Indice:
Francisco: “Dios no duerme, siempre vela por nosotros”
El Papa recuerda a la hermana María de Coppi asesinada en Mozambique
El Papa: Finalidad de la catequesis, llegar a un encuentro con Cristo
El Papa: “El fin de todo universo es la verdad”
LA TIERRA BUENA : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del sábado: ser buena tierra
“El trabajo, un signo del amor de Dios” : San Josemaria
CARTA APOSTÓLICA DESIDERIO DESIDERAVI : FRANCISCO
Algo grande y que sea amor (VIII): Más madres y padres que nunca : Diego Zalbidea
Un nuevo beato. El papa de la sonrisa : José Martínez Colín.
DALE PLAY A LA ESPERANZA: HAZ ESPACIO AL AMOR DE DIOS : Alberto García-Mina Freire
"No todos los agujeros del conocimiento se pueden rellenar con contenido científico"
Desordeno y mando: nuevo asalto a la libertad : Julio Tudela
Nueva ley del aborto en España: Una ley terrorífica : Eva Mª Martín García
Paradigma de la transformación del trabajo en Europa : JD Mez Madrid
El llamado “Papa de la sonrisa” : Domingo Martínez Madrid
Esta forma alienta un narcisismo : José Morales Martín
Humildad, virtud de dos : Jesús D Mez Madrid
«El matrimonio debe estar por delante del trabajo»: Manuel Martínez-Sellés
Recuerdo para nuestro asiduo colaborador D,Antonio Garcia Fuentes
Francisco: “Dios no duerme, siempre vela por nosotros”
Palabras del Santo Padre antes del Ángelus
Ángelus 11 septiembre 2020 © Vatican Media
Alas 12 del mediodía de hoy, domingo 11 de septiembre de 2022, el Santo Padre Francisco se asomó a la ventana del estudio del Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
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Palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la liturgia de hoy nos presenta las tres parábolas de la misericordia (cf. Lc 15,4-32), se llaman así porque muestran el corazón misericordioso de Dio. Jesús las relata en respuesta a las murmuraciones de los fariseos y de los escribas, que decían: “Este acoge a los pecadores y come con ellos” (v. 2), se escandalizaban porque Jesús estaba entre pecadores. Si para ellos esto es religiosamente escandaloso, Jesús, al acoger a los pecadores y comer con ellos, nos revela que Dios es justamente así: no excluye a nadie, desea que todos estén en su banquete, porque ama a todos como a hijos, a todos, nadie está excluido, nadie. Las tres parábolas, pues, resumen el corazón del Evangelio: Dios es Padre y viene a buscarnos cada vez que nos hemos extraviado.
De hecho, los protagonistas de las parábolas, que representan a Dios, son un pastor que busca a la oveja perdida, una mujer que encuentra la moneda perdida y el padre del hijo pródigo. Detengámonos en un aspecto común a estos tres protagonistas, los tres, los tres; en el fondo, los tres tienen un aspecto común que podríamos definir así: la inquietud por aquello que les falta, te falta la oveja, te falta la oveja, te falta el hijo. La inquietud por lo que falta, y los tres en estas parábolas están inquietos porque les falta algo. Los tres, en el fondo, si hicieran un poco de cálculos, podrían estar tranquilos: al pastor le falta una oveja, pero tiene otras noventa y nueve, que se pierda; a la mujer le falta una moneda, pero tiene otras nueve; e incluso el Padre tiene otro hijo, que es obediente, al cual dedicarse ¿por qué pensar en este que se ha ido para entregarse a una vida licenciosa? En cambio, en sus corazones -del pastor, de la mujer y del padre- hay inquietud por aquello que les falta: la oveja, la moneda, el hijo que se ha ido. El que ama se preocupa por quien falta, siente nostalgia por el que está ausente, busca al que está perdido, espera al que se ha alejado. Porque quiere que nadie se pierda, que nadie se pierda.
Hermanos y hermanas, así es Dios: no se queda «tranquilo» si nos alejamos de Él, se aflige, se estremece en lo más íntimo y se pone a buscarnos, hasta que nos vuelve a tener en sus brazos. El Señor no calcula la pérdida y los riesgos, tiene un corazón de padre y madre, y sufre por la ausencia sus hijos amados. “Pero, ¿por qué sufre, si este hijo es un desgraciado, se fue” Sufre, sufre. Sí, Dios sufre por nuestra lejanía, y cuando nos perdemos, espera nuestro regreso. Recordemos: siempre Dios nos espera, Dios nos espera siempre con los brazos abiertos, sea cual sea la situación de la vida en la que nos hayamos perdido. Como dice un salmo, Él no duerme, siempre vela por nosotros (cf. 121,4-5).
Mirémonos ahora a nosotros mismos y preguntémonos: ¿Imitamos al Señor en esto, es decir, tenemos la inquietud por aquello que nos falta? ¿Sentimos nostalgia por quien está ausente, por quien se ha alejado de la vida cristiana? ¿Llevamos esta inquietud interior, o nos mantenemos serenos e imperturbables entre nosotros? En otras palabras, ¿realmente echamos de menos a quien falta en nuestra comunidad o lo aparentamos y no nos toca el corazón? ¿El que falta en mi vida, falta de verdad? ¿O estamos cómodos entre nosotros, tranquilos y dichosos en nuestros grupos, “no, yo voy a un grupo apostólico, muy bueno…” sin tener compasión por quien está lejos? ¡No se trata solo de estar «abiertos a los demás», es el Evangelio! El pastor de la parábola no dijo: «Ya tengo noventa y nueve ovejas, ¿quién me obliga a ir a buscar la perdida a perder el tiempo?». Por el contrario, él fue. Reflexionemos, pues, sobre nuestras relaciones: ¿Rezo por quien no cree, por el que está lejos, por el que está amargado? ¿Atraemos a los alejados por medio del estilo de Dios, este estilo de Dios que es cercanía, compasión y ternura? El Padre nos pide que estemos atentos a los hijos que más echa de menos. Pensemos en alguna persona que conozcamos, que esté cerca de nosotros y que quizá nunca haya escuchado a nadie decirle: «¿Sabes? Tú eres importante para Dios». “Pero, por favor, yo estoy en situación irregular, he hecho aquello que es feo, y eso otro…”. Tú eres importante para Dios: hay que decirlo. Tú no lo buscas, pero Él te busca.
Dejémonos inquietar, seamos hombres y mujeres de corazón inquieto, dejémonos inquietar por estas preguntas y recemos a la Virgen, la madre que no se cansa de buscarnos y de cuidar de nosotros, sus hijos.
El Papa recuerda a la hermana María de Coppi asesinada en Mozambique
Palabras del Santo Padre después del Ángelus
Ángelus 11 septiembre 2020 © Vatican Media
“Quiero recordar a la hermana María de Coppi, misionera comboniana, asesinada en Chipene, Mozambique, donde sirvió con amor durante casi sesenta años” dijo hoy el Papa Francisco tras el rezo del Ángelus de este domingo, 11 de septiembre de 2022, con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.
El Papa recordó el viaje a “Kazajistan de tres días, donde participará en el Congreso de jefes de religiones mundiales y tradicionales”. A continuación saludó al querido pueblo de Etiopía.
“Sigamos rezando por el pueblo ucraniano, para que el Señor le dé consuelo y esperanza. En estos días, el Cardenal Krajewski, Prefecto del Dicasterio para el Servicio de la Caridad, se encuentra en Ucrania para visitar varias comunidades”, añadió el Santo Padre.
Finalmente saludó a los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro deseando a todos un feliz domingo.
A continuación, siguen las palabras del Papa después de la oración del Ángelus, ofrecidas por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:
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Palabras del Papa
Queridos hermanos y hermanas:
Pasado mañana saldré para un viaje de tres días a Kazajistán, donde participaré en el Congreso de jefes de religiones mundiales y tradicionales. Será una oportunidad para encontrar a tantos representantes religiosos y dialogar como hermanos, animados por el deseo común de paz, paz de la que nuestro mundo está sediento. Quisiera desde ya saludar cordialmente a los participantes, así como a las autoridades, a las comunidades cristianas y a toda la población de ese vasto país. Les agradezco los preparativos y el trabajo realizado para preparar mi visita. Pido a todos que acompañen con la oración esta peregrinación de paz.
Sigamos rezando por el pueblo ucraniano, para que el Señor le dé consuelo y esperanza. En estos días, el Cardenal Krajewski, Prefecto del Dicasterio para el Servicio de la Caridad, se encuentra en Ucrania para visitar varias comunidades y dar un testimonio concreto de la cercanía del Papa y la Iglesia.
En este momento de oración, quiero recordar a la hermana María de Coppi, misionera comboniana, asesinada en Chipene, Mozambique, donde sirvió con amor durante casi sesenta años. Que su testimonio dé fuerza y valor a los cristianos y a todo el pueblo de Mozambique.
Deseo dirigir un saludo especial al querido pueblo de Etiopía, que hoy celebra su tradicional Año Nuevo: les aseguro mis oraciones y deseo a cada familia y a toda la nación el don de la paz y la reconciliación.
Y no nos olvidemos de rezar por los escolares que mañana o pasado mañana empiezan de nuevo las clases.
Y ahora los saludo a todos, romanos y peregrinos de varios países: familias, grupos parroquiales, asociaciones. En particular, saludo a los militares de Colombia, al grupo venido desde Costa Rica y a la representación femenina de Argentina en el Foro Económico Mundial. Saludo a los jóvenes de Profesión de Fe de Cantù, a los fieles de Musile di Piave, Ponte a Tressa y Vimercate, y a los miembros del Movimiento No Violento y a los muchachos de la Inmaculada.
Le deseo un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Disfruten de su almuerzo y adiós.
El Papa: Finalidad de la catequesis, llegar a un encuentro con Cristo
A los participantes al Congreso Internacional de Catequistas
© Vatican Media
Esta mañana, sábado 10 de septiembre de 2022, en la Aula Pablo VI del Palacio del Vaticano, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los participantes en el Congreso Internacional de Catequistas.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa dirigió a los presentes durante el encuentro:
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Discurso del Papa
Queridos catequistas, ¡buenos días!
Es una alegría para mí encontrarme con usted, porque conozco muy bien su compromiso con la transmisión de la fe. Como ha dicho el arzobispo Fisichella -a quien agradezco este nombramiento-, venís de tantos países diferentes y sois un signo de la responsabilidad de la Iglesia hacia tantas personas: niños, jóvenes y adultos que piden hacer un camino de fe.
Os he saludado a todos como catequistas. Lo he hecho intencionadamente. Veo entre vosotros a muchos obispos, muchos sacerdotes y personas consagradas: también ellos son catequistas. De hecho, yo diría que son ante todo catequistas, porque el Señor nos llama a todos a hacer resonar su Evangelio en el corazón de cada persona. Confieso que disfruto mucho de la cita de los miércoles, cuando cada semana me encuentro con tantas personas que vienen a participar en la catequesis. Es un momento privilegiado porque, reflexionando sobre la Palabra de Dios y la tradición de la Iglesia, caminamos como Pueblo de Dios, y también estamos llamados a encontrar las formas necesarias para dar testimonio del Evangelio en nuestra vida cotidiana.
Os lo ruego: no os canséis nunca de ser catequistas. No de la catequesis «sermoneadora». La catequesis no puede ser como una lección escolar, sino que es una experiencia viva de la fe que cada uno de nosotros siente el deseo de transmitir a las nuevas generaciones. Por supuesto, debemos encontrar los mejores medios para que la comunicación de la fe se adecue a la edad y a la preparación de las personas que nos escuchan; sin embargo, el encuentro personal que tenemos con cada uno de ellos es decisivo. Sólo el encuentro interpersonal abre el corazón para recibir el primer anuncio y desear crecer en la vida cristiana con el mismo dinamismo que permite la catequesis. El nuevo Directorio para la catequesis, que se os ha entregado en los últimos meses, os será muy útil para entender cómo seguir este itinerario y cómo renovar la catequesis en las diócesis y parroquias.
No olvidéis nunca que la finalidad de la cLa finaliatequesis, que es una etapa privilegiada de la evangelización, es llegar al encuentro con Jesucristo y dejar que crezca en nosotros. Y aquí entramos directamente en lo específico de este su tercer Encuentro Internacional, que consideró la tercera parte del Catecismo de la Iglesia Católica. Hay un pasaje del Catecismo que me parece importante entregarles en relación a que son «Testigos de la nueva vida». Dice: «Cuando creemos en Jesucristo, comulgamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo viene a amar en nosotros a su Padre y a sus hermanos, a nuestro Padre y a nuestros hermanos. Su Persona se convierte, por medio del Espíritu, en la regla viva e interior de nuestra conducta» (n. 2074).
Comprendemos por qué Jesús nos dijo que su mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros como yo he amado (cf. Jn 15,12). El verdadero amor es el que viene de Dios y que Jesús reveló con el misterio de su presencia entre nosotros, con su predicación, sus milagros y, sobre todo, con su muerte y resurrección. El amor de Cristo permanece como el verdadero y único mandamiento de la vida nueva, que el cristiano, con la ayuda del Espíritu Santo, hace suyo día a día en un camino que no conoce el descanso.
Queridos catequistas y catequizandos, estáis llamados a hacer visible y tangible la persona de Jesucristo, que ama a cada uno de vosotros y por eso se convierte en la regla de nuestra vida y en el criterio de nuestras acciones morales. Nunca te alejes de esta fuente de amor, pues es la condición para ser feliz y estar lleno de alegría siempre y a pesar de todo. Esta es la nueva vida que ha brotado en nosotros el día del Bautismo y que tenemos la responsabilidad de compartir con todos, para que crezca en cada uno y dé fruto.
Estoy seguro de que este viaje llevará a muchos de vosotros a descubrir plenamente la vocación de ser catequista y, por tanto, a pedir entrar en el ministerio de la catequesis. He instituido este ministerio sabiendo el gran papel que puede desempeñar en la comunidad cristiana. No tengas miedo: si el Señor te llama a este ministerio, síguelo. Seréis partícipes de la misma misión de Jesús de anunciar su Evangelio y de introduciros en una relación filial con Dios Padre.
Y no quisiera terminar -lo considero bueno y justo- sin mencionar a mis catequistas. Había una monja que dirigía el grupo de catequistas; a veces enseñaba ella, a veces dos buenas señoras, ambas llamadas Alicia, siempre las recuerdo. Y esta monja puso los cimientos de mi vida cristiana, preparándome para la Primera Comunión, en el año 43-44… Creo que ninguno de ustedes había nacido en esa época. El Señor también me dio una gracia muy grande. Ella era muy mayor, yo era estudiante, estaba estudiando fuera, en Alemania, y cuando terminé mis estudios volví a Argentina, y al día siguiente ella murió. Pude acompañarla ese día. Y cuando estaba allí, rezando ante su féretro, agradecí al Señor el testimonio de esta monja que había pasado su vida casi exclusiv amente haciendo catequesis, preparando a niños y jóvenes para la Primera Comunión. Se llamaba Dolores. Me permito esto para dar testimonio de que cuando hay un buen catequista, deja una huella; no sólo la huella de lo que siembra, sino la huella de la persona que ha sembrado. Deseo que sus hijos, sus adultos, aquellos a los que acompaña en la catequesis, le recuerden siempre ante el Señor como una persona que sembró cosas buenas y bellas en sus corazones.
Os acompaño a todos con mi bendición. Os encomiendo a la intercesión de la Virgen María y de los catequistas mártires: son muchos -es importante- incluso en nuestros tiempos, ¡son muchos! Y les pido por favor que no se olviden de rezar por mí. Gracias.
El Papa: “El fin de todo universo es la verdad”
Sesión Plenaria Academia Pontificia de las Ciencias.
© Vatican Media
Esta mañana, sábado 10 de septiembre de 2022, en la Sala Clementina en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre ha recibido en audiencia a los Participantes en la Sesión Plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa dirigió a los presentes en la Audiencia:
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Discurso del Papa
Señor Cardenal, queridos hermanos obispos,
¡distinguidos señores y señoras!
Les doy la bienvenida a la Sesión Plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias. Agradezco al Presidente, Prof. Joachim von Braun, sus amables palabras. Expreso mi gratitud a Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, que tanto ha trabajado como Canciller al servicio de esta Academia y de la Academia de Ciencias Sociales. Que el Señor le recompense y le colme de bendiciones; y le deseamos lo mejor para su 80 cumpleaños y una feliz jubilación. Y dejar que otros gobiernen. ¡Adelante, valor! Y damos la bienvenida al nuevo canciller, el cardenal Peter Turkson: ¡gracias por aceptar, Eminencia!
El tema de su sesión plenaria es «Ciencia básica para el desarrollo humano, la paz y la salud planetaria». Una perspectiva que tiene en cuenta los problemas clave a los que se enfrenta la humanidad en este momento de la historia.
Pero antes me gustaría responder a una pregunta que no pocos se hacen: ¿por qué los Papas, a partir de 1603, quisieron tener una Academia de Ciencias? Ninguna otra institución religiosa que yo conozca tiene una Academia de este tipo, y muchos líderes religiosos se han interesado en crearla. Dejando las reconstrucciones históricas a otros, me gusta interpretar hoy esta elección en el horizonte del amor y el cuidado de la casa común en la que Dios nos ha puesto a vivir. La Iglesia comparte y promueve la pasión por la investigación científica como expresión del amor a la verdad, al conocimiento del mundo, del macrocosmos y del microcosmos, de la vida en la estupenda sinfonía de sus formas. Santo Tomás afirma que «el fin de todo el universo es la verdad» (Summa c.G., I, 1). Somos parte de este universo, y lo somos con una responsabilidad única, que nace del hecho de que ante la realidad somos capaces de preguntarnos «¿por qué?». Así, en la base está esta actitud contemplativa; y, complementariamente, la tarea de cuidar la creación. En esta perspectiva, queridos amigos, está también el tema de esta Sesión Plenaria suya.
Echando la vista atrás a los últimos años, recuerdo con gratitud las declaraciones del PAS ante diversas emergencias, ya sea por la crisis alimentaria y la lucha contra el hambre -en colaboración con la Cumbre de las Naciones Unidas sobre la Alimentación- o por la salud de los océanos y los mares, o para reforzar la resiliencia de los pobres en caso de choques climáticos. También fueron importantes los esfuerzos para ayudar a reconstruir los barrios pobres de manera sostenible aplicando la bioeconomía; así como la acción orientada a la equidad para abordar los problemas de salud causados por la pandemia de Covid. No menos importante es el trabajo para el establecimiento de normas internacionales sobre donación y trasplante de órganos en la lucha contra el tráfico de personas; y también para la promoción de una nueva ciencia de la rehabilitación médica para los ancianos y los pobres. Además, aprecio especialmente el esfuerzo por involucrar a la ciencia y la política para prevenir la guerra nuclear y los crímenes de guerra contra la población civil. Felicito a todos los que han participado activamente, especialmente a usted, profesor Von Braun, por el acierto y la dedicación con que ha introducido la novedad en la vida de la Academia. Usted ha aprovechado los retos actuales como oportunidades científicas específicas, para abordarlos trabajando con científicos que pueden ayudar a resolver los problemas.
En esta sesión plenaria, ustedes hace hincapié en la «ciencia básica», que nos aporta tantos conocimientos nuevos sobre la Tierra, el universo y el lugar que ocupa el ser humano en él. Les felicito por mantener el objetivo de conectar la ciencia básica con la resolución de los retos actuales; conectar la astronomía, la física, las matemáticas, la bioquímica, la ciencia del clima con la filosofía, al servicio del desarrollo humano, la paz y la salud del planeta. Este enfoque conectivo es muy importante porque, a medida que los logros de las ciencias aumentan nuestro asombro ante la belleza y la complejidad de la naturaleza, aumenta la necesidad de realizar estudios interdisciplinarios, vinculados a la reflexión filosófica, que conduzcan a nuevas síntesis. Esta visión interdisciplinar, si también tiene en cuenta la Revelación y la teología, puede contribuir a dar respuestas a las preguntas últimas de la humanidad, que también se plantean las nuevas generaciones, a veces desorientadas.
