LAS NOTICIAS de hoy 14 Noviembre 2022

Enviado por adminideas el Lun, 14/11/2022 - 12:19

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Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    lunes, 14 de noviembre de 2022   

Indice:

ROME REPORTS

Papa Francisco: “Amar siempre y amar a todos”

Papa Francisco: ¿Soy abierto a los demás? ¿Busco el encuentro o me quedo en lo mío?

“La Iglesia, nace del costado abierto de Cristo, de un baño de regeneración en el Espíritu Santo”

EL SEÑOR NUNCA NIEGA SU GRACIA : Francisco Fernandez Carbajal

Evangelio del lunes: tu fe te ha salvado

“Queremos mirar con ojos limpios” : San Josemaria

Mensaje para la VI Jornada Mundial de los Pobres (2022)

Mons. Ocáriz: «Donde tú estás, está el Opus Dei»

“¡Vale la pena!” (IV): De generación en generación

«Conocerle y conocerte». La oración personal, lugar de encuentro con el Dios cercano

La Belleza de la Liturgia (18). Divinizar nuestras obras : José Martínez Colín.

“Fieles Difuntos: recordar a todos, también aquellos que nadie recuerda” – Noviembre

El sentido del mal en Platón : Rubén Mendoza Valdés

Cuando contradices a tu cónyuge, confundes a tus hijos : LaFamilia.info

  Morir en la frontera : Jorge Hernández Mollar

Reflexiones en otoño : Josefa Romo

El móvil :  Pedro García

Ante derechos vitales : José Morales Martín

Oración en tiempos inciertos : CARF

 

ROME REPORTS

 

Papa Francisco: “Amar siempre y amar a todos”

Homilía en el Estadio Nacional de Baréin

 

Estadio Nacional de Baréin © Vatican Media

 

Esta mañana, sábado 5 de noviembre de 2022,  el Santo Padre Francisco dejó la Residencia Papal y se dirigió al Estadio Nacional de Baréin para celebrar la Santa Misa.

A su llegada, tras cambiar de coche y después de dar unas vueltas en el papamóvil entre los fieles, a las 8.30 horas (6.30 hora de Roma), el Santo Padre presidió la Celebración Eucarística por la Paz y la Justicia. Unos 30.000 fieles asistieron a la misa.

Durante la celebración, tras la proclamación del Santo Evangelio, el Papa Francisco pronunció la homilía.

Al final de la Santa Misa, tras el discurso de saludo del Administrador Apostólico del Vicariato de Arabia del Norte, S.E. Mons. Paul Hinder, O.F.M. Cap., Obispo titular de Macon, y la Bendición final, el Papa regresó en coche a la Residencia Papal.

Publicamos a continuación la homilía que el Santo Padre pronunció durante la Santa Misa:

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Homilía del Papa

El profeta Isaías dice que Dios hará surgir un Mesías, cuya «soberanía será grande, y habrá una paz sin fin» (Is 9,6). Parece una contradicción, ya que, de hecho, en la apariencia de este mundo (cf. 1 Co 7,31), lo que muchas veces vemos es que cuanto más se busca el poder, más amenazada está la paz. En cambio, el profeta da un anuncio extraordinariamente novedoso: el Mesías que llega es poderoso, sí, pero no a la manera de un caudillo que trae la guerra y domina a los otros, sino en cuanto «Príncipe de la paz» (v. 5), como Aquel que reconcilia a los hombres con Dios y entre ellos. La grandeza de su poder no usa la fuerza de la violencia, sino la debilidad del amor. Y este es el poder de Cristo: el amor. Y también a nosotros Él nos confiere el mismo poder, el poder de amar, de amar en su nombre, de amar como Él ha amado. ¿Cómo? De manera incondicional, no solo cuando todo va bien y sentimos el deseo de amar, sino siempre; no solo a nuestros amigos y vecinos, sino a todos, incluso a los enemigos. Siempre y a todos.

Amar siempre y amar a todos, reflexionemos un poco sobre esto.

En primer lugar, hoy las palabras de Jesús (cf. Mt 5,38-48) nos invitan a amar siempre, es decir, a permanecer siempre en su amor, a cultivarlo y practicarlo cualquiera que sea la situación que vivimos. Pero, atención, la mirada de Jesús es concreta; no dice que será fácil y no propone un amor sentimental o romántico, como si en nuestras relaciones humanas no existiesen momentos de conflicto y entre los pueblos no hubiera motivos de hostilidad. Jesús no es irenista, sino realista, habla explícitamente de «los que les hacen el mal» y de «enemigos» (vv. 39.43). Sabe que en nuestras relaciones tiene lugar una lucha cotidiana entre el amor y el odio; y que también dentro de nosotros, cada día, se verifica un combate entre la luz y las tinieblas, entre muchos propósitos y deseos de bien y esa fragilidad pecaminosa que frecuentemente nos domina y nos arrastra hacia las obras del mal. Sabe también qué es lo que experimentamos cuando, a pesar de tantos esfuerzos generosos, no recibimos el bien que nos esperábamos, sino que, incomprensiblemente, sufrimos un daño. E, incluso, ve y sufre observando en nuestros días, en tantas partes del mundo, formas de ejercer el poder que se nutren del abuso y la violencia, que buscan aumentar su propio espacio restringiendo el de los demás, imponiendo su dominio, limitando las libertades fundamentales y oprimiendo a los débiles. Por tanto —dice Jesús— existen conflictos, opresiones y enemistades.

Frente a todo esto, la pregunta importante que debemos hacernos es: ¿qué hacer cuando nos encontramos en estas situaciones? La propuesta de Jesús es sorprendente, es atrevida, es audaz. Él pide a los suyos la valentía de arriesgarse por algo que aparentemente parece la opción perdedora. Pide que permanezcamos siempre, fielmente, en el amor, a pesar de todo, incluso ante el mal y el enemigo. Reaccionar de una forma simplemente humana nos encadena al “ojo por ojo, diente por diente”, pero eso significa hacer justicia con las mismas armas del mal que recibimos. Jesús se atreve a proponernos algo nuevo, distinto, impensable, algo suyo: «Yo les digo que no hagan frente al que les hace mal; al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra» (v. 39). Esto nos pide el Señor, no que soñemos con un mundo irénicamente animado por la fraternidad, sino que nos comprometamos en primera persona, empezando por vivir concreta y valientemente la fraternidad universal, perseverando en el bien incluso cuando recibimos el mal, rompiendo la espiral de la venganza, desarmando la violencia, desmilitarizando el corazón.  El apóstol Pablo se hace eco de esto cuando escribe: «No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien» (Rm 12,21).

Por tanto, la invitación de Jesús no se refiere en primer lugar a las grandes cuestiones de la humanidad, sino a las situaciones concretas de nuestra vida: a nuestros lazos familiares, a las relaciones en la comunidad cristiana, a los vínculos que se cultivan en la realidad laboral y social en la que nos encontramos. Habrá fricciones, momentos de tensión, habrá conflictos, visiones distintas, pero quien sigue al Príncipe de la paz debe buscar siempre la paz. Y no se puede restablecer la paz si a una palabra ofensiva se responde con otra palabra todavía peor, si a una bofetada se le sigue otra. No, es necesario “desactivar”, quebrar la cadena del mal, romper la espiral de violencia, dejar de albergar rencores, dejar de quejarse y compadecerse de sí mismo. Hay que permanecer en el amor, siempre, es el camino de Jesús para dar gloria al Dios del cielo y construir la paz en la tierra. Amar siempre.

Tomemos ahora el segundo aspecto: amar a todos. Podemos comprometernos en el amor, pero no es suficiente si lo reducimos al estrecho ámbito de aquellos de quienes recibimos ese mismo amor, es decir, de nuestros amigos, de nuestros semejantes, familiares. También en este caso la invitación de Jesús es sorprendente, porque extiende las fronteras de la ley y del sentido común. Amar al prójimo, al que tenemos cerca de nosotros, aunque es razonable, es ya difícil. En general, es lo que una comunidad o un pueblo intentan hacer para conservar la paz internamente. Si uno pertenece a la misma familia o a la misma nación, si se tienen las mismas ideas o los mismos gustos, si se profesa el mismo credo, es normal procurar ayudarse y quererse. Pero, ¿qué sucede si el que está lejos se nos acerca, si el extranjero, el que es diferente o de otro credo se convierte en nuestro vecino de casa? Esta tierra es precisamente una imagen viva de la convivencia en la diversidad, de nuestro mundo cada vez más marcado por la permanente migración de los pueblos y del pluralismo de las ideas, de los usos y de las tradiciones. Es importante, entonces, acoger esta provocación de Jesús: «Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?» (Mt 5,46). El verdadero desafío para ser hijos del Padre y construir un mundo de hermanos es aprender a amar a todos, incluso a los enemigos: «Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores» (vv. 43-44). Esto, en realidad, significa elegir no tener enemigos, no ver en el otro un obstáculo que se debe superar, sino un hermano y una hermana a quien amar. Amar al enemigo es llevar a la tierra el reflejo del cielo, es hacer bajar sobre el mundo la mirada y el corazón del Padre, que no hace distinciones, no discrimina, sino que «hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos» (v. 45).

Hermanos, hermanas, el poder de Jesús es el amor y Jesús nos da el poder de amar así, de un modo que a nosotros nos parece sobrehumano. Pero una capacidad semejante no puede ser solo fruto de nuestros esfuerzos, es ante todo una gracia. Una gracia que se debe pedir con insistencia: “Jesús, tú que me amas, enséñame a amar como tú. Jesús, tú que me perdonas, enséñame a perdonar como tú. Manda sobre mí tu Espíritu, el Espíritu del amor”. Pidamos esto. Porque tantas veces presentamos al Señor muchas peticiones, pero esto es lo esencial para el cristiano, saber amar como Cristo. Amar es el don más grande, y lo recibimos cuando damos espacio al Señor en la oración, cuando acogemos su presencia en su Palabra que nos trasforma y en la revolucionaria humildad de su Pan partido. Así, lentamente, caen las murallas que endurecen nuestro corazón y encontramos la alegría de practicar obras de misericordia para con todos. Entonces comprendemos que una vida dichosa pasa a través de las bienaventuranzas, y consiste en ser constructores de paz (cf. Mt 5,9).

Queridos amigos, quisiera agradecer vuestro sereno y alegre testimonio de fraternidad, para ser en esta tierra semilla del amor y de la paz. Es el desafío que el Evangelio entrega cada día a nuestras comunidades cristianas, a cada uno de nosotros. Y a ustedes, a todos los que han venido a esta celebración desde los cuatro países del Vicariato Apostólico de Arabia del Norte —Baréin, Kuwait, Qatar y Arabia Saudita—, así como de otros países del Golfo, y también de otros territorios, les traigo hoy el afecto y la cercanía de la Iglesia universal, que los mira y los abraza, los quiere y los alienta. Que la Virgen Santa, Nuestra Señora de Arabia, los acompañe en el camino y los guarde siempre en el amor hacia los demás.

 

 

Papa Francisco: ¿Soy abierto a los demás? ¿Busco el encuentro o me quedo en lo mío?

39º Viaje Apostólico encuentro con los jóvenes

 

© Vatican Media

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Hoy el Santo Padre en su 39º Viaje Apostólico tuvo un encuentro con los jóvenes en el Colegio del Sagrado Corazón de Awali.

 

A continuación el discurso completo que el Papa Francisco dirigió a los jóvenes

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Queridos amigos, hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Les agradezco que estén aquí, de muchas naciones y con tanto entusiasmo. Quisiera agradecer a Sor Rosalyn sus palabras de bienvenida y la dedicación con la que, junto con muchos otros, dirige este Colegio del Sagrado Corazón.

Y me alegro de haber visto en el Reino de Baréin un lugar de encuentro y diálogo entre diferentes culturas y credos. Y en este momento, mirándolos a ustedes, que no son de la misma religión y no tienen miedo de estar juntos, pienso que sin ustedes esta convivencia de las diferencias no sería posible. ¡Y no tendría futuro! En la masa del mundo, ustedes son la buena levadura destinada a crecer, a superar tantas barreras sociales y culturales, y a promover gérmenes de fraternidad y novedad. Jóvenes, ustedes son los que, como viajeros inquietos y abiertos a lo inédito, no tienen miedo de enfrentarse, dialogar, “hacer ruido” y mezclarse con los demás, convirtiéndose en la base de una sociedad amiga y solidaria. Y esto, queridos amigos, es fundamental en los contextos complejos y plurales en los que vivimos; derribar algunas barreras para inaugurar un mundo más conforme al hombre, más fraternal, aun cuando esto suponga enfrentar muchos retos. A este respecto, tomando como referencia sus testimonios y sus preguntas, me gustaría dirigirles tres pequeñas invitaciones, no tanto para enseñarles algo sino para animarlos.

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La primera invitación es a abrazar la cultura del cuidado. Sor Rosalyn utilizó esta expresión: “cultura del cuidado”. Hacerse cargo, cuidar, significa desarrollar una actitud interior de empatía, una mirada atenta que nos lleva a salir de nosotros mismos, una presencia amable que supera la indiferencia y nos impulsa a interesarnos por los demás. Este es el punto de inflexión, el comienzo de la novedad, el antídoto contra un mundo cerrado que, impregnado de individualismo, devora a sus hijos; contra un mundo prisionero de la tristeza, que genera indiferencia y soledad. Me permito decirles, ¡cuánto daño hace el espíritu de tristeza!  Porque si no aprendemos a hacernos cargo de lo que nos rodea —de los demás, de la ciudad, de la sociedad, de la creación— terminamos pasando la vida como los que corren, se afanan, hacen muchas cosas, pero, al final, se quedan tristes y solos porque nunca han experimentado en profundidad la alegría de la amistad y de la gratuidad. Y no le han dado al mundo aquel toque único de belleza que sólo él, o ella, y nadie más podría darle. Como cristiano, pienso en Jesús y veo que sus acciones estuvieron siempre animadas por el cuidado. Cuidó las relaciones con todos los que encontraba en las casas, en los pueblos y en los caminos. Miraba a la gente a los ojos, escuchaba sus peticiones de ayuda, se acercaba y tocaba sus heridas. Ustedes, ¿miran a la gente a los ojos? Jesús entró en la historia para decirnos que el Altísimo cuida de nosotros; para recordarnos que estar del lado de Dios significa hacerse cargo de alguien y de algo, especialmente de los más necesitados.

Amigos, ¡qué maravilloso es convertirse en especialistas del cuidado y artistas de las relaciones! Pero esto requiere, como todo en la vida, un entrenamiento constante. Así que no se olviden de cuidarse primero a ustedes mismos, no tanto del exterior, sino del interior, la parte más oculta y preciosa de ustedes. ¿Cuál es? El alma, el corazón. ¿Y cómo se hace para cuidar el corazón? Traten de escucharlo en silencio, de encontrar espacios para estar en contacto con su interioridad, para sentir el regalo que son, para acoger su propia existencia y no dejar que se les escape de las manos. Que no les suceda ser “turistas de la vida”, que sólo la miran desde fuera, superficialmente. Y, en silencio, siguiendo el ritmo de vuestro corazón, hablen con Dios. Háblenle de ustedes mismos, y también de aquellos que encuentran cada día y que Él les da como compañeros de viaje. Llévenle los rostros, las situaciones felices y dolorosas, porque no hay oración sin relaciones, como tampoco hay alegría sin amor.

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Y el amor —ustedes lo saben— no es una telenovela o una película romántica. Amar es preocuparse por el otro, cuidarlo, ofrecer el propio tiempo y los propios dones a quien lo necesita, arriesgarse para hacer de la vida un regalo que genera ulterior vida. Amigos, por favor, no se olviden nunca de una cosa: todos ustedes —sin excluir a nadie— son un tesoro, un tesoro único y valioso. Por eso, no encierren su vida en una caja fuerte, pensando que es mejor no hacer ningún esfuerzo porque no ha llegado aún el momento de gastarla. Muchos de ustedes están aquí de paso, por razones de trabajo y a menudo por un tiempo determinado. Pero si vivimos con la mentalidad del turista, no aprovechamos el momento presente y nos arriesgamos a desperdiciar trozos enteros de vida. Qué hermoso es, en cambio, dejar ahora una buena huella en el camino, preocupándonos por la comunidad, por los compañeros de clase, por los colegas de trabajo, por la creación. Nos hace bien preguntárnoslo, ¿qué huella estoy dejando ahora, aquí donde vivo, en el lugar donde la Providencia me ha puesto?

Esta es la primera invitación, la cultura del cuidado; si la hacemos nuestra, contribuimos a que crezca la semilla de la fraternidad. Y esta es la segunda invitación que quisiera hacerles: sembrar fraternidad. Me gustó lo que dijiste Abdulla: “Es necesario ser campeones no sólo en el campo de juego, sino en la vida”. Campeones fuera del campo. Es verdad, ¡sean campeones de fraternidad, fuera del campo! Este es el desafío de hoy para el triunfo de mañana, el desafío de nuestras sociedades cada vez más globalizadas y multiculturales. Miren, todos los instrumentos y la tecnología que la modernidad nos da no bastan para que el mundo sea pacífico y fraterno. Lo estamos viendo, en efecto, los vientos de guerra no se aplacan con el progreso técnico. Constatamos con tristeza que en muchas regiones las tensiones y las amenazas aumentan, y a veces los conflictos estallan. Pero esto a menudo sucede porque no se trabaja el propio corazón, porque se permite que en las relaciones con los demás las distancias se agranden, y de este mismo modo las diferencias étnicas, culturales, religiosas y de otro tipo se convierten en problemas y temores que aíslan, y no en oportunidades para crecer juntos. Y cuando parecen ser más fuertes que la fraternidad que nos une, se corre el riesgo del enfrentamiento

A ustedes jóvenes, que son más directos y capaces de establecer contactos y amistades, superando los prejuicios y las barreras ideológicas, quiero decirles: sean sembradores de fraternidad y serán cosechadores de futuro, porque el mundo sólo tendrá futuro en la fraternidad. Es una invitación que encuentro en el centro de mi fe. Dice la Biblia: «¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe también amar a su hermano» (1 Jn 4,20-21). Sí, Jesús nos pide que no desvinculemos nunca el amor a Dios del amor al prójimo, haciéndonos nosotros mismos prójimos de todos (cf. Lc 10,29-37). De todos, no sólo de quien me resulta simpático. Vivir como hermanos y hermanas es la vocación universal confiada a toda criatura. Y ustedes, jóvenes —sobre todo ustedes—, frente a la tendencia dominante de permanecer indiferentes y mostrarse intolerantes con los demás, hasta el punto de avalar guerras y conflictos, están llamados a «reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras» (Fratelli tutti, 6). Las palabras no son suficientes, se necesitan gestos concretos realizados en lo cotidiano.

Hagámonos algunas preguntas también aquí: ¿Soy abierto a los demás? ¿Soy amigo o amiga de alguna persona que no forma parte de mi grupo de intereses, que tiene creencias y costumbres diferentes de las mías? ¿Busco el encuentro o me quedo en lo mío? El camino es el que nos ha señalado Nevin con pocas palabras: “crear buenas relaciones”, con todos. En ustedes, jóvenes, está vivo el deseo de viajar, de conocer nuevas tierras, de superar los límites de los lugares habituales. Quisiera decirles: aprendan a viajar también dentro de ustedes mismos, amplíen las fronteras interiores, para que se desplomen los prejuicios sobre los demás, se reduzca el espacio de la desconfianza, se derriben los muros del miedo, florezca la amistad fraterna. También en esto déjense ayudar por la oración, que ensancha el corazón y que, abriéndonos al encuentro con Dios, nos ayuda a ver en quién encontramos a un hermano y una hermana. A este respecto, son hermosas las palabras de un profeta que dice: «¿No nos ha creado un solo Dios? ¿Por qué nos traicionamos unos a otros?» (Ml 2,10). Sociedades como esta, con una notable riqueza de fe, tradiciones y lenguas diversas, pueden convertirse en “escuelas de fraternidad”. Aquí estamos a las puertas del gran y multiforme continente asiático, al que un teólogo definió como «un continente de lenguas» (A. Pieris, en Teologia in Asia, Brescia 2006, 5); ¡sepan armonizarlas en la única lengua, la lengua del amor, como verdaderos campeones de fraternidad!

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Quisiera hacerles además una tercera invitación. Se refiere al desafío de tomar decisiones en la vida. Ustedes lo saben bien, por la experiencia de cada día, no existe una vida sin desafíos que afrontar. Y siempre, frente a un desafío, como ante una encrucijada, es necesario elegir, involucrarse, arriesgarse, decidir. Pero esto requiere una buena estrategia, no se puede improvisar viviendo sólo por instinto y al instante. ¿Y cómo se hace para prepararse, para entrenar la capacidad de decidir, la creatividad, la valentía, la perseverancia? ¿Cómo afinar la mirada interior, aprender a juzgar las situaciones, a captar lo esencial? Se trata de crecer en el arte de orientarse en las decisiones, de tomar la dirección correcta.Por eso, la tercera invitación es hacer elecciones en la vida, elecciones justas.

Todo esto me vino a la mente pensando en las preguntas de Merina. Son interrogantes que expresan justamente la necesidad de descubrir la dirección que hay que tomar en la vida. —Por cómo dijo las cosas, ella muestra ser muy valiente— Y puedo compartirles mi experiencia: era un adolescente como ustedes, como todos, y mi vida era la vida normal de un joven. La adolescencia —lo sabemos— es un camino, es una etapa de crecimiento, un periodo en el que nos asomamos a la vida en sus aspectos a veces contradictorios, afrontando ciertos desafíos por primera vez. Y bien, ¿cuál es mi consejo?: ¡sigan adelante sin miedo, y nunca solos! Dos cosas, sigan adelante sin miedo y nunca solos. Dios nunca los deja solos, pero, para darles una mano, espera que se la pidan. Él nos acompaña y nos guía. No con prodigios y milagros, sino hablando delicadamente por medio de nuestros pensamientos y de nuestros sentimientos;y también a través de nuestros profesores, nuestros amigos, nuestros padres y todas las personas que quieren ayudarnos.

