Las Noticias de hoy 3 Diciembre 2022

Enviado por adminideas el Sáb, 03/12/2022 - 12:28

▷70 Mensajes y FRASES para felicitar la NAVIDAD『2022』

Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    sábado, 03 de diciembre de 2022        

Indice:

ROME REPORTS

El Papa: ¿Cómo reconocemos y acogemos al Señor?

“El Estado debe garantizar que la víctima pueda obtener justicia”

‘Fratelli Tutti’: llamados a ser artesanos de la paz

SAN FRANCISCO JAVIER* : Francisco Fernandez Carbajal

Evangelio del sábado: obreros en la mies

“La lucha contra la soberbia ha de ser constante” : San Josemaria

3 de diciembre – Cuarto día de la Novena a la Inmaculada

“¡Vale la pena!” (V): En su pureza original, en su novedad radiante

La necesidad del examen de conciencia cotidiano

Os he llamado amigos (III): Dentro de un gran mapa de relaciones : María del Rincón Yohn

Belleza de la Liturgia (21). ¿Me dejo educar? : José Martínez Colín.

El odio como excusa : Montserrat Gas Aixendri

“En un mundo en el que desaparece la fe, volvemos a los dioses: el dinero, el sexo, el poder y el triunfo” : Enrique Rojas

Estrés y protestas.: José Luis Velayos

Resultados de los tratamientos de transición de género: ¿tranquilizadores o inquietantes? : Julio Tudela Cuenca, Paloma Aznar

«Ciencia, razón y verdad: apuntes para la reflexión bioética en el tercer milenio”. Un homenaje al profesor Dr. Justo Aznar Lucea

Casi tres veces más en valor las importaciones que las exportaciones : Jesús Domingo Martínez

Un triunfo de la voluntad de concordia nacional : Pedro García

Hace 40 años :  Jesús Domingo Martínez

El con sentido y el sinsentido : Domingo Martínez Madrid

¿Dónde está oh muerte tu victoria? : José Morales Martín

El matrimonio en el cristianismo primitivo : primeroscristianos

 

ROME REPORTS

 

 

El Papa: ¿Cómo reconocemos y acogemos al Señor?

Palabras del Santo Padre antes del Ángelus

 

Ángelus 27 de noviembre de 2022 © Vatican Media

 

“¿Cómo reconocemos y acogemos al Señor?”, dijo el Papa Francisco durante la oración del Ángelus de este domingo, 27 de noviembre de de 2022, a los peregrinos y fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.

 

“Tu Señor vendrá. Este es el fundamento de nuestra esperanza” “El Señor viene en las cosas de cada día, porque está ahí, se manifiesta en lo cotidiano “. Exhorta Francisco, “Él está ahí, en nuestro trabajo diario, en un encuentro fortuito, en el rostro de una persona necesitada, incluso cuando afrontamos días que parecen grises y monótonos, justo ahí está el Señor, llamándonos, hablándonos e inspirando nuestras acciones”.

El Papa invita a hacernos una segunda pregunta: “¿cómo reconocemos y acogemos al Señor? Debemos estar despiertos, alertas, vigilantes. Jesús nos advierte: existe el peligro de no darse cuenta de su venida y no estar preparados para su visita”,

Estas fueron las palabras del Papa al introducir la oración mariana:

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Palabras del Papa

Estimados hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡feliz domingo!

En el Evangelio de la Liturgia de hoy escuchamos una hermosa promesa que nos introduce en el Tiempo de Adviento: “Vendrá tu Señor” (Mt 24,42). Tu Señor vendrá. Este es el fundamento de nuestra esperanza, es lo que nos sostiene incluso en los momentos más difíciles y dolorosos de nuestra vida: Dios viene. Dios está cerca y viene. No lo olvidemos nunca. Siempre el Señor viene, el Señor nos visita, el Señor se hace cercano, y volverá al final de los tiempos para acogernos en su abrazo. Ante esta palabra, nos preguntamos: ¿cómo viene el Señor? ¿Y cómo lo reconocemos y acogemos? Detengámonos brevemente en estas dos interrogantes.

La primera pregunta: ¿cómo viene el Señor? Muchas veces hemos oído decir que el Señor está presente en nuestro camino, que nos acompaña y nos habla. Pero tal vez, distraídos como estamos por tantas cosas, esta verdad nos queda sólo en teoría; sí, sabemos que el Señor viene, pero no vivimos esta verdad o nos imaginamos que el Señor viene de una manera llamativa, tal vez a través de algún signo prodigioso. (cf. v. 37). ¿Y qué hicieron en los días de Noé? Porque Él dice “como en los días de Noé”. Simplemente las cosas normales y corrientes de la vida, como siempre: “comían y bebían, tomaban mujeres y tomaban maridos” (v. 38). Tengamos esto en cuenta: Dios se esconde en nuestras vidas, siempre está ahí, se esconde en las situaciones más comunes y corrientes de nuestra vida. No viene en eventos extraordinarios, sino en cosas cotidianas. El Señor viene en las cosas de cada día, porque está ahí, se manifiesta en lo cotidiano. Él está ahí, en nuestro trabajo diario, en un encuentro fortuito, en el rostro de una persona necesitada, incluso cuando afrontamos días que parecen grises y monótonos, justo ahí está el Señor, llamándonos, hablándonos e inspirando nuestras acciones.

Pero, sin embargo, hay una segunda pregunta: ¿cómo reconocemos y acogemos al Señor? Debemos estar despiertos, alertas, vigilantes. Jesús nos advierte: existe el peligro de no darse cuenta de su venida y no estar preparados para su visita. He recordado en otras ocasiones lo que decía San Agustín: “Temo al Señor que pasa” (Serm. 88.14.13), es decir, ¡temo que pase y no lo reconozca! De hecho, de aquellas personas de la época de Noé, Jesús dice que comían y bebían “y no se dieron cuenta de nada hasta que llegó el diluvio y arrastró a todos” (v. 39). Prestemos atención a esto: ¡no se dieron cuenta de nada! Estaban absortos en sus cosas y no se dieron cuenta de que el diluvio se acercaba. De hecho, Jesús dice que cuando Él venga, “habrá dos hombres en el campamento: uno será llevado y el otro dejado” (v. 40). Pero, ¿cuál es la diferencia? ¿En qué sentido? Simplemente que uno estaba vigilante, estaba esperando, capaz de discernir la presencia de Dios en la vida cotidiana; el otro, en cambio, estaba distraído, “apartado”, como si nada y no se daba cuenta de nada.

Hermanos y hermanas, en este tiempo de Adviento, ¡sacudamos el letargo y despertemos del sueño! Preguntémonos: ¿soy consciente de lo que vivo, estoy alerta, estoy despierto? ¿Estoy tratando de reconocer la presencia de Dios en las situaciones cotidianas, o estoy distraído y un poco abrumado por las cosas? Si no somos conscientes de su venida hoy, tampoco estaremos preparados cuando venga al final de los tiempos. Por lo tanto, hermanos y hermanas, ¡permanezcamos vigilantes! Esperando que el Señor venga, esperando que el Señor se acerque a nosotros, porque está ahí, pero esperando: atentos. Y la Virgen Santa, Mujer de la espera, que supo captar el paso de Dios en la vida humilde y oculta de Nazaret y lo acogió en su seno. Nos ayude en este camino a estar atentos para esperar al Señor que está entre nosotros y pasa.

 

 

 

“El Estado debe garantizar que la víctima pueda obtener justicia”

El Santo Padre Francisco a los miembros de la Dirección Central Anticrimen

 

Dirección Central Anticriminal © Vatican Media

 

Este sábado, 26 de noviembre de 2022, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los miembros de la Dirección Central Anticriminal y les ha dirigido el discurso que publicamos a continuación:

 

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Discurso del Santo Padre

Distinguidas señoras y señores, ¡buenos días y bienvenidos!

Quiero agradecer al Jefe de la Policía sus palabras de presentación -gracias de verdad, han sido contundentes- y saludo a todos ustedes, que forman la Dirección Central Anticriminal. Me complace poder reunirme con ustedes justo el día después del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, promovido por las Naciones Unidas. El tema de este año es un llamamiento a la unidad en la lucha por liberar a las mujeres y las niñas de las diferentes formas de violencia, que desgraciadamente es permanente, está extendida y es transversal al cuerpo de la sociedad.

Quiero agradecerles, tanto el trabajo que realizan con compromiso profesional y humano, como el hecho de que, al pedir reunirse conmigo en esta ocasión, llamen la atención de todos sobre la necesidad de aunar esfuerzos por este objetivo de dignidad y civilización.

En primer lugar, gracias por el servicio que presta cada día a la sociedad italiana. Por desgracia, las noticias nos traen continuamente informes sobre la violencia contra las mujeres y las niñas. Y ustedes son un punto de referencia institucional para contrarrestar esta dolorosa realidad. Hay muchas mujeres entre ustedes, y esto es un gran recurso: mujeres que ayudan a otras mujeres, que pueden entenderlas mejor, escucharlas, apoyarlas. Imagino lo exigente que debe ser para vosotras, como mujeres, soportar interiormente el peso de las situaciones que encontráis y que os implican a nivel humano. Pienso en lo valiosa que es una preparación psicológica específica para este trabajo. Y, permítanme añadir, también espiritual, porque sólo en un nivel profundo se puede encontrar y apreciar una serenidad y una calma que permiten transmitir confianza a quienes son presa de la violencia brutal. Esa fuerza interior que Jesucristo nos muestra en su Pasión, y que comunicó a tantas mujeres cristianas, algunas de las cuales veneramos como mártires: desde Ágata y Lucía hasta María Goretti y Sor María Laura Mainetti

Hablando de su responsabilidad institucional, debo tocar otro aspecto importante. Desgraciadamente, muy a menudo las mujeres no sólo se encuentran solas ante determinadas situaciones de violencia, sino que luego, cuando se denuncia el caso, no obtienen justicia, o los tiempos de la misma son demasiado largos, interminables. Aquí es donde debemos estar atentos y mejorar, sin caer en el justicialismo. El Estado debe garantizar el acompañamiento del caso en todas sus fases y que la víctima pueda obtener justicia lo antes posible. Asimismo, hay que “salvar” a las mujeres, es decir, ponerlas a salvo de las amenazas actuales y también de la reincidencia, que por desgracia es frecuente incluso después de una posible condena.

Queridos amigos, como decía, les agradezco que nuestra reunión llame la atención sobre el Día Internacional de este año, que nos llama a unirnos para luchar contra todas las formas de violencia contra las mujeres. En efecto, para ganar esta batalla, no basta con un organismo especializado, por muy eficaz que sea; no basta con luchar y emprender las acciones represivas necesarias. Debemos unirnos, colaborar, trabajar en red: ¡y no sólo una red defensiva, sino sobre todo una red preventiva! Esto es siempre decisivo cuando se trata de eliminar una lacra social que también está ligada a actitudes culturales, mentalidades arraigadas y prejuicios.

Así que tú, con tu presencia, que a veces puede convertirse en un testimonio, también actúas como un estímulo en el cuerpo social: un estímulo para reaccionar, para no resignarse, para actuar. Es una acción -decíamos- ante todo de prevención. Pensamos en las familias. Hemos visto que la pandemia, con el aislamiento forzoso, ha exasperado desgraciadamente ciertas dinámicas dentro del hogar. Las ha exasperado, no las ha creado: de hecho, a menudo se trata de tensiones latentes, que pueden resolverse de forma preventiva en el ámbito educativo. Esta, diría yo, es la palabra clave: educación. Y aquí no se puede dejar sola a la familia. Si la mayor parte de los efectos de la crisis económica y social recaen sobre las familias, y éstas no reciben el apoyo adecuado, no puede sorprendernos que allí, en el ámbito doméstico, cerrado, con tantos problemas, estallen ciertas tensiones. Y aquí es donde se necesita la prevención.

Otro aspecto decisivo: si en los medios de comunicación se proponen constantemente mensajes que alimentan una cultura hedonista y consumista, en la que los modelos, tanto masculinos como femeninos, obedecen a los criterios del éxito, la autoafirmación, la competencia, el poder de atraer a los demás y dominarlos, tampoco aquí podemos entonces, hipócritamente, rasgarnos las vestiduras ante ciertas noticias.

Este tipo de condicionamiento cultural se contrarresta con una acción educativa que sitúa a la persona, con su dignidad, en el centro. Me viene a la mente un santo de nuestro tiempo: Santa Josefina Bakhita. Sabe que la obra de la Iglesia que trabaja con mujeres víctimas de la trata lleva su nombre. La hermana Josephine Bakhita sufrió graves violencias en su infancia y juventud; se redimió plenamente aceptando el Evangelio del amor de Dios y se convirtió en testigo de su poder liberador y sanador. Pero no es la única: hay muchas mujeres, algunas son “santas de la puerta de al lado”, que han sido curadas por la misericordia, la ternura de Cristo, y con sus vidas dan testimonio de que no hay que resignarse, de que el amor, la cercanía, la solidaridad de las hermanas y hermanos puede salvarnos de la esclavitud. Por eso digo: a las chicas y chicos de hoy, les proponemos estos testimonios. En las escuelas, en los grupos deportivos, en los oratorios, en las asociaciones, presentamos historias reales de liberación y de curación, historias de mujeres que han salido del túnel de la violencia y que pueden ayudar a abrir los ojos a los escollos, a las trampas, a los peligros que se esconden detrás de los falsos modelos de éxito.

Queridos amigos, acompaño mi doble “gracias” con una oración por vosotros y por vuestro trabajo. Que la Virgen María y Santa Bakhita intercedan por ti. De corazón os bendigo a todos y a vuestras familias. Y les pido que por favor recen por mí. Gracias.

 

‘Fratelli Tutti’: llamados a ser artesanos de la paz

Discurso del Papa en la 98ª Asamblea de la Unión de Superiores Generales

 

98ª Asamblea de la Unión de Superiores Generales © Vatican Media

Este sábado, 26 de noviembre de 2022, en el Aula del Sínodo del Palacio Apostólico, el Santo Padre Francisco ha recibido en Audiencia a los participantes en la 98ª Asamblea de la Unión de Superiores Generales (U.S.G.) sobre el tema: “Fratelli Tutti: llamados a ser artesanos de la paz”, que se ha celebrado del 23 al 25 de noviembre en la Fraterna Domus de Roma.

Publicamos a continuación el discurso que el Papa preparó para la ocasión y que pronunció ante los presentes en la Audiencia.

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Discurso del Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!

