Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY sábado, 06 de mayo de 2023
Indice:
Francisco: Den a los jóvenes un futuro de paz y esperanza, no de guerra
Papa Francisco: «Como Jesús, seamos puertas abiertas»
Francisco a universidades católicas: Amplíen su mira y no se cierren en ideologías
LA VIRTUD DE LA ESPERANZA : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del sábado: nadie va al Padre si no es a través de mí
“El Santo Rosario es arma poderosa” : San Josemaria
Muy humanos, muy divinos (XVIII): Libertad interior, o la alegría de ser quien eres
Por los movimientos y grupos eclesiales
La Ciencia Teológica sobre María
María Santísima es Nuestra Madre : Juan Gustavo Ruiz
Los orígenes de la devoción a la Virgen – mes de mayo:primeroscristianos
¿Sufre el ser humano antes de nacer?
Los fundamentos de la ley trans : Ángel Jiménez Lacave
La salud mental… también es salud : Lucía Legorreta
Una corona temporal para una iglesia… temporal : Pablo Pérez López
Trabajo humano para un desarrollo humano : Ana Marta González
Amor de mamá : Silvia del Valle Márquez
¿Por subrogación? : José Morales Martín
Y a la vista está : Domingo Martínez Madrid
Samuel Sueiro: “Para Henri de Lubac hacer teología era anunciar la fe” : Loreto Rios Ramirez
Francisco: Den a los jóvenes un futuro de paz y esperanza, no de guerra
En el Regina Caeli, el Papa rezó a la Virgen encomendándole al pueblo húngaro, el futuro de todo el continente europeo y, en especial, a los pueblos ucraniano y ruso «consagrados a Ti»
(C) Vatican Media
“Santísima Virgen, mira a los pueblos que más sufren. Mira sobre todo al cercano y martirizado pueblo ucraniano y al pueblo ruso, consagrados a ti”
El Papa rezó el Regina Caeli con los 50.000 fieles congregados en la plaza Kossuth Lajos de Budapest, último acto de la mañana antes de trasladarse a la Nunciatura. Antes de la oración mariana, se dirigió a la Virgen, a cuyo Corazón Inmaculado, el 25 de marzo de 2022, había consagrado Rusia y Ucrania, implorando el fin del conflicto. Y hoy volvió a pedir su intercesión.
“Desde esta gran ciudad y desde este noble país quisiera confiar de nuevo a su corazón la fe y el futuro de todo el continente europeo, en el que he estado pensando estos días y, de modo particular, la causa de la paz”
“Tú eres la Reina de la paz, continuó el Obispo de Roma, infunde en los corazones de los hombres y de los responsables de las naciones el deseo de construir la paz, de dar a las jóvenes generaciones un futuro de esperanza, no de guerra; un futuro lleno de cunas, no de tumbas; un mundo de hermanos, no de muros”.
Antes de dirigirse a la Madre de Dios, el Pontífice agradeció a sus hermanos obispos, sacerdotes, consagradas y consagrados, “y a todo el amado pueblo húngaro, por la acogida y el afecto que he sentido en estos días”. Manifestó también su gratitud “a los que han venido desde lejos y a los que han trabajado tanto y tan bien por esta visita.
A todos les digo”: köszönöm, Isten fizesse! [¡gracias, que Dios los recompense!]
El Papa no olvidó a los enfermos y los ancianos, a quienes no pudieron estar presentes, a quienes se sienten solos y han perdido la fe en Dios y la esperanza en la vida. “Estoy cerca de ustedes, rezo por ustedes y los bendigo”, les aseguró.
En primer lugar la caridad
A los diplomáticos y a los hermanos y hermanas de otras confesiones cristianas, el Papa les agradeció “por su presencia” y “porque en este país diversas confesiones y religiones se encuentran y se sostienen recíprocamente”. Y añadió:
“Es hermoso que las fronteras no representen barreras que separan, sino zonas de contacto; y que los creyentes en Cristo pongan en primer lugar la caridad que une y no las diferencias históricas, culturales y religiosas que dividen. Nos congrega el Evangelio y es volviendo allí, a las fuentes, donde el camino entre los cristianos proseguirá según la voluntad de Jesús, Buen Pastor, que nos quiere unidos en un solo rebaño”
Finalmente, la oración a la Virgen María:
“Acudimos a ti, Santa Madre de Dios: después de la resurrección de Jesús acompañaste los primeros pasos de la comunidad cristiana, haciéndola perseverante y unánime en la oración. Así mantuviste unidos a los creyentes, preservando la unidad con tu ejemplo dócil y servicial. Te pedimos por la Iglesia en Europa, para que encuentre la fuerza de la oración; para que descubra en ti la humildad y la obediencia, el ardor del testimonio y la belleza del anuncio. A ti te encomendamos esta Iglesia y este país. Tú, que exultaste por tu Hijo resucitado, llena nuestros corazones de su alegría.”
Tras rezar a María, el Papa saludó a todos los fieles con estas palabras:
Queridos hermanos y hermanas, les deseo que difundan la alegría de Cristo: Isten éltessen! [¡Felicidades!]. Agradecido por estos días, los llevo en el corazón y les pido que recen por mí. Isten áld meg a magyart! [¡Que Dios bendiga a los húngaros!]
Papa Francisco: «Como Jesús, seamos puertas abiertas»
El Papa presidió la Santa Misa en la Plaza Kossuth Lajos de Budapest
(C) Vatican Media
En el cuarto domingo de Pascua, el Papa presidió la Santa Misa en la Plaza Kossuth Lajos de Budapest, ante unos 50 mil fieles húngaros. En su homilía, Francisco instó a ser como Jesús, “una puerta que nunca se le cierra en la cara a nadie” y que permite “experimentar la belleza del amor y del perdón del Señor”.
“Esto es lo que hace un buen pastor: da la vida por sus ovejas”. Con las palabras de Jesús, tomadas del Evangelio de San Juan y que resumen el sentido de su misión, el Papa Francisco comenzó su homilía en la Santa Misa que presidió en Plaza Kossuth Lajos en Budapest, en el tercer y último día de su Viaje Apostólico a Hungría. El Pontífice centró su reflexión en la imagen del Buen Pastor y en dos acciones que Él realiza por sus ovejas: “primero las llama, después las hace salir”.
Jesús nos llama por nuestro nombre
“Jesús – recordó el Papa – vino como buen Pastor de la humanidad para llamarnos y llevarnos a casa”. Y aún hoy, en cada situación de la vida, Él nos llama:
Viene como buen Pastor y nos llama por nuestro nombre, para decirnos lo valiosos que somos a sus ojos, para curar nuestras heridas y cargar sobre sí nuestras debilidades, para reunirnos en su grey y hacernos familia con el Padre y entre nosotros.
Ser inclusivos y nunca excluyentes
“Todos nosotros nacemos de su llamada” continuó explicando el Papa, y subrayó que todos, como cristianos, “llamados por nuestro nombre por el buen Pastor, estamos invitados a acoger y difundir su amor, a hacer que su redil sea inclusivo y nunca excluyente”.
Y, por eso, todos estamos llamados a cultivar relaciones de fraternidad y colaboración, sin dividirnos entre nosotros, sin considerar nuestra comunidad como un ambiente reservado, sin dejarnos arrastrar por la preocupación de defender cada uno el propio espacio, sino abriéndonos al amor mutuo.
Después de haber llamado a las ovejas, – prosiguió el Santo Padre – el Pastor “las hace salir”. “Primero somos reunidos en la familia de Dios para ser constituidos su pueblo, pero después somos enviados al mundo para que, con valentía y sin miedo, seamos anunciadores de la Buena Noticia, testigos del amor que nos ha regenerado”.
El escenario para la celebración de la Santa Misa
Salir y llegar a las periferias
Francisco introduce entonces otra imagen, la de la puerta, recordando las palabras que Jesús dijo: “Yo soy la puerta”. Y explica que Jesús, «después de habernos conducido nuevamente al abrazo de Dios y al redil de la Iglesia, es la puerta que nos hace salir al mundo”, que nos impulsa “a ir al encuentro de los hermanos”.
Recordémoslo bien: todos, sin excepción, estamos llamados a esto, a salir de nuestras comodidades y tener la valentía de llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.
Convertirnos como Jesús en una puerta abierta
«Es triste y hace daño ver puertas cerradas: las puertas cerradas de nuestro egoísmo hacia quien camina con nosotros cada día, las puertas cerradas de nuestro individualismo en una sociedad que corre el riesgo de atrofiarse en la soledad; las puertas cerradas de nuestra indiferencia ante quien está sumido en el sufrimiento y en la pobreza; las puertas cerradas al extranjero, al que es diferente, al migrante, al pobre», lamentó el Papa. «E incluso las puertas cerradas de nuestras comunidades eclesiales: cerradas entre nosotros, cerradas al mundo, cerradas al que “no está en regla”, cerradas al que anhela al perdón de Dios». De aquí su exhortación:
Por favor, ¡abramos las puertas! También nosotros intentemos —con las palabras, los gestos, las actividades cotidianas— ser como Jesús, una puerta abierta, una puerta que nunca se le cierra en la cara a nadie, una puerta que permite entrar a experimentar la belleza del amor y del perdón del Señor.
Obispos y sacerdotes sean facilitadores de la gracia de Dios
Francisco, dirigiéndose finalmente a sus hermanos, obispos y sacerdotes, a los pastores, subrayó: “el pastor, dice Jesús, no es un asaltante o un ladrón (cf. Jn 10,8); no se aprovecha de su cargo, es decir, no oprime al rebaño que le ha sido confiado; no “roba” el espacio de los hermanos laicos; no ejercita una autoridad rígida.”
Animémonos a ser puertas cada vez más abiertas; “facilitadores” de la gracia de Dios, expertos en cercanía, dispuestos a ofrecer la vida
Hablando también a los hermanos y a las hermanas laicos, a los catequistas, a los agentes pastorales, a quienes tienen responsabilidades políticas y sociales, a aquellos que sencillamente llevan adelante su vida cotidiana, a veces con dificultad, los instó:
Sean puertas abiertas. Dejemos entrar en el corazón al Señor de la vida, su Palabra que consuela y sana, para luego salir y ser, nosotros mismos, puertas abiertas en la sociedad. Ser abiertos e inclusivos unos con otros, para ayudar a Hungría a crecer en la fraternidad, camino de la paz.
Nunca desanimarse
“No nos desanimemos nunca, no nos dejemos robar nunca la alegría y la paz que Él nos ha dado – es el aliento final del Obispo de Roma – no nos encerremos en los problemas o en la apatía. Dejémonos acompañar por nuestro Pastor; con Él, nuestra vida, nuestras familias, nuestras comunidades cristianas y toda Hungría resplandezcan de vida nueva”.
Francisco a universidades católicas: Amplíen su mira y no se cierren en ideologías
El Papa se reunió con los participantes en un congreso de la Organización de Universidades Católicas de Latinoamérica y el Caribe (ODUCAL). En su intervención, deseó que los ateneos, como instituciones académicas particulares y como redes de universidades católicas, puedan convertirse en centros de investigación valorados en todo el mundo y también así formarán mentes misioneras.
Sebastián Sansón Ferrari - Ciudad del Vaticano
Contribuir a la formulación de políticas públicas relativas a educación, tanto en los ámbitos nacionales cuanto, especialmente, en los supranacionales. Este es uno de los objetivos de la Organización de Universidades Católicas de Latinoamérica y el Caribe (ODUCAL), con cuyos miembros se reunió el Papa Francisco en la mañana de este jueves 4 de mayo.
En su discurso pronunciado en español, Francisco agradeció al Cardenal José Tolentino de Mendonça, Prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, por las palabras amables que le dirigió y saludó al Presidente de ODUCAL, Ing. Rodolfo Gallo Cornejo, a los Vicepresidentes de las Sub Regiones Andina, México, Centroamérica y el Caribe y el Cono Sur. El encuentro con el Pontífice se inserta en las celebraciones por los 70 años de creación de esta institución.
Escucha, descarga y comparte el discurso completo del Papa en español
El Obispo de Roma recordó que la organización, fundada en Chile por monseñor Alfredo Silva Santiago, Arzobispo de la Diócesis de Concepción con el apoyo de otras universidades, está integrada por 115 universidades, lo que representa actualmente a 1.500.000 alumnos, más de 110.000 profesores y más de 5000 programas académicos de diferentes niveles. Es la organización más numerosa dentro de la Federación Internacional de Universidades Católicas (la FIUC). "Esto hace -subrayó- que la Organización goce de solidez en el trabajo académico y, a la vez, que tenga en sus manos una gran responsabilidad, tanto en el presente como en el futuro de América Latina".
No asustarse frente al caos
Mirando la realidad del continente, el Sucesor de Pedro expresó que "la pobreza y la desigualdad son una llaga que se profundiza en lugar de aliviarse".
"La pandemia y sus consecuencias, el contexto mundial agravado en lo político, económico y militar, así como la polarización ideológica, parecen cerrar las puertas a los esfuerzos de desarrollo y anhelos de liberación", dijo. "La presente crisis -prosiguió- no es solo una oportunidad para constatar el agotamiento de sistemas y modelos económicos, sino que mueve a superar soluciones prejuiciosas como las que alimentan los esquemas de polarización ideológica, emocional, política, de género y de exclusión cultural". En todo caso, Francisco recomendó no asustarse frente al “caos”, porque es de ahí que Dios hace sus obras más hermosas y más creativas.
El Papa saluda al Cardenal Tolentino de Mendonça, Prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, quien en sus palabras iniciales afirmó que estos 70 años no son solo un hito de conmemoración, sino una ocasión para mirar el futuro. (Vatican Media)
Universidades y catolicismo
Bergoglio dedicó un importante espacio de su alocución a reflexionar sobre los términos "universidad" y "católica", puntualizando que el vocablo "católico" tiene una referencia a la armonía. La tarea del organismo es, según el Pontífice, "contribuir a formar mentes católicas, capaces de observar no solo el objeto de su interés. Una mirada extremadamente precisa y focalizada puede volverse fija, fijada y excluyente". "Tiene la precisión de un radar, pero pierde el panorama", aseguró.
En cambio, Francisco destacó que "ser católico significa tener una visión panorámica sobre el misterio de Cristo y del mundo, sobre el misterio del hombre y de la mujer" y reivindicó la necesidad de "mentes, corazones, manos a la altura del panorama de la realidad, no de la estrechez de las ideologías".
Francisco propuso un ejemplo de mirada católica aludiendo al comienzo de la Gaudium et spes, la Constitución que el Concilio Vaticano II dedicó al mundo contemporáneo, afirmando que «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» (n. 1).
Este documento -remarcó Francisco- "nos habla de la vida humana 'católicamente', no selectivamente". Es decir, "se interesa de toda la condición existencial y no solo de una parte —la feliz o la dolorosa—, porque en todas habita la gloria de Dios. Si la alegría atrae a tal punto de silenciar la voz del dolor de cercanos y lejanos (¡o incluso a veces la propia, la alegría que anestesia!, ¿no?), es solo euforia, no tiene alcance".
La alegría que anestesia "no cura las heridas, esa alegría no cura, sino que las tapa, y estas las heridas tapadas se infectan". "Al contrario -manifestó el Papa-, si la atención al dolor propio y de los demás consume las energías de la esperanza, se vuelve la excusa para eludir el riesgo y la voluntad necesaria para volver a apostar por la vida, aun si nos ha decepcionado".