Es necesario, entonces, aprender a distinguir su voz. La voz de Dios que nos habla. ¿Cómo aprendemos esto? Como nos decías tú, Merina, por medio de la oración silenciosa, el diálogo íntimo con Él, conservando en el corazón lo que nos hace bien y nos da paz. La paz es un signo de la presencia de Dios. Esta luz de Dios ilumina el laberinto de pensamientos, emociones y sentimientos en el que a menudo nos movemos. El Señor desea iluminar sus inteligencias, sus sentimientos más íntimos, las aspiraciones que tienen en el corazón, las opiniones que maduran dentro de ustedes. Quiere ayudarlos a distinguir lo que es esencial de lo que es superficial, lo que es bueno de lo que es malo para ustedes y para los demás, lo que es justo de lo que genera injusticia y desorden. Nada de lo que nos sucede le es ajeno a Dios, nada, pero con frecuencia somos nosotros los que nos alejamos de Él, no le confiamos las personas y las situaciones, nos cerramos en el miedo y la vergüenza. No, alimentemos en la oración la certeza consoladora de que el Señor vela sobre nosotros, que no duerme, sino que nos cuida siempre.

Amigos, jóvenes, la aventura de las decisiones no la realizamos solos. Por eso, permítanme decirles una última cosa: busquen siempre, antes que las opiniones de internet, buenos consejeros en la vida, personas sabias y de confianza que puedan orientarlos, ayudarlos. Pienso en los padres y en los maestros, pero también en los ancianos, en los abuelos, y en un buen acompañante espiritual. ¡Cada uno de nosotros necesita ser acompañado en el camino de la vida!Repito lo que les he dicho, ¡nunca solos! Necesitamos ser acompañados en el camino de la vida.

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Queridos jóvenes, los necesitamos, necesitamos su creatividad, sus sueños y su valentía, su simpatía y sus sonrisas, su alegría contagiosa y también esa pizca de locura que ustedes saben llevar a cada situación, y que ayuda a salir del sopor de la rutina y de los esquemas repetitivos en los que a veces encasillamos la vida. Como Papa quiero decirles: la Iglesia está con ustedes y los necesita, a cada uno de ustedes, para rejuvenecer, explorar nuevos senderos, experimentar nuevos lenguajes, volverse más alegre y acogedora. ¡No pierdan nunca la valentía de soñar y de vivir en grande! Aprópiense de la cultura del cuidado y difúndanla; sean campeones de fraternidad; afronten los desafíos de la vida dejándose orientar por la creatividad fiel de Dios y por buenos consejeros. Y, por último, acuérdense de mí en sus oraciones. Yo haré lo mismo por ustedes; los llevo en el corazón. ¡Gracias!

God be with you! Allah ma’akum [Que Dios esté con ustedes]

 

“La Iglesia, nace del costado abierto de Cristo, de un baño de regeneración en el Espíritu Santo”

El Papa en Baréin en el encuentro de oración

 

Encuentro de oración y Ángelus © Vatican Media

Esta mañana, domingo 6 de noviembre de 2022, tras celebrar la Santa Misa en privado, el Santo Padre se despidió de la Residencia Papal y se trasladó en coche a la Iglesia del Sagrado Corazón en Manama donde, a las 9.30 horas (7.30 hora de Roma), ha tenido lugar el encuentro de oración y el rezo del Ángelus con los Obispos, Sacerdotes, Consagrados, Seminaristas y los Agentes de Pastoral.

A su llegada, el Papa es recibido frente a la iglesia parroquial por tres niños acompañados por una monja que le llevó una ofrenda floral. Tras el saludo de bienvenida del Administrador Apostólico del Vicariato de Arabia del Norte, S.E. Mons. Paul Hinder, O.F.M. Cap., y el Párroco que le entrega la cruz y el agua bendita para la aspersión, el Santo Padre recorre la nave hasta llegar al presbiterio mientras se interpreta un himno.

Tras los cantos, el saludo litúrgico y las palabras de bienvenida del Administrador Apostólico, un agente de pastoral y una monja aportan su testimonio; después de una lectura, el Papa Francisco pronuncia su discurso al final del cual dirige el rezo del Ángelus.

Al final, tras la bendición y el canto final, el Papa firma en el Libro de Honor y se va a pie a la antigua Iglesia del Sagrado Corazón para una visita privada, acompañada por los Superiores de la Secretaría de Estado, los Cardenales, el Nuncio Apostólico y el Administrador Apostólico. Entonces se trasladó en coche a la base aérea de Sakhir, en Awali, para la ceremonia de despedida del Reino de Baréin.

Publicamos a continuación el discurso que el Santo Padre pronunció durante la reunión del Encuentro de oración con Obispos, Sacerdotes, Consagrados, Seminaristas y Agentes de Pastoral y las palabras que pronuncia antes del rezo del Ángelus:

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Discurso del Papa

Queridos obispos, sacerdotes, consagrados, seminaristas y agentes de pastoral, ¡buenos días!

Estoy contento de encontrarme entre ustedes, en esta comunidad cristiana que manifiesta bien su rostro “católico”, es decir, universal; una Iglesia formada por personas provenientes de muchas partes del mundo, que se reúnen para confesar la única fe en Cristo. Mons. Hinder, a quien agradezco su servicio y sus palabras, habló ayer de “un pequeño rebaño constituido por migrantes”. Así que, saludando a cada uno de ustedes, pienso también en sus pueblos de pertenencia, en sus familias, que llevan en el corazón con un poco de nostalgia, en sus países de origen. En particular, viendo aquí presentes a fieles del Líbano, aseguro mi oración y cercanía a ese amado país, tan cansado y tan probado, y a todos los pueblos que sufren en Oriente Medio. Es hermoso pertenecer a una Iglesia formada de historias y rostros diversos que encuentran armonía en el único rostro de Jesús. Y dicha variedad —que he visto en estos días— es el espejo de este país, de la gente que habita en él, así como del paisaje que lo caracteriza y que, aun dominado por el desierto, posee una rica y variada presencia de plantas y de seres vivos.

Las palabras de Jesús que hemos escuchado hablan del agua viva que brota de Cristo y de los creyentes (cf. Jn 7,37-39). Me hicieron pensar precisamente en esta tierra. Es verdad, hay mucho desierto, pero también hay manantiales de agua dulce que corren silenciosamente en el subsuelo, irrigándolo. Es una hermosa imagen de lo que son ustedes y sobre todo de lo que la fe realiza en la vida; emerge a la superficie nuestra humanidad, demacrada por muchas fragilidades, miedos, desafíos que debe afrontar, males personales y sociales de distinto tipo; pero en el fondo del alma, bien adentro, en lo íntimo del corazón, corre serena y silenciosa el agua dulce del Espíritu, que riega nuestros desiertos, vuelve a dar vigor a lo que amenaza con secarse, lava lo que nos degrada, sacia nuestra sed de felicidad. Y siempre renueva la vida. Esta es el agua viva de la que habla Jesús, esta es la fuente de vida nueva que nos promete: el don del Espíritu Santo, la presencia tierna, amorosa y revitalizadora de Dios en nosotros.

Nos hace bien, pues, detenernos en la escena que describe el Evangelio. Jesús se encontraba en el templo de Jerusalén, donde se estaba celebrando una de las fiestas más importantes, durante la cual el pueblo bendecía al Señor por el don de la tierra y de las cosechas, haciendo memoria de la Alianza. En ese día de fiesta se realizaba un rito importante: el sumo sacerdote se dirigía a la piscina de Siloé, sacaba agua y luego, mientras el pueblo cantaba y exultaba, la derramaba fuera de los muros de la ciudad para indicar que de Jerusalén iba a fluir una gran bendición para todos. En efecto, sobre Jerusalén el salmista había dicho: “Todas mis fuentes están en ti” (Sal 87,7); y el profeta Ezequiel había hablado de un manantial de agua que, brotando del templo, iba a irrigar y fecundar como un río toda la tierra (cf. Ez 47,1-12).

En vista de lo anterior, comprendemos bien qué quiere decirnos el Evangelio de Juan con esta escena: estamos en el último día de la fiesta, Jesús, “poniéndose de pie”, exclamó: “El que tenga sed, venga a mí” (Jn 7,37), porque “de su seno brotarán manantiales de agua viva” (v. 38). ¡Qué invitación más hermosa! Y el evangelista explica: “Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él. Porque el Espíritu no había sido dado todavía, ya que Jesús aún no había sido glorificado» (v. 39). Se hace referencia a la hora en que Jesús muere en la cruz. En ese momento, ya no es del templo de piedras, sino del costado abierto de Cristo que saldrá el agua de la vida nueva, el agua vivificante del Espíritu Santo, destinada a regenerar a toda la humanidad liberándola del pecado y de la muerte.

Hermanos y hermanas, recordemos siempre esto: la Iglesia nace allí, nace del costado abierto de Cristo, de un baño de regeneración en el Espíritu Santo (cf. Tt 3,5). No somos cristianos por nuestros méritos o sólo porque nos adherimos a un credo, sino porque en el Bautismo nos fue donada el agua viva del Espíritu, que nos hace hijos amados de Dios y hermanos entre nosotros, convirtiéndonos en criaturas nuevas. Todo brota de la gracia, —todo es gracia—, todo viene del Espíritu Santo. Permítanme, entonces, detenerme brevemente con ustedes sobre tres grandes dones que el Espíritu Santo nos da y nos pide que acojamos y vivamos: la alegría, la unidad y la profecía. La alegría, la unidad y la profecía.

En primer lugar, el Espíritu es fuente de alegría. El agua dulce que el Señor quiere hacer correr en los desiertos de nuestra humanidad, amasada de tierra y de fragilidad, es la certeza de no estar nunca solos en el camino de la vida. En efecto, el Espíritu es Aquel que no nos deja solos, es el Consolador; nos alienta con su presencia discreta y benéfica, nos acompaña con amor, nos sostiene en las luchas y en las dificultades, anima nuestros sueños más hermosos y nuestros deseos más grandes, abriéndonos al asombro y a la belleza de la vida. Por eso, la alegría del Espíritu no es un estado ocasional o una emoción del momento; tampoco es esa especie de “alegría consumista e individualista tan presente en algunas experiencias culturales de hoy” (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 128). En cambio, la alegría en el Espíritu es aquella que nace de la relación con Dios, de saber que, aun en las dificultades y en las noches oscuras que a veces atravesamos, no estamos solos, perdidos o derrotados, porque Él está con nosotros. Y con Él podemos afrontar y superar todo, incluso los abismos del dolor y de la muerte.

A ustedes, que han descubierto esta alegría y la viven en comunidad, quisiera decirles: consérvenla, más aún, multiplíquenla. ¿Y saben cuál es la mejor manera para hacer esto? Dándola. Sí, es así, la alegría cristiana es contagiosa, porque el Evangelio hace salir de sí mismo para comunicar la belleza del amor de Dios. Por lo tanto, es esencial que en las comunidades cristianas la alegría no decaiga y se comparta; que no nos limitemos a repetir gestos por rutina, sin entusiasmo, sin creatividad. De lo contrario, perderemos la fe y nos convertiremos en una comunidad aburrida, ¡y eso es malo! Es importante que, además de la liturgia, particularmente en la celebración de la Misa, fuente y cumbre de la vida cristiana (cf. Sacrosanctum Concilium, 10), hagamos circular la alegría del Evangelio también a través de una acción pastoral dinámica, especialmente para los jóvenes, las familias y las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. La alegría cristiana no se puede retener para uno mismo; sólo cuando la hacemos circular, se multiplica.

En segundo lugar, el Espíritu Santo es fuente de unidad. Los que lo acogen reciben el amor del Padre y se convierten en sus hijos (cf. Rm 8,15-16); y, si son hijos de Dios, son también hermanos y hermanas. No puede haber lugar para las obras de la carne, es decir, del egoísmo; como las divisiones, las peleas, las calumnias, las murmuraciones. Por favor estén atentos al chismorreo, las habladurías destruyen una comunidad. Las divisiones del mundo, y también las diferencias étnicas, culturales y rituales, no pueden dañar o comprometer la unidad del Espíritu. Por el contrario, su fuego destruye los deseos mundanos y enciende nuestras vidas con ese amor acogedor y compasivo con el que Jesús nos ama, para que también nosotros podamos amarnos así entre nosotros. Por eso, cuando el Espíritu del Resucitado desciende sobre los discípulos, se convierte en fuente de unidad y de fraternidad contra todo egoísmo; inaugura el único lenguaje del amor, para que los diversos lenguajes humanos no permanezcan lejanos e incomprensibles; rompe las barreras de la desconfianza y del odio, para crear espacios de acogida y de diálogo; libera del miedo e infunde la valentía de salir al encuentro de los demás con la fuerza desarmada y desarmante de la misericordia.

Esto es lo que hace el Espíritu Santo, modela de este modo a la Iglesia desde sus orígenes. Desde Pentecostés las procedencias, las sensibilidades y las diferentes visiones se armonizan en la comunión, se forjan en una unidad que no es uniformidad, es armonía, porque el Espíritu Santo es armonía. Si hemos recibido el Espíritu, nuestra vocación eclesial es principalmente la de cuidar la unidad y cultivar el conjunto, es decir —como dice san Pablo— “conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que [hemos] sido llamados” (Ef 4,3-4).

En su testimonio, Chris ha dicho que, cuando era muy joven, lo que le había fascinado de la Iglesia católica era «la devoción común de todos los fieles»; todos reunidos en una sola familia, todos para cantar las alabanzas del Señor, sin importar el color de la piel, la procedencia geográfica o el idioma. Esta es la fuerza de la comunidad cristiana, el primer testimonio que podemos dar al mundo. ¡Tratemos de ser custodios y constructores de unidad! Para ser creíbles en el diálogo con los demás, vivamos la fraternidad entre nosotros. Hagámoslo en las comunidades, valorando los carismas de todos sin mortificar a nadie; hagámoslo en las casas religiosas, como signos vivos de concordia y de paz; hagámoslo en las familias, de modo que el vínculo de amor del sacramento se traduzca en actitudes cotidianas de servicio y de perdón; hagámoslo también en la sociedad multirreligiosa y multicultural en la que vivimos. Estemos siempre en favor del diálogo, —siempre—, seamos tejedores de comunión con los hermanos de otros credos y confesiones. Sé que en este camino ustedes ya dan un hermoso ejemplo, pero la fraternidad y la comunión son dones que no debemos cansarnos de pedir al Espíritu, para rechazar las tentaciones del enemigo, que siempre siembra cizaña.

Por último, el Espíritu es fuente de profecía. La historia de la salvación, como sabemos, está repleta de numerosos profetas que Dios llama, consagra y envía en medio del pueblo para que hablen en su nombre. Los profetas reciben del Espíritu Santo la luz interior que los hace intérpretes atentos de la realidad, capaces de captar dentro de las tramas, a menudo oscuras, de la historia, la presencia de Dios, e indicarla al pueblo. Con frecuencia las palabras de los profetas son penetrantes; llaman por su nombre a los proyectos de mal que se anidan en el corazón de la gente, ponen en crisis las falsas seguridades humanas y religiosas, e invitan a la conversión.

También nosotros tenemos esta vocación profética; todos los bautizados han recibido el Espíritu y todos son profetas. Y como tales no podemos fingir que no vemos las obras del mal, quedarnos en una “vida tranquila” para no ensuciarnos las manos. Un cristiano tarde o temprano debe ensuciarse las manos para vivir bien su vida cristiana y dar buen testimonio. Por el contrario, hemos recibido un Espíritu de profecía para manifestar el Evangelio con nuestro testimonio de vida. Por eso san Pablo exhorta: “Aspiren a los dones espirituales, sobre todo al de profecía» (1 Co 14,1). La profecía nos hace capaces de practicar las bienaventuranzas evangélicas en las situaciones de cada día, es decir, de edificar con firme mansedumbre ese Reino de Dios en el que el amor, la justicia y la paz se oponen a toda forma de egoísmo, de violencia y de degradación. He apreciado que Sor Rose haya hablado del ministerio con las mujeres que se encuentran detenidas en las cárceles. ¡Esto es hermoso! Una posibilidad que debemos agradecer. La profecía que edifica y conforta a estas personas consiste en compartir con ellas el tiempo, anunciarles la Palabra del Señor, rezar con ellas. Es prestarles atención, porque allí donde hay hermanos necesitados, como los presos, está Jesús, Jesús herido en cada persona que sufre (cf. Mt 25,40). ¿Sabes lo que pienso cuando entro en una cárcel? «¿Por qué ellos y no yo?». Es la misericordia de Dios. Pero hacerse cargo de los detenidos nos ayuda a todos, como comunidad humana, porque según cómo se trate a los últimos es como se mide la dignidad y la esperanza de una sociedad.

Queridos hermanos y hermanas, en estos meses estamos rezando mucho por la paz. En este contexto, el acuerdo firmado sobre la situación de Etiopía constituye una esperanza. Animo a todos a sostener este compromiso por una paz duradera, para que, con la ayuda de Dios, se sigan recorriendo los caminos del diálogo y el pueblo vuelva pronto a encontrar una vida serena y digna. Y además no quiero dejar de rezar y pedirles que recen por la martirizada Ucrania, para que esa guerra termine.

Y ahora, queridos hermanos y hermanas, hemos llegado al final. Quisiera decirles “gracias” por estos días vividos juntos. ¡No olviden la alegría, la unidad y la profecía! —No las olviden—. Con el corazón lleno de gratitud los bendigo a todos, especialmente a cuantos han trabajado por este viaje. Y, viendo que estas son las últimas palabras públicas que pronuncio, permítanme agradecer a Su Majestad el Rey y a las autoridades de este país —también el Ministro de Justicia, aquí presente— por la exquisita hospitalidad. Los animo a seguir con constancia y alegría su camino espiritual y eclesial. Y ahora invoquemos la intercesión maternal de la Virgen María, que me alegra venerar como Nuestra Señora de Arabia. Que Ella nos ayude a dejarnos guiar siempre por el Espíritu Santo y nos mantenga alegres, unidos en el afecto y en la oración. No se olviden de rezar por mí, cuento con ello.

 

“La Iglesia, nace del costado abierto de Cristo, de un baño de regeneración en el Espíritu Santo”

El Papa en Baréin en el encuentro de oración

 

Encuentro de oración y Ángelus © Vatican Media

 

Esta mañana, domingo 6 de noviembre de 2022, tras celebrar la Santa Misa en privado, el Santo Padre se despidió de la Residencia Papal y se trasladó en coche a la Iglesia del Sagrado Corazón en Manama donde, a las 9.30 horas (7.30 hora de Roma), ha tenido lugar el encuentro de oración y el rezo del Ángelus con los Obispos, Sacerdotes, Consagrados, Seminaristas y los Agentes de Pastoral.

 

A su llegada, el Papa es recibido frente a la iglesia parroquial por tres niños acompañados por una monja que le llevó una ofrenda floral. Tras el saludo de bienvenida del Administrador Apostólico del Vicariato de Arabia del Norte, S.E. Mons. Paul Hinder, O.F.M. Cap., y el Párroco que le entrega la cruz y el agua bendita para la aspersión, el Santo Padre recorre la nave hasta llegar al presbiterio mientras se interpreta un himno.

Tras los cantos, el saludo litúrgico y las palabras de bienvenida del Administrador Apostólico, un agente de pastoral y una monja aportan su testimonio; después de una lectura, el Papa Francisco pronuncia su discurso al final del cual dirige el rezo del Ángelus.

Al final, tras la bendición y el canto final, el Papa firma en el Libro de Honor y se va a pie a la antigua Iglesia del Sagrado Corazón para una visita privada, acompañada por los Superiores de la Secretaría de Estado, los Cardenales, el Nuncio Apostólico y el Administrador Apostólico. Entonces se trasladó en coche a la base aérea de Sakhir, en Awali, para la ceremonia de despedida del Reino de Baréin.

Publicamos a continuación el discurso que el Santo Padre pronunció durante la reunión del Encuentro de oración con Obispos, Sacerdotes, Consagrados, Seminaristas y Agentes de Pastoral y las palabras que pronuncia antes del rezo del Ángelus:

***

Discurso del Papa

Queridos obispos, sacerdotes, consagrados, seminaristas y agentes de pastoral, ¡buenos días!

Estoy contento de encontrarme entre ustedes, en esta comunidad cristiana que manifiesta bien su rostro “católico”, es decir, universal; una Iglesia formada por personas provenientes de muchas partes del mundo, que se reúnen para confesar la única fe en Cristo. Mons. Hinder, a quien agradezco su servicio y sus palabras, habló ayer de “un pequeño rebaño constituido por migrantes”. Así que, saludando a cada uno de ustedes, pienso también en sus pueblos de pertenencia, en sus familias, que llevan en el corazón con un poco de nostalgia, en sus países de origen. En particular, viendo aquí presentes a fieles del Líbano, aseguro mi oración y cercanía a ese amado país, tan cansado y tan probado, y a todos los pueblos que sufren en Oriente Medio. Es hermoso pertenecer a una Iglesia formada de historias y rostros diversos que encuentran armonía en el único rostro de Jesús. Y dicha variedad —que he visto en estos días— es el espejo de este país, de la gente que habita en él, así como del paisaje que lo caracteriza y que, aun dominado por el desierto, posee una rica y variada presencia de plantas y de seres vivos.

Las palabras de Jesús que hemos escuchado hablan del agua viva que brota de Cristo y de los creyentes (cf. Jn 7,37-39). Me hicieron pensar precisamente en esta tierra. Es verdad, hay mucho desierto, pero también hay manantiales de agua dulce que corren silenciosamente en el subsuelo, irrigándolo. Es una hermosa imagen de lo que son ustedes y sobre todo de lo que la fe realiza en la vida; emerge a la superficie nuestra humanidad, demacrada por muchas fragilidades, miedos, desafíos que debe afrontar, males personales y sociales de distinto tipo; pero en el fondo del alma, bien adentro, en lo íntimo del corazón, corre serena y silenciosa el agua dulce del Espíritu, que riega nuestros desiertos, vuelve a dar vigor a lo que amenaza con secarse, lava lo que nos degrada, sacia nuestra sed de felicidad. Y siempre renueva la vida. Esta es el agua viva de la que habla Jesús, esta es la fuente de vida nueva que nos promete: el don del Espíritu Santo, la presencia tierna, amorosa y revitalizadora de Dios en nosotros.

Nos hace bien, pues, detenernos en la escena que describe el Evangelio. Jesús se encontraba en el templo de Jerusalén, donde se estaba celebrando una de las fiestas más importantes, durante la cual el pueblo bendecía al Señor por el don de la tierra y de las cosechas, haciendo memoria de la Alianza. En ese día de fiesta se realizaba un rito importante: el sumo sacerdote se dirigía a la piscina de Siloé, sacaba agua y luego, mientras el pueblo cantaba y exultaba, la derramaba fuera de los muros de la ciudad para indicar que de Jerusalén iba a fluir una gran bendición para todos. En efecto, sobre Jerusalén el salmista había dicho: “Todas mis fuentes están en ti” (Sal 87,7); y el profeta Ezequiel había hablado de un manantial de agua que, brotando del templo, iba a irrigar y fecundar como un río toda la tierra (cf. Ez 47,1-12).