Me alegra acogeros a todos, miembros de la Unión de Superiores Generales, con el Arzobispo Secretario del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Agradezco al Padre Arturo Sosa sus amables palabras.

En vuestra Asamblea, sobre la base de la Encíclica “Fratelli Tutti”, abordasteis el tema “Llamados a ser artesanos de la paz”. Es una llamada urgente que nos concierne a todos, especialmente a las personas consagradas: ser artesanos de la paz, de esa paz que el Señor nos ha dado y que nos hace sentir a todos como hermanos: “Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo” (Jn 14,27).

¿Qué es la paz que nos da Jesús y en qué se diferencia de la que da el mundo? En estos tiempos, cuando oímos la palabra “paz”, pensamos sobre todo en una situación de no guerra o de fin de guerra, en un estado de tranquilidad y bienestar. Esto -lo sabemos- no se corresponde plenamente con el significado de la palabra hebrea shalom, que, en el contexto bíblico, tiene un significado más rico.

La paz de Jesús es ante todo su don, fruto de la caridad, nunca es una conquista humana; y, a partir de este don, es el conjunto armónico de las relaciones con Dios, con uno mismo, con los demás y con la creación. La paz es también la experiencia de la misericordia, el perdón y la benevolencia de Dios, que nos hace capaces a su vez de ejercer la misericordia, el perdón, rechazando toda forma de violencia y opresión. Por eso, la paz de Dios como don es inseparable de ser constructores y testigos de la paz; como dice Fratelli Tutti, “artesanos de la paz dispuestos a iniciar procesos de sanación y de encuentro renovado con ingenio y audacia” (nº 225).

Como nos recuerda San Pablo, Jesús derribó el muro de enemistad entre los hombres, reconciliándolos con Dios (cf. Ef 2,14-16). Esta reconciliación define las modalidades de ser “artífices de la paz” (Mt 5,9), porque ésta -como dijimos- no es simplemente la ausencia de guerra o incluso el equilibrio entre fuerzas opuestas (cf. Gaudium et spes, 78). Más bien, se fundamenta en el reconocimiento de la dignidad de la persona humana y requiere un orden al que contribuyen inseparablemente la justicia, la misericordia y la verdad (cf. Fratelli tutti, 227

“Hacer la paz” es, por tanto, un oficio, que debe hacerse con pasión, paciencia, experiencia, tenacidad, porque es un proceso que se prolonga en el tiempo (cf. ibíd., 226). La paz no es un producto industrial, sino un trabajo artesanal. No se consigue mecánicamente, necesita la hábil intervención del hombre. No se construye en serie, sólo con el desarrollo tecnológico, sino que requiere el desarrollo humano. Por eso los procesos de paz no pueden delegarse en los diplomáticos o en los militares: la paz es responsabilidad de todos y cada uno.

“Bienaventurados los pacificadores” (Mt 5,9). Dichosos los consagrados si nos comprometemos a sembrar la paz con nuestras acciones cotidianas, con actitudes y gestos de servicio, de fraternidad, de diálogo, de misericordia; y si en la oración invocamos incesantemente de Jesucristo “nuestra paz” (Ef 2,14) el don de la paz. Así, la vida consagrada puede convertirse en profecía de este don, si las personas consagradas aprenden a ser artesanos de él, empezando por sus propias comunidades, construyendo puentes y no muros dentro y fuera de la comunidad. Cuando todos contribuyen cumpliendo su deber con caridad, hay paz en la comunidad. El mundo también nos necesita a los consagrados como artesanos de la paz.

Esta reflexión sobre la paz, hermanos, me lleva a considerar otro aspecto característico de la vida consagrada: la sinodalidad, ese proceso en el que todos estamos llamados a entrar como miembros del pueblo santo de Dios. Como personas consagradas, pues, estamos especialmente llamados a participar en él, ya que la vida consagrada es sinodal por su propia naturaleza. También tiene muchas estructuras que pueden favorecer la sinodalidad: pienso en los capítulos -general, provincial o regional, y local-, las visitas fraternas y canónicas, las asambleas, las comisiones y otras estructuras propias de cada instituto.

Agradezco a quienes han ofrecido y ofrecen su contribución a este viaje, en los distintos niveles y ámbitos de participación. Gracias por hacer oír vuestra voz como personas consagradas. Pero, como bien sabemos, no basta con tener estructuras sinodales: es necesario “revisitarlas”, preguntándonos en primer lugar: ¿cómo se preparan y utilizan estas estructuras?

En este contexto, la forma de ejercer el servicio de la autoridad también debe ser vista y quizás revisada. De hecho, hay que estar alerta ante el peligro de que degenere en formas autoritarias, a veces despóticas, con abusos de conciencia o espirituales que también son terreno abonado para los abusos sexuales, porque ya no se respetan las personas y sus derechos. Y, además, se corre el riesgo de que la autoridad se ejerza como un privilegio, para quien la ostenta o para quien la apoya, por lo tanto también como una forma de complicidad entre las partes, para que cada uno haga lo que quiera, favoreciendo así paradójicamente una especie de anarquía, que tanto daño hace a la comunidad.

Espero que el servicio de la autoridad se ejerza siempre con un estilo sinodal, respetando el derecho propio y las mediaciones que éste prevé, para evitar el autoritarismo, los privilegios o el “dejar hacer”; favoreciendo un clima de escucha, de respeto a los demás, de diálogo, de participación y de compartir. Las personas consagradas, con su testimonio, pueden aportar mucho a la Iglesia en este proceso de sinodalidad que estamos viviendo. Siempre que seáis los primeros en vivirlo: caminar juntos, escuchar al otro, valorar la variedad de dones, ser comunidades acogedoras.

En esta perspectiva, las vías de evaluación de la idoneidad y la aptitud también forman parte de ella, para que la renovación generacional en la dirección de los institutos pueda producirse de la mejor manera posible. Sin improvisación. De hecho, la comprensión de los problemas actuales, que a menudo son inéditos y complejos, requiere una formación adecuada, pues de lo contrario no se sabe hacia dónde ir y se “navega a la vista”. Además, una reorganización o reconfiguración del instituto debe hacerse siempre con vistas a salvaguardar la comunión, para no reducirlo todo a fusiones de circunscripciones, que entonces pueden no ser fácilmente manejables o causar conflictos. En este sentido, es importante que los superiores estén atentos para evitar que cualquier persona no esté bien ocupada, porque esto no sólo perjudica a los sujetos, sino que genera tensiones en la comunidad.

Queridos hermanos y hermanas, ¡gracias por este encuentro! Os deseo que llevéis a cabo vuestro servicio con serenidad y fecundidad, y que seáis artesanos de la paz. Que la Virgen os acompañe. Os bendigo a todos de corazón. Y les pido que por favor recen por mí.

 

SAN FRANCISCO JAVIER*

Memoria

— El celo apostólico de San Francisco Javier.

— Ganar nuevos apóstoles para Cristo.

— La eficacia apostólica de nuestra vida.

I. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?1. Estas palabras de Jesús se metieron hondamente en el alma de San Francisco Javier y le llevaron a un cambio radical de vida.

¿De qué servirían todos los tesoros de esta vida, si dejáramos pasar lo esencial? ¿Para qué querríamos éxitos y aplausos, triunfos y premios, si al final no encontráramos a Dios? Todo habría sido engaño, pérdida de tiempo: el fracaso más completo. Comprendió Javier el valor de su alma y de las almas de los demás, y Cristo llegó a ser el centro verdadero de su vida. Desde entonces, el celo por las almas fue en él «una apasionada impaciencia»2. Sintió en su alma el apremio incontenible de la salvación del mundo entero y estuvo dispuesto a dar su vida por ganar almas para Cristo3.

La impaciencia santa que consumió el corazón de San Francisco le hizo escribir, cuando se encontraba ya en el lejano Oriente, estas palabras que expresan bien lo que fue su vida: «... y los cristianos nativos, privados de sacerdotes, lo único que saben es que son cristianos. No hay nadie que celebre para ellos la Misa, nadie que les enseñe el Credo, el Padrenuestro... Por eso, desde que he llegado aquí, no me he dado momento de reposo: me he dedicado a recorrer las aldeas, a bautizar a los niños que no habían recibido aún este sacramento. De este modo, purifiqué a un número ingente de niños que, como suele decirse, no sabían distinguir la mano derecha de la izquierda. Los niños no me dejaban recitar el Oficio divino ni comer ni descansar, hasta que les enseñaba alguna oración»4.

El Santo contemplaba como nosotros hoy- el panorama inmenso de tantas gentes que no tienen quien les hable de Dios. Siguen siendo una realidad en nuestros días las palabras del Señor: La mies es mucha y los operarios, pocos5. Esto le hacía escribir a Javier, con el corazón lleno de un santo celo: «Muchos, en estos lugares, no son cristianos, simplemente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las Universidades de Europa, principalmente la de París, y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: “¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del Cielo y se precipitan en el infierno!”.

»¡Ojalá pusieran en este asunto el mismo interés que ponen en sus estudios! Con ello podrían dar cuenta a Dios de su ciencia y de los talentos que se les han confiado. Muchos de ellos, movidos por estas consideraciones y por la meditación de las cosas divinas, se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando a un lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedicarían por entero a la voluntad y al querer de Dios, diciendo de corazón: Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? Envíame donde Tú quieras, aunque sea hasta la India»6.

Este mismo celo debe arder en nuestro corazón. Pero de modo ordinario el Señor quiere que lo ejercitemos allí donde nos encontramos: en la familia, en medio del trabajo, con nuestros amigos y compañeros. «Misionero. -Sueñas con ser misionero. Tienes vibraciones a lo Xavier: y quieres conquistar para Cristo un imperio. ¿El Japón, China, la India, Rusia..., los pueblos fríos del norte de Europa, o América, o África, o Australia?

»Fomenta esos incendios en tu corazón, esas hambres de almas. Pero no me olvides que eres más misionero “obedeciendo”. Lejos geográficamente de esos campos de apostolado, trabajas “aquí” y “allí”: ¿no sientes ¡como Xavier! el brazo cansado después de administrar a tantos el bautismo?»7. ¡Cuántas gentes con el corazón y el alma pagana encontramos en nuestras calles y plazas, en la Universidad, en el comercio, en la política ...!

II. Y les dijo: Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura8. Todos los cristianos debemos sentirnos urgidos a dar cumplimiento a estas palabras dondequiera que nos encontremos, con valentía, con audacia, como nos lo recuerda Juan Pablo II: «los cristianos estamos llamados a la valentía apostólica, basada en la confianza en el Espíritu»9. Miramos a nuestro alrededor y nos damos cuenta de que son muchedumbre los que no conocen aún a Cristo. Incluso muchos que fueron bautizados viven como si Cristo no los hubiera redimido, como si Él no estuviera realmente presente en medio de nosotros. ¡Cuántos andan hoy como aquellos que atraían la misericordia de Jesús, porque andaban como ovejas sin pastor10, sin una dirección precisa en sus vidas, desorientados, perdiendo lo mejor de su tiempo porque no saben a dónde ir! También nosotros nos llenamos de compasión, como hacía el Señor, por esas personas que, aunque humanamente parecen triunfar en ocasiones, están en el mayor de los fracasos porque no sienten ni se comportan como hijos de Dios que se dirigen hacia la Casa del Padre. ¡Qué pena si alguno dejara de encontrar al Maestro por nuestra omisión, por la falta de ese espíritu apostólico!

Debemos comunicar nuestro celo por las almas a otros para que a su vez sean mensajeros de la Buena Nueva que Cristo ha dejado al mundo. De mil formas diferentes, con unas palabras u otras, con una conducta ejemplar siempre, hemos de hacer eco a aquellas palabras que el Papa Juan Pablo II pronunció en el lugar de nacimiento de San Francisco, en Javier: «Cristo necesita de vosotros y os llama para ayudar a millones de hermanos vuestros a ser plenamente hombres y salvarse. Vivid con esos nobles ideales en vuestra alma y no cedáis a la tentación de las ideologías de hedonismo, de odio y de violencia que degradan al hombre. Abrid vuestro corazón a Cristo, a su ley de amor; sin condicionar vuestra disponibilidad, sin miedo a respuestas definitivas, porque el amor y la amistad no tienen ocaso»11, duran para siempre. Y si alguna vez no sabemos qué decir a nuestros amigos y parientes para que se sientan comprometidos en esta tarea divina, la más alegre de todas, pensemos en cómo fue ganado Javier para la empresa grande que el Señor le preparaba, mientras realizaba sus estudios: «¿Razones?... ¿Qué razones daría el pobre Ignacio al sabio Xavier?»12. Pocas y pobres para operar el cambio profundo en el alma del amigo. Hemos de ser audaces y confiar siempre en la gracia, en la ayuda de la Virgen y de los Santos Ángeles Custodios.

Pidamos al Señor que despierte en nosotros el amor ardiente que inflamó a San Francisco Javier en el celo por la salvación de las almas...13. Pidamos a Santa María que sean muchos los que arrastremos con nosotros para que se conviertan a su vez en nuevos apóstoles.

III. San Francisco Javier, como han hecho todas las almas santas, pedía siempre a los destinatarios de sus cartas «la ayuda de sus oraciones»14, pues el apostolado ha de estar fundamentado en el sacrificio personal, en la oración propia y en la de los demás. En todo momento, pero de modo particular si alguna vez las circunstancias nos impidieran llevar a cabo un apostolado más directo, hemos de tener muy presente la eficacia de nuestro dolor, del trabajo bien hecho, de la oración.

Santa Teresa de Lisieux, intercesora de las misiones, junto a San Francisco Javier, a pesar de no haber salido del convento sentía con fuerza el celo por la salvación de todas las almas, también las más lejanas. Experimentaba en su corazón las palabras de Cristo en la Cruz, tengo sed, y encendía su corazón en deseos de llegar a los lugares más apartados. «Quisiera escribe recorrer la tierra predicando vuestro Nombre y plantando, Amado mío, en tierra infiel vuestra gloriosa Cruz. Mas no me bastaría una sola misión, pues desearía poder anunciar a un tiempo vuestro Evangelio en todas las partes del mundo, hasta en las más lejanas islas. Quisiera ser misionera, no solo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo, y continuar siéndolo hasta la consumación de los siglos»15. Y cuando, encontrándose ya muy enferma, daba un breve paseo, y una hermana, al ver su fatiga, le recomendó descansar, respondió la Santa: «¿Sabe lo que me da fuerzas? Pues bien, ando para un misionero. Pienso que allá muy lejos puede haber uno casi agotado de fuerzas en sus excursiones apostólicas, y para disminuir sus fatigas, ofrezco las mías a Dios»16. Y hasta esos lugares llegó su oración y su sacrificio.