"El dolor -sostuvo- se transforma en pretexto para despreciar el pan cotidiano de la consolación, que el Señor no deja faltar ni siquiera en la jornada más dura. Ustedes son universitarios, hombres y mujeres con amplitud de miras, por eso sean católicos; en este sentido de la palabra, no católicos así sectarios". "Son católicos y, por eso, porque quieren ser católicos, ¡sean universitarios!", les pidió el Obispo de Roma.
El Pacto Educativo Global
El Santo Padre está convencido "de que la catolicidad de la mente, del corazón y de las manos, promovida por sus universidades y su asociación, puede contribuir de manera decisiva a la sanación de las heridas tan dolorosas que ofenden hoy a nuestra amada América Latina, donde los ricos se vuelven cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres".
Francisco les solicitó alimentar el fuego encendido por Dios en América Latina y aseveró que en esto los ayudará también el Pacto Educativo Global, que ha confiado a la entonces Congregación para la Educación Católica y ahora al nuevo Dicasterio para la Cultura y la Educación.
El Santo Padre compartió su alegría por el hecho de que muchas universidades coordinadas por su asociación y la misma asociación promueven con energía ideas y proyectos inspirados en el Pacto Educativo Global, les exhortó a seguir adelante y aclaró que es hermoso que las universidades tengan misiones. "Una universidad católica debe ser misionera, es decir, con las puertas hacia afuera, dado que la misión es la inspiración, el impulso, el esfuerzo y el premio de toda la Iglesia", acotó.
Misión de la universidad: formar poetas y coreógrafos sociales
Para el Papa, la labor de la universidad es la de instruir a hombres y mujeres que, "aprendiendo bien la gramática y el vocabulario de la humanidad, tienen chispa, tienen el destello que permite imaginar lo inédito". También la de formar "hombres y mujeres que vislumbran en el pueblo una danza, un baile donde cada uno contribuye a la gracia del movimiento total y nadie es excluido".
Y si tuviera ahora que traducir la palabra "misión" en ámbito académico, Francisco confesó que utilizaría el vocablo "investigación", pues el investigador "tiene mente y corazón misioneros. No se conforma con lo que tiene, va a buscar".
"El misionero conoce la alegría del Evangelio y no ve la hora de que los demás la experimenten. Por eso, sale de la patria de sus convicciones y de sus costumbres, yendo hacia lugares inexplorados. Conoce el Evangelio, pero no sabe qué frutos dará en ese terreno extranjero. Es precisamente la tensión entre saber y no saber la que lo impulsa hacia adelante y lo protege de la presunción de conocerlo todo. Sabe, y se deja sorprender por lo que conocerá. Por eso, el misionero ama la reciprocidad: enseña y aprende, convencido de que todos tienen algo que enseñar".
"Así el investigador -declaró-, si no está dispuesto a salir y a aprender, renunciará a quién sabe qué maravilloso saber, mutilando su misma inteligencia. Es muy triste encontrar intelectuales, hombres y mujeres de grande inteligencia, pero con la inteligencia mutilada. Que sus ateneos, como instituciones académicas particulares y como redes de universidades católicas, puedan convertirse en centros de investigación valorados en todo el mundo. También así formarán mentes misioneras".
Al final de su mensaje, el Papa les agradeció lo que hacen, los animó a seguir adelante. "Que la Virgen los acompañe. Los bendigo de corazón y les pido que por favor recen por mí", concluy
— Esperanza humana y virtud sobrenatural de la esperanza. Certidumbre de esta virtud. El Señor nos dará siempre las gracias necesarias.
— Pecados contra la esperanza: la presunción y el desaliento.
— La Virgen, Esperanza nuestra. Acudir a Ella en los momentos más difíciles, y siempre.
I. Leemos en el Evangelio de la Misa estas consoladoras palabras de Jesús: Si pidiereis algo en mi nombre yo lo haré1. Y la Antífona de comunión recoge otras no menos consoladoras palabras del Señor: Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria2.
El mismo Señor es nuestro intercesor en el Cielo, y nos promete que todo lo que le pidamos en su Nombre, nos lo concederá. Pedir en su Nombre significa en primer lugar tener fe en su Resurrección y en su misericordia; y significa pedir aquello, humano o sobrenatural, que conviene a nuestra salvación, objetivo fundamental de la virtud cristiana de la esperanza, de la misma vida del hombre.
Existe la esperanza humana del labrador cuando siembra, del marino que emprende una travesía, del comerciante cuando inicia un negocio... Se pretende llegar a un bien, a un fin humano: una buena cosecha, llegar al puerto al que se ha puesto rumbo, unas buenas ganancias... Y existe la esperanza cristiana, que es esencialmente sobrenatural y, por tanto, está muy por encima del deseo humano de ser dichoso y de la natural confianza en Dios. Por esta virtud tendemos hacia la vida eterna, hacia una dicha sobrenatural, que no es otra cosa que la posesión de Dios: ver a Dios como Él mismo se ve, amarle como Él se ama. Y al tender hacia Dios lo hacemos con los medios que Él nos ha prometido, y que no nos faltarán nunca si nosotros no los rechazamos. El motivo fundamental por el que esperamos alcanzar este bien infinito es que Dios nos da su mano, según su misericordia y su infinito amor, al que nosotros correspondemos con nuestro querer, aceptando con amor esa mano que Él nos tiende3.
Con la virtud de la esperanza, el cristiano no tiene la seguridad de la salvación –a no ser por una gracia especialísima de Dios–, pero sí tiende con certeza hacia su fin, de modo semejante a como, en el orden de las cosas humanas, el que emprende un viaje no tiene la certeza de llegar al fin de su proyecto, pero sí tiene la certidumbre de ir bien encaminado y de llegar si no abandona el camino. «La seguridad de la esperanza cristiana, no es, pues, la certeza de la salvación, sino la certidumbre absoluta de que vamos hacia ella»4, confiados en que Dios «nunca manda lo imposible, pero nos ordena hacer lo que podemos, y pedir lo que no está en nuestra mano hacer»5.
Enseña el Magisterio de la Iglesia que «todos deben tener firme esperanza en la ayuda de Dios. Porque si somos fieles a la gracia, de la misma manera como Dios ha comenzado en nosotros la obra de nuestra salvación, la llevará a cabo, obrando en nosotros el querer y el obrar (Flp 2, 13)»6. El Señor no nos dejará si nosotros no le dejamos, y nos dará los medios necesarios para salir adelante en toda circunstancia y en todo tiempo y lugar. Nos escuchará cada vez que recurramos a Él con humildad. Nos dará los medios para buscar la santidad en nuestro quehacer, en medio del trabajo y en las condiciones que rodean nuestra vida. Nos dará más gracia si son mayores las dificultades, y más fuerzas si es mayor la debilidad.
II. «La esperanza cristiana ha de ser activa, evitando la presunción; y debe ser firme e invencible, para rechazar el desaliento»7.
Existe la presunción cuando se confía más en las propias fuerzas que en la ayuda de Dios y se olvida la necesidad de la gracia para toda obra buena que realicemos; o bien cuando se espera de la divina misericordia lo que Dios no puede darnos por nuestra mala disposición, como es el perdón sin verdadero arrepentimiento, o la vida eterna sin hacer ningún esfuerzo para merecerla. No es raro que de la presunción se llegue pronto al desaliento, cuando aparecen las pruebas y las dificultades, como si ese bien dificultoso, que es el objeto de la esperanza, fuera imposible de alcanzar. Este desaliento conduce al pesimismo primero y más tarde a la tibieza8, que considera demasiado difícil la tarea de la santificación personal, apartándose de cualquier esfuerzo.
La causa de la desesperanza no son las dificultades, sino la ausencia de deseos sinceros de santidad y de llegar al Cielo. Quien ama a Dios y quiere amarlo aún más, aprovecha las mismas dificultades para manifestarle que le ama y para crecer en las virtudes. Viene la falta de esperanza cuando se cae en el aburguesamiento, en el apegamiento a los bienes de la tierra, a los que se considera como los únicos verdaderos.
El tibio llega al desaliento porque ha perdido, por muchas negligencias culpables, el objetivo de su lucha por la santidad, por conocer y amar más a Dios. Las cosas materiales adquieren entonces para él un valor de fin absoluto en la práctica, aunque quizá no en la teoría. Y «si transformamos los proyectos temporales en metas absolutas, cancelando del horizonte la morada eterna y el fin para el que hemos sido creados –amar y alabar al Señor, y poseerle después en el Cielo–, los más brillantes intentos se tornan en traiciones, e incluso en vehículo para envilecer a las criaturas»9.
Debemos andar por la vida con los objetivos bien determinados, con la mirada puesta en Dios, que es lo que nos lleva a realizar con ilusión nuestros quehaceres temporales, costosos o no. Entonces comprendemos que todos los bienes terrenos (siendo bienes) son relativos y deben estar subordinados siempre a la vida eterna y a lo que a ella se refiere. El objetivo de la esperanza cristiana trasciende, de un modo absoluto, todo lo terreno10.
Esta actitud ante la vida, mantenedora de la esperanza, supone una lucha alegre diaria, porque la tendencia de todo hombre, de toda mujer, es hacer de esta vida una ciudad permanente, estando en realidad de paso. La lucha interior bien definida en la dirección espiritual, el examen general diario, el recomenzar una y otra vez, con humildad, sin dar lugar al desánimo, es la mejor garantía para mantenernos firmes en la esperanza. El Señor nos ha prometido, según leemos en el Evangelio de la Misa, que siempre que acudamos en demanda de ayuda nos atenderá.
III. Yo soy la Madre del amor hermoso... en mí está toda la esperanza de vida y de virtud11, son palabras que la Iglesia ha puesto durante siglos en boca de la Virgen.
La esperanza fue la virtud peculiar de los Patriarcas y de los Profetas, de todos los israelitas piadosos que vivieron y murieron con la vista puesta en el Deseado de las naciones12 y en los bienes que su llegada al mundo traería consigo, contentándose con mirarlos de lejos y saludarlos, considerándose peregrinos y huéspedes en esta tierra13. Durante muchas generaciones esta esperanza sostuvo al pueblo de Israel en medio de incontables tribulaciones y pruebas.
Con más fuerza que los Patriarcas y los Profetas y todos los hombres justos se unió la Virgen Santísima a este clamor de esperanza y de deseo de la pronta llegada del Mesías. Esta esperanza era mayor en la Virgen porque estaba confirmada en la gracia y preservada, por tanto, de toda presunción y de toda falta de confianza en Dios. Ya antes de la Anunciación, Santa María profundizaba en las Sagradas Escrituras como nunca lo hizo inteligencia humana alguna, y esta claridad en el conocimiento de lo que habían anunciado los Profetas fue aumentando hasta llegar a la plena confianza en que se realizaría lo anunciado. Esta esperanza fue creciendo como crece la certeza «que tiene el navegante, después de haber tomado el rumbo conveniente, de dirigirse efectivamente hacia el término de su viaje, y que aumenta a medida que se acerca»14.
María se ejercitaba en la esperanza cuando en su juventud deseaba ardientemente la llegada del Mesías; luego, cuando esperaba que el secreto de la Concepción virginal del Salvador se manifestase a José, su esposo; cuando se encontró en Belén sin un lugar donde llegara el Mesías; en su huida precipitada a Egipto... Más tarde, cuando todo parecía perdido en el Calvario, Ella esperaba la Resurrección gloriosa de su Hijo... mientras el mundo estaba sumido en la oscuridad. Ahora, próxima ya la Ascensión de Jesús a los cielos, se dispone a sostener a la naciente Iglesia en la difusión del Evangelio y la conversión del mundo pagano.
A lo largo de los siglos, el Señor ha querido multiplicar las señales de su asistencia misericordiosa y nos ha dejado a María como faro poderosísimo para que sepamos orientarnos cuando estemos perdidos, y siempre. «Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de la tentación, mira a la estrella, llama a María. Si te agitan las olas de la soberbia, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la nave de tu alma, mira a María. Si turbado con la memoria de tus pecados, confuso ante la fealdad de tu conciencia, temeroso ante la idea del juicio, comienzas a hundirte en la sima sin fondo de la tristeza o en el abismo de la desesperación, piensa en María.
»En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si Ella te ampara»15.
1 Jn 14, 14. — 2 Jn 17, 24. — 3 Cfr. R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior, Palabra, 2ª ed., Madrid 1975, vol. II, p. 738. — 4 Ibídem, p. 740. — 5 San Agustín, Trat. de la naturaleza y de la gracia, 43, 5. — 6 Conc. de Trento, Decreto sobre la justificación, cap. 13, Dz 806. — 7 R. Garrigou-Lagrange, o. c., p. 741. — 8 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 988. — 9 Cfr. San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 208. — 10 Cfr. F. Fernández-Carvajal, La tibieza, Palabra, 5ª ed., Madrid 1985, p. 95. — 11 Cfr. Eclo 24, 24. — 12 Ag 2, 8. — 13 Heb 11, 13. — 14 P. Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador, Rialp, Madrid 1976, p. 162. — 15 San Bernardo, Hom. 2 sobre el «missus est», 7.
Evangelio del sábado: nadie va al Padre si no es a través de mí
Comentario del sábado de la 4.ª semana de Pascua. "Nadie va al Padre si no es a través de mí". Pidamos a la Virgen María que nos ayude a abrir el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don de ser verdaderamente hijos de Dios.
06/05/2023
Evangelio (Jn 14, 7-14)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos
—nadie va al Padre si no es a través de mí. Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto.
Felipe le dijo:
—Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
—Felipe —le contestó Jesús—, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí, realiza sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí; y si no, creed por las obras mismas. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas porque yo voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.
Comentario
La afirmación de nuestro Señor — “Nadie va al Padre si no es a través de mi” — puede escribirse también en términos positivos: “Todo el mundo puede ir al Padre a través de mi”. El objetivo final es la vuelta a la casa paterna. Dios nos ha creado y a Él hemos de volver si somos fieles. Por eso, sin duda, Jesús da estas indicaciones: él es el Camino, el único, que lleva al Padre. San Josemaría se esforzó siempre en su vida de piedad en seguir este itinerario; lo aconsejó también a todos los que le pedían una orientación para su vida espiritual. Porque Jesús nos dice que él es el “Camino” y que, si recurrimos a él y lo tratamos, él nos conducirá al Padre. A Dios Padre, para resaltar así su paternidad y, al mismo tiempo, nuestra filiación. Siempre nos aconsejó que busquemos en todo y para todo el fundamento sólido de la filiación divina. No sólo en momentos determinados de la vida, por ejemplo, cuando llegan las contradicciones y las dificultades, sino también en nuestra vida de cada día.
También en el evangelio de hoy, Jesús nos revela que conocer a Cristo es conocer al Padre “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Toda la vida de Cristo es revelarnos al Padre, y mostrarnos el gran amor que Dios nos tiene para que seamos hijos de Dios. En palabras de san Josemaría “Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo pródigo, hace falta sólo que abramos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y de ser, a pesar de tanta falta de correspondencia por nuestra parte, verdaderamente hijos suyos” (La conversión de los hijos de Dios, 64)
Y como somos hijos de Dios, Él quiere ayudarnos. Jesús nos invita a pedir lo que necesitamos a Dios a través suyo. Quiere que pidamos aquello que conviene a nuestra salvación. Así “lo que pidáis” se entiende como lo que es bueno para el que pide. Cuando nos concede lo que pedemos es que conviene para nuestra salvación.
Pidamos a la Virgen María que nos ayude a dar una vez más el primer paso para tratar con la mayor intimidad posible a su Divino Hijo, en su Santa Humanidad.