En vista de lo anterior, comprendemos bien qué quiere decirnos el Evangelio de Juan con esta escena: estamos en el último día de la fiesta, Jesús, “poniéndose de pie”, exclamó: “El que tenga sed, venga a mí” (Jn 7,37), porque “de su seno brotarán manantiales de agua viva” (v. 38). ¡Qué invitación más hermosa! Y el evangelista explica: “Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él. Porque el Espíritu no había sido dado todavía, ya que Jesús aún no había sido glorificado» (v. 39). Se hace referencia a la hora en que Jesús muere en la cruz. En ese momento, ya no es del templo de piedras, sino del costado abierto de Cristo que saldrá el agua de la vida nueva, el agua vivificante del Espíritu Santo, destinada a regenerar a toda la humanidad liberándola del pecado y de la muerte.

Hermanos y hermanas, recordemos siempre esto: la Iglesia nace allí, nace del costado abierto de Cristo, de un baño de regeneración en el Espíritu Santo (cf. Tt 3,5). No somos cristianos por nuestros méritos o sólo porque nos adherimos a un credo, sino porque en el Bautismo nos fue donada el agua viva del Espíritu, que nos hace hijos amados de Dios y hermanos entre nosotros, convirtiéndonos en criaturas nuevas. Todo brota de la gracia, —todo es gracia—, todo viene del Espíritu Santo. Permítanme, entonces, detenerme brevemente con ustedes sobre tres grandes dones que el Espíritu Santo nos da y nos pide que acojamos y vivamos: la alegría, la unidad y la profecía. La alegría, la unidad y la profecía.

En primer lugar, el Espíritu es fuente de alegría. El agua dulce que el Señor quiere hacer correr en los desiertos de nuestra humanidad, amasada de tierra y de fragilidad, es la certeza de no estar nunca solos en el camino de la vida. En efecto, el Espíritu es Aquel que no nos deja solos, es el Consolador; nos alienta con su presencia discreta y benéfica, nos acompaña con amor, nos sostiene en las luchas y en las dificultades, anima nuestros sueños más hermosos y nuestros deseos más grandes, abriéndonos al asombro y a la belleza de la vida. Por eso, la alegría del Espíritu no es un estado ocasional o una emoción del momento; tampoco es esa especie de “alegría consumista e individualista tan presente en algunas experiencias culturales de hoy” (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 128). En cambio, la alegría en el Espíritu es aquella que nace de la relación con Dios, de saber que, aun en las dificultades y en las noches oscuras que a veces atravesamos, no estamos solos, perdidos o derrotados, porque Él está con nosotros. Y con Él podemos afrontar y superar todo, incluso los abismos del dolor y de la muerte.

A ustedes, que han descubierto esta alegría y la viven en comunidad, quisiera decirles: consérvenla, más aún, multiplíquenla. ¿Y saben cuál es la mejor manera para hacer esto? Dándola. Sí, es así, la alegría cristiana es contagiosa, porque el Evangelio hace salir de sí mismo para comunicar la belleza del amor de Dios. Por lo tanto, es esencial que en las comunidades cristianas la alegría no decaiga y se comparta; que no nos limitemos a repetir gestos por rutina, sin entusiasmo, sin creatividad. De lo contrario, perderemos la fe y nos convertiremos en una comunidad aburrida, ¡y eso es malo! Es importante que, además de la liturgia, particularmente en la celebración de la Misa, fuente y cumbre de la vida cristiana (cf. Sacrosanctum Concilium, 10), hagamos circular la alegría del Evangelio también a través de una acción pastoral dinámica, especialmente para los jóvenes, las familias y las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. La alegría cristiana no se puede retener para uno mismo; sólo cuando la hacemos circular, se multiplica.

En segundo lugar, el Espíritu Santo es fuente de unidad. Los que lo acogen reciben el amor del Padre y se convierten en sus hijos (cf. Rm 8,15-16); y, si son hijos de Dios, son también hermanos y hermanas. No puede haber lugar para las obras de la carne, es decir, del egoísmo; como las divisiones, las peleas, las calumnias, las murmuraciones. Por favor estén atentos al chismorreo, las habladurías destruyen una comunidad. Las divisiones del mundo, y también las diferencias étnicas, culturales y rituales, no pueden dañar o comprometer la unidad del Espíritu. Por el contrario, su fuego destruye los deseos mundanos y enciende nuestras vidas con ese amor acogedor y compasivo con el que Jesús nos ama, para que también nosotros podamos amarnos así entre nosotros. Por eso, cuando el Espíritu del Resucitado desciende sobre los discípulos, se convierte en fuente de unidad y de fraternidad contra todo egoísmo; inaugura el único lenguaje del amor, para que los diversos lenguajes humanos no permanezcan lejanos e incomprensibles; rompe las barreras de la desconfianza y del odio, para crear espacios de acogida y de diálogo; libera del miedo e infunde la valentía de salir al encuentro de los demás con la fuerza desarmada y desarmante de la misericordia.

Esto es lo que hace el Espíritu Santo, modela de este modo a la Iglesia desde sus orígenes. Desde Pentecostés las procedencias, las sensibilidades y las diferentes visiones se armonizan en la comunión, se forjan en una unidad que no es uniformidad, es armonía, porque el Espíritu Santo es armonía. Si hemos recibido el Espíritu, nuestra vocación eclesial es principalmente la de cuidar la unidad y cultivar el conjunto, es decir —como dice san Pablo— “conservar la unidad del Espíritu, mediante el vínculo de la paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que [hemos] sido llamados” (Ef 4,3-4).

En su testimonio, Chris ha dicho que, cuando era muy joven, lo que le había fascinado de la Iglesia católica era «la devoción común de todos los fieles»; todos reunidos en una sola familia, todos para cantar las alabanzas del Señor, sin importar el color de la piel, la procedencia geográfica o el idioma. Esta es la fuerza de la comunidad cristiana, el primer testimonio que podemos dar al mundo. ¡Tratemos de ser custodios y constructores de unidad! Para ser creíbles en el diálogo con los demás, vivamos la fraternidad entre nosotros. Hagámoslo en las comunidades, valorando los carismas de todos sin mortificar a nadie; hagámoslo en las casas religiosas, como signos vivos de concordia y de paz; hagámoslo en las familias, de modo que el vínculo de amor del sacramento se traduzca en actitudes cotidianas de servicio y de perdón; hagámoslo también en la sociedad multirreligiosa y multicultural en la que vivimos. Estemos siempre en favor del diálogo, —siempre—, seamos tejedores de comunión con los hermanos de otros credos y confesiones. Sé que en este camino ustedes ya dan un hermoso ejemplo, pero la fraternidad y la comunión son dones que no debemos cansarnos de pedir al Espíritu, para rechazar las tentaciones del enemigo, que siempre siembra cizaña.

Por último, el Espíritu es fuente de profecía. La historia de la salvación, como sabemos, está repleta de numerosos profetas que Dios llama, consagra y envía en medio del pueblo para que hablen en su nombre. Los profetas reciben del Espíritu Santo la luz interior que los hace intérpretes atentos de la realidad, capaces de captar dentro de las tramas, a menudo oscuras, de la historia, la presencia de Dios, e indicarla al pueblo. Con frecuencia las palabras de los profetas son penetrantes; llaman por su nombre a los proyectos de mal que se anidan en el corazón de la gente, ponen en crisis las falsas seguridades humanas y religiosas, e invitan a la conversión.

También nosotros tenemos esta vocación profética; todos los bautizados han recibido el Espíritu y todos son profetas. Y como tales no podemos fingir que no vemos las obras del mal, quedarnos en una “vida tranquila” para no ensuciarnos las manos. Un cristiano tarde o temprano debe ensuciarse las manos para vivir bien su vida cristiana y dar buen testimonio. Por el contrario, hemos recibido un Espíritu de profecía para manifestar el Evangelio con nuestro testimonio de vida. Por eso san Pablo exhorta: “Aspiren a los dones espirituales, sobre todo al de profecía» (1 Co 14,1). La profecía nos hace capaces de practicar las bienaventuranzas evangélicas en las situaciones de cada día, es decir, de edificar con firme mansedumbre ese Reino de Dios en el que el amor, la justicia y la paz se oponen a toda forma de egoísmo, de violencia y de degradación. He apreciado que Sor Rose haya hablado del ministerio con las mujeres que se encuentran detenidas en las cárceles. ¡Esto es hermoso! Una posibilidad que debemos agradecer. La profecía que edifica y conforta a estas personas consiste en compartir con ellas el tiempo, anunciarles la Palabra del Señor, rezar con ellas. Es prestarles atención, porque allí donde hay hermanos necesitados, como los presos, está Jesús, Jesús herido en cada persona que sufre (cf. Mt 25,40). ¿Sabes lo que pienso cuando entro en una cárcel? «¿Por qué ellos y no yo?». Es la misericordia de Dios. Pero hacerse cargo de los detenidos nos ayuda a todos, como comunidad humana, porque según cómo se trate a los últimos es como se mide la dignidad y la esperanza de una sociedad.

Queridos hermanos y hermanas, en estos meses estamos rezando mucho por la paz. En este contexto, el acuerdo firmado sobre la situación de Etiopía constituye una esperanza. Animo a todos a sostener este compromiso por una paz duradera, para que, con la ayuda de Dios, se sigan recorriendo los caminos del diálogo y el pueblo vuelva pronto a encontrar una vida serena y digna. Y además no quiero dejar de rezar y pedirles que recen por la martirizada Ucrania, para que esa guerra termine.

Y ahora, queridos hermanos y hermanas, hemos llegado al final. Quisiera decirles “gracias” por estos días vividos juntos. ¡No olviden la alegría, la unidad y la profecía! —No las olviden—. Con el corazón lleno de gratitud los bendigo a todos, especialmente a cuantos han trabajado por este viaje. Y, viendo que estas son las últimas palabras públicas que pronuncio, permítanme agradecer a Su Majestad el Rey y a las autoridades de este país —también el Ministro de Justicia, aquí presente— por la exquisita hospitalidad. Los animo a seguir con constancia y alegría su camino espiritual y eclesial. Y ahora invoquemos la intercesión maternal de la Virgen María, que me alegra venerar como Nuestra Señora de Arabia. Que Ella nos ayude a dejarnos guiar siempre por el Espíritu Santo y nos mantenga alegres, unidos en el afecto y en la oración. No se olviden de rezar por mí, cuento con ello.

 

 

EL SEÑOR NUNCA NIEGA SU GRACIA

— Aumentar el fervor de la oración en momentos de oscuridad.

— La dirección espiritual, camino normal por el que Dios actúa en el alma.

— Fe y sentido sobrenatural en este medio de crecimiento interior.

I. Ocurrió -leemos en el Evangelio de la Misa1que al llegar a Jericó había un ciego sentado junto al camino mendigando.

Algunos Padres de la Iglesia señalan que este ciego a las puertas de Jericó es imagen «de quien desconoce la claridad de la luz eterna»2, pues en ocasiones el alma puede sufrir también momentos de ceguera y de oscuridad. El camino despejado que vislumbró un día se puede tornar desdibujado y menos claro, y lo que antes era luz y alegría ahora son tinieblas, y una cierta tristeza pesa sobre el corazón. Muchas veces esta situación está causada por pecados personales, cuyas consecuencias no han sido del todo zanjadas, o por la falta de correspondencia a la gracia: «quizá el polvo que levantamos al andar –nuestras miserias– forma una nube opaca, que impide el paso de la luz»3; en otras ocasiones, el Señor permite esa difícil situación para purificar el alma, para madurarla en la humildad y en la confianza en Él. En esa situación es lógico que todo cueste más, que se haga más difícil, y que el demonio intente hacer más honda la tristeza, o aprovecharse de ese momento de desconcierto interior.

Sea cual sea su origen, si alguna vez nos encontramos en ese estado, ¿qué haremos? El ciego de Jericó –Bartimeo, el hijo de Timeo4– nos lo enseña: dirigirnos al Señor, siempre cercano, hacer más intensa nuestra oración, para que tenga piedad y misericordia de nosotros. Él, aunque parece que sigue su camino y nosotros quedamos atrás, nos oye. No está lejos. Pero es posible que nos suceda lo que a Bartimeo: Y los que iban delante le reprendían para que se callara. El ciego encontraba cada vez más dificultades para dirigirse a Jesús, como nosotros «cuando queremos volver a Dios, esas mismas flaquezas en las que hemos incurrido, acuden al corazón, nublan el entendimiento, dejan confuso el ánimo y querrían apagar la voz de nuestras oraciones»5. Es el peso de la debilidad o del pecado, que se hace sentir.

Tomemos ejemplo del ciego: Pero él gritaba mucho más: Hijo de David, ten piedad de mí. «Ahí lo tenéis: aquel a quien la turba reprendía para que callase, levanta más y más la voz; así también nosotros (...), cuanto mayor sea el alboroto interior, cuanto mayores dificultades encontremos, con más fuerza ha de salir la oración de nuestro corazón»6.

Jesús se paró en el camino cuando daba la impresión de que seguía hacia Jerusalén y mandó que llamaran al ciego. Bartimeo se acercó y Jesús le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Ut videam, que vea, Señor. Y Jesús le dijo: Ve, tu fe te ha salvado. Y al instante vio, y le seguía, glorificando a Dios.

A veces será difícil conocer las causas por las que el alma pasa esa situación difícil en que todo parece costar más. No sabremos quizá su origen, pero sí el remedio siempre eficaz: la oración. «Cuando se está a oscuras, cegada e inquieta el alma, hemos de acudir, como Bartimeo, a la Luz. Repite, grita, insiste con más fuerza, “Domine, ut videam!” —¡Señor, que vea!... Y se hará el día para tus ojos, y podrás gozar con la luminaria que Él te concederá»7.

II. Jesús, Señor de todas las cosas, podía curar a los enfermos –podía obrar cualquier milagro– del modo que estimara oportuno. A algunos los curó con una sola frase, con un simple gesto, a distancia... A otros por etapas, como al ciego del que nos habla San Juan8... Hoy es muy frecuente que dé la luz a las almas a través de otros. Cuando los Magos se quedaron en tinieblas al desaparecer la estrella que les había guiado desde un lugar tan lejano, hacen lo que el sentido común les dicta: interrogar a quien debía saber dónde había nacido el rey de los judíos. Le preguntan a Herodes. «Pero los cristianos no tenemos necesidad de preguntar a Herodes o a los sabios de la tierra. Cristo ha dado a su Iglesia la seguridad de la doctrina, la corriente de gracia de los Sacramentos; y ha dispuesto que haya personas para orientar, para conducir, para traer a la memoria constantemente el camino (...). Por eso, si el Señor permite que nos quedemos a oscuras, incluso en cosas pequeñas; si sentimos que nuestra fe no es firme, acudamos al buen pastor (...), al que, dando su vida por los demás, quiere ser, en la palabra y en la conducta, un alma enamorada: un pecador quizá también, pero que confía siempre en el perdón y en la misericordia de Cristo»9.

Nadie, de ordinario, puede guiarse a sí mismo sin una ayuda extraordinaria de Dios. La falta de objetividad con que nos vemos a nosotros mismos, las pasiones... hacen difícil, quizá imposible, encontrar esos senderos, a veces pequeños, pero seguros, que nos llevan en la dirección justa. Por eso, desde muy antiguo, la Iglesia, siempre Madre, aconsejó ese gran medio de progreso interior que es la dirección espiritual. No esperemos gracias extraordinarias, en los días corrientes y en aquellos en que más necesitamos luz y claridad, si no quisiéramos utilizar aquellos medios que el Señor ha puesto a nuestro alcance. ¡Cuántas veces Jesús espera la sinceridad y la docilidad del alma para obrar el milagro! Nunca niega el Señor su gracia si acudimos a Él en la oración y en los medios por los cuales derrama sus gracias.

Santa Teresa, con la humildad de los santos, escribía: «Había de ser muy continua nuestra oración por estos que nos dan luz. ¿Qué seríamos sin ellos entre tan grandes tempestades como ahora tiene la Iglesia?»10. Y San Juan de la Cruz señalaba igualmente: «El que solo quiere estar, sin arrimo y guía, será como el árbol que está solo y sin dueño en el campo, que por más fruta que tenga, los viadores se la cogerán y no llegará a sazón.

»El árbol cultivado y guardado con los buenos cuidados de su dueño, da la fruta en el tiempo que de él se espera.

»El alma sola sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo; antes se irá enfriando que encendiendo»11.

No dejemos de acudir al Señor, con una oración más intensa cuanto mayores sean los obstáculos interiores o externos que tratan de impedir que nos dirijamos a Jesús que pasa a nuestro lado. No dejemos de acudir a esos medios normales, por los que Él obra milagros tan grandes.

III. Nuestra intención al acercarnos a la dirección espiritual es la de aprender a vivir según el querer divino. En el mismo San Pablo, a pesar del inicio extraordinario de su vocación, Dios quiso después seguir con él el camino normal, es decir, formarle y transmitirle su voluntad a través de otras personas. Ananías le impuso las manos y al instante cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista12.

En quien nos ayuda vemos al mismo Cristo, que enseña, ilumina, cura y da alimento a nuestra alma para que siga su camino. Sin este sentido sobrenatural, sin esta fe, la dirección espiritual quedaría desvirtuada. Se transformaría en algo completamente distinto: un intercambio de opiniones, quizá. Este medio es una gran ayuda y presta mucha fortaleza cuando lo que realmente deseamos es averiguar la voluntad de Dios sobre nosotros e identificarnos con ella. No busquemos en la dirección espiritual a quien pueda resolver nuestros asuntos temporales; nos ayudará a santificarlos, nunca a organizarlos ni a resolverlos. No es esa su misión.

La conciencia de que, a través de aquella persona que cuenta con una gracia particular de Dios, nos acercamos al mismo Cristo, determinará nuestra confianza, la delicadeza, la sencillez y la sinceridad en este medio. Bartimeo se acercó a Jesús como quien camina hacia la Luz, a la Vida, a la Verdad, al Camino. Así nosotros, porque esa persona es un instrumento del Señor, a través de quien nos comunica gracias semejantes a las que habríamos obtenido si nos hubiéramos encontrado con Él en los caminos de Palestina. En la continuidad de la dirección espiritual se va forjando el alma; y, poco a poco, con derrotas y con victorias, vamos construyendo el edificio sobrenatural de la santidad: «¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? —Un ladrillo, y otro. Miles, Pero, uno a uno. —Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. —Y trozos de hierro. —Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas...

»¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente?... —¡A fuerza de cosas pequeñas!»13. Un cuadro se pinta pincelada a pincelada, un libro se escribe página a página, con amor paciente, y una maroma capaz de aguantar grandes pesos está tejida por un sinfín de hebras finas.

Si llevamos bien este medio de dirección espiritual, nos sentiremos como Bartimeo, que seguía en el camino a Jesús glorificando a Dios, lleno de alegría.

1 Lc 18, 35-43. — 2 Cfr. San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 1, 2, 2. — 3 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 34. — 4 Mc 10, 46-52. — 5 San Gregorio Magno, o. c., 1, 2, 3. — 6 Cfr. Ibídem, 1, 2, 4. — 7 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 862. — 8 Cfr. Jn 9, 1 ss. — 9 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 34. — 10 Santa Teresa, Vida, 13, 10. — 11 San Juan de la Cruz, Dichos de luz y de amor, Apostolado de la Prensa, Madrid 1966, pp. 958-964. — 12 Cfr. Hech 9, 17-18. — 13 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 823.

 

 

Evangelio del lunes: tu fe te ha salvado

Comentario del lunes de la 33.ª semana del tiempo ordinario. “¿Qué quieres que te haga? Señor, que vea, respondió él”. Jesús busca a las almas una a una, quiere tener un encuentro personal con cada una. Jesús no se impone a nuestras vidas sino que mendiga un poco de amor.

 

14/11/2022

Evangelio (Lc 18, 35-43)

Cuando se acercaban a Jericó, un ciego estaba sentado al lado del camino mendigando. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué era aquello. Le contestaron:

—Es Jesús Nazareno, que pasa.

Y gritó diciendo:

—¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!

Y los que iban delante le reprendían para que se estuviera callado. Pero él gritaba mucho más:

—¡Hijo de David, ten piedad de mí!

Jesús, parándose, mandó que lo trajeran ante él. Y cuando se acercó, le preguntó:

—¿Qué quieres que te haga?

—Señor, que vea —respondió él.

Y Jesús le dijo:

—Recobra la vista, tu fe te ha salvado.

Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al presenciarlo, alabó a Dios.


Comentario

Bartimeo, ciego y pobre, busca y espera quién le pueda sacar de su situación de pobreza. Al borde del camino pide limosna, mendigando, para poder comer y tirar de la vida para adelante. Pero su corazón busca algo más. El horizonte de su vida va más allá de lo material. Busca el pleno sentido de su existencia.

Un día pasa Jesús por donde él estaba y cambia su vida.

Bartimeo, aquel día que Jesús llega a Jericó y se acerca adonde estaba él, se da cuenta enseguida que ocurría algo distinto del resto de los días: “pasaba mucha gente”. Su corazón estaba alerta y preguntó qué era lo que estaba sucediendo. Le contestaron: “es Jesús Nazareno, que pasa”. E inmediatamente se pone a gritar: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!

Bartimeo movido por la fuerza del Espíritu Santo, con un corazón humilde, reconoce en Jesús al Mesías. Y por eso grita. Necesita dinero para poder comer, pero sobre todo necesita encontrar al Mesías, al Salvador. Y cuando lo encuentra no deja que se le pase la oportunidad de poder estar con Él.

Alrededor de Bartimeo muchos le reprenden y le mandan callarse. Quizá pensaban que molestaba al Maestro. No conocen a Jesús. Jesús ha venido a buscar a los que tienen hambre y sed de Él.

Bartimeo no se calla, aunque es recriminado, sino que grita más fuerte: “¡Hijo de David, ten piedad de mí!

Jesús, que lo había oído desde el principio, y se había conmovido, manda que lleven a Bartimeo a su presencia y le pregunta: “¿qué quieres que te haga? –Señor, que vea”. Y se hace el milagro.

Jesús busca a las almas una a una, quiere tener un encuentro personal con cada una. Quiere que le busquemos y que tengamos hambre y sed de Él. Jesús no se impone a nuestras vidas sino que mendiga un poco de amor[1].