En efecto, los logros científicos de este siglo deben estar siempre guiados por las exigencias de la fraternidad, la justicia y la paz, contribuyendo a resolver los grandes retos de la humanidad y su hábitat. También en este sentido, la Pontificia Academia de las Ciencias es única en su estructura, composición y objetivos, que siempre están orientados a compartir los beneficios de la ciencia y la tecnología con el mayor número de personas, especialmente con las más necesitadas y desfavorecidas; y, por tanto, también apunta a la liberación de diversas formas de esclavitud, como el trabajo forzado, la prostitución y el tráfico de órganos. Estos crímenes contra la humanidad, que van de la mano de la pobreza, también se dan en los países desarrollados, en nuestras ciudades. El cuerpo humano nunca puede ser, ni en parte ni en su totalidad, objeto de comercio. Estoy encantado de que el PAS se comprometa activamente a apoyar estos objetivos y me gustaría que siguiera haciéndolo con una intensidad acorde con la creciente necesidad.
En resumen, los resultados positivos de la ciencia en este siglo XXI dependerán, en gran medida, de la capacidad de los científicos para buscar la verdad y aplicar los descubrimientos de forma que vayan de la mano de la búsqueda de lo correcto, lo noble, lo bueno y lo bello. Espero con interés los resultados de su trabajo; también serán importantes para las instituciones educativas y las nuevas generaciones.
Estimados miembros de la Academia, en este momento de la historia, les pido que promuevan el conocimiento que tiene como objetivo construir la paz. Después de las dos trágicas guerras mundiales, parecía que el mundo había aprendido poco a poco a avanzar hacia el respeto de los derechos humanos, el derecho internacional y las diversas formas de cooperación. Pero, por desgracia, la historia muestra signos de retroceso. No sólo se intensifican los conflictos anacrónicos, sino que resurgen los nacionalismos cerrados, exasperados y agresivos (cf. Encíclica Fratelli Tutti, 11), así como las nuevas guerras de dominación, que afectan a los civiles, a los ancianos, a los niños y a los enfermos, y causan destrucción por doquier. Los numerosos conflictos armados en curso son motivo de gran preocupación. Dije que era una tercera guerra mundial «a trozos»; hoy quizá podamos decir «total», y los riesgos para las personas y el planeta son cada vez mayores. San Juan Pablo II dio gracias a Dios porque, por la intercesión de María, el mundo se había salvado de la guerra atómica. Por desgracia, debemos seguir rezando por este peligro, que debería haberse evitado hace tiempo.
Es necesario movilizar todos los conocimientos basados en la ciencia y la experiencia para superar la miseria, la pobreza, la nueva esclavitud y evitar las guerras. Al rechazar ciertas investigaciones, inevitablemente destinadas, en circunstancias históricas concretas, a la muerte, los científicos de todo el mundo pueden unirse en una voluntad común de desarmar la ciencia y formar una fuerza de paz. En nombre de Dios, que ha creado a todos los seres humanos para un destino común de felicidad, estamos llamados hoy a dar testimonio de nuestra esencia fraterna de libertad, justicia, diálogo, encuentro mutuo, amor y paz, y a evitar alimentar el odio, el resentimiento, la división, la violencia y la guerra. En nombre de Dios, que nos dio el planeta para salvaguardarlo y desarrollarlo, hoy estamos llamados a la conversión ecológica para salvar la casa común y nuestras vidas junto con las de las generaciones futuras, en lugar de aumentar la desigualdad, la explotación y la destrucción.
Queridos académicos, queridos amigos, os animo a seguir trabajando por la verdad, la libertad y el diálogo, la justicia y la paz. Hoy más que nunca, la Iglesia católica es una aliada de los científicos que siguen esta inspiración, ¡y también gracias a usted! Les aseguro mis oraciones y, respetando sus convicciones, invoco sobre cada uno de ustedes la bendición de Dios. Y tú también, por favor, a tu manera, reza por mí. Gracias.
— Los corazones endurecidos por la falta de contrición se incapacitan para acoger la palabra divina.
— Necesidad de oración y de sacrificio para que la gracia dé fruto en el alma.
— Paciencia y constancia: recomenzar con humildad.
I. Se reunió junto al Señor una gran muchedumbre, que acudía a Él de todas las ciudades1. Y Jesús aprovechó la ocasión, como tantas veces, para enseñarles el misterio de la acción de la gracia en las almas mediante la parábola del sembrador. Todos los que le escuchaban conocían bien las condiciones en que se hacían las labores del campo en aquellas tierras de Palestina. Salió el sembrador a sembrar su semilla... Es Cristo mismo que continuamente, hoy también, extiende su reinado de paz y de amor en las almas, contando con la libertad y la personal correspondencia de cada uno. Dios se encuentra en las almas con situaciones tan diversas como distintos son los terrenos que reciben idéntica semilla. Al llevar a cabo la siembra, parte cayó junto al camino, y fue pisoteada y se la comieron las aves del cielo: se perdió completamente, sin dar fruto. Más tarde, cuando Jesús explique a sus discípulos la parábola, les dirá que el diablo se lleva la palabra de su corazón. Estas almas, endurecidas por la falta de arrepentimiento de sus pecados, se incapacitan para recibir a Dios que las visita. A este mal terreno se asemeja el corazón «que está pisoteado por el frecuente paso de los malos pensamientos, y seco de tal modo que no puede recibir la semilla ni esta germinar»2. El demonio encuentra en estas almas el terreno apropiado para lograr que la semilla de Dios quede infecunda.
Por el contrario, el alma que, a pesar de sus flaquezas, se arrepiente una y otra vez, y procura evitar las ocasiones de pecar y recomienza cuantas veces sea necesario, atraerá la misericordia divina. La humildad que supone reconocer los pecados, quizá solo veniales, y los propios defectos prepara el alma para que Dios siembre en ella y fructifique. Por eso, hoy, al meditar esta parábola de Jesús, puede ser un buen momento para que nos preguntemos si cada día pedimos perdón por todas aquellas cosas que no agradan al Señor, aun en lo pequeño, y si acudimos con verdadera sed de limpieza a la Confesión frecuente.
Ahora es buen momento para pedirle a Jesús que nos ayude a echar lejos de nosotros todo aquello, por pequeño que sea, que nos separa de Él, a no pactar con defectos y actitudes que entorpecen la amistad que Él nos ofrece diariamente. «Has llegado a una gran intimidad con este nuestro Dios, que tan cerca está de ti, tan dentro de tu alma..., pero, ¿procuras que aumente, que se haga más honda? ¿Evitas que se metan por medio pequeñeces que puedan enturbiar esa amistad?
»—¡Sé valiente! No te niegues a cortar todo lo que, aunque sea levemente, cause dolor a Quien tanto te ama»3.
II. Parte de la semilla cayó sobre pedregal, y una vez nacida se secó por falta de humedad. Estos son los que reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíces; creen durante algún tiempo pero a la hora de la tentación se vuelven atrás. A la hora de la prueba sucumben porque han basado su seguimiento a Cristo en el sentimiento y no en una vida de oración, capaz de resistir los momentos difíciles, las pruebas de la vida y las épocas de aridez. «A muchos les agrada lo que escuchan y se proponen obrar bien; pero en cuanto comienzan a ser incomodados por las adversidades abandonan las buenas obras que habían comenzado»4. ¡Cuántos buenos propósitos han naufragado cuando el camino de la vida interior ha dejado de ser llano y placentero! Estas almas buscaban más su contento y la satisfacción propia que a Dios mismo. «Unos por unas razones y otros por otras –se quejaba San Agustín–, el hecho es que apenas se busca a Jesús por Jesús»5. Buscar a Jesús, por Él mismo, con aridez cuando llegue; querer subir a la cumbre no solo cuando el camino es llano y sombreado, sino cuando se convierte en un sendero apenas visible en medio de la rocas, sin más amparo que el deseo firme de subir hasta la cima donde está Cristo: buscar «a Jesús por Jesús». Solo lo conseguiremos con la fidelidad a la oración diaria, cuando resulta fácil y cuando cuesta.
Otra parte de la semilla cayó en medio de las espinas, y habiendo crecido con ella las espinas la sofocaron. Estos son los que, habiendo oído y arraigado en el alma la palabra de Dios, no llegaron a dar fruto a causa de las preocupaciones, riquezas y placeres de la vida. Es imposible seguir a Cristo sin una vida mortificada, pues poco a poco se pierde el atractivo por las cosas de Dios y, paralelamente, se inicia el camino fácil de las compensaciones, del apegamiento desordenado al dinero, a la comodidad..., y se acaba deslumbrado por el aparente valor de las cosas terrenas. «No te asombres de que a los placeres llamara espinas (...) –comenta San Basilio–. Así como las espinas, por cualquier parte que se las coja, ensangrientan las manos, así también los placeres dañan a los pies, a las manos, a la cabeza, a los ojos... Cuando se pone el corazón en las cosas temporales sobreviene la vejez prematura, se embotan los sentidos, se entenebrece la razón...»6.
La oración y la mortificación preparan al alma para recibir la buena semilla y dar fruto. Sin ellas, la vida queda infecunda. «El sistema, el método, el procedimiento, la única manera de que tengamos vida –abundante y fecunda en frutos sobrenaturales– es seguir el consejo del Espíritu Santo, que nos llega a través de los Hechos de los Apóstoles: “omnes erant perseverantes unanimiter in oratione” -todos perseveraban unánimemente en la oración.
»—Sin oración, ¡nada!»7. No existe un camino hacia Dios que no pase por la oración y el sacrificio.
III. «Después de referirse a las circunstancias que hacen ineficaz la semilla, habla por fin la parábola de la tierra buena. No da lugar así al desaliento, antes al contrario, abre camino a la esperanza, y muestra que todos pueden convertirse en buena tierra»8. La semilla que cayó en tierra buena son los que oyen la palabra con un corazón bueno y generoso, la conservan y dan fruto mediante la paciencia.
Todos, independientemente de la situación anterior, podemos dar buenos frutos para Dios, pues Él siembra constantemente la semilla de su gracia. La eficacia depende de nuestras disposiciones. «Lo único que importa es no ser camino, ni pedregal, ni cardos, sino tierra buena No sea el corazón camino donde el enemigo se lleve, como los pájaros, la semilla pisada por los transeúntes; no peñascal donde la poca tierra haga germinar enseguida lo que ha de agostar el sol; ni abrojal de pasiones humanas y cuidados de la vida disoluta»9. Tres son las características que señala el Señor en la tierra buena: oír con un corazón contrito, humilde, los requerimientos divinos; esforzarse para que –con la oración y la mortificación– esas exigencias calen en el alma y no se atenúen con el paso del tiempo; y, por último, comenzar y recomenzar, sin desanimarse si los frutos tardan en llegar, si nos damos cuenta de que los defectos no acaban de desaparecer a pesar de los años y del empeño en la lucha por desarraigarlos.
Os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo –se lee hoy en la Liturgia de las Horas–; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne10. Si queremos y somos dóciles, el Señor está dispuesto a cambiar en nosotros todo lo que sea necesario para transformarnos en tierra buena y fértil. Hasta lo más profundo de nuestro ser, el corazón, puede verse renovado si nos dejamos arrastrar por la gracia de Dios, siempre tan abundante. Lo importante es ir una y otra vez a Él, con humildad, en demanda de ayuda, sin querer separarnos jamás de su lado, aunque nos parezca que no avanzamos, que pasa el tiempo y no cosechamos los frutos deseados. «Dios es agricultor –enseña San Agustín–, y si se aparta del hombre, este se convierte en un desierto. El hombre es también agricultor, y si se aparta de Dios, se convierte también en un desierto»11. No nos separemos de Él; acudamos a su Corazón misericordioso muchas veces a lo largo del día.
1 Lc 8, 4-15. — 2 San Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, in loc. — 3 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 417. — 4 San Gregorio Magno, o. c., 15, 2. — 5 San Agustín, Comentario al Evangelio de San Juan, 25, 10. — 6 San Basilio, Homilías sobre San Lucas, 3, 12. — 7 San Josemaría Escrivá, o. c., n. 297. — 8 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 44. — 9 San Agustín, Sermón 101, 3. — 10 Liturgia de las Horas, Laudes. Ez 36, 26. — 11 San Agustín, Comentario a los Salmos, 145, 11.
Evangelio del sábado: ser buena tierra
Comentario del sábado del 24.ª semana del tiempo ordinario. “Los de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia”. Cada uno es la tierra de la parábola ¿Con qué disposición acojo las enseñanzas de Jesús? ¿Qué tipo de terreno es mi corazón?
17/09/2022
Evangelio (Lc 8, 4-15)
Habiéndose reunido una gran muchedumbre y gente que salía de toda la ciudad, dijo en parábola:
«Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros del cielo se lo comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, y, después de brotar, se secó por falta de humedad. Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos, creciendo al mismo tiempo, la ahogaron. Y otra parte cayó en tierra buena, y, después de brotar, dio fruto al ciento por uno». Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga».
Entonces le preguntaron los discípulos qué significaba esa parábola.
Él dijo: «A vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los demás, en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan.
El sentido de la parábola es este: la semilla es la palabra de Dios.
Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.
Los del terreno pedregoso son los que, al oír, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan.
Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro.
Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia.
“El trabajo, un signo del amor de Dios”
Te está ayudando mucho –me dices– este pensamiento: desde los primeros cristianos, ¿cuántos comerciantes se habrán hecho santos? Y quieres demostrar que también ahora resulta posible... –El Señor no te abandonará en este empeño. (Surco, 490)
17 de septiembre
Lo que he enseñado siempre –desde hace cuarenta años– es que todo trabajo humano honesto, intelectual o manual, debe ser realizado por el cristiano con la mayor perfección posible: con perfección humana (competencia profesional) y con perfección cristiana (por amor a la voluntad de Dios y en servicio de los hombres). Porque hecho así, ese trabajo humano, por humilde e insignificante que parezca la tarea, contribuye a ordenar cristianamente las realidades temporales –a manifestar su dimensión divina– y es asumido e integrado en la obra prodigiosa de la Creación y de la Redención del mundo: se eleva así el trabajo al orden de la gracia, se santifica, se convierte en obra de Dios, operatio Dei, opus Dei.
Al recordar a los cristianos las palabras maravillosas del Génesis –que Dios creó al hombre para que trabajara–, nos hemos fijado en el ejemplo de Cristo, que pasó la casi totalidad de su vida terrena trabajando como un artesano en una aldea. Amamos ese trabajo humano que Él abrazó como condición de vida, cultivó y santificó. Vemos en el trabajo –en la noble fatiga creadora de los hombres– no sólo uno de los más altos valores humanos, medio imprescindible para el progreso de la sociedad y el ordenamiento cada vez más justo de las relaciones entre los hombres, sino también un signo del amor de Dios a sus criaturas y del amor de los hombres entre sí y a Dios: un medio de perfección, un camino de santidad (Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, 10).
CARTA APOSTÓLICA DESIDERIO DESIDERAVI
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
A LOS OBISPOS, A LOS PRESBÍTEROS
Y A LOS DIÁCONOS,
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA FORMACIÓN LITÚRGICA
DEL PUEBLO DE DIOS
Desiderio desideravi
hoc Pascha manducare vobiscum,
antequam patiar (Lc 22, 15)
1. Queridos hermanosy hermanas:
con esta carta deseo llegar a todos –después de haber escrito a los obispos tras la publicación del Motu Proprio Traditionis custodes– para compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la Liturgia, dimensión fundamental para la vida de la Iglesia. El tema es muy extenso y merece una atenta consideración en todos sus aspectos: sin embargo, con este escrito no pretendo tratar la cuestión de forma exhaustiva. Quiero ofrecer simplemente algunos elementos de reflexión para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana.
La Liturgia: el “hoy” de la historia de la salvación
2. “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer” (Lc 22,15) Las palabras de Jesús con las cuales inicia el relato de la última Cena son el medio por el que se nos da la asombrosa posibilidad de vislumbrar la profundidad del amor de las Personas de la Santísima Trinidad hacia nosotros.
3. Pedro y Juan habían sido enviados a preparar lo necesario para poder comer la Pascua, pero, mirándolo bien, toda la creación, toda la historia –que finalmente estaba a punto de revelarse como historia de salvación– es una gran preparación de aquella Cena. Pedro y los demás están en esa mesa, inconscientes y, sin embargo, necesarios: todo don, para ser tal, debe tener alguien dispuesto a recibirlo. En este caso, la desproporción entre la inmensidad del don y la pequeñez de quien lo recibe es infinita y no puede dejar de sorprendernos. Sin embargo – por la misericordia del Señor – el don se confía a los Apóstoles para que sea llevado a todos los hombres.
4. Nadie se ganó el puesto en esa Cena, todos fueron invitados, o, mejor dicho, atraídos por el deseo ardiente que Jesús tiene de comer esa Pascua con ellos: Él sabe que es el Cordero de esa Pascua, sabe que es la Pascua. Esta es la novedad absoluta de esa Cena, la única y verdadera novedad de la historia, que hace que esa Cena sea única y, por eso, “última”, irrepetible. Sin embargo, su infinito deseo de restablecer esa comunión con nosotros, que era y sigue siendo su proyecto original, no se podrá saciar hasta que todo hombre, de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Ap 5,9) haya comido su Cuerpo y bebido su Sangre: por eso, esa misma Cena se hará presente en la celebración de la Eucaristía hasta su vuelta.
5. El mundo todavía no lo sabe, pero todos están invitados al banquete de bodas del Cordero (Ap 19,9). Lo único que se necesita para acceder es el vestido nupcial de la fe que viene por medio de la escucha de su Palabra (cfr. Rom 10,17): la Iglesia lo confecciona a medida, con la blancura de una vestidura lavada en la Sangre del Cordero (cfr. Ap 7,14). No debemos tener ni un momento de descanso, sabiendo que no todos han recibido aún la invitación a la Cena, o que otros la han olvidado o perdido en los tortuosos caminos de la vida de los hombres. Por eso, he dicho que “sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (Evangelii gaudium, n. 27): para que todos puedan sentarse a la Cena del sacrificio del Cordero y vivir de Él.
6. Antes de nuestra respuesta a su invitación – mucho antes – está su deseo de nosotros: puede que ni siquiera seamos conscientes de ello, pero cada vez que vamos a Misa, el motivo principal es porque nos atrae el deseo que Él tiene de nosotros. Por nuestra parte, la respuesta posible, la ascesis más exigente es, como siempre, la de entregarnos a su amor, la de dejarnos atraer por Él. Ciertamente, nuestra comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo ha sido deseada por Él en la última Cena.
7. El contenido del Pan partido es la cruz de Jesús, su sacrificio en obediencia amorosa al Padre. Si no hubiéramos tenido la última Cena, es decir, la anticipación ritual de su muerte, no habríamos podido comprender cómo la ejecución de su sentencia de muerte pudiera ser el acto de culto perfecto y agradable al Padre, el único y verdadero acto de culto. Unas horas más tarde, los Apóstoles habrían podido ver en la cruz de Jesús, si hubieran soportado su peso, lo que significaba “cuerpo entregado”, “sangre derramada”: y es de lo que hacemos memoria en cada Eucaristía. Cuando regresa, resucitado de entre los muertos, para partir el pan a los discípulos de Emaús y a los suyos, que habían vuelto a pescar peces y no hombres, en el lago de Galilea, ese gesto les abre sus ojos, los cura de la ceguera provocada por el horror de la cruz, haciéndolos capaces de “ver” al Resucitado, de creer en la Resurrección.
8. Si hubiésemos llegado a Jerusalén después de Pentecostés y hubiéramos sentido el deseo no sólo de tener noticias sobre Jesús de Nazaret, sino de volver a encontrarnos con Él, no habríamos tenido otra posibilidad que buscar a los suyos para escuchar sus palabras y ver sus gestos, más vivos que nunca. No habríamos tenido otra posibilidad de un verdadero encuentro con Él sino en la comunidad que celebra. Por eso, la Iglesia siempre ha custodiado, como su tesoro más precioso, el mandato del Señor: “haced esto en memoria mía”.