“El Santo Rosario es arma poderosa”
El Santo Rosario es arma poderosa. Empléala con confianza y te maravillarás del resultado. (Camino, 558)
6 de mayo
En nuestras relaciones con Nuestra Madre del Cielo hay también esas normas de piedad filial, que son el cauce de nuestro comportamiento habitual con Ella. Muchos cristianos hacen propia la costumbre antigua del escapulario; o han adquirido el hábito de saludar ‑no hace falta la palabra, el pensamiento basta‑ las imágenes de María que hay en todo hogar cristiano o que adornan las calles de tantas ciudades; o viven esa oración maravillosa que es el santo rosario, en el que el alma no se cansa de decir siempre las mismas cosas, como no se cansan los enamorados cuando se quieren, y en el que se aprende a revivir los momentos centrales de la vida del Señor; o acostumbran dedicar a la Señora un día de la semana –precisamente este mismo en que estamos ahora reunidos: el sábado–, ofreciéndole alguna pequeña delicadeza y meditando más especialmente en su maternidad.
Hay muchas otras devociones marianas que no es necesario recordar aquí ahora. No tienen por qué estar incorporadas todas a la vida de cada cristiano ‑crecer en vida sobrenatural es algo muy distinto del mero ir amontonando devociones‑, pero debo afirmar al mismo tiempo que no posee la plenitud de la fe quien no vive alguna de ellas, quien no manifiesta de algún modo su amor a María. (Es Cristo que pasa, 142)
Muy humanos, muy divinos (XVIII): Libertad interior, o la alegría de ser quien eres
Encontrar su centro en el amor de Dios es todo lo que necesita nuestra libertad para convertirnos en personas únicas, felices, que no se cambiarían por nadie.
29/04/2023
La fama de Jesús se extendía por Galilea. Era un maestro distinto a los demás: hablaba con autoridad, y su palabra impresionaba… incluso a los demonios. Tras predicar en distintos lugares, «fue a Nazaret, donde se había criado» (Lc 4,16). San Lucas coloca esta escena al inicio de la vida pública. El relato tiene tal densidad que se puede ver como un «evangelio dentro del evangelio»: en pocas líneas no solo se abre solemnemente la misión del Señor, sino que se sintetiza en cierto modo su vida entera[1]. Jesús va a la sinagoga y se pone en pie para hacer la lectura. Le entregan el rollo del profeta Isaías; «desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”». Enrolla entonces de nuevo el texto, y se sienta. «Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”» (Lc 4,17-21). Jesús presenta en términos inequívocos su condición de Mesías, y lo hace con un texto que pone en primer plano el don de la libertad. Eso es lo que él ha venido a darnos; ha venido a liberarnos del cautiverio y la opresión del pecado.
La libertad: los primeros cristianos eran conscientes de que este don se encontraba en el centro de su fe, y por eso san Pablo hará de él un tema constante de sus cartas. Jesús nos libera del peso del pecado y de la muerte, del destino ciego que gravaba sobre las religiones paganas, de las pasiones desordenadas y de todo lo que hace miserable la vida del ser humano sobre la tierra. Sin embargo, la libertad no es solamente un don, sino al mismo tiempo una tarea. Como escribe el apóstol de las gentes, «para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud» (Ga 5,1). Es preciso, pues, custodiar la libertad, vivir a la altura de este regalo, y no abandonarse de nuevo a la facilidad de la esclavitud. Los primeros cristianos tenían marcada a fuego esta convicción; pero ¿y nosotros? Muchos hemos sido bautizados cuando éramos unos recién nacidos. ¿Qué pueden significar para nosotros las palabras de Isaías que citó el Señor en Nazaret? ¿Y esa llamada a vivir en libertad, sin someternos, de la que habla san Pablo?
Si solo se tratara de poder elegir
Al hablar de libertad, a menudo pensamos en una simple condición, una cualidad de nuestras acciones: actúo con libertad cuando puedo hacer lo que quiero, sin que nadie me obligue o me coarte. Es la experiencia de libertad que tenemos cuando podemos elegir por nosotros mismos. Ante una pregunta como, por ejemplo: «¿Comerá tarta de chocolate o fruta?», parece más libre quien puede elegir cualquiera de los dos y elige lo que prefiere, por el motivo que considera más oportuno. Una persona diabética, en cambio, se ve obligada a pedir fruta. En este sentido preciso, es más libre quien puede elegir más: quien tiene más alternativas y menos elementos que la determinen en una dirección. Por eso tener dinero da una gran sensación de libertad: se abren muchas oportunidades que están vedadas a quien carece de él. También la ausencia de compromisos da una gran sensación de libertad, pues aparentemente no hay nada que dicte o restrinja las propias decisiones.
Desde luego, la ausencia de coerciones forma parte de la condición de libertad, pero no la agota. De hecho, algunos de los modelos de libertad que recorren la historia han vivido entre rejas. El ejemplo de Thomas More en la Torre de Londres es paradigmático. Desde el punto de vista de la capacidad de elección, no era libre en absoluto; y sin embargo… Lo mismo vale para personajes más recientes, o para los primeros mártires. Toda forma de persecución es un intento de acabar con la libertad, pero no hay modo meramente externo de lograrlo. Por eso, dice Jesús: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (Mt 10,28). La libertad no es simplemente una condición, sino la capacidad de decidir —o de tomar partido por un tipo de conducta— en lo más íntimo de nuestro ser, más allá de lo que dicten las circunstancias en que nos movemos.
Por otra parte, la libertad que experimentamos en nuestras elecciones puntuales suele tener un alcance más bien reducido. Cuando pensamos en personas que han pasado a la historia por el modo en que han vivido su libertad, no es eso lo que suele destacar. Podemos repasar mentalmente el nombre de tres o cuatro personas —conocidas por todo el mundo o simplemente cercanas a nosotros— que tengamos por modelos de libertad. ¿Qué destaca en su vida? ¿Qué las convierte en modelos para nosotros? Seguramente no las admiramos porque hayan podido elegir siempre qué comida preferían, o porque, para poder cambiar de pareja cuando se les antojara, nunca se llegaran a casar. Se trata más bien de personas que se han liberado de todo lo que pudiera atarles, para entregarse plenamente a algo (una causa valiosa) o a alguien; para dar la vida entera. Y son ejemplos de libertad justamente porque llevan esa entrega hasta el final. Si Thomas More hubiera jurado fidelidad a Enrique VIII contra su conciencia, aunque lo hubiera hecho libremente, no habría pasado a la historia del mismo modo en que lo ha hecho. Si san Pablo, en lugar de esforzarse por dar a conocer a Cristo hasta dar la vida por él, hubiera decidido dejar su llamada y volver a establecerse como tejedor de tiendas, aunque lo hubiera hecho libremente, no nos parecería un modelo de libertad. De ahí que, para entender a fondo la libertad, sea necesario ir más allá de la simple capacidad de elegir.
Un tesoro por el que dar la vida
El Evangelio nos habla de una experiencia de libertad que consiste precisamente en renunciar a toda posibilidad de elección: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra» (Mt 13,44-46). Los personajes de estas breves parábolas lo dejan todo por algo que lo merece. Renuncian a elegir, se comprometen plenamente con algo, y no les parece que estén tirando su libertad, sino haciendo con ella lo mejor que pueden hacer. En realidad, esta es la experiencia de cualquier enamorado. No le importa no poder salir con otras personas: lo ha dado todo por aquella a la que ama; solo desea amarla y enamorarla más cada día. Y no le parece que así esté tirando su libertad: al contrario, entiende que no puede hacer nada mejor con su libertad que amar a esa persona, ese tesoro, esa perla valiosísima.
Ya solo esta consideración permite darse cuenta de que la libertad de elección, aun siendo una dimensión de la libertad, se ordena a otra más profunda: la que consiste en poder amar algo (o a alguien). Esta otra dimensión se podría denominar libertad de adhesión. Es la libertad que ponemos por obra al amar, y que permite comprender que «la libertad y la entrega no se contradicen; se sostienen mutuamente»[2]. Al dar la vida entera, no se pierde libertad, sino que se vive con mayor intensidad: «en la entrega voluntaria, en cada instante de esa dedicación, la libertad renueva el amor, y renovarse es ser continuamente joven, generoso, capaz de grandes ideales y de grandes sacrificios»[3]. Cuando, tras una jornada intensa, solo nos queda un rato libre al final del día y, dándonos cuenta de que no hemos dedicado un tiempo todavía a la oración, decidimos hacer eso en vez de descansar viendo las noticias, estamos empleando nuestra libertad en un sentido que sostiene nuestra entrega; la clave que resuelve ese dilema sin plantearnos conflictos está, de nuevo, en el amor. Asimismo, la madre de familia, al atender, por amor, a un hijo enfermo que cambia sus planes, lo hace libérrimamente, y esa entrega le da una alegría que no obtendría haciendo lo que le apetecía o le convenía más en ese momento.
Pero aún podemos dar un paso más. Cuando abrazamos algo (o a alguien) con nuestra vida entera, ese amor nos va configurando, nos va haciendo ser cada vez más «nosotros mismos»: una persona única, con nombre y apellidos. Por ejemplo, Teresa de Calcuta. Imaginemos por un momento que le hubieran ofrecido un chalet para pasar apaciblemente sus últimos años de vida, y una ONG para ocuparse de los pobres a los que ella atendía. ¿Qué habría respondido? La libertad con la que vivía su vida no consistía en poder dejarlo todo e irse a descansar tranquilamente, sino precisamente en abrazar un bien —a Cristo, presente en los más pobres— con su vida entera y en despojarse, a su vez, de todo aquello que entorpeciera ese ideal.
En realidad, fácilmente podríamos encontrar ejemplos similares en la vida de otras muchas santas y santos. Lo que les movía en todo caso era el deseo de ser fieles al Amor al que habían entregado todo; responder a la llamada que los había enviado en medio del mundo, con una misión que iba dando forma a su vida. Podemos recordar, por ejemplo, lo que nuestro Padre escribía en 1932: «Dos caminos se presentan: que yo estudie, gane una cátedra y me haga sabio. Todo esto me gustaría y lo veo factible. Segundo: que sacrifique mi ambición, y aun el noble deseo de saber, conformándome con ser discreto, no ignorante. Mi camino es el segundo: Dios me quiere santo, y me quiere para su Obra»[4]. Esto es lo que se puede denominar libertad interior: la fuente que explica que mis acciones no responden ni al capricho de un momento, ni a mandatos externos, ni siquiera al frío valor objetivo de las cosas, sino a ese tesoro escondido por el que lo he dado todo: el Amor que ha venido a buscarme y me llama a seguirle. Desde esa llamada, mucho mejor que desde una serie de obligaciones externas, se entienden las locuras de los santos.
Lógicamente, obrar con libertad interior no significa que no haya cosas que nos cuesten. En el plano de nuestra vida ordinaria, el Padre ha recordado con frecuencia algo que san Josemaría solía decir: «no es lícito pensar que solo es posible hacer con alegría el trabajo que nos gusta»[5]. Glosando esta frase, ha escrito: «Se puede hacer con alegría —y no de mala gana— lo que cuesta, lo que no gusta, si se hace por y con amor y, por tanto, libremente»[6]. Se hace con plena libertad, porque se comprende que responde al amor que llevamos en el corazón. En otras palabras, quizá hoy no tengo muchas ganas, quizá no acabo de entender por qué tengo que hacer precisamente esto… pero lo hago porque sé que forma parte del amor que he abrazado con mi vida, y en esa misma medida soy capaz de amarlo. Cuando actúo de ese modo, no lo hago de manera automática o simplemente porque «hay que hacerlo», sino «por y con amor», con voluntariedad actual. Con el tiempo, lo que ahora hago a contrapelo, movido por el amor a quien he entregado mi vida, adquirirá su sentido más hondo. «Percibir la propia vocación como un don de Dios —y no como un simple entramado de obligaciones—, incluso cuando suframos, es también una manifestación de libertad de espíritu»[7].
La libertad como respuesta
En su concepción de la libertad, una parte importante de la cultura actual no logra, tantas veces, ver más allá de la capacidad de elegir en cada instante sin coerción ni determinación ninguna: parece que, si eso se pone en cuestión, la libertad se esfuma. Sin embargo, es un hecho que escoger una cosa significa muchas veces renunciar a otras; que querer no significa necesariamente poder, y que lo que nos parece un proyecto firme puede naufragar fácilmente. La antropología cristiana propone una relación mucho más armónica y serena con la libertad, desde el momento en que la comprende como un don y una llamada. Hemos sido «llamados a la libertad» (Ga 5,13); y no a una libertad amorfa o sin sentido, sino a «la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). La verdad de nuestra filiación divina es la que nos hace libres (cfr. Jn 8,31-32). Por eso, nuestra libertad no es una actividad espontánea, que brota sin saber de dónde ni hacia dónde. Nuestra libertad es, en su dimensión más honda, una respuesta al Amor que nos precede. De ahí que san Josemaría pudiera describir la vida interior, en lo que tiene de lucha, como un obrar «porque nos da la gana (…) corresponder a la gracia del Señor»[8]. Libremente abrazamos a quien «nos amó primero» (cfr. 1Jn 4,19), y procuramos, con todas nuestras fuerzas, corresponder a ese amor. Y esto, que puede parecer algo abstracto, tiene en realidad algunas consecuencias muy concretas. Por ejemplo, ante las distintas elecciones que realizamos cada día, podríamos preguntarnos: «esto voy a hacer, ¿a dónde me lleva?, ¿está en la línea del amor de Dios, de mi condición de hijo?».
Por otra parte, cuando vivimos la libertad como respuesta descubrimos que no hay motor más potente en nuestra vida que mantener viva la memoria del Amor que nos llama. También en el plano humano es así: no hay fuerza mayor, para cualquier persona, que la conciencia de ser amado. Como la enamorada que sabe que su amado cuenta con ella: «¡La voz de mi amado! Ya está aquí, ya viene saltando por los montes, brincando por los cerros (...). Vedle. Está detrás de nuestra tapia. Mira por las ventanas, atisba por las celosías. (...) ¡Levántate, ven, amada mía, hermosa mía, vente! Que ya pasó el invierno, las lluvias ya cesaron, se fueron» (Ct 2,8-11). Quien se sabe amado así por Dios, llamado a encender el mundo entero en su Amor, está dispuesto a lo que haga falta. Todo le parece poco en comparación con lo que ha recibido; se dirá, como algo evidente: «¡Qué poco es una vida para ofrecerla a Dios!»[9]. Darnos cuenta de que «Dios nos espera en cada persona (cfr. Mt 25,40), y que quiere hacerse presente en sus vidas también a través de nosotros, nos lleva a procurar dar a manos llenas lo que hemos recibido. Y en nuestras vidas, hijas e hijos míos, hemos recibido y recibimos mucho amor. Darlo a Dios y a los demás es el acto más propio de la libertad»[10].
No hay temor ni mandato externo que pueda mover un corazón como lo hace la fuerza de la libertad que se identifica con su Amor, hasta los detalles más pequeños. San Pablo lo decía con la convicción de quien lo ha vivido a fondo: «Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,38-39). Lógicamente, para que el Amor de Dios tenga esa fuerza en nosotros, necesitamos cultivar una profunda intimidad con él, en primer lugar en la oración. Ahí, contemplando al Señor aprendemos el camino de la libertad, y ahí también abrimos nuestro corazón a la acción transformadora del Espíritu Santo.
