Las Noticias de hoy 29 Abril 2023

Enviado por adminideas el Sáb, 29/04/2023 - 11:45

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Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    sábado, 29 de abril de 2023    

Indice:

ROME REPORTS

El Papa Francisco llegó a Hungría

El Papa en Hungría: La paz viene de políticas capaces de mirar al desarrollo de todos

El Papa: La Iglesia en Hungría dé testimonio de una “acogida con profecía”

SANTA CATALINA DE SIENA* : Francisco Fernandez Carbajal

29 de abril: santa Catalina de Siena

“¿Tú..., soberbia? -¿De qué?” : San Josemaria

Santa Catalina de Siena, intercesora del Opus Dei

«Dios llama amando y nosotros, agradecidos, respondemos amando»

Muy humanos, muy divinos (XVIII): Libertad interior, o la alegría de ser quien eres

Efectos del perdón : Ana Teresa López de Llergo

“Hay más mártires hoy que en los primeros siglos del cristianismo” – Papa Francisco : primeroscristianos

5 cosas que podemos aprender de los primeros cristianos

Pablo Delgado de la Serna: “Una cruz abrazada pesa menos que una cruz arrastrada” : Maria José Atienza

SABER DÓNDE BUSCAR. PARA CREER SIN VER : José Martínez Colín

Solo con un corazón de niño podremos entrar en el Reino de los Cielos. ¡Cuidemos a nuestros niños! : Silvia del Valle Márquez

Maternidad subrogada (vientres de alquiler). Algunas reflexiones. : Prof. José Luis Velayos

Por qué los ciudadanos tenemos derecho a una comunicación política sana en periodo electoral : Francisco J. Pérez Latre

¿Se puede modificar la familia a través del lenguaje? : Juan García. 

Y eso es vida cristiana : Pedro García

Buen humor, ma humor : José Morales Martín

Ponte en camino, no esperes más : José María Calderón

 

ROME REPORTS

 

El Papa Francisco llegó a Hungría

41º Viaje Apostólico Internacional: Budapest, capital de Hungría

 

 

El avión que llevó a Francisco a Hungría aterrizó en el aeropuerto de Budapest a las 9:53 hora local. El Santo Padre bajó del vuelo por la parte trasera, pero llegó a los pies de la escalera anterior del avión caminando, algo que provocó los aplausos y la alegría de cuantos lo esperaban.

En la escalera, además del vice primer ministro y otras autoridades civiles y religiosas, le esperaban un grupo numeroso de fieles. Como gesto de bienvenida dos niños vestidos con trajes típicos le entregaron un pan realizado en la sede de la Conferencia Episcopal Húngara, “símbolo de vida, bendición y buena suerte”, que el Santo Padre inmediatamente probó.

En Europa Central es costumbre dar la bienvenida al Sucesor de Pedro con este regalo: también ocurrió en 2021 en Bratislava durante la visita del Papa Francisco a Eslovaquia.

 

(C) Vatican Media

 

 

 

Es la segunda vez que Francisco visita Hungría: la primera vez lo hizo en el 2021, en ocasión del Congreso Eucarístico Internacional san Juan Pablo II, por su parte, visitó el país en dos ocasiones, en el año 1991 y en el 1996.

El Papa realizará un total de siete intervenciones en Budapest. En primer lugar, lo hará con el discurso a las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático este mediodía. Después, en la tarde, Su Santidad, se dirigirá a los Obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y agentes de pastoral.

Mañana, sábado 29, el Papa Franciasco mantendrá un encuentro con los pobres y refugiados por la mañana y allí pronunciará su tercer discurso. Por la tarde, en su cita con los jóvenes, tendrá lugar su cuarto discurso. Por último, en el Cuarto Domingo de Pascua pronunciará la homilía en la Santa Misa seguida por la alocución previa al Regina Caeli por la mañana. Antes de regresar a Roma, por la tarde, se dirigirá al mundo universitario y de la cultura.

(C) Vatican Media

Con casi 10 millones de habitantes, Hungría es un país de mayoría católica (un 61%). Situada en el corazón Europa centro oriental y sin salidas al mar, colinda con Eslovaquia, Austria, Eslovenia, Croacia, Serbia, Rumania y Ucrania. Su capital, Budapest, es llamada “la Perla del Danubio”, por el río cuyo curso divide en dos la ciudad.

 

 

 

 

 

 

 

El Papa en Hungría: La paz viene de políticas capaces de mirar al desarrollo de todos

En su primer discurso en Budapest, al encontrar a las a las autoridades civiles húngaras, Francisco evidenció la necesidad de “volver a encontrar el alma europea”, el entusiasmo y el sueño de los padres fundadores, que generaron diplomacias capaces de recomponer la unidad, en vez de agrandar las divisiones.

Vatican News

La primera actividad pública del Papa Francisco en su 41º Viaje Apostólico a Hungría, fue el encuentro con las autoridades, representantes de la sociedad civil y el cuerpo diplomático. En el antiguo Monasterio Carmelita, tras recibir las palabras de acogida de la Presidenta de la República, Katalin Novák, el Pontífice dirigió a los presentes un rico discurso, inspirado en la capital del país, que no es sólo “señorial y vivaz, sino un lugar central en la historia” y como “testigo de cambios significativos a lo largo de los siglos, está llamada a ser protagonista del presente y del futuro”. Sobre Budapest, donde “se abrazan las suaves olas del Danubio”, el Papa compartió tres ideas: como ciudad de historia, ciudad de puentes y ciudad de santos.

Una ciudad de historia

El Papa recordó los orígenes antiguos de la capital húngara, “como atestiguan los restos de época céltica y romana”. “Sin embargo - precisó - su esplendor nos lleva a la modernidad”. Francisco evidenció que, aunque Budapest nació en “tiempo de paz, ha conocido conflictos dolorosos; no sólo invasiones de tiempos lejanos sino, en el siglo pasado, violencia y opresión provocadas por las dictaduras nacista y comunista”.

¿Cómo olvidar el año 1956? Y, durante la segunda guerra mundial, la deportación de cientos de miles de habitantes, con el resto de la población de origen judío encerrada en el gueto y sometida a numerosas atrocidades.

En este contexto, el Santo Padre destacó la labor de “muchos justos valientes”,  - como el Nuncio Angelo Rotta - y la resiliencia y el esfuerzo de reconstrucción que ha llevado a la ciudad a ser el “centro de un país que conoce el valor de la libertad y que, después de haber pagado un alto precio a las dictaduras, lleva en sí la misión de custodiar el tesoro de la democracia y el sueño de la paz”.

Al recordar que este año se celebran los 150 años de fundación de Budapest,  con la unión de tres ciudades: Buda y Óbuda, al oeste del Danubio, y Pest, situada en la costa contraria, el Santo Padre destacó que “el nacimiento de esta gran capital en el corazón del continente evoca el camino unitario emprendido por Europa, en el que Hungría encuentra el propio cauce vital. En la posguerra Europa representó, junto con las Naciones Unidas, la gran esperanza, con el objetivo común de que un lazo más estrecho entre las naciones previniera conflictos ulteriores”, recordó.

Políticas capaces de mirar al conjunto

En general, según el Papa, “parece que se hubiera disuelto en los ánimos el entusiasmo de edificar una comunidad de naciones pacífica y estable, delimitando las zonas, acentuando las diferencias, volviendo a rugir los nacionalismos y exasperándose los juicios y los tonos hacia los demás. Parece incluso que la política a nivel internacional tuviera como efecto enardecer los ánimos más que resolver problemas, olvidando la madurez que alcanzó después de los horrores de la guerra y retrocediendo a una especie de infantilismo bélico”, observó Francisco.

Pero la paz nunca vendrá de la persecución de los propios intereses estratégicos, sino más bien de políticas capaces de mirar al conjunto, al desarrollo de todos; atentas a las personas, a los pobres y al mañana; no sólo al poder, a las ganancias y a las oportunidades del presente.  

“En este momento histórico Europa es fundamental”, añadió el Papa, porque, “gracias a su historia, representa la memoria de la humanidad y, por tanto, está llamada a desempeñar el rol que le corresponde: el de unir a los alejados”. Por tanto, “es esencial volver a encontrar el alma europea: el entusiasmo y el sueño de los padres fundadores, estadistas que supieron mirar más allá del propio tiempo, de las fronteras nacionales y las necesidades inmediatas, generando diplomacias capaces de recomponer la unidad, en vez de agrandar las divisiones”.

El Papa Francisco saluda a la Presidenta de Hungría, la señora Katalin Novák

El Papa Francisco saluda a la Presidenta de Hungría, la señora Katalin Novák

Ciudad de puentes

A continuación, el Papa se refirió a peculiaridad de “la perla del Danubio”, los puentes que unen sus partes, las más de veinte circunscripciones que la componen. “Pero los puentes que conectan realidades diversas, también nos sugieren reflexionar sobre la importancia de una unidad que no signifique uniformidad”. “También la Europa de los veintisiete, construida para crear puentes entre las naciones, necesita del aporte de todos sin disminuir la singularidad de ninguno”, recordó.

Pienso, por tanto, en una Europa que no sea rehén de las partes, volviéndose presa de populismos autorreferenciales, pero que tampoco se transforme en una realidad fluida, o gaseosa, en una especie de supranacionalismo abstracto, que no tiene en cuenta la vida de los pueblos. Este es el camino nefasto de las “colonizaciones ideológicas”, que eliminan las diferencias.

Francisco señaló cuán hermoso sería, en cambio, “construir una Europa centrada en la persona y en los pueblos, donde haya políticas efectivas para la natalidad y la familia -buscadas con atención en este país-; donde naciones diversas sean una familia en la que se vela por el crecimiento y la singularidad de cada uno. El puente más famoso de Budapest, el de las cadenas, nos ayuda a imaginar una Europa así - notó - constituida por muchos anillos grandes y diferentes, que encuentran su propia firmeza al formar juntos vínculos sólidos”.

Y en esto, “la fe cristiana ayuda, y Hungría puede hacer de ‘pontonero’, - añadió - valiéndose de su específico carácter ecuménico; aquí diversas confesiones conviven sin antagonismos, colaborando respetuosamente, con espíritu constructivo”.

Ciudad de santos

Por último, hablando de Budapest como ciudad de santos, el Papa Francisco mencionó a San Esteban, primer rey de Hungría, “que vivió en una época en la que los cristianos en Europa estaban en plena comunión”, destacando que la historia húngara nace marcada por la santidad, y no sólo de un rey, sino de toda la familia. Su hijo san Emerico, "recibió de su padre algunas observaciones, que constituyen una especie de testamento espiritual para el pueblo magiar”, remarcó. "En él leemos palabras muy actuales: 'Te recomiendo que seas amable no sólo con tu familia y parientes, o con los poderosos y adinerados, o con tu prójimo y tus habitantes, sino también con los extranjeros'".

Una gran enseñanza de fe, donde “radica esa bondad popular húngara, revelada por ciertas expresiones del lenguaje común, como por ejemplo: “jónak lenni jó” (es bueno ser buenos) y “jobb adni mint kapni” (es mejor dar que recibir), precisó el Papa y añadió:

De esto no sólo se desprende la riqueza de una identidad sólida, sino la necesidad de apertura a los demás, como reconoce la Constitución cuando declara: "Respetamos la libertad y la cultura de los otros pueblos, nos comprometemos a colaborar con todas las naciones del mundo". Esta también afirma: "Las minorías nacionales que viven con nosotros forman parte de la comunidad política húngara y son parte constitutiva del Estado", y se propone el esfuerzo "por el cuidado y la protección […] de las lenguas y de las culturas de las minorías nacionales en Hungría".

El Pontífice agradeció también a las autoridades por “la promoción de las obras caritativas y educativas inspiradas por dichos valores y en los que se empeña la estructura católica local, así como por el apoyo concreto a tantos cristianos que atraviesan dificultades en el mundo, especialmente en Siria y en el Líbano. Una provechosa colaboración entre el Estado y la Iglesia- dijo- es fecunda, pero, para que sea así, necesita salvaguardar bien las oportunas distinciones”.

Es importante que todo cristiano lo recuerde, teniendo como punto de referencia el Evangelio, para adherir a las decisiones libres y liberadoras de Jesús y no prestarse a una especie de colaboracionismo con las lógicas del poder. Desde este punto de vista, hace bien una sana laicidad, que no decaiga en el laicismo generalizado, que se muestra alérgico a cualquier aspecto sacro para luego inmolarse en los altares de la ganancia.

El tema de la acogida

“La acogida es un tema que suscita numerosos debates en nuestros días y sin duda es complejo”, precisó además el Papa, indicando que “la actitud de fondo para los cristianos no puede ser diferente de lo que transmitió san Esteban, después de haberlo aprendido de Jesús, que se identificó con el extranjero necesitado de acogida”

Pensando en Cristo presente en tantos hermanos y hermanas desesperados que huyen de los conflictos, la pobreza y los cambios climáticos, necesitamos afrontar el problema sin excusas ni dilaciones. Es un tema que debemos afrontar juntos, comunitariamente, porque en el contexto en que vivimos, las consecuencias, tarde o temprano, repercutirán sobre todos.

“Por eso es urgente, como Europa, trabajar por vías seguras y legales, con mecanismos compartidos frente a un desafío de época que no se podrá detener rechazándolo, sino que debe acogerse para preparar un futuro que, si no lo hacemos juntos, no llegará”, añadió.

El testimonio de santos y beatos

“No es posible citar a todos los grandes confesores de la fe de la Pannonia Sacra”, expresó Francisco en la conclusión de su discurso, “pero al menos quisiera mencionar a san Ladislao y santa Margarita”, haciendo referencia también a las "figuras majestuosas del siglo pasado", como el cardenal József Mindszenty, los beatos obispos mártires Vilmos Apor y Zoltán Meszlényi, y el beato László Batthyány-Strattmann. “Ellos son, junto con muchos justos de varios credos, padres y madres de vuestra patria”.  A ellos el Sucesor de Pedro encomendó "el futuro de este país", por el que aseguró sus oraciones y cercanía, con "un recuerdo especial" por los que viven fuera de la Patria y por cuantos conoció durante su vida, en particular, la comunidad religiosa húngara que acompañó en Buenos Aires.

Isten, áldd meg a magyart! (¡Dios, bendice a los húngaros!)

 

 

El Papa: La Iglesia en Hungría dé testimonio de una “acogida con profecía”

Este 28 de abril, el Santo Padre se reunió con los Obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y agentes pastorales de Hungría, en la Concatedral de San Esteban de Budapest, en el marco de su 41 Viaje Apostólico. A ellos, el Pontífice les propuso la “acogida con profecía” contra el “derrotismo catastrofista y el conformismo mundano”.

Vatican News

“La primera pastoral es el testimonio de comunión, porque Dios es comunión y está presente ahí donde hay caridad fraterna. Superemos las divisiones humanas para trabajar juntos en la viña del Señor”, esta fue la exhortación del Papa Francisco a los Obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y agentes pastorales húngaros, con quienes se reunió este viernes, 28 de abril, en la Concatedral de San Esteban de Budapest, en el marco de su Viaje Apostólico a Hungría.

Cristo resucitado, centro de la historia, es el futuro

Después de recordar su anterior visita a este país, con ocasión de la clausura del 52º Congreso Eucarístico Internacional, en septiembre de 2021, el Santo Padre se refirió al deseo de los católicos de Hungría expresado en la frase: “En este mundo cambiante queremos testimoniar que Cristo es nuestro futuro”. Al respecto el Pontífice señaló que, esta es una de las exigencias más importantes para nosotros, que debemos saber interpretar los cambios y las transformaciones de nuestro tiempo, tratando de afrontar los desafíos pastorales de la mejor manera posible. Pero esto sólo es posible mirando a Cristo como nuestro futuro.

“Contemplando en este tiempo pascual su gloria, la de Aquel que es «el Primero y el Último» (Ap 1,17), podemos mirar las tormentas que a veces azotan nuestro mundo, los cambios rápidos y continuos de la sociedad y la misma crisis de fe en Occidente con una mirada que no cede a la resignación y que no pierde de vista la centralidad de la Pascua: Cristo resucitado, centro de la historia, es el futuro”.

Dos tentaciones de las cuales cuidarnos en la Iglesia

A los miembros de la Iglesia en Hungría, el Papa Francisco les dijo que, si olvidamos que nuestra vida, aunque marcada por la fragilidad, está puesta firmemente en las manos de Cristo resucitado, también nosotros, pastores y laicos, buscaremos medios e instrumentos humanos para defendernos del mundo, encerrándonos en nuestros confortables y tranquilos oasis religiosos; o, por el contrario, nos adaptaremos a los vientos cambiantes de la mundanidad y, entonces, nuestro cristianismo perderá vigor y dejaremos de ser sal de la tierra.