El celo por las almas también se ha de manifestar en todas las ocasiones. No pueden ser disculpa la enfermedad, la vejez o el aparente aislamiento. A través de la Comunión de los Santos podemos llegar muy lejos. Tan lejos como grande sea nuestro amor a Cristo. Entonces, la vida entera, hasta el último aliento aquí en la tierra, habrá servido para llevar almas al Cielo, como sucedió a San Francisco, que moría frente a las costas de China, anhelando poder llevar a esas tierras la Buena Nueva de Cristo. Ninguna oración, ningún dolor ofrecido con amor, se pierde: todos, de un modo misterioso pero real, producen su fruto. Ese fruto que un día, por la misericordia de Dios, veremos en el Cielo y nos llenará de una dicha incontenible.

1 Mc 8, 36. — 2 Juan Pablo II, Discurso en Javier, 6-XI-1982. — 3 Cfr. F. Zubillaga, Cartas y escritos de San Francisco Javier, BAC, Madrid 1953, 54, 4. — 4 Liturgia de las Horas. De las Cartas de San Francisco Javier a San Ignacio. — 5 Mt 9, 37. — 6 Liturgia de las Horas, loc. cit. — 7 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 315. — 8 Mc 16, 15. — 9 Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 7-XII-1990, n. 30. — 10 Mt 9, 36. — 11 Juan Pablo II, Discurso en Javier, cit. — 12 San Josemaría Escrivá, o. c., n. 798. — 13 Oración después de la comunión. — 14 Cfr. Juan Pablo II, Discurso en Javier, cit. — 15 Santa Teresa de Lisieux, Historia de un alma, ed. del P. Bruno de San José, El Monte Carmelo, 2ª. ed., Burgos 1974, XI, 13. — 16 Ibídem, XII, 9.

San Francisco nació en el castillo de Javier el 7 de agosto de 1506. Estudió en París, donde conoció a San Ignacio de Loyola. Fue uno de los miembros fundadores de la Compañía de Jesús. Ordenado sacerdote en Roma en 1537, se dedicó principalmente a llevar a cabo obras de caridad, En 1541 marchó a Oriente, y durante diez años evangelizó incansablemente la India y el Japón, convirtiendo a muchos. Murió el año 1552, en la isla de Shangchuan, en China.

 

 

Evangelio del sábado: obreros en la mies

Comentario del sábado de la 1.ª semana de Adviento. “Rogad al señor que envíe obreros a su mies”. El evangelio habla del presente. Hoy nos invita a pedir que haya vocaciones en la Iglesia: de auténticos cristianos, de sacerdotes, de personas célibes y consagradas.

03/12/2022

Evangelio (Mt 9,35-38; 10,1.6-8)

Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Entonces les dijo a sus discípulos: — La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al señor de la mies que envíe obreros a su mies.

Habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio potestad para expulsar a los espíritus impuros y para curar todas las enfermedades y dolencias. Id primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id y predicad: «El Reino de los Cielos está al llegar». Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, expulsad los demonios. Gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente.


Comentario

Recorriendo todas las ciudades y aldeas, Jesús se da cuenta de que hay muchos enfermos por curar y muchos oídos sedientos de escuchar el Evangelio del Reino. Nos dice Mateo que, al ver a toda la gente, el Señor se “llenó de compasión” y, con entrañas de misericordia, expresa el deseo de compartir este sentimiento con otros corazones. “Rogad al señor que envíe obreros a su mies”, personas que puedan ayudarle a cargar con el peso de las almas.

Cuando leemos estas palabras tal vez pensemos, en primer lugar, en la necesidad de que haya vocaciones a una entrega total en el sacerdocio, el celibato o a la vida consagrada; mientras nosotros colaboraremos como podamos.

Es verdad que, llamando a los Doce, Jesús transmite una potestad especial para algunas tareas determinadas y necesarias para la vida de la Iglesia, como la celebración de los sacramentos.

Pero es a todos los bautizados a quienes el Señor nos pide que participemos en la misión de llevar el Evangelio con nuestra vida hasta los confines de la tierra. “Si luchamos diariamente por alcanzar la santidad cada uno en su propio estado dentro del mundo y en el ejercicio de la propia profesión, en nuestra vida ordinaria, me atrevo a asegurar que también a nosotros el Señor nos hará instrumentos capaces de obrar milagros y, si fuera preciso, de los más extraordinarios”. (San Josemaría, Amigos de Dios n.262)

Podemos pedir a Dios que nos conceda una mirada sobre el mundo y sobre las personas a la medida de sus ojos misericordiosos. Así, nos llenaremos de una santa compasión hacia aquellos que están “maltratados y abatidos” y podremos acercarles el amor de Dios por ellos.

 

“La lucha contra la soberbia ha de ser constante”

“Es muy grande cosa saberse nada delante de Dios, porque así es” (Surco, 260).

3 de diciembre

El otro enemigo, escribe San Juan, es la concupiscencia de los ojos, una avaricia de fondo, que lleva a no valorar sino lo que se puede tocar. Los ojos que se quedan como pegados a las cosas terrenas, pero también los ojos que, por eso mismo, no sabe descubrir las realidades sobrenaturales. Por tanto, podemos utilizar la expresión de la Sagrada Escritura, para referirnos a la avaricia de los bienes materiales, y además a esa deformación que lleva a observar lo que nos rodea –los demás, las circunstancias de nuestra vida y de nuestro tiempo– sólo con visión humana.

Los ojos del alma se embotan; la razón se cree autosuficiente para entender todo, prescindiendo de Dios. Es una tentación sutil, que se ampara en la dignidad de la inteligencia, que Nuestro Padre Dios ha dado al hombre para que lo conozca y lo ame libremente. Arrastrada por esa tentación, la inteligencia humana se considera el centro del universo, se entusiasma de nuevo con el seréis como dioses y, al llenarse de amor por sí misma, vuelve la espalda al amor de Dios.

(...) La lucha contra la soberbia ha de ser constante, que no en vano se ha dicho gráficamente que esa pasión muere un día después de que cada persona muera. Es la altivez del fariseo, a quien Dios se resiste a justificar, porque encuentra en él una barrera de autosuficiencia. Es la arrogancia, que conduce a despreciar a los demás hombres, a dominarlos, a maltratarlos: porque donde hay soberbia allí hay ofensa y deshonra(Es Cristo que pasa, 6)

 

 

3 de diciembre – Cuarto día de la Novena a la Inmaculada

 

Reflexiones para meditar durante la novena de preparación a la festividad de la Inmaculada Concepción. Los temas propuestos son: el perdón de todos los hombres; el don de llorar; ser consuelo de Dios.

03/12/2022


SEGURAMENTE, parte de la vida de la Sagrada Familia, como en toda familia, fue consolar a Jesús cuando lo necesitaba, especialmente siendo un niño pequeño. Por eso, cuando el Señor dijo «bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mt 5,4), puede haber sucedido que vinieran a su mente recuerdos de su madre. Ella le había acompañado en tantos momentos; un consuelo que ahora también ofrece a todos sus hijos. En este cuarto día de la Novena a la Inmaculada, podemos contemplar esa escena en la que María quiso, de alguna manera, pedir perdón por los pecados de todos los hombres: la presentación del Niño y su propia purificación en el Templo.

María y José llegan a Jerusalén con el niño Jesús en brazos. Han pasado cuarenta días desde su nacimiento y se acercan al Templo para cumplir con el rito de la presentación del primogénito y la purificación de la madre. En realidad, ella no necesitaba realizar este rito, pues no tenía ningún pecado que limpiar: ella era la Inmaculada. Pero lo hace para acompañarnos a nosotros, para que aprendamos a llorar nuestras culpas, y así, desde ese dolor, unirnos a la entrega de su hijo. La Sagrada Familia no va al Templo simplemente para cumplir lo establecido; acude para pedir perdón por los pecados de toda la humanidad, para implorar la misericordia y el consuelo que este mundo necesita. La Virgen María no se conforma con no ofender a Dios; quiere que todos los hombres y mujeres –todos sus hijos e hijas– descubramos la felicidad del amor divino y no caigamos en el engaño y el dolor del pecado.

«No pidas a Jesús perdón tan solo de tus culpas –decía san Josemaría–: no le ames con tu corazón solamente… Desagráviale por todas las ofensas que le han hecho, le hacen y le harán..., ámale con toda la fuerza de todos los corazones de todos los hombres que más le hayan querido»[1]. María nos puede ayudar a mirar nuestro corazón herido –y el de los demás– y a dejarnos traspasar por el dolor del pecado. Ella nos ofrecerá el consuelo necesario para que las lágrimas no se transformen en tristeza, sino en deseos de reparar y de recomenzar cuantas veces sea necesario.


EN EL TEMPLO se encontraba un anciano llamado Simeón. Él tuvo la oportunidad de sostener entre sus brazos al niño y de ver en él «la consolación de Israel» (Lc 2,25). Efectivamente, «en toda la vida de Cristo, la predicación del Reino fue un ministerio de consolación: anuncio de un alegre mensaje a los pobres, proclamación de libertad a los oprimidos, de curación a los enfermos, de gracia y de salvación a todos»[2]. Pero para abrirnos a ese consuelo es necesario antes admitir nuestra fragilidad. A veces puede ser más sencillo esconder la debilidad, vivir como si no existiera. Ante el miedo a mostrarnos vulnerables, quizás preferimos no llorar, y esta actitud nos puede llevar a no afrontar los problemas, a rechazar la ayuda que el Señor y los demás podrían ofrecernos.

La Virgen María nos enseña a llorar, a reconocer nuestro pecado para acoger el consuelo de Dios. No es un llanto cualquiera, sino aquel que se duele por el daño que hemos hecho o el bien que hemos dejado de hacer. «Este es el llanto por no haber amado, que brota porque la vida de los demás importa. Aquí se llora porque no se corresponde al Señor que nos ama tanto, y nos entristece el pensamiento del bien no hecho; este es el significado del pecado. Estos dicen: “He herido a la persona que amo”, y les duele hasta las lágrimas. ¡Bendito sea Dios si estas lágrimas vienen!»[3]. Podemos pedir a María Inmaculada que nos dé el mismo llanto suyo, el de san Pedro en la Pasión, y el de tantos santos y santas, que les llevó a reconocer su debilidad y a querer a Jesús con un amor renovado.


SIMEÓN, después de bendecir a los padres de Jesús, se dirigió a María y le dijo: «Mira, este ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción –y a tu misma alma la traspasará una espada–, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,34-35). Santa María, madre de todos en la Iglesia, nos lleva a compartir el sufrimiento ajeno; a dejarnos atravesar el alma por los dolores que puedan afrontar los demás. Así es como nos convertimos en consuelo de Dios, ya que él mismo se derrama en nuestros corazones para que se desborde a nuestro alrededor.

El Señor se apoya en los hombres y mujeres para mostrar su compasión. Cuando Jerusalén se encontraba destruida, Dios mandó a sus profetas con el siguiente mensaje: «Consolad, consolad a mi pueblo –dice vuestro Dios–. Hablad al corazón de Jerusalén y gritadle que se ha cumplido su servidumbre, y ha sido expiada su culpa; que ha recibido de mano del Señor el doble por todos sus pecados» (Is 40,1-2). E, incluso, se compara a una madre: «Como alguien a quien su madre consuela, así yo os consolaré, y en Jerusalén seréis consolados» (Is 66,13).

El mayor consuelo que podemos ofrecer a los demás, como hicieron los profetas, es recordar que Dios nos perdona siempre. Él «no nos trata según nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas» (Sal 103,10), canta el salmista. Así es cómo la tristeza, aun en medio del dolor, se transforma en gozo, por la esperanza del perdón. Esto es lo que le ocurrió a María Inmaculada en el Calvario, cuando se cumplió la profecía de Simeón. Estaba atravesada de dolor al ver a su Hijo en la cruz y, con él, todas las ofensas del mundo entero. Pero, al mismo tiempo, su presencia llenó de consuelo a Juan y las demás mujeres –a nosotros también–, al invitar a dirigir nuestra mirada a la resurrección. Por eso serán bienaventurados los que lloran, porque María les consolará recordando la victoria de su Hijo sobre el pecado y la muerte.


[1] San Josemaría, Camino, n. 402.

[2] San Juan Pablo II, 13-VIII-1989.

[3] Francisco, Audiencia, 12-II-2020.

 

 

“¡Vale la pena!” (V): En su pureza original, en su novedad radiante

El Señor prometió que el Espíritu Santo acompañaría a su Iglesia para que fuera fiel, es decir, atenta a transmitir lo recibido en un diálogo permanente con cada época. Ese es también el modo en que el Opus Dei camina a lo largo de la historia.

30/11/2022

«Os he dicho estas cosas para que cuando llegue la hora os acordéis de que ya os las había anunciado» (Jn 16,4). Estas palabras que Jesús pronuncia durante la Última Cena se proyectan decididamente hacia el futuro: hacen que hoy leamos su oración sacerdotal como dirigidas a nosotros, como una suerte de testamento siempre vivo. Gran parte de lo que el Señor confía a sus discípulos en esos últimos momentos se refiere al envío del Espíritu Santo: «Cuando venga Aquel, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia toda la verdad, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que va a venir» (Jn 16,13). Esta tensión hacia el futuro nos debe llevar a preguntarnos, en todo momento: «¿Qué espera hoy el Señor de nosotros, los cristianos?». Es la pregunta que se hacía el prelado del Opus Dei, pocos meses después de recibir ese encargo del Señor. Y respondía: «Que salgamos al encuentro de las inquietudes y necesidades de las personas, para llevar a todos el Evangelio en su pureza original y, a la vez, en su novedad radiante»[1].

Dios se sigue entregando a los hombres

La pasión, muerte y resurrección de Jesús, núcleo de la Revelación de Dios a los hombres, sucedió en un lugar concreto y en un momento histórico preciso. Sin embargo, no se trata de un acontecimiento que haya pasado a la historia, como sucede con todo lo demás: el misterio pascual continúa dando fruto hoy. De hecho, la Eucaristía, que es la forma sacramental de esos eventos, no es solamente un recuerdo, sino que es memoria, en el sentido bíblico de la expresión: hace presente este misterio en todos los tiempos; es entrega —traditio— del amor misericordioso del Padre al mundo. Aunque vuelve a presentar un acontecimiento histórico concreto, la Eucaristía nos muestra que el valor de la Pascua rompe las barreras del tiempo para insertarse en nuestros días. Y eso no sucede solamente con este núcleo de la manifestación de Dios, sino, en cierta manera, con todas las enseñanzas de Jesús: él nos confía la tarea de entregar —tradere— esa Buena Noticia en cada momento de la historia (cfr. Mt 28,19-20).