Que la verdadera libertad toma forma de respuesta, de un gran «sí», tiene que ver también con parte de la herencia que, en lo humano, san Josemaría quiso dejar a sus hijos: el buen humor[11]. No se trata simplemente de un rasgo de personalidad, sino de una auténtica fortaleza —virtus— de la libertad. Si la vida de los cristianos se fundamentara en una decisión ética, en la lucha por realizar una idea, casi todos terminarían en alguna forma de cansancio, de desánimo o de frustración. No todos, porque hay temperamentos más fuertes, que se sienten incluso estimulados al verse obligados a nadar contracorriente, pero sí casi todos. Sin embargo, la situación es muy distinta si la vida cristiana tiene su origen en el encuentro con una Persona que ha venido a buscarnos[12]. Este origen es el mismo que nos sostiene mientras buscamos la meta con todas nuestras fuerzas, por pocas que nos parezcan: «No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo» (Flp 3,12). Es él quien nos alcanzó, él quien se fijó en nosotros, él quien ha creído en nosotros. Por eso, si palpamos nuestra pequeñez, nuestra miseria, el barro —humus— del que estamos hechos, nuestra respuesta será tan humilde como llena de humor: responderemos desde una mirada que, «más allá del simple carácter natural, permite ver el lado positivo ―y, si es el caso, divertido― de las cosas y de las situaciones»[13]. Claro que somos de barro; si en algún momento hemos intentado levantar el vuelo no es porque hayamos perdido eso de vista, sino porque hay Alguien que nos conoce mejor que nosotros mismos y que nos invita a dar ese paso.
Es muy hermoso —y tiene su gracia— el diálogo que entabla con el Señor el profeta Jeremías (Jr 1,5-8). Pocos profetas sufrieron tanto como él por hacer presente la palabra de Dios en medio de su pueblo. La iniciativa había sido de Dios: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones». Jeremías, por su parte, no parece percibir más que su propia inadecuación: «Yo repuse: —¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que solo soy un niño». Pero Dios no se da por vencido: «No digas que eres un niño, pues irás adonde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene». ¿Cómo podrá ir adelante el profeta?, ¿cuál será su seguridad? ¿El mandato que ha recibido? Mucho más que eso: «—No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte». A veces, el peor enemigo de nuestra libertad somos nosotros mismos, sobre todo cuando perdemos de vista el auténtico fundamento de nuestra existencia.
A fin de cuentas, lo sorprendente no es que seamos débiles y caigamos, sino que, siéndolo, sigamos levantándonos de nuevo; que siga habiendo lugar, en nuestro corazón, para soñar los sueños de Dios. Él cuenta con nuestra libertad y con nuestro barro. Es cuestión de mirarle más a él, y menos a nuestra incapacidad. La intimidad con Dios, la confianza en él: de ahí surgen la fuerza y la levedad que hacen falta para vivir en medio del mundo como hijos de Dios. «Un escritor dijo que los ángeles pueden volar porque no se toman demasiado en serio. Y nosotros quizá podríamos volar un poco más, si no nos diéramos tanta importancia»[14].
[1] Cfr. J.M. Casciaro, «El Espíritu Santo en los evangelios sinópticos», en P. Rodríguez et al. (eds.), El Espíritu Santo y la Iglesia, Eunsa, Pamplona 1999, 65.
[2] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 31.
[3] Ibídem.
[4] San Josemaría, Apuntes íntimos, n. 678, cit. en Camino, edición crítico-histórica.
[5] San Josemaría, Carta 13, n. 106.
[6] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 6.
[7] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 7.
[8] San Josemaría, Carta 2, n. 45.
[9] San Josemaría, Camino, n. 420.
[10] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 4.
[11] Cfr. San Josemaría, Carta 24, n. 22.
[12] Cfr. Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, n. 1.
[13] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 6.
[14] Benedicto XVI, Entrevista en Castelgandolfo, 5-VIII-2006.
Por los movimientos y grupos eclesiales
En sus intenciones de oración para el mes de mayo, el Papa Francisco pide rezar por los grupos eclesiales, para que mantengan su misión: evangelizar con creatividad.
03/05/2023
¡Los movimientos eclesiales son un don, son la riqueza en la Iglesia! ¡Esto son ustedes! Los movimientos renuevan la Iglesia con su capacidad de diálogo al servicio de la misión evangelizadora. Redescubren cada día en su carisma nuevas formas de mostrar el atractivo y la novedad del Evangelio.
¿Cómo lo hacen? Hablando idiomas diferentes, parecen diferentes, pero es la creatividad que crea esas diferencias. Pero entendiéndose siempre y haciéndose entender. Y trabajando al servicio de los obispos y las parroquias para evitar cualquier tentación de encerrarse en sí mismos, que este puede ser el peligro, ¿no?
Manténganse siempre en movimiento, respondiendo al impulso del Espíritu Santo, a los desafíos, a los cambios del mundo de hoy. Manténganse en la armonía de la Iglesia, que la armonía es un don del Espíritu Santo.
Oremos para que los movimientos y grupos eclesiales redescubran cada día su misión, una misión evangelizadora, y que pongan sus propios carismas al servicio de las necesidades del mundo. Al servicio.
Oración de la intención mensual del Papa Francisco
Intenciones mensuales anteriores. Las intenciones son confiadas mensualmente a la Red Mundial de Oración del Papa con el objetivo de difundir y concienciar sobre la imperiosa necesidad de orar y actuar por ellas.
La Iglesia dedica el mes de mayo a la Virgen. "Mes de mayo -decía san Josemaría-. El Señor quiere de nosotros que no desaprovechemos esta ocasión de crecer en su Amor a través del trato con su Madre"
Mes de mayo. El Señor quiere de nosotros que no desaprovechemos esta ocasión de crecer en su Amor a través del trato con su Madre. Que cada día sepamos tener con Ella esos detalles de hijos ?cosas pequeñas, atenciones delicadas?, que se van haciendo grandes realidades de santidad personal y de apostolado, es decir, de empeño constante por contribuir a la salvación que Cristo ha venido a traer al mundo.[1]
Está en la tradición de la Iglesia que en muchos lugares se dedique el mes de mayo a la Santísima Virgen María. En este tiempo, los cristianos nos esforzamos por tener más presente en nuestro corazón a la Madre de Dios, con un amor que se traduce en prácticas de cariño filial con la Virgen.
San Josemaría se conmovía con las manifestaciones multitudinarias de amor a la Virgen, pero siempre decía que tenía predilección por la romería hecha individualmente o en grupos reducidos, quizá sólo de dos o tres personas. Respeto y amo esas otras manifestaciones públicas de piedad, pero personalmente prefiero intentar ofrecer a María el mismo cariño y el mismo entusiasmo, con visitas personales, o en pequeños grupos, con sabor de intimidad.[2]
En 1935, después de su primera visita al santuario de Sonsoles, en tierras de Ávila, el fundador del Opus Dei estableció que, como muestra de amor a la Virgen, todos los fieles de la Prelatura hicieran cada año, en el mes de mayo, una romería a un Santuario o lugar donde se venere una imagen de Santa María. Desde entonces, esa costumbre se ha difundido entre muchas otras personas que han entrado en contacto con su mensaje.
La romería de mayo es una visita a la Virgen hecha con amor filial. Lo que hacía San Josemaría era rezar tres partes del Rosario: una, en el camino de ida; otra ?que solía ser la correspondiente al día de la semana, con las letanías?, en el santuario o ante la imagen de Nuestra Señora que había ido a visitar; y la tercera, en el camino de regreso.
Se pueden ofrecer a Santa María pequeñas mortificaciones por las necesidades personales y de toda la Iglesia: hacer a pie al menos la última parte del trayecto; aceptar con alegría las incomodidades del camino o las inclemencias del tiempo; privarse del pequeño refrigerio que sería normal en un paseo, etc.
La romería de mayo tiene un marcado espíritu apostólico. San Josemaría animaba a hacerla en compañía de amigos o parientes y a aprovechar para sugerirles algún paso adelante en su vida cristiana.
Muchas conversiones, muchas decisiones de entrega al servicio de Dios han sido precedidas de un encuentro con María. Nuestra Señora ha fomentado los deseos de búsqueda, ha activado maternalmente las inquietudes del alma, ha hecho aspirar a un cambio, a una vida nueva. Y así el haced lo que El os dirá se ha convertido en realidades de amoroso entregamiento, en vocación cristiana que ilumina desde entonces toda nuestra vida personal.[3]
"Una manifestación particular de la maternidad de María ?decía Juan Pablo II en Fátima? la constituyen los sitios donde Ella se encuentra con los hombres, las casas donde habita; lugares donde se nota una particular presencia de la Madre. En todos estos lugares se cumple de modo admirable el singular testamento del Señor crucificado. Allí, el hombre es confiado a María, allí acude con presteza a encontrarse con Ella como con la propia Madre; le abre su corazón, le habla de todo; la recibe en su propia casa, es decir, le hace partícipe de todos sus problemas".
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[1] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 149
[2] Ibid., 139
[3] Ibid., 149.
La Ciencia Teológica sobre María
DEFINICIÓN DE LA MARIOLOGÍA
La ciencia que trata de Santa María Virgen ha sido designada, en el transcurso del tiempo, con diversos nombres. Algunos, como San Alberto Magno, la llamaron Mariale; otros prefirieron el nombre de Theología Mariana; otros la designaron como Theotokología, que significa, tratado sobre la Madre de Dios; otros simplemente la llaman Mariología, título más común y que ha prevalecido hasta nuestros días.
Definición etimológica
El término Mariología está formado por las palabras griegas MIRIAM (María) y LOGOS (tratado o ciencia), por lo que, etimológicamente, significa *`tratado o ciencia sobre la Virgen María».
Definición real
Mariología es aquella parte de la Teología que estudia a María como Madre de Dios y Madre de los hombres, según los principios de la Revelación divina.
Decimos: «aquella parte de la Teología», pues entre la Mariología y la Teología media una relación como de la parte al todo. Lo cual significa que se estudia a la Santísima Virgen María -dentro de la Teología- de manera sistemática, en virtud del papel único y singular que le corresponde en la realización y consumación de la Obra redent6ra de su Hijo.
El centro de la Teología lo constituye Cristo -la Redención del género humano hecha por Nuestro Señor Jesucristo-, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, encarnado en el seno virginal de María. Por éste motivo Ella queda vinculada al centro mismo de la Teología, dando lugar a la Mariología, donde se estudia a María y la función específica que desempeña en la Obra de la Redención.
Decimos también «que estudia a María como Madre de Dios y Madre de los hombres», para expresar con ello el objeto mismo de la Mariología; es decir, estudia a la Virgen como criatura singular y privilegiada, asociada íntimamente a la persona y a la Obra de su Hijo y, a la vez, por la relación espiritual que tiene con todos los hombres.
Finalmente decimos «según los principios de la divina Revelación». Con esto se indica el método de estudio. La Mariología, como parte de la ciencia teológica, toma también sus principios de la Fuente de la Revelación; es decir, de la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición, las cuales han sido entregadas y confiadas para su custodia y auténtica interpretación al Magisterio de la Iglesia.
Se llama método al camino o modo de proceder que tiene una ciencia para alcanzar su objeto. El método de la Mariología es el mismo de la Teología; esto es, el modo de proceder propio de la investigación y comprensión de la verdad revelada. Este modo de proceder es triple: inductivo, deductivo y apologético.
IMPORTANCIA DEL ESTUDIO TEOLÓGICO SOBRE MARÍA
Tres son los motivos principales de la importancia del estudio teológico sobre María: a) Por la excelencia del objeto que estudia; b) por los efectos que produce y, c) por su relación con otros tratados de la Teología.
La excelencia del objeto de la Mariología
La excelencia de una ciencia radica en la dignidad del objeto que estudia. Ahora bien, si la Mariología estudia a María -que es la criatura más noble, más digna y más santa-, es lógico que la ciencia que la estudia tenga igualmente esa nobleza y esa dignidad.
María Santísima es, en efecto, la cumbre de la creación, el vértice de las maravillas de Dios, la obra maestra de la sabiduría, del poder y de la bondad de Dios: una obra maestra «sólo sobrepasada por su Artífice» (San Epifanio, Oratio de laudibus S. Mariae Deiparae, PG. 43,478).
En nuestros días, acorde con el sentir unánime de la Iglesia, el Venerable Josemaría Escrivá de Balaguer escribió: -Canta ante la Virgen Inmaculada, recordándole: Dios te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo… ¡Más que tú, sólo Dios!» (Camino n.496).
Los efectos que produce
Si la Mariología es excelente por su objeto, no lo es menos por los efectos que produce. Estos efectos son principalmente tres: lo) Conduce al conocimiento y al amor de Dios; 2o) al de Cristo y, 3o) al de María.
lo) La Mariología conduce y facilita el conocimiento y el amor de Dios. En efecto, la escala para subir a Dios, para conocerlo y amarlo, son las criaturas. San Pablo dice: «Lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante sus obras (las criaturas)» (Rom. 1,20; cfr. también Sab. 3,20). María es una criatura perfectísima en la que resplandecen de modo singular la bondad, la gracia y el amor divinos, pues en Ella se complació el Todopoderoso (cfr. Lc. 1,49). Por tanto, conociendo y amando a María conoceremos y amaremos más a Dios.
2o) La Virgen Santísima nos configura con su Hijo y nos conduce a El. Tengamos presente que Ella sostuvo la fe vacilante de los Apóstoles antes de Pentecostés; Ella nos fue entregada, por su Hijo, como Madre; Ella señaló en las bodas de Caná: «Haced lo que El os diga» (Jn. 2,5). Por todo ello, María es ayuda valiosísima para el cristiano en su camino hacia Jesucristo. La Iglesia expresa la verdad de esta afirmación con esta pequeña jaculatoria: «Ad Iesum per Mariam».
3o) Por último, sabiendo que no hay criatura más excelsa que María, ni quien más íntimamente esté unida a Dios, la Iglesia le aplica estas palabras de la Escritura: «Quien me hallare, hallará la vida y obtendrá el favor del Señor» (Prov. 8,35).
Relación de la Mariología con otros tratados de la Teología
La ciencia mariológica tiene ya un lugar propio en la Teología. Este lugar propio no significa autonomía, puesto que está siempre estrechamente relacionada con los restantes tratados teológicos. Así, por ejemplo, con relación al Tratado de la Santísima Trinidad basta decir que Santa María es hija predilecta de Dios Padre, Madre verdadera de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo.
Con la Cristología y la Soteriología guarda una especialísima relación por cuanto la Encarnación se llevó a cabo en sus entrañas purísimas; María refuerza la verdad de la Humanidad de Cristo; fortalece las relaciones Padre-hijo por cuanto Jesús estuvo sujeto a María y José (cfr, Lc. 2, 51); colabora con su Hijo como Corredentora, Mediadora y Dispensadora universal de todas las gracias.
Se relaciona con la Eclesiología en tanto que Ella es tipo y figura de la Iglesia; en María la Iglesia ha alcanzado su perfección, es Madre de la misma Iglesia y colabora activamente en su origen y en su crecimiento (cfr. Const. dogm. Lumen gentium, cap.8).
También se relaciona con la Escatología o tratado de las postrimerías, porque su Asunción a los cielos es anticipo y prenda cierta de la resurrección de los cuerpos de todos los hombres (cfr. Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, n.15).
El estudio de la Mariología ha servido además, para profundizar en el método teológico y ahondar en las relaciones que hay entre la Sagrada Escritura y la Tradición. Por ejemplo, el Dogma de la Inmaculada Concepción fue precedido por la fe del pueblo cristiano, y el Dogma de la Asunción de María asentado firmemente, también, principalmente en argumentos de la Tradición. En otras Palabras, el «sentido de la fe» de todos los fieles ha impulsado a los teólogos a profundizar en sus argumentos.
Como puede verse, el estudio teológico sobre la Virgen María está lleno de virtualidades y consecuencias. Estas se manifiestan no sólo en los Tratados de la Teología, sino también en el interés creciente y universal de los fieles que han sabido descubrir en la Santísima Virgen el camino hacedero y fácil para llegar a Jesucristo y, prenda segura de ortodoxia en la doctrina y para la propia salvación.