“Estas son, pues, las dos interpretaciones —diría yo, las dos tentaciones— de las que siempre debemos cuidarnos como Iglesia. Primero, una lectura catastrofista de la historia presente, que se alimenta del derrotismo de quienes repiten que todo está perdido, que ya no existen los valores del pasado, que no sabemos dónde iremos a parar. Es hermoso que el Rvdo. Sándor haya expresado su gratitud a Dios, que lo ha “liberado del derrotismo”. Y luego, está el otro riesgo, el de la lectura ingenua de la propia época, que en cambio se basa en la comodidad del conformismo y nos hace creer que al fin de cuentas todo está bien, que el mundo ha cambiado y debemos adaptarnos”.

“Así, contra el derrotismo catastrofista y el conformismo mundano, el Evangelio nos da ojos nuevos, nos da la gracia del discernimiento para entrar en nuestro tiempo con actitud de acogida, pero también con espíritu profético. Por tanto, con acogida profética”

Estamos llamados a una acogida con profecía

A este respecto, el Santo Padre les propuso una imagen utilizada por Jesús: la de la higuera (cf. Mc 13,28-29). «Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta» (vv. 28-29).

“Por consiguiente, estamos llamados a acoger como una planta fecunda el tiempo en que vivimos, con sus cambios y sus desafíos, porque a través de todo esto —dice el Evangelio— el Señor se acerca. Y mientras tanto, estamos llamados a cultivar la época que nos ha tocado, a leerla, a sembrar el Evangelio, a podar las ramas secas del mal, a dar fruto. estamos llamados a una acogida con profecía”.

El Papa ingresa a la Concatedral de San Esteban de Budapest

Reconocer los signos de la presencia de Dios en la realidad

Pero, la acogida profética, precisó el Obispo de Roma, supone aprender a reconocer los signos de la presencia de Dios en la realidad, incluso allí donde no aparece explícitamente marcada por el espíritu cristiano y nos sale al encuentro con ese carácter que nos provoca y nos interpela. Y, al mismo tiempo, se trata de interpretarlo todo a la luz del Evangelio, sin mundanizarse, sino como anunciadores y testigos de la profecía cristiana.

“Vemos que también en este país, donde la tradición de fe permanece firmemente arraigada, presenciamos la difusión del secularismo y de cuanto lo acompaña, que a menudo amenaza la integridad y la belleza de la familia, expone a los jóvenes a modelos de vida marcados por el materialismo y el hedonismo, y polariza el debate sobre las nuevas cuestiones y los nuevos desafíos. Y entonces la tentación puede ser la de volverse rígidos, encerrarse y adoptar una actitud de ‘combatientes’. Pero tales realidades pueden representar oportunidades para nosotros los cristianos, porque estimulan la fe y la profundización de algunos temas; nos invitan a preguntarnos cómo estos desafíos pueden entrar en diálogo con el Evangelio, a buscar nuevos caminos, instrumentos y lenguajes”.

Escuchar las preguntas y los retos sin miedo ni rigidez

El compromiso de entrar en diálogo con las situaciones de hoy, indicó el Santo Padre, exige que la Comunidad cristiana esté presente y dé testimonio, que sea capaz de escuchar las preguntas y los retos sin miedo ni rigidez. Esto no es fácil en la situación actual, subrayó el Papa, porque tampoco faltan las dificultades internas, como la sobrecarga de trabajo de los sacerdotes.

“En efecto, por una parte, las exigencias de la vida parroquial y pastoral son numerosas, pero, por otra, las vocaciones disminuyen y los sacerdotes son pocos, a menudo de edad avanzada y presenta algunos signos de cansancio. Se trata de una condición común a muchas realidades europeas, respecto a la cual es importante que todos —pastores y laicos— se sientan corresponsables; ante todo en la oración, porque las respuestas vienen del Señor y no del mundo; del Sagrario y no del ordenador. Y luego, en la pasión por la pastoral vocacional, buscando el modo de ofrecer con entusiasmo a los jóvenes la fascinación de seguir a Jesús también en la especial consagración”.

Discurso del Santo Padre

Es necesario comenzar una reflexión eclesial

Y comentando el testimonio de una religiosa, el Papa Francisco señaló que, para “discutir con Jesús”, como lo contó la hermana Krisztina, se necesita quien escuche y ayude a discutir bien con el Señor. Es necesario comenzar una reflexión eclesial —sinodal, que debemos hacer todos juntos— para actualizar la vida pastoral, sin conformarse con repetir el pasado y sin tener miedo a reconfigurar la parroquia en el territorio, sino haciendo de la evangelización una prioridad e iniciando una colaboración activa entre sacerdotes, catequistas, agentes de pastoral y profesores.

“Busquen las formas posibles para colaborar con alegría en la causa del Evangelio y lleven adelante juntos, cada uno con su propio carisma, la pastoral como anuncio kerigmático. En este sentido, fue bonito lo que nos dijo Dorina sobre la necesidad de llegar al prójimo a través de la narración, de la comunicación, tocando la vida cotidiana. Y les agradezco a los diáconos y catequistas, que desempeñan aquí un papel decisivo en la transmisión de la fe a las jóvenes generaciones, y a todos aquellos, profesores y formadores, que están comprometidos generosamente en el campo de la educación”.

La primera pastoral es el testimonio de comunión

A los miembros de la Iglesia en Hungría, el Pontífice les indicó que, una buena pastoral es posible si somos capaces de vivir el mandamiento del amor que el Señor nos ha dado y que es don de su Espíritu. Pero, si estamos distanciados o divididos, agregó el Papa, si nos volvemos rígidos en nuestras posiciones y en los grupos, no damos fruto.

“Causa tristeza cuando nos dividimos porque, en vez de jugar en equipo, jugamos al juego del enemigo: obispos desconectados entre sí, sacerdotes en tensión con el obispo, sacerdotes mayores en conflicto con los más jóvenes, diocesanos con religiosos, presbíteros con laicos, latinos con griegos; nos polarizamos en temas que afectan a la vida de la Iglesia, pero también en aspectos políticos y sociales, atrincherándonos en posiciones ideológicas. No, por favor; la primera pastoral es el testimonio de comunión, porque Dios es comunión y está presente ahí donde hay caridad fraterna. Superemos las divisiones humanas para trabajar juntos en la viña del Señor. Sumerjámonos en el espíritu del Evangelio, arraiguémonos en la oración, especialmente en la adoración y en la escucha de la Palabra de Dios, cultivemos la formación permanente, la fraternidad, la cercanía y la atención a los demás”.

Concatedral de San Esteban de Budapest

Tener miradas y enfoques misericordiosos y compasivos

Al comentar las palabras de don József, un sacerdote húngaro que recordó la entrega y el ministerio de su hermano, el beato János Brenner, bárbaramente asesinado con tan sólo 26 años, el Papa Francisco dijo que, tratemos de no ser rígidos, sino de tener miradas y enfoques misericordiosos y compasivos.

“¡Cuántos testigos y confesores de la fe tuvo este pueblo durante los totalitarismos del siglo pasado! El beato János experimentó en su propia piel muchos sufrimientos; habría sido fácil para él guardar rencor, encerrarse en sí mismo, volverse rígido. En cambio, fue un buen pastor. Esto se nos pide a todos, especialmente a los sacerdotes, una mirada misericordiosa, un corazón compasivo, que perdona siempre, siempre, que ayuda a recomenzar, que acoge y no juzga, anima y no critica, sirve y no murmura”.

Transmitir el consuelo del Señor en las situaciones de dolor

Asimismo, al referirse a uno de los problemas que afecta a la Iglesia de Hungría, que es el de la acogida a los migrantes y refugiados, el Santo Padre dijo que esto, nos ejercita para la acogida profética, para transmitir el consuelo del Señor en las situaciones de dolor y pobreza del mundo, acompañando a los cristianos perseguidos, a los migrantes que buscan hospitalidad, a las personas de otras etnias, a cualquiera que lo necesite. Y propuso como ejemplo de santidad, a san Martín.

“Su gesto de compartir la capa con el pobre es mucho más que una obra de caridad; es la imagen de la Iglesia hacia la que hay que tender, es lo que la Iglesia de Hungría puede llevar como profecía al corazón de Europa: misericordia y cercanía. Pero quisiera recordar también a san Esteban, cuya reliquia está aquí junto a mí. Él, que fue el primero en confiar la nación a la Madre de Dios, que fue un intrépido evangelizador y fundador de monasterios y abadías, sabía también escuchar y dialogar con todos y ocuparse de los pobres; por ellos bajó los impuestos e iba a dar limosna disfrazado para no ser reconocido. Esta es la Iglesia que debemos soñar, capaz de escucha recíproca, de diálogo, de atención a los más débiles; acogedora para con todos y valiente para llevar a cada uno la profecía del Evangelio”.

Discurso del Santo Padre

Nunca se dejen vencer por el cansancio interior

Finalmente, el Papa Francisco recordó al cardenal Mindszenty, que creía en el poder de la oración, hasta el punto de que aún hoy, casi como un dicho popular, se repite aquí: “Si hay un millón de húngaros rezando, no temeré al futuro”.

“Sean acogedores, sean testigos de la profecía del Evangelio, pero sobre todo sean mujeres y hombres de oración, porque la historia y el futuro dependen de ello. Les doy las gracias por su fe y su fidelidad, por todo lo bueno que tienen y que hacen. No puedo olvidar el testimonio valiente y paciente de las hermanas húngaras de la Sociedad de Jesús, a las que conocí en Argentina, después de que abandonaran Hungría durante la persecución religiosa. Me hicieron mucho bien”.

 

 

SANTA CATALINA DE SIENA*

Memoria

— Amor a la Iglesia y al Papa, «el dulce Cristo en la tierra».

— Santa Catalina ofreció su vida por la Iglesia.

— Afán de dar a conocer con claridad la verdad y de influir positivamente en la opinión pública, según la capacidad de cada cual.

I. Sin una instrucción particular (aprendió a escribir siendo ya muy mayor) y con una corta existencia, Santa Catalina pasó por la vida, llena de frutos, «como si tuviese prisa de llegar al eterno tabernáculo de la Santísima Trinidad»1. Para nosotros es modelo de amor a la Iglesia y al Romano Pontífice, a quien llamaba «el dulce Cristo en la tierra»2, y de claridad y valentía para hacerse oír por todos.

Los Papas residían entonces en Avignon, con múltiples dificultades para la Iglesia universal, mientras que Roma, centro de la Cristiandad, se volvía poco a poco una gran ruina. El Señor hizo entender a la Santa la necesidad de que los Papas volvieran a la sede romana para iniciar la deseada y necesaria reforma. Incansablemente oró, hizo penitencia, escribió al Papa, a los Cardenales, a los príncipes cristianos...

A la vez, Santa Catalina proclamó por todas partes la obediencia y amor al Romano Pontífice, de quien escribe: «Quien no obedezca a Cristo en la tierra, el cual está en el lugar de Cristo en el Cielo, no participa del fruto de la Sangre del Hijo de Dios»3.

Con enorme vigor dirigió apremiantes exhortaciones a Cardenales, Obispos y sacerdotes para la reforma de la Iglesia y la pureza de las costumbres, y no omitió graves reproches, aunque siempre con humildad y respeto a su dignidad, pues son «ministros de la sangre de Cristo»4. Es principalmente a los pastores de la Iglesia a los que dirige una y otra vez llamadas fuertes, convencida de que de su conversión y ejemplaridad dependía la salud espiritual de su rebaño.

Nosotros pedimos hoy a la Santa de Siena alegrarnos con las alegrías de nuestra Madre la Iglesia, sufrir con sus dolores. Y podemos preguntarnos cómo es nuestra oración diaria por los pastores que la rigen, cómo ofrecemos, diariamente, alguna mortificación, horas de trabajo, contrariedades llevadas con serenidad..., que ayuden al Santo Padre en esa inmensa carga que Dios ha puesto sobre sus hombros. Pidamos también hoy a Santa Catalina que nunca le falten buenos colaboradores al «dulce Cristo en la tierra».

«Para tantos momentos de la historia, que el diablo se encarga de repetir, me parecía una consideración muy acertada aquella que me escribías sobre lealtad: “llevo todo el día en el corazón, en la cabeza y en los labios una jaculatoria: ¡Roma!”»5. Esta sola palabra podrá ayudarnos a mantener la presencia de Dios durante el día y expresar nuestra unidad con el Romano Pontífice y nuestra petición por él. Quizá nos pueda servir hoy para aumentar nuestro amor a la Iglesia.

II. Santa Catalina fue profundamente femenina, sumamente sensible6. A la vez, fue extraordinariamente enérgica, como lo son aquellas mujeres que aman el sacrificio y permanecen cerca de la Cruz de Cristo, y no permitía debilidades en el servicio de Dios. Estaba convencida de que, tratándose de uno mismo y de la salvación de las almas que Cristo rescató con su Sangre, era improcedente una excesiva indulgencia, adoptar por comodidad o cobardía una débil filantropía, y por eso gritaba: «¡Basta ya de ungüento! ¡Que con tanto ungüento se están pudriendo los miembros de la Esposa de Cristo!».

Fue siempre fundamentalmente optimista, y no se desanimaba si, a pesar de haber puesto los medios, no salían los asuntos a la medida de sus deseos. Durante toda su vida fue una mujer profunda, delicada. Sus discípulos recordaron siempre su abierta sonrisa y su mirada franca; iba siempre limpia, amaba las flores y solía cantar mientras caminaba. Cuando un personaje de la época, impulsado por un amigo, acude a conocerla, esperaba encontrar a una persona de mirada esquinada y sonrisa ambigua. Su sorpresa fue grande al encontrarse con una mujer joven, de mirada clara y sonrisa cordial, que le acogió «como a un hermano que volviera de un largo viaje».

Poco tiempo después de su llegada a Roma murió el Papa. Y con la elección del sucesor se inicia el cisma que tantas desgarraduras y tanto dolor habría de producir en la Iglesia. Santa Catalina hablará y escribirá a Cardenales y reyes, a príncipes y Obispos... Todo inútil. Exhausta y llena de una inmensa pena, se ofrece a Dios como víctima por la Iglesia. Un día del mes de enero, rezando ante la tumba de San Pedro, sintió sobre sus hombros el peso inmenso de la Iglesia, como ha ocurrido en ocasiones a otros santos. Pero el tormento duró pocos meses: el 29 de abril, hacia el mediodía, Dios la llamaba a su gloria. Desde el lecho de muerte, dirigió al Señor esta conmovedora plegaria: «¡Oh Dios eterno!, recibe el sacrificio de mi vida en beneficio de este Cuerpo Místico de la Santa Iglesia. No tengo otra cosa que dar, sino lo que me has dado a mí»7. Unos días antes había comunicado a su confesor: «Os aseguro que, si muero, la única causa de mi muerte es el celo y el amor a la Iglesia, que me abrasa y me consume...». Pidamos nosotros hoy a Santa Catalina ese amor ardiente por nuestra Madre la Iglesia, que es característica de quienes están cerca de Cristo.

Nuestros días son también de prueba y de dolor para el Cuerpo Místico de Cristo, por eso «hemos de pedir al Señor, con un clamor que no cese (cfr. Is 58, l), que los acorte, que mire con misericordia a su Iglesia y conceda nuevamente la luz sobrenatural a las almas de los pastores y a las de todos los fieles»8. Ofrezcamos nuestra vida diaria, con sus mil pequeñas incidencias, por el Cuerpo Místico de Cristo. El Señor nos bendecirá y Santa María –Mater Ecclesiae– derramará su gracia sobre nosotros con particular generosidad.

III. Santa Catalina nos enseña a hablar con claridad y valentía cuando los asuntos de que se trate afecten a la Iglesia, al Romano Pontífice o a las almas. En muchos casos tendremos la obligación grave de aclarar la verdad, y podemos aprender de Santa Catalina, que nunca retrocedía ante lo fundamental, porque tenía puesta su confianza en Dios.

En la Primera lectura de la Misa, enseña el Apóstol Juan: Os anunciamos el mensaje que hemos oído a Jesucristo: Dios es luz sin ninguna oscuridad9. Ahí tenía su origen la fuerza de los primeros cristianos y la de los santos de todos los tiempos: no enseñaban una verdad propia, sino el mensaje de Cristo que nos ha sido transmitido de generación en generación. Es el vigor de una Verdad que está por encima de las modas, de la mentalidad de una época concreta. Nosotros debemos aprender cada vez más a hablar de las cosas de Dios con naturalidad y sencillez, pero a la vez con la seguridad que Cristo ha puesto en nuestra alma. Ante la campaña de silencio organizada sistemáticamente –tantas veces denunciada por los Romanos Pontífices– para oscurecer la verdad, silenciar los sufrimientos que los católicos padecen a causa de su fe, o las obras rectas y buenas, que a veces apenas tienen ningún eco en los grandes medios de difusión, nosotros, cada uno en su ambiente, hemos de servir de altavoz a la verdad. Algunos Papas han calificado esta actitud de conspiración del silencio10 ante las obras buenas, literarias, científicas, religiosas, de promoción social, de buenos católicos o de las instituciones que las promueven. Por el hecho mismo de ser católicos, muchos medios de difusión callan o los dejan en la penumbra.