Esta misión, por la cual «la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto, perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que es, todo lo que cree»[2], implica necesariamente un progreso. Aunque con frecuencia se considera esta noción como opuesta a la de tradición, se trata de un malentendido. En realidad, ambas expresan un movimiento armónico: tanto transmitir como progresar indican apertura a la historia. Y eso es lo que hace la Iglesia cuando camina entregando su vida a los hombres y mujeres de cada época. El protagonista de esta tradición, de esta entrega, es el Espíritu Santo, que hace eternas en la historia las palabras de Jesús; y también él es el protagonista del progreso, especialmente a través de la vida de cada uno de los santos, que «pone de manifiesto y da a conocer aspectos siempre nuevos del mensaje evangélico»[3].

La frescura de los orígenes

Este modo de ser de la Iglesia se replica en cada una de las realidades vivas que conforman el único Cuerpo de Cristo. Es también, por tanto, el modo de ser del Opus Dei, «viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo»[4]. En la Obra, como en la Iglesia, tradición y progreso forman un todo armónico, como lo forman también santidad y apostolado. La santidad, en efecto, se expresa en la fidelidad a un espíritu recibido de Dios, y el apostolado se desarrolla en medio de un mundo necesariamente cambiante. Esta armonía es un fruto del Espíritu Santo, que nos impulsa tanto a valorar las enseñanzas recibidas, como a renovar nuestra ilusión por abrir nuevos caminos para llevar el Evangelio al corazón de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Cuando lo que se transmite es una vida, un espíritu, un modo de ser, la fidelidad se realiza necesariamente desde la apertura a la historia. Lo que la Iglesia entrega a cada época no son objetos, cosas inanimadas, sino una forma viva, la forma Christi que está llamada a transformar cada cultura desde dentro. Quien, al anunciar el Evangelio, renunciara a comprender la situación histórica de su interlocutor y la situación histórica de la sociedad en la que se mueve, preocupándose solo de enseñar una doctrina abstracta, como fijada de una vez por todas, no estaría transmitiendo fielmente el mensaje de Jesucristo.

En la traditio evangelii, la transmisión del Evangelio, la fidelidad se asemeja a la continuidad de un río vivo, caudaloso, que nos pone en contacto con la frescura de los orígenes. Benedicto XVI explicaba cómo el Espíritu Santo asegura «el vínculo entre la experiencia de la fe apostólica, vivida en la comunidad original de discípulos, y la experiencia actual de Cristo en su Iglesia (…). La tradición —continuaba— no es transmisión de cosas o palabras, una colección de cosas muertas. La tradición es el río vivo que nos conecta con los orígenes, el río vivo en el que los orígenes están siempre presentes»[5].

El Opus Dei transmite al mundo un espíritu, un estilo cristiano de vida, una comprensión de la profunda relación filial con Dios que se origina en el Bautismo. Este espíritu, como la Tradición de la Iglesia de la que forma parte, no puede ni debe ser codificado y especificado en todos sus aspectos. Además, alguna concreción de hoy no necesariamente seguirá vigente mañana, porque lo que se transmite a lo largo del tiempo no es tanto eso como un espíritu filial por el que vivimos en Cristo, capaz de dar vida en cada nueva situación que la historia presenta. «Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio —ha escrito el Papa Francisco— brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual»[6].

Unaggiornamento en la vida personal

Jesús encomendó a sus discípulos la tarea de llegar a todos los hombres y a todos los pueblos, conociendo su cultura y su contexto. Para expresar este desafío se utiliza a menudo la palabra italiana aggiornamento, que literalmente significa renovarse, ponerse al día. La utilizaron, por ejemplo, san Juan XXIII y sus sucesores para referirse a la misión del Concilio Vaticano II. En sí mismo, el término expresa la solicitud por no perder relevancia, por estar en sintonía con lo que la gente entiende o experimenta. Sin embargo, hubo quien empobreció su significado abogando porque la Iglesia se «pusiese al día», en el sentido de plegarse simplemente a las circunstancias de los tiempos, como quien «ajusta» su mensaje a las exigencias de las distintas novedades, perdiendo a fin de cuentas el mensaje mismo.

San Josemaría no tardó en salir al paso de esta segunda comprensión del término. En varias ocasiones, advirtió que no es la Iglesia la que debe adaptarse a los tiempos, sino que es cada época la que necesita descubrir el mensaje salvador de Jesucristo: «El aggiornamento —decía, debe hacerse, antes que nada, en la vida personal, para ponerla de acuerdo con esa vieja novedad del Evangelio»[7]. Añadía, además, que una persona que vive el espíritu del Opus Dei, en la medida en que trabaja en medio del mundo y está plenamente incorporado en los procesos de la sociedad, debería estar naturalmente al día, aggiornato, actualizando también de esta manera su misión.

Este dinamismo de la fidelidad, ha explicado el Prelado del Opus Dei, se realiza sobre todo como un «aggiornamento natural»: el de una persona que encarna el espíritu que transmitió san Josemaría. «Es, sobre todo, en el ámbito del apostolado personal —que es el principal en la Obra—, y en el de orientar con sentido cristiano las profesiones, las instituciones y las estructuras humanas, donde procuramos poner iniciativa y creatividad, para llegar al trato de sincera amistad con numerosas personas y llevar la luz del Evangelio a la sociedad»[8].

Las personas que procuran encarnar el espíritu del Opus Dei están habitualmente predispuestas, por su misma vocación, a esta «continuidad creativa». Sin embargo, esa disposición no es automática: para ser creativos, es necesario «conocer en profundidad el tiempo en el que vivimos, las dinámicas que lo atraviesan, las potencialidades que lo caracterizan, y los límites y las injusticias, a veces graves, que lo aquejan»[9]. Si la idea de «adaptación» hace pensar en una serie de fuerzas que empujan desde fuera, pidiendo moldearse a las nuevas exigencias de los tiempos, expresiones como «fidelidad dinámica» o «continuidad creativa» miran más bien a una actividad desde dentro, desde una vida interior vibrante, por la que cada uno piensa y actúa con creatividad, en un diálogo constante con la realidad que lo rodea.

La creatividad está, pues, estrechamente ligada a la «profesionalidad» en el sentido más genuino del término; estimula la inteligencia —intus legere, leer dentro— con la que se penetra en las cosas, sin quedarse en la superficie. La creatividad es fruto del amor al mundo y a las personas, porque implica el esfuerzo de buscar nuevos caminos, sin ceder a la facilidad de una repetición literal de lo adquirido, que siempre es menos exigente para uno mismo y menos eficaz para los demás. La creatividad es, en fin, fruto de la oración sincera: solo mirando a Jesús, centro de la historia, se pueden encontrar nuevas claves para entrar en el corazón de nuestros contemporáneos.

El discípulo hará obras mayores

Al estudiar cómo la doctrina cristiana se va desplegando a lo largo del tiempo, san John Henry Newman se dio cuenta de que la entera predicación de Jesús contenía, como una semilla, todo lo que el cristianismo llegaría a ser a lo largo de la historia[10]. Se entiende así cómo, al igual que una semilla germina y florece en función de la calidad del suelo, de las condiciones climáticas y de las circunstancias ambientales, el cristianismo ha dado lugar, a lo largo de la historia, a fenómenos aparentemente inéditos que en realidad no son absolutamente nuevos, porque estaban contenidos en la semilla. Sin embargo, está claro que aquellos frutos, con sus colores y sus fragancias, necesitaban de un tiempo oportuno y de las condiciones favorables para que pudieran llegar a ser posibles.

La fe de los primeros discípulos en la presencia real del cuerpo de Cristo en la Eucaristía, por ejemplo, fue la semilla que fructificaría mucho tiempo después en forma de culto eucarístico fuera de la Santa Misa, en la construcción de Iglesias, o en nuestra adoración ante los sagrarios. Sin embargo, todo esto no pudo empezar a madurar hasta que, en el siglo IV, los cristianos empezaron a contar con las condiciones para desarrollar el culto eucarístico. Toda novedad posee la semilla en el origen, cuando todavía era invisible el fruto.

Algo similar ocurre con el espíritu de la Obra. Ciertamente san Josemaría recibió la esencia del carisma, el núcleo de lo que se transmitiría con el tiempo, pero no podía prever todo lo que se originaría a partir de ese mensaje; ya durante su vida, de hecho, hizo experiencia muchas veces de esta realidad, y es lógico que esto siga sucediendo a lo largo de los siglos. Rezando en voz alta durante su estancia en la Legación de Honduras en 1937, lo expresaba así: «Por la misericordia de Dios, soy el primer eslabón, y vosotros sois también primeros eslabones de una cadena que se continuará por los siglos sin fin. Yo no estoy solo; hay ahora almas —y llegarán muchas más en el futuro— dispuestas a sufrir conmigo, a pensar conmigo, a participar conmigo de la vida que Dios ha depositado en este cuerpo de la Obra, que está apenas nacido»[11].

Mons. Fernando Ocáriz, en uno de sus primeros viajes como Padre de esta familia, señalaba en Madrid que toda nueva etapa en el Opus Dei «es una buena ocasión para que cada uno se plantee empezar otra vez, para sentir la Obra en nuestras manos con más agradecimiento y más responsabilidad»[12]. Este dinamismo de la vida lo anunció ya Jesús a sus discípulos en su oración sacerdotal durante la Última Cena: «El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas» (Jn 14,12). La novedad en la continuidad, por la que el árbol crece y se robustece, es en definitiva el resultado de la identificación con Jesucristo y de la docilidad a su Espíritu. En el plan de Dios para los hombres, son el Hijo y el Espíritu Santo quienes nos muestran por qué la verdad y la historia no se oponen: el Hijo, la Verdad en persona, es Aquel hacia el que apunta la historia y del que toda la historia recibe su sentido; y el Espíritu, que guía a la Iglesia en su caminar terreno, es Aquel que nos conducirá a la verdad completa.


[1] Mons. F. Ocáriz, Mensaje, 7-VII-2017.

[2] Concilio Vaticano II, Dei Verbum, n. 8.

[3] Benedicto XVI, Discurso, 19-XII-2019.

[4] San Josemaría, Conversaciones, n. 24.

[5] Benedicto XVI, Audiencia general, 26-IV-2016.

[6] Francisco, Evangelii gaudium, n. 11.

[7] San Josemaría, Conversaciones, n. 72.

[8] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 10.

[9] Mons. F. Ocáriz, Mensaje, 7-VII-2017.

[10] Cfr. J.R. Newman, Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, Universidad Pontificia de Salamanca, 2009.

[11] San Josemaría, Crecer para adentro, p. 85 (AGP, biblioteca, P12).

[12] Mons. Fernando Ocáriz, Viaje pastoral a Madrid, VI/VII-2017, en www.opusdei.org

 

 

La necesidad del examen de conciencia cotidiano

Durante la catequesis pública, el Papa Francisco trató de explicar cómo se reconoce la “consolación auténtica” o, en otras palabras, cómo saber “si buscamos el bien verdadero o nos estamos engañando”. Recomendó seguir el consejo de San Ignacio de Loyola.

30/11/2022

Queridos hermanos y hermanas:

Prosiguiendo nuestra reflexión sobre el discernimiento, y en particular sobre la experiencia espiritual llamada “consolación”, de la cual hablamos el pasado miércoles, nos preguntamos: ¿cómo reconocer la verdadera consolación? Es una pregunta muy importante para un buen discernimiento, para no ser engañados en la búsqueda de nuestro verdadero bien.

Podemos encontrar algunos criterios en un pasaje de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. «Debemos mucho advertir el discurso de los pensamientos —dice san Ignacio—; y si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, señal es de buen ángel; mas si en el discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala o distractiva, o menos buena que la que el ánima antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece o inquieta o conturba a la ánima, quitándola su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal espíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna» (n. 333). 

Porque es verdad: hay una verdadera consolación, pero también hay consolaciones que no son verdaderas. Y por esto es necesario entender bien el recorrido de la consolación: ¿cómo va y dónde me lleva? Si me lleva a algo que no va bien, que no es bueno, la consolación no es verdadera, es “falsa”, digamos así.

Y estas son indicaciones valiosas, que merecen un breve comentario. ¿Qué significa que el principio está orientado al bien, cómo dice san Ignacio de una buena consolación? Por ejemplo, tengo el pensamiento de rezar, y noto que se acompaña del afecto hacia el Señor y el prójimo, invita a realizar gestos de generosidad, de caridad: es un principio bueno. 

Sin embargo, puede suceder que ese pensamiento surja para evitar un trabajo o un encargo que se me ha encomendado: cada vez que debo lavar los platos o limpiar la casa, ¡tengo un gran deseo de ponerme a rezar! Esto sucede en los conventos. Pero la oración no es una fuga de las propias tareas, al contrario, es una ayuda para realizar ese bien que estamos llamados a realizar, aquí y ahora. Esto respecto al principio.

Está también el medio: san Ignacio decía que el principio, el medio y el fin deben ser buenos. El principio es esto: yo tengo ganas de rezar para no lavar los platos: ve, lava los platos y después ve a rezar. Después está el medio, es decir, lo que viene después, lo que sigue a ese pensamiento. Quedándonos en el ejemplo precedente, si empiezo a rezar y, como hace el fariseo de la parábola (cfr. Lc 18,9-14), tiendo a complacerme de mí mismo y a despreciar a los otros, quizá con ánimo resentido y ácido, entonces estos son signos de que el mal espíritu ha usado ese pensamiento como llave de acceso para entrar en mi corazón y transmitirme sus sentimientos. Si yo voy a rezar y me viene a la mente eso del fariseo famoso —“te doy gracias, Señor, porque yo rezo, no soy como otra gente que no te busca, no reza”—, esa oración termina mal. Esa consolación de rezar es para sentirse un pavo real delante de Dios. Y este es el medio que no va bien.

Y después está el fin: el principio, el medio y el fin. El fin es un aspecto que ya hemos encontrado, es decir: ¿dónde me lleva un pensamiento? Por ejemplo, dónde me lleva el pensamiento de rezar. Aquí puede suceder que trabaje duro por una obra hermosa y digna, pero esto me empuja a no rezar más, porque estoy muy ocupado por muchas cosas, me encuentro cada vez más agresivo y enfurecido, considero que todo depende de mí, hasta perder la confianza en Dios. Aquí evidentemente está la acción del mal espíritu. Yo me pongo a rezar, después en la oración me siento omnipotente, que todo debe estar en mis manos porque yo soy el único, la única que sabe llevar adelante las cosas: evidentemente no está el buen espíritu ahí. 