María Santísima es Nuestra Madre
María es la Madre espiritual de los hombres en tanto que por su unión con Cristo Redentor nos ha comunicado la vida sobrenatural de la gracia por la que somos regenerados a la vida del espíritu
María Santísima es Nuestra Madre
La Virgen es nuestra Madre, por voluntad expresa del Señor, pues El nos la entregó, cuando estaba en la Cruz, con estas palabras:
«Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a su Madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu madre» (In. 19,26?27). Desde entonces Juan la tomó por madre y con él nosotros, los cristianos de todos los tiempos. Por eso tenemos una madre en la tierra y otra en el Cielo.
La maternidad espiritual de María es la relación más sublime de la Virgen con nosotros; por esa relación somos sus hijos y, por ella, nos sentimos protegidos y amparados.
El Papa Juan Pablo II enseña esta verdad católica explicando cómo la Madre de Cristo, encontrándose al pie de la Cruz en el centro mismo del misterio pascual del Redentor, es entregada al hombre a cada uno y a todos? como madre. Por consiguiente, esta nueva maternidad de María, engendrada por la fe es fruto del nuevo amor, que maduró en ella definitivamente junto a la Cruz, por medio de su participación en el amor redentor del Hijo (cfr. Enc. Redemptoris Mater n.23).
SIGNIFICADO DE LA MATERNIDAD ESPIRITUAL
María es la Madre espiritual de los hombres en tanto que por su unión con Cristo Redentor nos ha comunicado la vida sobrenatural de la gracia por la que somos regenerados a la vida del espíritu. Así, la llamamos Madre, por analogía con la vida natural, pues nos ha engendrado a la vida divina al ser Corredentora del género humano.
Se trata de una maternidad adoptiva, semejante a la paternidad adoptiva de Dios respecto de los justos. Maternidad espiritual mucho más íntima y fecunda que la adopción humana natural, ya que aquella produce en el alma, por la gracia santificante, una participación en la naturaleza divina que nos hace semejantes a Dios (cfr. Jn. 1,12s. y 2 Pe. 1,4). La maternidad espiritual de María participa de la fecunda paternidad espiritual de Dios, ya que María en unión con Cristo nos ha engendrado real y verdaderamente a la vida de la gracia, germen de la vida eterna; nos alimenta y cuida hasta que lleguemos al cielo.
María es la nueva Eva que cooperó voluntariamente a nuestra salvación, como Eva lo hizo para nuestra ruina. Santa María se convirtió en la Madre de todos los hombres al unirse al sacrificio de su Hijo por el mayor de los actos de fe, con fianza y amor a Dios y a las almas.
Escribe San Agustín: «María cooperó con su caridad para que nacieran en la Iglesia los fieles miembros de aquella cabeza de la que es madre según el cuerpo» (De sancta virginitate, PL. 40,399).
La Sagrada Escritura
Lucas 1,38: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Al consentir libremente en ser la Madre del Salvador, autor de la gracia, en ese momento también nos concibió espiritualmente, ya que al ser la Madre de la Cabeza, que es Cristo, es Madre también de los fieles miembros del Cuerpo Místico.
Juan 19,26?27: «Mujer, he ahí a tu hijo… Hijo, he ahí a tu Madre».
Estas palabras de Jesús, como las palabras sacramentales, produjeron en María lo que significaban, esto es, un gran aumento de caridad o de amor materno por nosotros, y en San Juan (que representaba al género humano) produjeron un amor filial profundo y lleno de respeto por la Madre de Dios, el cual, es origen de la gran devoción de los fieles a María.
El Magisterio de la Iglesia
Las enseñanzas de la Iglesia sobre este tema son abundantes. El Concilio Vaticano II recoge la doctrina precedente y profundiza en ella. Destacamos aquí los puntos más sobre salientes:
a) La razón de la maternidad espiritual es debida a la predestinación de María a ser Madre del Verbo encarnado y por su cooperación al restablecimiento de la vida de la gracia en los hombres.
b) Es Madre espiritual por sus virtudes, ya que así como Cristo llevó a cabo la Redención por sus virtudes obediencia en la Encarnación, obediencia en su Sacrificio voluntario y meritorio ?, así también María corredimió por su fe en la Encarnación, por su amor en la Cruz, por la entrega al sacrificio de su Hijo, y ejerce su maternidad espiritual poniendo en juego todas sus virtudes.
c) La naturaleza de esta maternidad es del tipo de gracia, en cuanto que consiste en una peculiar colaboración con su Hijo en orden a la regeneración de los hombres a la vida divina.
d) Las etapas de su maternidad, son tres: en la Encarnación, al pie de la Cruz y, en el cielo, desde su gloriosa Asunción a los cielos.
e) El ejercicio de su maternidad, que es doble: intercediendo por nosotros ante su Hijo y, presentándonos delante de Cristo (cfr. Const. dogm. Lumen gentium, nn.60?62).
Por todas esas razones la Iglesia no ha dudado en invocarla de la siguiente manera: «»Virgen Madre de Dios, Tú que estás continuamente en su presencia, hazme la gracia de hablarle a tu Hijo cosas buenas sobre mí» (Oración sobre las ofrendas, Misa de Santa María Medianera de todas las gracias, ref. a Jer. 18,20).
SU MATERNIDAD ABARCA TODOS LOS HOMBRES
La Santísima Virgen ejerce su función de Madre: velando por todos sus hijos para que nazcan, crezcan y perseveren en la caridad; intercediendo por todos y, distribuyendo a todos los hombres las gracias de su Hijo.
María es Madre de todo el género humano
María es Madre de todos los hombres, porque Ella nos ha dado al Salvador de todos y porque se unió a la oblación de su Hijo, que derramó su sangre para la remisión de los peca dos de todos los hombres.
«Por María, la misma Vida fue introducida en el mundo, de manera que al dar a luz al Viviente es Madre de los vivientes» (San Epifanio, Adv. haereses,78).
María es Madre de cada hombre
Respecto de cada uno de los hombres en particular, Santa María ejerce su maternidad del siguiente modo:
* Con relación a los infieles: es Madre porque está destina da a engendrarlos a la vida de la gracia, y obtiene para ellos las gracias actuales que los disponen a recibir la fe y la justificación.
* En relación con los fieles que están en gracia habitual o santificante: es su Madre en sentido pleno, puesto que han recibido por su intercesión la gracia santificante y la caridad, y vela por ellos con tierna y maternal solicitud para que perseveren en ese estado y crezcan en caridad.
* De los fieles que están en pecado mortal: es su Madre en tanto que vela por ellos, obteniéndoles las gracias necesarias para hacer actos de fe y de esperanza que los dispongan a la conversión.
Respecto a los bienaventurados que en el cielo gozan de Dios: María es su Madre por excelencia, ya que los guió y condujo hasta su Hijo y no pueden ya perder la vida de la gracia gozando de la visión beatífica.
* Finalmente, con relación a aquellos que han muerto en la impenitencia final: ya no es su Madre, pero lo fue en el tiempo de su vida mortal. Son ellos quienes la han rechazado cerrándose a la gracia que se les ofrecía.
Desde hace muchos siglos la Iglesia pone en boca de sus hijos esta oración:
«Dios te salve, Reina y Madre de misericordia; vida, dulzura y esperanza nuestra… A ti clamamos los desterrados hijos de Eva. A ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas… Después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre
……
El Beato Josemaría Escrivá de Balaguer escribe: «¡Madre! llámala fuerte, fuerte?. Te escucha, te ve en peligro quizá, y te brinda, tu Madre Santa María, con la gracia de su Hijo, el consuelo de su regazo, la ternura de sus caricias: y te sentirás reconfortado para la nueva lucha» (Camino, n.516).
Por Juan Gustavo Ruiz
Los orígenes de la devoción a la Virgen – mes de mayo
La devoción a la Virgen en la Iglesia primitiva
La Virgen María ha sido honrada y venerada como Madre de Dios desde los albores del cristianismo.
“Los primeros cristianos, a los que hemos de acudir siempre como modelo, dieron un culto amoroso a la Virgen. En las pinturas de los tres primeros siglos del Cristianismo, que se conservan en las catacumbas romanas, se la contempla representada con el Niño Dios en brazos. ¡Nunca les imitaremos bastante en esta devoción a la Santísima Virgen!” (San Josemaría)
Con ocasión del mes de mayo, hablamos sobre los orígenes de la devoción mariana en los primeros cristianos
“Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1, 48)
Como han puesto en evidencia los estudios mariológicos recientes, la Virgen María ha sido honrada y venerada como Madre de Dios y Madre nuestra desde los albores del cristianismo. En los tres primeros siglos la veneración a María está incluida fundamentalmente dentro del culto a su Hijo.
Un Padre de la Iglesia resume el sentir de este primigenio culto mariano refiriéndose a María con estas palabras: «Los profetas te anunciaron y los apóstoles te celebraron con las más altas alabanzas». De estos primeros siglos sólo pueden recogerse testimonios indirectos del culto mariano. Entre ellos se encuentran algunos restos arqueológicos en las catacumbas, que demuestran el culto y la veneración, que los primeros cristianos tuvieron por María.
“Virgen con el Niño” Catacumba de Santa Priscila. Roma
Tal es el caso de las pinturas marianas de las catacumbas de Priscila: en una de ellas se muestra a la Virgen nimbada con el Niño al pecho y un profeta (quizá Isaías) a un lado; las otras dos representan la Anunciación y la Epifanía.
Todas ellas son de finales del siglo II. En las catacumbas de San Pedro y San Marceliano se admira también una pintura del siglo III/IV que representa a María en medio de S. Pedro y S. Pablo, con las manos extendidas y orando. Una magnífica muestra del culto mariano es la oración “Sub tuum praesidium” (Bajo tu amparo nos acogemos) que se remonta al siglo III-IV, en la que se acude a la intercesión a María.
Los Padres del siglo IV alaban de muchas y diversas maneras a la Madre de Dios. San Epifanio, combatiendo el error de una secta de Arabia que tributaba culto de latría a María, después de rechazar tal culto, escribe: «¡Sea honrada María! !Sea adorado el Señor!».
La misma distinción se aprecia en San Ambrosio quien tras alabar a la « Madre de todas las vírgenes» es claro y rotundo, a la vez, cuando dice que «María es templo de Dios y no es el Dios del templo» , para poner en su justa medida el culto mariano, distinguiéndolo del profesado a Dios.
Hay constancia de que en tiempo del papa San Silvestre, en los Foros, donde se había levantado anteriormente un templo a Vesta, se construyó uno cuya advocación era Santa María de la Antigua. Igualmente el obispo Alejandro de Alejandría consagró una Iglesia en honor de la Madre de Dios. Se sabe, además, que en la iglesia de la Natividad en Palestina, que se remonta a la época de Constantino, junto al culto al Señor, se honraba a María recordando la milagrosa concepción de Cristo.
En la liturgia eucarística hay datos fidedignos mostrando que la mención venerativa de María en la plegaria eucarística se remonta al año 225 y que en las fiestas del Señor -Encarnación, Natividad, Epifanía, etc.- se honraba también a su Madre. Suele señalarse que hacia el año 380 se instituyó la primera festividad mariana, denominada indistintamente «Memoria de la Madre de Dios», «Fiesta de la Santísima Virgen», o «Fiesta de la gloriosa Madre».
El testimonio de los Padres de la Iglesia
El primer Padre de la Iglesia que escribe sobre María es San Ignacio de Antioquía (+ c. 110), quien contra los docetas, defiende la realidad humana de Cristo al afirmar que pertenece a la estirpe de David, por nacer verdaderamente de María Virgen.
Fue concebido y engendrado por Santa María; esta concepción fue virginal, y esta virginidad pertenecea uno de esos misterios ocultos en el silencio de Dios.
En San Justino (+ c. 167) la reflexión mariana aparece remitida a Gen 3, 15 y ligada al paralelismo antitético de Eva-María.
En el Diálogo con Trifón, Justino insiste en la verdad de la naturaleza humana de Cristo y, en consecuencia, en la realidad de la maternidad de Santa María sobre Jesús y, al igual que San Ignacio de Antioquía, recalca la verdad de la concepción virginal, e incorpora el paralelismo Eva-María a su argumentación teológica.
Se trata de un paralelismo que servirá de hilo conductor a la más rica y constante teología mariana de los Padres.
San Ireneo de Lyon (+ c. 202), en un ambiente polémico contra los gnósticos y docetas, insiste en la realidad corporal de Cristo, y en la verdad de su generación en las entrañas de María. Hace, además, de la maternidad divina una de las bases de su cristología: es la naturaleza humana asumida por el Hijo de Dios en el seno de María la que hace posible que la muerte redentora de Jesús alcance a todo el género humano. Destaca también el papel maternal de Santa María en su relación con el nuevo Adán, y en su cooperación con el Redentor.
En el Norte de África Tertuliano (+ c. 222), en su controversia con el gnóstico Marción), afirma que María es Madre de Cristo porque ha sido engendrado en su seno virginal.
En el siglo III se comienza a utilizar el título Theotókos (Madre de Dios). Orígenes (+ c. 254) es el primer testigo conocido de este título. En forma de súplica aparece por primera vez en la oración Sub tuum praesidium. que –como hemos dicho anteriormente- es la plegaria mariana más antigua conocida. Ya en el siglo IV el mismo título se utiliza en la profesión de fe de Alejandro de Alejandría contra Arrio.
A partir de aquí cobra universalidad y son muchos los Santos Padres que se detienen a explicar la dimensión teológica de esta verdad –San Efrén, San Atanasio, San Basilio, San Gregorio de Nacianzo, San Gregorio de Nisa, San Ambrosio, San Agustín, Proclo de Constantinopla, etc.-, hasta el punto de que el título de Madre de Dios se convierte en el más usado a la hora de hablar de Santa María.
La verdad de la maternidad divina quedó definida como dogma de fe en el Concilio de Efeso del año 431.
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“¿Y después de la muerte del Salvador? María es la Reina de los Apóstoles; se encuentra en el Cenáculo y les acompaña en la recepción de Aquél queCristo había prometido, del Paráclito; les anima en sus dudas, les ayuda a vencer los obstáculos que la flaqueza humana pone en su camino: es guía, luz y aliento de aquellos primeros cristianos”.(San Josemaría Escrivá) |
Las prerrogativas o Privilegios Marianos
La descripción de los comienzos de la devoción mariana quedaría incompleta si no se mencionase un tercer elemento básico en su elaboración: la firme convicción de la excepcionalidad de la persona de Santa María -excepcionalidad que forma parte de su misterio- y que se sintetiza en la afirmación de su total santidad, de lo que se conoce con el calificativo de “privilegios” marianos.
Se trata de unos “privilegios” que encuentran su razón en la relación maternal de Santa María con Cristo y con el misterio de la salvación, pero que están realmente en Ella dotándola sobreabundantemente de las gracias convenientes para desempeñar su misión única y universal.
Estos privilegios o prerrogativas marianas no se entienden como algo accidental o superfluo, sino como algo necesario para mantener la integridad de la fe.
San Ignacio, San Justino y Tertuliano hablan de la virginidad. También lo hace San Ireneo. En Egipto, Orígenes defiende la perpetua virginidad de María, y considera a la Madre del Mesías como modelo y auxiliode los cristianos.
En el siglo IV, se acuña el término aeiparthenos —siempre virgen—, que S. Epifanio lo introduce en su símbolo de fe y posteriormente el II Concilio Ecuménico de Constantinopla lo recogió en su declaración dogmática.