Nosotros podemos hacer mucho bien en este apostolado de opinión pública. A veces llegaremos solo a los vecinos o a los amigos que visitamos o nos visitan, o mediante una carta a los medios de comunicación o una llamada a un programa de radio que pide opiniones sobre un tema controvertido y que quizá tiene un fondo doctrinal que debe ser aclarado, respondiendo con criterio a una encuesta pública, aconsejando un buen libro... Debemos rechazar la tentación de desaliento, de que quizá «podemos poco». Un inmenso río que lleva un caudal enorme está alimentado de pequeños regueros que, a su vez, se han formado quizá gota a gota. Que no falte la nuestra. Así comenzaron los primeros cristianos en la difusión de la Verdad.

Pidamos hoy a Santa Catalina que nos transmita su amor a la Iglesia y al Romano Pontífice, y que tengamos el afán santo de dar a conocer la doctrina de Jesucristo en todos los ambientes, con todos los medios a nuestro alcance, con imaginación, con amor, con sentido optimista y positivo, sin dejar a un lado una sola oportunidad. Y, con palabras de la Santa, rogamos a Nuestra Señora: «A Ti recurro, María, te ofrezco mi súplica por la dulce Esposa de Cristo y por su Vicario en la tierra, a fin de que le sea concedida la luz para regir con discernimiento y prudencia la Santa Iglesia»11.

1 Juan Pablo II, Homilía en Siena, 14-X-1980. — 2 Santa Catalina de Siena, Cartas, III, Ed. italiana de P. Misciateli, Siena 1913, 211. — 3 ídem, Carta 207, III, 270. — 4 Cfr. Pablo VI, Homilía en la proclamación de Santa Catalina como Doctora de la Iglesia, 4-X-1970. — 5 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 344. — 6 Cfr. Juan Pablo II, Homilía 29-IV-1980. — 7 Santa Catalina de Siena, Carta 371, V, 301-302. — 8 San Josemaría Escrivá, Amar a la Iglesia, Palabra, Madrid 1986 p. 55. — 9 1 Jn 1, 5. — 10 Cfr. Pío XI, Enc. Divini Redemptoris, 10-III-1937. — 11 Santa Catalina de Siena, Oración XI.

Nació en Siena en el año 1347. Ingresó muy joven en la Tercera Orden de Santo Domingo, sobresaliendo por su espíritu de oración y de penitencia. Llevada de su amor a Dios, a la Iglesia y al Romano Pontífice, trabajó incansablemente por la paz y unidad en la Iglesia en los tiempos difíciles del destierro de Avignon. Se trasladó a esta ciudad y pidió al Papa Gregorio XI que regresara cuanto antes a Roma, donde el Vicario de Cristo en la tierra debía gobernar la Iglesia. «Si muero, sabed que muero de pasión por la Iglesia», declaró unos días antes de su muerte, ocurrida el 30 de abril de 1380.

Escribió innumerables cartas de las que se conservan alrededor de cuatrocientas, algunas oraciones y «elevaciones» y un solo libro, El Diálogo, que recoge las conversaciones íntimas de la Santa con el Señor. Fue canonizada por Pío II y su culto se extendió pronto por toda Europa. Santa Teresa dijo de ella que, después de Dios, debía a Santa Catalina, muy singularmente, el progreso de su alma. Pío IX la nombró segunda Patrona de Italia y Pablo VI la declaró Doctora de la Iglesia.

 

29 de abril: santa Catalina de Siena

Comentario de la fiesta de santa Catalina de Siena. “Has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños, porque así te ha parecido bien”. Ser pequeño no tiene que ver tanto con la edad sino con un corazón que confía en Dios.

29/04/2023

Evangelio (Mt 11,25-30)

En aquella ocasión Jesús declaró:

— Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo. Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera.


Comentario

El pasaje del Evangelio elegido por la Iglesia para la memoria litúrgica de Santa Catalina de Siena es una de las pocas conversaciones en voz alta entre Jesús y su padre Dios recogidas en los evangelios.

El Señor se alegra por la manera divina de revelarse a los hombres, sobre todo por los destinatarios de esa revelación. Las cosas de Dios no son para los que se creen sabios y prudentes, sino para los pequeños. Y ser pequeño no tiene que ver tanto con la edad sino con el corazón. Por eso se puede aprender a ser pequeños, y Jesus añade una pista para llegar a esa condición: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. La humildad del corazón de Cristo es la llave que abre el tesoro de la revelación. Su mansedumbre es la verdadera sabiduría.

Santa Catalina, como muchos santos, lo había entendido. Ella, una mujer semianalfabeta que aprendió solo a leer, llegó a ser consejera de príncipes y papas y es hoy Doctora de la Iglesia. Su vida profundamente mística fue compatible con un empeño concreto en las vicisitudes de su época, incluso en la política.

Así nosotros, sólo escuchando la voz de Dios y dejándonos transformar por el Espíritu Santo podemos incidir en la sociedad. “Si tienes deseos de ser grande -recomendaba San Josemaría- hazte pequeño. Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños” (prólogo de “Santo Rosario”).

Si el Señor se alegró por la revelación de su Padre a los pequeños, se alegrará aún más si hay muchos que se hacen pequeños, que creen, rezan y se abandonan como hijos pequeños delante de su Padre Dios.

 

“¿Tú..., soberbia? -¿De qué?”

¿Tú..., soberbia? -¿De qué? (Camino, 600)

29 de abril

Cuando el orgullo se adueña del alma, no es extraño que detrás, como en una reata, vengan todos los vicios: la avaricia, las intemperancias, la envidia, la injusticia. El soberbio intenta inútilmente quitar de su solio a Dios, que es misericordioso con todas las criaturas, para acomodarse él, que actúa con entrañas de crueldad.

Hemos de pedir al Señor que no nos deje caer en esta tentación. La soberbia es el peor de los pecados y el más ridículo. Si logra atenazar con sus múltiples alucinaciones, la persona atacada se viste de apariencia, se llena de vacío, se engríe como el sapo de la fábula, que hinchaba el buche, presumiendo, hasta que estalló. La soberbia es desagradable, también humanamente: el que se considera superior a todos y a todo, está continuamente contemplándose a sí mismo y despreciando a los demás, que le corresponden burlándose de su vana fatuidad. (Amigos de Dios, 100)

 

Santa Catalina de Siena, intercesora del Opus Dei

Catalina Benincasa, conocida como santa Catalina de Siena, nació en Siena el 25 de marzo de 1347 y falleció en Roma el 29 de abril de 1380. Es copatrona de Europa e Italia y doctora de la Iglesia. San Josemaría apreciaba su amor incondicionado a la Iglesia y al romano pontífice. Parece que la idea del fundador del Opus Dei de invocar a santa Catalina para el apostolado de la opinión pública se remonta a 1964.

28/04/2023

¿Quién fue Catalina de Siena? 

Santa Catalina, hija de Giacomo di Benincasa, un tintorero de Siena, y Lapa di Puccio di Piagente nació en el año 1347 en Siena y murió con solo 33 años el 29 abril del año 1380 en Roma. 

Su sepultura en la venerable Basílica de Santa Maria sopra Minerva es hasta hoy día meta de muchos peregrinos de todo el mundo que vienen a Roma. Catalina fue elevada al honor de los altares por su compatriota Pío II en el año 1461, Pablo VI declaró a la santa doctora de la Iglesia (junto con santa Teresa de Jesús) en el año 1970; Juan Pablo II la declaró en el año 1999 patrona de Europa (con santa Benedicta de la Cruz [Edith Stein] y santa Brígida de Suecia). 

En Italia hay una devoción muy particular hacia santa Catalina: el papa Pío XII la declaró patrona de Italia (con san Francisco de Asís) y la ciudad de Roma la venera como copatrona de la urbe (con los santos apóstoles Pedro y Pablo y san Felipe Neri). También otras ciudades como Varazze y —obviamente — Siena la tienen como santa patrona.

Siendo todavía niña, Catalina ya demostraba una piedad profunda. Cuando tenía unos seis años tuvo una visión de Cristo sobre un trono, acompañado de santos. A raíz de este suceso, hizo un voto de virginidad, decisión que fue recibida con incomprensión y oposición en su familia. Su madre, en particular, hizo todo lo posible para disuadirla de su oración cada vez más intensa y sus severas prácticas de penitencia. 

Catalina obtuvo, sin embargo, el apoyo de los frailes dominicos de la ciudad y, a la edad aproximada de 18 años consiguió —superando un sinfín de obstáculos— ser admitida entre las Mantellate, devotas mujeres terciarias dominicas de la ciudad. 

En los años sucesivos vivió, según las costumbres de las Mantellate, en casa de sus padres, pero totalmente retirada en la celda de su corazón, como le enseñó el mismo Señor Jesús en una de las múltiples visiones que tenía la joven terciaria. Dejaba la casa solo para asistir a la Santa Misa y a las reuniones de su comunidad religiosa.

Santa Catalina de Siena. En la iglesia de Santa María del Rosario en Prato, Roma.

Dedicación a las obras de caridad y a la conversión de los pecadores 

Un cambio importante en la vida de la santa aconteció en el año 1368 — Catalina tenía en ese momento 21 años— cuando tuvo una visión de sus nupcias místicas con el Señor, y Jesús, su esposo místico, le encargó poco después en otra visión que se dedicase con todas sus fuerzas a obras de caridad y a la conversión de los pecadores. 

Comenzando por su familia, Catalina ensanchaba poco a poco su radio de acción, especialmente en los hospitales de Siena. En su labor caritativa incluía cada vez a más personas: por una parte, se ocupaba de su comunidad religiosa, pero también de religiosos, clérigos y laicos, que fueron formando poco a poco la Famiglia, en la que también personas de más edad la llamaban con afecto y veneración Madre.

Su obra caritativa y su carisma condujo a muchas personas a una profunda conversión, y fue acompañada de milagros. En consecuencia, su fama se difundió pronto más allá de Siena y la Toscana hasta alcanzar toda la península de Italia. 

Catalina comenzó a escribir cartas, o mejor dicho a dictarlas a uno de sus fieles amigos, porque carecía de formación académica y tenía dificultad para redactar. Iban dirigidas a laicos y clérigos cercanos, pero también a obispos, abades y cardenales, e incluso a los papas de su época. El estilo de estas cartas, de las que se conservan más de 380, es sorprendente: Catalina habla con gran fuerza e insistencia y, al mismo tiempo, anima al destinatario con palabras dulces y convincentes a cumplir siempre la voluntad del Señor. Afirma que «scrive nel sangue di Cristo» y acaba muchas de sus cartas con la exclamación Gesù dolce, Gesù amore.

En sus cartas a los papas conjuga un amor filial y obediente —es muy característica la expresión il dolce Cristo in terra que suele usar para referirse al romano pontífice— con las exigencias que presenta sin vacilación: vida personal ejemplar, reforma de las costumbres —sobre todo entre los colaboradores del papa—, retorno del papa a Roma, paz y concordia en los Estados Pontificios y un esfuerzo común, comenzando por el papa, de liberar los lugares santos y a los cristianos de Tierra Santa.

Punto culminante de su fervor por el pontífice y su ministerio es el viaje a Aviñón que Catalina realizó junto a algunos amigos en el año 1376, para presentar en el nombre del Señor a Gregorio XI las mismas exigencias que antes había manifestado en sus cartas, y luego, en la situación trágica del Cisma de Occidente, a partir de septiembre de 1378, lucha con determinación por la causa del papa Urbano VI y se traslada a Roma, donde permanece ya hasta su muerte.

La obra maestra de santa Catalina es el Dialogo della divina Provvidenza, obra dictada a sus discípulos sobre las visiones de la santa en los últimos años de su vida.

La veneración de san Josemaría hacia santa Catalina 

San Josemaría tenía una veneración muy arraigada en su corazón por Catalina, y por eso llamaba Catalinas a sus Apuntes íntimos —anotaciones personales todavía inéditas que recogen, a modo de diario, sucesos biográficos, ideas para la meditación o fruto de ella, etc.— por devoción a la santa: «Son notas ingenuas —‘catalinas’ las llamaba, por devoción a la santa de Siena—, que escribí durante mucho tiempo de rodillas y que me servían de recuerdo y de despertador. Creo que, ordinariamente, mientras escribía con sencillez pueril, hacía oración». Probablemente tenía presente al usar este nombre la conexión entre las inspiraciones de la santa de Siena y sus manifestaciones posteriores en las cartas y en el Diálogo. Así sirven para documentar el progreso de la vida interior de san Josemaría y a la vez su aplicación a la obra que Dios le había encargado, el Opus Dei.

San Josemaría, en una carta de 1932 a los fieles del Opus Dei, hace el siguiente comentario: «Los santos resultan necesariamente unas personas incómodas, hombres o mujeres —¡mi santa Catalina de Siena!— que con su ejemplo y con su palabra son un continuo motivo de desasosiego, para las conciencias comprometidas con el pecado».

San Josemaría admiraba por una parte la franqueza con la que Catalina defendía la verdad. Por temperamento suyo y porque consideraba esta sinceridad una virtud fundamental: «Estoy seguro —escribió ya en el año 1957— de que habrá quienes no me perdonarán fácilmente que hable con esta claridad, pero debo hacerlo en conciencia y delante de Dios, por amor a la Iglesia, por lealtad a la santa Iglesia, y por el cariño que os debo. Tengo una especial devoción a santa Catalina —¡aquella “gran murmuradora”!—, porque no se callaba y decía grandes verdades por amor a Jesucristo, a la Iglesia de Dios y al romano pontífice».

En una carta escrita el 15 de agosto de 1964 vuelve a tocar el tema de la verdad que hay que decir con valentía, cuando hay confusión que obscurece el claro juicio de la conciencia: «En todas las épocas han existido divergencias, errores, exageraciones o actitudes disparadas: y la voz, que ha traspasado estas barreras, ha sido siempre la voz de la verdad ungida por la caridad. La voz de los verdaderos sabios, la voz del Magisterio; la voz, hijos míos, de los santos, que han sabido hablar en mil tonos, para aclarar, para exhortar, para llamar a una auténtica renovación. (…) Hijos míos, conocéis bien la historia de la Iglesia, y sabéis cómo el Señor se suele servir de almas sencillas y fuertes, para hacer su querer en momentos de confusión o de modorra de la vida cristiana. A mí me enamora la fortaleza de una santa Catalina, que dice verdades a las más altas personas, con un amor encendido y una claridad diáfana; me llenan de fervor las enseñanzas de un san Bernardo (…) Tantas y tantas voces proféticas, junto con el Magisterio iluminado de la Iglesia, inundan de luz a todo el Pueblo de Dios».

(...)

Santa Catalina, intercesora del apostolado de la opinión pública

Mientras los otros intercesores de la Obra, es decir, san Pío X, san Nicolás de Bari, san Juan María Vianney y santo Tomás Moro ya habían sido nombrados en años precedentes, parece que la idea de san Josemaría de invocar a santa Catalina para el apostolado de la opinión pública se remonta a 1964, como se lee en una carta dirigida a don Florencio Sánchez Bella, consiliario del Opus Dei en aquellos años en España, el 10 mayo de este año: «Voy a contarte ahora que se me ha avivado la devoción, que en mí es vieja, a santa Catalina de Siena: porque supo amar filialmente al papa, porque supo servir sacrificadamente a la santa Iglesia de Dios y… porque supo heroicamente hablar. Estoy pensando en declararla internamente patrona (intercesora) celestial de nuestros apostolados de la opinión pública ¡Ya veremos!».

Ya algunos días antes de esta carta, el fundador comentaba en la tertulia del 30 de abril, que antes de la reforma litúrgica era el día de la fiesta de santa Catalina: «Deseo que se celebre la fiesta de esta santa en la vida espiritual de cada uno, y en la vida de nuestras casas o centros. Siempre he tenido devoción a santa Catalina: por su amor a la Iglesia y al papa, y por la valentía que demostró al hablar con claridad siempre que fue necesario, movida precisamente por ese mismo amor. Antes lo heroico era callar, y así lo hicieron vuestros hermanos. Pero ahora lo heroico es hablar, para evitar que se ofenda a Dios Nuestro Señor. Hablar; procurando no herir, con caridad, pero también con claridad». Algunos días antes, también el romano pontífice san Pablo VI había hablado en una audiencia de esta fiesta eminente: «Sí, la fuerza del papa es el amor de sus hijos, y la unión de la comunidad eclesiástica, y la caridad de los fieles que bajo su guía forman un solo corazón y una sola alma. Esta contribución de energías espirituales, que viene del pueblo católico a la jerarquía de la Iglesia, que procede de cada cristiano y llega hasta el papa, nos hace pensar en la santa a quien mañana la Iglesia honrará de un modo especial, santa Catalina de Siena, la humilde, sabia, valiente virgen dominica que, como todos saben, amó al papa y a la Iglesia, a un nivel y con una fuerza de espíritu que no se han conocido en ningún otro».