Es necesario examinar bien el recorrido de nuestros sentimientos y el recorrido de los buenos sentimientos, de la consolación, en el momento en el que yo quiero hacer algo. Cómo es el principio, como es el medio y cómo es el fin.

El estilo del enemigo —cuando hablamos del enemigo, hablamos del diablo, porque el demonio existe, ¡está!— su estilo, lo sabemos, es presentarse de forma astuta, disfrazada: parte de lo que está más cerca de nuestro corazón y después nos atrae a sí, poco a poco: el mal entra a escondidas, sin que la persona se dé cuenta. Y con el tiempo la suavidad se convierte en dureza: ese pensamiento se revela por cómo es realmente.

De aquí la importancia de este paciente, pero indispensable examen del origen y de la verdad de los propios pensamientos; es una invitación a aprender de las experiencias, de lo que nos sucede, para no seguir repitiendo los mismos errores. Cuanto más nos conocemos a nosotros mismos, más nos damos cuenta de dónde entra el mal espíritu, sus “contraseñas”, sus puertas de entrada a nuestro corazón, que son los puntos en los que somos más sensibles, para poner atención para el futuro. Cada uno de nosotros tiene puntos más sensibles, puntos más débiles en su propia personalidad: y por ahí entra el mal espíritu y nos lleva por el camino que no es justo, o nos quita del verdadero camino justo. Voy a rezar pero me quita de la oración.

Los ejemplos podrían multiplicarse como se desee, reflexionando sobre nuestros días. Por esto es tan importante el examen de conciencia cotidiano: antes de terminar el día, pararse un poco. ¿Qué ha pasado? No en los periódicos, no en la vida: ¿qué ha pasado en mi corazón? ¿Mi corazón ha estado atento? ¿Ha crecido? ¿Ha sido un camino por el que ha pasado todo, sin mi conocimiento? ¿Qué ha pasado en mi corazón? Y este examen es importante, es la fatiga valiosa de releer lo vivido bajo un punto de vista particular. Darse cuenta de lo que sucede es importante, es signo de que la gracia de Dios está trabajando en nosotros, ayudándonos a crecer en libertad y conciencia. No estamos solos: es el Espíritu Santo que está con nosotros. Vemos cómo han ido las cosas.

La auténtica consolación es una especie de confirmación del hecho de que estamos realizando lo que Dios quiere de nosotros, que caminamos en sus caminos, es decir, en los caminos de la vida, de la alegría, de la paz. El discernimiento, de hecho, no se centra simplemente en el bien o en el máximo bien posible, sino en lo que es bueno para mí aquí y ahora: sobre esto estoy llamado a crecer, poniendo límites a otras propuestas, atractivas pero irreales, para no ser engañado en la búsqueda del verdadero bien.

Hermanos y hermanas, es necesario entender, ir adelante en la comprensión de lo que sucede en mi corazón. Y para esto hace falta el examen de conciencia, para ver qué ha sucedido hoy. “Hoy me he enfadado, no he hecho eso…”: pero ¿por qué? Ir más allá del porqué es buscar la raíz de estos errores. “Pero, hoy he sido feliz, estaba molesto porque tenía que ayudar a esa gente, pero al final me he sentido pleno, plena por esa ayuda”: y está el Espíritu Santo. Aprender a leer en el libro de nuestro corazón qué ha sucedido durante la jornada. Hacedlo, solo dos minutos, pero os hará bien, os lo aseguro.

 

 

Os he llamado amigos (III): ​Dentro de un gran mapa de relaciones

Dejarnos querer por los demás es una manera de abrir espacio para Dios en nuestra vida. Jesús lo hizo hasta sus últimos momentos en la tierra.

03/07/2020

Escucha el artículo Os he llamado amigos (III): Dentro de un gran mapa de relaciones


Los apóstoles corren despavoridos cuando los soldados apresan a Jesús. Tienen miedo e, impotentes, se niegan a presenciar el aparente fracaso del hombre en quien habían puesto toda su confianza. Suenan las cadenas al arrastrarse, el frío envuelve la noche y el juicio es claramente injusto. Las palabras son usadas de manera engañosa y el castigo es desproporcionado. Todas las miradas se posan sobre el cuerpo llagado de Cristo pidiendo su muerte. Un camino tortuoso, el peso de la cruz, la muchedumbre hostil que espera escuchar el golpe del martillo… hasta que alzan, por fin, el cuerpo del Señor. Desde su patíbulo solitario, Jesús observa con compasión a quienes no han querido acoger a Dios hecho hombre: «Mirad y ved si hay dolor comparable a mi dolor» (Lam, 1,12).

Tanto física como espiritualmente, Cristo durante su pasión sufrió «los mayores entre los dolores de la vida presente»[1]; sabe que no se le ha de ahorrar ningún padecimiento. Sin embargo, es sorprendente que Dios Padre no haya querido privar a su Hijo, ni siquiera en aquellos momentos, del consuelo que ofrece la amistad. Allí, al pie de la cruz, Juan mira con los mismos ojos que habían presenciado tantos momentos felices con su Maestro; ofrece a su amigo la misma presencia que los unió a lo largo de tantos caminos. Juan ha regresado y ha buscado a María; él, que había escuchado los latidos del corazón de Jesús en la Última Cena, no quiere dejar de ofrecer a Jesús su fiel amistad, un simple estar ahí. Y nuestro Señor encuentra alivio al mirar a María y al «discípulo a quien amaba» (Jn 19,26). En el Calvario, ante la mayor muestra del amor de Dios por los hombres, Jesús recibe a su vez esa muestra de amor humano. Tal vez en su alma resuenan las palabras que había pronunciado horas antes: «Os he llamado amigos» (Jn 15,15).

Afecto en dos direcciones

Muchas páginas del Evangelio nos hablan de los amigos de Jesús. Aunque generalmente no tengamos los detalles del proceso que debió haber fraguado esas profundas relaciones, las reacciones que conocemos dejan claro que allí había verdadero cariño mutuo. Recorriendo esos textos descubrimos que el Señor ha gozado de los amigos; su corazón de hombre no quiso prescindir de la reciprocidad del amor humano: «El Evangelio nos revela que Dios no puede estar sin nosotros: Él no será nunca un Dios sin el hombre»[2]. Por ejemplo, sabemos que Jesús se sintió siempre acogido y querido en la casa de sus amigos de Betania. Cuando Lázaro muere, las dos hermanas acuden con total confianza al Señor, incluso con palabras duras que manifiestan el trato íntimo que unía a Jesús con aquella familia: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano» (Jn 11,32).El amigo se conmueve ante el dolor de aquellas mujeres y no puede contener las lágrimas (Cfr. Jn 11,35). En aquella casa, Jesús podía descansar, se encontraba cómodo, podía hablar con franqueza: «¡Qué conversaciones las de la casa de Betania, con Lázaro, con Marta, con María!»[3].

EL CONSUELO DE LA AMISTAD ACOMPAÑÓ TAMBIÉN A LA CRUZ

Y así como muchos encontraron en Jesús a un verdadero amigo, también él disfrutó de lo que los otros le ofrecían. Se sentiría, por ejemplo, apoyado y consolado por las palabras impetuosas de Pedro –que nunca tenía problemas en manifestar sus sueños a viva voz– cuando vio que el joven rico cerraba su alma al amor: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mt 19,27). El gran cariño que Pedro sentía por el Señor le llevó a querer defender siempre con viveza a su amigo, también cambiando algún aspecto de su vida cuando el Señor, con la fuerza que solo permite la confianza, le corregía (Cfr. Mt, 16,21-23; Jn 13,9). Así como Jesús pudo descansar en la fuerza de Pedro, también encontraba reposo en la ternura valiente de Juan. ¡Cuántas conversaciones habría tenido con aquel discípulo adolescente! En el contexto de la Última Cena, somos testigos de cómo acoge sin vergüenza su gesto lleno de ternura, cuando se recuesta sobre su pecho con la confianza de quien conoce el corazón del amigo. Si bien Juan, durante la agonía de Jesús en el Huerto de los olivos, no fue capaz de mantenerse en vela, y huyó cuando prendieron al Señor, después supo arrepentirse y regresar. Juan experimentó que la amistad crece mucho con el perdón.

«De ordinario, miramos a Dios como fuente y contenido de nuestra paz: consideración verdadera, pero no exhaustiva. No solemos pensar, por ejemplo, que también nosotros “podemos” consolar y ofrecer descanso a Dios»[4]. La amistad verdadera se da siempre en ambas direcciones. Por eso, ante la experiencia personal de cuánto nos quiere Dios, la respuesta lógica es querer devolver ese afecto; abrir las puertas de nuestra inteligencia y quitar los seguros de nuestro corazón. Solo así podremos dar a Jesús todo el consuelo y amor del que somos capaces para que encuentre en nosotros lo que encontró en Pedro, en Juan o en sus amigos de Betania.

La amistad enriquece nuestra mirada

Si Jesús tenía muchos amigos y Dios se deleita con los hijos de Adán (cfr. Pr 8,31), es bueno que sintamos nosotros también esa necesidad plenamente humana. Podemos imaginar el extenso mapa de las conexiones humanas, en todos los tiempos y lugares; miles de millones de hombres y mujeres unidos por lazos que surgen al haber asistido a un mismo colegio, vivir en un mismo barrio, tener otras personas en común, etc. Las circunstancias de nuestra vida han hecho que nos encontremos con nuestros amigos y que hayamos desarrollado con ellos ese trato íntimo. Pensando en el inicio de cada una de nuestras amistades, podemos encontrar toda una serie de aparentes casualidades que nos unieron. No podemos dejar de dar gracias a Dios por el gran tesoro de haber querido que, en nuestro camino, no nos falte la compañía y el amor de los hombres.

JESÚS SE DEJABA QUERER POR SUS AMIGOS: MARTA, MARÍA, PEDRO, JUAN... CADA UNO A SU MODO

Y en medio de ese gran mapa de vínculos y relaciones, de entre todas las personas con quienes nos cruzamos en el transcurso de nuestra vida, Dios eligió algunas para que estuvieran más cerca de nosotros. Dios se sirve de nuestros amigos para abrirnos panoramas, para enseñarnos cosas nuevas o para descubrirnos el amor verdadero: «Nuestros amigos nos ayudan a comprender maneras de ver la vida que son diferentes a la nuestra, enriquecen nuestro mundo interior y, cuando la amistad es profunda, nos permiten experimentar las cosas en un modo distinto al propio»[5]. El escritor británico C.S. Lewis –que gozó de profundas amistades– afirmaba, con su peculiar sentido del humor, que la amistad no es un premio al buen gusto sino el medio por el cual Dios nos revela las bellezas de los demás y conocemos distintas miradas hacia mundo.

«Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20), nos dijo Jesús, y una manera en que lo hace es a través de las personas que nos quieren: «Los amigos fieles, que están a nuestro lado en los momentos duros, son un reflejo del cariño del Señor, de su consuelo y de su presencia amable. Tener amigos nos enseña a abrirnos, a comprender, a cuidar a otros, a salir de nuestra comodidad y del aislamiento, a compartir la vida. Por eso «un amigo fiel no tiene precio» (Si 6,15)»[6]. Contemplar la amistad desde esta perspectiva nos empuja a querer más y mejor a nuestros amigos, a mirarles como Jesús los mira. Y a ese esfuerzo ha de unirse también una lucha por dejarnos llamar amigos, puesto que no hay verdadera amistad donde no hay esa reciprocidad de amor[7].

Un don para uno y otro

La amistad es un don inmerecido, una relación cargada de desinterés, y por eso en ocasiones podemos caer en la trampa de pensar que no es tan necesaria. No han faltado quienes por un mal entendido deseo de agradar «solo a Dios» han mirado con recelo y desconfianza el consuelo de la amistad. El cristiano, sin embargo, sabe que tiene un único corazón para amar al mismo tiempo a Dios, a los hombres, y para recibir el amor de los demás. En una homilía predicada durante la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, san Josemaría señalaba: «Dios no nos declara: en lugar del corazón, os daré una voluntad de puro espíritu. No: nos da un corazón, y un corazón de carne, como el de Cristo. Yo no cuento con un corazón para amar a Dios, y con otro para amar a las personas de la tierra. Con el mismo corazón con el que he querido a mis padres y quiero a mis amigos, con ese mismo corazón amo yo a Cristo, y al Padre, y al Espíritu Santo y a Santa María. No me cansaré de repetirlo: tenemos que ser muy humanos; porque, de otro modo, tampoco podremos ser divinos»[8].

EL CAMINO HACIA EL CIELO ES UNA SENDA COMPARTIDA

No elegimos a nuestros amigos por motivos de utilidad o pragmatismo, pensando en que de esa relación vaya a producirse algún efecto; simplemente les queremos por ellos mismos, por lo que son. «La amistad verdadera –como la caridad, que eleva sobrenaturalmente su dimensión humana– es en sí misma un valor: no es medio o instrumento»[9]. Saber que la amistad es un don evita que caigamos en un «complejo de superhéroe»: aquel que piensa que debe ayudar a todos, sin darse cuenta de que también necesita de los demás. Nuestro camino al cielo no es una lista de objetivos por cumplir, sino una senda que compartimos con nuestros amigos, en la cual parte importante será aprender a acoger ese cariño que nos dan. La amistad requiere, por tanto, una buena dosis de humildad para reconocernos vulnerables y necesitados de afecto humano y divino. El amigo no se turba ni avergüenza, no se excusa ni incomoda. El amigo quiere y se deja querer. Eso hizo Jesús y eso hicieron los apóstoles.

A quienes son más introvertidos se les dificultará un poco abrir su corazón al otro, ya sea porque no sienten la necesidad de hacerlo o por temor a no ser comprendidos. Quienes son más extrovertidos quizás compartan muchas experiencias pero pueden tener mayores dificultades a la hora de enriquecer su propio mundo con las vivencias de los demás. En ambos casos, todos necesitamos una actitud de apertura y sencillez para dejar al amigo entrar en la propia vida e interioridad. Abrirnos al don de la amistad, aunque alguna vez pueda costar un poco, solo puede hacernos más felices.