Junto a esta afirmación de la virginidad de Santa María, que se va haciendo cada vez más frecuente y universal, va destacándose con el paso del tiempo la afirmación de la total santidad de la Virgen. Rechazada siempre la existencia, de pecado en la Virgen, se aceptó primero que pudieron existir en Ella algunas imperfecciones.
Así aparece en San Ireneo, Tertuliano, Orígenes, San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Efrén, San Cirilo de Alejandría, mientras que San Ambrosio y San Agustín rechazan que se diesen imperfecciones en la Virgen.
Después de la definición dogmática de la maternidad divina en el Concilio de Efeso (431), la prerrogativa de santidad plena se va consolidando y se generaliza el título de “toda santa” –panaguía-. En el Akathistos se canta “el Señor te hizo toda santa y gloriosa” (canto 23).
A partir del siglo VI, y en conexión con el desarrollo de la afirmación de la maternidad divina y de la total santidad de Santa María, se aprecia también un evidente desarrollo de la afirmación de las prerrogativas marianas.
Así sucede concretamente en temas relativos a la Dormición, a la Asunción de la Virgen, a la total ausencia de pecado (incluido el pecado original) en Ella, o a su cometido de Mediadora y Reina. Debemos citar especialmente a S. Modesto de Jerusalén, a S. Andrés de Creta, a S. Germán de Constantinopla y a S. Juan Damasceno como a los Padres de estos últimos siglos del periodo patrístico que más profundizaron en las prerrogativas marianas.
Fuente: www.primeroscristianos.com
¿Sufre el ser humano antes de nacer?
Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|3 abril, 2023|BIOÉTICA PRESS, Cuidados paliativos, Noticias
El planteamiento de si el feto puede o no experimentar dolor, que es muy difícil de resolver, no puede obviar la necesidad de actuar prudentemente en cualquier intervención sobre él que pudiera causarle sufrimiento.
El sufrimiento fetal y los cuidados paliativos son los dos grandes temas que se debatieron en la 12ª Conversación de Bioética que organizó la Cátedra Internacional de Bioética Jérôme Lejeune el pasado 24 de marzo. Dicho evento tuvo lugar en el Instituto de Formación de la Fundación Jérôme Lejeune que se acaba de inaugurar. Este fue moderado por la Dra. Elena Postigo, Directora Académica de dicha cátedra.
Negado hasta hace apenas unos años
El debate sobre si el feto sufre en el vientre de su madre antes de nacer fue abordado por el Dr. Carlo Bellieni, pediatra, neonatólogo experto en dolor fetal y neonatal.
Según Bellieni, «aunque parezca increíble todavía hay expertos que en los arranques de este siglo XXI negaban el sufrimiento fetal por varias razones, como que la corteza cerebral no estaba formada, que no había movimientos faciales o que siempre estaban dormidos. La corteza cerebral no se desarrolla por completo hasta la adolescencia, por lo tanto, sería como decir que no existe dolor hasta ese momento”, explicaba el Dr. Bellieni. “En los fetos se ha demostrado que, por ejemplo, hay estados de vigilia, y en momentos de estrés se disparan ciertos niveles de hormonas”. Así, el profesor de la Universidad de Siena abogó por el uso de fármacos para evitar el sufrimiento fetal en el caso de que fuera necesario intervenir dentro del útero materno. Determinadas sustancias, transferidas por la madre al feto a través de la placenta que ayudarían a reducir el dolor no serían suficientes para suprimirlo.
Además, en el caso de neonatos, la evidencia acumulada apunta a la necesidad de sedar al recién nacido al que haya que intervenir quirúrgicamente por diferentes razones médicas. Sorprendentemente, es algo que no se realizaba, aunque nos resulte increíble, hace apenas algunas décadas.
Bellieni afirmó que “la medicina occidental está basada en el lenguaje, en el consentimiento informado. Tratar con quién no se puede expresar es el terror de nuestra medicina. Así, hablar del dolor fetal es hablar en favor de todos los que se no pueden expresar”.
Los cuidados paliativos perinatales: ayudar cuando se espera la vida y llega la muerte
Conversaciones de Bioética en la Cátedra Jérôme Lejeune
El Dr. Felipe Garrido, médico pediatra, neonatólogo del Departamento de Pediatría de la Clínica Universidad de Navarra en Madrid, fue el encargado de ahondar en los cuidados paliativos aplicados en el periodo perinatal, que constituyen una prioridad, ya que en este periodo se da el 34 % de la mortalidad durante todo el periodo de la infancia. Destacó que, en casos de enfermedad grave del feto, a veces a los padres solo se les ofrece una opción, el aborto, pero deben saber que no es la única. Para ello ofreció el testimonio de unos padres, los de Elena, a la que en la semana 20 se le diagnosticó que no había desarrollado todo el cerebro (anencefalia) y moriría tras su nacimiento. Sus padres buscaron ayuda y decidieron seguir adelante. Elena vivió 2 horas y 11 minutos pero “fue una vida plena de amor. Murió no a manos de una madre, sino en brazos de una madre”.
El Dr. Garrido citó la definición que la Dra. Ana Martín-Ancel, del Hospital Sant Joan de Déu, hace de estos cuidados: “son cuidados diseñados para mejorar la calidad de vida de los recién nacidos gravemente enfermos, sin posibilidad de curación, para ayudar a sus familias a establecer un vínculo real con el niño, proporcionándoles el máximo confort posible, intentando posibilitar una vivencia de amor. Los cuidados paliativos tienen, como objetivo, no ayudar a morir al recién nacido, sino ayudar a vivir el final de su vida, optimizando la calidad de vida del bebé y de sus familias. Humanizar, acompañar y tranquilizar a los padres, con una atención personalizada y centrada en la familia es la clave. En las visitas previas es fundamental resolver sus dudas, que normalmente están centradas en si el bebé va a sentir dolor o insistir en los aspectos positivos. Todo el equipo presente durante el momento del parto tenemos que estar alineados con el plan decidido por los padres. A veces, incluso han estado presentes los hermanos porque así lo han querido vivir”, explicó.
¿Cuándo empieza el feto a sentir dolor según la ciencia?
Como ya recogimos en nuestro Observatorio recientemente, hay quien argumenta en contra del aborto diciendo que los fetos pueden sentir dolor en el primer trimestre del embarazo, mientras que otros dicen lo contrario. En un artículo publicado en Nature Neuroscience, los autores señalan que no se puede decir que el feto sienta dolor entre las 12 y las 14 semanas de gestación, pero otros investigadores afirman que las conexiones entre los receptores periféricos y el tálamo en el cerebro fetal humano, que aparecen entre las 19 y las 22 semanas de gestación, permiten la percepción de dolor.
En este sentido, el doctor Carlo Bellieni afirma en Bioethics Today que “negar el dolor fetal en la segunda mitad del embarazo puede socavar el derecho a la analgesia de los bebés prematuros”.
Valoración bioética
Para el Dr. Julio Tudela, Director del Observatorio de Bioética, “el planteamiento de si el feto puede o no experimentar dolor, que es muy difícil de resolver, no puede obviar la necesidad de actuar prudentemente en cualquier intervención sobre él que pudiera causarle sufrimiento. No utilizar analgesia ante una intervención que admite su uso, y justificarlo en la creencia de que el paciente no experimenta dolor, constituye una mala praxis y un acto maleficente inaceptable bioéticamente. Por otro lado, tratar de utilizar el argumento de que el feto no experimenta dolor hasta bien avanzado el embarazo para restar dramatismo a la práctica del aborto, constituye una manipulación intolerable. Hoy hay quien defiende que matar sin dolor es más humano, menos reprobable, más compasivo. Matar sin dolor en la eutanasia, en la pena de muerte o en el aborto provocado. Atentar contra la vida siempre es reprobable, independientemente de que se haga con analgesia o no. En el aborto sufre la madre que aborta, sufre el feto abortado y, si no experimenta dolor, sufre la violencia de quien termina con su vida sin más”.
Ver Jornada completa de la Cátedra de Bióetica de Jérôme Lejeune AQUÍ.
Los fundamentos de la ley trans
Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|13 marzo, 2023|BIOÉTICA PRESS, Informes, Top News, Transexualidad
«Os perseguirán por decir la verdad», la afirmación que vaticinó Chesterton hace cien años.
«La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases». Así comienza el Manifiesto Comunista escrito por Marx en 1847. Y a continuación enumera los antagonismos de clase que han ido apareciendo con el paso del tiempo: libres y esclavos, patricios y plebeyos…, y el de su época: burgueses y proletarios.
Marx, conocido por su visión socioeconómica de la vida del hombre y por sus escritos sobre las injusticias que originan estos antagonismos, concluyó que la única manera de resolverlos era con la revolución. Pero Marx, ante todo, era un filósofo y, como tal, tuvo que responder a las grandes preguntas, cómo la de qué (quién) es el hombre. La respondió así: «… es en la práctica donde se demuestra la verdad y por lo tanto el hombre es lo que hace».
Si para el marxismo el hombre es lo que hace, para los existencialistas el hombre está «arrojado» al mundo, lo único que sabe es que existe, pero no sabe lo que es y, por lo tanto, uno se constituye existiendo. El máximo representante de esta corriente fue Sartre, que resumió su existencialismo radical en la famosa frase: «El hombre es una pasión inútil». Porque si todo el afán del hombre es llegar a ser y el ser no sabemos lo que es, la vida carece de sentido.
Simone de Beauvoir, compañera de Sartre, denunció en sus escritos la marginación que sufría la mujer en los años 20. Para conseguir la igualdad entre el hombre y la mujer, Beauvoir aplicó la idea marxista de la lucha de clases a la lucha de sexos. Y, además, dado que, para ella, como para el existencialismo radical, el ser humano se construye existiendo, creó el concepto de que la mujer se hace a través de la cultura: «La mujer no nace, se hace», dijo en uno de sus libros.
Las ideas de Beauvoir fueron configurando el feminismo marxista que se caracterizó, entre otras cosas, por ir consolidando cada vez más la separación que creen que hay en la sexualidad entre lo biológico –que llamaron sexo– y el componente no biológico que se adquiere, según ellos, por la cultura. Este último componente es lo que denominaron «género». Conviene recordar que, según otras filosofías, la cultura moldea a la persona (Ratzinger) y a la sexualidad, pero no las crea.
Gloria Solé Romero, en su libro «Historia del feminismo», indica que fue Margaret Mead la primera autora que tuvo la idea de etiquetar con el término «género» a ese componente no biológico de la sexualidad. Mead, contribuyó con sus estudios a consolidar la idea de que son los factores culturales los que determinan los roles sexuales, y los etiquetó con el nombre de «géneros».
Otros autores atribuyen al Dr. Money la autoría de este término como un recurso para asignar el sexo a los niños nacidos con unos genitales externos poco diferenciados (estados intersexuales). Su intento de educar como niña a un niño sin pene a consecuencia de un accidente en su circuncisión, resultó en tragedia. Este suceso se describe con detalle en el articulo publicado en «La nueva España» el día 5 de noviembre de 2022, con el título «¿Qué es eso del ‘género’?».
Por influencia de ciertas corrientes filosóficas y de diferentes grupos de presión, la teoría de género fue calando en las agendas de la ONU. En la conferencia de la mujer celebrada en Pekín en 1995 se mundializó esta teoría, que en resumen consiste en desestimar el cuerpo para identificar la sexualidad, al depender esta exclusivamente del componente no corpóreo, que llamaron «género». Una de las ponentes que más destacó en su defensa fue Judith Butler.
Años más tarde, Butler se dio cuenta que tal teoría incurría en una contradicción: si el cuerpo no cuenta como sujeto de la sexualidad (los niños tienen vagina y la niñas pene, era su lema) y lo que cuenta es lo que se construye, un rol social, resultaría que este rol (el género), no podría ser, a la vez, un ser en sí, un sujeto: un rol no puede ser a la vez esencia. Para evitar esta contradicción, creó el concepto del «género» fluido (teoría «queer»).
La teoría «queer» (raro) consiste en no aceptar la clasificación binaria de la sexualidad (hombre/mujer), ni tampoco la identidad de «género», ya que su aceptación supone una normativa que margina a los que no se sienten así (víctimas). Para evitar la opresión que conllevaría categorizar a las personas por el sexo o por el «género» esta autora propone que cada uno es libre para expresar las tendencias sexuales que en cada momento sienta: género fluido. Hasta ahora se han descrito más de 80 «géneros». En una entrevista reciente, Judith Butler se considera no binaria (ni hombre ni mujer).
El Círculo de Bellas Artes de Madrid concedió en octubre del 2022 la medalla de oro a Judith Butler. Muchos piensan que la teoría «queer» es absurda y caerá por sí misma. Pero no es así, como hemos visto. Se trata de una teoría que va en contra del concepto de la unicidad de la persona humana al separar sexo y «género». Y, esta tendencia forma parte del posmodernismo que consiste, según Derrida, en deconstruir los principios de la cultura occidental de raíz griega, romana y judeocristiana. Y esta corriente filosófica no cae por si misma, ya que cuenta con el respaldo de muchas instituciones supranacionales (ONU, UE, etc.) y gobiernos.
Las que con mayor fuerza se han opuesto a esta teoría «queer» son las feministas que luchan por la equidad entre el hombre y la mujer. «Porque si el feminismo ‘queer’ elimina la categoría de mujer, ¿para qué sirve el feminismo?», dicen estas feministas.
En resumen, podríamos decir por todo lo expuesto anteriormente que las personan no tienen «género». Por ello recomiendo que no se utilice este término como sinónimo de sexo o sexualidad, pues si se hace se contribuye a difundir esta ideología. Como dice Jesús Barrón, profesor de Biología de la Comunidad de Madrid: «Hay dos sexos, hombre y mujer, y dos géneros, en gramática, masculino y femenino». Este profesor ha sido suspendido por seis meses de empleo y sueldo por enseñar estos conceptos. Se cumple lo que vaticinó Chesterton hace 100 años: «Llegará un momento en que os perseguirán por decir la verdad».
Con este artículo y con el anterior animo a que los dirigentes políticos y sus votantes profundicen en los fundamentos y consecuencias de las leyes mal llamadas “de género”, que siguen activas en muchas comunidades autónomas, así como en la ley trans, que se aprobó recientemente en España. En un próximo artículo expondré la morbilidad y la mortalidad que están originando estas leyes.
Ángel Jiménez Lacave
Oncólogo
La salud mental… también es salud
Un psiquiatra amigo mío me comentaba que sus pacientes entraban por una puerta delantera a su consultorio y salían por una trasera para evitar que los vieran quienes estaban en la sala de espera. Vivimos en una sociedad en la cual hay una gran estigmatización para quienes acuden al psicólogo, psiquiatra o neurólogo.
Cuando nos duele la cabeza, el estómago o alguna otra parte del cuerpo, no dudamos en acudir con un médico y seguir sus indicaciones. ¿Pero qué sucede cuando nos sentimos deprimidos, con ansiedad o demasiado estresados?: lo escondemos, no lo decimos y menos acudimos con el especialista.
Un estigma sucede cuando alguien te ve de manera negativa por alguna característica distintiva o por un rasgo personal que se considera, o de verdad es, una desventaja.
Lamentablemente, las creencias y las actitudes negativas hacia las personas que tienen alguna afección de la salud mental son frecuentes.
De acuerdo a la OMS, en el mundo alrededor de 450 millones de individuos que padecen algún tipo de trastorno mental. Actualmente se considera que la depresión es la segunda causa de discapacidad a nivel mundial.