9. Desde los inicios, la Iglesia ha sido consciente que no se trataba de una representación, ni siquiera sagrada, de la Cena del Señor: no habría tenido ningún sentido y a nadie se le habría ocurrido “escenificar” – más aún bajo la mirada de María, la Madre del Señor – ese excelso momento de la vida del Maestro. Desde los inicios, la Iglesia ha comprendido, iluminada por el Espíritu Santo, que aquello que era visible de Jesús, lo que se podía ver con los ojos y tocar con las manos, sus palabras y sus gestos, lo concreto del Verbo encarnado, ha pasado a la celebración de los sacramentos [1].
La Liturgia: lugar del encuentro con Cristo
10. Aquí está toda la poderosa belleza de la Liturgia. Si la Resurrección fuera para nosotros un concepto, una idea, un pensamiento; si el Resucitado fuera para nosotros el recuerdo del recuerdo de otros, tan autorizados como los Apóstoles, si no se nos diera también la posibilidad de un verdadero encuentro con Él, sería como declarar concluida la novedad del Verbo hecho carne. En cambio, la Encarnación, además de ser el único y novedoso acontecimiento que la historia conozca, es también el método que la Santísima Trinidad ha elegido para abrirnos el camino de la comunión. La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es.
11. La Liturgia nos garantiza la posibilidad de tal encuentro. No nos sirve un vago recuerdo de la última Cena, necesitamos estar presentes en aquella Cena, poder escuchar su voz, comer su Cuerpo y beber su Sangre: le necesitamos a Él. En la Eucaristía y en todos los Sacramentos se nos garantiza la posibilidad de encontrarnos con el Señor Jesús y de ser alcanzados por el poder de su Pascua. El poder salvífico del sacrificio de Jesús, de cada una de sus palabras, de cada uno de sus gestos, mirada, sentimiento, nos alcanza en la celebración de los Sacramentos. Yo soy Nicodemo y la Samaritana, el endemoniado de Cafarnaún y el paralítico en casa de Pedro, la pecadora perdonada y la hemorroisa, la hija de Jairo y el ciego de Jericó, Zaqueo y Lázaro; el ladrón y Pedro, perdonados. El Señor Jesús que inmolado, ya no vuelve a morir; y sacrificado, vive para siempre [2], continúa perdonándonos, curándonos y salvándonos con el poder de los Sacramentos. A través de la encarnación, es el modo concreto por el que nos ama; es el modo con el que sacia esa sed de nosotros que ha declarado en la cruz( Jn 19,28).
12. Nuestro primer encuentro con su Pascua es el acontecimiento que marca la vida de todos nosotros, los creyentes en Cristo: nuestro bautismo. No es una adhesión mental a su pensamiento o la sumisión a un código de comportamiento impuesto por Él: es la inmersión en su pasión, muerte, resurrección y ascensión. No es un gesto mágico: la magia es lo contrario a la lógica de los Sacramentos porque pretende tener poder sobre Dios y, por esa razón, viene del tentador. En perfecta continuidad con la Encarnación, se nos da la posibilidad, en virtud de la presencia y la acción del Espíritu, de morir y resucitar en Cristo.
13. El modo en que acontece es conmovedor. La plegaria de bendición del agua bautismal [3] nos revela que Dios creó el agua precisamente en vista del bautismo. Quiere decir que mientras Dios creaba el agua pensaba en el bautismo de cada uno de nosotros, y este pensamiento le ha acompañado en su actuar a lo largo de la historia de la salvación cada vez que, con un designio concreto, ha querido servirse del agua. Es como si, después de crearla, hubiera querido perfeccionarla para llegar a ser el agua del bautismo. Y por eso la ha querido colmar del movimiento de su Espíritu que se cernía sobre ella (cfr. Gén 1,2) para que contuviera en germen el poder de santificar; la ha utilizado para regenerar a la humanidad en el diluvio (cfr. Gén 6,1-9,29); la ha dominado separándola para abrir una vía de liberación en el Mar Rojo (cfr. Ex 14); la ha consagrado en el Jordán sumergiendo la carne del Verbo, impregnada del Espíritu (cfr. Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22). Finalmente, la ha mezclado con la sangre de su Hijo, don del Espíritu inseparablemente unido al don de la vida y la muerte del Cordero inmolado por nosotros, y desde el costado traspasado la ha derramado sobre nosotros ( Jn 19,34). En esta agua fuimos sumergidos para que, por su poder, pudiéramos ser injertados en el Cuerpo de Cristo y, con Él, resucitar a la vida inmortal (cfr. Rom 6,1-11).
La Iglesia: sacramento del Cuerpo de Cristo
14. Como nos ha recordado el Concilio Vaticano II (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 5) citando la Escritura, los Padres y la Liturgia –columnas de la verdadera Tradición– del costado de Cristo dormido en la cruz brotó el admirable sacramento de toda la Iglesia [4]. El paralelismo entre el primer y el nuevo Adán es sorprendente: así como del costado del primer Adán, tras haber dejado caer un letargo sobre él, Dios formó a Eva, así del costado del nuevo Adán, dormido en el sueño de la muerte, nace la nueva Eva, la Iglesia. El estupor está en las palabras que, podríamos imaginar, el nuevo Adán hace suyas mirando a la Iglesia: “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” ( Gén 2,23). Por haber creído en la Palabra y haber descendido en el agua del bautismo, nos hemos convertido en hueso de sus huesos, en carne de su carne.
15. Sin esta incorporación, no hay posibilidad de experimentar la plenitud del culto a Dios. De hecho, uno sólo es el acto de culto perfecto y agradable al Padre, la obediencia del Hijo cuya medida es su muerte en cruz. La única posibilidad de participar en su ofrenda es ser hijos en el Hijo. Este es el don que hemos recibido. El sujeto que actúa en la Liturgia es siempre y solo Cristo-Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo.
El sentido teológico de la Liturgia
16. Debemos al Concilio – y al movimiento litúrgico que lo ha precedido – el redescubrimiento de la comprensión teológica de la Liturgia y de su importancia en la vida de la Iglesia: los principios generales enunciados por la Sacrosanctum Concilium, así como fueron fundamentales para la reforma, continúan siéndolo para la promoción de la participación plena, consciente, activa y fructuosa en la celebración (cfr. Sacrosanctum Concilium, nn. 11.14), “fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano” ( Sacrosanctum Concilium, n. 14). Con esta carta quisiera simplemente invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana. Quisiera que la belleza de la celebración cristiana y de sus necesarias consecuencias en la vida de la Iglesia no se vieran desfiguradas por una comprensión superficial y reductiva de su valor o, peor aún, por su instrumentalización al servicio de alguna visión ideológica, sea cual sea. La oración sacerdotal de Jesús en la última cena para que todos sean uno ( Jn 17,21), juzga todas nuestras divisiones en torno al Pan partido, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad [5].
17. He advertido en varias ocasiones sobre una tentación peligrosa para la vida de la Iglesia que es la “mundanidad espiritual”: he hablado de ella ampliamente en la Exhortación Evangelii gaudium (nn. 93-97), identificando el gnosticismo y el neopelagianismo como los dos modos vinculados entre sí, que la alimentan.
El primero reduce la fe cristiana a un subjetivismo que encierra al individuo “en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos” (Evangelii gaudium, n. 94).
El segundo anula el valor de la gracia para confiar sólo en las propias fuerzas, dando lugar a “un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar” (Evangelii gaudium, n. 94).
Estas formas distorsionadas del cristianismo pueden tener consecuencias desastrosas para la vida de la Iglesia.
18. Resulta evidente, en todo lo que he querido recordar anteriormente, que la Liturgia es, por su propia naturaleza, el antídoto más eficaz contra estos venenos. Evidentemente, hablo de la Liturgia en su sentido teológico y – ya lo afirmaba Pío XII – no como un ceremonial decorativo… o un mero conjunto de leyes y de preceptos… que ordena el cumplimiento de los ritos [6].
19. Si el gnosticismo nos intoxica con el veneno del subjetivismo, la celebración litúrgica nos libera de la prisión de una autorreferencialidad alimentada por la propia razón o sentimiento: la acción celebrativa no pertenece al individuo sino a Cristo-Iglesia, a la totalidad de los fieles unidos en Cristo. La Liturgia no dice “yo” sino “nosotros”, y cualquier limitación a la amplitud de este “nosotros” es siempre demoníaca. La Liturgia no nos deja solos en la búsqueda de un presunto conocimiento individual del misterio de Dios, sino que nos lleva de la mano, juntos, como asamblea, para conducirnos al misterio que la Palabra y los signos sacramentales nos revelan. Y lo hace, en coherencia con la acción de Dios, siguiendo el camino de la Encarnación, a través del lenguaje simbólico del cuerpo, que se extiende a las cosas, al espacio y al tiempo.
Redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana
20. Si el neopelagianismo nos intoxica con la presunción de una salvación ganada con nuestras fuerzas, la celebración litúrgica nos purifica proclamando la gratuidad del don de la salvación recibida en la fe. Participar en el sacrificio eucarístico no es una conquista nuestra, como si pudiéramos presumir de ello ante Dios y ante nuestros hermanos. El inicio de cada celebración me recuerda quién soy, pidiéndome que confiese mi pecado e invitándome a rogar a la bienaventurada siempre Virgen María, a los ángeles, a los santos y a todos los hermanos y hermanas, que intercedan por mí ante el Señor: ciertamente no somos dignos de entrar en su casa, necesitamos una palabra suya para salvarnos (cfr. Mt 8,8). No tenemos otra gloria que la cruz de nuestro Señor Jesucristo (cfr. Gál 6,14). La Liturgia no tiene nada que ver con un moralismo ascético: es el don de la Pascua del Señor que, aceptado con docilidad, hace nueva nuestra vida. No se entra en el cenáculo sino por la fuerza de atracción de su deseo de comer la Pascua con nosotros: Desiderio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum, antequam patiar (Lc 22,15).
21. Sin embargo, tenemos que tener cuidado: para que el antídoto de la Liturgia sea eficaz, se nos pide redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana. Me refiero, una vez más, a su significado teológico, como ha descrito admirablemente el n. 7 de la Sacrosanctum Concilium: la Liturgia es el sacerdocio de Cristo revelado y entregado a nosotros en su Pascua, presente y activo hoy a través de los signos sensibles (agua, aceite, pan, vino, gestos, palabras) para que el Espíritu, sumergiéndonos en el misterio pascual, transforme toda nuestra vida, conformándonos cada vez más con Cristo.
22. El redescubrimiento continuo de la belleza de la Liturgia no es la búsqueda de un esteticismo ritual, que se complace sólo en el cuidado de la formalidad exterior de un rito, o se satisface con una escrupulosa observancia de las rúbricas. Evidentemente, esta afirmación no pretende avalar, de ningún modo, la actitud contraria que confunde lo sencillo con una dejadez banal, lo esencial con la superficialidad ignorante, lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado.
23. Seamos claros: hay que cuidar todos los aspectos de la celebración (espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música, ...) y observar todas las rúbricas: esta atención sería suficiente para no robar a la asamblea lo que le corresponde, es decir, el misterio pascual celebrado en el modo ritual que la Iglesia establece. Pero, incluso, si la calidad y la norma de la acción celebrativa estuvieran garantizadas, esto no sería suficiente para que nuestra participación fuera plena.
Asombro ante el misterio pascual, parte esencial de la acción litúrgica
24. Si faltara el asombro por el misterio pascual que se hace presente en la concreción de los signos sacramentales, podríamos correr el riesgo de ser realmente impermeables al océano de gracia que inunda cada celebración. No bastan los esfuerzos, aunque loables, para una mejor calidad de la celebración, ni una llamada a la interioridad: incluso ésta corre el riesgo de quedar reducida a una subjetividad vacía si no acoge la revelación del misterio cristiano. El encuentro con Dios no es fruto de una individual búsqueda interior, sino que es un acontecimiento regalado: podemos encontrar a Dios por el hecho novedoso de la Encarnación que, en la última cena, llega al extremo de querer ser comido por nosotros. ¿Cómo se nos puede escapar lamentablemente la fascinación por la belleza de este don?
25. Cuando digo asombro ante el misterio pascual, no me refiero en absoluto a lo que, me parece, se quiere expresar con la vaga expresión “sentido del misterio”: a veces, entre las supuestas acusaciones contra la reforma litúrgica está la de haberlo – se dice – eliminado de la celebración. El asombro del que hablo no es una especie de desorientación ante una realidad oscura o un rito enigmático, sino que es, por el contrario, admiración ante el hecho de que el plan salvífico de Dios nos haya sido revelado en la Pascua de Jesús (cfr. Ef 1,3-14), cuya eficacia sigue llegándonos en la celebración de los “misterios”, es decir, de los sacramentos. Sin embargo, sigue siendo cierto que la plenitud de la revelación tiene, en comparación con nuestra finitud humana, un exceso que nos trasciende y que tendrá su cumplimiento al final de los tiempos, cuando vuelva el Señor. Si el asombro es verdadero, no hay ningún riesgo de que no se perciba la alteridad de la presencia de Dios, incluso en la cercanía que la Encarnación ha querido. Si la reforma hubiera eliminado ese “sentido del misterio”, más que una acusación sería un mérito. La belleza, como la verdad, siempre genera asombro y, cuando se refiere al misterio de Dios, conduce a la adoración.
26. El asombro es parte esencial de la acción litúrgica porque es la actitud de quien sabe que está ante la peculiaridad de los gestos simbólicos; es la maravilla de quien experimenta la fuerza del símbolo, que no consiste en referirse a un concepto abstracto, sino en contener y expresar, en su concreción, lo que significa.
La necesidad de una seria y vital formación litúrgica
27. Es ésta, pues, la cuestión fundamental: ¿cómo recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica? La reforma del Concilio tiene este objetivo. El reto es muy exigente, porque el hombre moderno – no en todas las culturas del mismo modo – ha perdido la capacidad de confrontarse con la acción simbólica, que es una característica esencial del acto litúrgico.
28. La posmodernidad – en la que el hombre se siente aún más perdido, sin referencias de ningún tipo, desprovisto de valores, porque se han vuelto indiferentes, huérfano de todo, en una fragmentación en la que parece imposible un horizonte de sentido – sigue cargando con la pesada herencia que nos dejó la época anterior, hecha de individualismo y subjetivismo (que recuerdan, una vez más, al pelagianismo y al gnosticismo), así como por un espiritualismo abstracto que contradice la naturaleza misma del hombre, espíritu encarnado y, por tanto, en sí mismo capaz de acción y comprensión simbólica.
29. La Iglesia reunida en el Concilio ha querido confrontarse con la realidad de la modernidad, reafirmando su conciencia de ser sacramento de Cristo, luz de las gentes (Lumen Gentium), poniéndose a la escucha atenta de la palabra de Dios (Dei Verbum) y reconociendo como propios los gozos y las esperanzas (Gaudium et spes) de los hombres de hoy. Las grandes Constituciones conciliares son inseparables, y no es casualidad que esta única gran reflexión del Concilio Ecuménico – la más alta expresión de la sinodalidad de la Iglesia, de cuya riqueza estoy llamado a ser, con todos vosotros, custodio – haya partido de la Liturgia (Sacrosanctum Concilium).
30. Concluyendo la segunda sesión del Concilio (4 de diciembre de 1963) san Pablo VI se expresaba así [7]:
«Por lo demás, no ha quedado sin fruto la ardua e intrincada discusión, puestos que uno de los temas, el primero que fue examinado, y en un cierto sentido el primero también por la excelencia intrínseca y por su importancia para la vida de la Iglesia, el de la sagrada Liturgia, ha sido terminado y es hoy promulgado por Nos solemnemente. Nuestro espíritu exulta de gozo ante este resultado. Nos rendimos en esto el homenaje conforme a la escala de valores y deberes: Dios en el primer puesto; la oración, nuestra primera obligación; la Liturgia, la primera fuente de la vida divina que se nos comunica, la primera escuela de nuestra vida espiritual, el primer don que podemos hacer al pueblo cristiano, que con nosotros que cree y ora, y la primera invitación al mundo para que desate en oración dichosa y veraz su lengua muda y sienta el inefable poder regenerador de cantar con nosotros las alabanzas divinas y las esperanzas humanas, por Cristo Señor en el Espíritu Santo».
31. En esta carta no puedo detenerme en la riqueza de cada una de las expresiones, que dejo a vuestra meditación. Si la Liturgia es “la cumbre a la cual tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (Sacrosanctum Concilium, n. 10), comprendemos bien lo que está en juego en la cuestión litúrgica. Sería banal leer las tensiones, desgraciadamente presentes en torno a la celebración, como una simple divergencia entre diferentes sensibilidades sobre una forma ritual. La problemática es, ante todo, eclesiológica. No veo cómo se puede decir que se reconoce la validez del Concilio – aunque me sorprende un poco que un católico pueda presumir de no hacerlo – y no aceptar la reforma litúrgica nacida de la Sacrosanctum Concilium, que expresa la realidad de la Liturgia en íntima conexión con la visión de la Iglesia descrita admirablemente por la Lumen Gentium. Por ello – como expliqué en la carta enviada a todos los Obispos – me sentí en el deber de afirmar que “los libros litúrgicos promulgados por los Santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, como única expresión de la lex orandi del Rito Romano” (Motu Proprio Traditionis custodes, art. 1).
La no aceptación de la reforma, así como una comprensión superficial de la misma, nos distrae de la tarea de encontrar las respuestas a la pregunta que repito: ¿cómo podemos crecer en la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica? ¿Cómo podemos seguir asombrándonos de lo que ocurre ante nuestros ojos en la celebración? Necesitamos una formación litúrgica seria y vital.
32. Volvamos de nuevo al Cenáculo de Jerusalén: en la mañana de Pentecostés nació la Iglesia, célula inicial de la nueva humanidad. Sólo la comunidad de hombres y mujeres reconciliados, porque han sido perdonados; vivos, porque Él está vivo; verdaderos, porque están habitados por el Espíritu de la verdad, puede abrir el angosto espacio del individualismo espiritual.
33. Es la comunidad de Pentecostés la que puede partir el Pan con la certeza de que el Señor está vivo, resucitado de entre los muertos, presente con su palabra, con sus gestos, con la ofrenda de su Cuerpo y de su Sangre. Desde aquel momento, la celebración se convierte en el lugar privilegiado, no el único, del encuentro con Él. Sabemos que, sólo gracias a este encuentro, el hombre llega a ser plenamente hombre. Sólo la Iglesia de Pentecostés puede concebir al hombre como persona, abierto a una relación plena con Dios, con la creación y con los hermanos.
34. Aquí se plantea la cuestión decisiva de la formación litúrgica. Dice Guardini: “Así se perfila también la primera tarea práctica: sostenidos por esta transformación interior de nuestro tiempo, debemos aprender nuevamente a situarnos ante la relación religiosa como hombres en sentido pleno [8]. Esto es lo que hace posible la Liturgia, en esto es en lo que nos debemos formar. El propio Guardini no duda en afirmar que, sin formación litúrgica, “las reformas en el rito y en el texto no sirven de mucho” [9]. No pretendo ahora tratar exhaustivamente el riquísimo tema de la formación litúrgica: sólo quiero ofrecer algunos puntos de reflexión. Creo que podemos distinguir dos aspectos: la formación para la Liturgia y la formación desde la Liturgia. El primero está en función del segundo, que es esencial.
35. Es necesario encontrar cauces para una formación como estudio de la Liturgia: a partir del movimiento litúrgico, se ha hecho mucho en este sentido, con valiosas aportaciones de muchos estudiosos e instituciones académicas. Sin embargo, es necesario difundir este conocimiento fuera del ámbito académico, de forma accesible, para que todo creyente crezca en el conocimiento del sentido teológico de la Liturgia –ésta es la cuestión decisiva y fundante de todo conocimiento y de toda práctica litúrgica–, así como en el desarrollo de la celebración cristiana, adquiriendo la capacidad de comprender los textos eucológicos, los dinamismos rituales y su valor antropológico.