El 13 de mayo de 1964, san Josemaría decide poner en práctica lo que había anunciado a don Florencio Sánchez Bella. En una tertulia volvió a tocar el tema de la futura intercesora y, después, sonriendo dijo: «¿Para qué esperar más? Es a mí, como fundador, a quien corresponde nombrarla, y en Casa hacemos las cosas de manera sencilla, sin solemnidades. La nombro intercesora ahora mismo». En ese momento pidió a José Luis Illanes que tomara papel y lápiz y dictó un aviso para enviar a todas las regiones: «El día 13 de mayo, considerando con cuánta claridad de palabra y con cuánta rectitud de corazón, santa Catalina de Siena manifestó, con audacia y sin acepción de personas, los caminos de la verdad a los hombres de su propio tiempo, decreté que el apostolado que los miembros del Opus Dei desarrollan en todo el mundo, con verdad y con caridad, para informar rectamente a la opinión pública, estuviera encomendado a la especial intercesión de esta santa».

 

«Dios llama amando y nosotros, agradecidos, respondemos amando»

El 30 de abril, en el domingo del “Buen Pastor”, se celebra la 60ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que fue instituida por Pablo VI durante el Concilio Vaticano II. El mensaje del Papa Francisco aborda la vocación como gracia y misión.

28/04/2023

Queridos hermanos y hermanas, queridísimos jóvenes:

Es la sexagésima vez que se celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, instituida por san Pablo VI en 1964, durante el Concilio Ecuménico Vaticano II. Esta iniciativa providencial se propone ayudar a los miembros del pueblo de Dios, personalmente y en comunidad, a responder a la llamada y a la misión que el Señor confía a cada uno en el mundo de hoy, con sus heridas y sus esperanzas, sus desafíos y sus conquistas.

Este año les propongo reflexionar y rezar guiados por el tema “Vocación: gracia y misión”. Es una ocasión preciosa para redescubrir con asombro que la llamada del Señor es gracia, es un don gratuito y, al mismo tiempo, es un compromiso a ponerse en camino, a salir, para llevar el Evangelio. 

Estamos llamados a una fe que se haga testimonio, que refuerce y estreche en ella el vínculo entre la vida de la gracia —a través de los sacramentos y la comunión eclesial— y el apostolado en el mundo. 


Artículo relacionado: ¿Qué es la vocación? ¿Todos tenemos vocación?


Animado por el Espíritu, el cristiano se deja interpelar por las periferias existenciales y es sensible a los dramas humanos, teniendo siempre bien presente que la misión es obra de Dios y no la llevamos a cabo solos, sino en la comunión eclesial, junto con todos los hermanos y hermanas, guiados por los pastores. Porque este es, desde siempre y para siempre, el sueño de Dios: que vivamos con Él en comunión de amor.

«Elegidos antes de la creación del mundo»

El apóstol Pablo abre ante nosotros un horizonte maravilloso: en Cristo, Dios Padre «nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad» (Ef 1,4-5). Son palabras que nos permiten ver la vida en su sentido pleno. Dios nos “concibe” a su imagen y semejanza, y nos quiere hijos suyos: hemos sido creados por el Amor, por amor y con amor, y estamos hechos para amar.

A lo largo de nuestra vida, esta llamada, inscrita en lo más íntimo de nuestro ser y portadora del secreto de la felicidad, nos alcanza, por la acción del Espíritu Santo, de manera siempre nueva, ilumina nuestra inteligencia, infunde vigor a la voluntad, nos llena de asombro y hace arder nuestro corazón. 

A veces incluso irrumpe de manera inesperada. Fue así para mí el 21 de septiembre de 1953 cuando, mientras iba a la fiesta anual del estudiante, sentí el impulso de entrar en la iglesia y confesarme. Ese día cambió mi vida y dejó una huella que perdura hasta hoy. Pero la llamada divina al don de sí se abre paso poco a poco, a través de un camino: al encontrarnos con una situación de pobreza, en un momento de oración, gracias a un testimonio límpido del Evangelio, a una lectura que nos abre la mente, cuando escuchamos la Palabra de Dios y la sentimos dirigida directamente a nosotros, en el consejo de un hermano o una hermana que nos acompaña, en un tiempo de enfermedad o de luto. La fantasía de Dios para llamarnos es infinita.

Y su iniciativa y su don gratuito esperan nuestra respuesta. La vocación es «el entramado entre elección divina y libertad humana» [1], una relación dinámica y estimulante que tiene como interlocutores a Dios y al corazón humano. Así, el don de la vocación es como una semilla divina que brota en el terreno de nuestra vida, nos abre a Dios y nos abre a los demás para compartir con ellos el tesoro encontrado. 

Esta es la estructura fundamental de lo que entendemos por vocación: Dios llama amando y nosotros, agradecidos, respondemos amando. Nos descubrimos hijos e hijas amados por el mismo Padre y nos reconocemos hermanos y hermanas entre nosotros. Santa Teresa del Niño Jesús, cuando finalmente “vio” con claridad esta realidad, exclamó: «¡Al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor…! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia [...]. En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor» [2].

«Yo soy una misión en esta tierra»

La llamada de Dios, como decíamos, incluye el envío. No hay vocación sin misión. Y no hay felicidad y plena realización de uno mismo sin ofrecer a los demás la vida nueva que hemos encontrado. La llamada divina al amor es una experiencia que no se puede callar. «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1 Co 9,16), exclamaba san Pablo. Y la Primera Carta de san Juan comienza así: “Lo que hemos oído, visto, contemplado y tocado —es decir, el Verbo hecho carne— se lo anunciamos también a ustedes para que nuestra alegría sea plena” (cf. 1,1-4).

Hace cinco años, en la Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, me dirigía a cada bautizado y bautizada con estas palabras: «Tú también necesitas concebir la totalidad de tu vida como una misión» (n. 23). Sí, porque cada uno de nosotros, sin excluir a nadie, puede decir: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 273).

La misión común de todos los cristianos es testimoniar con alegría, en toda situación, con actitudes y palabras, lo que experimentamos estando con Jesús y en su comunidad que es la Iglesia. Y se traduce en obras de misericordia material y espiritual, en un estilo de vida abierto a todos y manso, capaz de cercanía, compasión y ternura, que va contracorriente respecto a la cultura del descarte y de la indiferencia. Hacerse prójimo, como el buen samaritano (cf. Lc 10,25-37), permite comprender lo esencial de la vocación cristiana: imitar a Jesucristo, que vino para servir y no para ser servido (cf. Mc 10,45).

Esta acción misionera no nace simplemente de nuestras capacidades, intenciones o proyectos, ni de nuestra voluntad, ni tampoco de nuestro esfuerzo por practicar las virtudes, sino de una profunda experiencia con Jesús. Sólo entonces podemos convertirnos en testigos de Alguien, de una Vida, y esto nos hace “apóstoles”. Entonces nos reconocemos como marcados «a fuego por esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 273).

Icono evangélico de esta experiencia son los dos discípulos de Emaús. Después del encuentro con Jesús resucitado se confían recíprocamente: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» ( Lc 24,32). En ellos podemos ver lo que significa tener “corazones fervientes y pies en camino” [3]. Es lo que deseo también para la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa, que espero con alegría y que tiene por lema: «María se levantó y partió sin demora» ( Lc 1,39). ¡Que cada uno y cada una se sienta llamado y llamada a levantarse e ir sin demora, con corazón ferviente!

Llamados juntos: convocados

El evangelista Marcos narra el momento en que Jesús llamó a doce discípulos, cada uno con su propio nombre. Los instituyó para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar, curar las enfermedades y expulsar a los demonios (cf. Mc 3,13-15). El Señor pone así las bases de su nueva Comunidad. Los Doce eran personas de ambientes sociales y oficios diferentes, y no pertenecían a las categorías más importantes. Los Evangelios nos cuentan también otras llamadas, como la de los setenta y dos discípulos que Jesús envía de dos en dos (cf. Lc 10,1).

La Iglesia es precisamente Ekklesía, término griego que significa: asamblea de personas llamadas, convocadas, para formar la comunidad de los discípulos y discípulas misioneros de Jesucristo, comprometidos a vivir su amor entre ellos (cf. Jn 13,34; 15,12) y a difundirlo entre todos, para que venga el Reino de Dios.

En la Iglesia, todos somos servidores y servidoras, según diversas vocaciones, carismas y ministerios. La vocación al don de sí en el amor, común a todos, se despliega y se concreta en la vida de los cristianos laicos y laicas, comprometidos a construir la familia como pequeña iglesia doméstica y a renovar los diversos ambientes de la sociedad con la levadura del Evangelio; en el testimonio de las consagradas y de los consagrados, entregados totalmente a Dios por los hermanos y hermanas como profecía del Reino de Dios; en los ministros ordenados (diáconos, presbíteros, obispos) puestos al servicio de la Palabra, de la oración y de la comunión del pueblo santo de Dios. Sólo en la relación con todas las demás, cada vocación específica en la Iglesia se muestra plenamente con su propia verdad y riqueza. En este sentido, la Iglesia es una sinfonía vocacional, con todas las vocaciones unidas y diversas, en armonía y a la vez “en salida” para irradiar en el mundo la vida nueva del Reino de Dios.

Gracia y misión: don y tarea

Queridos hermanos y hermanas, la vocación es don y tarea, fuente de vida nueva y de alegría verdadera. Que las iniciativas de oración y animación vinculadas a esta Jornada puedan reforzar la sensibilidad vocacional en nuestras familias, en las comunidades parroquiales y en las de vida consagrada, en las asociaciones y en los movimientos eclesiales. Que el Espíritu del Señor resucitado nos quite la apatía y nos conceda simpatía y empatía, para vivir cada día regenerados como hijos del Dios Amor (cf. 1 Jn 4,16) y ser también nosotros fecundos en el amor; capaces de llevar vida a todas partes, especialmente donde hay exclusión y explotación, indigencia y muerte. Para que se dilaten los espacios del amor [4] y Dios reine cada vez más en este mundo.

Que en este camino nos acompañe la oración compuesta por san Pablo VI para la primera Jornada Mundial de las Vocaciones, el 11 de abril de 1964:

«Jesús, divino Pastor de las almas, que llamaste a los Apóstoles para hacerlos pescadores de hombres, atrae a Ti también las almas ardientes y generosas de los jóvenes, para hacerlos tus seguidores y tus ministros; hazlos partícipes de tu sed de redención universal […], descúbreles los horizontes del mundo entero […]; para que, respondiendo a tu llamada, prolonguen aquí en la tierra tu misión, edifiquen tu Cuerpo místico, la Iglesia, y sean “sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5,13)».

Que la Virgen María los acompañe y los proteja. Con mi bendición.

Roma, San Juan de Letrán, 30 de abril de 2023, IV Domingo de Pascua.

Francisco

[1] Documento final de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (3 al 28 de octubre de 2018), Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, 78.

[2] Manuscrito B, Carta a María del Sagrado Corazón (8 de septiembre de 1896): Obras Completas, Burgos 2006, 261.

[3] Cf. Mensaje para la 97 Jornada Mundial de las Misiones (6 enero 2023).

[4] « Dilatentur spatia caritatis»: San Agustín, Sermo 69: PL 5, 440.441.

 

Muy humanos, muy divinos (XVIII): Libertad interior, o la alegría de ser quien eres

Encontrar su centro en el amor de Dios es todo lo que necesita nuestra libertad para convertirnos en personas únicas, felices, que no se cambiarían por nadie.

29/04/202

La fama de Jesús se extendía por Galilea. Era un maestro distinto a los demás: hablaba con autoridad, y su palabra impresionaba… incluso a los demonios. Tras predicar en distintos lugares, «fue a Nazaret, donde se había criado» (Lc 4,16). San Lucas coloca esta escena al inicio de la vida pública. El relato tiene tal densidad que se puede ver como un «evangelio dentro del evangelio»: en pocas líneas no solo se abre solemnemente la misión del Señor, sino que se sintetiza en cierto modo su vida entera[1]. Jesús va a la sinagoga y se pone en pie para hacer la lectura. Le entregan el rollo del profeta Isaías; «desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor”». Enrolla entonces de nuevo el texto, y se sienta. «Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”» (Lc 4,17-21). Jesús presenta en términos inequívocos su condición de Mesías, y lo hace con un texto que pone en primer plano el don de la libertad. Eso es lo que él ha venido a darnos; ha venido a liberarnos del cautiverio y la opresión del pecado.

La libertad: los primeros cristianos eran conscientes de que este don se encontraba en el centro de su fe, y por eso san Pablo hará de él un tema constante de sus cartas. Jesús nos libera del peso del pecado y de la muerte, del destino ciego que gravaba sobre las religiones paganas, de las pasiones desordenadas y de todo lo que hace miserable la vida del ser humano sobre la tierra. Sin embargo, la libertad no es solamente un don, sino al mismo tiempo una tarea. Como escribe el apóstol de las gentes, «para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud» (Ga 5,1). Es preciso, pues, custodiar la libertad, vivir a la altura de este regalo, y no abandonarse de nuevo a la facilidad de la esclavitud. Los primeros cristianos tenían marcada a fuego esta convicción; pero ¿y nosotros? Muchos hemos sido bautizados cuando éramos unos recién nacidos. ¿Qué pueden significar para nosotros las palabras de Isaías que citó el Señor en Nazaret? ¿Y esa llamada a vivir en libertad, sin someternos, de la que habla san Pablo?

Si solo se tratara de poder elegir

Al hablar de libertad, a menudo pensamos en una simple condición, una cualidad de nuestras acciones: actúo con libertad cuando puedo hacer lo que quiero, sin que nadie me obligue o me coarte. Es la experiencia de libertad que tenemos cuando podemos elegir por nosotros mismos. Ante una pregunta como, por ejemplo: «¿Comerá tarta de chocolate o fruta?», parece más libre quien puede elegir cualquiera de los dos y elige lo que prefiere, por el motivo que considera más oportuno. Una persona diabética, en cambio, se ve obligada a pedir fruta. En este sentido preciso, es más libre quien puede elegir más: quien tiene más alternativas y menos elementos que la determinen en una dirección. Por eso tener dinero da una gran sensación de libertad: se abren muchas oportunidades que están vedadas a quien carece de él. También la ausencia de compromisos da una gran sensación de libertad, pues aparentemente no hay nada que dicte o restrinja las propias decisiones.

Desde luego, la ausencia de coerciones forma parte de la condición de libertad, pero no la agota. De hecho, algunos de los modelos de libertad que recorren la historia han vivido entre rejas. El ejemplo de Thomas More en la Torre de Londres es paradigmático. Desde el punto de vista de la capacidad de elección, no era libre en absoluto; y sin embargo… Lo mismo vale para personajes más recientes, o para los primeros mártires. Toda forma de persecución es un intento de acabar con la libertad, pero no hay modo meramente externo de lograrlo. Por eso, dice Jesús: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (Mt 10,28). La libertad no es simplemente una condición, sino la capacidad de decidir —o de tomar partido por un tipo de conducta— en lo más íntimo de nuestro ser, más allá de lo que dicten las circunstancias en que nos movemos.

Por otra parte, la libertad que experimentamos en nuestras elecciones puntuales suele tener un alcance más bien reducido. Cuando pensamos en personas que han pasado a la historia por el modo en que han vivido su libertad, no es eso lo que suele destacar. Podemos repasar mentalmente el nombre de tres o cuatro personas —conocidas por todo el mundo o simplemente cercanas a nosotros— que tengamos por modelos de libertad. ¿Qué destaca en su vida? ¿Qué las convierte en modelos para nosotros? Seguramente no las admiramos porque hayan podido elegir siempre qué comida preferían, o porque, para poder cambiar de pareja cuando se les antojara, nunca se llegaran a casar. Se trata más bien de personas que se han liberado de todo lo que pudiera atarles, para entregarse plenamente a algo (una causa valiosa) o a alguien; para dar la vida entera. Y son ejemplos de libertad justamente porque llevan esa entrega hasta el final. Si Thomas More hubiera jurado fidelidad a Enrique VIII contra su conciencia, aunque lo hubiera hecho libremente, no habría pasado a la historia del mismo modo en que lo ha hecho. Si san Pablo, en lugar de esforzarse por dar a conocer a Cristo hasta dar la vida por él, hubiera decidido dejar su llamada y volver a establecerse como tejedor de tiendas, aunque lo hubiera hecho libremente, no nos parecería un modelo de libertad. De ahí que, para entender a fondo la libertad, sea necesario ir más allá de la simple capacidad de elegir.