Si padeces alguna enfermedad mental o conoces a alguien que la tenga, quiero compartir contigo algunos consejos de la Mayo Clinic que pueden ayudarte en esta situación:
– Busca tratamiento: es posible que te muestres reacio a reconocer que lo necesitas. No dejes que el miedo a que te etiqueten como enfermo mental te impida buscar ayuda. El tratamiento puede brindarte alivio al identificar el problema y reducir los síntomas que interfieren en tu vida laboral y personal.
– No permitas que el estigma te avergüence y te haga dudar de ti mismo. Tu afección no es un signo de debilidad personal. Busca asesoramiento, investiga sobre la afección y conéctate con otras personas que la tengan.
– No te aísles: no dudes en contárselo a tus familiares y amigos. Acude a personas de confianza en busca de compasión, apoyo y comprensión de lo que necesitas.
– No eres una enfermedad: por lo tanto, en lugar de decir: soy bipolar, di: tengo un trastorno bipolar.
– Únete a un grupo de apoyo, esto puede ayudarte a aumentar tu autoestima y a entender mejor tu afección.
Recuerda, la salud mental también es salud. Aprende a aceptar tu afección y reconocer lo que debes hacer para tratarla, buscar apoyo y ayudar a educar a los demás puede marcar una gran diferencia en tu vida.
Una corona temporal para una iglesia… temporal
Pablo Pérez López
Catedrático de Historia Contemporánea. Profesor del Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea
No puedo evitar una sensación de perplejidad cuando escucho hablar del rey de Inglaterra como cabeza de su iglesia. Es una señal clara de cuál es mi matriz cultural. La idea de una alianza del trono y el altar está completamente fuera de lugar, mejor sería decir fuera de tiempo, para quien ha sido formado en las ideas de las revoluciones liberales según el molde francés, tan insistentemente incrustado en mi mente y las de mis conciudadanos. Cierto es que en España costó que se aceptara la idea. Costó varias guerras civiles que llamamos carlistas porque las monarquías se concretan hasta llegar al nombre propio…
Por si eso fuera poco, que puede serlo viendo cómo le va a los principios liberales hoy en nuestras sociedades, como católico tiendo a sentirme más perplejo todavía. La cabeza de la Iglesia es Cristo: así estaba en la catequesis más elemental que recibí. Está muy claro en San Pablo y su doctrina de la Iglesia Cuerpo místico de Cristo. En todo caso, para un católico, la cabeza visible de la Iglesia es el papa, el vicario de Cristo.
Alguna vez le he oído decir a Philippe Nemo, un catedrático francés especialista en historia de las ideas políticas, que el papado ha supuesto en el mundo católico una fuerte protección frente a la teocracia. El Islam, que no tiene una cabeza análoga, tiende a ella y a la confusión de la esfera política y la religiosa de manera casi inevitable. Está por ver si los ensayos actuales para evitarlo consiguen perdurar. Y sería también una vacuna frente al nacionalismo y la idea autocrática o totalitaria del poder del Estado: el Papa de Roma con su autoridad por encima de estados y naciones impide que en el imaginario del ciudadano católico pueda arraigar la idea de un poder temporal absoluto. Esas serían dos grandes ventajas temporales del papado si Nemo acierta, y pienso que lo hace.
Y hay más, a finales del siglo XX el papa y el Concilio establecieron bien clara la doctrina sobre la libertad religiosa y abandonaron como periclitada la idea de la alianza de trono y altar o sus análogos. Es doctrina común entre los católicos que así deben ser las cosas al menos en nuestro tiempo y, es de desear, en tiempos por venir.
Por eso desconcierta tanto que un país con un gobierno al modo liberal como Inglaterra aparezca de pronto ante nuestros ojos con su rey a la cabeza de su iglesia nacional, la anglicana. Nacional, y hasta cierto punto imperial, por cierto… Es el efecto de la conservación de las tradiciones, de esa continuidad tan británica que mira con pena y conmiseración las manías rupturistas del continente. Es muy interesante porque los británicos han conservado en un estado más puro que otros la ruptura de la reforma protestante y sus afines. Y la conservan no por ser protestante, sino por ser nacional y, por tanto, tradicional. Aquí la tradición es lo que pesa aunque sea una tradición que nació de una ruptura, lo que tiene su ironía.
El conjunto de esos desconciertos puede inclinarnos a pensar en la interesante e incómoda relación que siempre mantiene la iglesia de Cristo con lo temporal. Es imposible una completa conciliación. El poder temporal se siente incómodo ante lo espiritual, que no se deja dominar y tiene pretensiones atemporales. Quiere siempre domesticarlo, hacerlo parte de su esfera de control, someterlo. Enrique VIII decidió hacerlo por la fuerza: desafió al papa y a quienes lo obedecieran y estableció una nueva Iglesia. El motivo era sencillo: el papa era también un señor temporal, y como a tal lo desafió y expulsó de sus propias tierras. Pensó que él conservaría la verdadera religión mejor que los papas, esos corruptos de Roma incomparablemente más torpes que los reyes de Inglaterra.
Hace ya casi cinco siglos de aquella ruptura y las cosas están cada vez más claras. La iglesia anglicana es cada vez menos convincente para sus propios fieles. Cada vez es menos de Cristo y más temporal. Las nuevas tradiciones (inventadas, como toda tradición humana) la han conducido a una situación en la que apenas es más que una secta de escasa entidad rodeada de un ritual grandioso y un patrimonio enorme, en gran parte sustraído a los católicos.
La presa espiritual se le ha escapado de las garras a la fiera temporal, una vez más. La alianza con el poder terreno se ha demostrado otra vez para los creyentes como una trampa mortal. Pocos dudan que la condición de cabeza de la Iglesia de los reyes británicos tiene una fecha no lejana de caducidad. Vale la pena pensarlo si se quiere contemplar e intentar comprender esa misteriosa realidad que llamamos la Iglesia de Cristo. Todo lo que no está unido a Cristo es irremediablemente temporal, caduco como la pretendida cabeza coronada de una iglesia. Hasta la historia humana, que mira lo temporal, puede atisbarlo.
Trabajo humano para un desarrollo humano
Ana Marta González
Catedrática de Filosofía y directora de la línea Trabajo, Cuidado y Desarrollo
Todos los años, junto a reivindicaciones más ligadas a la coyuntura económica del momento, el primero de mayo se convierte en una ocasión para una reflexión más amplia sobre el trabajo: el lugar que ocupa o debería ocupar en nuestras vidas, el modo en que estructura la entera vida social y la solidaridad intergeneracional.
Recordar el motivo original de esta celebración ̶ la huelga de los obreros de Chicago en 1886, reclamando una jornada laboral de 8 horas ̶ nos retrotrae a una etapa de la historia económica y social a la que asociamos sobre todo una visión penosa del trabajo, casi como un mal necesario para sostener la propia vida, que de paso la consume. El fuerte arraigo de esta visión del trabajo queda corroborado por la propia etimología de la palabra: el «tripalium» designaba un instrumento de tortura.
Por contraste, uno de los logros más significativos del pensamiento moderno fue el alumbrar una visión más positiva de esta realidad humana, que apenas había tenido ocasión de aflorar: si Adam Smith identificó el trabajo como el motor de la riqueza de las naciones, Hegel llamó la atención sobre el modo en que el trabajo mismo constituía para el sujeto un medio de adquirir una peculiar conciencia de sí y de su relación con el mundo. Trabajando, no solo advertimos nuestra capacidad de transformar lo que tenemos entre manos, sino también el modo en que la actividad laboral nos va configurando a nosotros mismos. Con ello, el trabajo comparece no solo como un medio para otra cosa, sino como un principio activo de identidad personal y factor de cultura.
Para que constituya un principio positivo, sin embargo, el trabajo tiene que presentarse lleno de sentido a los ojos de quien lo realiza, no como una simple imposición externa, que, en lugar de potenciar el desarrollo personal, lo contradice. Y es precisamente esto lo que hoy parece echarse más en falta: la demanda de «trabajo significativo», que se aprecia en fenómenos como «la gran dimisión» revelan que lo que está en juego en el mundo contemporáneo del trabajo ya no son solamente reivindicaciones económicas, sino existenciales; lo que Hartmut Rosa describiría en términos de «resonancia» con el mundo.
Ciertamente, las reivindicaciones económicas nunca dejarán de estar presentes: a fin de cuentas, trabajamos para vivir, para sostenernos nosotros y nuestras familias; por eso esperamos un salario justo; además, el trabajo que realizamos nos otorga un lugar en el mundo, una manera concreta de insertarnos en la vida social, que configura también nuestra identidad. Pero, en medio de todo esto, esperamos que el trabajo que realizamos no caiga en el vacío, que no sea un holocausto al dios de un progreso cada vez más incomprensible, sino que tenga sentido a nuestros propios ojos y en el conjunto general de nuestra vida: importan ̶ y mucho ̶ la competencia profesional y la productividad, que cualifican objetivamente nuestro trabajo; pero importa todavía más no sacrificar a ellas lo que convierte en humano el trabajo realizado: la capacidad de responsabilizarse de ciertas tareas y aportar activamente a su desempeño; la atención a las dimensiones relacionales y cooperativas involucradas en su desarrollo; la contribución solidaria a metas humanamente significativas.
En efecto: el trabajo no representa simplemente un factor abstracto en el proceso de producción; en este aspecto, muchos trabajos están ya siendo remplazados por tecnología, aunque la indefinida multiplicación de necesidades humanas dé siempre lugar a trabajos nuevos. Conviene tener presente, sin embargo, que los elementos técnicos o tecnológicos se integran siempre en una praxis colaborativa, orientada a satisfacer necesidades humanas, y que es a esto a lo que, en rigor, denominamos «trabajo», en el sentido genuinamente humano de la palabra. Así entendido, el trabajo tiene por protagonistas a personas concretas, que tienen mayor capacidad de aportar en la medida en que se saben sostenidas por sus familias y sus colegas.
Sin duda, un sano clima laboral genera «bienes relacionales» que favorecen la productividad de los trabajadores. De ahí que, como apunta Donati, la robotización e «hibridación» progresiva de los entornos laborales, no deba ir en detrimento de sus componentes humanos. Tener presentes los bienes relacionales que sostienen y se generan en torno al trabajo, permite subrayar también la importancia de pensar solidariamente el mundo del trabajo y del cuidado. Que los cuidados hoy se distribuyan entre familias, estado y mercado no debería hacernos olvidar hasta qué punto la eficiencia del tejido productivo, y la calidad humana de nuestras sociedades, depende de cubrir satisfactoriamente esta necesidad. Por esa razón, situar en el centro de nuestro modelo social un concepto humano de trabajo, constituye un modo de reorientar el desarrollo social hacia parámetros humanamente sostenibles.
Comúnmente compartimos algunos aspectos de la educación de nuestros hijos, pero hoy quiero compartir un tema que muchas veces sentimos que es obvio y que por lo mismo pasamos por alto y es que nosotras las mamás somos, o debemos ser, quienes proveemos de estabilidad emocional y anímica a nuestra familia y esto lo podemos hacer porque contamos con un arma secreta que es el amor, el amor de mamá.
Dios nos dotó de una capacidad inmensa de amar incondicionalmente como lo dice 1Cor 13, 4-13, comprensivo y servicial, que no sabe de envidias, ni de orgullos, ni de egoísmos, ni de rencores, sino que lo perdona todo, lo justifica todo, lo ama todo; por eso buscamos educar a nuestros hijos con amor de mamá.
Esto no quiere decir que les pasemos por alto todo lo que hacen nuestros hijos, por el contrario, así estaríamos demostrando que no los amamos. El que ama educa y para educar hay que moldear y para moldear hay que corregir, aunque a veces nos duela el alma, es necesario corregir con amor.
Las mamás no somos perfectas, nos enojamos, nos cansamos, nos ponemos tristes y a veces estamos muy sensibles, lloramos, nos reímos, nos preocupamos y tenemos un sexto sentido muy desarrollado para darnos cuenta cuando las cosas no van bien, pero siempre tratamos de hacer todo con y por amor, por eso aquí te dejo mis 5Tips para lograrlo.
PRIMERO. Busca siempre estar alegre para que la familia esté alegre.
Y es que del humor que está mamá, la familia entera se contagia, por eso debemos tratar de estar alegres y de buen humor, para que el ambiente familiar sea bueno y todo se lleve a cabo con paz y armonía.
Cuando las cosas van mal, como a veces pasa, es necesario que alguien mantenga la luz de la esperanza encendida y esas debemos ser nosotros ya que de esta forma nuestros hijos se mantendrán ecuánimes y centrados ante las circunstancias de la vida y aprenderán de nuestro ejemplo a que todo es mejor si mantenemos una actitud positiva y ofrecemos todo a Dios con amor y alegría.
Cuando estamos alegres podemos pensar y actuar mejor que cuando nos enojamos y así es más fácil solucionar lo que se nos vaya presentando a lo largo del día.
Y por favor, que se nos note la alegría, que nuestros hijos nos vean sonreír, que les dé gusto estar cerca de nosotros. Hay que aprovechar todos los momentos para estar bien en familia.
SEGUNDO. Si estás enojada, date 5 minutos.
Como somos humanas, también nos enojamos, es por esto que debemos hacer el hábito de que si estamos enojadas nos damos unos minutos para que se nos baje el enojo y poder seguir sin ese ofuscamiento que nos genera el enojo.
Podemos decirles a nuestros hijos que nos retiramos 5 minutos porque vamos a pensar las cosas, porque nos vamos a tranquilizar para no caer en enojo profundo y comenzar a ofenderse sin darse cuenta o que ponemos pausa y en unos minutos continuamos, para ir a tomar aire y tratar de controlar los sentimientos para que todos sean positivos y no ofensivos.
Esta práctica debe ser cotidiana y es muy bueno que nuestros hijos la aprendan, así se evitan muchos pleitos en la vida y muchos dolores de cabeza porque cuando actuamos enojados es muy común que perdamos los estribos y nos quedemos sin freno al actuar, dañando y ofendiendo a los que nos rodean.
Este es el principio de la inteligencia emocional, gestionar nuestros sentimientos y encausar nuestras acciones para que sean con y por amor.
TERCERO. Trata de proteger a tu familia con tu oración.
La oración de una madre es muy poderosa, por lo que debemos ofrecerla por nuestros hijos a diario. Cuando una madre se pone de rodillas, los hijos se ponen de pie, sin importar cuán abajo se encuentren, la oración con amor de mamá Dios la escucha siempre.
Es importante que tengamos un tiempo y un espacio en el día para hacer oración por cada uno de los miembros de nuestra familia, incluidas nosotras, para que Dios nos ayude y nos guíe para algún día llegar a ser como su Madre, la Santísima Virgen María, para que podamos llegar a imitar sus virtudes.
La oración debe ser nuestro principal recurso para salir adelante de los manos momentos, porque cuando las cosas se salen de nuestro alcance es el tiempo de dejar que Dios actúe porque Él todo lo puede; y para agradecer los buenos y bellos momentos familiares.
CUARTO. Busca siempre el bien de todos.
Que en nuestra mente y en nuestro corazón siempre esté el propósito de ayudar a todos, de buscar siempre el bien y de tratar de lograr que todos estén lo mejor posible.
Las mamás también debemos conocer a nuestros hijos para saber qué debemos hacer y cómo debemos actuar con cada uno de ellos.
Una vez una amiga me dijo que la justicia no es dar a cada uno lo que es suyo, sino que es dar a cada uno lo que Dios le quiere dar, por lo mismo debemos buscar ser justas, al estilo divino y pensar que es lo que Dios quiere para cada uno de los miembros de nuestra familia, buscando ser instrumentos del Amor de Dios.