36. Pienso en la normalidad de nuestras asambleas que se reúnen para celebrar la Eucaristía el día del Señor, domingo tras domingo, Pascua tras Pascua, en momentos concretos de la vida de las personas y de las comunidades, en diferentes edades de la vida: los ministros ordenados realizan una acción pastoral de primera importancia cuando llevan de la mano a los fieles bautizados para conducirlos a la repetida experiencia de la Pascua. Recordemos siempre que es la Iglesia, Cuerpo de Cristo, el sujeto celebrante, no sólo el sacerdote. El conocimiento que proviene del estudio es sólo el primer paso para poder entrar en el misterio celebrado. Es evidente que, para poder guiar a los hermanos y a las hermanas, los ministros que presiden la asamblea deben conocer el camino, tanto por haberlo estudiado en el mapa de la ciencia teológica, como por haberlo frecuentado en la práctica de una experiencia de fe viva, alimentada por la oración, ciertamente no sólo como un compromiso que cumplir. En el día de la ordenación, todo presbítero siente decir a su obispo: «Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor» [10].
37. La configuración del estudio de la Liturgia en los seminarios debe tener en cuenta también la extraordinaria capacidad que la celebración tiene en sí misma para ofrecer una visión orgánica del conocimiento teológico. Cada disciplina de la teología, desde su propia perspectiva, debe mostrar su íntima conexión con la Liturgia, en virtud de la cual se revela y realiza la unidad de la formación sacerdotal (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 16). Una configuración litúrgico-sapiencial de la formación teológica en los seminarios tendría ciertamente efectos positivos, también en la acción pastoral. No hay ningún aspecto de la vida eclesial que no encuentre su culmen y su fuente en ella. La pastoral de conjunto, orgánica, integrada, más que ser el resultado de la elaboración de complicados programas, es la consecuencia de situar la celebración eucarística dominical, fundamento de la comunión, en el centro de la vida de la comunidad. La comprensión teológica de la Liturgia no permite, de ninguna manera, entender estas palabras como si todo se redujera al aspecto cultual. Una celebración que no evangeliza, no es auténtica, como no lo es un anuncio que no lleva al encuentro con el Resucitado en la celebración: ambos, pues, sin el testimonio de la caridad, son como un metal que resuena o un címbalo que aturde (cfr. 1Cor 13,1).
38. Para los ministros y para todos los bautizados, la formación litúrgica, en su primera acepción, no es algo que se pueda conquistar de una vez para siempre: puesto que el don del misterio celebrado supera nuestra capacidad de conocimiento, este compromiso deberá ciertamente acompañar la formación permanente de cada uno, con la humildad de los pequeños, actitud que abre al asombro.
39. Una última observación sobre los seminarios: además del estudio, deben ofrecer también la oportunidad de experimentar una celebración, no sólo ejemplar desde el punto de vista ritual, sino auténtica, vital, que permita vivir esa verdadera comunión con Dios, a la cual debe tender también el conocimiento teológico. Sólo la acción del Espíritu puede perfeccionar nuestro conocimiento del misterio de Dios, que no es cuestión de comprensión mental, sino de una relación que toca la vida. Esta experiencia es fundamental para que, una vez sean ministros ordenados, puedan acompañar a las comunidades en el mismo camino de conocimiento del misterio de Dios, que es misterio de amor.
40. Esta última consideración nos lleva a reflexionar sobre el segundo significado con el que podemos entender la expresión “formación litúrgica”. Me refiero al ser formados, cada uno según su vocación, por la participación en la celebración litúrgica. Incluso el conocimiento del estudio que acabo de mencionar, para que no se convierta en racionalismo, debe estar en función de la puesta en práctica de la acción formativa de la Liturgia en cada creyente en Cristo.
41. De cuanto hemos dicho sobre la naturaleza de la Liturgia, resulta evidente que el conocimiento del misterio de Cristo, cuestión decisiva para nuestra vida, no consiste en una asimilación mental de una idea, sino en una real implicación existencial con su persona. En este sentido, la Liturgia no tiene que ver con el “conocimiento”, y su finalidad no es primordialmente pedagógica (aunque tiene un gran valor pedagógico: cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 33) sino que es la alabanza, la acción de gracias por la Pascua del Hijo, cuya fuerza salvadora llega a nuestra vida. La celebración tiene que ver con la realidad de nuestro ser dóciles a la acción del Espíritu, que actúa en ella, hasta que Cristo se forme en nosotros (cfr. Gál 4,19). La plenitud de nuestra formación es la conformación con Cristo. Repito: no se trata de un proceso mental y abstracto, sino de llegar a ser Él. Esta es la finalidad para la cual se ha dado el Espíritu, cuya acción es siempre y únicamente confeccionar el Cuerpo de Cristo. Es así con el pan eucarístico, es así para todo bautizado llamado a ser, cada vez más, lo que recibió como don en el bautismo, es decir, ser miembro del Cuerpo de Cristo. León Magno escribe: «Nuestra participación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo no tiende a otra cosa sino a convertirnos en lo que comemos» [11].
42. Esta implicación existencial tiene lugar – en continuidad y coherencia con el método de la Encarnación – por vía sacramental. La Liturgia está hecha de cosas que son exactamente lo contrario de abstracciones espirituales: pan, vino, aceite, agua, perfume, fuego, ceniza, piedra, tela, colores, cuerpo, palabras, sonidos, silencios, gestos, espacio, movimiento, acción, orden, tiempo, luz. Toda la creación es manifestación del amor de Dios: desde que ese mismo amor se ha manifestado en plenitud en la cruz de Jesús, toda la creación es atraída por Él. Es toda la creación la que es asumida para ser puesta al servicio del encuentro con el Verbo encarnado, crucificado, muerto, resucitado, ascendido al Padre. Así como canta la plegaria sobre el agua para la fuente bautismal, al igual que la del aceite para el sagrado crisma y las palabras de la presentación del pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre.
43. La Liturgia da gloria a Dios no porque podamos añadir algo a la belleza de la luz inaccesible en la que Él habita (cfr. 1 Tim 6,16) o a la perfección del canto angélico, que resuena eternamente en las moradas celestiales. La Liturgia da gloria a Dios porque nos permite, aquí en la tierra, ver a Dios en la celebración de los misterios y, al verlo, revivir por su Pascua: nosotros, que estábamos muertos por los pecados, hemos revivido por la gracia con Cristo (cfr. Ef 2,5), somos la gloria de Dios. Ireneo, doctor unitatis, nos lo recuerda: «La gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios: si ya la revelación de Dios a través de la creación da vida a todos los seres que viven en la tierra, ¡cuánto más la manifestación del Padre a través del Verbo es causa de vida para los que ven a Dios!» [12].
44. Guardini escribe: «Con esto se delinea la primera tarea del trabajo de la formación litúrgica: el hombre ha de volver a ser capaz de símbolos» [13]. Esta tarea concierne a todos, ministros ordenados y fieles. La tarea no es fácil, porque el hombre moderno es analfabeto, ya no sabe leer los símbolos, apenas conoce de su existencia. Esto también ocurre con el símbolo de nuestro cuerpo. Es un símbolo porque es la unión íntima del alma y el cuerpo, visibilidad del alma espiritual en el orden de lo corpóreo, y en ello consiste la unicidad humana, la especificidad de la persona irreductible a cualquier otra forma de ser vivo. Nuestra apertura a lo trascendente, a Dios, es constitutiva: no reconocerla nos lleva inevitablemente a un no conocimiento, no sólo de Dios, sino también de nosotros mismos. No hay más que ver la forma paradójica en que se trata al cuerpo, o bien tratado casi obsesivamente en pos del mito de la eterna juventud, o bien reducido a una materialidad a la cual se le niega toda dignidad. El hecho es que no se puede dar valor al cuerpo sólo desde el cuerpo. Todo símbolo es a la vez poderoso y frágil: si no se respeta, si no se trata como lo que es, se rompe, pierde su fuerza, se vuelve insignificante.
Ya no tenemos la mirada de San Francisco, que miraba al sol –al que llamaba hermano porque así lo sentía –, lo veía bellu e radiante cum grande splendore y, lleno de asombro, cantaba: de te Altissimu, porta significatione. [14] Haber perdido la capacidad de comprender el valor simbólico del cuerpo y de toda criatura hace que el lenguaje simbólico de la Liturgia sea casi inaccesible para el hombre moderno. No se trata, sin embargo, de renunciar a ese lenguaje: no se puede renunciar a él porque es el que la Santísima Trinidad ha elegido para llegar a nosotros en la carne del Verbo. Se trata más bien de recuperar la capacidad de plantear y comprender los símbolos de la Liturgia. No hay que desesperar, porque en el hombre esta dimensión, como acabo de decir, es constitutiva y, a pesar de los males del materialismo y del espiritualismo – ambos negación de la unidad cuerpo y alma –, está siempre dispuesta a reaparecer, como toda verdad.
45. Entonces, la pregunta que nos hacemos es ¿cómo volver a ser capaces de símbolos? ¿Cómo volver a saber leerlos para vivirlos? Sabemos muy bien que la celebración de los sacramentos es – por la gracia de Dios – eficaz en sí misma (ex opere operato), pero esto no garantiza una plena implicación de las personas sin un modo adecuado de situarse frente al lenguaje de la celebración. La lectura simbólica no es una cuestión de conocimiento mental, de adquisición de conceptos, sino una experiencia vital.
46. Ante todo, debemos recuperar la confianza en la creación. Con esto quiero decir que las cosas – con las cuales “se hacen” los sacramentos – vienen de Dios, están orientadas a Él y han sido asumidas por Él, especialmente con la encarnación, para que pudieran convertirse en instrumentos de salvación, vehículos del Espíritu, canales de gracia. Aquí se advierte la distancia, tanto de la visión materialista, como espiritualista. Si las cosas creadas son parte irrenunciable de la acción sacramental que lleva a cabo nuestra salvación, debemos situarnos ante ellas con una mirada nueva, no superficial, respetuosa, agradecida. Desde el principio, contienen la semilla de la gracia santificante de los sacramentos.
47. Otra cuestión decisiva – reflexionando de nuevo sobre cómo nos forma la Liturgia – es la educación necesaria para adquirir la actitud interior, que nos permita situar y comprender los símbolos litúrgicos. Lo expreso de forma sencilla. Pienso en los padres y, más aún, en los abuelos, pero también en nuestros párrocos y catequistas. Muchos de nosotros aprendimos de ellos el poder de los gestos litúrgicos, como la señal de la cruz, el arrodillarse o las fórmulas de nuestra fe. Quizás puede que no tengamos un vivo recuerdo de ello, pero podemos imaginar fácilmente el gesto de una mano más grande que toma la pequeña mano de un niño y acompañándola lentamente mientras traza, por primera vez, la señal de nuestra salvación. El movimiento va acompañado de las palabras, también lentas, como para apropiarse de cada instante de ese gesto, de todo el cuerpo: «En el nombre del Padre... y del Hijo... y del Espíritu Santo... Amén». Para después soltar la mano del niño y, dispuesto a acudir en su ayuda, ver cómo repite él solo ese gesto ya entregado, como si fuera un hábito que crecerá con él, vistiéndolo de la manera que sólo el Espíritu conoce. A partir de ese momento, ese gesto, su fuerza simbólica, nos pertenece o, mejor dicho, pertenecemos a ese gesto, nos da forma, somos formados por él. No es necesario hablar demasiado, no es necesario haber entendido todo sobre ese gesto: es necesario ser pequeño, tanto al entregarlo, como al recibirlo. El resto es obra del Espíritu. Así hemos sido iniciados en el lenguaje simbólico. No podemos permitir que nos roben esta riqueza. A medida que crecemos, podemos tener más medios para comprender, pero siempre con la condición de seguir siendo pequeños.
Ars celebrandi
48. Un modo para custodiar y para crecer en la comprensión vital de los símbolos de la Liturgia es, ciertamente, cuidar el arte de celebrar. Esta expresión también es objeto de diferentes interpretaciones. Se entiende más claramente teniendo en cuenta el sentido teológico de la Liturgia descrito en el número 7 de Sacrosanctum Concilium, al cual nos hemos referido varias veces. El ars celebrandi no puede reducirse a la mera observancia de un aparato de rúbricas, ni tampoco puede pensarse en una fantasiosa – a veces salvaje – creatividad sin reglas. El rito es en sí mismo una norma, y la norma nunca es un fin en sí misma, sino que siempre está al servicio de la realidad superior que quiere custodiar.
49. Como cualquier arte, requiere diferentes conocimientos.
En primer lugar, la comprensión del dinamismo que describe la Liturgia. El momento de la acción celebrativa es el lugar donde, a través del memorial, se hace presente el misterio pascual para que los bautizados, en virtud de su participación, puedan experimentarlo en su vida: sin esta comprensión, se cae fácilmente en el “exteriorismo” (más o menos refinado) y en el rubricismo (más o menos rígido).
Es necesario, pues, conocer cómo actúa el Espíritu Santo en cada celebración: el arte de celebrar debe estar en sintonía con la acción del Espíritu. Sólo así se librará de los subjetivismos, que son el resultado de la prevalencia de las sensibilidades individuales, y de los culturalismos, que son incorporaciones sin criterio de elementos culturales, que nada tienen que ver con un correcto proceso de inculturación.
Por último, es necesario conocer la dinámica del lenguaje simbólico, su peculiaridad, su eficacia.
50. De estas breves observaciones se desprende que el arte de celebrar no se puede improvisar. Como cualquier arte, requiere una aplicación asidua. Un artesano sólo necesita la técnica; un artista, además de los conocimientos técnicos, no puede carecer de inspiración, que es una forma positiva de posesión: el verdadero artista no posee un arte, ni es poseído por él. Uno no aprende el arte de celebrar porque asista a un curso de oratoria o de técnicas de comunicación persuasiva (no juzgo las intenciones, veo los efectos). Toda herramienta puede ser útil, pero siempre debe estar sujeta a la naturaleza de la Liturgia y a la acción del Espíritu. Es necesaria una dedicación diligente a la celebración, dejando que la propia celebración nos transmita su arte. Guardini escribe: «Debemos darnos cuenta de lo profundamente arraigados que estamos todavía en el individualismo y el subjetivismo, de lo poco acostumbrados que estamos a la llamada de las cosas grandes y de lo pequeña que es la medida de nuestra vida religiosa. Hay que despertar el sentido de la grandeza de la oración, la voluntad de implicar también nuestra existencia en ella. Pero el camino hacia estas metas es la disciplina, la renuncia a un sentimentalismo blando; un trabajo serio, realizado en obediencia a la Iglesia, en relación con nuestro ser y nuestro comportamiento religioso» [15]. Así es como se aprende el arte de la celebración.
51. Al hablar de este tema, podemos pensar que sólo concierne a los ministros ordenados que ejercen el servicio de la presidencia. En realidad, es una actitud a la que están llamados a vivir todos los bautizados. Pienso en todos los gestos y palabras que pertenecen a la asamblea: reunirse, caminar en procesión, sentarse, estar de pie, arrodillarse, cantar, estar en silencio, aclamar, mirar, escuchar. Son muchas las formas en que la asamblea, como un solo hombre (Neh 8,1), participa en la celebración. Realizar todos juntos el mismo gesto, hablar todos a la vez, transmite a los individuos la fuerza de toda la asamblea. Es una uniformidad que no sólo no mortifica, sino que, por el contrario, educa a cada fiel a descubrir la auténtica singularidad de su personalidad, no con actitudes individualistas, sino siendo conscientes de ser un solo cuerpo. No se trata de tener que seguir un protocolo litúrgico: se trata más bien de una “disciplina” – en el sentido utilizado por Guardini – que, si se observa con autenticidad, nos forma: son gestos y palabras que ponen orden en nuestro mundo interior, haciéndonos experimentar sentimientos, actitudes, comportamientos. No son el enunciado de un ideal en el que inspirarnos, sino una acción que implica al cuerpo en su totalidad, es decir, ser unidad de alma y cuerpo.
52. Entre los gestos rituales que pertenecen a toda la asamblea, el silencio ocupa un lugar de absoluta importancia. Varias veces se prescribe expresamente en las rúbricas: toda la celebración eucarística está inmersa en el silencio que precede a su inicio y marca cada momento de su desarrollo ritual. En efecto, está presente en el acto penitencial; después de la invitación a la oración; en la Liturgia de la Palabra (antes de las lecturas, entre las lecturas y después de la homilía); en la plegaria eucarística; después de la comunión [16]. No es un refugio para esconderse en un aislamiento intimista, padeciendo la ritualidad como si fuera una distracción: tal silencio estaría en contradicción con la esencia misma de la celebración. El silencio litúrgico es mucho más: es el símbolo de la presencia y la acción del Espíritu Santo que anima toda la acción celebrativa, por lo que, a menudo, constituye la culminación de una secuencia ritual. Precisamente porque es un símbolo del Espíritu, tiene el poder de expresar su acción multiforme. Así, retomando los momentos que he recordado anteriormente, el silencio mueve al arrepentimiento y al deseo de conversión; suscita la escucha de la Palabra y la oración; dispone a la adoración del Cuerpo y la Sangre de Cristo; sugiere a cada uno, en la intimidad de la comunión, lo que el Espíritu quiere obrar en nuestra vida para conformarnos con el Pan partido. Por eso, estamos llamados a realizar con extremo cuidado el gesto simbólico del silencio: en él nos da forma el Espíritu.
53. Cada gesto y cada palabra contienen una acción precisa que es siempre nueva, porque encuentra un momento siempre nuevo en nuestra vida. Permitidme explicarlo con un sencillo ejemplo. Nos arrodillamos para pedir perdón; para doblegar nuestro orgullo; para entregar nuestras lágrimas a Dios; para suplicar su intervención; para agradecerle un don recibido: es siempre el mismo gesto, que expresa esencialmente nuestra pequeñez ante Dios. Sin embargo, realizado en diferentes momentos de nuestra vida, modela nuestra profunda interioridad y posteriormente se manifiesta externamente en nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos. Arrodillarse debe hacerse también con arte, es decir, con plena conciencia de su significado simbólico y de la necesidad que tenemos de expresar, mediante este gesto, nuestro modo de estar en presencia del Señor. Si todo esto es cierto para este simple gesto, ¿cuánto más para la celebración de la Palabra? ¿Qué arte estamos llamados a aprender al proclamar la Palabra, al escucharla, al hacerla inspiración de nuestra oración, al hacer que se haga vida? Todo ello merece el máximo cuidado, no formal, exterior, sino vital, interior, porque cada gesto y cada palabra de la celebración expresada con “arte” forma la personalidad cristiana del individuo y de la comunidad.
54. Si bien es cierto que el ars celebrandi concierne a toda la asamblea que celebra, no es menos cierto que los ministros ordenados deben cuidarlo especialmente. Visitando comunidades cristianas he comprobado, a menudo, que su forma de vivir la celebración está condicionada – para bien, y desgraciadamente también para mal – por la forma en que su párroco preside la asamblea. Podríamos decir que existen diferentes “modelos” de presidencia. He aquí una posible lista de actitudes que, aunque opuestas, caracterizan a la presidencia de forma ciertamente inadecuada: rigidez austera o creatividad exagerada; misticismo espiritualizador o funcionalismo práctico; prisa precipitada o lentitud acentuada; descuido desaliñado o refinamiento excesivo; afabilidad sobreabundante o impasibilidad hierática. A pesar de la amplitud de este abanico, creo que la inadecuación de estos modelos tiene una raíz común: un exagerado personalismo en el estilo celebrativo que, en ocasiones, expresa una mal disimulada manía de protagonismo. Esto suele ser más evidente cuando nuestras celebraciones se difunden en red, cosa que no siempre es oportuno y sobre la que deberíamos reflexionar. Eso sí, no son estas las actitudes más extendidas, pero las asambleas son objeto de ese “maltrato” frecuentemente.