De Bartimeo podemos aprender muchas cosas, sobre todo la fe que nos lleva a buscar al Señor a pesar de los obstáculos. A seguir lo que enseñaba san Josemaría en este punto de Camino: Al regalarte aquella Historia de Jesús, puse como dedicatoria: "Que busques a Cristo: Que encuentres a Cristo: Que ames a Cristo".

—Son tres etapas clarísimas. ¿Has intentado, por lo menos, vivir la primera?[2]

Buscarle es no dejar de poner los medios para encontrarnos con Él. No dejar de buscarle en la Palabra y en los sacramentos que son los caminos por los que nos encontramos con Él.


[1] cfr. San Josemaría, Es Cristo que pasa n. 179.

[2] San Josemaría, Camino 382.

 

 

“Queremos mirar con ojos limpios”

¡Qué hermosa es la santa pureza! Pero no es santa, ni agradable a Dios, si la separamos de la caridad. La caridad es la semilla que crecerá y dará frutos sabrosísimos con el riego, que es la pureza. Sin caridad, la pureza es infecunda, y sus aguas estériles convierten las almas en un lodazal, en una charca inmunda, de donde salen vaharadas de soberbia. (Camino, 119)

14 de noviembre

Ciertamente, la caridad teologal se nos muestra como la virtud más alta; pero la castidad resulta el medio sine qua non, una condición imprescindible para lograr ese diálogo íntimo con Dios; y cuando no se guarda, si no se lucha, se acaba ciego; no se ve nada, porque el hombre animal no puede percibir las cosas que son del Espíritu de Dios.

Nosotros queremos mirar con ojos limpios, animados por la predicación del Maestro: bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios. La Iglesia ha presentado siempre estas palabras como una invitación a la castidad. Guardan un corazón sano, escribe San Juan Crisóstomo, los que poseen una conciencia completamente limpia o los que aman la castidad. Ninguna virtud es tan necesaria como ésta para ver a Dios(Amigos de Dios, 175)

 

 

Mensaje para la VI Jornada Mundial de los Pobres (2022)

El Papa Francisco desea que la VI Jornada Mundial de los Pobres, que se celebra este domingo, sea “una oportunidad de gracia, para hacer un examen de conciencia personal y comunitario, y preguntarnos si la pobreza de Jesucristo es nuestra fiel compañera de vida”.

11/11/2022

1. “Jesucristo se hizo pobre por vosotros” (cf. 2 Co 8,9). Con estas palabras el apóstol Pablo se dirige a los primeros cristianos de Corinto, para dar fundamento a su compromiso solidario con los hermanos necesitados. La Jornada Mundial de los Pobres se presenta también este año como una sana provocación para ayudarnos a reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre tantas pobrezas del momento presente.

Algunos meses atrás, el mundo estaba saliendo de la tempestad de la pandemia, mostrando signos de recuperación económica que traerían alivio a millones de personas empobrecidas por la pérdida del empleo. Se vislumbraba un poco de serenidad que, sin olvidar el dolor por la pérdida de los seres queridos, prometía finalmente poder regresar a las relaciones interpersonales directas, a reencontrarnos sin limitaciones o restricciones. Y es entonces que ha aparecido en el horizonte una nueva catástrofe, destinada a imponer al mundo un escenario diferente.

La guerra en Ucrania vino a agregarse a las guerras regionales que en estos años están trayendo muerte y destrucción. Pero aquí el cuadro se presenta más complejo por la directa intervención de una “superpotencia”, que pretende imponer su voluntad contra el principio de autodeterminación de los pueblos. Se repiten escenas de trágica memoria y una vez más el chantaje recíproco de algunos poderosos acalla la voz de la humanidad que invoca la paz.

2. ¡Cuántos pobres genera la insensatez de la guerra! Dondequiera que se mire, se constata cómo la violencia afecta a los indefensos y a los más débiles. Deportación de miles de personas, especialmente niños y niñas, para desarraigarlos e imponerles otra identidad. Se vuelven actuales las palabras del Salmista ante la destrucción de Jerusalén y el exilio de los jóvenes hebreos: «Junto a los ríos de Babilonia / nos sentábamos a llorar, / acordándonos de Sión. / En los sauces de las orillas / teníamos colgadas nuestras cítaras. / Allí nuestros carceleros / nos pedían cantos, / y nuestros opresores, alegría. / [...] ¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor / en tierra extranjera?» (Sal 137,1-4).

Son millones las mujeres, los niños, los ancianos obligados a desafiar el peligro de las bombas con tal de ponerse a salvo buscando amparo como refugiados en los países vecinos. Los que permanecen en las zonas de conflicto, conviven cada día con el miedo y la falta de alimentos, agua, atención médica y sobre todo de cariño. En estas situaciones, la razón se oscurece y quienes sufren las consecuencias son muchas personas comunes, que se suman al ya gran número de indigentes. ¿Cómo dar una respuesta adecuada que lleve alivio y paz a tantas personas, dejadas a merced de la incertidumbre y la precariedad?

3. En este contexto tan contradictorio se enmarca la VI Jornada Mundial de los Pobres, con la invitación —tomada del apóstol Pablo— a tener la mirada fija en Jesús, el cual «siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza» (2 Co 8,9). En su visita a Jerusalén, Pablo se había encontrado con Pedro, Santiago y Juan, quienes le habían pedido que no se olvidara de los pobres. La comunidad de Jerusalén, en efecto, se encontraba en graves dificultades por la carestía que azotaba al país, y el Apóstol se había preocupado inmediatamente de organizar una gran colecta en favor de los pobres. Los cristianos de Corinto se mostraron muy sensibles y disponibles. Por indicación de Pablo, cada primer día de la semana recogían lo que habían logrado ahorrar y todos eran muy generosos.

Como si el tiempo no hubiera transcurrido desde aquel momento, también nosotros cada domingo, durante la celebración de la Santa Eucaristía, realizamos el mismo gesto, poniendo en común nuestras ofrendas para que la comunidad pueda proveer a las exigencias de los más pobres. Es un signo que los cristianos siempre han realizado con alegría y sentido de responsabilidad, para que a ninguna hermana o hermano le falte lo necesario. 

Lo atestigua ya san Justino, que, en el segundo siglo, explicando la celebración dominical de los cristianos al emperador Antonio Pío, escribía así: «En el día llamado “del Sol” se reúnen todos juntos, habitantes de la ciudad o del campo, y se leen las memorias de los Apóstoles o los escritos de los profetas según el tiempo lo permita. […] Luego se hace la fracción y distribución de los elementos consagrados a cada uno y a través de los diáconos se envía a los ausentes. Los adinerados y los que lo desean dan libremente, cada uno lo que quiere y lo que se recoge viene depositado con el sacerdote. Este socorre a los huérfanos, a las viudas, y a quien es indigente por enfermedad o por cualquier otra causa, a los encarcelados, a los extranjeros que se encuentran entre nosotros: en resumen, tiene cuidado de cualquiera que esté en necesidad» (Primera Apología, LXVII, 1-6).

4. Regresando a la comunidad de Corinto, después del entusiasmo inicial, su compromiso comenzó a disminuir y la iniciativa propuesta por el Apóstol perdió fuerza. Es este el motivo que estimula a Pablo a escribir de manera apasionada insistiendo en la colecta, «llévenla ahora a término, para que los hechos respondan, según las posibilidades de cada uno, a la decisión de la voluntad» (2 Co 8,11).

Pienso en este momento en la disponibilidad que, en los últimos años, ha movido a enteras poblaciones a abrir las puertas para acoger millones de refugiados de las guerras en Oriente Medio, en África central y ahora en Ucrania. Las familias han abierto de par en par sus casas para hacer espacio a otras familias, y las comunidades han recibido con generosidad tantas mujeres y niños para ofrecerles la debida dignidad. 

Sin embargo, mientras más dura el conflicto, más se agravan sus consecuencias. A los pueblos que acogen les resulta cada vez más difícil dar continuidad a la ayuda; las familias y las comunidades empiezan a sentir el peso de una situación que va más allá de la emergencia. Este es el momento de no ceder y de renovar la motivación inicial. Lo que hemos comenzado necesita ser llevado a cumplimiento con la misma responsabilidad.

5. La solidaridad, en efecto, es precisamente esto: compartir lo poco que tenemos con quienes no tienen nada, para que ninguno sufra. Mientras más crece el sentido de comunidad y de comunión como estilo de vida, mayormente se desarrolla la solidaridad. Por otra parte, es necesario considerar que hay países donde, en las últimas décadas, se ha producido un importante aumento del bienestar para muchas familias, que han alcanzado un estado de vida seguro. Este es un resultado positivo debido a la iniciativa privada y a leyes que han apoyado el crecimiento económico articulado con un incentivo concreto a las políticas familiares y a la responsabilidad social. 

El patrimonio de seguridad y estabilidad logrado pueda ahora ser compartido con aquellos que se han visto obligados a abandonar su hogar y su país para salvarse y sobrevivir. Como miembros de la sociedad civil, mantengamos vivo el llamado a los valores de libertad, responsabilidad, fraternidad y solidaridad. Y como cristianos encontremos siempre en la caridad, en la fe y en la esperanza el fundamento de nuestro ser y nuestro actuar.

6. Es interesante observar que el Apóstol no quiere obligar a los cristianos forzándolos a una obra de caridad. De hecho, escribe: «Esta no es una orden» (2 Co 8,8); más bien, pretende “manifestar la sinceridad” de su amor en la atención y solicitud por los pobres (cf. ibíd.). Como fundamento de la petición de Pablo está ciertamente la necesidad de una ayuda concreta, pero su intención va más allá. 

Él invita a realizar la colecta para que sea un signo del amor, tal como lo ha testimoniado el mismo Jesús. En definitiva, la generosidad hacia los pobres encuentra su motivación más fuerte en la elección del Hijo de Dios que quiso hacerse pobre Él mismo.

El Apóstol, en efecto, no teme afirmar que esta elección de Cristo, este “despojo” suyo, es una «gracia», más aún, «la gracia de nuestro Señor Jesucristo» (2 Co 8,9), y sólo acogiéndola podemos dar expresión concreta y coherente a nuestra fe. La enseñanza de todo el Nuevo Testamento tiene su unidad en torno a este tema, que también se refleja en las palabras del apóstol Santiago: «Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla, de manera que se engañen a ustedes mismos. El que oye la Palabra y no la practica, se parece a un hombre que se mira en el espejo, pero en seguida se va y se olvida de cómo es. En cambio, el que considera atentamente la Ley perfecta, que nos hace libres, y se aficiona a ella, no como un oyente distraído, sino como un verdadero cumplidor de la Ley, será feliz al practicarla» (St 1,22-25).

7. Frente a los pobres no se hace retórica, sino que se ponen manos a la obra y se practica la fe involucrándose directamente, sin delegar en nadie. A veces, en cambio, puede prevalecer una forma de relajación, lo que conduce a comportamientos incoherentes, como la indiferencia hacia los pobres. Sucede también que algunos cristianos, por un excesivo apego al dinero, se empantanan en el mal uso de los bienes y del patrimonio. Son situaciones que manifiestan una fe débil y una esperanza endeble y miope.

Sabemos que el problema no es el dinero en sí, porque este forma parte de la vida cotidiana y de las relaciones sociales de las personas. Más bien, lo que debemos reflexionar es sobre el valor que tiene el dinero para nosotros: no puede convertirse en un absoluto, como si fuera el fin principal. Tal apego impide observar con realismo la vida de cada día y nubla la mirada, impidiendo ver las necesidades de los demás. Nada más dañino le puede acontecer a un cristiano y a una comunidad que ser deslumbrados por el ídolo de la riqueza, que termina encadenando a una visión de la vida efímera y fracasada.

Por lo tanto, no se trata de tener un comportamiento asistencialista hacia los pobres, como suele suceder; es necesario, en cambio, hacer un esfuerzo para que a nadie le falte lo necesario. No es el activismo lo que salva, sino la atención sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que tiende la mano para que yo me despierte del letargo en el que he caído. 

Por eso, «nadie debería decir que se mantiene lejos de los pobres porque sus opciones de vida implican prestar más atención a otros asuntos. Ésta es una excusa frecuente en ambientes académicos, empresariales o profesionales, e incluso eclesiales. […] Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 201). 

Es urgente encontrar nuevos caminos que puedan ir más allá del marco de aquellas políticas sociales «concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos» (Carta enc. Fratelli tutti, 169). En cambio, es necesario tender a asumir la actitud del Apóstol que podía escribir a los corintios: «No se trata de que ustedes sufran necesidad para que otros vivan en la abundancia, sino de que haya igualdad» (2 Co 8,13).

8. Hay una paradoja que hoy como en el pasado es difícil de aceptar, porque contrasta con la lógica humana: hay una pobreza que enriquece. Haciendo referencia a la “gracia” de Jesucristo, Pablo quiere confirmar lo que Él mismo predicó, es decir, que la verdadera riqueza no consiste en acumular «tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban» (Mt 6,19), sino en el amor recíproco que nos hace llevar las cargas los unos de los otros para que nadie quede abandonado o excluido. 

La experiencia de debilidad y limitación que hemos vivido en los últimos años, y ahora la tragedia de una guerra con repercusiones globales, nos debe enseñar algo decisivo: no estamos en el mundo para sobrevivir, sino para que a todos se les permita tener una vida digna y feliz. El mensaje de Jesús nos muestra el camino y nos hace descubrir que hay una pobreza que humilla y mata, y hay otra pobreza, la suya, que nos libera y nos hace felices.

La pobreza que mata es la miseria, hija de la injusticia, la explotación, la violencia y la injusta distribución de los recursos. Es una pobreza desesperada, sin futuro, porque la impone la cultura del descarte que no ofrece perspectivas ni salidas. Es la miseria que, mientras constriñe a la condición de extrema pobreza, también afecta la dimensión espiritual que, aunque a menudo sea descuidada, no por esto no existe o no cuenta. 

Cuando la única ley es la del cálculo de las ganancias al final del día, entonces ya no hay freno para pasar a la lógica de la explotación de las personas: los demás son sólo medios. No existen más salarios justos, horas de trabajo justas, y se crean nuevas formas de esclavitud, sufridas por personas que no tienen otra alternativa y deben aceptar esta venenosa injusticia con tal de obtener lo mínimo para su sustento.

La pobreza que libera, en cambio, es la que se nos presenta como una elección responsable para aligerar el lastre y centrarnos en lo esencial. De hecho, se puede encontrar fácilmente esa sensación de insatisfacción que muchos experimentan, porque sienten que les falta algo importante y van en su búsqueda como errantes sin una meta. Deseosos de encontrar lo que pueda satisfacerlos, tienen necesidad de orientarse hacia los pequeños, los débiles, los pobres para comprender finalmente aquello de lo que verdaderamente tenían necesidad. 

El encuentro con los pobres permite poner fin a tantas angustias y miedos inconsistentes, para llegar a lo que realmente importa en la vida y que nadie nos puede robar: el amor verdadero y gratuito. Los pobres, en realidad, antes que ser objeto de nuestra limosna, son sujetos que nos ayudan a liberarnos de las ataduras de la inquietud y la superficialidad.

Un padre y doctor de la Iglesia, san Juan Crisóstomo, en cuyos escritos se encuentran fuertes denuncias contra el comportamiento de los cristianos hacia los más pobres, escribió: «Si no puedes creer que la pobreza te enriquece, piensa en tu Señor y deja de dudar de esto. Si Él no hubiera sido pobre, tú no serías rico; esto es extraordinario, que de la pobreza surgió abundante riqueza. Pablo quiere decir aquí con “riquezas” el conocimiento de la piedad, la purificación de los pecados, la justicia, la santificación y otras mil cosas buenas que nos han sido dadas ahora y siempre. Todo esto lo tenemos gracias a la pobreza» (Homilías sobre la II Carta a los Corintios, 17,1).

9. El texto del Apóstol al que se refiere esta VI Jornada Mundial de los Pobres presenta la gran paradoja de la vida de fe: la pobreza de Cristo nos hace ricos. Si Pablo pudo dar esta enseñanza —y la Iglesia difundirlo y testimoniarlo a lo largo de los siglos— es porque Dios, en su Hijo Jesús, eligió y siguió este camino. 

Si Él se hizo pobre por nosotros, entonces nuestra misma vida se ilumina y se transforma, y ​​adquiere un valor que el mundo no conoce ni puede dar. La riqueza de Jesús es su amor, que no se cierra a nadie y va al encuentro de todos, especialmente de los que son marginados y privados de lo necesario. Por amor se despojó a sí mismo y asumió la condición humana. Por amor se hizo siervo obediente, hasta morir y morir en la cruz (cf. Flp 2,6-8). Por amor se hizo «pan de Vida» (Jn 6,35), para que a nadie le falte lo necesario y pueda encontrar el alimento que nutre para la vida eterna. 

También en nuestros días parece difícil, como lo fue entonces para los discípulos del Señor, aceptar esta enseñanza (cf. Jn 6,60); pero la palabra de Jesús es clara. Si queremos que la vida venza a la muerte y la dignidad sea rescatada de la injusticia, el camino es el suyo: es seguir la pobreza de Jesucristo, compartiendo la vida por amor, partiendo el pan de la propia existencia con los hermanos y hermanas, empezando por los más pequeños, los que carecen de lo necesario, para que se cree la igualdad, se libere a los pobres de la miseria y a los ricos de la vanidad, ambos sin esperanza.

10. El pasado 15 de mayo canonicé al hermano Charles de Foucauld, un hombre que, nacido rico, renunció a todo para seguir a Jesús y hacerse con Él pobre y hermano de todos. Su vida eremítica, primero en Nazaret y luego en el desierto del Sahara, hecha de silencio, oración y compartir, es un testimonio ejemplar de la pobreza cristiana. Nos hará bien meditar en estas palabras suyas: «No despreciemos a los pobres, a los pequeños, a los trabajadores; ellos no sólo son nuestros hermanos en Dios, sino que son también aquellos que del modo más perfecto imitan a Jesús en su vida exterior. Ellos nos representan perfectamente a Jesús, el Obrero de Nazaret. Son los primogénitos entre los elegidos, los primeros llamados a la cuna del Salvador. Fueron la compañía habitual de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte […]. Honrémoslos, honremos en ellos las imágenes de Jesús y de sus santos padres […]. Tomemos para nosotros [la condición] que Él tomó para sí mismo […]. No dejemos nunca de ser pobres en todo, hermanos de los pobres, compañeros de los pobres, seamos los más pobres de los pobres como Jesús, y como Él amemos a los pobres y rodeémonos de ellos» ( Comentario al Evangelio de Lucas, Meditación 263) [1]. Para el hermano Charles estas no fueron sólo palabras, sino un estilo de vida concreto, que lo llevó a compartir con Jesús el don de la vida misma.

Que esta VI Jornada Mundial de los Pobres se convierta en una oportunidad de gracia, para hacer un examen de conciencia personal y comunitario, y preguntarnos si la pobreza de Jesucristo es nuestra fiel compañera de vida.

Roma, San Juan de Letrán, 13 de junio de 2022, Memoria de san Antonio de Padua.

FRANCISCO

[1] Meditación n. 263 sobre Lc 2,8-20: C. DE FOUCAULD, La Bonté de Dieu. Méditations sur les saints Evangiles (1), Nouvelle Cité, Montrouge 1996, 214-216.

 

 

Mons. Ocáriz: «Donde tú estás, está el Opus Dei»

Prosigue el viaje pastoral de Mons. Fernando Ocáriz por diversas ciudades de México: Aguascalientes, Guadalajara, Monterrey y Ciudad de México. Ofrecemos información de su llegada a Montefalco.

09/11/2022

Lunes 7 de noviembre

El prelado del Opus Dei viajó a Montefalco, una casa de retiros espirituales ubicada en el estado de Morelos, al sur de la capital, a donde llegó poco antes del mediodía.

Allí recibió a diversos grupos de personas. Paty le contó de su sobrina, que tiene 4 años y sufre una grave enfermedad. Tiene mucho interés por conocer más la fe católica y es muy piadosa. Mons. Ocáriz dijo que el ejemplo de esta joven puede ayudar a reflexionar sobre la infancia espiritual y el abandono en Dios: «Tened confianza en el Señor; la misma confianza que depositábais en vuestro padre y vuestra madre». 

También explicaron al Prelado que en una parroquia de una zona lejana han podido comprar copones grandes de un metal precioso gracias a la colecta realizada entre todos los vecinos. Quien explicó esta iniciativa preguntó a don Fernando cuándo llegaría la Obra a áreas tan alejadas de las capitales: «Donde tú estás -dijo-, la Obra está ahí. Pero nos desarrollaremos más, si sois fieles».

Domingo 6 de noviembre

Por la mañana, hubo una tertulia general en la Arena Monterrey. Acudieron personas provenientes del norte de México, del sur de la Unión Americana e incluso de algunos países de Centroamérica.

En primer lugar, Mons. Ocáriz pidió oraciones por el Papa Francisco. También recordó la importancia de tener fe en la oración y de amar mucho al Señor para identificarse con él.

Algunas personas quisieron compartir algunas impresiones, hacerle preguntas y contarle múltiples anécdotas: desde iniciativas educativas con los más desamparados, hasta operaciones quirúrgicas, pasando también por impulsores de la devoción a la Madre de Dios a través de matachines y del proyecto de “La Virgen en todos lados”. “Siempre se puede querer más a la Virgen. Ella nos mira con amor y nosotros debemos responder a esa mirada”, dijo el Prelado.

En ese rato de catequesis se abordaron numerosos temas: la importancia de las virtudes en la educación de los hijos, el redescubrimiento de la amistad, la esperanza ante las contrariedades o el agradecimiento que debemos tener hacia los migrantes que fortalecen nuestra sociedad.

En concreto, el prelado del Opus Dei se detuvo en la oportunidad que ofrece el sufrimiento cuando aparece en la vida, para fortalecer la fe, siempre que lo experimentemos unidos a la Cruz del Señor. Otros temas fueron la necesidad de ser prudentes en las redes sociales, el valor del celibato como un don de Dios y el matrimonio.

Finalmente, don Fernando concluyó la tertulia reiterando la importancia de pedir juntos por el Papa, y pidió oraciones para toda la Iglesia, para la Obra y también para él.

Sábado 5 de noviembre

El día 5 Mons. Fernando Ocáriz respondió, durante un encuentro, a las preguntas de muchas jóvenes mexicanas: «Es bueno conocer y estudiar la propia fe, para ser capaces de amar más a Jesucristo, que nos llama a identificarnos con Él, para ser felices. Del conocimiento viene el amor hacia quien nos llama a ser ipse Christus, el mismo Cristo».