Si así actuamos, haremos todo para que nuestros hijos estén siempre bien conforme a lo que Dios quiere para ellos, sin importar que de pronto haya que corregirlos, porque todo lo haremos con justicia pues lo haremos con el Amor que Dios les tiene a cada uno.
Y QUINTO. ¡Cuidado! Que tu amor no los asfixie.
Es muy fácil que de pronto, por amor, tratemos de sobreprotegerlos y de tratar que nada malo les pase, sin darnos cuenta de que esto les puede asfixiar o evitar aprendizajes necesarios en para la vida.
Si es necesario estar al pendiente de que estén bien física, emocional y espiritualmente, pero debemos regularnos con la medida del Amor de Dios y tratar de medir nuestras expresiones de amor para con ellos.
Cuidado con apenar a nuestros hijos, de ponerlos en ridículo, de buscar que ni una mosca los toque, porque eso no es amor de mamá, eso es amor propio y orgullo de decir que neutros hijos son perfectos, debemos buscar que vayan aprendiendo de la vida y tomando las mejores decisiones, dándoles los consejos que vayan necesitando y sobre todo, cobijándolos con nuestro amor, que implica comprensión y ternura pero también disciplina y acompañamiento.
En una palabra, debemos estar dispuestas a darles en todo momento amor de mamá.
Feliz día de las madres. Que algún día podamos ser mamás a ejemplo de la Santísima Virgen María.
La universalización de las técnicas de reproducción asistida está consiguiendo separar la vida humana de su proceso natural de concepción y gestación. Poco a poco esas técnicas dejan de ser una respuesta a la infertilidad para convertirse en un recurso para satisfacer cualquier demanda de maternidad y paternidad. La gestación subrogada no es, sin embargo, una técnica de reproducción asistida, aunque las emplee. Se trata de una relación contractual que vincula a una mujer con quienes encargan la concepción y gestación de un bebé que será abandonado y entregado al nacer. En este asunto se entrecruzan aspectos jurídicos, éticos, económicos, culturales y religiosos. Resolver su complejidad apelando a los deseos de maternidad, al libre consentimiento o a la infertilidad, es insuficiente. Ni existe “el derecho al hijo”, ni la infertilidad “se cura” a través de la medicalización de la reproducción, ni la mujer que concibe y gesta es una incubadora, ni existe libre consentimiento cuando los contratos de subrogación no pasarían los filtros del derecho común.
José Morales Martín
Decía Joseph Ratzinger que hay épocas y momentos de la humanidad, en los que “lo útil ocupa el lugar de lo bueno y el poder ocupa el lugar del derecho”.
Podría suponerse que el “vale todo” se tolera en épocas electorales pero- con independencia de que en España los políticos en el gobierno o en la oposición siempre están en campaña y no mueven un solo dedo que no esté dirigido a la consecución de votos o a la menor pérdida posible de sufragios- lo cierto es que el “vale todo” se practica con profusión en cualquier momento y con ocasión o sin ella.
Y como siempre el interés de los ciudadanos y eso tan lejano que es el bien común, se deja de lado. Se habla, se gobierna y se hace oposición en contra de “los otros”, para perjudicar a “los otros” y para restar fuerza electoral, crédito y prestigio a “los otros”.
Naturalmente, en el fondo y en la superficie, lo que subyace son intereses personales, situaciones privilegiadas, sueldos, cargos y poder por cortoplacista que sea.
Como dice mi portero “tu ponme dónde halla” (halla de haber) que ya me encargaré yo de hacer cambiar de sitio lo que halla.
Y para estar dónde hay y para poder llevar al bolsillo lo que hay -y no solamente son euros- hay que hacer todo lo posible por perjudicar al de enfrente y en ese perjudicar todo lo que se pueda, reside la gran mentira de los que dicen eso de “en política no todo vale”.
En política puede ser que no todo valga, pero para llevarse lo que se pueda y más, vaya si vale. Y a la vista está.
Domingo Martínez Madrid
Samuel Sueiro: “Para Henri de Lubac hacer teología era anunciar la fe”
La Conferencia Episcopal Francesa ha abierto el proceso de beatificación de Henri de Lubac. Samuel Sueiro, doctor en Teología y coordinador del comité científico encargado de la edición en español de sus obras completas, nos habla del gran teólogo francés.
Loreto Rios Ramirez·29 de abril de 2023·Tiempo de lectura: 7 minutos
Henri de Lubac
RELACIONADASEl drama del humanismo ateo, de Henri de LubacBenedicto XVI: el gran discernimiento sobre el ConcilioTras el Concilio. Los dos frentes de la crítica a la Iglesia
El pasado 31 de marzo, los obispos franceses votaron a favor de abrir la causa de beatificación del teólogo Henri de Lubac (1896-1991). Ediciones Encuentro está trabajando actualmente en la publicación en español de su obra completa.
¿Cómo comenzó a interesarse por Henri de Lubac?
A H. de Lubac lo he conocido, sobre todo, elaborando mi tesis doctoral. Me concentré en una de sus últimas obras, según él mismo confiesa, inacabada: La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore. Pude sumergirme en sus archivos y conocer de cerca sus preocupaciones teológicas. Al final, fue como asomarme al conjunto de su pensamiento a través de una pequeña ventana.
De él me admira esa profunda unidad que se da en su biografía entre las ideas que desarrolla y la vocación que vive. O, por decirlo de otra forma, creo que es una verdadera suerte contar con un testimonio como el de Lubac: un gran conocedor de la tradición que, desde ella, nos ayuda a discernir en cada momento qué es lo que Dios pide y lo que Dios nos da, para la Iglesia y para el mundo.
Y desde el ámbito de la teología hay una frase suya que siempre ha resonado en mí de modo especial: «El verdadero teólogo —dice él— tiene el humilde orgullo de su título de creyente, por encima del cual no coloca nada». Para él hacer teología era anunciar la fe en diálogo con el mundo de hoy, y para ello asomarse a la gran tradición, discernir las cuestiones en juego, pero sobre todo ser creyente, abierto a acoger la vida que Dios nos ofrece.
Henri de Lubac es uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX. ¿Qué retos se ha encontrado a la hora de traducirlo?
Había ya bastantes libros traducidos de Henri de Lubac en español. Desde hace bastantes años contamos con muchos de ellos. Pero sí es cierto que Ediciones Encuentro barajaba la posibilidad de hacer una traducción de la edición crítica de las Obras Completas de Henri de Lubac. Una colección emprendida en francés desde el año 1998 que apuesta por reeditar todo lo que Henri de Lubac había ido publicando, pero acompañado de estudios introductorios, notas, explicaciones, índices… El instrumental habitual de la edición crítica de un autor.
Ahora mismo la obra completa está planificada en 50 volúmenes, de los cuales está bastante avanzada la treintena. El proyecto editorial de Encuentro se centra sobre esa nueva edición. Hay un comité científico que avala la colección y que trabaja en los diversos volúmenes, de suerte que se va valorando cada caso: si en algunos títulos la traducción española de la que ya disponíamos es buena, se procura comprar los derechos o revisarla; de lo contrario, se encarga una nueva y se revisa, etc. En ese sentido, quizá sean esos los principales retos.
Hay un trabajo muy esforzado de relectura y de adaptación del aparato crítico, revisando cada referencia —siempre numerosísimas en el caso de un autor como H. de Lubac, fruto de una erudición impresionante—. En el fondo, se trata de ayudar al lector y al investigador hispanohablante. De ahí que sea un trabajo lento. En ese sentido, Ediciones Encuentro ha hecho una apuesta por uno de los grandes teólogos del siglo XX que supone una gran herencia para el XXI.
¿Cuáles de sus obras recomendaría al lector actual? ¿Podría mencionar una en concreto que haya tenido una relevancia especial para usted?
Como he dicho, el panorama de la obra completa suma medio centenar de títulos. Elegir uno entre cincuenta es francamente muy difícil. Aun así —como se trata de arriesgar—, yo me decantaría principalmente por dos. El primero es Catolicismo. Aspectos sociales del dogma. Es su primer gran libro y, para muchos, su gran obra programática, porque ahí se encuentran en germen las grandes intuiciones que Henri de Lubac irá desarrollando a medida que se vaya enfrentando a las diversas circunstancias por las que atraviese su biografía.
Acercarse a Catolicismo es redescubrir en los grandes veneros de la tradición patrística y medieval esas aguas frescas en las que sumergirse y de las que poder beber para seguir adelante. Es adentrarse en esa gran potencialidad que tiene la tradición cristiana, capaz de mostrar —como él dice— los aspectos sociales, que no son nada ficticios, sino que tejen una comunión con Dios y, por ello, con los demás, incesantemente fecunda. A título personal, el segundo libro que destacaría, además de Catolicismo, es su Meditación sobre la Iglesia. Fue concebida originalmente como una serie de conferencias para la formación del clero a finales de la década de 1940. El libro es enviado a imprenta en 1950, aunque por diversas circunstancias no saldrá publicado hasta tres años más tarde.
Si comparamos, por ejemplo, los capítulos, los temas y las expresiones que encontramos en Meditación sobre la Iglesia con la constitución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia descubrimos una asombrosa armonía. Entre un texto y otro hay más de una década de distancia y, sin embargo, ambos comparten intuiciones y planteamientos realmente similares. Porque nos sitúan ante una comprensión de la Iglesia que hoy en día nos puede sonar ya muy habitual —gracias a Dios—, pero que en la época implicaba un acercamiento novedoso y necesario, para comprender la Iglesia como misterio, como mediación, sacramento… También desde su propia vocación, desde la vocación de saberse una comunidad elegida por un Dios que quiere contar con nosotros, que no quiere ser un Dios sin nosotros.
San Juan XXIII nombró a Lubac miembro de la Comisión preparatoria del Concilio Vaticano II. ¿Cuál es la relación del pensamiento de Lubac con el Concilio?
En verano de 1960, medio de pasada, se entera Lubac de que ha sido nombrado por Juan XXIII como perito asesor de la Comisión preparatoria del Concilio. Su labor es muy difícil de precisar si queremos buscarla en un texto o un pasaje concreto, pero los estudiosos que han analizado esta cuestión sí que han percibido primero una gran sintonía entre las principales intuiciones lubacianas y muchas de las ideas conciliares. Lubac tuvo que trabajar no sólo en la preparación, sino que después Juan XXIII lo nombró asesor del Concilio. Una vez empezado, pertenece a la comisión asesora del Concilio y le toca trabajar en muchos textos.
Por ceñirme a las cuatro grandes constituciones, es fácil percibir su sintonía con el texto de Lumen gentium —como acabo de señalar—, no digamos con Dei Verbum —cuyo comentario es uno de los más valiosos a este texto—, la postura de la Iglesia ante el mundo moderno reflejada en el famoso Esquema XIII —que daría lugar a Gaudium et spes— recoge no pocas de sus preocupaciones teológicas… incluso algunos grandes expertos como J. A. Jungmann, que trabajó en la primera constitución aprobada —Sacrosanctum Concilium—, reconocen la impronta lubaciana en la relación teológica entre la eucaristía y la Iglesia.
Pero también en otros documentos podemos encontrar esa sintonía fundamental entre su teología y el magisterio conciliar: el ateísmo o el diálogo con otras religiones son temas donde la convergencia es total. Por decirlo con una expresión muy elocuente de Joseph Ratzinger, a su juicio quizá H. de Lubac haya sido el teólogo más influyente en la «mentalidad» de los padres conciliares. No era el teólogo de moda, de los que más declaraciones concedían a la prensa y, sin embargo, en la mentalidad que discernía dentro del aula cómo proponer la fe a la altura del tiempo, la influencia de Henri de Lubac fue ciertamente decisiva.
No hay que olvidar que Lubac por edad pasaba de sesenta y cinco años cuando comienza el Concilio y contaba tras de sí con una obra madura. El propio Pablo VI, por ejemplo, se había confesado un gran lector de Henri de Lubac antes de ser Papa. Nunca disimuló su admiración por el testimonio lubaciano. Incluso siendo Papa no le faltaron ocasiones para mencionarlo expresamente. Honestamente creo que, sin el esfuerzo teológico de personas como Henri de Lubac y otros de su generación, no hubiera sido posible contar con una obra tan fecunda como la del Concilio Vaticano II.
Fue amigo de Ratzinger y de san Juan Pablo II. ¿Qué puede comentarnos de esta amistad, tanto a nivel intelectual como personal?
En la elaboración de algunos documentos conciliares, creo que sobre todo con motivo del famoso Esquema XIII, H. de Lubac compartió bastantes sesiones de trabajo con el entonces arzobispo de Cracovia —Karol Wojtyła— y desde ahí se fraguó una rica amistad. Desde aquella época el propio Wojtyła le pidió algunos prólogos a sus libros, y fue un gran impulsor de la traducción de las obras de Lubac al polaco. La relación se fue tejiendo sobre todo en el Concilio.
Cuando mucho años más tarde, en 1983, lo crea cardenal, hay una anécdota pintoresca, que se recoge en el segundo volumen de las Obras publicadas por Encuentro —Paradoja y misterio de la Iglesia—, una anécdota —como digo— de una conversación en torno a la mesa entre Juan Pablo II y Henri de Lubac reconociendo la labor de uno y otro en los textos conciliares. Ciertamente había una amistad teológica, por decirlo así. Eran buenos conocedores de su propio pensamiento y hay una influencia mutua. De su relación con Ratzinger ya he mencionado su elocuente convicción sobre su influencia en la mentalidad de los padres conciliares.
Pero el propio Ratzinger ha confesado en varias ocasiones cómo el libro Catolicismo marcó para él un hito en su elaboración teológica, ya desde sus tiempos de estudiante de teología: el ver que había una forma de pensar la fe que volvía a la gran tradición y que no se enredaba en cuestiones tan áridas a veces por estar desvinculadas de la vertiente más espiritual de la fe… Después del Concilio, formando parte de la Comisión Teológica Internacional y de otros círculos como la revista Communio, por ejemplo, Ratzinger siempre confesó su admiración y su deuda con el pensamiento lubaciano.
¿En qué situación se encuentra su proceso de beatificación y qué pasos hay que esperar ahora?
Ante todo, creo que hay que acogerlo como una buena noticia. Es quizá el único teólogo contemporáneo reciente camino de los altares. Es una labor que había sido iniciada desde hace ya unos años, sobre todo por el entonces arzobispo de Lyon, el cardenal Philippe Barbarin, quien siendo él mismo seminarista en París visitaba con frecuencia a Lubac y de su mano pudo sumergirse en su teología.
Como arzobispo de Lyon creía que emprender este discernimiento sobre la persona de H. de Lubac era una deuda de la diócesis misma, porque fue la gran ciudad en torno a la cual se desarrolló la docencia de Henri de Lubac y los primeros años de su elaboración teológica. Así se inició este proceso. Se fueron recopilando diversos testimonios de personas que conocieron a Henri de Lubac de cerca. Sé que entre ellos se recopiló el testimonio del ya Papa emérito Benedicto XVI y que fue uno de los más elocuentes, si cabe hablar así.
Para poder comenzar la causa, se ha contado con el visto bueno de la Conferencia Episcopal francesa, que hace cuestión de un mes poco más o menos dio luz verde para seguir adelante. De momento, se irá repasando su vida, tratando de detectar sus virtudes heroicas para ver si tanto en su doctrina como en su vida percibimos un camino patente de santidad. Esperemos que esto siga adelante. Sé que desde la Asociación Internacional Cardenal Henri de Lubac estamos trabajando no sólo por la difusión de su obra con rigor científico, sino también por sacar adelante esta buena noticia, como es la eventual beatificación de Henri de Lubac.
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