Un tesoro por el que dar la vida

El Evangelio nos habla de una experiencia de libertad que consiste precisamente en renunciar a toda posibilidad de elección: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra» (Mt 13,44-46). Los personajes de estas breves parábolas lo dejan todo por algo que lo merece. Renuncian a elegir, se comprometen plenamente con algo, y no les parece que estén tirando su libertad, sino haciendo con ella lo mejor que pueden hacer. En realidad, esta es la experiencia de cualquier enamorado. No le importa no poder salir con otras personas: lo ha dado todo por aquella a la que ama; solo desea amarla y enamorarla más cada día. Y no le parece que así esté tirando su libertad: al contrario, entiende que no puede hacer nada mejor con su libertad que amar a esa persona, ese tesoro, esa perla valiosísima.

Ya solo esta consideración permite darse cuenta de que la libertad de elección, aun siendo una dimensión de la libertad, se ordena a otra más profunda: la que consiste en poder amar algo (o a alguien). Esta otra dimensión se podría denominar libertad de adhesión. Es la libertad que ponemos por obra al amar, y que permite comprender que «la libertad y la entrega no se contradicen; se sostienen mutuamente»[2]. Al dar la vida entera, no se pierde libertad, sino que se vive con mayor intensidad: «en la entrega voluntaria, en cada instante de esa dedicación, la libertad renueva el amor, y renovarse es ser continuamente joven, generoso, capaz de grandes ideales y de grandes sacrificios»[3]. Cuando, tras una jornada intensa, solo nos queda un rato libre al final del día y, dándonos cuenta de que no hemos dedicado un tiempo todavía a la oración, decidimos hacer eso en vez de descansar viendo las noticias, estamos empleando nuestra libertad en un sentido que sostiene nuestra entrega; la clave que resuelve ese dilema sin plantearnos conflictos está, de nuevo, en el amor. Asimismo, la madre de familia, al atender, por amor, a un hijo enfermo que cambia sus planes, lo hace libérrimamente, y esa entrega le da una alegría que no obtendría haciendo lo que le apetecía o le convenía más en ese momento.

Pero aún podemos dar un paso más. Cuando abrazamos algo (o a alguien) con nuestra vida entera, ese amor nos va configurando, nos va haciendo ser cada vez más «nosotros mismos»: una persona única, con nombre y apellidos. Por ejemplo, Teresa de Calcuta. Imaginemos por un momento que le hubieran ofrecido un chalet para pasar apaciblemente sus últimos años de vida, y una ONG para ocuparse de los pobres a los que ella atendía. ¿Qué habría respondido? La libertad con la que vivía su vida no consistía en poder dejarlo todo e irse a descansar tranquilamente, sino precisamente en abrazar un bien —a Cristo, presente en los más pobres— con su vida entera y en despojarse, a su vez, de todo aquello que entorpeciera ese ideal.

En realidad, fácilmente podríamos encontrar ejemplos similares en la vida de otras muchas santas y santos. Lo que les movía en todo caso era el deseo de ser fieles al Amor al que habían entregado todo; responder a la llamada que los había enviado en medio del mundo, con una misión que iba dando forma a su vida. Podemos recordar, por ejemplo, lo que nuestro Padre escribía en 1932: «Dos caminos se presentan: que yo estudie, gane una cátedra y me haga sabio. Todo esto me gustaría y lo veo factible. Segundo: que sacrifique mi ambición, y aun el noble deseo de saber, conformándome con ser discreto, no ignorante. Mi camino es el segundo: Dios me quiere santo, y me quiere para su Obra»[4]. Esto es lo que se puede denominar libertad interior: la fuente que explica que mis acciones no responden ni al capricho de un momento, ni a mandatos externos, ni siquiera al frío valor objetivo de las cosas, sino a ese tesoro escondido por el que lo he dado todo: el Amor que ha venido a buscarme y me llama a seguirle. Desde esa llamada, mucho mejor que desde una serie de obligaciones externas, se entienden las locuras de los santos.

Lógicamente, obrar con libertad interior no significa que no haya cosas que nos cuesten. En el plano de nuestra vida ordinaria, el Padre ha recordado con frecuencia algo que san Josemaría solía decir: «no es lícito pensar que solo es posible hacer con alegría el trabajo que nos gusta»[5]. Glosando esta frase, ha escrito: «Se puede hacer con alegría —y no de mala gana— lo que cuesta, lo que no gusta, si se hace por y con amor y, por tanto, libremente»[6]. Se hace con plena libertad, porque se comprende que responde al amor que llevamos en el corazón. En otras palabras, quizá hoy no tengo muchas ganas, quizá no acabo de entender por qué tengo que hacer precisamente esto… pero lo hago porque sé que forma parte del amor que he abrazado con mi vida, y en esa misma medida soy capaz de amarlo. Cuando actúo de ese modo, no lo hago de manera automática o simplemente porque «hay que hacerlo», sino «por y con amor», con voluntariedad actual. Con el tiempo, lo que ahora hago a contrapelo, movido por el amor a quien he entregado mi vida, adquirirá su sentido más hondo. «Percibir la propia vocación como un don de Dios —y no como un simple entramado de obligaciones—, incluso cuando suframos, es también una manifestación de libertad de espíritu»[7].

La libertad como respuesta

En su concepción de la libertad, una parte importante de la cultura actual no logra, tantas veces, ver más allá de la capacidad de elegir en cada instante sin coerción ni determinación ninguna: parece que, si eso se pone en cuestión, la libertad se esfuma. Sin embargo, es un hecho que escoger una cosa significa muchas veces renunciar a otras; que querer no significa necesariamente poder, y que lo que nos parece un proyecto firme puede naufragar fácilmente. La antropología cristiana propone una relación mucho más armónica y serena con la libertad, desde el momento en que la comprende como un don y una llamada. Hemos sido «llamados a la libertad» (Ga 5,13); y no a una libertad amorfa o sin sentido, sino a «la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). La verdad de nuestra filiación divina es la que nos hace libres (cfr. Jn 8,31-32). Por eso, nuestra libertad no es una actividad espontánea, que brota sin saber de dónde ni hacia dónde. Nuestra libertad es, en su dimensión más honda, una respuesta al Amor que nos precede. De ahí que san Josemaría pudiera describir la vida interior, en lo que tiene de lucha, como un obrar «porque nos da la gana (…) corresponder a la gracia del Señor»[8]. Libremente abrazamos a quien «nos amó primero» (cfr. 1Jn 4,19), y procuramos, con todas nuestras fuerzas, corresponder a ese amor. Y esto, que puede parecer algo abstracto, tiene en realidad algunas consecuencias muy concretas. Por ejemplo, ante las distintas elecciones que realizamos cada día, podríamos preguntarnos: «esto voy a hacer, ¿a dónde me lleva?, ¿está en la línea del amor de Dios, de mi condición de hijo?».

Por otra parte, cuando vivimos la libertad como respuesta descubrimos que no hay motor más potente en nuestra vida que mantener viva la memoria del Amor que nos llama. También en el plano humano es así: no hay fuerza mayor, para cualquier persona, que la conciencia de ser amado. Como la enamorada que sabe que su amado cuenta con ella: «¡La voz de mi amado! Ya está aquí, ya viene saltando por los montes, brincando por los cerros (...). Vedle. Está detrás de nuestra tapia. Mira por las ventanas, atisba por las celosías. (...) ¡Levántate, ven, amada mía, hermosa mía, vente! Que ya pasó el invierno, las lluvias ya cesaron, se fueron» (Ct 2,8-11). Quien se sabe amado así por Dios, llamado a encender el mundo entero en su Amor, está dispuesto a lo que haga falta. Todo le parece poco en comparación con lo que ha recibido; se dirá, como algo evidente: «¡Qué poco es una vida para ofrecerla a Dios!»[9]. Darnos cuenta de que «Dios nos espera en cada persona (cfr. Mt 25,40), y que quiere hacerse presente en sus vidas también a través de nosotros, nos lleva a procurar dar a manos llenas lo que hemos recibido. Y en nuestras vidas, hijas e hijos míos, hemos recibido y recibimos mucho amor. Darlo a Dios y a los demás es el acto más propio de la libertad»[10].

No hay temor ni mandato externo que pueda mover un corazón como lo hace la fuerza de la libertad que se identifica con su Amor, hasta los detalles más pequeños. San Pablo lo decía con la convicción de quien lo ha vivido a fondo: «Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,38-39). Lógicamente, para que el Amor de Dios tenga esa fuerza en nosotros, necesitamos cultivar una profunda intimidad con él, en primer lugar en la oración. Ahí, contemplando al Señor aprendemos el camino de la libertad, y ahí también abrimos nuestro corazón a la acción transformadora del Espíritu Santo.

Que la verdadera libertad toma forma de respuesta, de un gran «sí», tiene que ver también con parte de la herencia que, en lo humano, san Josemaría quiso dejar a sus hijos: el buen humor[11]. No se trata simplemente de un rasgo de personalidad, sino de una auténtica fortaleza —virtus— de la libertad. Si la vida de los cristianos se fundamentara en una decisión ética, en la lucha por realizar una idea, casi todos terminarían en alguna forma de cansancio, de desánimo o de frustración. No todos, porque hay temperamentos más fuertes, que se sienten incluso estimulados al verse obligados a nadar contracorriente, pero sí casi todos. Sin embargo, la situación es muy distinta si la vida cristiana tiene su origen en el encuentro con una Persona que ha venido a buscarnos[12]. Este origen es el mismo que nos sostiene mientras buscamos la meta con todas nuestras fuerzas, por pocas que nos parezcan: «No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo» (Flp 3,12). Es él quien nos alcanzó, él quien se fijó en nosotros, él quien ha creído en nosotros. Por eso, si palpamos nuestra pequeñez, nuestra miseria, el barro —humus— del que estamos hechos, nuestra respuesta será tan humilde como llena de humor: responderemos desde una mirada que, «más allá del simple carácter natural, permite ver el lado positivo ―y, si es el caso, divertido― de las cosas y de las situaciones»[13]. Claro que somos de barro; si en algún momento hemos intentado levantar el vuelo no es porque hayamos perdido eso de vista, sino porque hay Alguien que nos conoce mejor que nosotros mismos y que nos invita a dar ese paso.

Es muy hermoso —y tiene su gracia— el diálogo que entabla con el Señor el profeta Jeremías (Jr 1,5-8). Pocos profetas sufrieron tanto como él por hacer presente la palabra de Dios en medio de su pueblo. La iniciativa había sido de Dios: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones». Jeremías, por su parte, no parece percibir más que su propia inadecuación: «Yo repuse: —¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que solo soy un niño». Pero Dios no se da por vencido: «No digas que eres un niño, pues irás adonde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene». ¿Cómo podrá ir adelante el profeta?, ¿cuál será su seguridad? ¿El mandato que ha recibido? Mucho más que eso: «—No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte». A veces, el peor enemigo de nuestra libertad somos nosotros mismos, sobre todo cuando perdemos de vista el auténtico fundamento de nuestra existencia.

A fin de cuentas, lo sorprendente no es que seamos débiles y caigamos, sino que, siéndolo, sigamos levantándonos de nuevo; que siga habiendo lugar, en nuestro corazón, para soñar los sueños de Dios. Él cuenta con nuestra libertad y con nuestro barro. Es cuestión de mirarle más a él, y menos a nuestra incapacidad. La intimidad con Dios, la confianza en él: de ahí surgen la fuerza y la levedad que hacen falta para vivir en medio del mundo como hijos de Dios. «Un escritor dijo que los ángeles pueden volar porque no se toman demasiado en serio. Y nosotros quizá podríamos volar un poco más, si no nos diéramos tanta importancia»[14].


[1] Cfr. J.M. Casciaro, «El Espíritu Santo en los evangelios sinópticos», en P. Rodríguez et al. (eds.), El Espíritu Santo y la Iglesia, Eunsa, Pamplona 1999, 65.

[2] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 31.

[3] Ibídem.

[4] San Josemaría, Apuntes íntimos, n. 678, cit. en Camino, edición crítico-histórica.

[5] San Josemaría, Carta 13, n. 106.

[6] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 6.

[7] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 7.

[8] San Josemaría, Carta 2, n. 45.

[9] San Josemaría, Camino, n. 420.

[10] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 4.

[11] Cfr. San Josemaría, Carta 24, n. 22.

[12] Cfr. Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, n. 1.

[13] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 6.

[14] Benedicto XVI, Entrevista en Castelgandolfo, 5-VIII-2006.

 

Efectos del perdón

Perdonar de modo integral es un compromiso único, personal, generalmente poco comprendido por uno y por los demás. Esto significa asumir el perdón desde todas las facultades humanas: sensibilidad, pensamiento, acción voluntaria y sostenida, manifestación abierta a las consecuencias. Es difícil pero si se logra, la experiencia personal es liberadora.

Libera de dudas, libera de la amargura, libera del resentimiento, libera de ataduras emotivas difíciles de sanar, libera del endurecimiento del corazón, libera de deseos vindicativos, libera de evitar encuentros, libera de ocultar o negar experiencias dolorosas, libera de la duda de haber cooperado con acciones destructivas. Nos asemeja con el Ser Supremo.

No en balde se afirma que perdonar es algo divino.

Desde hace años, Los Sumos Pontífices de la Iglesia católica, el primer día del año proponen una Jornada Mundial para la paz. Para el inicio del segundo año de este milenio, Juan Pablo II propuso el siguiente tema: “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón”.

Asumimos totalmente la primera afirmación porque desde pequeños experimentamos esa relación: justicia y paz. De modo natural nos dejó con mucha paz ver la aplicación de un castigo a quien se había portado mal, o premiar a quien se portó bien. Tanto en la casa como en la escuela. Lo contrario, nos indignaba y protestábamos.

Juan Pablo explica que justicia y perdón no se contraponen. El perdón no es un modo “bonachón” de diluir la justicia. El perdón es un modo de amar, se opone al rencor y a la venganza, pero no a la justicia. La explicación profunda está en la manera de tratar a toda persona, sea quien sea, precisamente porque es persona. Si merece castigo, se le aplica para su mejora, pero sin odio ni rencor.

En lo más profundo, todos deseamos un trato indulgente cuando merecemos un castigo. Esa actitud requiere del perdón. El perdón es necesario para reanudar cualquier tipo de relaciones: personales, familiares, sociales a nivel nacional o internacional. A corto plazo el perdón se considera una pérdida, pero a largo plazo es fundamento de reconciliación.

En el año de 1994, el psicólogo Robert Enright organizó el Instituto Internacional del Perdón, con la finalidad de poner en práctica la experiencia recogida sobre los efectos del perdón. También es coautor del libro “Helping Clients Forgive: An Empirical Guide for Resolving Anger and Restoring Hope”, American Psychological Association Books, 2000.

La tipificación de los efectos no resulta fácil pues intervienen las variables del tiempo y de los cuidados a cada persona. Y porque muchas veces, si se alarga el lapso para ver los resultados, la decepción interrumpe el proceso y entonces se frustra el conocimiento de los resultados. Otras veces, hay posturas pragmáticas que aconsejan las terapias breves, pero éstas no son adecuadas para el perdón.

Entre los resultados es notoria la baja de ansiedad y de depresión, en quienes padecieron abusos como el incesto, o en hombres y mujeres en rehabilitación de drogas, en pacientes terminales de cáncer, matrimonios en vías de divorcio, adolescentes en prisión, pacientes cardíacos, y otros.

El proceso para personas con deseos de curarse por medio del perdón, propuesto por Enright y Fitzglobons inicia con admitir haber sufrido una injusticia y eso desencadenó un choque emocional y mucho disgusto.

Luego diferenciar el perdón de la dificultad de perdonar, o de la reconciliación o la resistencia a reconciliarse. Y además contar con el permanente recuerdo del suceso. A partir de esto relacionar perdón con un modo de reducir el resentimiento y procurar amar a alguien injusto. La finalidad es recuperar la confianza mutua. Todo esto es un proceso voluntario.

Sigue el perdón cognitivo que consiste en realizar el perdón en el interior. Viene luego el perdón emocional, es abrirse a compadecer a quien provocó el daño. Esto es más difícil y tardado. La ciencia en este punto está a merced de la actitud de cada persona. Cada quien tiene su dificultad para superar el dolor padecido. La religión facilita esta respuesta.