Luisa, de Sinaloa, preguntó cómo se podía preparar mejor para la Jornada Mundial de la Juventud que tendrá lugar en Lisboa. «Escuchad y meditad las palabras del Papa. Y también, ¡divertíos mucho!». Además, le regalaron un farol proveniente de la ciudad de Culiacán: «Esto me hace pensar que todos tenemos que ser faroles encendidos, para dar luz a los demás e iluminar sus vidas».

Karina contó cómo descubrió su vocación a la Obra como Numeraria Auxiliar poco después de la muerte de 11 mujeres de la Obra mexicanas en un accidente automovilístico en el 2016. «Para seguir la propia vocación -recordó el Prelado- es necesaria la oración, pedir luces al Señor y pedir consejo. Lo importante no es pensar qué es más fácil y qué es más difícil; toda vocación es fácil y toda vocación es difícil. Es fácil con la gracia de Dios y es difícil porque todas implican esfuerzo. El celibato es un grandísimo don de Dios que da la capacidad de amar mucho».

Lilly, Paula y Lucía tocaron una pieza con flauta traversa. También surgió una pregunta sobre cómo cuidar nuestra fe y ser coherentes: «La fe es un don de Dios. Ante algunos ambientes que se oponen a la doctrina cristiana, primero, no hay que asustarse, sino mantenerse serenos, y –a la vez– ser prudentes. La primera prudencia es pedir ayuda a Dios. Los mismos apóstoles, teniendo a Jesús presente, le pedían: Señor, auméntanos la fe».

El equipo de @opusdeitips, una cuenta de Instagram que publica contenido sobre el mensaje de san Josemaría, preguntó cómo transmitir la filiación divina a gente joven. «El contenido que hacéis, que explica qué es la filiación divina, es ya una gran ayuda. Luego, transmitid la experiencia de la alegría de saberse hijos de Dios a las personas que tenéis cerca».

Al final, el Prelado se dirigió a todas: «Cuento con vosotras. No podéis limitaros a recibir formación cristiana; ustedes también hacen la Obra con nosotros».

Viernes 4 de noviembre

Tras celebrar la santa Misa en el colegio Liceo de Monterrey, a la que acudieron numerosas familias, Mons. Ocáriz charló con un grupo de mujeres. Maru –odontóloga– recordó algunas anécdotas de su profesión y Sofi habló sobre las amigas que ha hecho en la Universidad. Algunas, que vinieron desde el cercano Estados Unidos, le pidieron oración por la labor apostólica en ese país. El prelado les recordó que en el Opus Dei uno se siente en casa esté en el país que esté, «si cuidamos el ambiente de familia y el trato lleno de caridad entre nosotros».

Por la tarde, recibió a un grupo de jóvenes que participan de la formación cristiana que se ofrece en diversos centros del Opus Dei en el Norte de México. Asistieron chicos de Hermosillo, Culiacán, Chihuahua, Torreón y Monterrey. Se habló sobre temas como la fe, el apostolado, la vocación, las contrariedades, la alegría, la esperanza y otras cuestiones e inquietudes que presentaron los muchachos con anécdotas y preguntas.

Don Fernando les animó a no cansarse de profundizar en la formación y a asistir a ella de modo activo, no solo como el que recibe una clase, sino buscando cómo se pueden traducir las enseñanzas de la fe católica en la propia vida y cómo incorporarlas a la jornada cotidiana y a los sueños personales.

Pablo fue el primero en intervenir; contó cómo la llegada de un hermano con parálisis cerebral le ha ayudado a él y su familia a quererse más y a ser más generosos. “De alguna manera -le dijo el Prelado-, ahí está presente el amor de Dios, y ha servido para algo muy importante: la unión y generosidad de la familia; a veces estas cosas que pueden presentarse como una desgracia son en realidad una bendición de Dios, aunque no siempre sea tan fácil verlo así”.

A continuación, Eugenio preguntó: “¿Cómo vencer el miedo a las dificultades?”. “La raíz de nuestra seguridad siempre está en Dios —contestó don Fernando— pues nunca estamos alejados de la mano de Dios, ni dejados a nuestra suerte”. Citó también las palabras de San Pablo: “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? Muchas veces lo que necesitamos es tener más fe, pedirle al Señor que nos aumente la fe”.

Otro joven de Monterrey —que también se llamaba Eugenio— pudo compartir con el Prelado cómo fue acercándose y redescubriendo a Dios gracias a la catequesis y las actividades que ha encontrado en Sillares, un centro del Opus Dei. “La formación -respondió Mons. Ocáriz- está dirigida a la identificación de cada persona con Jesucristo. Necesitamos recibirla no solo para tener información más o menos interesante, sino para que me sirva para conocer más al Señor, quererle más, y también para actuar más como Él, y sentir más como Él”. Explicó también cómo Dios quiere que todos seamos santos, pero que toca a cada uno descubrir el plan concreto que Dios ha pensado para cada uno.

Gerardo, de Culiacán, y José Pablo, de Chihuahua, preguntaron cómo acercar a sus amigos y hermanos a Dios. “Que se vea la alegría que tenéis cuando os empeñáis por vivir una auténtica vida cristiana. Además, rezad mucho por vuestros amigos y profundizad en la amistad”.

Sergio, del Club Roda, preguntó cómo distinguir la visión humana de lo que Dios nos quiere inspirar. “Piensa en tu oración, habla con Dios, pregúntale. Y pide consejo a quien te pueda ayudar. Dios respetará tu libertad, pero esa libertad alcanza su verdadero sentido cuando se dirige siempre hacia el amor, el amor a Dios y, por Dios, a los demás”.

Antes de acabar, unos chicos regiomontanos tuvieron la oportunidad de cantar el “Corrido de Monterrey”. El Prelado dio su bendición a todos, animándoles a ser fieles, alegres y apóstoles.

Jueves 3 de noviembre

Ese día don Fernando acudió al colegio Liceo de Monterrey, cuya formación cristiana está confiada a la prelatura. Las alumnas le dirigieron varias preguntas. Se mencionó en diversas ocasiones la necesidad de tratar a Jesús en el Sagrario y hacerle compañía. Después de que algunas cantasen una canción con la guitarra, el Prelado les animó a estar siempre alegres, y a demostrar esa alegría «cantando siempre, aunque sea por dentro».

Miércoles 2 de noviembre

El 2 de noviembre el prelado siguió su recorrido por México. En Monterrey, al norte del país, se reunió con un grupo de hijas suyas en Los Pinos, un centro donde se organizan numerosos retiros espirituales. Comenzó hablando de la ilusión que necesita cada cristiano para querer formarse siempre un poco más. Chayo y Mariana contaron unos chistes, y el Prelado aprovechó para animar a las presentes a tener siempre buen humor. Ana Lucía preguntó cómo cultivar amistades profundas: “Interesaos genuinamente por cada una -dijo Mons. Ocáriz-, y cuidad siempre la cercanía de la oración”.

Luego, Angie le dio la bienvenida en tarahumara, un lenguaje indígena, y le pidió que volviera pronto. Otra de las presentes preguntó qué tenía que pasar para que el Opus Dei tuviera más presencia en la Sierra Tarahumara. “San Josemaría siempre decía que, si queremos ser más, hemos de ser mejores, empezando por vosotras, con vuestro trabajo, con vuestra oración”.

Edith platicó sobre su reciente bautizo, primera comunión y confirmación, y también cantó –acompañada por la guitarra– una canción mexicana popular. Las intervenciones siguieron. Antes de irse, el prelado recordó que “no nos despedimos, porque siempre estamos muy cerca”.

Martes 1 de noviembre

El prelado del Opus Dei dedicó gran parte de la mañana a visitar enfermos y enfermas, y a charlar con matrimonios que impulsan diversas iniciativas educativas (Lar, Forsa y FAPACE). También aprovechó para conocer el colegio Los Altos, donde pudo platicar con algunas alumnas.

Después, tuvo una reunión en la Universidad Panamericana Campus Guadalajara con personas que trabajan en colegios, en la Universidad y en la escuela de negocios Ipade. Don Fernando mencionó muchas veces la importancia del trabajo que hace cada persona en esas instituciones. “No es mejor trabajo -dijo- el que hace el rector de la Universidad que el que hace una persona que solo da una clase a la semana, porque -como decía san Josemaría- es mejor el trabajo que se haga con más amor de Dios”.

Lunes 31 de octubre

Por la mañana, don Fernando se reunió con un grupo de hijas suyas para charlar de los retos profesionales y apostólicos entre sus compañeras de trabajo y con otras amigas. Por la tarde, acudió a rezar a la Virgen de Zapopán, en Jalisco.

Domingo 30 de octubre

En el segundo día de su visita a Guadalajara, el prelado mantuvo una tertulia con universitarios en la Universidad Panamericana.

De parte de todos los jóvenes que frecuentan el club Cauda, Álvaro regaló a Mons. Ocáriz un álbum del mundial, en el que en vez de los jugadores de fútbol puede verse a los chicos que acuden a recibir formación cristiana en ese centro. Luego, Álvaro contó que ha empezado a impartir catecismo a niños pequeños. Como no sabe si lo está haciendo bien, preguntó cómo explicar el amor de Dios a una persona a quien parece no interesarle. “Depende de las circunstancias –dijo el Prelado–; no hay una fórmula mágica. Lo que siempre es necesario es acompañar la formación con la oración, con tu oración. A veces no es fácil enseñar porque no conoces a esa persona o a ese niño, pero por eso le pides al Espíritu Santo el don de lenguas, le pides luz para que el mensaje de la fe llegue a él”.

A continuación preguntó Diego: “¿Cómo podemos saber qué es a lo que Dios nos llama?”. La voluntad del Señor, contestó don Fernando, no se manifiesta normalmente de modo evidente, “por lo que es muy importante rezar, pedir luz y fuerza para decidir. A veces sabemos que nos llama, pero nos falta querer seguirlo”. El Prelado habló sobre el celibato y comentó que supone –para quien recibe esa llamada– un don muy grande: “El celibato apostólico es una donación de amor inmenso a Dios, y, por Dios, al mundo entero”. Expresó que sería un error ver el celibato como un gran sacrificio, y recordó las palabras que Jesús dirige en los evangelios numerosas veces a sus apóstoles: “No tengáis miedo”.

Entre una pregunta y otra también hubo tiempo para breves espectáculos: José Andrés, que vive en la residencia universitaria Altovalle, cantó la canción “Cuando Sale La Luna”. Santiago hizo un truco de magia que despertó los aplausos de los asistentes.

Poncho, un muchacho de Aguascalientes, y José María, de San Luis Potosí, hicieron preguntas similares: ¿cómo acercar a mis amigos a Dios? El prelado del Opus Dei habló de la importancia de la amistad y de la oración en el apostolado: “Se trata de saber transmitir, por el afecto y el cariño, lo que uno lleva dentro, que es la verdadera alegría de la propia relación a Dios, que no limita nuestra vida, sino que multiplica la felicidad”. Citando a san Josemaría, recordó que “lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado”.

Más adelante, el Prelado charló un rato con algunas jóvenes que reciben formación cristiana en centros del Opus Dei, que le acogieron con la canción "Cielito lindo". Precisamente, comenzó el encuentro reflexionando sobre la fortuna que supone acudir a clases para conocer la fe católica y profundizar en la vida espiritual, para poder así acercarse más a Cristo.

Rosita le contó su proceso de conversión, gracias al acompañamiento que recibió desde el primer momento en Jaltepec, un colegio donde estudia la preparatoria. Durante este tiempo fue descubriendo el valor de los sacramentos y decidió recibir la Primera Comunión y la Confirmación hace pocos meses.

Las preguntas de las participantes versaron en torno al ambiente difícil que se está viviendo en el Estado. El prelado animó a no perder la esperanza, a reconocer que Dios es un Padre que cuida de nosotros. Recordando una idea de san Josemaría, señaló que «se puede llorar, se puede sufrir, pero estar tristes, no».

Antes de concluir, Jimena le regaló una Virgen que pintaron entre todas las chicas que participan en la catequesis, desde la más pequeña hasta la más grande.

Sábado 29 de octubre

Durante su primer día en Guadalajara, el prelado del Opus Dei mantuvo un encuentro con fieles y amigos de la Prelatura que arrancó con la canción “México, lindo y querido”, entonada al son del mariachi.

A raíz del evangelio del día, Mons. Ocáriz habló sobre la humildad, y recordó que san Josemaría señalaba que esta virtud nos lleva a reconocer nuestros fallos, pero también revela nuestra grandeza de ser hijos de Dios.

Con ocasión de su 56 aniversario de bodas, un matrimonio preguntó cómo afinar en fidelidad. «La fidelidad -respondió el Prelado- está en quererse cada día más. Toditos y toditas, como dicen aquí en Guadalajara, tenemos defectos. Hay que quererse como son».

Aprovechando la proximidad del Mundial de fútbol, una familia subió al escenario para regalarle una camiseta de la selección mexicana de fútbol marcada con su nombre por atrás. Al final del encuentro, Daniela cantó “Paloma Querida”, acompañada por Álvaro en el violín, mientras dos niñas vestidas de Catrinas (uno de los íconos más representativos de la cultura mexicana en el Día de Muertos) le entregaban un ramo de flores.

Viernes 28 de octubre

El prelado se trasladó a Aguascalientes, ciudad ubicada en el centro norte de México. Allí tuvo lugar un encuentro general de catequesis en el Centro de Convenciones San Marcos.

Una de las intervenciones fue la de Francisco, que se definió como “el hombre más joven del recinto”, pese a sus 105 años. Su hija relató la devoción tan grande de su padre por el Santo Rosario. A propósito de esta referencia, el prelado invitó a los presentes “a rezar y acudir a María con mayor devoción”.

También comentó que el espíritu cristiano no puede imponerse, «sino que hay que transmitirlo, porque es lo que tenemos en el corazón: no dar lecciones, sino transmitir con alegría”. Mons. Ocáriz habló también de la importancia de la Santa Misa, y volvió a invitar a todos a vivir muy unidos al Papa y a rezar por él.

Otra de las preguntas fue de Gonzalo Quesada, un padre de familia de la ciudad de Querétaro, que trabaja como organizador de eventos, especialmente de bodas. Contó que aprovecha esas celebraciones para animar a los futuros esposos y transmitirles experiencias para mantenerse unidos y crecer en el amor a lo largo del tiempo. Preguntó al Prelado cómo mantener el trato con Dios a lo largo del día, y éste le aconsejó que pensara que Jesús lo espera en cada rato de oración y en cada acto de piedad, porque “Él, en su grandeza, ha querido necesitar de nuestro afecto”.

Otra persona contó la ayuda que había recibido un amigo gracias a la intercesión del beato Álvaro tras un accidente automovilístico, y que hoy goza de buena salud. Mons. Ocáriz agradeció ese favor a Dios e invitó a todos a tener fe en la oración, a creer que Él nos escucha cuando le pedimos algo: “Su acción siempre es eficaz, aunque no veamos el resultado, pues la oración no se pierde”.

Michelle Raymond, directora del departamento de Arte y Cultura de la Universidad Panamericana, relató que había trabajado junto con los estudiantes en un musical basado en “Los Miserables”; algunos alumnos involucrados presentaron la pieza “Un día más”.

El encuentro continuó adelante con una cuestión sobre cómo vivir la castidad en el noviazgo; por su parte, una niña quiso saber cómo se llamaba el ángel de la guarda del Prelado. Unas jóvenes cantaron una canción usando la tonada de “Pescador”, compuesta para la venida del Papa Juan Pablo II a México, cambiando su letra para hacer alusión a la venida del Prelado.

El encuentro terminó con otra canción: “Pelea de gallos”, una canción emblemática de Aguascalientes, cantada por una profesora y un profesor de la Universidad Panamericana, que fueron acompañados por un joven charro que floreaba la reata al son de la música.

Jueves 27 de octubre

Por la mañana, el Prelado saludó a algunas familias mexicanas, que aprovecharon para felicitarle por su cumpleaños, que coincidía con su primera jornada en tierras mexicanas.

Por la tarde, acudió a la Basílica de Guadalupe, para celebrar la Misa [enlace a la homilía]. Durante la homilía, invitó a los presentes a «no admitir el pesimismo ni el desánimo», sino a “fortalecer nuestro ánimo mediante la fe en la asistencia, en la presencia de Dios en nosotros, reconociéndonos hijos de Dios en Jesucristo; hijos de un Dios que es amor y que todo lo sabe y todo lo puede”.

Pidió a los numerosos fieles asistentes que acompañaran al Papa Francisco y a toda la Iglesia con la oración y recordó que México, “que ha recibido tantas bendiciones de Dios, tiene una especial responsabilidad para ser sal y luz en los cinco continentes, comenzando por los hogares de familia y los lugares de trabajo”.

Al finalizar la Misa, todos los asistentes cantaron “Morenita mía”, recordando la visita hecha por san Josemaría Escrivá en 1970 en la Antigua Basílica de Guadalupe, en la que también se entonó esa canción.

 

 

“¡Vale la pena!” (IV): De generación en generación

Con el avance de los años y de las generaciones, la familia del Opus Dei está llamada a ser fiel al regalo que Dios hizo al mundo el 2 de octubre de 1928, un carisma «viejo como el Evangelio, y como el Evangelio nuevo».

«El Señor anula los planes de las naciones, vuelve vanos los proyectos de los pueblos» (Sal 33,10). Este verso del salmista podría resultarnos un tanto severo, si pensamos en nuestros proyectos personales. Sin embargo, si prestamos atención, el salmo se refiere a la fragilidad de lo que se construye prescindiendo de Dios, poniendo los cimientos «sobre arena» (cfr. Mt 7,26). Por eso, continúa el salmista: «El designio del Señor se mantiene eternamente, los proyectos de su corazón, de generación en generación» (Sal 33,11). La Sagrada Escritura nos recuerda de muchas maneras la flaqueza de lo puramente humano, por fuerte que parezca, frente a la enorme solidez de cuanto Dios inicia en la historia, a pesar de su aparente fragilidad. Y el Opus Dei es precisamente uno de esos proyectos del corazón de Dios que, con el tiempo, se despliega de generación en generación.

Con la frescura del 2 de octubre de 1928

Si tuviésemos que resumir en una sola frase el gran «proyecto» del corazón de Dios que es el Opus Dei, lo podríamos hacer probablemente con aquellas palabras de Jesús que resonaron en el corazón de san Josemaría el 7 de agosto de 1931: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). En realidad, este proyecto del Señor es mucho más antiguo que la Obra: es un plan en curso desde hace más de dos mil años, que explica la razón de ser de la vida de toda la Iglesia; un proyecto al que son convocados hombres y mujeres de toda raza, lengua, época y condición para formar un solo pueblo. Sin embargo, el 2 de octubre de 1928 Dios quiso dar un nuevo impulso a ese proyecto, creando una nueva familia en el seno de su Iglesia. Así sintetizaba san Josemaría la intuición de aquel momento: «Que, en todos los lugares del mundo, haya cristianos con una dedicación personal y libérrima, que sean otros Cristos»[1].

La Obra es muy joven en comparación con la Iglesia y con tantas instituciones que han surgido a lo largo de su historia. Aun así, acercándonos a su primer centenario, y al percibir cómo han cambiado las circunstancias históricas respecto al momento fundacional, es lógico que nos preguntemos por el modo de seguir siendo fieles a ese carisma divino. «El centenario será un tiempo de reflexión sobre nuestra identidad, nuestra historia y nuestra misión»[2], ha escrito el prelado del Opus Dei. Nos llena de paz la idea de desplegar, al amparo de la Iglesia, esta inquietud por ser cada vez más fieles. El Espíritu Santo ha sabido hacer de su Iglesia un pueblo fiel en medio de tantas vicisitudes de la historia, alentándola para que no perdiera su frescura y su fecundidad. Por eso, es precisamente desde muy adentro de la Iglesia como podremos transmitir a las generaciones futuras el Opus Dei, «con la misma pujanza y frescura de espíritu que tenía nuestro Padre el 2 de octubre de 1928»[3]. Contribuir a esta fiel continuidad forma parte también de nuestro camino.

Para ser milicia, cuidar la familia

San Josemaría utilizaba con frecuencia el binomio «familia y milicia» para describir la naturaleza íntima de la nueva realidad que Dios le había pedido fundar. Por ello, aquella fiel continuidad tiene mucho que ver con custodiar la actualidad de esta descripción, con mantener bien oxigenados estos dos pulmones. Recordar que la Obra ha sido querida por Dios como una familia nos ayudará, en primer lugar, a tener presente que los lazos que nos unen no son primariamente fruto de nuestra libre elección, sino de la aceptación de un don recibido, del mismo modo que no elegimos a nuestros padres ni a nuestros hermanos. El peso que puedan tener afinidades de carácter, de edad o de otro tipo es secundario: no es decisivo a la hora de ofrecer nuestro afecto. Por eso don Javier, segundo sucesor de san Josemaría, repetía con frecuencia: «Que os queráis». Es una invitación a redescubrir la vida de nuestros hermanos, a no excluir a nadie de nuestra amistad.

Este carácter de familia del Opus Dei tiene también, desde el principio, dos rasgos fundamentales que podríamos resumir así: somos un hogar y tenemos un aire de familia. El hogar es el espacio que permite la intimidad y el crecimiento en un clima agradable, de aprecio mutuo. Salta a la vista, entonces, la importancia que tiene para la continuidad fiel el trabajo de la Administración de los centros del Opus Dei –«apostolado de los apostolados», como lo llamaba san Josemaría–, y la necesidad del empeño de cada uno por hacer hogar.

A su vez, como sucede en todas las casas, tenemos también un aire de familia propio, único, reconocible en cualquier lugar, pero que presenta también toda la variedad de la extensión territorial de la Obra. Este aire está marcado por la secularidad –somos cristianos en medio del mundo iguales a los demás–, por la elegancia de quienes valoran la buena educación en la convivencia, y por nuestra propia historia. Las costumbres y tradiciones de la vida de familia, que nos vinculan con nuestro origen, nos ayudan a sabernos parte de algo que nos trasciende; nos dan una clave para situarnos en el mundo adecuadamente: no como individuos aislados, sino precisamente como miembros de una familia. Además, los centros del Opus Dei han sido siempre hogares abiertos a todos los que deseen participar en sus actividades; «deben ser lugares en los que muchas personas encuentren un amor sincero y aprendan a ser amigas de verdad»[4].

Por otro lado, recordar que el Opus Dei es milicia significa comprender nuestra vida en los mismos términos que la de Jesús. Puesto que «no es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor»[5], tampoco los cristianos podemos entender el apostolado como una mera actividad externa, sino como algo constitutivo: «No hacemos apostolado, somos apóstoles»[6]. En ese sentido, el Papa Francisco ha subrayado que «la nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo»[7]. La Obra ha sido y es milicia porque existe para llevar la felicidad de la vida con Dios a todos los hombres.