55. Se podría decir mucho sobre la importancia y el cuidado de la presidencia. En varias ocasiones me he detenido en la exigente tarea de la homilía [17]. Me limitaré ahora a algunas consideraciones más amplias, queriendo, de nuevo, reflexionar con vosotros sobre cómo somos formados por la Liturgia. Pienso en la normalidad de las Misas dominicales en nuestras comunidades: me refiero, pues, a los presbíteros, pero implícitamente a todos los ministros ordenados.
56. El presbítero vive su participación propia durante la celebración en virtud del don recibido en el sacramento del Orden: esta tipología se expresa precisamente en la presidencia. Como todos los oficios que está llamado a desempeñar, éste no es, primariamente, una tarea asignada por la comunidad, sino la consecuencia de la efusión del Espíritu Santo recibida en la ordenación, que le capacita para esta tarea. El presbítero también es formado al presidir la asamblea que celebra.
57. Para que este servicio se haga bien – con arte – es de fundamental importancia que el presbítero tenga, ante todo, la viva conciencia de ser, por misericordia, una presencia particular del Resucitado. El ministro ordenado es en sí mismo uno de los modos de presencia del Señor que hacen que la asamblea cristiana sea única, diferente de cualquier otra (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 7). Este hecho da profundidad “sacramental” –en sentido amplio– a todos los gestos y palabras de quien preside. La asamblea tiene derecho a poder sentir en esos gestos y palabras el deseo que tiene el Señor, hoy como en la última cena, de seguir comiendo la Pascua con nosotros. Por tanto, el Resucitado es el protagonista, y no nuestra inmadurez, que busca asumir un papel, una actitud y un modo de presentarse, que no le corresponde. El propio presbítero se ve sobrecogido por este deseo de comunión que el Señor tiene con cada uno: es como si estuviera colocado entre el corazón ardiente de amor de Jesús y el corazón de cada creyente, objeto de su amor. Presidir la Eucaristía es sumergirse en el horno del amor de Dios. Cuando se comprende o, incluso, se intuye esta realidad, ciertamente ya no necesitamos un directorio que nos dicte el adecuado comportamiento. Si lo necesitamos, es por la dureza de nuestro corazón. La norma más excelsa y, por tanto, más exigente, es la realidad de la propia celebración eucarística, que selecciona las palabras, los gestos, los sentimientos, haciéndonos comprender si son o no adecuados a la tarea que han de desempeñar. Evidentemente, esto tampoco se puede improvisar: es un arte, requiere la aplicación del sacerdote, es decir, la frecuencia asidua del fuego del amor que el Señor vino a traer a la tierra (cfr. Lc 12,49).
58. Cuando la primera comunidad parte el pan en obediencia al mandato del Señor, lo hace bajo la mirada de María, que acompaña los primeros pasos de la Iglesia: “perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús” (Hch 1,14). La Virgen Madre “supervisa” los gestos de su Hijo encomendados a los Apóstoles. Como ha conservado en su seno al Verbo hecho carne, después de acoger las palabras del ángel Gabriel, la Virgen conserva también ahora en el seno de la Iglesia aquellos gestos que conforman el cuerpo de su Hijo. El presbítero, que en virtud del don recibido por el sacramento del Orden repite esos gestos, es custodiado en las entrañas de la Virgen. ¿Necesitamos una norma que nos diga cómo comportarnos?
59. Convertidos en instrumentos para que arda en la tierra el fuego de su amor, custodiados en las entrañas de María, Virgen hecha Iglesia (como cantaba san Francisco), los presbíteros se dejan modelar por el Espíritu que quiere llevar a término la obra que comenzó en su ordenación. La acción del Espíritu les ofrece la posibilidad de ejercer la presidencia de la asamblea eucarística con el temor de Pedro, consciente de su condición de pecador (cfr. Lc 5,1-11), con la humildad fuerte del siervo sufriente (cfr. Is 42 ss), con el deseo de “ser comido” por el pueblo que se les confía en el ejercicio diario de su ministerio.
60. La propia celebración educa a esta cualidad de la presidencia; repetimos, no es una adhesión mental, aunque toda nuestra mente, así como nuestra sensibilidad, estén implicadas en ella. El presbítero está, por tanto, formado para presidir mediante las palabras y los gestos que la Liturgia pone en sus labios y en sus manos.
No se sienta en un trono [18], porque el Señor reina con la humildad de quien sirve.
No roba la centralidad del altar, signo de Cristo, de cuyo lado, traspasado en la cruz, brotó sangre y agua, inicio de los sacramentos de la Iglesia y centro de nuestra alabanza y acción de gracias [19].
Al acercarse al altar para la ofrenda, se enseña al presbítero la humildad y el arrepentimiento con las palabras: «Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro» [20].
No puede presumir de sí mismo por el ministerio que se le ha confiado, porque la Liturgia le invita a pedir ser purificado, con el signo del agua: «Lava del todo mi delito, Señor, y limpia mi pecado» [21].
Las palabras que la Liturgia pone en sus labios tienen distintos significados, que requieren tonalidades específicas: por la importancia de estas palabras, se pide al presbítero un verdadero ars dicendi. Éstas dan forma a sus sentimientos interiores, ya sea en la súplica al Padre en nombre de la asamblea, como en la exhortación dirigida a la asamblea, así como en las aclamaciones junto con toda la asamblea.
Con la plegaria eucarística –en la que participan también todos los bautizados escuchando con reverencia y silencio e interviniendo con aclamaciones [22]– el que preside tiene la fuerza, en nombre de todo el pueblo santo, de recordar al Padre la ofrenda de su Hijo en la última cena, para que ese inmenso don se haga de nuevo presente en el altar. Participa en esa ofrenda con la ofrenda de sí mismo. El presbítero no puede hablar al Padre de la última cena sin participar en ella. No puede decir: «Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros», y no vivir el mismo deseo de ofrecer su propio cuerpo, su propia vida por el pueblo a él confiado. Esto es lo que ocurre en el ejercicio de su ministerio.
El presbítero es formado continuamente en la acción celebrativa por todo esto y mucho más.
* * *
61. He querido ofrecer simplemente algunas reflexiones que ciertamente no agotan el inmenso tesoro de la celebración de los santos misterios. Pido a todos los obispos, presbíteros y diáconos, a los formadores de los seminarios, a los profesores de las facultades teológicas y de las escuelas de teología, y a todos los catequistas, que ayuden al pueblo santo de Dios a beber de la que siempre ha sido la fuente principal de la espiritualidad cristiana. Estamos continuamente llamados a redescubrir la riqueza de los principios generales expuestos en los primeros números de la Sacrosanctum Concilium, comprendiendo el íntimo vínculo entre la primera Constitución conciliar y todas las demás. Por eso, no podemos volver a esa forma ritual que los Padres Conciliares, cum Petro y sub Petro, sintieron la necesidad de reformar, aprobando, bajo la guía del Espíritu y según su conciencia de pastores, los principios de los que nació la reforma. Los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, al aprobar los libros litúrgicos reformados ex decreto Sacrosancti Œcumenici Concilii Vaticani II, garantizaron la fidelidad de la reforma al Concilio. Por eso, escribí Traditionis custodes, para que la Iglesia pueda elevar, en la variedad de lenguas, una única e idéntica oración capaz de expresar su unidad [23]. Esta unidad que, como ya he escrito, pretendo ver restablecida en toda la Iglesia de Rito Romano.
62. Quisiera que esta carta nos ayudara a reavivar el asombro por la belleza de la verdad de la celebración cristiana, a recordar la necesidad de una auténtica formación litúrgica y a reconocer la importancia de un arte de la celebración, que esté al servicio de la verdad del misterio pascual y de la participación de todos los bautizados, cada uno con la especificidad de su vocación.
Toda esta riqueza no está lejos de nosotros: está en nuestras iglesias, en nuestras fiestas cristianas, en la centralidad del domingo, en la fuerza de los sacramentos que celebramos. La vida cristiana es un continuo camino de crecimiento: estamos llamados a dejarnos formar con alegría y en comunión.
63. Por eso, me gustaría dejaros una indicación más para proseguir en nuestro camino. Os invito a redescubrir el sentido del año litúrgico y del día del Señor: también esto es una consigna del Concilio (cfr. Sacrosanctum Concilium, nn. 102-111).
64. A la luz de lo que hemos recordado anteriormente, entendemos que el año litúrgico es la posibilidad de crecer en el conocimiento del misterio de Cristo, sumergiendo nuestra vida en el misterio de su Pascua, mientras esperamos su vuelta. Se trata de una verdadera formación continua. Nuestra vida no es una sucesión casual y caótica de acontecimientos, sino un camino que, de Pascua en Pascua, nos conforma a Él mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo [24].
65. En el correr del tiempo, renovado por la Pascua, cada ocho días la Iglesia celebra, en el domingo, el acontecimiento de la salvación. El domingo, antes de ser un precepto, es un regalo que Dios hace a su pueblo (por eso, la Iglesia lo protege con un precepto). La celebración dominical ofrece a la comunidad cristiana la posibilidad de formarse por medio de la Eucaristía. De domingo a domingo, la Palabra del Resucitado ilumina nuestra existencia queriendo realizar en nosotros aquello para lo que ha sido enviada (cfr. Is 55,10-11). De domingo a domingo, la comunión en el Cuerpo y la Sangre de Cristo quiere hacer también de nuestra vida un sacrificio agradable al Padre, en la comunión fraterna que se transforma en compartir, acoger, servir. De domingo a domingo, la fuerza del Pan partido nos sostiene en el anuncio del Evangelio en el que se manifiesta la autenticidad de nuestra celebración.
Abandonemos las polémicas para escuchar juntos lo que el Espíritu dice a la Iglesia, mantengamos la comunión, sigamos asombrándonos por la belleza de la Liturgia. Se nos ha dado la Pascua, conservemos el deseo continuo que el Señor sigue teniendo de poder comerla con nosotros. Bajo la mirada de María, Madre de la Iglesia.
Dado en Roma, en San Juan de Letrán, a 29 de junio, solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, Apóstoles, del año 2022, décimo de mi pontificado.
FRANCISCO
¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo
y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo,
se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote!
¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa!
¡Oh sublime humildad, oh humilde sublimidad:
que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios,
se humilla hasta el punto de esconderse,
para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!
Mirad, hermanos, la humildad de Dios
y derramad ante Él vuestros corazones;
humillaos también vosotros, para ser enaltecidos por Él.
En conclusión:
nada de vosotros retengáis para vosotros mismos
a fin de enteros os reciba el que todo entero se os entrega.
San Francisco de Asís, Carta a toda la Orden II, 26-29
[1] Cfr. Leo Magnus, Sermo LXXIV: De ascensione Domini II, 1: «quod […] Redemptoris nostri conspicuum fuit, in sacramenta transivit».
[2] Præfatio paschalis III, Missale Romanum (2008) p.367: «Qui immolátus iam non móritur, sed semper vivit occísus».
[3] Cfr. Missale Romanum (2008) p. 532.
[4] Cfr. Augustinus, Enarrationes in psalmos. Ps. 138,2; Oratio post septimam lectionem, Vigilia Paschalis, Missale Romanum (2008) p. 359; Super oblata, Pro Ecclesia (B), Missale Romanum (2008) p. 1076.
[5] Cfr. Augustinus, In Ioannis Evangelium tractatus XXVI,13.
[6] Litteræ encyclicæ Mediator Dei (20 Novembris 1947) en AAS 39 (1947) 532.
[7] AAS 56 (1964) 34.
[8] R. Guardini, Liturgische Bildung (1923) en Liturgie und liturgische Bildung (Mainz 1992) p. 43.
[9] R. Guardini, Der Kultakt und die gegenwärtige Aufgabe der Liturgischen Bildung (1964) en Liturgie und liturgische Bildung (Mainz 1992) p. 14.
[10] De Ordinatione Episcopi, Presbyterorum et Diaconorum (1990) p. 95: «Agnosce quod ages, imitare quod tractabis, et vitam tuam mysterio dominicæ crucis conforma».
[11] Leo Magnus, Sermo XII: De Passione III, 7.
[12] Irenæus Lugdunensis, Adversus hæreses IV, 20, 7.
[13] R. Guardini, Liturgische Bildung (1923) en Liturgie und liturgische Bildung (Mainz 1992) p. 36.
[14] Cantico delle Creature, Fonti Francescane, n. 263.
[15] R. Guardini, Liturgische Bildung (1923) en Liturgie und liturgische Bildung (Mainz 1992) p. 99.
[16] Cfr. Institutio Generalis Missalis Romani, nn. 45; 51; 54-56; 66; 71; 78; 84; 88; 271.
[17] Ver Exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 Noviembre 2013), nn. 135-144.
[18] Cfr. Institutio Generalis Missalis Romani, n. 310.
[19] Prex dedicationis en Ordo dedicationis ecclesiæ et altaris (1977) p. 102.
[20] Missale Romanum (2008) p. 515: «In spiritu humilitatis et in animo contrito suscipiamur a te, Domine; et sic fiat sacrificium nostrum in conspectu tuo hodie, ut placeat tibi, Domine Deus».
[21] Missale Romanum (2008) p. 515: «Lava me, Domine, ab iniquitate mea, et a peccato meo munda me».
[22] Cfr. Institutio Generalis Missalis Romani, nn. 78-79.
[23] Cfr. Paulus VI, Constitutio apostolica Missale Romanum (3 Aprilis 1969) en AAS 61 (1969) 222.
[24] Missale Romanum (2008) p. 598: «… exspectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Iesu Christi».
Algo grande y que sea amor (VIII): Más madres y padres que nunca
La misión de los padres no se limita a la acogida de los hijos que Dios les da: sigue durante toda la vida, y tiene como horizonte el cielo.
17/05/2019
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La madre de Santiago y Juan se acerca a Jesús. Tiene una enorme confianza con Él. El Señor adivina por los gestos su intención de pedirle algo y le pregunta directamente: «¿Qué quieres?». Ella no se anda con rodeos: «Di que estos dos hijos míos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (Mt 20,21). Jesús posiblemente sonreiría ante la petición efusiva de esta madre. Con el tiempo le concedería algo incluso más audaz que lo que ella soñaba para sus hijos. Les dio una morada en su propio corazón y una misión universal y eterna.
EN FAMILIA APRENDEMOS A REZAR, CON PALABRAS QUE SEGUIREMOS UTILIZANDO EL RESTO DE NUESTRA VIDA
La Iglesia, que entonces apenas estaba naciendo, conoce hoy un nuevo impulso apostólico. A través de los últimos Romanos Pontífices, el Señor la está llevando hacia una «evangelización siempre renovada»[1], que es una de las notas dominantes del paso del segundo al tercer milenio. Y, en esta aventura, la familia no es un sujeto pasivo; al contrario, las madres, los padres, las abuelas, son protagonistas: están en la primera línea de la evangelización. La familia, en efecto, es «el primer lugar en el que se hace presente en nuestras vidas el Amor de Dios, más allá de lo que podamos hacer o dejar de hacer»[2]. En familia aprendemos a rezar, con palabras que seguiremos utilizando el resto de nuestra vida; en familia toma forma la manera en la que los hijos van a mirar el mundo, las personas, las cosas[3]. El hogar está llamado por eso a ser el clima adecuado, la tierra buena en la que Dios pueda lanzar su semilla, de modo que el que escuche la palabra y la entienda dé fruto y produzca ciento o sesenta o treinta por uno (cfr. Mt 13,23).
Padres de santos
San Josemaría era un joven sacerdote cuando el Señor le mostró el inmenso panorama de santidad que el Opus Dei estaba llamado a sembrar en el mundo. Contemplaba su misión como una tarea que no podía retrasar, y pedía a su director espiritual que le permitiera crecer en oración y penitencia. Como para justificar esas exigencias, le escribía: «Mire que Dios me lo pide y, además, es menester que sea santo y padre, maestro y guía de santos»[4]. Son palabras que se pueden aplicar, de algún modo, a cualquier madre y a cualquier padre de familia, porque la santidad solo es auténtica si se comparte, si ilumina a su alrededor. Por eso, si aspiramos a la verdadera santidad, cada uno de nosotros está llamado a convertirse en «santo y padre, maestro y guía de santos».
Desde muy pronto, san Josemaría hablaba de «vocación matrimonial»[5]. Sabía que la expresión resultaba sorprendente, pero estaba convencido de que el matrimonio es un verdadero camino de santidad, y de que el amor conyugal es algo muy de Dios. En frase audaz, solía decir: «Yo bendigo ese amor con las dos manos, y cuando me han preguntado que por qué digo con las dos manos, mi respuesta inmediata ha sido: ¡porque no tengo cuatro!»[6].
La misión de los padres no se limita a la acogida de los hijos que Dios les da: sigue durante toda la vida, y tiene como horizonte el cielo. Si el afecto de los padres hacia los hijos puede parecer a veces frágil e imperfecto, el vínculo de la paternidad y de la maternidad es de hecho algo tan profundamente enraizado que hace posible una entrega sin límites: cualquier madre se cambiaría por un hijo suyo que sufre en la cama de un hospital.
La Sagrada Escritura está llena de madres y padres que se sienten privilegiados y orgullosos de los hijos que Dios les ha regalado. Abraham y Sara; la madre de Moisés; Ana, la madre de Samuel; la madre de los siete hermanos macabeos; la cananea que pide a Jesús por su hija; la viuda de Naín; Isabel y Zacarías; y, muy especialmente, la Virgen María y San José. Son intercesores a quienes podemos confiarnos para que cuiden de nuestras familias, de modo que sean protagonistas de una nueva generación de santas y santos.
No se nos oculta que la maternidad y la paternidad están asociadas íntimamente a la Cruz y al dolor. Junto a grandes alegrías y satisfacciones, el proceso de maduración y crecimiento de los hijos no ahorra dificultades, algunas menores y otras no tanto: noches sin dormir, rebeldías de adolescencia, dificultades para encontrar un trabajo, la elección de la persona con la que quieren compartir su vida, etc.
NO SE NOS OCULTA QUE LA MATERNIDAD Y LA PATERNIDAD ESTÁN ASOCIADAS ÍNTIMAMENTE A LA CRUZ Y AL DOLOR
Particularmente doloroso es ver cómo a veces los hijos toman decisiones equivocadas o se alejan de la Iglesia. Los padres han intentado educarles en la fe; han procurado mostrarles el atractivo de la vida cristiana. Y se plantean quizá entonces: ¿qué hemos hecho mal? Es normal que surja esa pregunta, aunque no conviene dejarse atormentar por ella. Los padres, es cierto, son los responsables principales de la educación de los hijos, pero no son los únicos que tienen influencia sobre ellos: el ambiente que les rodea puede presentarles otros modos de ver la vida como más atractivos y convincentes; o puede hacer que el mundo de la fe se les antoje como algo lejano. Y, sobre todo, los hijos tienen su libertad, por la que deciden seguir un camino u otro.
A veces, simplemente, puede suceder que los hijos necesiten distanciarse para redescubrir con ojos nuevos lo que recibieron. Entretanto, es necesario ser pacientes: aunque se equivoquen, aceptarlos de verdad, asegurarse de que lo notan, y evitar atosigarles, porque eso podría alejarlos más. «Muchas veces no hay otra cosa que hacer más que esperar; rezar y esperar con paciencia, dulzura, magnanimidad y misericordia»[7]. Resulta muy expresiva, en este sentido, la figura del padre en la parábola del hijo pródigo (cfr. Lc 15,11-32): él veía mucho más lejos que su hijo; y por eso, aunque se daba cuenta de su error, sabía que tenía que esperar.
En todo caso, no es sencillo ni automático, para una madre o un padre, aceptar la libertad de sus hijos cuando estos se van haciendo mayores, porque incluso algunas decisiones, aun siendo buenas en sí mismas, son distintas de las que tomarían los padres. Si hasta ese momento los hijos les han necesitado para todo, podría parecer que ahora los padres empiezan a ser solo espectadores de sus vidas. Sin embargo, aunque resulte paradójico, en esos momentos los necesitan más que nunca. Los mismos que les enseñaron a comer y a caminar pueden seguir acompañando el crecimiento de su libertad, mientras se abren su propio camino en la vida. Los padres están ahora llamados a ser maestros y guías.