***

Todos podríamos hacer una lista de las grandes lecciones que hemos aprendido de nuestros amigos. Con cada uno tenemos un trato particular, que puede arrojar luces sobre distintos rincones de nuestra alma. Al gran consuelo de sabernos queridos y acompañados, se une esa ilusión por hacer lo mismo por el otro. La amistad, afirmaba san Juan Pablo II, «indica amor sincero, amor en dos direcciones y que desea todo bien para la otra persona, amor que produce unión y felicidad»[10]. Saberse llamado amigo no puede conducirnos a la soberbia, sino al agradecimiento por ese don y al afán por acompañar al otro en su camino a la felicidad: «Nada hay que mueva tanto a amar como el pensamiento, por parte de la persona amada, de que aquel que le ama desea en gran manera ser correspondido»[11]. Cuando Jesús nos llama amigos lo hace también con ese carácter recíproco. «Jesús es tu amigo. —El Amigo. —Con corazón de carne, como el tuyo. —Con ojos, de mirar amabilísimo, que lloraron por Lázaro... Y tanto como a Lázaro, te quiere a ti»[12], nos recuerda san Josemaría. Y cada amistad es una ocasión para descubrir nuevamente el reflejo de esa amistad que Cristo nos brinda.

María del Rincón Yohn


[1] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 46, a. 6.

[2] Francisco, Audiencia 7-VI, 2017.

[3] San Josemaría, Carta 24-X-1965.

[4] Javier Echevarría, Eucaristía y vida cristiana, Rialp, 2005, p. 203.

[5] Fernando Ocáriz, Carta pastoral 1-XI-2019, 8.

[6] Francisco, Christus Vivit, 151.

[7] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q.23, a.1.

[8] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 166.

[9] Fernando Ocáriz, Carta pastoral 1-XI-2019, 18.

[10] Juan Pablo II, Discurso 18-II-198

[11] San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la segunda Epístola a los Corintios, 14.

[12] San Josemaría, Camino, n.422.

 

 

Belleza de la Liturgia (21). ¿Me dejo educar?

Escrito por José Martínez Colín.

“No hay escuela igual que un hogar decente y no hay maestro igual a un padre virtuoso”: Mahatma Gandhi.

1) Para saber

“No hay escuela igual que un hogar decente y no hay maestro igual a un padre virtuoso”, esta frase de Mahatma Gandhi nos señala el lugar primordial que ocupa la familia para la transmisión de los valores.

Una cuestión decisiva, señala el papa Francisco, es la educación para adquirir la actitud interior, que nos permita comprender los símbolos litúrgicos. Por ejemplo, la que imparten los padres y abuelos, o los párrocos y catequistas: “Muchos de nosotros aprendimos de ellos el poder de los gestos litúrgicos, como la señal de la cruz, el arrodillarse o las fórmulas de nuestra fe… podemos imaginar el gesto de una mano más grande que toma la pequeña mano de un niño y acompañándola lentamente mientras traza, por primera vez, la señal de nuestra salvación. El movimiento va acompañado de las palabras, también lentas: «En el nombre del Padre... y del Hijo... y del Espíritu Santo... Amén». Para después soltar la mano del niño y, dispuesto a acudir en su ayuda, ver cómo repite él solo ese gesto” (Carta 29 Junio 2022, n.47). A partir de ese momento, ese gesto nos pertenece o, mejor dicho, pertenecemos a ese gesto, somos formados por él.

No es necesario entender todo sobre esos gestos, dice el papa, pues el Espíritu Santo obra en nosotros, solo se requiere ser dóciles como un niño ante su maestro.

2) Para pensar

Hay una carta a su hija pequeña del escritor Francis Scott Fitzgerald, quien es autor de obras como "El gran Gatsby". En ella procura darle unos consejos para la vida. Su hija guardó siempre esa carta, que publicó años después.

En la carta le manifiesta su interés por sus tareas, y le expresa su convicción en vivir las virtudes. Le señala en qué cosas debe preocuparse y de cuáles no: Cosas de las cuales preocuparse: por el coraje, por la limpieza, por la eficiencia... Cosas de las que no hay que preocuparse: por la opinión general, por las muñecas. No te preocupes por el pasado, ni por el futuro. No te preocupes por el crecimiento, ni si alguien te saca ventaja. No te preocupes por la victoria, ni por la derrota. No te preocupes por los mosquitos, ni por las moscas. No te preocupes por los insectos en general. No te preocupes por tus padres. No te preocupes por los varones, ni por las decepciones. No te preocupes por los placeres, ni por las satisfacciones.

En cambio, le dice las cosas en las cuales ha de pensar: ¿Qué es lo que realmente estoy buscando? ¿De verdad entiendo a la gente y soy capaz de llevarme bien con ella?

Pensemos si procuramos educar los verdaderos valores con nuestro ejemplo y palabras.

3) Para vivir

En la educación ocupa una parte esencial la actitud del que aprende. El Espíritu Santo siempre está dispuesto a dar sus lecciones, pero es preciso estar dispuesto a seguirlas. Para ello se requiere ser como niños: abiertos a lo que se les enseña. Un peligro es la soberbia de quien no está dispuesto a que le digan lo que debe hacer.

El papa Francisco señala la importancia de ser introducidos desde niños al lenguaje simbólico, lo cual es una riqueza al permitirnos trascender lo inmediato y llevarnos a un plano espiritual. Un tesoro del que no podemos permitir que nos lo roben. Es de desear que vivamos con esa actitud humilde para aprender.

 

 

El odio como excusa

Resulta preocupante observar cómo los poderes públicos se están erigiendo en una especie de “bozales selectivos” que miden con un extraño rasero las expresiones públicas de la opinión ciudadana.

25 de noviembre de 2022·Tiempo de lectura: 2 minutos

libertad expresion censura

Todo ser humano dotado de entendimiento tiene la sana costumbre de pensar y opinar sobre sus pensamientos.

Lo propio de un Estado de derecho es que sus ciudadanos sean libres de expresar sus opiniones en público y en privado. Es además síntoma de civilización y de perspicacia intelectual saber escuchar las voces críticas o contrarias a lo que uno piensa y opina.

En un régimen de libertades como el que merecemos tener, nadie está obligado a seguir el dictado de la opinión ajena, como nadie está tampoco legitimado a acallar o a tapar la boca al que opina diversamente y lo expresa con medios legítimos.

Resulta por consiguiente (muy) preocupante observar cómo los poderes públicos se están erigiendo en una especie de “bozales selectivos” que miden con un extraño rasero -muy ancho por un lado, y muy estrecho por otro- las expresiones públicas de la opinión ciudadana.

Me refiero a hechos muy concretos, como diversas campañas publicitarias y de opinión, críticas con los caprichos legislativos a los que nos tienen acostumbrados últimamente.

Por poner un ejemplo reciente: el Departamento llamado “de igualdad y feminismos” de la Generalitat prohibió la circulación de un autobús con eslóganes críticos de la “ley trans” (“no a la mutilación infantil”, “les niñes no existen”, etc.), con el pretexto de “incitar al odio contra un colectivo vulnerable”.

Es evidente que tales eslóganes de ningún modo instigan al odio, y es lamentable que no haya podido circular por Cataluña, como en cambio sí que han circulado impunemente numerosos eslóganes claramente incitadores al odio hacia católicos y otros grupos ciudadanos que no siguen el diktat político.

Los derechos en un estado democrático no pueden concederse arbitrariamente a quienes pasan por el aro de lo políticamente correcto y negarse a quienes discrepan.

Me atrevería a afirmar que estamos bastante cerca de una nueva (o no tan nueva) inquisición, que actúa cada vez con mayor descaro y se ampara para ello en un paraguas que -al menos mediáticamente- les está funcionando: el de los delitos de incitación al odio.

Esta fórmula se está convirtiendo en un comodín fácil y -nunca mejor dicho- “odioso” mediante el que se intentan acallan las voces discrepantes.

Lo que en un país desarrollado democráticamente no es otra cosa que una legítima expresión de la participación ciudadana y de la voluntad de influir en el debate político, en el nuestro es censurado abiertamente, bajo un eslogan que es una burda manipulación de lo que es realmente incitar al odio. No puede utilizarse este tipo penal como coartada para callar la boca a una parte de la sociedad.

La ciudadanía es capaz de seleccionar lo que le interesa o no. Confundir (o querer camuflar) la discrepancia con el odio es propio de regímenes autoritarios que ejercen la censura como autodefensa.

Tener miedo a que se escuchen públicamente determinadas voces suele ser síntoma de indigencia intelectual o de totalitarismo sectario; o de ambas cosas a la vez.

 

 

“En un mundo en el que desaparece la fe, volvemos a los dioses: el dinero, el sexo, el poder y el triunfo”

El médico psiquiatra afirma que “los cuatro caballos del Apocalipsis son el hedonismo, la permisividad,

Enrique Rojas, director del Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas ha participado en las Medicine Talks de la Universidad Católica de Valencia.

 

En este encuentro ha incidido en que existen "dos tipos de felicidad. Por un lado, la puntual: los felices sueños, el feliz fin de semana, las felices navidades… y, por otro, la estructural, que es suma y compendio de la vida personal. Y esa explora la biografía. Es decir, la felicidad completa y total se da en el otro barrio, aquí no existe porque la vida siempre es incompleta, provisional, interminable, siempre hay huecos y fallos". 

Desde su experiencia, también la felicidad consiste en ilusión, moderando las ambiciones. "Además, es necesario tener siempre una visión positiva tanto personal como del entorno, a pesar de los pesares", ha expresado. 

La felicidad por la suma y por la resta 

El médico psiquiatra también ha incidido en que existen dos concepciones sobre la felicidad en la historia de la humanidad. La primera sería la felicidad “por la suma”, que se traduce en la acumulación de cosas: dinero, triunfo, salud… La segunda es la felicidad “por la resta”, inspirada en la tradición cristiana y que personifican fundamentalmente tres grandes personajes: santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz y fray Luis de León. Consiste en quitarle lo material a la vida y primar la visión espiritual.  

Para él, la grandeza supone tener dos cosas: una personalidad equilibrada –no perfecta, sino una personalidad en la que uno se siente bien- con las menores aristas posibles y un proyecto de vida coherente y realista, cuyos componentes son el amor, el trabajo, la cultura y la amistad. Por eso, hay que cultivar la vida profesional, la vida afectiva, la vida cultural y las amistades. Estos son los cuatro grandes arbotantes de la felicidad". 

Heridas del alma 

Sobre las heridas del alma y su sanación, insiste: "La felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria. La capacidad para olvidar las cosas negativas del pasado es salud mental y ello supone reconciliarse con los propios traumas e impactos negativos. Ahí entran el terapeuta y Dios. Para las personas religiosas, Dios es el primer argumento; está recogido en el Evangelio: “Yo soy el camino, la verdad y la vida…El que cree en mí no anda en tinieblas”.  

En este sentido, para reconstruir una autoestima dañada Rojas señala: "La autoestima es un concepto moderno en la psicología. Es la capacidad para valorarte a ti mismo, saber que vales, que sirves, que funcionas; y, al mismo tiempo, saber perdonarte los errores en cuestiones esenciales. Una buena autoestima consiste en reconocer lo positivo, darte cuenta de tus fallos y pasar página. Y también en tener objetivos concretos, que sean medibles". 

Religión e ideologías 

Respecto a la religión y las ideologías, Enrique Rojas considera que la religión bien entendida es la rebeldía del hombre que no quiere vivir como un animal. "En un mundo en el que desaparece la fe, volvemos a los dioses: el dinero, el sexo, el poder, el triunfo… o, intelectualmente, a los cuatro jinetes del Apocalipsis: hedonismo, permisividad, relativismo, e individualismo, que el hilvana a los tres anteriores. Son los nuevos dioses, que no tienen fundamento". 

Por último, también se ha referido a la educación integral que es la capacidad para mezclar, con arte y oficio, lo físico, lo psicológico, lo social, lo cultural y lo espiritual. "Cuando la educación es solamente física y psicológica, nos quedamos cojos. En los últimos años han faltado dos aspectos de la educación en la Unión Europea: la cultural y la espiritual

 

 

          Estrés y protestas.

Se define el estrés como una reacción natural del organismo debido a diversos mecanismos de defensa ante una situación que se percibe como amenazante o de demanda incrementada. Es una respuesta fisiológica, necesaria para la supervivencia del organismo.

La exposición a situaciones de estrés no conlleva necesariamente efectos negativos. Solo cuando la respuesta es excesivamente intensa, frecuente y duradera pueden producirse alteraciones orgánicas. Tal exceso puede provocar trastornos coronarios, respiratorios, inmunológicos, metabólicos, gastrointestinales, dermatológicos, sensoriales, musculares, etc.  En el estrés puede producirse diarrea o estreñimiento, fallos en la memoria, falta de concentración, cansancio, problemas de erección, dolor de cabeza, etc.

Los factores que facilitan el estrés pueden ser externos: problemas económicos, familiares, laborales, pérdida de un ser querido, una enfermedad, etc. Y pueden ser  internos: un dolor emotivo intenso, sentimientos de inferioridad, fracasos, sentimientos de culpa,  temores, miedos, ansiedad, etc.

Son reacciones relacionadas en gran medida con el estrés las “pataletas” infantiles, las reacciones violentas de algunos adolescentes, la negativa del anciano a tomar medicinas, las situaciones de ofuscamiento y “cabezonería”, el querer quedar bien a toda costa, etc.

Es normal la reacción general del organismo ante una noxa que le agrede.

Se habla de tres fases sucesivas de adaptación del organismo, en el llamado por Hans Selye en 1936, síndrome general de adaptación:

Fase de reacción de alarma: Ante un estímulo estresante, el organismo reacciona automáticamente preparándose para la respuesta. Se dan, entre otros, síntomas tales como sudoración, sequedad de boca, frecuencia cardiaca incrementada (taquicardia), pupilas dilatadas (midriasis), frecuencia respiratoria aumentada  (taquipnea), hipertensión arterial, tensión muscular, etc. Es una fase de corta duración.

Fase de resistencia: El organismo no tiene tiempo de recuperarse y continúa reaccionando para hacer frente a la situación.

Fase de agotamiento: Si el estrés continúa o se intensifica, el organismo puede entrar en agotamiento, con las consiguientes alteraciones psicosomáticas.

No es lo mismo estrés que ansiedad. La ansiedad es una situación más psicológica que orgánica.

En el plano bioquímico, hoy día se da importancia a la serotonina en relación al comportamiento agresivo, sustancia que se segrega en varias zonas del sistema nervioso central y en especial en los llamados núcleos del rafe, situados en el tallo cerebral;  por otra parte, la serotonina es considerada como” la hormona del placer”. La adrenalina sería “la hormona del miedo”. En el enojo se segregan dopamina y adrenalina. La prolactina es considerada como la “hormona de la tristeza”.