Los niños tienden a aprender a perdonar con más facilidad. Aunque a veces lo puede impedir algún consejo contrario de un adulto cercano.

Para perdonar es necesario estar dispuesto a ofrecer amor incondicional al agresor. No es debilidad. Tampoco excluye la justicia de pedir la reparación del daño. Para un creyente es indispensable contar con la ayuda de Dios. Además, cada persona tiene su tiempo. Muchos únicamente llegan a no desear hacer daño, otros sí llegan a desear corresponder con un bien.

El efecto más importante del perdón consiste en la desvinculación del afán de venganza y la apertura interior a otros asuntos sin cargar continuamente con ese recuerdo. La tranquilidad para moverse en el ambiente donde transita el ofensor sin temer a perder la presencia de ánimo si se reencontraran. Compadecer al agresor por el daño que se ha causado con las injusticias cometidas.  

Internamente el perdón libera y deja paz en el alma.

 

“Hay más mártires hoy que en los primeros siglos del cristianismo” – Papa Francisco

 mártires

No se mata en nombre de Dios, pero por Él se puede dar la vida

Durante la audiencia general del miércoles, el Papa habló del testimonio de los mártires, que no son héroes sino cristianos maduros en la fe y que hoy, repitió, son más numerosos que en los primeros siglos.

Entre ellos, el Pontífice recordó a los misioneros de la caridad asesinados en Yemen. Y al final de este encuentro con los fieles de los cinco continentes invitó nuevamente a rezar por Ucrania “que sigue soportando terribles sufrimientos”

 

Tiziana Campisi – Ciudad del Vaticano

Bajo el tibio sol de este miércoles el Santo Padre llegó a plaza de San Pedro en su papamóvil para recorrer el hemiciclo de Bernini y abrazar, idealmente, a los fieles procedentes de distintas partes del mundo para escuchar su catequesis en el ámbito de la tradicional audiencia general. Como ya es costumbre, el Papa dio la bienvenida a algunos niños en el jeep que lo condujo entre los festivos peregrinos.

Una vez llegado al atrio de la basílica vaticana, el Obispo de Roma dio inicio a su undécima catequesis sobre el tema del celo apostólico, que dedicó, en esta ocasión, a las figuras de los mártires.

Frutos maduros y excelentes de la viña del Señor

Testigos del Evangelio “hasta el derramamiento de la sangre” y no héroes, aclaró el Pontífice, sino hombres y mujeres “que dieron su vida por Cristo”, “frutos maduros y excelentes de la viña del Señor, que es la Iglesia”.

Dinámica de gratitud y de reciprocidad gratuita del don

hasta la muerte fuera de las murallas de Jerusalén”, recordó Francisco, al recurrir a san Agustín para explicar “el dinamismo espiritual que animaba a los mártires”. En un discurso sobre san Lorenzo, el obispo de Hipona explicaba que el joven diácono de la diócesis de Roma comprendió y puso en práctica lo que Cristo hizo por los hombres, lo amó en su vida y lo imitó en su muerte, y así surgió en él una dinámica de gratitud y de reciprocidad gratuita del don.

Los cristianos están llamados al testimonio de la vida

Hoy, subrayó una vez más el Papa, los mártires son más numerosos que en los primeros siglos; son aquellos numerosos cristianos que, por confesar su fe, han sido expulsados de la sociedad o han sido encarcelados. Como precisa el Concilio Vaticano II, se asemejan a Cristo en la efusión de la sangre y su muerte es estimada por la Iglesia “como don insigne y prueba suprema de caridad”.

“Los mártires, a imitación de Jesús y con su gracia, convierten la violencia de quienes rechazan el anuncio en una gran ocasión de amor, supremo de amor, que llega hasta el perdón de sus propios verdugos”

Francisco se detuvo en el perdón de los mártires hacia sus verdugos y afirmó, tal como se lee en la Lumen gentium, que “aunque sean pocos los llamados al martirio, ‘todos, sin embargo, deben estar dispuestos a confesar a Cristo ante los hombres y a seguirlo por el camino de la cruz durante las persecuciones, que nunca faltan a la Iglesia'”. A continuación, el Santo Padre recordó las numerosas persecuciones que existen hoy en el mundo, subrayando el mensaje que los mártires ofrecen a los creyentes.

“Los mártires nos muestran que todo cristiano está llamado al testimonio de la vida, incluso cuando no llegue hasta el derramamiento de la sangre, haciendo de sí mismo un don a Dios y a los hermanos, a imitación de Jesús”

Los mártires del siglo XXI

Entre los numerosos testigos cristianos, presentes “en todos los rincones del mundo”, Francisco mencionó a los que han muerto en Yemen, “una tierra herida desde hace muchos años por una guerra terrible y olvidada”, que ha matado a muchas personas “y que todavía hace sufrir a muchas personas, especialmente a los niños”.

“En esta misma tierra ha habido brillantes testimonios de fe, como el de las Hermanas Misioneras de la Caridad que dieron allí su vida. Aún hoy siguen presentes en Yemen, donde ofrecen asistencia a ancianos enfermos y a personas con discapacidad. Algunas de ellas han sufrido el martirio, pero las demás continúan, arriesgan su vida y siguen adelante. Acogen a todos, estas hermanas, de cualquier religión, porque la caridad y la fraternidad no tienen fronteras”

Misioneras de la Caridad asesinadas en Yemen junto a fieles musulmanes

El pensamiento del Pontífice se dirigió asimismo a las religiosas Aletta, Zelia y Michael, asesinadas por ser cristianas por un fanático en julio de 1998, cuando volvían a casa después de la Misa. También recordó a las hermanas Anselm, Marguerite, Reginette y Judith, asesinadas en marzo de 2016 “junto con algunos laicos que las ayudaban en la obra de caridad entre los últimos”. A quienes definió “mártires de nuestro tiempo”, recordando asimismo que, entre ellas, había creyentes musulmanes que trabajaban con esas monjas.

“Nos conmueve ver cómo el testimonio de la sangre puede unir a personas de distintas religiones. Nunca hay que matar en nombre de Dios, porque para Él todos somos hermanos. Pero juntos podemos dar la vida por los demás”

Semillas de paz para un mundo más humano y fraterno

No debemos cansarnos de “dar testimonio del Evangelio incluso en tiempos de tribulación”, concluyó su catequesis Francisco, que invitó por ello a rezar, con la esperanza de que “todos los santos y santas mártires sean semilla de paz y reconciliación entre los pueblos para un mundo más humano y fraterno”.

Oración por Ucrania

Tras el resumen de la catequesis en las demás lenguas, en que el Papa reiteró la importancia del testimonio de fe ofrecido con el martirio de la propia vida, antes de los saludos en italiano invitó a rezar por la “querida y martirizada Ucrania” que, reiteró Francisco, “sigue soportando terribles sufrimientos”.

Saludos en nuestro idioma

Tras leer el resumen de su catequesis para los fieles de nuestro idioma, el Santo Padre los saludó con la sugerencia de dirigirse al Señor Jesús:

“Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Por intercesión de los santos mártires, que proclamaron la fe hasta derramar su sangre, pidamos al Señor que no nos cansemos de ser sus testigos, sobre todo en los momentos de tribulación. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias”

 

5 cosas que podemos aprender de los primeros cristianos

primeros cristianos

 

5 COSAS QUE PODEMOS APRENDER DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS

Hablamos con Gabriel Larrauri, economista interesado en temas del cristianismo primitivo, que acaba de publicar en la editorial Eunsa“El ejemplo de los Primeros Cristianos”.

Nos enumera cinco cosas que podemos aprender de la vida de los primeros seguidores de Cristo.

 

  1. EJEMPLO DE ENTREGA

Son la prueba de cómo se puede transformar el mundo; y son un espejo en el que hoy en día un cristiano se puede ver reflejado, siendo consciente de las diferencias que existen entre una época y otra. Fueron gente normal, que supo ser heroica.

Hombres y mujeres que con su vida ordinaria consiguieron cosas extraordinarias y que han dejado una huella profunda en la historia de la humanidad.

primeros cristianos

Además los primeros cristianos tienen una extraordinaria vigencia cultural. La cultura occidental está configurada desde el cristianismo, y por tanto a partir del esfuerzo de los primeros cristianos: ellos son las “raíces cristianas” de Europa.

 

  1. COHERENCIA Y VALENTÍA

Los primeros cristianos son como luces que vienen de lejos y que nos iluminan hoy.

Considerar su coherencia, su valentía, puede ayudarnos mucho. No digamos su ejemplo para trasformar el mundo desde dentro sin aislarse, autoexcluirse o evadirse de la realidad diaria de la sociedad en la que viven. Los primeros cristianos sabían que tenían un tesoro y querían comunicarlo a los demás: daban lo mejor que tenían.

Nos conviene volver a considerar la conducta de nuestros primeros hermanos en la fe. Eran pocos, carecían de medios humanos, no contaban entre sus filas —así sucedió, al menos, durante mucho tiempo— con grandes pensadores o gentes de relieve público.

Se desenvolvían en un ambiente social de indiferentismo, de carencia de valores, semejante, en muchos aspectos, al que nos toca ahora afrontar. Sin embargo, no se amedrentaron.

 

  1. VIVIR CONTRACORRIENTE

La Iglesia defiende un estilo de vida que es preciso vivir “contracorriente”, en un ambiente adverso. En este sentido, ser cristiano hoy puede calificarse de arriesgado.

primeros cristianos

En nuestros días vemos cómo el Cristianismo es la religión más perseguida en el mundo, (según el último informe de la asociación “Ayuda a la Iglesia Necesitada”) con al menos 360 millones de personas discriminadas.

En estos momentos, tener la referencia del modo de comportarse de los primeros cristianos nos ayuda a afrontar esas circunstancias.

La persecución no es algo que sea nuevo en la historia de la Iglesia y probablemente seguirá sucediendo, pero conocer el ejemplo de vida de los que han sabido superar esas situaciones tan adversas, llegando incluso a entregar su vida por mantenerse firmes a su fe, nos puede llenar de fortaleza.

A la vez nos mueve a procurar defender la libertad de esas personas, como lo hicieron los primeros apologistas cristianos, que actuaron con fortaleza al denunciar las injusticias que se cometían a su alrededor.

 

  1. LA EUCARISTÍA

Desde el principio, la Eucaristía tuvo un papel central en su vida. Maravilla ver la fe y el cariño con el que los primeros cristianos tratan a Jesús en el Pan eucarístico. Tienen una fe inquebrantable en que el pan y el vino se convierten, por las palabras de la consagración, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

En varios textos de los siglos I y II, vemos cómo va evolucionando y construyéndose la liturgia de la Iglesia. Emociona comprobar cómo seguimos celebrando la misma Misa que se celebraba en el siglo I. De la eucaristía obtenían la fuerza para permanecer fieles en las dificultades y en las persecuciones.

 

  1. AMAR A LOS DEMÁS

Quizá la nota más característica de la vida de los primeros cristianos era cómo sabían quererse entre sí. Esta será la señal por la que serán reconocidos por los paganos. Procuraban llevar a la práctica el mandato de Jesús “amaos unos a los otros como Yo os he amado”: ésta es la herencia que nos han dejado, y la que nosotros deberemos trasmitir. No se trata de filantropía o de humanitarismo sin más: están dispuestos –como dice Tertuliano-  a dar la vida por los demás, “¡mirad cómo se aman! Mirad cómo están dispuestos a morir el uno por el otro”.

Precisamente de estos cinco puntos nace la enorme actualidad de los primeros cristianos, que vivieron una situación parecida a la actual y afrontaron con toda naturalidad sus riesgos. Hoy, como siempre, un cristiano se convierte en un testigo creíble cuando vive su fe con alegría y, al mismo tiempo, comparte con los demás las dificultades que encuentra en su camino.

Esto lo que se pretende transmitir en las páginas del libro recién publicado.

 

gabriel larrauri primeros cristianos

 

Más información sobre el libro: “El ejemplo de los Primeros Cristianos”

 

Pablo Delgado de la Serna: “Una cruz abrazada pesa menos que una cruz arrastrada”

En redes, Pablo Delgado de la Serna es conocido como "Un trasplantado" y, aunque ese concepto define bien "su físico", sería más acertado que su nombre digital fuera "Una sonrisa". 

Maria José Atienza·25 de abril de 2023·Tiempo de lectura: 7 minutos

pablo delgado

Pablo Delgado de la Serna

RELACIONADASEnfermos con ELA. Elegir vivir amando la cruz de JesúsUna sonrisa ante la enfermedad

Pablo, enfermo crónico desde los seis años, paciente trasplantado, en diálisis permanente y con una pierna amputada lleva en su cuerpo casi una cuarentena de operaciones y la pierna que aún queda no sabe cuánto durará. Sin embargo, si algo transmite es alegría por vivir y gratitud a Dios por cada día.

Una conversación con este profesor de la Universidad Francisco de Vitoria e investigador es algo parecido a una diálisis de corazón: llena de esperanza y “sangre limpia” a quienes entran en contacto con él.

Quizás por eso, no deja de sonreír, y junto a “un trasplantado” encuentras siempre, una sonrisa que acompaña a cada una de sus historias, ya sea las duras y llenas de dolor físico como las amables y divertidas que protagoniza Amelia, parte de su equipo SAP (Sara – Amelia – Pablo).

Te lo habrán preguntado mil veces, pero, ¿cómo vives tan contento, habiendo visto la muerte de cara muchas veces?

-Me levanto todos los días y desayuno con mi mujer y mi hija, llevo a la niña al colegio. Tengo tres pasiones: dar clase, curar en mi consulta y dar conferencias, las hago las tres y encima me pagan por eso. Como siempre con mi mujer o con mis padres.

Eso es la felicidad. Cosas simples.

La enfermedad te quita sueños, pero te obliga a vivir el día a día. He dejado un futuro irreal, soñado, a cambio de un presente que es real. No tiene sentido estar amargado por lo que no soy.

¿El día a día tiene momentos complicados?

-A poco de conocerla, Sara me dijo: “¿Qué tal te encuentras?”. Yo le respondí: “Mira, yo nunca me encuentro bien. Yo no sé lo que es un día sin dolor, sin cansancio”…

Al final es que no lo analizas. Aprovecho el tiempo que me encuentro mejor y descanso el tiempo que me encuentro peor. Porque además es que no va a ir a mejor, en caso de duda va a ir a peor. Yo creo que cuando tenemos un problema gordo, los pequeños desaparecen. Yo llevo peor las cosas pequeñas que las gordas. Me dicen: “Te tenemos que cortar una pierna”. Pues te centras, te quitas de tonterías y te dedicas a lo importante. Llevo peor un dolor de oído.

Desde los 16 años mi cuerpo no es autónomo. Lo normal es que si me muero ahora, Amelia no se acuerde mucho de mí. Eso sí me pesa. Pero tengo un libro, un blog, pienso que así podría llegar a saber quién fue su padre y cómo pensó. Y en el fondo pienso que las cosas van a llegar cuando tengan que llegar. Hay que exprimir el presente. Yo lo que hago es prepararme, espiritualmente, en conciencia.

Me encantaría morirme con 100 años y la cabeza bien, pero como no está en mi mano, lo vivo con paz. Lo que no hago es perder tiempo con lo que no está en mi mano.

-¿Piensas que lo llevarías igual sin fe?

-No, ni de broma. Yo no le vería sentido a mi vida sin fe. Si mi vida acaba el día que yo me muera, ¿qué necesidad tengo de vivir todo esto, que no es ni agradable ni cómodo? De hecho, el 99,9 % de la gente que me dice que lo lleva mal, no son católicos. Bueno, especifico, no son creyentes. Hace un poco hice un máster de acompañamiento y hay dos patas que un paciente necesita para recuperarse: espiritualidad y esperanza. La espiritualidad es fundamental.

Dices que no sabes lo que es un día sin sentir dolor. Aquel salmo, “Desde lo profundo grito a ti, Señor”, se te podría aplicar perfectamente. ¿Cómo se grita a Dios desde lo profundo?

-Bueno, es que desde hace años tengo la sensación de que firmé un cheque blanco y yo ya no pido, yo doy gracias. Hay un dicho que a mí me encanta: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.

Primero, mi enfermedad no me permite planificar muchas cosas. No teníamos planificada ni la Semana Santa, porque no sabíamos si iba a estar ingresado. Llevo un mes sin estar ingresado, ni en urgencias ni operado, y eso significa que me toca dentro de poco. Aprendes a vivir el día a día, que, al final, es lo más bonito.

El evangelio de nuestra boda fue el de “cada día tiene su afán”. Y a mí me parece precioso, porque dice: “¿De qué te preocupas, si los pajarillos del campo comen?”. Nos falta fe. En el fondo nos falta tener confianza. Lo que tenga que venir, vendrá. Y lo que tenga que venir, si tenemos de verdad a Dios con nosotros, vendrá acompañado de la gracia y la fuerza para sobrellevarlo.

