelen dar lugar a cambios en la denominación de las formaciones. No llegan a la creativa imaginación lingüística italiana, pero casi: del frente popular de anteguerra al programa común; y de éste, a la actual Nupes en la oposición (nueva unión popular ecológica y social). Algo semejante ha sucedido desde el centro a la extrema derecha.

    Se advierte con frecuencia cómo el partidismo desestabiliza sectores diversos de la vida social. Otras veces he escrito sobre la obsesión respecto de una laicidad hipertrofiada en laicismo. Hoy quiero referirme a una nueva batalla cultural en el campo educativo, que el comunismo galo no da por perdida, a pesar del estrepitoso fracaso de 1984.

Jesús D Mez Madrid

 

El obispo Osio y su relación con Constantino

Osio, obispo de Córdoba, fue un importante clérigo de los siglos III-IV d. C. que parece haber tenido un importante papel en la conversión del emperador Constantino.

12 de julio de 2023·Tiempo de lectura: 5 minutos

Estatua del emperador Constantino en el Vaticano que representa el momento en que ve una cruz en el cielo ©CNS photo/Paul Haring

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Osio fue uno de los personajes de la Iglesia más influyentes en la sociedad cristiana en tiempos del emperador Constantino y de sus dos inmediatos sucesores.

San Atanasio, amigo suyo, le llama en varias ocasiones el grande, el confesor de Cristo, el anciano venerable. El historiador Eusebio de Cesarea dice de él que Constantino lo tenía por el personaje cristiano más eminente de su tiempo.

Consagrado obispo de Córdoba en el año 295, asistió al Concilio de Elvira en el año 300 y, tres años después, fue confesor de la fe durante la persecución de Maximino.

En la corte de Constantino

A partir de los años 312-313 se encuentra en la corte de Constantino como consejero en materia religiosa. Eusebio de Cesarea dice que la visión que tuvo Constantino en sueños antes de la victoria del Puente Milvio, fue la que le determinó a llamar a su lado a los sacerdotes de aquel Dios, en cuyo signo se le había manifestado que vencería. Su influjo en la conversión de Constantino y de su instrucción doctrinal debió de ser decisivo.

Entre los años 312-325 Osio acompañó constantemente a la corte del emperador. Debió de inspirar el Edicto de Milán (que concedió a los cristianos la libertad completa y la devolución de los edificios que les habían sido confiscados y la inmunidad eclesiástica otorgada al clero), la derogación del decreto romano contra el celibato, el edicto dirigido a la manumisión de esclavos en la Iglesia y la autorización a las comunidades cristianas para recibir donaciones y legados.

San Agustín, en su obra contra el donatista Parmeniano, recordaba en su tiempo a los supervivientes de la herejía donatista que, gracias al obispo de Córdoba, las penas contra ellos habían sido menos severas de lo que en un principio se hubiera podido prever. En los concilios de Roma del 313 y de Arlés, del 314, habían sido condenados los donatistas y rechazada su teoría de que la validez de los sacramentos depende de la dignidad del ministro (el cisma había nacido al impugnar la ordenación de Ceciliano bajo el pretexto de que su consagrante Félix era un traditor -acusación que después resultó falsa- y que por ello había perdido la potestad del orden).

Los donatistas no aceptaron las decisiones de los dos concilios y por ello intervino el emperador y en el 316 declaró inocente a Ceciliano y mandó confiscar las iglesias a los donatistas. Estas medidas hubieron de moderarse en el año 321. Debió de aconsejar en estas medidas Osio al emperador.

Una escuela griega que cultivó con exceso la exégesis y la dialéctica sin la debida profundidad y una serie de deducciones erróneas indujeron al presbítero de Alejandría Arrio –el representante más genuino de dicha escuela- a afirmar que el Hijo engendrado por el Padre no podía tener la misma substancia ni ser eterno como Él.

Osio y san Atanasio

En el año 324, Osio fue enviado por Constantino a Alejandría siendo hospedado por el obispo de Alejandría, Alejandro. Por entonces comenzó la amistad entre Osio y Atanasio, entonces diácono.

Osio, impresionado por la gravedad de la situación, pues se trataba nada menos que de la negación de la Divinidad del Verbo, vuelve a la corte de Constantino (entonces en Nicomedia), convencido de la ortodoxia de las enseñanzas del obispo Alejandro. Es probable que aconsejase a Constantino la convocatoria de un Concilio.