La fiebre muchas veces es una manifestación corporal, como reacción  ante una alteración orgánica. Por eso, la fiebre es signo y síntoma,  no es en sí una enfermedad.

Otro tipo de reacción, de distinta categoría, es la de tipo social, en una protesta colectiva, en una manifestación, en que el tejido social (o una buena parte de él), se queja de injusticias, arbitrariedades, carencias, etc. El propósito es mostrar que una parte significativa de la población está a favor o en contra de una determinada política, ley, persona, etc. Por eso, se considera mayor su éxito cuanta más gente participa en ella. 

Son célebres las protestas de los años 60 del pasado siglo. Era la época de los Beatles, de las algaradas estudiantiles, de la inundación de Europa con las drogas, del debilitamiento de los regímenes totalitarios, del relativismo como filosofía y forma de vida, actitud que de alguna forma persiste en el alma social. Benedicto XVI, consciente del problema, alertó en su día sobre su peligrosidad.

Consecuencia del relativismo es confundir el bien con el mal (y a la inversa).

José Luis Velayos

 

Resultados de los tratamientos de transición de género: ¿tranquilizadores o inquietantes?

Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|28 noviembre, 2022|BIOÉTICA PRESSInformesTop NewsTransexualidad

El pasado 21 octubre de 2022, la revista científica The Lancet publicó un artículo referente a un estudio llevado a cabo por investigadores holandeses, en la que se analiza la progresión en los tratamientos de transición de género en aquellos a los que se administraron fármacos bloqueadores de la pubertad en la adolescencia.

El estudio, en el que participaron más 700 menores procedentes de los Países Bajos, concluyó que el 98% de los adolescentes que iniciaron el tratamiento hormonal cuando eran adolescentes, lo mantienen sin abandonarlo en la edad adulta. Marianne van der Loos, una de las colaboradoras de la investigación, considera los resultados del estudio “tranquilizadores en el contexto de una mayor preocupación pública reciente con respecto al arrepentimiento de la transición”.

No obstante, el estudio contiene posibles sesgos a considerar. En primer lugar, en este trabajo se utilizaron registros médicos de un único centro, la Clínica de Identidad de Género de Ámsterdam. Por otro lado, la confirmación de la administración de los tratamientos de transición se registró a través del inventario nacional de recetas de los pacientes por lo que, como explica el Dr. Pérez López, endocrino y pediatra ejerciente en Madrid, en unas declaraciones publicadas en la revista Science Media Centre España, “una limitación de este estudio es el hecho de que la prescripción del tratamiento hormonal no se traduce necesariamente en el hecho de continuidad en la administración de las hormonas. Esta es una limitación de todos los estudios basados en registros y puede sobreestimar los resultados”. Asimismo, los periodos de seguimiento variaron según el paciente, siendo más corto el análisis de los más recientes.

Países como Suecia, Finlandia, Francia, EEUU o Australia, considerados previamente pioneros en la implantación de tratamientos de transición de género en adolescentes, han ido cambiando de parecer acerca del procedimiento de implantación del tratamiento ante las emergentes evidencias de estar dañando a las personas con disforia de género por aplicar el tratamiento masivamente, sin la exploración y diagnóstico previo pertinente.

Finlandia cuestionó los protocolos

En 2019, una revisión realizada por la Agencia Sueca de Evaluación de Tecnologías Sanitarias y Evaluación de Servicios Sociales (SBU) destacó la falta de explicación del aumento de niños y adolescentes que acuden a la sanidad por disforia de género, además de explicar que los estudios sobre los efectos secundarios consecuentes del tratamiento de afirmación de género a largo plazo son escasos y casi todos observacionales.

En 2020, Finlandia cuestionó los protocolos de la Asociación Mundial para la Salud Transgénero ( WPATH). Posteriormente, el gobierno finlandés emitió nuevas pautas en las que priorizaba las intervenciones psicológicas, declarándolas como tratamiento de primera línea para el abordaje terapéutico de aquellos con disforia de género en lugar de las hormonas bloqueadoras de la pubertad o los tratamientos hormonales cruzados Y advirtiendo sobre la incertidumbre de proporcionar intervenciones irreversibles a menores de 25 años, debido a la falta de madurez neurológica.

En marzo de 2021, el National Institute for Health and Care Excellence (NICE), organismo de la Sanidad británica que evalúa la validez de los tratamiento y la atención del paciente, afirmó que la relación riesgo/ beneficio del tratamiento hormonal de bloqueo y transición en menores “son de muy baja certeza”. Según la investigación llevada a cabo, los estudios, escasos y muy pequeños, están “sujetos a sesgos y confusiones”.  Uno de sus hallazgos fue que los agonistas de GnRH no producen casi o ningún cambio en la disforia de género, la salud mental, la imagen corporal y el funcionamiento psicosocial.

En 2021, el Hospital Karolinska, centro de referencia mundial en el abordaje de la disforia de género y considerado uno de los más hospitales más conocidos del mundo, calificó el “Protocolo holandés” como experimental. Por lo que, en mayo de ese mismo año, entró en vigor una nueva normativa por la cual el tratamiento hormonal de bloqueo de la pubertad y transición de género para menores solo puede realizarse en un entorno de investigación, además de ser aprobado por la junta de revisión de ética de Suecia y evaluado cuidadosamente el nivel de madurez del paciente, para determinar si este es capaz de ofrecer un consentimiento informado significativo.

Por otro lado, en otro estudio del que hemos hablado en el Observatorio, se concluye que aunque los tratamientos de transición de género pueden disminuir la «disforia o incongruencia de género”, no evitan los trastornos psiquiátricos y somáticos relacionados que pueden darse en los pacientes afectados.

La Academia Nacional de Medicina de Francia se une a los países e instituciones críticos con los tratamientos de transición de género pediátricos. Ésta emitió, en febrero de 2022, un comunicado en el cual advierte sobre la dificultad para diferenciar una tendencia transexual duradera de una fase pasajera del desarrollo de un adolescente. En su informe, llama la atención acerca de extremar la precaución médica en niños y adolescentes dada la vulnerabilidad, sobre todo psicológica, de esta población, especialmente sensible a los efectos indeseables y complicaciones graves que pueden dar lugar algunas de las terapias disponibles.

Los riesgos que conllevan los tratamientos de bloqueo hormonal han sido descritos en trabajos previos. A lo largo de la pubertad, el adolescente experimenta numerosos cambios que conducen al individuo a su madurez somática y psíquica, los cuales se ven afectados por la administración de estos fármacos, tales como los análogos reversibles de la hormona liberadora de gonadotropina (GnRH), que bloquea la acción de las hormonas sexuales y el desarrollo de los caracteres sexuales y la maduración cerebral.

Efectos secundarios

Entre los efectos secundarios mencionados cabe resaltar los siguientes:

  • Alteraciones en el desarrollo de la masa ósea y del crecimiento.
  • Afectación, en grados de reversibilidad variable, de la fertilidad y la capacidad de experimentar placer sexual.
  • La falta de desarrollo de los genitales externos puede obligar a una futura reasignación quirúrgica.
  • Los efectos de la supresión de las hormonas de la pubertad sobre el desarrollo cerebral son actualmente desconocidos, los cuales pueden ser demasiado sutiles como para observarlos durante las sesiones de evaluación clínica individual.
  • Recientemente, se ha confirmado que, en ratas, la testosterona segregada en la pubertad organiza la amígdala medial de forma específica en la subregión pudiendo, por lo tanto, contribuir a la maduración del comportamiento social del adulto. De esta manera, la supresión hormonal podría afectar drásticamente esta estructura que es clave en la maduración del comportamiento.

Por otro lado, se plantean diversos problemas éticos. Estos tratamientos son administrados a menores, los cuales no padecen de patología orgánica objetivable. Al administrar el tratamiento hormonal de supresión de pubertad se induce, sobre un cuerpo sano, el bloqueo de su desarrollo normal, dando lugar a un uso difícilmente justificable bioéticamente, por falta de seguridad, eficacia e indicación clínica. Asimismo, el uso de este tratamiento hormonal en menores viola el principio de autonomía por la falta de madurez y dificultad para valorar correctamente las consecuencias o alternativas del tratamiento mencionado.

Por último, a lo largo de los años, y tal como hemos publicado desde nuestro Observatorio, distintos medios de comunicación se han hecho eco de testimonios de adolescentes transexuales relatando su arrepentimiento. En estas declaraciones denuncian la falta de información, la vulnerabilidad propia de la edad y la influencia social la cual hace pensar al menor que la transición de género es la solución a problemas enmascarados como la soledad o la baja autoestima, entre otras cuestiones.

Conclusión

La acumulación de evidencias que cuestionan poderosamente los tratamientos de bloque de la pubertad y transición de género en niños y adolescentes, procedentes de numerosos países, parecen entrar en clara contradicción con lo que se afirma en el estudio holandés mencionado al comienzo de este informe. Es precisamente el Protocolo Holandés, muy intervencionista e imprudente, el que ha servido de referencia durante años para la instauración de estos tratamientos de forma prematura y carentes de las evidencias suficientes, ofreciéndose hoy un panorama sombrío sobre la evolución de los pacientes involucrados, que ha llevado a numerosos centros clínicos e instituciones  de distintos países a modificar drásticamente las pautas establecidas en el mencionado Protocolo, por ineficaces, maleficentes y de consecuencias irreversibles para los afectados en muchos casos.

Julio Tudela Cuenca

Paloma Aznar

Instituto Ciencias de la Vida

 

«Ciencia, razón y verdad: apuntes para la reflexión bioética en el tercer milenio”. Un homenaje al profesor Dr. Justo Aznar Lucea

Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|1 diciembre, 2022|AbortoBioéticaBIOÉTICA PRESSEutanasiaNoticiasReproducción asistida y FIV

En la obra, «Ciencia, razón y verdad: apuntes para la reflexión bioética en el tercer milenio. Un homenaje al profesor Dr. Justo Aznar Lucea», prologada por el cardenal Antonio Cañizares, y coordinada por los doctores Julio Tudela y Ginés Marco, 26 autores vinculados al estudio científico de la Bioética ofrecen contribuciones relacionadas con sus áreas de investigación en el ámbito de esta disciplina, aportando una actualización dentro de esta ciencia dinámica que permite afrontar algunos de los desafíos que presentan los avances científico-técnicos y sus implicaciones éticas.

Se articula esta iniciativa como un homenaje y reconocimiento hacia la labor, tantas veces callada y oculta, que maestros como el Dr. Justo Aznar, recientemente fallecido, han ido tejiendo a lo largo de sus vidas, produciendo abundantes frutos en favor de la vida y el respeto de la dignidad humana, y numerosos discípulos, como los que, desde el Instituto de Ciencias de la Vida de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir, promovemos esta obra.

Estructurada en cuatro capítulos, ofrece un análisis de los fundamentos de esta disciplina, de su trascendencia en el valor de la persona, del abordaje de los dilemas actuales en Bioética y, finalmente, de su aplicación en el campo de la vulnerabilidad humana.

Actualización en los fundamentos de una ciencia aplicada

En la primera parte, “Actualización en los fundamentos de una ciencia aplicada”, el Dr. Enrique Burguete aborda el tema “Justicia e igualdad en tiempos de pandemia. La cuestión de la vacuna”. Los profesores Dr. David Guillem Tatay y Dr. Julio Tudela por su parte analizan “Los límites del principio de autonomía: Maleficencia, libertad, responsabilidad y justicia”, y la profesora Dra. Pilar Estellés analiza en su contribución “Los nuevos derechos (in)humanos del siglo XXI”. Por su parte, el Dr. Ginés Marco, que participa también en la coordinación de la obra, trata las “Tres versiones rivales de la bioética” y el Dr. José Alfredo Peris profundiza en “La alianza entre bioética, derechos humanos y derechos de la familia”.

Bioética y persona

La segunda parte del libro, “Bioética y persona” cuenta con contribuciones de D. Juan Antonio Reig, obispo emérito de Alcalá de Henares, cuya aportación es “La vida siempre es un bien”, la Dra. Carmen Gloria Casanova, que aborda el tema de “El factor personalista de la bioética: una mirada holística sobre el valor de la vida humana”, el Dr. Nicolás Jouve con “Ya es un hombre aquel que lo será. Vida humana, ser humano y persona”, la Dra. Mónica López Barahona que estudia las “Implicaciones bioéticas derivadas de la Identidad y estatuto del embrión humano”, el Dr. Pedro López García que realiza una “Aproximación ontológica al inicio de la vida humana”, el Dr. Alfredo Marcos que profundiza “Sobre el valor inherente de los seres naturales”, el Dr. Juan Andrés Talens, que aporta un estudio sobre la “Belleza y gloria del cuerpo. Apuntes para una pedagogía de la castidad” y finalmente el Dr. Juan Manuel Burgos con el tema “¿Sigue siendo válida la noción de persona? En torno al actualismo, el animalismo y otros problemas”.

Dilemas actuales en bioética

“Dilemas actuales en Bioética” engloba la temática de la tercera parte del libro, que comprende los capítulos “La Bioética ante la Medicina Estética: controversias médicas y éticas”, del Dr. Emilio García, “Trasplante mitocondrial, una alternativa éticamente aceptable para el tratamiento de las enfermedades mitocondriales”, de la Dra. Lucía Gómez Tatay y el Dr. José Miguel Hernández, “Objeción de conciencia del farmacéutico a la elaboración y dispensación de productos eutanásicos”, del Dr. José López Guzmán, ¿Pueden las instituciones sanitarias objetar en conciencia a la prestación de la eutanasia?, del Dr. Juan Martínez Otero y por último “Investigar y publicar: tareas claves para el desarrollo social”, del Dr. Luis Miguel Pastor.

Bioética y vulnerabilidad

La cuarta y última parte del libro: “Bioética y vulnerabilidad” cuenta con las contribuciones del Dr. Vicente Bellver, que aborda “La (i)licitud de las sujeciones involuntarias a las personas mayores dependientes”, el Dr. Germán Cerdá que trata el tema “Sufrimiento y sociedad moderna: del cómo sufrimos… el cómo vivimos”, el Dr. Agustín Domingo con “Cuidado integral e inteligencia artificial. De cómo vivir a prueba de robots”, el Dr. Ignacio Gómez con “Implantación de la eutanasia y el suicidio asistido en la civilización occidental”, el Dr. Javier Lluna con “El inicio de la vida: una carrera de obstáculos. Aspectos bioéticos en medicina perinatal”, la Dra. Marta Albert con “El derecho a la protección de la salud de las personas con discapacidad intelectual: un análisis bioético y biojurídico” y finalmente el Dr. José Manuel Pagán, Rector de la Universidad Católica de Valencia y promotor de la obra, encargado de redactar el epílogo de la obra libro que lleva como título: “Justo Aznar, apasionado por la vida y la y la verdad”.