Una de las cosas que dices es que a ti, a tus hermanos o a tus padres, la enfermedad “os tocó”, pero Sara “la escogió”. ¿Cómo le explicaste a Sara que iba a tener una vida de todo menos fácil?

-Bueno, Sara es muy lista, y no hizo falta explicárselo mucho. Yo le mentí, lo digo irónicamente, le mentí porque no sabía ni la mitad de las cosas que me vendrían después. Le dije, al poco de conocernos: “Oye, mi vida va a ser muy complicada, porque voy a perder un riñón y voy a tener que hacerme diálisis”. Punto. No contaba con que me cortaran una pierna, con un tumor, con nada.

Un día me dijo: “Mira, no sé si estaré a la altura, pero voy a estar ahí siempre”. Y pensé: “Jo, qué pasada”. Y luego, ella es muy fuerte, es muy práctica. El día que le toca, llora, y luego resurge, como el ave fénix. Es muy fácil tener una persona así al lado. Hay días que tiene que tirar ella del carro entero, porque yo no puedo.

Una persona que está enferma, ¿se puede sentir como una carga?

-El sentimiento de carga está ahí, y es un sentimiento muy duro. Es muy complicado. A mis padres les he robado mucha felicidad. Ellos lo hacen encantados, pero yo ahora que soy padre y a mi hija no le ha pasado nada, no quiero ni pensar lo que es que tu hija pierda un riñón, le corten una pierna… No quiero ni imaginármelo. A mis hermanos les he robado infancia… Y Sara ha sufrido muchísimas veces. No es fácil.

Los últimos dos años yo no me he ido de vacaciones con ellas, porque es tal jaleo llevando una diálisis, que al final es mejor que se vayan ellas dos y yo me quedo aquí. Con lo cual, ellas se van con el peso de que yo me quedo, etc. Esa es un poco la carga.

Nosotros no necesitamos grandes cosas para ser felices, simplemente estar los tres. El cuarto cumpleaños de Amelia, que fue en diciembre, le dijimos: “Amelia, dinos qué plan quieres hacer, que lo hacemos, el que quieras”. Dijo: “Estar los tres”. Eso es la vida.

El problema es que nos llenamos de unos fuegos de artificio y unas necesidades que nos hacen infelices, pero porque nosotros nos metemos en ese rollo. Yo no puedo ir a esquiar, pero no vivo pensando que hay que ir a esquiar. No me puedo ir en verano a no sé dónde, pues no vivo pensando en eso. Vivimos más tiempo pensando en lo que no podemos, o en lo que nos gustaría, que en lo que tenemos.

Si fuéramos conscientes de lo que tenemos y viviéramos anclados a eso, seríamos mucho más felices.

Cuando una persona es creyente, ¿se desespera? ¿Cómo se sale de esa desesperación?

-Yo es que no caigo en la desesperación, la verdad. A veces tengo incertidumbre, a veces tengo pesar… Y de hecho es una de las cosas buenas de tener fe, que no caigo en la desesperación.

Es que nos falta confianza. Si se supone que estamos pensados desde la eternidad, por algo estaremos viviendo lo que estamos viviendo. Yo me he dado cuenta de que la enfermedad me ayudó a tener una fe ciega.

Me ha costado llegar aquí mucho, no la he tenido toda la vida. De hecho, he tenido épocas de una fe muy fría, y de no entenderlo. De preguntarme: ¿Qué Dios bueno manda esto? Un día entendí que Dios no nos manda nada. Yo creo que la fe es un don, pero es un trabajo. Si nos gusta U2, nos sabemos todas las canciones de U2, si nos gusta el Madrid, todas las estadísticas, si nos gusta una persona, nos sabemos toda su vida. Tenemos una fe y no sabemos nada de Dios… A mí me impresionó, cuando iba a Kenia a tratar gente, que había musulmanes que se sabían perfectamente el Corán. Y he conocido judíos que se saben la Torá. Nosotros no tenemos ni idea de la Biblia. Y ya sé que no vale solo con sabérsela de memoria, luego hay que saber aplicarlo, pero saberlo de memoria ya es un paso para conocer. Al final lo que nos falta es confianza.

Y luego yo aprendí que una cruz abrazada pesa menos que arrastrada. Mi cruz no me la va a quitar nadie. Y Dios no me manda una cruz que no tenga fuerzas para llevar. Y si ya encima la amo… Amarla no en el sentido masoquista de “quiero más”, sino en el sentido de “solo puedo ser Pablo Delgado, y quiero ser Pablo Delgado”. Ese día, no digo que se convierta en liviana, pero pesa infinitamente menos.

¿Cómo le explicas tu sufrimiento a tu hija?

-Bueno, es que me enseña ella. Cuando llegué a casa del hospital con la pierna amputada, le dije: “Amelia, ¿qué te parece?”. Y le enseño la pierna y media. Me dice: “Papá, no está aquí, no está pupa”. Y se puso a aplaudir. Pensé: “Es que ese es el camino. Me han quitado el dolor”.

O un día, cuando me dicen que tengo el tumor, me dice Sara: “¿Se lo vas a contar a Amelia hoy?”. Y le dije: “Pues hoy no tengo fuerzas”. Luego, cuando estábamos jugando, me pregunta: “Papá, ¿estás malito?”. Le respondí: “Estoy malito todos los días, y hoy un poquito más, lo que estoy es cansado”. Y me dice: “Pues te quito la pierna”. Yo cuando estoy cansado y estresado me quito la pierna. Ella se había dado cuenta de que me pasaba algo y lo había relacionado con la salud. No sabía que tenía un tumor, obviamente, pero había entendido lo que me estaba pasando.

En enero tuve otra operación importante y, hablando con Amelia, de repente se me saltaron las lágrimas. Una de las opciones era salir mal, no salir, o salir sin piernas (sin la otra). Y Amelia, con cuatro años recién cumplidos, me agarró la mano, me miró a los ojos y dijo: “Papá, los padres no lloran. Miran al Cielo y rezan”. Yo me quedé…

Cuando se defiende la vida, ¿qué se está defendiendo?

-La gente no quiere enfermos porque no quiere verse enfermo. Al final es un miedo. Yo defiendo la vida con un 81 % de minusvalía, es decir, mi cuerpo no vale para nada en teoría, y soy absolutamente feliz, llevo una vida absolutamente plena y sobre todo absolutamente digna. Y para mí una muerte digna no es morirme antes, es poderme morir con mi mujer y mi hija al lado. Lo que pasa es que molesta. Y el Estado… No se quiere hablar del coste socioeconómico de la enfermedad. Yo soy muy caro a la Seguridad Social.

Conozco más gente amargada que tiene todo para ser feliz que gente enferma amargada. Porque en una situación así te desprendes de todo lo secundario. Que no es que lo secundario sea malo, pero a veces lo ponemos en un nivel de la escala de valores que nos amarga.

Cuanto más aprendes a desprenderte, más aprendes a ser feliz. Y la enfermedad te ayuda a eso.

 

SABER DÓNDE BUSCAR. PARA CREER SIN VER

José Martínez Colín

1)  Para saber

Se cuenta que un campesino fue a la casa de un vecino para pedirle prestado su burro para unos trabajos que debía realizar. El vecino, que era tacaño, le contestó que lo sentía, pero no podía prestárselo porque ya se lo había llevado otro amigo. Pero en ese momento, el burro que estaba en el patio trasero, se puso a rebuznar.

El campesino le dijo sorprendido: “Pero compadre, ¡parece mentira que me digas que no tienes el burro en casa, cuando lo estoy oyendo rebuznar!”. El vecino, aparentando sentirse ofendido, le contestó: “¿No irás a decirme ahora que te fías más del burro que de mí?”

Hay que saber a quién creerle, pues hay quien es digno de crédito y otros que no tanto. Pero si hay alguien a quien habría que creerle siempre es a Dios mismo que es la Verdad absoluta. Jesús dijo de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. El papa Francisco reflexionó sobre la aparición de Jesús resucitando a los Apóstoles, que al no estar presente Tomás, luego se resistía para creer que Cristo vive. Y ponía de condición para creer, tocar sus llagas. Jesús se le aparece y deja que lo toque, pero alaba a aquellos que serán bienaventurados por haber creído sin haber visto. Si creemos en Cristo, nos contamos entre los bienaventurados.

2)  Para pensar

No es difícil caer en la misma actitud incrédula de Tomás. Y es que no siempre es fácil creer, especialmente cuando se ha sufrido una gran decepción. Para creer, Tomás quiere una señal extraordinaria: tocar las llagas de Jesús. El papa nos invita a revisarnos si tenemos una actitud semejante de querer que Dios se nos manifieste de modo extraordinario, para entonces sí creer. De ponerle una condición a nuestra fe: “Si Dios me concede lo que le pido, entonces sí creeré”.

Habría que preguntarse, ¿en dónde buscamos a Jesús resucitado? ¿En algún evento especial? ¿En una manifestación espectacular y sorprendente? ¿Lo buscamos en nuestras emociones? Hay que saberlo buscar donde realmente está. El Señor prometió su presencia hasta el fin del mundo. Para ello fundó la Iglesia, la cual se encarga de traernos la presencia de Cristo, especialmente en la Eucaristía. Ahí seguro lo encontramos.

Tomás volvió a creer cuando se volvió a reunir con todos en comunidad. La fe se transmite y se fortalece en la comunidad de la Iglesia, en la comunidad de fieles, puntualizó el Papa.

3)  Para vivir

Jesús se presenta ante Tomás y le muestra las llagas que le causaron los clavos y la lanza. El papa Francisco dice que esas llagas son señales del Amor que venció el odio, del Perdón que desarma la venganza, son las señales de la Vida que derrotaron la muerte. Son los canales de la misericordia de Dios, canales siempre abiertos de su misericordia. Por eso, cuando una persona hace una obra de caridad, de misericordia, está mostrando algo divino: el amor de Dios. Cuando obramos con amor, estamos permitiendo que otros descubran el Amor divino y se abran a su Amor.

San Josemaría Escrivá nos propone un itinerario para llegar a Jesús: “Al regalarte aquella Historia de Jesús, puse como dedicatoria: “Que busques a Cristo: Que encuentres a Cristo: Que ames a Cristo”.

—Son tres etapas clarísimas. ¿Has intentado, por lo menos, vivir la primera?” (Camino 382).

 

 

Solo con un corazón de niño podremos entrar en el Reino de los Cielos. ¡Cuidemos a nuestros niños!

En estos días, existen personas con el interés de que nuestros hijos, nuestros niños, pierdan inocencia, la capacidad de asombro, la creatividad, la imaginación y sobre todo la capacidad de amar.

Es por esto que nosotros, como papás, debemos buscar, a toca costa, defenderlos y lo debemos hacer desde nuestra familia, por eso aquí te dejo mis 5Tips para lograrlo.

PRIMERO. Cuida su salud física.

Un niño sano físicamente es un niño que le gusta jugar, correr, brincar y hacer actividades, pero cuando los niños no se quieren parar de la cama o no quieren dejar los videojuegos debemos poner atención ya que pueden tener algún problema de salud.

Es necesario que hagan deporte por lo menos tres veces a la semana y que lo practiquen de forma metódica para que tengan también ese compromiso y puedan crecer en virtudes.

Además, nosotros debemos procurar que nuestros niños tengan espacios para jugar y realizar actividad física así será más fácil que estén sanos.

Otro punto importante es que estemos al pendiente de que no contraigan enfermedades propias de los niños por estar en contacto con otros niños y si llegan a contagiarse, estar atentos a que tengan la atención médica necesaria y los cuidados propios de cada enfermedad.

Ellos no nos dirán que se sienten mal hasta que estén muy mal porque les gusta estar jugando y no ponen atención en esas cosas, así que nosotros debemos estar atentos a estos detalles.

SEGUNDO. Cuida su salud emocional y espiritual.

En la actualidad los niños están muy atentos a lo que sucede a su alrededor, por lo que viven de primera mano situaciones que no son tan propias de su edad, por ejemplo, el estrés que provoca la inseguridad, el bullying, la situación económica de la familia, etc.

Nuestros niños viven estresados y muy presionados, por eso debemos estar atentos a cualquier síntoma de alguna enfermedad propiciada por el estrés como puede ser la ansiedad o la depresión que pueden tener consecuencias graves en la salud integral de los pequeños.

Para esto debemos tener una comunicación muy abierta y directa y que nuestros niños tengan claro que nos pueden contar todo lo que pasa por su cabeza y que nosotros podemos orientarlos y darles nuestra opinión para que su vida sea más plena.

Es importante observarlos para conocerlos y saber si de forma repentina sufren de cambios de carácter o comportamiento ya que esto puede ser un síntoma de alerta que debemos atender de inmediato para ayudarles a estar bien.

Debemos también educar a nuestros hijos en la inteligencia emocional para que sepan gestionar sus emociones, penales nombre y poder manejarlas adecuadamente; sin negarlas u ocultarlas, para evitar enfermedades.

TERCERO. Cuida su inocencia

Esto es muy inoperante porque en la actualidad parece que las modas tratan de que la infancia dure muy poco y aceleran a los niños para que busquen vivir como adultos lo más pronto posible evitando que disfruten de la infancia al máximo. Esto obedece a intereses económicos y de ideologías que buscan su propio bien sin importar que se lleven entre las patas la inocencia de los niños.

Nosotros podemos evitar esto si cuidamos las amistades de nuestros hijos y estamos atentos a las cosas que escuchan y ven; y si de pronto alguno de sus amigos les platica o enseña cosas que nos son propias de su edad, estar ahí para explicarles de la mejor manera y con mucho amor cómo son las cosas en realidad y tratar de encausar sus dudas para que se queden con paz en el corazón y no con una curiosidad insana que les genere caer en vicios que después será difícil salir de ellos.

Y no importa que otros niños se burlen de ellos porque les gustan aun las caricaturas o porque no escuchan la musica que está de moda, si nuestros niños saben que nosotros los apoyamos y que así se vive cotidianamente en casa, ellos sabrán no hacer caso de quienes los molestan así.

La mejor forma de lograrlo es con nuestro testimonio, por lo que en casa no se deben ver programas inmorales, escuchar canciones pornográficas o ver películas con contenido sólo para adultos porque en cualquier momento nuestros hijos, por error, pueden tener acceso a eso y sufrir gravemente.

CUARTO. Procúrales un ambiente propicio para que se desarrollen bien.

Y no estoy diciendo que se les cree una burbuja que los aísle del mundo, pero si que sepan que en casa pueden tener un ambiente de paz, con las cosas que a ellos les gustan e interesan y que nosotros estamos ahí, aunque tengamos que trabajar todo el día, porque estamos presentes en los detalles, les hablamos por teléfono y cuando podemos jugamos y convivimos con ellos.

Que nuestra casa y familia sea su zona segura.

Y QUINTO. Dales mucho, mucho, mucho amor.

El elemento principal para que los niños sean felices es nuestro cariño. A veces pensamos que deben tener el juguete o la ropa de moda y nos matamos y hasta nos endrogamos para comprárselo, sin darnos cuenta que lo que nuestros niños más quieren es nuestra atención y cuidado.

Para ellos es muy importante sentirse cobijados y contenidos por nuestro amor, también es muy importante poder platicarnos sus asuntos, que quizá para nosotros tan tonterías pero para ellos no y hasta se les puede estar cayendo el mundo y nosotros no darnos cuenta.

Es necesario que, con nuestro amor, les hagamos un cinturón de seguridad que les permita enfrentar los retos que la vida les va presentando y un escudo para que con nuestro cariño se sientan seguros y se puedan defender de lo que los quiere atacar para quitarles la paz en su corazón.

Y recordemos que solo con un corazón de niño podremos entrar en el Reino de los Cielos, así que busquemos que nuestros pequeños no lo pierdan y, de paso, el nuestro se haga cada vez más como el de ellos.

 

Maternidad subrogada (vientres de alquiler). Algunas reflexiones.

Todos somos originados. Es patente la originación, y en  consecuencia, la filiación, así como la paternidad-maternidad. Todos (en potencia) podemos ser padres/madres. Si existe un impedimento a este respecto, quitando el impedimento, dentro de lo moral, de lo ético (el fin no justifica los medios), queda perfectamente solucionado el asunto.

Sin juzgar a las personas, conviene tener en cuenta lo siguiente:

En los casos de infertilidad (sea masculina, sea femenina) algunos desean una maternidad subrogada. Se trata de una madre portadora (gestante, o vulgarmente, vientre de alquiler) que lleva en su seno un embrión o un feto concebido por fecundación in vitro, generalmente con los gametos de los padres que quieren tener el hijo, o bien con gametos donados, procedentes de una mujer y/o de un hombre ajenos al matrimonio o pareja en cuestión. Así, se puede hablar de una madre gestante o portadora, una madre genética (que proporciona el óvulo), una madre educadora y/o un padre genético donante de esperma y un padre de intención.