Maestros de santos
Un maestro es aquel que enseña una ciencia, arte u oficio. Los padres son maestros, muchas veces incluso sin darse cuenta. Como por ósmosis, transmiten a los hijos tantas cosas que les acompañarán durante toda la vida. En particular, tienen la misión de educarles en el arte más importante: amar y ser amados. Y en ese camino, una de las lecciones más difíciles es la de la libertad.
Para empezar, los padres tienen que ayudarles a superar algunos prejuicios que hoy pueden parecer evidentes, como la idea de que la libertad consiste en «actuar conforme a los propios caprichos y en resistencia a cualquier norma»[8]. Sin embargo, el verdadero desafío que tienen ante sí consiste en despertar en los hijos, con paciencia, como por un plano inclinado, un gusto por el bien: de modo que no perciban solamente la dificultad de obrar como dicen sus padres, sino que lleguen a ser «capaces de disfrutar del bien»[9]. En este camino de crecimiento, a veces los hijos no valoran todo lo que les enseñan. Es verdad que con frecuencia también los padres tienen que aprender a educar mejor a sus hijos: no se nace sabiendo ser padre y madre. Sin embargo, incluso a pesar de las posibles deficiencias de la educación, pasado el tiempo los hijos valoran más lo recibido, como sucedió a san Josemaría con un consejo que su madre le repetía: «Muchos años después me he dado cuenta de que había en aquellas palabras una razón muy profunda»[10].
Los hijos acaban por descubrir, antes o después, lo mucho que los han querido sus padres, y hasta qué punto han sido maestros de vida para ellos. Lo expresa con lucidez uno de los grandes autores del siglo XIX: «No hay nada más noble, más fuerte, más sano y más útil en la vida que un buen recuerdo, sobre todo cuando es un recuerdo de la infancia, del hogar paterno. (...) El que hace una buena provisión de ellos para su futuro, está salvado. E incluso si conservamos uno solo, este único recuerdo puede ser algún día nuestra salvación»[11]. Los padres saben que su misión es sembrar y esperan con paciencia que sus desvelos continuos produzcan fruto, aunque tal vez no lleguen a verlo.
Guías de santos
Un guía es quien conduce y enseña a otros a seguir o a abrirse un camino. Para llevar a cabo esta tarea es necesario conocer el terreno y luego acompañar a quienes lo recorren por primera vez. Los buenos maestros amueblan la cabeza y saben caldear los corazones: Salomé, la mujer de Zebedeo, acompañó a sus hijos por la senda de Cristo, los puso delante de quien podría dar sentido y alegría a sus vidas; estuvo al pie de la Cruz. Allí solo consiguió estar con Juan. Sin embargo, Santiago sería con el tiempo el primer apóstol en dar la vida por Jesús. Ella estuvo también en el sepulcro, en la madrugada del domingo, junto a la Magdalena. Y Juan la siguió poco después.
TODO GUÍA TIENE QUE AFRONTAR A VECES ALGUNOS PASOS COMPLICADOS, DESAFIANTES
Todo guía tiene que afrontar a veces algunos pasos complicados, desafiantes. En el camino de la vida, uno de ellos es la respuesta a la llamada de Dios. Acompañar a los hijos en el momento de discernir su vocación es una parte importante de la llamada propia de los padres. Es comprensible que sientan miedo ante este paso. Pero eso no debe paralizar a un guía. «¿Miedo? Tengo clavadas en mi alma unas palabras de San Juan, de su primera epístola, en el capítulo cuarto. Dice: Qui autem timet, non est perfectus in caritate (1 Jn 4,18). El que tiene miedo, no sabe amar. Y vosotros sabéis amar todos, así que no tenéis miedo. ¿Miedo a qué? Tú sabes querer; por lo tanto no tengas miedo. ¡Adelante!»[12].
Desde luego, nada preocupa más a una madre o un padre que la felicidad de sus hijos. Sin embargo, muchas veces ellos mismos tienen ya una idea de la forma que debería tomar esa felicidad. A veces dibujan un futuro profesional que no encaja del todo con los talentos reales de sus hijos. Otras veces, desean que sus hijos sean buenos, pero “sin exagerar”. Olvidan quizá así la radicalidad, a veces desconcertante, pero esencial, del Evangelio. Por eso, con más razón si se les ha dado una profunda educación cristiana, resulta inevitable «que cada hijo nos sorprenda con los proyectos que broten de esa libertad, que nos rompa los esquemas, y es bueno que eso suceda. La educación entraña la tarea de promover libertades responsables»[13].
Los padres conocen muy bien a sus hijos; habitualmente, mejor que nadie. Como quieren lo mejor para ellos, es lógico y bueno que se pregunten si van a ser felices con sus elecciones de vida, y que contemplen su futuro «de tejas abajo»[14], con deseos de protegerlos y ayudarlos. Por eso, cuando los hijos empiezan a vislumbrar una posible llamada de Dios, los padres tienen delante una hermosa tarea de prudencia y guía. Cuando san Josemaría habló de su vocación a su padre, este le dijo: «Piénsalo un poco más»… pero añadió enseguida: «yo no me opondré»[15]. Mientras procuran dar realismo y sensatez a las decisiones espirituales de sus hijos, pues, los padres necesitan a la vez aprender a respetar su libertad y a vislumbrar la acción de la gracia de Dios en sus corazones, para no convertirse —queriendo o sin querer— en un obstáculo para los planes del Señor.
Por otra parte, a menudo los hijos no se hacen cargo de la sacudida que su vocación puede suponer para sus padres. San Josemaría decía que la única vez que vio llorar a su padre fue precisamente cuando le comunicó que quería ser sacerdote[16]. Hace falta mucha generosidad para acompañar a los hijos por un camino que va en una dirección distinta de la que uno había pensado. Por eso, no es extraño que cueste renunciar a esos planes. A la vez, Dios no pide menos a los padres: ese sufrimiento, que es muy humano, puede ser también, con la gracia de Dios, muy divino.
Estas sacudidas pueden ser, por lo demás, el momento de considerar que, como solía decir san Josemaría, los hijos deben a sus padres el noventa por ciento de la llamada a amar a Dios con todo el corazón[17]. Dios sí que conoce el sacrificio que puede suponer para los padres aceptar con cariño y libertad esa decisión. Nadie como Él, que entregó a su Hijo para salvarnos, es capaz de entenderlo.
Cuando unos padres aceptan generosamente la llamada de sus hijos, sin reservárselos, atraen para mucha gente numerosas bendiciones del Cielo. En realidad, se trata de una historia que se repite a lo largo de los siglos. Cuando Jesús llamó a Juan y Santiago a seguirle dejándolo todo, se encontraban con su padre arreglando las redes. Zebedeo siguió con las redes, quizá algo contrariado, pero les dejó marcharse. Es posible que le llevara un tiempo darse cuenta de que era el mismo Dios el que estaba entrando en su familia. Y al final, qué alegría de verlos felices en esa nueva pesca, en el «mar sin orillas» del apostolado.
Más necesarios que nunca
Cuando una hija o un hijo toma una decisión importante en su vida, sus padres son más necesarios que nunca. Una madre o un padre son muchas veces capaces de descubrir, incluso a mucha distancia, sombras de tristeza en sus hijos, como son capaces de intuir la auténtica alegría. Por eso, les pueden ayudar, de una forma insustituible, a ser felices y fieles.
Para llevar a cabo esa nueva tarea, quizá lo primero sea reconocer el don que han recibido. Al considerarlo en la presencia de Dios, pueden descubrir que «no es un sacrificio, para los padres, que Dios les pida sus hijos; ni, para los que llama el Señor, es un sacrificio seguirle. Es, por el contrario, un honor inmenso, un orgullo grande y santo, una muestra de predilección, un cariño particularísimo»[18]. Ellos son los que han hecho posible la vocación, que es una continuación del regalo de la vida. Por eso, san Josemaría les decía: «Os doy la enhorabuena, porque Jesús ha tomado esos pedazos de vuestro corazón —enteros— para Él solo... ¡para Él solo!»[19].
LAS VOCACIONES NACEN EN LA ORACIÓN Y DE LA ORACIÓN; Y SOLO EN LA ORACIÓN PUEDEN PERSEVERAR Y DAR FRUTO
Por otro lado, la oración de los padres ante el Señor cobra entonces una gran importancia. ¡Cuántos ejemplos de esta intercesión encantadora encontramos en la Biblia y en la historia! Santa Mónica, con su oración confiada e insistente por la conversión de su hijo Agustín, es quizá el ejemplo más conocido; pero en realidad las historias son incontables. Detrás de todas las vocaciones «está siempre la oración fuerte e intensa de alguien: de una abuela, de un abuelo, de una madre, de un padre, de una comunidad. (…) Las vocaciones nacen en la oración y de la oración; y solo en la oración pueden perseverar y dar fruto»[20]. Una vez iniciado el camino, recorrerlo hasta el final depende en buena medida de la oración de quienes más quieren a esas personas.
Y, junto a la oración, la cercanía. Ver que los padres se implican en su nueva misión en la vida ayuda mucho a fortalecer la fidelidad de los hijos. Muchas veces los padres están pidiendo a gritos, sin decirlo expresamente, echar una mano y percibir lo feliz que es su hija o su hijo en ese camino de entrega. Necesitan tocar la fecundidad de esas vidas. A veces serán los hijos mismos quienes, con simpatía, también les pidan la vida, en forma de consejo, de ayuda, de oración. ¡Cuántas historias de padres y madres que descubren su llamada a la santidad a través de la vocación de sus hijos!
El fruto de la vida y de la entrega de Santiago y Juan no se puede medir. Sí que se puede decir, por el contrario, que estas dos columnas de la Iglesia deben a su madre y a su padre la mayor parte de su vocación. Santiago llevó el Amor de Dios hasta los confines de la tierra, y Juan lo proclamó con palabras que son parte de las páginas más bellas jamás escritas sobre ese Amor. Todos los que hemos recibido la fe a través de su entrega podemos sentir un profundo agradecimiento hacia este matrimonio del mar de Galilea. Los nombres de Zebedeo y Salomé se pronunciarán, con los de los apóstoles, hasta el fin de los tiempos.
«Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros»[21]. Las madres y padres que aman a Dios, y que han visto cómo un hijo suyo se entregaba a Él por completo, comprenden de modo muy especial las palabras del Señor en la consagración de la Misa. De algún modo las viven en sus propias vidas. Han entregado a su hijo para que otros tengan alimento, para que otros vivan. Así, en cierto modo sus hijos multiplican su maternidad y su paternidad. Al dar ese nuevo sí, se unen a la obra de la redención, que se consumó en el sí de Jesús en la Pasión y que comenzó, en un sencillo hogar, en el sí de María.
Diego Zalbidea
[1] San Pablo VI, Ex. ap. Evangelii nuntiandi (8-XII-1975), n. 82. Cfr. también San Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte (6-I-2001), n. 40; Benedicto XVI, Homilía en la Apertura del Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización, 7-X-2012; Francisco, Ex. ap. Evangelii gaudium (24-XI-2013), n. 27.
[2] F. Ocáriz, Carta 4-VI-2017.
[3] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1666.
[4] San Josemaría, Apuntes íntimos, n. 1725, cit. en Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, vol. I, Rialp, Madrid 1997, p. 554.
[5] San Josemaría, Camino, n. 27.
[6] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 184.
[7] Francisco, Audiencia general, 4-II-2015.
[8] F. Ocáriz, Carta pastoral, 9-I-2018, n. 5.
[9] J. Diéguez, Llegar a la persona en su integridad: el papel de los afectos (I), opusdei.org
[10] San Josemaría, notas de una reunión familiar, 17-II-1958, cit. en S. Bernal, Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer. Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei; Rialp, Madrid 1980, p. 20.
[11] Dostoievski, F. Los hermanos Karamazov, epílogo.
[12] San Josemaría, notas de un encuentro con jóvenes, noviembre 1972. Citado en Dos meses de Catequesis, 1972, vol. 1, p. 416 (AGP, biblioteca, P04).
[13] Francisco, Ex. ap. Amoris laetitia (19-III-2016), n. 262. San Josemaría dibujaba esta realidad con una pizca de humor: «La mamá, apenas le nació un chiquillo, ya piensa que lo casará con fulanita y que harán esto, y aquello. El papá piensa en la carrera o en los negocios en los que va a meter al hijo. Cada uno hace su novela, una novela rosa encantadora. Después, la criatura sale lista, sale buena, porque sus padres son buenos, y les dice: esa novela vuestra no me interesa. Y hay dos berrinches colosales» (notas de una reunión con familias, 4-XI-1972, en Hogares luminosos y alegres, p. 155 [AGP, biblioteca, P11].
[14] San Josemaría utilizaba con frecuencia esta expresión para referirse a la preocupación lógica de los padres por la prosperidad humana de los hijos. Cfr. p. ej. J. Echevarría, Memoria del Beato Josemaría Escrivá, Rialp, Madrid 2000, p. 99.
[15] A. Sastre, Tiempo de caminar, Rialp, Madrid 1989, p. 52.
[16] Cfr. A. Vázquez de Prada, El fundador del Opus Dei, vol. I, Rialp, Madrid 1997, p. 101.
[17] Cfr. San Josemaría, Conversaciones, n. 104.
[18] San Josemaría, Forja, n. 18.
[19] Palabras de San Josemaría a unas familias el 22-X-1960, en A. Rodríguez Pedrazuela, Un mar sin orillas, Rialp, Madrid 1999, p. 348.
[20] Francisco, Regina coeli, 21-IV-2013.
[21]Misal Romano, Plegaria Eucarística.
Un nuevo beato. El papa de la sonrisa
Escrito por José Martínez Colín.
“Deja que tu sonrisa cambie el mundo, pero jamás dejes que el mundo cambie tu sonrisa”.
1) Para saber
“Deja que tu sonrisa cambie el mundo, pero jamás dejes que el mundo cambie tu sonrisa”. Esta frase atribuida al cantante Bob Marley nos presenta la fuerza e importancia que puede tener una sonrisa. Y es que el pasado domingo 4, en la plaza de San Pedro, el papa Francisco beatificó a Juan Pablo I, conocido como el "Papa de la sonrisa". Fue elegido como sucesor de San Pablo VI el 26 de agosto de 1978. Aunque su pontificado duró solo 33 días, su rostro sonriente y apacible infundió esperanza y confianza a la Iglesia. Con su nombre había querido rendir homenaje a sus dos predecesores inmediatos: San Juan XXIII, y san Pablo VI que lideraron el Concilio Vaticano II, el evento más importante de la Iglesia en el siglo XX. Siguiendo esa línea su sucesor también adoptó esos nombres, San Juan Pablo II.
2) Para pensar
Candela Giarda es la joven argentina que hace algunos años recibió el milagro necesario para la beatificación de Juan Pablo I. La joven, que hoy tiene 22 años, agradeció al papa Juan Pablo I por esta segunda oportunidad de vida que le dio.
Candela tenía 10 años cuando enfermó con el síndrome epiléptico por infección febril. Es una enfermedad que afecta a una persona en un millón, y por lo general sin posibilidades de sobrevivir. Tenía dolores de cabeza, vómitos, convulsiones y fiebre.
Su mamá, Roxana, solicitó la visita del padre Juan José Dabusti, pues los médicos le habían dicho que no había más que hacer, que era muy difícil que pasara la noche: había quedado en estado vegetativo con solo 19 kilos de peso. El sacerdote la animó a rezar pidiendo la intercesión de Juan Pablo I. Gracias a las oraciones mejoró hasta quedar sana por completo. Hoy Candela tiene hoy 22 años y no tiene secuelas de la enfermedad.
Su mamá Roxana desea que lo que pasó con su hija Cande “ayude a otras personas a tener un poquito más de fe, de esperanza ante los momentos difíciles como los que vivimos nosotras”.
3) Para vivir
El sobrino de Juan Pablo I, Edoardo Luciani, dijo que la vida de Albino Luciani fue un milagro y un signo de la Providencia: “Mi tío pertenecía al grupo de los que suelen morir muy jóvenes. Su salud era frágil y no había los medicamentos de ahora. Sufría de neumonía y pleuresía y pasaba temporadas en el hospital. Cuando nació, ante el inminente peligro para su vida fue bautizado el mismo día. Incluso, por motivos de salud, le desaconsejaron a San Juan XXIII que lo ordenara obispo, pero no obstante decidió hacerlo. Sobre su muerte, se tienen evidencias médicas de que fue muerte natural. Edoardo comentó que la vida de su tío, “es un testimonio de cómo los planes de Dios desafían la lógica humana. Su vida es un testimonio vivo de que lo que parece imposible para el hombre es posible para Dios”.
A su vez, el Cardenal Stella, postulador de la causa de beatificación, relató que lo conoció desde joven y dijo que fue un sacerdote ejemplar, muy humilde y con una sonrisa constante, fruto de la paz y confianza en Dios. En concreto, resaltó tres características, que podemos imitar para nuestra vida: rezaba mucho, vivía con pobreza y se sentía bien con la gente.
DALE PLAY A LA ESPERANZA: HAZ ESPACIO AL AMOR DE DIOS
El comienzo de este curso 22/23 está envuelto de malas noticias. Destaco algunas, no para deprimirse sino para rezar por ellas: la guerra de Ucrania, que nos afecta más por cercana, por los riesgos nucleares que entraña y por sus consecuencias económicas y sociales; la incierta evolución de la pandemia y sus consecuencias; la inflación disparada que afecta al día a día y angustia a familias y empresas; la amenaza de sequía y sus efectos en la economía; una profunda crisis de valores que fractura la sociedad y genera divisiones; las leyes injustas que atentan contra la vida y la educación. Respecto a este punto, destacar que el martes 30 de agosto, el Ejecutivo remitió el anteproyecto de ley de reforma de la ley del aborto al Congreso para que sea debatida con el objetivo de aprobarla antes de acabar la legislatura. La ley del “solo sí es sí” contiene muchas cuestiones injustas; hay una que resalto introducir en la educación la batalla del adoctrinamiento ideológico: garantiza la educación sexual en todas las etapas de la enseñanza obligatoria, acorde al sesgo del que gobierna. En palabras de la ministra de Igualdad: “Estamos trasformando de forma profunda (las políticas del Estado), y creando una arquitectura feminista para poder transitar hacia otra cultura sexual, basada en el consentimiento y en la libertad sexual de todas las mujeres”.
Ante este panorama, un cristiano, un hijo de Dios, se ve interpelado, llamado a llevar esperanza. No cabe ni dejarse arrastrar por el desaliento ni encerrarse en una burbuja ideal. Pero, ¿es posible? Claro, porque Dios está comprometido con cada uno de sus hijos. El Papa explicaba lo que eso supone: “Comprometerse es aceptar una responsabilidad con alguien, cumpliéndolo con una actitud de fidelidad, dedicación e interés; es tener buena voluntad y constancia para mejorar la vida”. Y a continuación, recordaba que “Dios se ha comprometido con nosotros”. Y “su compromiso más grande ha sido darnos a Jesús”[1]. “Esto es lo que ha hecho el Padre ante la difusión del mal en el mundo; nos ha dado a Jesús, que se ha hecho cercano a nosotros como nunca habríamos podido imaginar”[2].
Todo depende de si acogemos el regalo, de si vivimos con Jesús. “He aquí que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20). Abramos la puerta… demos play a la esperanza, y Dios, que hace bueno lo que ama, nos llenará de esperanza y alegría para llevarla al mundo empezando por los más cercanos. La esperanza “es un <regalo> de Jesús, la esperanza es Jesús mismo, o sea tiene su <nombre>”[3]. Y crece en tanto que se da.
Ser personas-cántaros
Ser personas-cántaros es un término del Papa. Se refería a la situación de “desertización espiritual, fruto del proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios o que destruyen sus raíces cristianas”[4]; también multitud de familias y lugares de trabajo sufren esa aridez. Eso provoca sed de esperanza en muchas personas. Por eso, concluía el Papa, “allí estamos llamados a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás”.