 

 

Casi tres veces más en valor las importaciones que las exportaciones

Según los datos de la Secretaría de Estado de Comercio Exterior del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo (Mincotur), las importaciones de alimentos, bebidas y tabaco en septiembre pasado crecieron un 30,2% en relación a ese mismo mes de 2021, mientras que las exportaciones, que también mejoraron, lo hicieron de forma más moderada, en un 10,7% respecto a entonces.

En cifras, las ventas agroalimentarias españolas al exterior representaron un 14,4% de todas las exportaciones de bienes, sumando 4.999,1 millones de euros en septiembre, mientras que las importaciones, que supone un 11,2% de todas las mercancías agroalimentarias adquiridas en el exterior, sumaron 4.667,1 millones de euros.

La diferencia aún arrojó en septiembre un pequeño superávit de nuestra balanza comercial de alimentos y bebidas de 341,9 millones de euros, pero esta cifra supone un 63,65% y 598,6 millones menos que en septiembre de 2021, cuando los números positivos fueron de 940,5 millones.

A esto, hay que añadir unas exportaciones por importe de 327,3 M€ de materias primas animales y vegetales, con un aumento del 4,1% en septiembre sobre ese mismo mes del pasado año, frente a unas importaciones por importe de 424 M€ (+20,7%), dejando un déficit comercial de 96,7 millones de euros en este capítulo.

En los nueve primeros meses de 2022, las exportaciones de alimentos, bebidas y tabaco, que representan el 16,6% de todas las mercancías exportadas, crecieron un 13,8%, hasta 47.622,4 millones de euros, frente a unas importaciones (11% de todos los bienes comprados en el exterior) por valor de 37.576,5 M€ (+33,7%).

El superávit de enero-septiembre fue, por tanto, de 10.045,9 M€, es decir, casi un 27% y 3.691,4 millones de euros inferior al que hubo (13.737,3 M€) en el mismo periodo del año anterior.

Jesús Domingo Martínez

 

Un triunfo de la voluntad de concordia nacional

La respuesta democrática a las grandes y graves tragedias, las del siglo XX, pasa por el establecimiento de relaciones de convivencia pacíficas. Y eso fue, precisamente, lo que hombres y mujeres de credos religiosos y políticos distintos se comprometieron a forjar en la España de mediados de los años setenta del siglo pasado. El diálogo político, social y religioso hizo posible que la conciliación se impusiera a la confrontación. Bajo el manto de la Constitución de 1978 cabían todos los credos políticos y religiosos, así como todas las lenguas que se hablaban en España. Es verdad que la Transición a la democracia no fue un proceso perfecto, porque nada humano lo es, pero no puede negarse que fue fruto de un acuerdo.

En la España de 1978 no triunfaron los timoratos ni los miedosos, como algunos revisionistas pretenden hacer creer. Más bien triunfó la voluntad de concordia nacional. Y la Jefatura del Estado contribuyó a hacerlo posible. La integración y la concordia son las divisas de una verdadera memoria democrática. Esa es la memoria que, en nuestros días, no solo habría que recuperar, sino que habría que cultivar y fortalecer.

Pedro García

 

 

Hace 40 años

Se cumplieron a primeros del mes 40 años del primer viaje de san Juan Pablo II a España. El Papa magno nos visitó después en otras cuatro ocasiones, hasta la última en mayo de 2003, cuando se despidió con aquel inolvidable “Hasta siempre, España. Hasta siempre, tierra de María”. Aquellos días de finales de octubre y principios de noviembre de 1982, una España envuelta en proclamas de cambio social, cultural y político, se volcó en las calles para seguir al que la prensa de aquel tiempo definió como “huracán Wojtyla”. Durante diez días, desde el 31 de octubre al 9 de noviembre, el Papa recorrió infatigable diversos lugares de Madrid, Ávila, Alba de Tormes, Salamanca, Guadalupe, Toledo, Segovia, Sevilla, Granada, Loyola, Javier, Zaragoza, Montserrat, Barcelona, Valencia y Zaragoza. Hay tantas imágenes que vuelven a la memoria y al corazón que es muy difícil destacar alguna, pero resuena, por ejemplo, el eco del multitudinario encuentro con los jóvenes en el estadio Santiago Bernabéu, donde les pidió, con el vigor que le caracterizaba, que no se amilanaran, que tenían por delante la gran empresa de vencer al mal con el bien. O el encuentro con las familias, también en Madrid, o con los profesores universitarios en la sede de la salmantina Universidad Pontificia. De eso hace tan solo 40 años.

Jesús Domingo Martínez

 

 

El con sentido y el sinsentido

Por la vida nos encontramos a personas que saben perfectamente hacia dónde van, cual es el camino correcto, o sea son personas con sentido. A veces simplemente tienen un plan a medio plazo que les sirve para vivir con decisión, pero eso se demuestra escaso en cuanto la meta se ha conseguido o se ha desechado. Lo que verdaderamente nos da paz, nos hace felices, es tener un sentido último en la vida.

El sinsentido, en castellano, hace referencia a algo irracional o absurdo, pero también es una forma de vida no consciente. Si un sinsentido es para cualquier personal con dos dedos de frente algo absurdo, sin embargo vivir sin sentido no es una situación tan explícita y notoria, y, con frecuencia, la persona que vive así no se da mucha cuenta, hasta que no pasa una cierta edad o una serie de reveses familiares o sociales.

Da pena ver a esas personas que no saben a dónde van. Lo describe muy bien Nembrini, comentando a Dante: “Como los estorninos, como algunos pájaros vuelan en nubes desordenadas, con un movimiento que cambia continuamente de dirección de manera confusa y desordenada, así la borrasca infernal arrastra a los espíritus malvados, los lleva para acá, para allá, arriba, abajo... Imagen impresionante de cómo vivimos a menudo los sentimientos: pasiones que nos dominan arrastrándonos a cualquier sitio, sin horizonte, sin historia, sin la posibilidad de construir nada”.

“Sin posibilidad de construir nada”, es lo que nos hace pensar con cierta frecuencia: ¿para qué es mi vida, para qué trabajo, por qué dedico tantas horas a trabajar, y casi a nada más? Es un tema básico para tener en la cabeza. Dice Rosini: “Muchos en este punto piensan: es verdad, debo decidir mis prioridades. Error. Aquí está el meollo: las prioridades no se deciden. Las prioridades se reconocen. Se acogen. Se admiten. El firmamento lo crea Dios. La clave la pone el autor”.

Domingo Martínez Madrid

 

 

¿Dónde está oh muerte tu victoria?

"Este mundo es el camino// para el otro, que es morada// sin pesar".

No sé si a Manolita se le vinieron alguna vez a la cabeza, durante su última enfermedad, y mientras iba pasando lentamente las cuentas del Rosario, estos versos de Jorge Manrique. En cualquier caso, no necesitaba recordarlos, porque estaba bien convencida de la realidad anunciada, y no dudó un minuto en mirar cara a cara a la muerte, desde el primer instante de su enfermedad. ¿De qué le servía buscar subterfugios y esconder la gravedad de la situación?

 Había leído tantas veces el Nuevo Testamento, que ya le eran familiares las palabras de San Pablo: "¿Dónde está oh muerte tu victoria?"; y la muerte se siente ya derrotada, y cede gustosamente su victoria, cuando la mirada de los que se acercan a ella descubre el misterio que ella se empeña en custodiar con sus tibias, peronés, cráneos desnudos, que nada significan cuando el misterio es desentrañado. Y Manolita conocía bien las entrañas de la muerte, porque había vivido ya en su espíritu ese más allá, en la Muerte y en la Resurrección de Cristo.

José Morales Martín

 

El matrimonio en el cristianismo primitivo

 

Los primeros cristianos y el matrimonio

El cristianismo otorga a la mujer una más alta consideración si lo comparamos con la mayoría de las religiones paganas de aquellos tiempos.

 

EL MATRIMONIO EN LOS PRIMEROS SIGLOS

En los primeros siglos, como se dice en la Carta a Diogneto (de mediados del s.II), los cristianos “se casan como todos” (V,6), por lo judío, por lo griego, por lo romano. Aceptan las leyes imperiales, mientras no vayan en contra del Evangelio. El matrimonio se celebra “en el Señor” (1Cor 7, 39), dentro de la comunidad, sin una ceremonia especial.

En el mundo judío, la boda se celebra según las costumbres y ritos tradicionales (cf Gén 24 y Tob 7,9,10). Cierto tiempo después de los esponsales, se celebra la boda. En el mundo judío la boda era un asunto familiar y privado. No se celebra en la sinagoga, sino en casa. No obstante, como todo en Israel, tiene una dimensión religiosa. La celebración incluye oración y bendición.

En el mundo romano se dieron, sucesivamente, tres formas de celebrar el matrimonio. La “confarreactio” (con pastel nupcial), la forma más antigua, incluía ceremonias de carácter jurídico y religioso. En la época imperial apenas se daba este tipo de unión. El modo corriente de contraer matrimonio era la “coemptio“, rito que simbolizaba la compra de la esposa, y el “usus” (uso), simple cohabitación tras el mutuo consentimiento matrimonial.

 

 

El “consensus” (consentimiento) vino a constituir en la práctica lo esencial de la unión matrimonial. Dice el Digesta: “No es la unión sexual lo que hace el matrimonio, sino el consentimiento” (35,I,15). Como tal, no se requería ningún rito particular ni la presencia del magistrado. El poder civil no hacía más que reconocer la existencia del matrimonio y, en cierto modo, proteger la unión conyugal poniendo ciertas condiciones.

Los cristianos se casan como todo el mundo, pero “dan muestras de un tenor de peculiar conducta, admirable, y, por confesión de todos, sorprendente” (Carta a Diogneto,V,4). Acogen la vida que nace y respetan el lecho conyugal: “Como todos engendran hijos, pero no exponen los que les nacen. Ponen mesa común, pero no lecho” (V,6 y 7).

Ignacio de Antioquía (hacia el año 107) que invita a los cristianos a casarse “con conocimiento del obispo, a fin de que el casamiento sea conforme al Señor y no por solo deseo” (A Policarpo,5,2).

Tertuliano (hacia 160-220) comenta la ventaja de casarse en el Señor: “¿Cómo podemos ser capaces de ensalzar la felicidad tan grande que tiene un matrimonio así; un matrimonio que une la Iglesia, que la oblación confirma, que la bendición marca, que los ángeles anuncian, que el Padre ratifica?” (Ad uxorem II 8,6.7.9).

EL CONSENTIMIENTO MATRIMONIAL

Desde los siglos IV al IX se subraya el carácter eclesial de la celebración del matrimonio entre cristianos y se establece bien claro que las ceremonias (oración y bendición) no son obligatorias para la validez de la unión. El primer testimonio que habla de una bendición nupcial verdaderamente litúrgica data de la época del papa Dámaso (366-384) y se encuentra en las obras del Pseudo-Ambrosio (Ambrosiaster). La bendición sólo se confiere en el primer matrimonio.

Se constata el profundo influjo del derecho romano, según el cual sólo el consentimiento es estrictamente necesario para el matrimonio, cualquiera que fuese su forma. Dice el papa Nicolás I el año 866, en su respuesta a los búlgaros, que le consultaron acerca de la importancia de las ceremonias eclesiásticas (oración y bendición) que algunos habían declarado ser los elementos constitutivos del matrimonio:

“Baste según las leyes el solo consentimiento de aquellos de cuya unión se tratare. En las nupcias, si acaso ese solo consentimiento faltare, todo lo demás, aun celebrado con coito, carece de valor” (D 334).

 

Es en los siglos sucesivos cuando la iglesia reivindica competencia jurídica sobre el matrimonio y dispone que el consentimiento y la consiguiente entrega de la prenda nupcial se haga expresamente en presencia del sacerdote (ss.IX-XI), en la iglesia o, más a menudo, ante las puertas de la iglesia, como indican varios rituales de los ss. XI-XIV; a este acto le seguirá luego la celebración de la misa con la bendición de la esposa.

Para darle la mayor publicidad posible, se convino que el acto tendría lugar no ya en casa de la novia, sino a la puerta de la iglesia. Con ello, lo que antes era realizado por el padre o tutor, ahora viene a realizarlo el sacerdote, con palabras como estas: “Yo te entrego a N. como esposa” (Ritual de Meaux). Entre los siglos XV y XVI se extiende la fórmula: “Y yo os uno…“, que algunos considerarán como la forma sacramental del matrimonio.

 

FIDELIDAD MATRIMONIAL

Respecto a la fidelidad el cristianismo marcó una clara diferencia con las costumbres de la época: Aquí encontramos un punto de divergencia entre los postulados de la moral cristiana y la concepción pagana del matrimonio, que lo consideraba como simple hecho social, que podía formarse y romperse por simple decisión de una de las dos partes. Desde los primeros cristianos la infidelidad del esposo se iguala a la de la esposa, considerándose en ambos casos la comisión de una falta grave.

Para San Agustín el matrimonio es un bien, y no un bien relativo en comparación con la fornicación, sino un bien en su género, en sí mismo. La primera alianza natural de la sociedad humana nos la dan, pues, el hombre y la mujer enmaridados. Los hijos vienen inmediatamente a consolidar la eficacia de esta sociedad conyugal como el único fruto honesto, resultante no sólo de la mera unión del hombre y la mujer, sino de la amistad y trato conyugal de los mismos.

San Agustín se asombra de la eficacia del matrimonio y concluye en que hay algo grande y divino en ese sacramento:

“Yo no puedo creer, en ningún modo, que haya podido el matrimonio tener tanta eficacia y cohesión si, dado el estado de fragilidad y de mortalidad a que estamos sometidos, no se diera en él el signo misterioso de una realidad más grande aún, es decir, de un sacramento cuya huella imborrable no puede ser desfigurada, sin castigo, por los hombres que desertan el deber o que tratan de desvincularse del sagrado lazo”.

 

Así pues la igualdad del hombre y la mujer en el matrimonio cristiano fue otra novedad en la sociedad de la época: En el matrimonio entre cristianos la posición de la mujer es la de compañera en paridad de derechos con el otro cónyuge. En consecuencia, el cristianismo otorga a la mujer una más alta consideración si lo comparamos con la mayoría de las religiones paganas de aquellos tiempos.