Del deslumbramiento al amor

El primer capítulo de Forja recoge muchas reflexiones de san Josemaría en torno a la vocación. El capítulo lleva como título «Deslumbramiento» porque una llamada de Dios, cuando es auténtica, supone una ampliación asombrosa de horizontes, una revelación del amor personalísimo de Dios por cada uno. El centro luminoso de este deslumbramiento no puede ser otro que Jesús, que es quien llama y aquel a quien respondemos. Sin embargo, todos hemos experimentado cómo Cristo se sirve de la atracción que suscitan los cristianos para darse a conocer: la Iglesia participa de su belleza (cfr. Ef 5,27). Por eso, la llamada de Cristo a seguirle en el Opus Dei va de la mano de un deslumbramiento ante la vida de esta familia: de un modo u otro, todos hemos intuido que este era nuestro lugar para vivir junto a Dios.

Si pensamos en nuestra vocación al Opus Dei desde la analogía con la experiencia del amor humano, podemos encontrar algunas luces para nuestro camino. En el amor entre esposos, el paso del tiempo permite progresar del enamoramiento hacia el amor. Se trata de un progreso –no de un retroceso– en el que puede decaer cierto entusiasmo, en el que aparecen ante nuestros ojos las debilidades de la persona amada. Pero es precisamente esa toma de tierra, ese contacto con la realidad, lo que permite que surja el amor verdadero: un amor por el que uno es capaz de entregarse a alguien que no es perfecto, con la convicción de que es quien da sentido a nuestra vida. En este progreso, ambos encontrarán cada vez más motivos para amarse, y su vida juntos adquirirá una solidez que no tenía en los primeros momentos. Si, en cambio, se dejan invadir por la tibieza y el desencanto, el amor retrocederá; no se producirá ese necesario paso del enamoramiento al amor. La tibieza, en efecto, es una enfermedad de la voluntad, que parece incapaz de moverse una vez pasado el entusiasmo; el desencanto, por su parte, es un defecto de la inteligencia, incapaz de asumir adecuadamente la imperfección propia y ajena. Se trata, pues, de dos enemigos que conviene desenmascarar para poder vivir de amor a lo largo de toda la vida.

Comprenderemos, en primer lugar, que un deslumbramiento por la Obra, como camino de unión con Jesús, constituye un signo de vocación del que no se puede prescindir en la labor de discernimiento. Sabremos, después, valorar lo positivo de pasar de ese deslumbramiento inicial a una consideración más serena de la realidad, a un deslumbramiento más profundo, más maduro, superando situaciones ideales que nos incapacitarían para amar. Finalmente, llegaremos a poder leer nuestra vida en la de aquellos hermanos y hermanas nuestros «que nos han precedido en el camino y nos han dejado un testimonio precioso de ese vale la pena»[8].

Acrecentar la herencia

Característico de una familia es dejar una herencia, muchas veces material, a la siguiente generación. De hecho, a lo largo de la historia, el acto de desheredar a un hijo ha sido considerado uno de los castigos más terribles que puede infligir un padre. A la vez, también es característico de la familia el deseo de acrecentar la herencia recibida, para pasarla, mejorada, a las generaciones sucesivas. Con el transcurrir de los años, los hombres y mujeres que se van incorporando al Opus Dei reciben una herencia acrecentada por quienes los precedieron. Así, al espíritu que Dios entregó a san Josemaría, herencia fundamental de la que la Obra no puede descapitalizarse, se suman tanto algunos modos de vivir nuestro espíritu, propios de cada momento, como algunas obras de apostolado corporativo, fruto de la magnanimidad de quienes nos han precedido. Tarea de cada generación será transmitir vivo y lozano el espíritu de la Obra, adaptando aquellas concreciones accidentales, fruto de cada tiempo, y renovando el impulso que requieran las distintas obras apostólicas corporativas.

Esta empresa de acrecentar la herencia del Opus Dei exige, en primer lugar, un importante empeño personal por formarnos en el espíritu de la Obra y por adentrarnos siempre más en la vida de san Josemaría, conscientes de que fue el transmisor de un carisma divino. Son las obras de Dios las que fecundan la historia, y no las ocurrencias humanas, por brillantes que puedan parecer a primera vista. Por eso, será cada vez más importante profundizar en la comprensión de lo que Dios quiso el 2 de octubre de 1928.

En segundo lugar, conviene que sintonicemos vitalmente con una convicción de san Josemaría que nos ayudará a «ser Opus Dei» en nuestras propias coordenadas espaciotemporales: la radical modernidad del Evangelio, y del espíritu de la Obra, respecto a las distintas culturas, siendo el primero el que vivifica a las segundas. De este modo, lo verdaderamente nuevo –el Evangelio, leído a la luz del carisma del Opus Dei– iluminará las sombras de algunas manifestaciones culturales, aparentemente modernas, que nacen de la confusión y de la mentira del pecado. Esto requiere distinguir con sabiduría y delicadeza lo que conforma el espíritu de lo que es una concreción que puede cambiar, y que efectivamente ha cambiado en el tiempo. En este ámbito, el Papa anima a todos los cristianos a no refugiarse en el «siempre se ha hecho así», porque esa actitud «mata la libertad, mata la alegría, mata la fidelidad al Espíritu Santo que siempre actúa hacia adelante, llevando adelante la Iglesia»[9].

San Josemaría resumía en frase redonda la novedad perenne del espíritu de la Obra: es, decía, «viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo»[10]. La conciencia serena de esta modernidad nos encamina hacia un apostolado libre y responsable, que se adapta a cada uno «como el guante a la mano», para poder transmitir el Evangelio en nuestro mundo. «Jesucristo ama especialmente a aquellos que buscan tener la vida que Él ha querido y predicado», escribió en una ocasión. «Y el Opus Dei, sin normas accidentales rígidas, para no entorpecer con disposiciones anticuadas la adaptabilidad de la Obra al tiempo, con realidades de unión, de paz y de caridad, crea una organización de católicos cultos y consecuentes para la actuación social y pública»[11].

Por último, acrecentar la herencia del Opus Dei requiere también –Dios y la Obra cuentan con ello– creatividad para, cuando resulte conveniente, revitalizar las obras de apostolado ya existentes, y para dar lugar a tantas otras nuevas, de muy diverso tipo. La fidelidad institucional nos llevará a veces a esforzarnos por mantener obras que otros pusieron en marcha, dándoles el vigor que cada época requiera. Mejorar lo que otros iniciaron es un signo de madurez en quienes forman parte de una institución que avanza en el tiempo.

Una paternidad que continúa

Aunque algunas voces en el debate cultural hayan postulado la «muerte del padre» como requisito para la emancipación del ser humano, las consecuencias de esta propuesta están a la vista de todos y se juzgan por sí mismas: las personas se encuentran más solas y, por ello, son más vulnerables. Lo que buscaba conducir a la libertad ha llevado a una mayor esclavitud. En una familia, el padre no es a fin de cuentas un obstáculo para la libertad, sino una condición necesaria para que la misma familia exista y cumpla su misión: capacitarnos para amar, ofrecernos un lugar seguro para crecer de manera saludable.

En el Opus Dei, la paternidad encomendada a nuestro Padre continúa en la figura de sus sucesores. Esta paternidad nos recuerda que somos hijos amados del Padre del cielo, anima nuestro amor a Dios y a los demás, nos sostiene en la fidelidad a las llamadas de Dios y a la herencia familiar ­–el espíritu de la Obra– que corresponde a todos cuidar. Que quede al prelado del Opus Dei, junto con los Consejos que le ayudan en su tarea de gobierno, el discernimiento de lo que pertenece al espíritu de la Obra y de lo que es mudable[12], no responde a unos criterios de organización institucional, sino a la naturaleza familiar del Opus Dei dentro de la Iglesia. La paternidad en la Obra es, por tanto, una prueba más de la misericordia de Dios con nosotros; es una manifestación de que «el cielo está empeñado en que se realice»[13].

«Pienso en la Obra y me quedo abobao»[14]. Estas palabras de san Josemaría no reflejan la emoción pasajera de un amor adolescente, incapaz de percibir las dificultades, y que anula la capacidad de mejora. Reflejan, más bien, el amor vivo de quien deja que la gracia de Dios trabaje en su corazón, año tras año. Para ser eslabones de esta cadena, en la historia que comenzó en 1928, necesitamos un corazón así.


[1] Cfr. A. Vázquez de Prada, El fundador del Opus Dei, 1, p. 380.

[2] Mons. F. Ocáriz, Mensaje, 10-VI-2021.

[3] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral 19-III-2022, n. 12.

[4] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 1-XI-2019, n. 6.

[5] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 122.

[6] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 9.

[7] Francisco, Ex. ap. Evangelii gaudium, n. 120.

[8] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 5.

[9] Francisco, Homilía, 8-V-2017.

[10] San Josemaría, Conversaciones, n. 24.

[11] San Josemaría, Instrucción para la obra de San Gabriel, n. 14

[12] Cfr. Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 11.

[13] San Josemaría, Instrucción, 19-III-1934, n. 47.

[14] Cf. Mons. J. Echevarría, Carta pastoral, agosto 2014.

 

 

«Conocerle y conocerte». La oración personal, lugar de encuentro con el Dios cercano

Libro con doce contribuciones de otros tantos autores, que forman un itinerario para caminar junto a Jesús y llegar a contemplar a Dios en nuestra vida ordinaria. También está disponible en formato audio.

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17/02/2022

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La oración es un impulso, es una invocación que va más allá de nosotros mismos: algo que nace en lo más profundo de nuestra persona y llega, porque siente la nostalgia de un encuentro. Esa nostalgia, que es (...) más que una necesidad: es un camino. La oración es la voz de un “yo” que va a tientas, que procede a tientas, en busca de un “tú”. El encuentro entre el “yo” y el “tú” no se puede hacer con calculadoras: es un encuentro humano y muchas veces procedemos a tientas para encontrar el “tú” que mi “yo” está buscando.

Este libro recoge doce contribuciones de otros tantos autores, que forman un itinerario para caminar junto a Jesús y llegar a contemplar a Dios en nuestra vida ordinaria. Su objetivo es facilitar ese encuentro con quien nos ama desde la eternidad, para que transforme nuestras vidas y nos permita dar un fruto que, aunque se encuentra fuera de nuestro alcance, está hecho a la medida de nuestro corazón. 

La oración es un don que Dios quiere entregarnos a todos. De cada uno de nosotros depende tan solo remover los obstáculos que nos impiden acogerlo con los brazos abiertos. Ojalá estos textos, escritos desde la aspiración a rezar más y mejor, nos ayuden a anhelar, a pedir y a cultivar esa relación que transformará nuestras vidas en lo que Dios ha soñado para ellas.

El editor del libro es Rubén Herce Sacerdote. Trabaja con universitarios desde hace más de una década. Es subdirector del Instituto Core Curriculum y del grupo Ciencia, Razón y Fe (CRYF) de la Universidad de Navarra y también codirige la revista Scientia et Fides.


1. Robar el corazón a Cristo. Tantas personas, tantas formas de rezar.

El buen ladrón con una palabra robó el corazón a Cristo y abrió las puertas del Cielo. Así es la oración: una palabra que roba el corazón a Jesús y nos permite vivir, desde ese momento, junto a Él.

2. De labios de Jesús. Orar desde la palabra de Dios. 

En este segundo editorial de la serie se considera la iniciativa de Dios en la oración, que acude al encuentro del hombre y educa su corazón para que pueda entrar en relación con Él y descubra su condición de hijo amado de Dios.

3. En compañía de los santos. Maestros y compañeros de oración.

Para aprender a orar pueden servirnos de ayuda aquellos hombres y mujeres que lo hicieron durante su vida: los santos. De manera especial, santa María.

4. Cuando sabemos ponernos a la escucha. El silencio interior. 

La vida de Moisés nos enseña que, para cumplir la misión a la que estamos llamados, necesitamos ser transformados por el Espíritu Santo a través de la escucha de Dios en el diálogo filial con Él.

5. Cómo nos habla Dios. Algunas pistas para descubrir su lenguaje. 

El lenguaje de la oración es misterioso: no podemos controlarlo pero, poco a poco, experimentamos que cambia nuestro corazón.

5. (b) Un lenguaje más poderoso.

 Dios habla en voz baja, pero constantemente; en la Sagrada Escritura -especialmente en los Evangelios- y también a través de nuestro interior.

6. Buscando la conexión. La oración a cámara lenta. 

Las palabras que utilizaba san Josemaría al iniciar o terminar su oración pueden también servirnos de guía para la nuestra.

7. En el tiempo oportuno. La oración que hace memoria.

Dios nos hace experimentar nuestra oración de la manera que más nos conviene en cada momento. Santa Isabel es un testimonio de cómo la paciencia y la constancia se transforman en una plena alegría.

8. No temas, que yo estoy contigo. Las dificultades en la oración.

A lo largo de nuestra vida de oración también aparecerán dificultades o dudas. Hay muchas razones para pensar que en esos momentos Dios está especialmente cerca.

9. Jesús está muy cerca. De la oración a la vida, y de la vida a la oración.

San Josemaría hablaba de un "quid divinum" -algo divino- que podemos descubrir a nuestro alrededor y en las cosas que hacemos. Entonces, se nos abre una nueva dimensión en la que compartimos todo con Dios.

10. Sois una carta de Cristo. Una amistad que nos transforma.

La relación con Dios en nuestra oración está íntimamente unida a todas nuestras acciones en la vida cotidiana. Lo señaló Jesús en su predicación y lo recordaba siempre san Josemaría.

11. Almas de oración litúrgica. Orando con toda la iglesia.

Algunas consideraciones de san Josemaría que nos puede ayudar a unirnos más a Dios y a la Iglesia en las distintas acciones litúrgicas.

12. No se discurre, ¡se mira! La oración contemplativa.

La oración contemplativa desarrolla una nueva manera de mirar todo lo que sucede a nuestro alrededor. Es un don que satisface nuestro deseo natural de unirnos a Dios en las circunstancias más diversas.

 

La Belleza de la Liturgia (18). Divinizar nuestras obras

Escrito por José Martínez Colín.

Las cosas materiales y comunes no solo sirven para facilitar el encuentro con Dios, sino que además adquieren en sí un nivel muy superior al de simples criaturas.

1) Para saber

Don Miguel Unamuno, escritor y filósofo español, visitó una exposición de pintura abstracta. El autor de los cuadros lo reconoció, y, dirigiéndose a él le preguntó: “¿Le gusta?”. Unamuno respondió con un rotundo y simple “No”. El pintor contestó: “Esta es la manera como yo veo el mundo”. El escritor bilbaíno le repuso: “Pues si es verdad que lo ve así, ¿por qué lo pinta?”.

El arte abstracto pretende separarse de las cosas conocidas que nos rodean. Existe el peligro de considerar las realidades divinas también como abstractas, separada de nuestro mundo material. Si bien, Dios trasciende toda la realidad sensible, sin embargo, siendo creador de esa realidad, ha querido hacerse cercano y valerse de sus criaturas para tener el encuentro con nosotros. El Ppapa Francisco señala que “la Liturgia está hecha de cosas que son exactamente lo contrario de abstracciones espirituales: pan, vino, aceite, agua, perfume, fuego, ceniza, piedra, tela, colores, cuerpo, palabras, sonidos, silencios, gestos, espacio, movimiento, acción, orden, tiempo, luz” (Desiderio, n. 41).

El Señor quiso adecuarse al modo de conocer humano y en cada Sacramento no falta la materialidad de las criaturas para que por su medio se lleve a cabo una acción divina.

2) Para pensar

Las cosas materiales y comunes no solo sirven para facilitar el encuentro con Dios, sino que además adquieren en sí un nivel muy superior al de simples criaturas. Al ponerlas al servicio de Dios, adquieren su perfección. Por ejemplo, el agua siendo un elemento tan común, al ser bendecida para poder bautizar a alguien, adquiere un papel muy superior al que tenía.

En la Santa Misa hay un momento en que se presentan y elevan el pan y el vino para que sean convertidos en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Es en el Ofertorio, en que se pronuncia la oración: “Bendito seas Señor, Dios del universo por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre… fruto de la tierra y del trabajo del hombre”. Decía el Papa Benedicto XVI que es un gesto humilde y sencillo, pero que tiene un sentido muy profundo, pues en el pan y el vino que se llevan ante el altar toda la creación es asumida por Cristo para ser transformada y presentada al Padre. Por ello todos los fieles han de acompañar con una actitud interior de ser ofrecidos ellos mismos y sus actos a Dios Padre.

3) Para vivir

Es natural que cuando hacemos algo, procuremos que nos salga bien, aunque sean cosas muy elementales como lavar una ropa, practicar un deporte, hacer una tarea… Aun siendo cosas comunes, existe la posibilidad de ordenar esas cosas a un nivel muy superior, a un nivel divino. Esto se lleva a cabo si las ofrecemos a Dios, si las unimos a la ofrenda por excelencia que es la ofrenda que hizo el Hijo de Dios de sí mismo. Esa ofrenda se lleva a cabo en cada Misa. Por ello se decía que al ofrecer el pan y el vino en el Ofertorio, podemos unirnos a esa ofrenda y unir todo lo que hacemos.

Así como el pan es fruto de la tierra y del trabajo del hombre, así también nuestras obras que son fruto de nuestro trabajo, serán transformadas, serán reconciliadas con Dios.

 

 

“Fieles Difuntos: recordar a todos, también aquellos que nadie recuerda” – Noviembre

Que la Virgen, Puerta del Cielo, nos ayude ha comprender siempre el valor de la oración por los difuntos

En la Solemnidad de Todos los Fieles Difuntos, el Papa Francisco rezó el Ángelus dominical junto a miles de fieles romanos y peregrinos procedentes de Italia y de diversos países que se dieron cita en la Plaza de San Pedro para escuchar sus palabras y recibir su bendición.

Recordando la celebración de Todos los Santos en el día de ayer, el Obispo de Roma destacó el vínculo que une estas dos solemnidades, unidas entre ellas como “la alegría y las lágrimas encuentran en Jesucristo una síntesis que es fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza”.

Jesús mismo nos ha revelado que la muerte del cuerpo es como un sueño del cual Él nos despierta, y con esta fe, constató el Papa, nos detenemos también espiritualmente ante las tumbas de nuestros seres queridos.

Pero hoy, subrayó el Obispo de Roma, estamos llamados a recordar a todos, también aquellos que nadie recuerda: las víctimas de las guerras y de las violencias, tantos pequeños del mundo aplastados por el hambre y por la miseria. Los hermanos y hermanas asesinados por ser cristianos y cuantos han sacrificado su vida por servir a los demás.

Invitando a confiar al Señor a quienes nos han dejado en el curso de este último año, el Papa recordó la tradición de la Iglesia que exhorta a rezar por los difuntos ofreciendo, en particular, la Celebración Eucarística. Y destacó que el fundamento de la oración del sufragio se encuentra en la comunión del Cuerpo Místico.

El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios , agregó el Pontífice, son testimonio de una confiada esperanza, radicada en la certeza que la muerte no es la última palabra sobre el destino humano, porque el hombre no está destinado a una vida sin límites, que tiene su raíz y su cumplimiento en Dios.

Finalmente, la invitación a dirigirnos con ”esta fe en el destino supremo del hombre” a la Virgen, para que ella, Puerta del cielo, nos ayude a comprender siempre más el valor de la oración de sufragio por los difuntos y a no perder jamás de vista la meta última de la vida que es el Paraíso.

 

El sentido del mal en Platón

 

Escrito por Rubén Mendoza Valdés

Publicado: 16 Octubre 2022

La verdad, digámosla así; el dios nunca y en ningún lugar es injusto, sino que es justo en el grado máximo. Y no hay nada que se le asemeje tanto como aquel de nosotros que resulte el más justo. Acerca de ello se da la máxima maestría del hombre, así como también su nulidad y su falta de cualidad humana.

La inteligencia de ello es ciencia y virtud verdadera, su desconocimiento, en cambio, ignorancia y maldad evidente.

Platón. Teeteto. 176c

1.       El mito del "carro alado"

¿Cómo podemos entender de una manera clara el pensamiento de Platón? La pregunta se refiere a fue debemos pensar en dicho pensamiento. La filosofía de Platón debe entenderse a partir de una reflexión hermenéutica de sus mitos: e! estilo de este filósofo, tanto en lo referente al diálogo como al empleo de mitos, da la pauta para no sujetarse a un esquema dogmático como lo ha hecho durante dos milenios la interpretación escolástica del pensamiento platónico. Platón dice más de lo que se ha podido pensar, lo cual significa que su pensamiento admite nuevas interpretaciones que descifren la riqueza de sus planteamientos y diluciden cuestiones que nos atañen tanto en el ámbito de la ciencia y de la política como en el de la vida moral. Interrogarse por el sentido del mal en el pensamiento de Platón exige establecer el mito del que se debe partir y preguntarse, a la vez, por la actualidad histórica de ese pensamiento.

En el Fedón (246a y ss) se narra el mito del "carro alado" para describir la estructura del alma. No explica qué es el alma, sino más bien se le compara con una fuerza; en este sentido, el alma es movimiento [1] (Kivrimi) empuje, y de ninguna manera estabilidad: es un juego tripartita de fuerzas, cuya posible estabilidad depende del equilibrio y orden de aquéllas. Por eso. el alma tiene dos posibilidades: el equilibrio y su contrario, y ambos son necesarios por su carácter quinestésico. Por lo tanto, el alma, más que pasiva, es activa, por que busca su propio orden en el equilibrio de fuerzas. Esta estructura permite la comparación con el "carro alado", que está compuesto de un jinete y dos caballos. El jinete representa el punto de tensión capaz de controlar las dos fuerzas equidistantes de los dos caballos, uno de los cuales es bueno y el otro, malo (Platón, Fedón: 253d-254a). De este modo, la cuestión del mal es planteada por Platón de manera ontológica, en tanto que posibilidad esencial del alma, del ser humano. Así, el orden del alma, el equilibrio de fuerza en sí mismo, se posibilita por el concrol de la fuerza del mal y no tanto en su negación. El sistema tripartita: punto de tensión (razón), lo bueno y lo malo, es la estructuradinámica que tiende al orden del alma.

¿Habremos de decir, entonces, que lo malo no es el mal, porque es esencial al alma? En Platón, el mal es desorden, no pecado: es condición del orden. El problema surgió de la interpretación escolástica del pensamiento platónico, que llevó, a su vez, a una interpretación distorsionada de la esencia del alma. En la filosofía platónica, el mal es entendido como condición de posibilidad del ser humano.