Para cumplir su misión, el cántaro exige ser llenado, y a medida que se utiliza, ser rellenado; no es una fuente. Es Dios, con su amor, quién llena una vez y siempre el cántaro. Lo desea con locura. “¿Lo habéis pensado?”, se preguntaba Francisco en una homilía[5], y respondía: “¡El Señor sueña conmigo! ¡Estoy en la mente, en el corazón del Señor! ¡El Señor es capaz de cambiar mi vida!”. Y hace muchos planes, explicaba. “Sueña con la alegría con la que gozará con nosotros. Por esto el Señor quiere <re-crearnos>, hacer nuevo nuestro corazón, <re-crear> nuestro corazón para hacer triunfar la alegría”. Además, se ha comprometido libérrimamente con nosotros; basta dirigir la mirada de nuestro corazón a Jesús Crucificado para saber y sentir que Dios nos ama de verdad, gratuitamente y sin medida. ¿Creemos en su amor? ¿Nos fiamos y nos confiamos de verdad a su amor? Como toda relación de amor debe ser libre, jamás forzada, Dios no se impone y respeta nuestra decisión. “La fe es dar espacio a este amor de Dios, es hacer espacio al poder, al poder de Dios; pero de uno que es poderoso, al poder de uno que me ama, que está enamorado de mí y que quiere la alegría conmigo. Esto es la fe. Esto es creer: es hacer espacio al Señor para que venga y me cambie”, decía Francisco.
De ahí, de saberse muy amados por Dios, nace el amor de los santos a Dios, un amor vivo y diligente, que abarca toda su vida y todas sus acciones. Un amor que anida una alegre esperanza. Se han dado cuenta que ese amor es lo que realmente vale la pena y le dan el primer lugar. Y así, reencuentran todos los otros amores de su vida engrandecidos por ese amor, ya que el amor a Dios se autentifica por el amor a los demás: “pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Juan 4, 20). “Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia”[6]. Y así llevar la esperanza y la alegría, ser personas-cántaros que dan de beber.
Dar espacio al amor de Dios: vivir un plan de vida espiritual
“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso”[7]. Acojamos esta invitación del Papa, hagamos espacio al amor de Dios dando play a la esperanza, pasando un tiempo generoso con Jesús de forma regular y, en este caso básicamente todos los días. Por eso Pablo aconsejaba a Timoteo “ejercítate en la piedad” (1 Timoteo 4, 7).
San Josemaría Escrivá, llamado por san Juan Pablo II el santo de lo ordinario, proponía siguiendo la tradición cristiana, fruto de su experiencia personal y de acompañar espiritualmente a mucha gente corriente, concretar el tiempo con Cristo en un conjunto de prácticas de piedad y costumbres cristianas que jalonan el día. Esta práctica está en la línea siempre vivida en la Iglesia, recogida en el Catecismo: “Los Padres espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los profetas, insisten en la oración como un "recuerdo de Dios", un frecuente despertar la "memoria del corazón": "Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar" (San Gregorio Nacianceno). Pero no se puede orar "en todo tiempo" si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en duración”[8].
Esas citas con Dios distribuidas en el día, en la semana, materializan la vida de oración y canalizan la gracia de los sacramentos, facilitan a Dios que nos llene de sus regalos. “Orar es esto: abrir la puerta al Señor, para que haga algo. Pero si cerramos la puerta, ¡el Señor no puede hacer nada!”[9]. San Josemaría llamaba a esos encuentros plan de vida espiritual[10].
Ingredientes de un plan de vida espiritual
Un plan de vida espiritual es un cauce para alcanzar el fin de la vida cristiana: dar espacio al amor de Dios, vivir con Él y ser transformados por Él en otro Cristo, nuestro modelo. Por eso recoge unos encuentros con Dios, probados por los cristianos que nos han precedido.
Para mantener la vida corporal sana necesitamos alimentarnos, hacer ejercicio, acudir al médico cuando enfermamos, tomar la medicina para recuperar la salud… lo mismo para la vida del espíritu. ¿Cuántas comidas hacemos en el día? Al menos tres y lo recomendado es cinco; y además, no comemos cualquier cosa, la dieta es importante. ¿Cuántas veces estamos a solas con Dios en un día cualquiera? ¿Qué dieta espiritual seguimos? Si no comemos nos entra debilidad, estamos desnutridos, no crecemos, nos quedamos raquíticos. Por eso, san Juan Pablo II advertía: “se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino <cristianos con riesgo>”[11].
A continuación, recuerdo algunos de los ingredientes básicos de una buena dieta. Una “dieta completa” supone 1 hora y media de nuestro tiempo, es decir, el 6,25% del día.
Cada uno verá qué ingredientes le conviene y puede vivir acorde a sus circunstancias, qué programa seguir para, poco a poco, adquirir costumbre de gustar de Dios. Es un guante que se ajusta a la mano del que lo usa. “Lo importante no consiste en hacer muchas cosas; limítate con generosidad a aquellas que puedas cumplir cada jornada, con ganas o sin gana”[12]. Hay un ingrediente que nunca puede faltar, porque es clave: “al menos 15´de oración mental”, comprometer el 1% del día “a estar a solas con Dios, tratando de amistad con quien sabemos nos ama”, decía santa Teresa. La oración es la respuesta gratuita de la criatura a la invitación gratuita de su Creador. Si nos empeñamos en la oración buscaremos las otras citas y no se convertirán en rutinas, que no dejan poso en el alma y en el comportamiento. Y la tienda de campaña no se vendrá abajo porque el palo central estará firme. Pueden soltarse vientos, pero no se caerá la tienda. “En el cielo hay muchos santos y muchas santas que no fueron a misa diaria ni de comunión diaria. Pero ni uno solo que no fuera de oración, y de mucha oración, diaria”[13]. Cuando un cristiano toma seriamente la decisión de hacer oración, llega una alerta al Infierno, se reúne el gabinete de crisis y Satanás hace todo lo que sea necesario para que el propósito de la oración se quede siempre en “tareas pendientes”. “¡Qué bien acierta el demonio, para su propósito, cargando aquí la mano! Sabe el traidor que tiene perdida al alma que persevere en la oración… algo le va en ello”[14].
¿Cómo es posible que muchos cristianos digan “no” a lo más grande que hay, que no tengan tiempo para lo más importante; que limiten a sí mismo toda su existencia?
Esta pregunta se la hizo san Gregorio Magno al meditar la parábola de los invitados a las bodas del Rey (ref. Lucas 14, 15-24), y Benedicto XVI, en una homilía a los obispos suizos (7.11.2006), la recogía con su respuesta: “en realidad, nunca han hecho la experiencia de Dios; nunca han llegado a <gustar> a Dios; nunca han experimentado cuán delicioso es ser <tocados> por Dios. Les falta este <contacto> y, por tanto, el <gusto de Dios>”. Si no damos espacio a Dios, ocurre lo que ocurre, se atrofia nuestro gusto por lo divino, nos volvemos ciegos, incapaces de ver a Dios, nuestro corazón se aleja de Dios.
Tal vez un plan de vida, dedicar a Dios tiempo diario y estar pendiente de Él con frecuencia, nos parezca exagerado. Nos contesta Juan Pablo I, recientemente beatificado: “es justo: demasiado grande es Dios, demasiado merece Él ante nosotros, para que se le puedan echar, como a un pobre Lázaro, apenas unas migajas de nuestro tiempo y de nuestro corazón. Es el bien infinito y será nuestra felicidad eterna: el dinero, los placeres y las venturas de este mundo comparados con Él, apenas son fragmentos de bien y momentos fugaces de felicidad. No sería prudente dar mucho de nosotros a estas cosas y poco a Jesús”[15]. Si nos ocupamos de Dios, Él se ocupará de nuestras cosas mejor que nosotros mismos. Ese tiempo gratuito y a fondo perdido a Dios es el mejor empleado del día. ¿Gasto o inversión? Es la mejor inversión. Gracias a ese tiempo, Dios puede dársenos sin límite, a su estilo. Le dejamos ser Dios en nuestra vida. Y se produce el milagro: nos transformará el corazón y adquiriremos esas virtudes que nos hacen parecidos a Él.
Recordemos la respuesta de Jesús a Pedro: “En verdad os digo que no hay nadie que habiendo dejado casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el Evangelio, no reciba en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida eterna” (Marcos 10, 29-30). Acordarse de esta promesa del Señor nos ayuda cuando se presente la tentación de dejarlo plantado: pensemos lo mucho que ganamos cuando estamos con Él… renunciando a 15´ de TV, o de navegar en internet; o adelantado el horario de acostarse y de levantarse para llegar a Misa o hacer la oración antes de salir de casa; o desconectando la radio un tiempo del viaje al trabajo para rezar el rosario; o recortando el tiempo de la comida para leer el Evangelio…
Dos efectos beneficiosos de estar con Dios
Un beneficio será ganar la cordura de estar en las cosas realmente importantes, en concreto de ocuparse de los demás, empezando por la familia. “Encontrar a Jesús equivale a encontrarse con su amor. Este amor nos transforma y nos hace capaces de transmitir a los demás la fuerza que nos dona. ¡Todos somos «Cristóforos»! ¿Qué significa esto? «Portadores de Cristo». Es el nombre de nuestra actitud, una actitud de portadores de la alegría de Cristo, de la misericordia de Cristo”[16]. No solo estar con Jesús nos remueve a hacer algo por el otro, sino a hacerlo gratuitamente y con alegría, con la libertad del amor, empezando por el cónyuge y los hijos; y además nos permite tenerlos presentes y estar presente para ellos a lo largo de las horas del día, aunque las circunstancias nos lo impidan materialmente. “No hay escuela de atención al prójimo más hermosa y eficaz que la perseverancia en la oración”[17]. Si la fidelidad al plan de vida no se traduce en un cuidado más delicado de los demás, es que realmente no rezamos. El tiempo que robamos para Dios nunca es un tiempo robado para aquellos que necesitan nuestro amor y nuestra presencia, sino es robado a nuestra pereza, a nuestro sueño, a nuestras cosas…
El otro beneficio es la unidad de vida. Ese haber estado con Dios permea todo nuestro día, se orienta a la acción y genera coherencia de vida. De ahí que influya positivamente en el comportamiento, que cada vez se parecerá más al de Cristo. Y así, las actividades de la vida cotidiana se convertirán también en ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su Voluntad. La calle, la sala de estar, el campo de paddle, la mesa del despacho, la cafetería… serán lugares de encuentro con Dios y de servicio a los demás. Gracias a las citas del plan de vida superaremos al rey Midas. “En nuestra conducta ordinaria, necesitamos una virtud muy superior a la del legendario rey Midas: él convertía en oro todo cuanto tocaba. –Nosotros hemos de convertir –por el amor– el trabajo humano, de nuestra jornada habitual, en obra de Dios, con alcance eterno”[18], que nos cambian y mejoran el mundo.
Demos play a la esperanza, hagamos espacio al amor de Dios estando con Él: vive un plan de vida espiritual. Es la “pérdida de tiempo” más fecunda de cada día… aunque no lo sintamos, no lo veamos, no lo toquemos, pero lo sabemos porque Él nos lo ha dicho. Gracias a esa experiencia, llegaremos a decir como Job: “Yo te conocía de oídas, mas ahora te han visto mis ojos, porque te he encontrado” (Job 42, 5).
[1] Francisco, audiencia (20.02.2016).
[2] Francisco, homilía en Kazajistan (14.09.2022).
[3] Francisco, meditación diaria en santa Marta (9.09.2013).
[4] Francisco, carta apostólica La Alegría del Evangelio n. 86.
[5] Francisco, meditación diaria en santa Marta (16.03.2015).
[6] Francisco, carta apostólica Gaudete et exultate n. 107.
[7] Francisco, carta apostólica La Alegría del Evangelio n. 3.
[8] Catecismo de la Iglesia Católica n. 2697.
[9] Francisco, meditación diaria en santa Marta (8.10.2013).
[10] La expresión, conocida en la literatura espiritual de su tiempo, pudo ser tomada del libro Plan de Vida, publicado en 1909 por san Pedro Poveda, con quien tuvo una honda amistad (ref. Diccionario de san Josemaria).
[11] San Juan Pablo II, carta apostólica Al comienzo del nuevo milenio n. 34.
[12] San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios n. 151.
[13] Federico Suárez, en su libro “La vid y los sarmientos”, cita estas palabras que escuchó a san Josemaría predicar.
[14] Santa Teresa, Libro de su vida 19,2
[15] Juan Pablo I fue beatificado en Roma el pasado 4 de septiembre. Esas palabras son de la Audiencia del 27.09.1978.
[16] Francisco, Audiencia (30.01.2016).
[17] Jacques Philippe, La oración, camino de amor p. 26.
[18] San Josemaría Escrivá, Forja n. 742.
280 jóvenes han participado en la Universidad en el primer encuentro de geopolítica y estrategia organizado por estudiantes del centro académico
FotoManuel Castells/Emilio Lamo de Espinosa durante su intervención en el congreso
16 | 09 | 2022
“Estamos en la tercera gran transformación de la humanidad tras la Revolución Agrícola del Neolítico y la Industrial del siglo XIX, pero esta es más extensa, intensa y rápida que las anteriores”. Así lo ha afirmado en la Universidad Emilio Lamo de Espinosa, catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y expresidente del Real Instituto Elcano en el congreso de geopolítica y estrategia “Nuestro mundo que se avecina”, organizado por estudiantes del centro académico.
La sesión inaugural, celebrada en el teatro del Museo Universidad de Navarra, y que ha contado con la asistencia de más de 280 jóvenes de diferentes facultades y de 40 personas conectadas en remoto, ha estado presidida por Rosalía Baena, vicerrectora de Estudiantes, y por Enrique Maya, alcalde de Pamplona.
Lamo de Espinosa ha señalado en su ponencia, que llevaba por título “Viejas y nuevas potencias”, que “vivimos tiempos confusos marcados por la incertidumbre, donde se acumulan los eventos poco probables pero disruptivos, como la pandemia del Covid-19, el estallido de la guerra en Ucrania o el Brexit". Frente a estos episodios, que ha calificado como “inflexiones históricas”, ha animado a “tomar distancia con la realidad y abordar nuestro futuro desde una mirada histórica, analizando las causas de su transformación, las consecuencias y a los grandes actores que están gestionando el orden internacional”.
China y Estados Unidos, vector geopolítico del mundo en las próximas décadas
En su intervención, Lamo de Espinosa también se ha referido a la relación entre China y Estados Unidos, “el vector geopolítico que articula el mundo y lo seguirá haciendo durante al menos un par de décadas y de cuya relación depende el futuro próximo”. Asimismo, ha subrayado la relevancia de la Unión Europea, a la que ha calificado como “un enorme éxito y el artefacto que debería permitir a Europa retomar el control de su destino”; o el efecto que la guerra en Ucrania ha provocado en el marco geopolítico y en la imagen de la OTAN, que ha salido reforzada. Por otro lado, el ponente ha puesto de manifiesto la ausencia de una gobernanza que aborde de forma global problemas que se han desterritorializado a consecuencia de la globalización, como la economía, la política, la seguridad, el terrorismo, las enfermedades, o el clima. “Tenemos que repensar el mundo y la representación eurocéntrica que hemos hecho de él hasta el momento”, ha afirmado.
Junto a Lamo de Espinosa, destacadas personalidades del ámbito de la política, la diplomacia, la economía o la empresa han dialogado y reflexionado sobre las grandes cuestiones que marcarán el futuro del mundo: Josep Piqué, exministro de Ciencia y Tecnología, Asuntos Exteriores e Industria y Energía del Gobierno de España; Bruno Navarro Rousseau-Dumarcet, sargento primero de Infantería con más de 20 años de servicio en diferentes Unidades de Operaciones Especiales; y Eleonora Viezzer, profesora de la Universidad de Sevilla, donde desarrolla sus investigaciones en el ámbito de la fusión nuclear.
También han participado Marta Blanco, presidenta de CEOE Internacional y representante española en la red Empower del G20; el coronel José Pardo de Santayana y Gómez de Olea, coordinador de investigación y analista principal del Instituto Español de Estudios Estratégicos; Beatriz de León Cobo, investigadora especializada en seguridad, radicalización violenta y gestión de conflictos en África Occidental y en Europa; José Antonio García Belaúnde, diplomático de carrera y ex ministro de Relaciones Exteriores de Perú entre 2006 y 2011; Jorge Calvet, ex Presidente Ejecutivo de Gamesa; y Antonio Manzanera, Gerente de Atracción y Desarrollo de Talento. El evento será clausurado hoy, a las 14:00, por Javier Remírez, vicepresidente primero del Gobierno de Navarra.
"No todos los agujeros del conocimiento se pueden rellenar con contenido científico"
Javier Sánchez Cañizares coordina en el Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra el I Congreso de la sección española de la Sociedad de Católicos Científicos
FotoManuel Castells
/Javier Sánchez Cañizares, investigador del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra y coordinador del congreso.
14 | 09 | 2022
“La actividad científica es una de las joyas de la apasionante aventura del conocimiento humano. Pero no todos los agujeros que quedan por rellenar en él se pueden cubrir con contenido científico”. Así lo ha asegurado el investigador de la Universidad de Navarra Javier Sánchez Cañizares con ocasión del I Congreso de la sección española de la Sociedad de Científicos Católicos, que se celebra en el Instituto Cultura y Sociedad (ICS) del 15 al 17 de septiembre.
El profesor Sánchez Cañizares ha mencionado que pensadores como Pasteur o Kelvin “venían a decir que cuanto más se sabe de ciencia más se acerca uno a Dios”. A su vez, ha citado ejemplos opuestos, como el caso del Premio Nobel de Física Steven Weinberg, “quien decía que cuanto más conocemos el universo menos sentido le vemos”. A su juicio, la solución es apostar por “la correcta relación entre ciencia y otras formas de conocimiento humano”.
“Los aparentes obstáculos pueden servir de oportunidad para que el conocimiento científico purifique a las representaciones religiosas ingenuas o, viceversa, para que la fe desenmascare a los reduccionismos científicos”, ha manifestado. De acuerdo con él, la fe puede recordar que, “más allá de los avances tecnológicos que pueda proporcionar, la ciencia tiene desde su nacimiento la vocación de buscar siempre la verdad”.
El investigador del grupo ‘Mente-Cerebro’ del ICS y del Grupo ‘Ciencia, Razón y Fe’ (CRYF) ha añadido que la ciencia actual presenta una naturaleza cada vez más compleja y con numerosas novedades en distintos niveles, por lo que “cada vez se vuelve menos compatible con el mecanicismo y el determinismo que alimentan a las visiones nihilistas”.
Inteligencia artificial y transhumanismo, algunos temas del programa
"Lo que uno esperaría de un Dios personal es que creara un universo donde hay lugar para muchos modos de creatividad y autonomía, donde el pasado sirve como base para el futuro sin determinarlo completamente", ha insistido.
Javier Sánchez Cañizares ha coordinado en el ICS el I Congreso de la sección española de la Sociedad de Científicos Católicos, de la que es miembro. Entre otros ponentes, intervendrán Stephen Barr, presidente de la Sociedad; Enrique Solano, director del Observatorio Virtual Español del Centro de Astrobiología (INTA-CSIC); Max Bonilla, director Internacional del Instituto Razón Abierta; y Catherine L'Ecuyer, investigadora, divulgadora y autora de libros y artículos sobre educación.
A lo largo del programa se abordarán, entre otros temas, cuestiones como la contribución de la física contemporánea a una cosmovisión religiosa, la comunicación de la ciencia y la pedagogía de la fe, el presente y futuro de la inteligencia artificial, el transhumanismo y la libertad humana desde las neurociencias.
Desordeno y mando: nuevo asalto a la libertad
Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|16 septiembre, 2022|BIOÉTICA PRESS, Informes
Las secuelas de una ley injusta, muy imperfecta y sectaria, van emergiendo preocupantemente. Se trata de la ampliación de la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, o sea, la ley del aborto.