Osio asiste al Concilio de Nicea, cuyas sesiones preside, probablemente en nombre del Papa, con los sacerdotes romanos Vito y Valente. Según san Atanasio corresponde a Osio en buena parte la proposición de incluir el término homousion, consustancial, en el Símbolo niceno. Y no solo eso; san Atanasio, testigo ocular, afirma expresamente que el redactor del Credo de Nicea fue Osio.

En el año 343 preside el Concilio de Sárdica, en el que se trata de volver a la unidad rota por los arrianos. Pero estos no aceptan las propuestas de paz, destinadas casi todas ellas a evitar las ambiciones eclesiásticas, y se retiran del concilio y declaran depuestos a Osio y al Papa Julio I.

Defensor de la fe ante Constancio

Constancio, hijo de Constantino, al morir, en el año 350, su hermano Constante, comenzó a aplicar en sus dominios la política religiosa ya seguida en Oriente, de franca simpatía hacia los arrianos. Dos obispos arrianos -Ursacio y Valente -, indujeron a Constancio a desterrar al Papa Liberio y a arremeter contra Osio.

Constancio escribió a Osio ordenándole que compareciera ante él (se hallaba el emperador en Milán). Osio compareció ante Constancio, que le importunó para que se comunicara con los arrianos y escribiera contra los ortodoxos. Pero, como escribió Atanasio, el anciano… reprendió a Constancio y le disuadió de su intento, volviéndose inmediatamente a su patria y a su Iglesia.

Más adelante le volvió a escribir el emperador con amenazas, a lo que contestó Osio con una carta en la que, entre otras cosas, decía a Constancio: “Yo confesé a Cristo ya una vez, cuando tu abuelo Maximiano suscitó la persecución. Y si tú me persiguieres, pronto estoy a padecer todo antes que derramar sangre inocente y ser traidor a la verdad… Créeme, Constancio, a mí, que por la edad podía ser tu abuelo… ¿Por qué sufres a Valente y a Ursacio, que en un momento de arrepentimiento confesaron por escrito la calumnia que habían levantado?… Desiste, pues, y acuérdate que eres mortal.

Teme el día del juicio y consérvate puro para él. No te entrometas en los asuntos de la Iglesia ni nos mandes sobre asuntos en que debes ser instruido por nosotros. A ti te dio Dios el imperio; a nosotros nos confió la Iglesia. Está escrito: ‘Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’. Por tanto, ni a nosotros es lícito tener el imperio en la tierra, ni tú, ¡oh rey¡, tienes potestad en las cosas sagradas…”.

De nuevo intimó el emperador a Osio que compareciese en su presencia. El anciano Osio emprendió su viaje y, hacia el verano del 356 o del 357, llegó a Sirmio, donde se encontró con Constancio. Aquí le confinó este todo un año durante el cual, según testimonios de varios arrianos que componían la camarilla de Constancio (Germinio, Ursacio, Valente y Potamio, que se hallaban en Sirmio), Osio cedió ante el arrianismo.

Muerte de Osio

San Atanasio estaba por entonces entre los monjes de Egipto y san Hilario desterrado en la diócesis política de Asia. En escritos de estos Padres se recoge la idea, propagada por los arrianos, lo que invita a sospechar que tales escritos fueron interpolados por arrianos o sus autores se hicieron eco de lo dicho por los arrianos que presenciaron los hechos. En uno de los escritos de Atanasio, probablemente interpolado, se dice: “Hizo Constancio tanta fuerza al anciano Osio y le detuvo tanto tiempo a su lado que, oprimido este, comunicó a duras penas con los secuaces de Valente y Ursacio, pero no suscribió contra Atanasio. Mas no olvidó esto el anciano, pues estando para morir, declaró como en testamento que había sido forzado y anatemizó la herejía arriana y exhortó a que nadie la recibiera”.

El nombre se ha escrito en latín, Hosius, derivado, al parecer, del griego Osios (santo), pero la transmisión manuscrita da Ossius, que conduce a la forma española Osio.

Toda la vida de Osio se concentró en la defensa de la doctrina católica por medio de la palabra y de la acción. De ahí probablemente la escasez de su producción literaria. Se nos conserva de él una hermosa carta llena de entereza, dirigida al emperador Constancio en 354, de la que se han reproducido antes algunos párrafos. Según san Isidoro dejó, además, una epístola a su hermana en alabanza de la virginidad (De laude virginitatis) y una obra acerca de la interpretación de las vestiduras sacerdotales en el Antiguo Testamento (De interpretatione vestium sacerdotalium), que no llegaron a nosotros.

Su muerte debió de tener lugar en el invierno del 357/358. La Iglesia griega le venera el 27 de agosto.