¿Qué busca Platón al plantear el mal como parte del alma? En la República compara las tres fuerzas del alma con las tres panes del Estado; así, el jinete, que en el alma representa la razón (o sabiduría), en el Estado será el gobernante; el caballo bueno, que en el alma representa el apetito irascible (el coraje, la voluntad, el valor), en el Estado será el ejército, y el caballo malo, que en el alma simboliza el apetito concupiscible (el placer, el deseo), representa al pueblo (Platón,427dy ss).

De ahí que las tres parces del alma sean la razón, el valor y el placer. De lo anterior se deduce que el pensamiento platónico propone una ética del orden: de la justicia, para ser exactos, puesto que el equilibrio de fuerzas es el orden que genera la justicia: "Debemos recordar entonces que cada uno de nosotros será justo en tanto cada una de las especies que hay en él haga lo suyo, y en cuanto uno mismo haga lo suyo" (Platón Rep: 441d). La justicia es la fuerza (Suvaiiiq) que mueve el orden del alma y por lo tanto, determina su bondad. Ahora bien, ¿cómo se controla la fuerza tripartita? En el mito del "carro alado" el jinete controla las fuerzas equidistantes estableciendo el orden entre los dos caballos. De igual forma, en el alma, la razón (XoYioTiicov) controla la fuerza del valor (Oupoq). Y, a la vez, la concupiscencia (XoYioTiicov): por eso mismo, la razón manda, el valor obedece y la concupiscencia desea: "Sin que ello quiera decir que en un individuo justo, es decir equilibrado, predominen por igual tales principios, sino que los dos primeros (raciocinio y cólera; orden y obediencia) han de dominar a la concupiscencia" (Nuño, 1982; 59-60). La injusticia es por el contrario, el desequilibrio producto del empuje mayor de fuerza del caballo malo: el placer. Este análisis corrobora lo dicho arriba: el mal es una posibilidad del ser humano: la vida del alma se halla en camino hacia el orden, en el sentido de que se debe dominar la fuerza del placer que corrompe el alma por ambición del cuerpo, El valor del alma sobre el cuerpo es una característica del pensamiento platónico, y en esta dicotomía se halla el sentido del pensar en su filosofía.

El alma buena es aquella cuyas partes mantienen su orden virtual; aquella en que la razón manda y controla. De este orden virtual se desprenden las funciones de cada una de las partes del alma, es decir, sus virtudes (apetri), y su virtud esencial, la que le permitirá ser justa. La virtud de la razón será la prudencia o sabiduría (ootpia); la virtud del valor (temple o coraje) será la valentía (avSpeia): y la virtud de la concupiscencia (aquella que la llevaa dejarse dominar por las otras dos fuerzas para establecer el equilibrio) será la moderación (CTotppoauvri). La prudencia tiene que hacer que la razón actúe con inteligencia: la valentía es la fuerza necesaria para obedecer a la razón y someter a la concupiscencia, mientras que la moderación es la templanza en los placeres. Esto significa que cada parte del alma debe cumplir Justamente con su virtud, ya que si alguna no lo hace causará el desorden y, con ello, el dominio del mal. Platón dice:

—Y la justicia era en realidad, según parece, algo de esa índole, mas no respecto del quehacer exterior de lo suyo, sino respecto del quehacer interno, que es el que verdaderamente concierne a sí mismo y a lo suyo, al no permitir a las especies que hay dentro del alma hacer lo ajeno ni interferir una en las tareas de la otra. Tal hombre ha de disponer bien lo que es suyo propio. en sentido estricto, y se auto-gobernará, poniéndose en orden a sí mismo con amor y armonizando sus tres especies simplemente como los tres términos de la escala musical: el más bajo, el más alto y el medio. Y si llega a haber otros términos intermedios, los unirá a todos; y se generará así, a partir de la multiplicidad, la unidad absoluta, moderada y armónica. Quien obre en tales condiciones, ya sea en la adquisición de riquezas o en el cuidado del cuerpo, ya en los asuntos del estado o en las transacciones privadas, en todos estos casos tendrá por justa y bella —y así la denominará— la acción que preserve este estado de alma y coadyuve a su producción, y por sabia la ciencia que supervise dicha acción. Por el contrario, considerará injusta la acción que disuelva dicho estado anímico y llamará "ignorante" a la opinión que la haya presidido. (Platón. Rep.: 443d-444a)

La función armoniosa de cada una de las virtudes que deben acompañar al alma depende de su propio conocimiento. No de un conocimiento objetivo (en el sentido de la ciencia moderna), sino de una meditación, porque sólo mediante un proceso tal, en que el alma se vuelva a sí misma, es como se puede fincar el camino hacia io verdadero; es decir, hacia su propio ser, ya que. en sí misma, tiene la verdad de lo idéntico (el alma contempló antes de caer en el cuerpo el mundo de las Ideas en el (Tojtoqoupavoq)). Esta meditación no es el pensamiento que piensa algo externo, sino el pensamiento consigo mismo (Platón, Fed.: 79c-d), Por ello el alma posee en sí el conocimiento del Bien, Platón considera que así como la vista está en el ojo. La ciencia dialéctica (único conocimiento verdadero) está en el alma. El ojo sale de la penumbra sólo si hay luz y el alma se conoce únicamente cuando es dirigida por la Idea suprema del Bien. En este sentido, no se trata de hacer una ciencia o de establecer un canon del conocimiento de las virtudes, sino de ser virtuoso, es decir, educar (conducir) aquello que en nosotros ya está de antemano posibilitado.

Por lo tanto, somos ya virtuosos en potencia, pues la virtud está en el alma, y sólo es necesario ejercer su esencia para tener un alma justa. La virtud no se puede enseñar, y educarla es conducirla hacia su propia realización. El bien no se enseña: se educa.

2.       El conocimiento del Bien

Lo que da sentido al orden del alma, a la justicia y a las virtudes del alma, así como a todo lo existente, es la Idea del Bien, que es el objeto del estudio supremo, y a partir de la cual, las cosas justas y todas las demás se vuelven útiles y valiosas... sin aquello nada nos sería de valor, así como si poseemos algo sin Bien. (Platón, Rep.: 505a-b)

Entendamos que, como Idea suprema, el Bien no es dialéctico en el sentido de que l) por ser la Idea suprema absoluta nada está más allá de ella que se le compare; 2) es omniabarcadora y, 3) no tiene contrario; es decir, no es lo mismo lo bueno que el Bien, pues éste posibilita lo bueno, pero también nos permite dar razón del mal. Quien conoce el Bien dará razón de io bueno, pero también de lo malo, del  mal: en cambio, quien se halla en el mal no puede dar razón ni de lo bueno ni de lo malo.

Más allá de toda acción buena o mala, el Bien es absoluto y de ninguna manera relativo. El Bien ha sido conocido, afirma Platón, antes que el alma cayera en el cuerpo o tumba del alma; ahora sólo tenemos una reminiscencia del Bien, que nos guía al orden.

Conocer la Idea del Bien significa recordar la contemplación: algo ya sabemos del Bien. Toda aquella alma que no haya contemplado la verdad tomará cualquier figura material, menos la humana: por lo mismo, no podrá conocer. El alma humana. por otra parte, al haber contemplado las Ideas, estando en vida en este mundo material, podrá recordar lo visto en el mundo supra-celeste y acercarse a la verdad (Platón, Fedro: 249b-d. y Fedón, ll-Ti). El conocimiento del Bien no sólo tiene como fin hacer sabio al hombre, sino hacerlo, ante todo, un hombre de bien. Para ser sabio se necesita primero conocerse a sí mismo, porque el conocimiento no lo es de afuera, sino que está en uno mismo (Platón. Fedro: 229e).

La Idea de! Bien conduce a la comprensión de la unidad de las Ideas en un sistema relaciona! De significados: es decir, al orden ontológico que guía el conocimiento de la verdad. Platón subraya que el alma debe acopiarse a este orden ontológico, del cual deviene ei conocimiento del Bien. Dicho orden está plasmado en el alma, a manera de imagen, pero al haber caído en el cuerpo material se ha olvidado. Por eso es necesario un acto de introspección para recordarlo (reminiscencia), comprenderlo y ponerlo como guía de la existencia.

Esto refleja el acto dialéctico por el cual, como modo de acceso a ia comprensión de la Idea del Bien, el alma asciende a la verdad de su existencia. Jean Wahi interpreta esto en Platón de la siguiente manera: "Hay pues, un diálogo infatigable del alma, diálogo del alma consigo misma, cuando intenta adueñarse de la verdad o, mejor, adaptarse a ella.

En especial, el Fedro tiene como finalidad, en cuanto es paradójicamente superior a todo escrito, una comunicación viva del alma con el alma". (Wahl. 1990.2: 149)

En ese sentido, el conocimiento de la virtud es un don divino, cuya posibilidad de ser descansa en el diálogo del alma consigo misma para dilucidar el orden "celestial" de la verdad del ser de las Ideas, modelo de toda realidad y sustento de todo orden sensible y particular.

Ahora bien, ¿cómo es posible el conocimiento del mal? ¿Es el mal una Idea? ¿Por qué se comete el mal?

3.       La ignorancia como causa del mal (Taldaoia))

Platón piensa en la existencia de dos mundos: el inteligible y el sensible: uno. imagen, y otro, modelo; uno, sombra, y el otro. luz. En el primero, por ser imagen, sólo se conocen apariencias; en el segundo, los objetos verdaderos de éstas. El mundo-imagen carece de ser verdadero; es un "no-ser" que para existir depende de su modelo. El mundo de la luz "es", existe sin ser imagen, su ser es en si. El mundo de las sombras, por ser no-siendo, se halla en constante cambio, no permanece quieto; por eso se encuentra sujeto al constante devenir. El mundo de la luz, por el contrario, al ser en sí. Por implicar su propio ser, permanece fuera del mundo del devenir; su ser es captable. Asimismo. Platón considera que el mundo inteligible, el de las Ideas, modelo del mundo del devenir, está fuera de todala realidad sensible, el Tortoi; del mundo-modelo no es el que percibimos, pues está fuera del alcance de nuestros sentidos; trasciende la realidad sensible. Existe no a manera de concepto en la mente de los hombres, como lo consideraba Sócrates, o como formas universales presentes en las cosas informándolas, como pensaba Aristóteles, quien criticó fuertemente en su Metafísica la separación y la doctrina de las Ideas trascendentes de Platón, diciendo: "Sócrates, sin embargo, no separaba los universales ni las definiciones. Pero otros los se pararon denominándolos «ideas de las cosas que son»" (Aristóteles Met. Xlll, 4, 1078b30).

Efectivamente. Platón separó (xtopiapo) los dos mundos: el de la opinión y el de la ciencia; el de lo sensible y el de lo inteligible. El mundo inteligible trasciende lo sensible al ser en si llamado Idea (apzai): por ello queda, de un lado, el mundo de

las ideas, y del otro, el de lo sensible. El nos sitúa en el plano del no-ser alejados en el presente del ser de las Ideas. ¿Cómo es posible, entonces, actuar con conocimiento, aunque sea inconsciente, en este mundo de! no-ser? Platón concibe un nuevo xcúpiapoi; del alma con respecto al cuerpo: el alma es a lo inteligible lo que el cuerpo es a lo sensible. El cuerpo contiene los sentidos: vista, tacto, etcétera, y su alcance se reduce, por consiguiente, a lo sensible, en que no hay conocimiento científico sino opinión. El alma es lo incorpóreo, se mueve a sí misma: por ende, "si esto es así, y si lo que se "mueve a sí mismo no es otra cosa que el alma, necesariamente el alma tendría que ser ingénita e inmortal” (Platón. Fedro: 246a). El alma da la vida: es la causa de la vida del cuerpo e Inmortal e invisible, y el contacto con la realidad del ser. Pues su naturaleza es de la misma índole del ser; luego entonces, conoce el ser de la Idea y, a la vez nos permite dar razón de las imágenes sensibles de este mundo.

Existen pues dos mundos: el del ser y el del no ser-siendo; pero no otro: el de la nada, que no es ni luz ni sombra y, del cual, nada se puede decir ni pensar; de la nada, nada se puede conocer. Del mundo del no ser-slendo es posible un modo de conocimiento inferior, pues su cualidad de no-ser; al no permitirle la estabilidad, lo aleja del verdadero ser y sólo es posible conocerlo alejadamente como entre sombras y en medio del caos. Del ser sí es posible el conocimiento en cuanto es presencia en sí, capaz de ser captada por el pensamiento. El ser se duplica en dos planos: el verdadero y el no verdadero (pero existente). El conocer, por lo tanto, deberá duplicarse en verdadero y no-verdadero (pero existente). La diferencia entre el ser y el no-ser (que no es la nada en el pensamiento de Platón), no está en la existencia y la no-existencia (a la manera en la que Parménides concebía el Ser distinto del no Ser como la nada), sino en el grado de verdad. El ser contiene en sí mismo su verdad; pero el no-ser carece de ésta; de ahí que al conocimiento del no-ser no pueda denominársele como tal. Platón llama al modo de conocimiento del no ser opinión, y al que trata sobre el ser, ciencia.

Ahora bien, ¿qué pasa con la nada, de la cual nada se puede saber? La opinión es una creencia no demostrada, injustificada, de tal forma que puede ser, porlo tanto, opinión verdadera o falsa. Así. el conocimiento sólo puede ser de algo, no de nada.

Entonces, cuando se tiene una opinión verdadera conocemos algo, aunque no seamos conscientes de ello; pero cuando tenemos una opinión falsa, creemos saber algo, cuando en realidad no sabemos nada, y entonces nos equivocamos, erramos. No acertamos con algo, sino con nada. Por ejemplo, en un acto una persona puede realizar una acción buena sin saber que lo es, no es consciente de ello; por el contrario, alguien puede realizar una acción mala creyendo que es buena, y esto lo lleva a errar su acto, y por lo tanto se conduce por el mal; es el desequilibrio de su acción con respecto a su propio bien. En un ejemplo concreto podemos decir que si un ladrón roba por ignorancia, pensando en su propio bien, equivoca el camino. Para el ladrón, robar es bueno porque le causa un beneficio, cuando en realidad se perjudica al desequilibrar la justicia de su alma. Quizás el cargo de conciencia, una condena o la pérdida de la propia vida sean el resultado de su acción. En ese sentido, la opinión que busca el no-ser puede acertar en el bien, pero lo más seguro es que lleve al alma a la ruina al encaminarla a la nada. En el Protágoras, Platón afirma:

—¿Qué entonces? ¿Ignorancia llamáis a esto: a tener una falsa opinión y estar engañados sobre asuntos de gran Importancia? (Platón, Protágoras: 358c).

La ignorancia es entonces el origen de todos los males. Someterse al placer del cuerpo y las rique zas es la mayor ignorancia (Platón, Protágoras: 357d), y la ignorancia es la causa de! mal. Pues conduce a las malas acciones. El alma tiene dos modelos a los cuales seguir; el divino y el ateo.

Los hombres sabios se asemejan al modelo divino de felicidad y los ignorantes al modelo ateo de in felicidad; por ello, cuando mueran, las almas buenas e inteligentes se purificarán en el mundo de las almas, y las almas malas e ignorantes vivirán en la materia de acuerdo con su semejante: el mal (Platón, Teeteto: 176e-177a). El sabio es el virtuoso, mientras que el vicioso es un ignorante.

Por eso, antes de iniciar la búsqueda dei camino hacia las ideas. Platón prevé no caminar en sentido contrario. Se trata de ir en pos del ser, no del no-ser.

Podemos ir tras el no-ser y en un momento determinado confundirnos hasta perdernos lejos, en la nada, lo que significaría la ruina dei pensamiento. Nos referimos a la nada absoluta: to priSaptoq ov (lo que no es en modo alguno), no al no-ser: to pq ov, que existe como apariencia (Platón. Sofista: 237b y ss) [2].

De ello se desprende, una relación ya establecida: la ignorancia es a la nada lo que la opinión es al no-ser y la ciencia al ser. La ignorancia es una enfermedad del alma (Platón. Timeo: 86b-c). Ignorar significa creer que se sabe, cuando en realidad no se sabe; es decir, lo que se cree saber está ausente de ser, de orden, no sólo no es el ser, sino aún más, no es el no-ser. Sobre el ser hay ciencia, sobre el no-ser hay opinión, pero creer conocer el ser cuando no es ni el ser en sí, ni el no-ser que existe, es tener ausencia de ser y de no-ser, y, por lo tanto, es ignorancia. Platón la define en este sentido:

EXTR.- Me parece ver una forma de ignorancia muy grande, difícil y temida, que es equivalente en importancia a todas las otras partes de la misma.

TEET.- ¿Cuál es?

EXTR.- Creer saber, cuando no se sabe nada. Mucho me temo que ésta sea la causa de todos los errores que comete nuestro pensamiento.

TEET.- Es verdad.

EXTR.- Y creo que sólo a esta forma de ignorancia le corresponde el nombre de ausencia de conocimiento. (Platón, Sofista: 229c)

Por eso mismo yerra el ignorante, ya sea en el plano de la opinión o en el de la verdad; al creer que sabe cuando no sabe nada, vive engañándose en asuntos de gran importancia. "La acción que yerra por falta de conocimiento sabéis vosotros, sin duda, que se lleva a cabo por ignorancia" (Platón, Protágoras: 357d-e). Lo peor que puede sucederle a quien se enferma de este terrible engaño es no dar se cuenta, y creer que no necesita del verdadero conocimiento; tan seguro está de su saber que no capta cómo es que su pensamiento no trata con ningún tipo de ser: ya sea el ser verdadero o el no ser siendo. En ese sentido:

los ignorantes ni aman la sabiduría ni desean hacerse sabios, pues en esto precisamente es la ignorancia una cosa molesta; en que quien no es ni bello, ni bueno, ni inteligente se crea a sí mismo que lo es suficientemente. Así, pues, el que no cree estar necesitado no desea tampoco lo que no cree necesitar. (Platón, Banquete: 204a)

Sólo dos seres no desean el saber: tos sabios que ya lo poseen y los ignorantes que creen poseerlo; el único deseoso del saber es el amante de la sabiduría: el filósofo.

La ignorancia es una enfermedad: carencia de razón; toda enfermedad es carencia, como la enfermedad del cuerpo es carencia de salud. Ahora bien,la ignorancia no es un mal voluntario sino involuntario. El mal se comete por ignorancia, por eso es involuntario. Jean Wahl da una interpretaciónexacta: "El alma que posee la fuerza y la ciencia nopodrá hacer voluntariamente el mal, porque la virtud es una ciencia, la ciencia del bien. El hombre justo no puede, por tanto, mentir voluntariamente, no puede hacer voluntariamente el mal." (Wahl, 1990.2:53)

La posibilidad del conocimiento requiere ante todo alejarse de su propia ausencia. La ignorancia es el virus cuyo efecto no sólo obstaculiza la verdad: por sus consecuencias, termina siendo negada en la nada del ser. Causa del error y del mal, la ignorancia es el punto de partida de cualquier posibilidad como precaución, ante todo, quien busca la verdad debe reconocer que lo único que sabe es que no sabe; he aquí el principio del conocimiento y del bien.

Así, 1) la ignorancia es ausencia de conocimiento: creer saber lo que no se sabe; 2) la ignorancia es causa del error en el conocimiento; 3) la ignorancia es causa del mal, y 4) la ignorancia es la causa del desorden que el alma pueda tener en sí misma. Para aliviar la ignorancia se tiene una técnica de enseñanza llamada educación.

4.       Mala y buena educación

La educación en el Bien tiene por objetivo el acto bueno para diferenciarlo del acto malo. Dos son los tipos de educación para curar la ignorancia: 1) la amonestación, la cual resulta poco efectiva, y la nmSeia o educación por argumentos, en la cual el educando analiza su saber erróneo o falso y se hace consciente de ello al eliminar el mal que no le permitía adquirir el conocimiento del Bien, de lo Bueno, de lo Justo, e inclusive del Mal. En otras palabras, purifica su alma (Cfr. Platón, Sofista: 230bd). Platón concibe la educación como un dirigir o una orientación del alma: llevarla hacia su propia estabilidad. No es la educación, de ninguna manera, un proceso de adquisición de conocimientos; es conducir el alma hacia la búsqueda y contemplación del sentido relacional de las Ideas en pos de un orden ontológico: desde lo que deviene hasta lo que es (Platón. República: 518d y 521c). Por ello, la educación de los jóvenes virtuosos puede corromper su alma cuando es una mala educación; es decir, cuando los educadores pretenden que el educando sea comoellos quieren que sea, y no le permiten ser él mismo. Refiriéndose a los sofistas.

Platón dice que éstos basan su educación en el no ser, en las mentiras. (Platón, República: 491e-492b)

El conocimiento del Bien se logra conforme más se separa el alma del cuerpo. De tal forma que debemos educar primero el alma, para que posteriormente se eduque el cuerpo. Lo que no es posible. asegura Platón, es que el cuerpo eduque alalma. Lo primordial en la doctrina filosófica dePlatón es la superioridad del alma sobre el cuerpo.

Un cuerpo bien constituido puede ser un cuerpo no virtuoso, pero para que lo sea, es necesario, ante todo, que su alma sea justa y bondadosa. Así, el conocimiento de la Idea del Bien y de la Justicia hará que las virtudes de cada una de las partes del alma se realicen justamente en su esencia. Un alma buena posibilita un buen cuerpo, pero por su carácter sensible, jamás un buen cuerpo puede hacer a una alma buena. Por lo tanto, primero se debe educar en el conocimiento del Bien que es el conocimiento y ejercicio de las virtudes del alma.

Conclusión

La concepción del mal en Platón señala que el mal es producto de la ignorancia, la cual tiene su origen en el error, en el desorden, Pero dicha ignorancia tiene solución posible en la educación. Educar significa sacar de la ignorancia. Sin embargo, este educar no es enseñar un cúmulo de conocimientos, sino un ejercicio de introspección en que el educando, por sí mismo, posibilite la condición de su saber. Saber es recordar, no recibir un sistema de conocimientos elaborados, pues esto sólo permite encubrir aun más la Ignorancia, que es ausencia de conocimiento de sí mismo, no de ciencia objetiva. Por eso. toda educación que busque enseñar el valor como un ente científico objetivo obstaculiza el verdadero sentido del valor. Los valores no se imponen, se ejercitan en la medida que la persona es libre de ejercer su posibilidad de ser. ¿Qué busca la educación actual?, ¿acaso imponer la verdad del valor o bien quitar un obstáculo al pensamiento humano? Más; ¿es esto lo que Platón pretende con su concepto de educación como liberación del mal?