Es loable el deseo de tener hijos, pero nadie tiene derecho a tenerlos, pues el hijo, que no es consecuencia necesaria de la unión sexual, no es objeto de derecho, no es cosificable.

En las técnicas de fecundación in vitro se pierden embriones (mueren en el proceso), hasta el momento en que se consigue la nidación, el embarazo cumplido. No hay unión sexual, pues se extraen los óvulos (quirúrgicamente) por una parte, y por otra, los espermatozoides (por masturbación), produciéndose la fusión de las dos células en laboratorio. Una vez conseguidos los embriones (habitualmente, después de varios intentos, pues realmente  no se consiguen a la primera), se transfieren al útero de la madre portadora.

En el proceso se ve al hijo como algo (no alguien) que se cede al terminar el embarazo, a cambio de una remuneración, acorde con lo estipulado en el contrato. Las cosas tienen precio; pero los seres humanos, no (y por tanto, el útero tampoco). Por otra parte, si el embrión/feto, no está a la altura de lo que se espera (por ejemplo, si hay malformación), se suele plantear  abortarlo (es la eliminación de un ser humano).

Y el embrión, el feto, el niño, no son objetos que se puedan regalar (es el llamado “vientre de alquiler altruista”).

En la maternidad subrogada el instrumento de trabajo es el útero; con ello, se puede producir confusión entre embarazo y fabricación de una mercancía. Pero es bien sabido que el útero no es herramienta de producción; es un órgano femenino, y por tanto, digno de respeto.

Podría argüir la madre portadora que es dueña de su cuerpo, y con él puede hacer lo que quiera. Pero el cuerpo, femenino o masculino, es un don, no es un objeto material neutro, de valor crematístico. No tiene precio. Quizá por esto, en general son las mujeres más pobres las que más se prestan a estas prácticas.

El cuerpo va unido a la persona. Ahí radica su dignidad.

La unión emotiva entre la madre portadora y el niño (vínculo materno-fetal), cuyas células pasan a la circulación materna, ¿es de tal carácter que cuando termine el embarazo pueda la madre desprenderse de ese hijo (biológicamente adoptivo) de una forma fría, burocrática, de acuerdo al pacto establecido? El feto tiene una sensibilidad tal que en el interior del útero percibe la voz de la madre y de las personas que conviven con ella. Y oye el latido de la aorta y el movimiento de los intestinos de la mujer gestante. Se trata de un vínculo bien establecido, en ambas direcciones: por eso, pueden darse alteraciones psicológicas/psiquiátricas en las madres que pierden el hijo, sobre todo, si la madre, activamente, se deshace del mismo.

¿Qué relación emocional se establece entre la madre portadora y el niño, procedente biológicamente de otra mujer? ¿Es natural que un ser humano tenga dos madres?

Podría argumentarse que el matrimonio (la pareja), es libre, y puede conseguir un hijo por cualquier medio. Pero el hombre no puede ser dueño de la vida de otro hombre. Son situaciones que hacen pensar en la época en que se vendían y compraban los esclavos, no considerados personas (por ejemplo, en el Imperio Romano).

¿Qué tipo de responsabilidad tendrá la madre portadora si contrae una enfermedad o sigue un comportamiento de riesgo (alcohol, tabaco, exceso de deporte, de medicamentos, etc.)?

¿Deberá el contrato prever un periodo de abstinencia de relaciones sexuales durante el periodo de implantación del embrión? ¿Queda a salvo la vida privada de la mujer portadora (piénsese, por ejemplo, en una madre portadora casada)?

No es una adopción, en que se acoge a un niño ya existente, sin padres. Tampoco se trata de una terapia, pues un útero portador no cura la afección genital al respecto. Por eso, es equívoco hablar de salud reproductiva.

Benedicto XVI, en su primera encíclica, decía: “El hombre considera ahora el cuerpo como la parte solamente material de sí mismo que utiliza y explota de manera calculada (···). Nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano que ya no es la expresión viva de la totalidad de nuestro ser sino que se encuentra como relegada al ámbito puramente biológico (···). El ser humano se convierte en una simple mercancía”.

Prof. José Luis Velayos

 

 

Por qué los ciudadanos tenemos derecho a una comunicación política sana en periodo electoral

Francisco J. Pérez Latre

Profesor. Director Académico de Posgrados de la Facultad de Comunicación

Queda poco más de un mes para que los españoles regresen a las urnas. Será el 28 de mayo. La proximidad de citas electorales nos somete a un clima de “campaña permanente” que amenaza la confianza de los ciudadanos en la política. En medio de los debates encendidos del momento, se hace necesario volver a pensar juntos sobre un concepto clásico, pero vital: el bien común.

La comunicación política a veces parece un conjunto de “trucos” y estrategias para ganar elecciones o perpetuarse en el poder. Es necesaria otra comunicación política, la de personas íntegras que hacen resonar su integridad en el resto de los ciudadanos.

Los políticos y sus asesores de comunicación se centran en el miedo; difunden mensajes simplistas y esquemáticos que dificultan las alianzas que reclaman las crisis sociales. En un contexto así, el escepticismo y la desesperanza se imponen: la opinión pública percibe que la clase política seguirá enzarzada en sus peleas mientras se aplaza la solución de los problemas. Sobran estrategias y herramientas; abunda la propaganda, pero falta verdadera comunicación.

Marketing y política

La aplicación a la política de técnicas del marketing puede ser parte del problema.

Hay visiones del marketing que causan graves daños a la política, reforzando el “mito de la cuota de mercado” (si yo gano, tu pierdes) o fomentando el personalismo y el “cortoplacismo”. Pero el marketing sirve para adquirir las cualidades del buen vendedor, que conoce a su audiencia y sabe anticiparse a sus necesidades. En el marketing se sabe que no se puede olvidar a la gente durante tres años. Recuerda que se habla para diversos públicos; que “el café para todos” ya no va a funcionar.

El marketing sabe que una marca tarda tiempo en construirse: si solo se piensa en cuatro años, es imposible construir un gran proyecto. En nuestra sociedad no faltan grandes problemas (el envejecimiento de la población o el paro juvenil, por ejemplo) que implican acuerdos más allá del marco de legislaturas y partidos.

Nostalgia de la comunidad

Los espacios digitales despertaron grandes esperanzas. De alguna manera, estamos más cerca de otras personas; pueden ser el “ágora” de intercambio de soluciones e ideas. El ágora griega era punto de encuentro, pero también un sitio donde la gente solo se preocupaba de comentar las últimas novedades. Por eso, quizá lo importante no es solo que estemos hablando: tenemos que fijarnos también en la calidad de la conversación.

En la misma línea se puede decir que en las redes sociales hay un debate político. ¿Pero contribuye a crear una comunidad política? ¿Conseguirá acercarnos o nos separa más? Las “conversaciones” políticas del continente digital distan del verdadero diálogo: influyentes, activistas y, en ocasiones, exaltados, tienden a dominar el discurso público, mientras voces valiosas quedan marginadas. Es el contexto polarizado que caracterizaba hace poco el Barómetro de Edelman, en el que se deteriora el tejido social. A menudo los debates de verdad sucumben víctimas de personas beligerantes que usan los medios digitales como altavoces.

En los últimos 20 años los medios digitales han movilizado protestas y provocado terremotos políticos. La tecnología puede contribuir al “poder de los sin poder”, más presentes en la conversación pública. Las “revoluciones” de los medios sociales recuerdan a las comunidades virtuales de las que habló Robert Escarpit (1977), defendiendo que el concepto de masa se disuelve, sustituido por “una red intrincada de canales de comunicación donde año tras año surgen nuevos grupos con su propia identidad, pautas de comportamiento y equilibrios de influencias”.

El incremento de la “personalización” es otro reto para el bien común y la confianza. Como explicó Parisier en El filtro burbuja (2017), cada persona encuentra en la red resultados diferentes. Las búsquedas dependen de búsquedas anteriores: se centran no tanto en qué hay que saber como en los comportamientos anteriores. En lugar de una experiencia común, el conocimiento se torna más individualizado.

¿Cómo se fomenta el bien común en sociedades tan fragmentadas? Parece necesario facilitar espacios de encuentro que ayuden al florecimiento de la sociedad. Los desafíos se hacen más relevantes porque no vamos hacia sociedades menos conectadas. Más bien parece que en el futuro del Big Data y la inteligencia artificial, la conexión será más intensa y continua. Suscitar nuevos hábitos de reflexión sobre los mensajes que se reciben será crucial.

Superar el desencuentro

Hay quien insiste en ver el mundo como un lugar lleno de rivales, competidores y enemigos (imaginarios o reales). Se olvida que formamos parte de una sociedad. Faltan la generosidad y apertura de miras necesarias para reconocer el mérito de las ideas de otros y buscar puntos de encuentro. ¿Qué queda del respeto e incluso, a veces, la admiración, que se debe tener por los que no piensan como nosotros? A menudo sucumbimos víctimas de actitudes que no nos permiten dialogar: la prepotencia, no saber escuchar, la descalificación previa. En efecto, quien quiera construir la sociedad deberá dejar de ver en el otro un mal que hay que “eliminar”.

Las mejor política ofrece soluciones con las que todos ganan. El diálogo y la búsqueda de unidad no son utopías de ingenuos e idealistas, sino soluciones prácticas, razonables y humanas. Para que la sociedad funcione, resulta necesario que mujeres y hombres sensatos y capaces se tomen el tiempo necesario para debatir cuestiones complejas en una atmósfera de mutua comprensión que permita el intercambio de informaciones y busque soluciones. Una comunidad de personas diversas, pero que sienten respeto y admiración mutua y coinciden en el afán de trabajar por el bien común. Ojalá haya espacio también para eso en este 2023 marcado por las citas electorales.

 

¿Se puede modificar la familia a través del lenguaje?

Con la afirmación de los 16 tipos de familias nos podemos dar un batacazo, pues este es el punto al que quería llegar: nos podemos dar un batacazo de campeonato. Y es que el problema no son propuestas (verídicas) como las que, en aras a sustituir el lenguaje heteropatriarcal, plantean eliminar la palabra inglesa “woman” porque la segunda sílaba es “man” y la castellana “mujer” por resultar agresiva hacia las personas en transición. Son iniciativas que caerán por su propio peso; llegado a tales absurdos, lo más probable es que esta corriente del lenguaje políticamente correcto e inclusivo termine consumida en sí misma. Lo preocupante es que los nuevos términos proponen experimentos antropológicos que están derivando, por ejemplo, en jóvenes huérfanos de padres vivos porque la masculinidad es tóxica.

¿Se puede modificar la familia a través del lenguaje? Porque somos libres, no estamos obligados a aceptar que la familia es la unión entre un hombre y una mujer hasta la muerte y abiertos a recibir responsablemente a los hijos. Se pueden designar otros tipos de situaciones y/o combinaciones que, de hecho, se están dando. Sin embargo, con la persona no valen los conjuros ni los neologismos. Si intentamos planear cual gaviotas lanzándonos desde un décimo piso al vacío, nos estamparemos contra el suelo.

Juan García. 

 

Y eso es vida cristiana

A veces se nos ocurre hacer obras de caridad, en la calle porque vemos un pobre y le damos una limosna, en la iglesia, en la misa del domingo, porque somos conscientes de que hay que ayudar a la iglesia en sus necesidades. Incluso se nos pueden ocurrir acciones más heroicas “fuera”. Pero dentro, en nuestra vida diaria, en el trato con quien estoy más cerca, con mi esposa, con mi marido, con mis hijos, no nos damos cuenta de que debe predominar la caridad, un amor auténtico, que debe estar siempre en crecimiento. Y eso es vida cristiana.

 

Por lo tanto una salida de tono, una manifestación de mal humor nos debe llevar a una reflexión personal, de manera que no nos acostumbremos. Nuestro empeño debe ser hacer la vida agradable a los demás, a todas horas, en el trabajo, en el tráfico, pero, sin duda, antes que nada en la propia casa.

 

Cuando somos conscientes de este compromiso y nos proponemos luchar cada día, crece dentro una alegría que se manifiesta en todo momento. Nos cambia la cara. Todos somos capaces de distinguir una cara de mal humor de una cara de buen humor. Así que, de vez en cuando hay que mirarse al espejo para ver “qué cara llevo”, para descubrir si estoy pensando en los demás o en mí mismo.

 

Pedro García

 

Buen humor, mal humor

Es normal en nuestra vida que tengamos momentos gratos y amables y también momentos difíciles, dolorosos, agotadores. Es ley de vida. También, más de una vez, pensamos que el mal humor en casa es demasiado frecuente y, desde luego, evitable. Y, por el contrario, que el buen humor en la familia es una bendición de Dios y un poco escaso. En cuanto reflexionamos un poco somos conscientes de que el buen o el mal humor dependen de uno mismo, del cansancio, los problemas, o también de otros en casa, que pueden necesitar ayuda.

Uno de los motivos frecuentes para que surja  el mal humor es el engaño de las grandes expectativas. “El mundo en que nos encontramos -escribe Mariolina Ceriotti- nos promete desde niños unas satisfacciones hiperbólicas: satisfacciones increíbles de los sentidos, con experiencias de placer insospechadas y arrolladoras; satisfacciones increíbles en la vida sentimental, que nos hará conocer un amor capaz de colmar cualquier deseo; satisfacciones en la vida social, con una visibilidad altamente gratificante y al alcance de todos. Y se nos dice, desde niños, que somos especiales: por tanto, merecemos esa fortuna que se nos promete”.

Las expectativas. Tiene bastante que ver con el egoísmo. Estoy pensando demasiado en mí mismo, esperando que me atiendan, que me den todas esas cosas con las que he soñado. Y entonces surge, por cualquier incomprensión, el mal humor, porque lo que me encuentro en casa son incomodidades, cansancio, gustos distintos a los míos…

¿Esto tiene solución? “Sobre estas premisas, la vida necesariamente resulta decepcionante: con sus esfuerzos, sus sombras, su necesidad de paciencia y de espera, la vida nos resulta totalmente insatisfactoria y no estamos en condiciones de apreciar las verdaderas alegrías que nos regala continuamente. Estamos en una constante espera de la cosa “especial”, extra-ordinaria, súper-excitante, súper-satisfactoria. Estamos a la espera de una autorrealización que no sabemos bien qué es”. Pero sí que tiene solución y es algo tan cristiano como la caridad.

José Morales Martín

 

Ponte en camino, no esperes más

El mes de abril acaba, como siempre, el día 30. Pero este año… ¡es el domingo del Buen Pastor! Domingo IV de Pascua.

16 de abril de 2023·Tiempo de lectura: 2 minutos

El mes de abril acaba, como siempre, el día 30. Pero este año… ¡es el domingo del Buen Pastor! Domingo IV de Pascua.

Ese día la Iglesia universal lo dedica a rezar por las vocaciones, pedimos al Señor que cuide de su grey, los cristianos, poniendo en el corazón de los jóvenes el deseo de consagrarse a Él, y entreguen su vida al servicio de los demás.

Ojalá nos acordemos todos de pedir que entre los jóvenes nazca el deseo de evangelizar, de llevar a Cristo a todos los pueblos. Que, con nuestra oración y con nuestros sacrificios, movamos el corazón de Jesús para que ponga la semilla de la vocación misionera en muchos jóvenes. Ojalá podamos, de aquí a unos años, dar el relevo de las misiones a muchos jóvenes que ayuden a que los que ya lo han dado todo, puedan descansar. Ojalá seamos capaces de bajar la edad media de nuestros misioneros españoles que están hoy predicando el Evangelio en los cinco continentes (que, por cierto, es de 75 años).

Pero también acordémonos de pedir que, en los lugares donde nuestros misioneros están evangelizando, surjan vocaciones nativas de aquellos pueblos. Uno de los regalos más importantes que Dios da al trabajo de los misioneros es que su testimonio provoque la llamada de algunos jóvenes a consagrarse como sacerdotes o religiosos y religiosas. Las vocaciones nativas son el mejor legado que los misioneros pueden dejar en la misión.

Muchos jóvenes dan el paso, pero tienen dificultades para seguir adelante con su vocación: culturales e incomprensión, económicas… Es necesario que cuenten con la oración de toda la Iglesia, y con nuestro apoyo económico. El día 30 de abril, puede ser un día en el que nos acordemos de ellos, de su vocación, de su formación, de su perseverancia.

Ponte en camino, no esperes más, es el lema que hemos escogido para esta jornada… ¡vamos a apoyarla!