Rubén Mendoza Valdés, en dialnet.unirioja.es/

Notas:

  Melling (1991: 111), dice; "El alma es la fuente del movimiento que se mueve a sí misma. Esta noción puede parecer extraña a un lector moderno de Platón, pero para un ciudadano de su propio tiempo le parecería completa mente familiar. La palabra griega psychc. que nosotros podemos muy bien traducir en muchos pasajes por «alma" o «principio vital», posee en el pensamiento griego clásico una permanente asociación con la idea de movimiento; la capacidad de moverse es una característica propia de los seres vivos".

  Cabe aclarar ios términos lo on (ser), to on (ser), y TO nn^auoxi ov (de ninguna manera, o sea lo que ni siquiera participa del ser. ni aún del devenir: es la nada absoluta. lo absolutamente contrario al ser).

 

 

Cuando contradices a tu cónyuge, confundes a tus hijos

Por LaFamilia.info

Foto: Feepik

Cuando se presentan desacuerdos entre papá y mamá con respecto a la autoridad, se afecta tanto el matrimonio como la relación con los hijos, te explicamos por qué.

Si uno de los cónyuges niega pero el otro afirma, si uno empuja y el otro detiene, si uno castiga y el otro premia… los hijos perderán el rumbo, no sabrán a cuál padre obedecer y terminarán desatendiendo la autoridad. Lograr un acuerdo ente los padres para la buena crianza, es una de las formas más efectivas de generar estabilidad y confianza en los hijos. 

Un camino, dos direcciones

Los permisos, las salidas, el manejo del tiempo libre, los horarios, las comidas, el desempeño escolar y el manejo de la autoridad, son algunos de los temas que dan lugar a desacuerdos entre los cónyuges. Lamentablemente, en este tipo de enfrentamientos ambos padres resultan perdedores: “pues debilitan su autoridad y credibilidad frente a los hijos, que perciben rápidamente estas inconsistencias y terminan haciendo lo que a ellos les parece o bien, ´aprovechándose´ del papá que parece más permisivo. Por otro lado, la relación de los esposos también suele verse afectada por los constantes roces, que van generando distanciamiento y problemas dentro de la pareja.” Afirman los expertos de padresok.cl

Es normal que no siempre se esté de acuerdo con el otro, pues tanto el padre como la madre poseen unas características sicológicas y unas vivencias educativas particulares que dan lugar a criterios, métodos y opiniones acerca de la crianza de los hijos. No obstante, esta forma individual de ver la autoridad, no debe llevar a la discordancia continuada con el cónyuge, más bien debe verse como complemento y sacar las bondades de esto. 

Para evitar esta situación, los especialistas recomiendan acordar unos parámetros dentro de los cuales se deberá practicar la autoridad en la familia. Así, el padre y la madre deberán formar una unidad, emitir un mismo mensaje y apoyarse el uno al otro en lugar de contradecirse. “Los padres deben aprender a encontrar un equilibrio, de forma que sus diferencias personales, no interfieran con esta responsabilidad tan vital que es ponerse de acuerdo en cuanto a la crianza de los hijos.” Explica la pedagoga María de los Ángeles Pérez.

Consejos para los padres

Los hijos son los más afectados cuando no hay consenso entre papá y mamá. Es por eso, que la mejor forma de ejercer una autoridad coherente es fortalecer la unión entre esposos. Algunas sugerencias:

- Transmitir siempre una imagen del cónyuge de forma respetuosa.

- No autorizar lo que el otro ha prohibido.

- No discutir delante de los hijos. Si hay algo que hablar, háganlo a solas.

- No demostrar desacuerdo sobre el modo de proceder con los hijos, delante de ellos mismos.

- No hacer al hijo confidente de las penas que causa el cónyuge, al menos hasta que alcance la edad y madurez necesaria.

- Enfócate en transmitirle a los hijos más las fortalezas que debilidades de tu esposo/a.

- No le hagas mala fama a tu pareja con los hijos, pues ellos lo irán interiorizando y terminarás perdiendo autoridad frente a ellos. Evita comentarios como: es que la mamá es una “fiera”, o el papá es un “alcahueta”.

- Ambos deben ejercer la autoridad. Los hijos necesitan que tanto el papá como la mamá ejerzan la autoridad en la familia, de este modo se les brinda seguridad y estabilidad. Es equivocado por tanto, cuando uno de los cónyuges toma el mando y el otro queda relegado.

- Como ejercicio práctico, es importante hacer junto al esposo/a, una lista de valores que consideren fundamentales en la educación de los hijos. Esta lista no será negociable por ninguno de los dos, pues deberá ser el punto de referencia para la toma de decisiones. Tendiendo esta lista de valores evitará llevarse la contraria y delante de los hijos siempre estarán de acuerdo.

- Si estamos hablando del caso en que padre y madre, por diferentes circunstancias se encuentran separados, entonces por el bien de los hijos, deben tener puntos comunes para no caer en la contradicción.

- Si bien cada uno tiene una forma de ver las cosas, hay que llegar a acuerdos, tomar decisiones conjuntas y nunca perder de vista los ideales y valores con los que se quieren formar a los hijos; por el bien de ellos, los padres deben estar unidos y en armonía.

 

  Morir en la frontera

Sánchez y Marlaska respaldaron la brutal represión de la gendarmería marroquí en la frontera de España con Marruecos

Cuando en Mayo del 2021 se produjo el asalto de ocho mil personas a la frontera de Ceuta, de las que aproximadamente 800 eran menores, resultaba evidente que se trataba de una operación de asedio orquestada desde Marruecos como respuesta a la torpe y chapucera acogida del líder del Frente Polisario Brahim Ghali. Se abrió con Marruecos una crisis diplomática sin precedentes, que provocó la retirada   de la embajadora en Madrid, Karima Benyaich.

Sorprendentemente y después de una permanente presión sobre las fronteras de Melilla y Ceuta con masivas oleadas de inmigrantes, Sánchez en el mes de Marzo de este año,  envía una “carta privada” al Rey de Marruecos para anunciarle que España aceptaba su posición sobre el Sáhara, en un intento desesperado de restablecer las deterioradas relaciones con el reino alauita. La reacción belicosa de Argelia contra España no se hizo esperar, dado que la cuestión del Sahara es “casus belli” con Marruecos  y solo ellos pueden poner fin al conflicto. Todos estos disparates de la errática política exterior española, han provocado un seísmo político de incalculables consecuencias en una zona geoestratégica muy sensible para los intereses de España y del flanco sur de la Unión Europea.

Cuando toda la oposición al Gobierno, incluida la de Podemos, está a la espera de alguna aclaración sobre el motivo de la misteriosa carta a Mohamed VI que él mismo filtra, se produce en el mes de mayo, uno de  los sucesos más trágicos y graves que han ocurrido en una de las fronteras territoriales de España con Marruecos. Causaba escalofríos contemplar los cadáveres de subsaharianos amontonados  en territorio marroquí como consecuencia de la brutal represión de la gendarmería.

Las dantescas imágenes deberían haber servido al menos para remover las conciencias de los responsables políticos y haber exigido incluso a nivel europeo, responsabilidades por la inusitada y violenta actuación de las autoridades marroquíes. Todo lo contrario, la reacción del presidente del gobierno y del ministro del interior Marlaska ante esa tragedia, fue la de mentir y respaldar a los marroquíes de una forma impropia, torpe e inoportuna. Tan impropia como el silencio mantenido entonces por la oposición, hasta que  un mal intencionado reportaje de la BBC ha conseguido varios meses después, provocar su precipitada reacción parlamentaria.

Al margen del injusto daño que puede sufrir nuestra querida y abnegada Guardia Civil por este reportaje, lo que no termino de comprender es que la Comisión de Libertades Civiles del Parlamento Europeo, que hoy preside el socialista López Aguilar, requiera la presencia del ministro Marlaska, ¿para seguir mintiendo como lo hace en el Parlamento español?.Lo procedente, desde mi punto de vista, sería citar al embajador marroquí ante la Comisión mixta UE- Marruecos para que informara a la Cámara  sobre esos graves incidentes y sobre la utilidad de los millones de euros con los que la Unión Europea riega a Marruecos para el control fronterizo.

Jorge Hernández Mollar

 

 

Reflexiones en otoño

Los largos y tristones días otoñales invitaban a la reflexión sobre el Más Allá que nos espera, sobre “Los Novísimos”. Ahora, por una parte, hay escasa o nula predicación sobre las realidades eternas; por otra, son asuntos fuera del debate público y político, además de las muchas horas que se consumen ante el televisor o Internet, narcóticos que evaden el pensamiento profundo. Se ha puesto de moda Halloween, que toma a chirigota lo que las máscaras de fealdad y de demonios simbolizan.

Evoco aquella frase: “Muerte, Juicio, Infierno y Gloria ten cristiano en tu memoria”. La existencia del Infierno y de la Gloria no depende de nuestras creencias, y el bien y el mal a la vista, lleva a sospecharla. ¿Cómo va a ser indiferente, tras la muerte, haber sido un pecador impenitente, o una persona bondadosa? De realidades eternas hablan las Sagradas Escrituras, además de las palabras de la Virgen a los Pastorcitos de Fátima después de una visón: «Visteis el infierno donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón». El célebre cardenal nigeriano Robert Sarah afirma: «Ha llegado el momento de que la Iglesia vuelva a lo que se espera de ella: hablar de Dios, del alma, del más allá, de la muerte y, sobre todo, de la vida eterna…La gente acude a un sacerdote para buscar a Dios, «no para salvar el planeta» ( Le Fígaro, julio, 2022)

 Josefa Romo

 

 

El móvil

Si lo pensamos un poco, pocas cosas hay que nos hayan cambiado tanto nuestro modo de vivir, de relacionarnos, de informarnos, como el móvil. Es un invento reciente y que ha influido decisivamente en todas las capas de la sociedad. Quizá una de las cosas que me sorprende es ver al pobre de la esquina, desarrapado y pidiendo una limosna, hablar por el móvil. No tiene para vivir, se supone, está en la miseria, viste fatal, pero tiene móvil.

Tanto es así que en castellano, como nos descuidemos, se puede perder uno de los significados de la palabra móvil. Según Google, móvil es inalámbrico, sin hilos, y ya el final se admite otra versión: movedizo. Pero la RAE nos dice que móvil es aquello que mueve material o moralmente algo. Tener un móvil es tener un motivo, un cierto empuje. Por lo tanto un móvil, un motivo, puede cambiar mi vida, porque me lleva a hacer algo nuevo, algo distinto.

El móvil que nos ha cambiado la vida no es motivo importante para vivir, es un aparato, que al ser inalámbrico se puede llevar a cualquier sitio, se transporta fácilmente. Vamos que lo llevamos encima prácticamente siempre. Nos ha cambiado la vida, demasiado. Si fuera simplemente un teléfono más a mano, no sería para tanto, pero es que sirve para muchas otras cosas, algunas buenísimas y otras perversas.

Pedro García

 

 

 

Ante derechos vitales

Se sabe desde hace mucho tiempo que buena parte de multinacionales han conseguido la producción masiva barata de objetos de consumo mediante cadenas de producción con mínimas cargas sociales e, incluso, ignorando derechos laborales básicos en la representatividad de los trabajadores, en las exigencias mínimas de seguridad e higiene o en la limitación o ausencia del indispensable descanso. El trabajo de mujeres y menores en países orientales recuerda la explotación humana de la primera revolución industrial, y se justifica con los argumentos de entonces, particularmente el del ejercicio de la libertad. También como entonces los trabajadores no tienen en la práctica otra opción, pero no faltan quienes lo justifican con aquello de que más vale algo que nada... Fue siempre el gran argumento liberal, defensor de las ambiguas libertades formales.

En los tiempos que corren, la defensa de esas libertades no interesa de hecho a las formaciones de izquierda, que suelen centrarse ahora en la protección de minorías ideológicas cada vez más poderosas, con el uso y abuso del ambiguo sentido técnico de consentimiento. El protagonismo ha pasado a diversas ONG, algunas inspiradas netamente en principios religiosos y otras simplemente civiles. Por ejemplo, ante el silencio universal, sólo organizaciones no gubernamentales han llevado a la opinión pública las terribles condiciones de la construcción de los estadios de Qatar, donde se celebrará el próximo mundial de fútbol. Tal vez sólo en una sociedad tan sensible a los derechos humanos como Francia, sigue abierto el debate, que incluye diversas medidas en intento de boicotear el campeonato, al menos en la difusión de las transmisiones televisivas.

No hace falta describir, por conocidas, las condiciones del trabajo de mujeres y niños en la revolución industrial. Sus imágenes fueron acicate más que suficiente para la progresiva construcción del derecho del trabajo moderno, con una fuerte carga tuitiva. Ahora, la presión de algunas ONG con implantación internacional ha conseguido que el emirato de Qatar derogase en 2018 la kafala, que sometía a la mano de obra, que venía en gran medida de India, Nepal y Bangladesh, a una auténtica esclavitud. Se ha suavizado el riguroso marco jurídico –basta pensar en el depósito de pasaportes en manos del empleador-, pero miles de trabajadores han sufrido abusos y explotación. Y se han producido demasiadas muertes por las durísimas condiciones de trabajo y los alojamientos (los estadios se han construido en condiciones climáticas incompatibles con los partidos: por eso, la competición se ha trasladado a fechas insólitas). Ciertamente, los operarios  aceptaban todo, pero no tenían otra posibilidad si querían enviar dinero a sus maltrechas familias que seguían malviviendo a miles de kilómetros. Las libertades formales campaban a su aire.

José Morales Martín

 

 

Oración en tiempos inciertos

Esta es una humilde llamada a la oración que no se rinde; una llamada a la fe valiente, que espera sin desfallecer; una llamada a la comunión entre hermanos, que es más fuerte que toda incertidumbre y que toda amenaza por grande que sea.

Porque existen hoy tantas situaciones de injusticia, de guerra y de olvido interesado en muchos rincones del mundo. Escuchemos la petición de ayuda de los cristianos perseguidos en multitud de países, los pobres, los niños de la explotación sexual y las mujeres maltratadas en países donde las protestas son sistemáticamente aplacada. Son muchos los silenciados por el terrorismo o por intereses económicos. No podemos quedarnos indiferentes ante los desastres climáticos que dejan a muchos sin recursos, ni ante la cantidad de familias enteras que se ahogan en silencio con el sueño no cumplido de llegar a Europa por mar. Hoy, el mundo entero vive una situación de incertidumbre política, económica y cultural que inquieta. También hoy vemos en soledad a miles de ancianos, abandonados en las grandes ciudades de todo el planeta. Y sin olvidarnos de Ucrania, Siria, Afganistán hasta un total de 57 conflictos armados, de las que no se habla.

Como cristianos no podemos dejar en silencio tantas realidades por las que debemos orar unidos. Queremos ser un cuerpo unido que sufre y celebra como familia. Este es nuestro camino hacia la Pascua, y el sentido de unión, con María y José, que ya al pie de tantas cruces de la historia, visibles e invisibles, anuncia la mañana de resurrección. «Como el soldado que está de guardia, así hemos de estar nosotros a la puerta de Dios Nuestro Señor: y eso es oración». San Josemaría, Forja 73.

Orar es despertar y ponerse en camino, en comunión.

«Si el cristianismo -decía Juan Pablo II- ha de distinguirse en nuestro tiempo, sobre todo, por el arte de la oración. ¿Cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!».

San Josemaría la define como necesaria para la vida espiritual. La oración es la respiración que permite que la vida del espíritu se desarrolle, y actualiza la fe en la presencia de Dios y de su amor. Esta puede ser a veces una mirada a una imagen del Señor o de su Madre; otras, una petición, con palabras; otras, el ofrecimiento de las buenas obras, un rosario en familia, asistir a la Santa Misa o embarcarnos en una piadosa novena.

«Orar es el camino para atajar todos los males que padecemos». Forja, 76. Y no hay dos ratos de oración iguales. El Espíritu Santo, fuente de continua novedad, toma la iniciativa, actúa y espera. «Fruto de la acción del Espíritu Santo que, infundiendo y estimulando la fe, la esperanza y el amor, lleva a crecer en la presencia de Dios, hasta saberse a la vez en la tierra, en la que se vive y trabaja, y en el cielo, presente por la gracia en el propio corazón”. San Josemaría, Conversaciones, 116

Hacen falta “cristianos verdaderos, hombres y mujeres íntegros capaces de afrontar con espíritu abierto las situaciones que la vida les depare, de servir a sus conciudadanos y de contribuir a la solución de los grandes problemas de la humanidad, de llevar el testimonio de Cristo donde se encuentren más tarde, en la sociedad”. Es Cristo que pasa, 28.

San Josemaría Escrivá.

El antídoto para tiempos inciertos: la oración

A veces pareciera que la oración, con ser algo importante, difícilmente puede frenar algo tan grande como un conflicto armado o las injusticias sociales. Pero ya ha demostrado que puede prevenir guerras o, si éstas ya están sucediendo, minimizar sus efectos o hasta acabar con ellas. Un ejemplo de esta situación sucedió con las apariciones de Fátima. Cuando el 13 de mayo de 1917, en plena Primera Guerra Mundial, la Virgen María pidió: “Recen el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”.

Dios llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Dios es el que toma la iniciativa en la oración, poniendo en nosotros el deseo de buscarle, de hablarle, de compartir con Él nuestra vida. La persona que reza, que se dispone a escuchar a Dios y a hablarle, responde a esa iniciativa divina. Cuando rezamos, es decir, cuando hablamos con Dios, el que ora es todo el hombre. Para designar el lugar de donde brota la oración, la Biblia habla a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces): Es el corazón el que ora.

Por ello, “La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose en intentar decir algo al Señor, aunque no se diga nada”. San Josemaría, Surco, n. 464. Debemos despertarnos no al terror a las dificultades, sino a la valentía humilde de quienes se unen, como los primeros cristianos, para orar con la convicción cierta de que Jesús en la cruz es el vencedor de la Historia.

Porque el Dios de nuestra fe no es un ser lejano, que contempla indiferente la suerte de los hombres. Es un Padre que ama ardientemente a sus hijos, un Dios creador que se desborda en cariño por sus criaturas. Y concede al hombre el gran privilegio de poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. San Josemaría, Discursos sobre la Universidad.

Todos estamos en la misma lucha

San Pablo dice, si una parte del cuerpo sufre, todos nosotros sufrimos. Como cristianos estamos contra el sufrimiento, la guerra, la desesperanza y la falta de libertades. Estamos junto a los que sufren, aunque no sean noticia. “La actualidad pone en evidencia muchas veces que estamos indignados, pero no despierto; asustados, pero no en pie; enfadados, pero no en camino; solidarios con los de lejos, pero no tan atentos a los cercanos; generosos, pero a salvo en nuestros recintos de confort. Orar es despertar a lo que no estamos viendo y reconociendo de nosotros mismos, de nuestra familia, comunidad y país, en esta hora crucial del mundo y de la Iglesia. Cómo sería nuestra oración si teniendo nosotros de sobra, en el comer y el vestir, en casa y techo, vemos pasar esas caravanas de madres con sus hijos y no ofrecemos, no digo aquello que nos hace falta a nosotros, sino lo que no usamos y tenemos vacío. Debemos abrir el corazón, acoger y recibir a Jesús que pide posada«. Miguel Márquez Calle, G. Carmelita.

 

 

oración en tiempos inciertos

El papa Francisco pide a todos los cristianos que oremos «para que aquellos que sufren encuentren caminos de vida, dejándose tocar por el Corazón de Jesús».

 

Para que nuestra oración sea efectiva

El Papa Francisco nos lo cuenta en su Catequesis sobre la oración que comenzó el 6 de mayo de 2020. “Ante todas estas dificultades no tenemos que desalentarnos, sino seguir rezando con humildad y confianza”, Papa Francisco.

Recogimiento contra las distracciones

La oración, como todo acto plenamente personal, requiere atención e intención, conciencia de la presencia de Dios y diálogo efectivo y sincero con Él. Condición para que todo eso sea posible es el recogimiento. Esta actitud es esencial en los momentos dedicados especialmente a la oración, cortando con otras tareas y procurando evitar las distracciones. Pero no ha de quedar limitada a esos tiempos, sino que debe extenderse hasta llegar al recogimiento habitual, que se identifica con una fe y un amor que, llenando el corazón, llevan a procurar vivir la totalidad de las acciones en referencia a Dios, ya sea expresa o implícitamente.

Esperanza contra la aridez

Muchas veces estamos decaídos, es decir que no tenemos sentimientos, no tenemos consolaciones, no podemos más. Son esos días grises…, ¡y los hay, muchos, en la vida! Pero el peligro está en tener el corazón gris. Cuando este “estar decaído” llega al corazón y lo enferma…, y hay gente que vive con el corazón gris. Esto es terrible: ¡no se puede rezar, no se puede sentir la consolación con el corazón gris! O no se puede llevar adelante una aridez espiritual con el corazón gris. El corazón debe estar abierto y luminoso, para que entre la luz del Señor. Y si no entra, es necesario esperarla con esperanza. Pero no cerrarla en el gris.

Perseverancia contra la acedia

Que es una auténtica tentación contra la oración y, más en general, contra la vida cristiana. La acedia es «una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón» CIC, 2733. Es uno de los siete “pecados capitales” porque, alimentado por la presunción, puede conducir a la muerte del alma. En estos momentos, se pone de manifiesto la importancia de otra de las cualidades de la oración: la perseverancia. La razón de ser de la oración no es la obtención de beneficios, ni la busca de satisfacciones, complacencias o consuelos, sino la comunión con Dios; de ahí la necesidad y el valor de la perseverancia en la oración, que es siempre, con aliento y gozo o sin ellos, un encuentro vivo con Dios. Catecismo 2742-2745, 2746-2751.

Confianza

Sin una confianza plena en Dios y en su amor, no habrá oración, al menos oración sincera y capaz de superar las pruebas y las dificultades. No se trata sólo de la confianza en que una determinada petición sea atendida, sino de la seguridad que se tiene en quien sabemos que nos ama y nos comprende, y ante quien se puede por tanto abrir sin reservas el propio corazón. Catecismo , 2734-2741.

Bibliografía

– Opusdei.org.
-Catequesis del papa Francisco sobre la oración, 2020.
-Catecismo de la Iglesia Católica.
– Carmelitaniscalzi.com.
-Juan Pablo II, Litt. Enc. Ecclesia de Eucharistia, 2004.
-San Josemaría, Discursos sobre la Universidad. El compromiso de la verdad (9.V.74).