Las prisas en su elaboración, las carencias en cuanto a la incorporación de opiniones y valoraciones procedentes de órganos consultivos, asociaciones profesionales y expertos, y el marcado sesgo ideológico que la inspira, han alumbrado un mal instrumento.
Y es malo porque hace daño al nasciturus al que no se le permite nacer, a la mujer a la que se le facilita enormemente la peor opción, la más lesiva para ella y para su hijo, la de abortar, y a la sociedad en general para la que se promocionan políticas antinatalistas que la conducen a una lenta pero inexorable extinción.
Pero también es un fatídico instrumento para la salvaguarda de las libertades. En primer lugar, la de la mujer a la que ya no debe suministrársele información completa sobre el aborto, sus alternativas, sus opciones de elección, las ayudas que pueden facilitársele si quiere seguir con su embarazo o los riesgos que contrae si decide abortar, que pueden afectarle tras el aborto tal como evidencian muchos estudios relacionados.
En segundo lugar, es liberticida para los profesionales implicados en la práctica de los abortos o la administración de tratamientos que pueden terminar con la vida del embrión humano, como es el caso de las píldoras abortivas o la contracepción postcoital.
La libertad de conciencia de los ciudadanos siempre se erige como un enorme obstáculo para los gobernantes que imponen y pretenden dirigir las vidas de sus súbditos, marcándoles con nitidez los límites de lo que deben o no deben hacer, lo que pueden y no pueden elegir; límites que son señalados con amenazas de fuertes sanciones o persecución de cualquier tipo.
La libertad de conciencia de los profesionales y los ciudadanos puede motivarles a objetar al cumplimiento de una ley que consideran injusta, por atentar contra sus convicciones más íntimas y arraigadas.
No matar es la primera de ellas. No matar al embrión en el seno de su madre implica no practicar abortos, no cooperar con ellos o no facilitar fármacos que pueden matarlo. Pero si el gobernante sectario, aquejado de derivas absolutistas, ha decidido que se puede matar en ciertas circunstancias, como ocurre actualmente en España y otros países con el aborto y la eutanasia, se siente incomodado por aquellos que, habiendo construido una conciencia bien armada que les muestra con nitidez el valor de la vida humana en toda circunstancia, deciden objetar a la imposición liberticida, desobedeciendo la ley que les obliga a lo contrario. Y arremete contra ellos, tratando de limitar su derecho a pensar, a elegir, a actuar si lo hacen en la dirección contraria a la marcada por el gobernante sectario.
Pero hay más: esta mala ley promueve que los farmacéuticos acepten sumisos que el gobernante sectario e ignorante en la materia, les diga como ejercer su labor profesional que – no debe olvidarse- consiste entre otras cosas en velar por el uso racional de los medicamentos y no arbitrario o imprudente, para salvaguardar la salud de los ciudadanos.
La dispensación sin control alguno de las píldoras de contracepción postcoital, que promueve esta ley, va en contra de este uso racional porque se trata de preparados hormonales con una concentración de progestágeno diez veces superior a la de las píldoras contraceptivas hormonales orales de administración diaria que sí requieren -como todos los preparados hormonales- prescripción médica y farmacovigilancia, por la necesidad de salvaguardar la seguridad de las pacientes.
La contracepción postcoital es menos eficaz que la hormonal oral de administración regular y está indicada solo como medida excepcional, no repetida en el mismo mes, debiendo priorizarse la instauración de métodos más seguros y también mejor controlados. Pues ahora la mala ley que se nos impone, lo que promueve es dispensar la contracepción postcoital cuanto más, mejor, sin control alguno y gratis, amenazando con multas astronómicas a todo que el que ponga pegas a los tics absolutistas de sus promotores, como es el caso de los farmacéuticos que decidan no hacerlo.
No se puede disentir, ni en el terreno científico -es injustificable que la contracepción postcoital escape a todo control farmacoterapéutico de prescripción y dispensación- ni en el ético, pues las conciencias deben alinearse con lo que marca la ley.
Por último, en contra de lo que figura en los prospectos de las píldoras de contracepción postcoital, según muestran numerosos trabajos publicados, la mayoría de las veces en las que impiden un embarazo no lo hacen evitando la fecundación sino terminando tempranamente con la vida del embrión impidiendo su implantación en el endometrio uterino y provocando su expulsión.
Esto significa que si un médico o farmacéutico orientan sus actos profesionales según una conciencia formada en el respeto a la vida humana en toda circunstancia, desde la concepción hasta la muerte natural, y son consecuentes con ello, y además quieren ejercer su labor profesional según la buena praxis, se negarán a facilitar un tratamiento embriocida que puede también comprometer la salud de la mujer porque escapa a todo control farmacoterapéutico, irrenunciable para un profesional del medicamento.
Dejen, a los profesionales hacer bien su trabajo y hacer el bien con su trabajo, para mejorar la salud de las mujeres y preservar la vida de sus hijos. Ustedes deberían hacer lo propio.
Julio Tudela
Observatorio de Bioética
Nueva ley del aborto en España: Una ley terrorífica
Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|5 septiembre, 2022|Bioética, BIOÉTICA PRESS, Noticias, Top News
Hace unos días el Consejo de ministros aprobó la Ley de ampliación del aborto provocado.
Su texto, su contenido ya era conocido, es una ley terrorífica para el no nacido, para la mujer, el varón, los profesionales sanitarios, la familia y la sociedad.
Esta ley es un eslabón más de la hoja de ruta para destrozar el orden natural. Montero, alumna destacada en el Foro de Puebla, ministra dogmática, con ideas axiomáticas, espero que proteja a sus hijos de la maldad de la ideología de género, al igual que se protegen Rusia y China… Esto da que pensar…
Es una ley, que, paradójicamente se denomina “Salud sexual y reproductiva de la mujer…” cuando precisamente la salud de la mujer se destroza literalmente, porque es un destrozo animar a someter a un aborto el cuerpo de una mujer, y más si es adolescente, administrándole, por ejemplo, “bombas” hormonales, que eso es la “Píldora Postcoital” (PPC), sin control médico, sin tener en cuenta todos los efectos adversos, como si fueran caramelos de colores.
Ley terrorífica para los profesionales sanitarios, que nos obliga a realizar “actos profesionales” en contra de nuestras convicciones más profundas, asustándonos con listas negras de objetores a los médicos, con multas astronómicas por no vender la PPC, a los farmacéuticos.
Es un atentado contra libertad; insisto, la libertad de conciencia no me la dan las leyes, la llevo impresa en mi naturaleza, y las leyes solo tendrán que reconocerla. En España nuestra Constitución señala las reglas de convivencia de un país democrático, y respeta las minorías.
Los expertos indican que esta ley podría vulnerar derechos fundamentales recogidos en nuestra Constitución, en concreto los artículos 16.2 y 18.4. La Agencia Española de Protección de Datos (el Reglamento General de Protección de Datos) también es muy claro al respecto.
Y por último también vulnera La Carta de los derechos fundamentales de la Unión Europea.
En cuanto a la obligación de vender en las farmacias la PPC amenazando con multas astronómicas que asustan a los profesionales, le sugiero a la ministra que se lea la Sentencia de junio de 2015 del TC.
Es importante que en este momento los Colegios Oficiales de Farmacéuticos y más el Consejo General de Farmacéuticos estén a la altura, se definan públicamente y sean valientes. Es obligación de los Colegios Profesionales defender a sus colegiados en materia de objeción de conciencia, tal como se especifica en los estatutos y Códigos Deontológicos.
Desde la Asociación Nacional para la Defensa del Derecho a la Objeción de Conciencia (ANDOC) haremos todo lo que esté en nuestras manos para ayudar a los profesionales sanitarios que vean comprometida su libertad y el libre ejercicio de sus derechos en sus trabajos, con calma, sosiego y valentía.
Eva Mª Martín García
Paradigma de la transformación del trabajo en Europa
Mucho se escribe estos días sobre las múltiples consecuencias en el trabajo humano de los acontecimientos que se han ido concatenando en la historia reciente del planeta: especialmente, la pandemia del covid, el confinamiento y el teletrabajo, la gran dimisión a la salida de la epidemia, la crisis económica en tantos países con mayor o menor inflación, los desajustes en las cadenas de producción, el relativo desencanto ante el planeta globalizado y las consecuencias del cambio climático, el progresivo envejecimiento de la población, etc.
Entre tantas y tan diversas informaciones, cuando seguimos en España con una tasa muy alta de desempleo, no podía imaginar que Alemania había traspasado la simbólica frontera de los dos millones de puestos de trabajo vacantes. Lo relataba el 23 de agosto el corresponsal de Le Monde en Berlín. Arrancaba su crónica con el texto de una oferta laboral de la página web de una cadena hotelera: "recepcionista, jornada completa, de 2.300 a 2.700 euros brutos al mes, 25 días libres al año". Los directivos no consiguen cubrir todos los puestos, ni otros semejantes, como personal de sala de desayunos o trabajadores de mantenimiento. La situación les va a exigir revisar a la baja sus planes de crecimiento empresarial.
Los problemas de este sector se acentúan en las zonas turísticas, como es bien sabido. Muchos han sufrido ya las consecuencias de la falta de operarios en los aeropuertos. Se anuncia un arranque de curso académico con déficit de profesores, especialmente en la enseñanza no universitaria, aquí ya lo estamos sufriendo. Pero, según informes solventes, afecta en Alemania a una de cada dos empresas de todos los sectores.
JD Mez Madrid
El llamado “Papa de la sonrisa”
La reforma que significó el Concilio Vaticano II, en la que Juan Pablo I, el llamado “Papa de la sonrisa” fue un impulsor, por cierto estos días ha sido beatificado, es la misma reforma que hoy alienta Francisco promoviendo una Iglesia más sinodal o participativa, desde la misma lógica de fidelidad al Evangelio. Por eso era clave reunir a un colegio cardenalicio que, cada vez más, refleja la diversidad y universalidad católica. Igual que involucró activamente a las Iglesias locales en el proceso de reformas, el Papa vuelve a contar con ellas en la fase de implementación. Y demuestra con los hechos que la curia romana está al servicio de las comunidades cristianas diseminadas por el mundo, conectada con sus retos y preocupaciones reales, no al margen, como en una torre de marfil. Este momento reclama un testimonio creíble de la fe, comenzando por el modo fraternal de vivir la pertenencia a la Iglesia.
Domingo Martínez Madrid
Esta forma alienta un narcisismo
La aplicación digital que ha arrasado este verano se llama Be real, es decir, “sé real”. Y es una buena muestra del desarrollo del narcisismo y de sus consecuencias. Cada vez es más frecuente elegir el destino de vacaciones, un restaurante o un concierto, no para vivirlo, sino para enseñarlo, para intentar demostrar que tenemos una vida estupenda. Be Real se ha presentado como una plataforma sincera y libre de filtros, en la que sus usuarios cuentan cómo es su vida de verdad, sin el glamour que puede haber detrás de un post preparado en otras redes sociales.
La aplicación envía una notificación en un momento aleatorio del día y el usuario tiene dos minutos para hacerse una fotografía. Be real, como todo producto de redes, vive de explotar la atención de los usuarios, provoca que el secuestro de la inteligencia y del afecto se prolonguen. Las redes sociales que nos convierten en supuestos protagonistas nos empujan a convertirnos en producto, a generar una imagen aparentemente atractiva.
José Morales Martín
“¡El orgullo! Hay que desconfiar de él como de la más espantosa de las calamidades. Aunque hayamos vencido a todos los vicios, permanece inalcanzable, infiltrándose en nuestros más nobles pensamientos. Es tenaz, sutil y envuelve nuestra alma como la campanilla se enreda en la planta. Crece en el odio, pero también acompaña a la búsqueda de la perfección. Mientras que los demás vicios, por virulentos que sean, permanecen bien definidos y es fácil atacarlos de frente, el orgullo se desliza y confunde nuestra alma hasta el punto de dejarla desconcertada. No creer más que en la propia miseria. Estas líneas pueden no estar bien escritas, pero son sinceras, y quizá ayuden a alguien. Pero ¿quién me asegura que no tienen a la soberbia como telón de fondo?”.
No son estas palabras de un Padre de la Iglesia. Son de un condenado a muerte que tuvo la suerte de una conversión profunda en la cárcel. Y lo que cuenta es su propia experiencia. Si las leemos despacio nos damos cuenta de que el pecado capital de la soberbia es de los que más nos puede afectar a todos y de los que más pueden dañar a la familia. ¡Qué difícil es llegar a esa idea de fondo: no creer más que en la propia miseria! Lo más normal es que nos creamos algo y, por lo tanto, exigimos un trato adecuado.
Si lo pensamos un poco nos resulta bastante difícil ser humildes. Reconocer nuestra miseria, lo poco que somos, lo que nos cuestan las cosas. Las comparaciones que surgen a la mínima de cambio en el trabajo, con nuestros amigos, en la propia familia. “No eres humilde cuando te humillas, sino cuando te humillan y lo llevas por Cristo” (Camino 594). Y, si lo pensamos un poco, somos conscientes de lo que cuesta humillarse, o sea desaparecer, no empeñarme en quedar bien, en salir con la mía.
Jesús D Mez Madrid
«El matrimonio debe estar por delante del trabajo»: Manuel Martínez-Sellés
ReL - 12.09.2022
Imagen de senivpetro en Freepik
Casado y padre de ocho hijos, Manuel Martínez-Sellés es jefe de sección de Cuidados Cardiológicos Agudos del hospital Gregorio Marañón, presidente del Colegio Oficial de Médicos de Madrid, autor de temas de bioética y familiares, y acaba de publicar el libro Salva tu matrimonio (Rialp), el cual pretende ayudar a muchas parejas que están a punto de naufragar o todos aquellos que quieren trabajar por su relación.
En entrevista con ReL responde a las siguientes preguntas:
-¿Qué le llevó a escribir este libro?
-La experiencia de matrimonios cercanos que se han roto y la constatación de que la gente cada vez se casa menos y que terminan en ruptura más del 70% de los matrimonios. Los casados no ponemos suficiente empeño para triunfar en el proyecto más importante de nuestras vidas.
-Muchos tendrán la tentación de pensar que esto no lo necesitan o que ya es demasiado tarde. ¿Qué les diría?
-Solo pido el beneficio de la duda. Si un matrimonio lee el libro hasta el final y sigue la metodología propuesta me permito ser optimista. Cada capítulo termina con un breve ejercicio que debe realizar primero cada esposo de forma individual y luego uno que debe realizar el matrimonio de forma conjunta. Creo que será una experiencia muy bonita para los que la hagan.
-En su libro destaca que hombres y mujeres somos distintos. ¿Eso es ir contracorriente?
-Los hombres tenemos una pareja de cromosomas XY en todas y cada una de nuestras células. Las mujeres tienen XX en todas sus células. Somos distintos ya que nuestras parejas de cromosomas sexuales determinan nuestro sexo gonadal, con el desarrollo de testículos en los varones y ovarios en las mujeres y las hormonas producidas por esas gónadas determinan nuestra genitalidad y nuestro fenotipo sexual. Las diferencias entre hombres y mujeres se pueden apreciar en términos físicos, biológicos y psicológicos. Por supuesto que también existen diferencias en ámbitos sociales y culturales. Algunas de estas diferencias son muy importantes en la vida matrimonial y es importante conocerlas.
-Pero usted va más allá y dice, no solo que somos distintos, sino que percibimos un mundo distinto…
-Esta es una de las claves del libro y explica que el marido no tiene razón, pero la mujer tampoco. Un ejemplo clásico de estas percepciones distintas es la temperatura, a nosotros la que marca el termostato nos suele parecer alta y nuestras mujeres acostumbran a sentir frío. Pero hay muchos otros, nuestra visión y audición son distintas, ellas diferencian mejor los colores y nosotros poseemos una visión túnel, que nos permite ver de forma más clara y precisa a mayor distancia, mientras nuestras mujeres tienen una visión periférica mediante la que perciben mejor los detalles cercanos, pero no los más alejados. Las mujeres también tienen un mejor oído que los hombres. La lista es larga y explica muchas desavenencias en los matrimonios.
-¿Qué me dice de las familias de origen? ¿Son una ayuda o un peligro para los matrimonios?
-La respuesta no es sencilla, pero hay más de lo segundo. La familia política puede ser una gran fuente de discusiones. En los casos más graves puede ser incluso necesario cierto aislamiento, pero lo ideal es establecer límites claros, priorizar el cónyuge y estar particularmente alerta en momentos críticos como nacimiento de hijos, fiestas familiares y vacaciones. Evitar temas conflictivos con suegros y cuñados puede facilitar mucho la relación de pareja.
-¿Es usted un esposo ejemplar?
-Estoy muy lejos de ello. Pero la clave es que nos demos cada día una nueva oportunidad. La vocación matrimonial implica entregarse completamente a otra persona, nos hacemos vulnerables al otro. La vida matrimonial es fuente de muchas satisfacciones y alegrías, pero incluye problemas, exigencias y no pocas decepciones.
-¿Qué me dice del móvil?
-Su mal uso lo convierte en enemigo del matrimonio. No debe entrar en el dormitorio y hay que apagarlo por la noche. Por supuesto que debería estar prohibido en comidas y reuniones familiares y silenciado en esos momentos a dos tan importantes. Tampoco recomiendo abusar de fotos (lo importante es vivir el momento) ni espiar el móvil del cónyuge (una falta manifiesta de confianza e incluso un delito). En los casos más graves mejor pasarse a un móvil que no sea smartphone.
-Usted tiene ocho hijos. ¿Son los hijos el centro del matrimonio?
-Desde luego que no, los hijos son un don y una maravilla, como sabemos los que tenemos la suerte de tenerlos. Pero no pueden ser el centro de la familia, el cónyuge debe estar siempre delante de ellos. Curiosamente, poner al esposo antes que a los niños provoca un impacto positivo también en los hijos. Aunque resulte paradójico, si queremos lo mejor para nuestros hijos, debemos priorizar nuestro amor hacia nuestro esposo.
-¿Qué es eso del esposo 'idiota' que defiende?
-Al menos uno de los esposos debería tener las características de IDIOTA: Ignorar lo malo; Dulzura; Integrar al otro; Original; Trabajador; Agradable. Si ambos son “idiotas” ese matrimonio será una gozada.
-Matrimonio/familia frente a trabajo ¿Cómo conciliar?
-Estoy en contra de la conciliación familiar. Conciliación viene del latín conciliatio. El concepto hace referencia a conseguir que dos partes opuestas logren llegar a un acuerdo en un término medio, pero familia y trabajo no deben estar al mismo nivel.
Es cierto que muchas veces es superior el esfuerzo puesto en conservar o mejorar el empleo que el que ponemos para conservar o mejorar nuestro matrimonio, pero el matrimonio debe estar por delante de cualquier trabajo, está en juego nuestra felicidad y, si los tenemos, la de nuestros hijos.
¿Qué objetivo profesional llega a los talones de ese? En los trabajos no hay nadie insustituible, en el matrimonio y en la familia somos todos irremplazables. Salir a una hora prudente, desconectar cuando estemos en casa, mirar más allá de los ingresos, son normas que nos ayudarán a mantener un equilibrio sano. No es fácil, y la dificultad aumenta a medida que vamos teniendo éxitos profesionales.
-¿Qué me dice de las “amistades peligrosas”?
-Mi consejo es que los amigos sean comunes, idealmente matrimonios, aunque eso no es imprescindible. Las amistades son necesarias para la vida matrimonial, no debemos vivir aislados en una burbuja. Pero el amor entre esposos y el amor entre amigos son de órdenes distintos y el primero debe ser siempre el conyugal.
Y sí creo que hay “amistades peligrosas” como las “especiales” del otro sexo, los solteros empedernidos anti-matrimonio, los que te invitan a planes inadecuados o hablan mal de tu cónyuge o del suyo, los que huyen de planes con nuestro cónyuge o los que son tan absorbentes que se comen tu tiempo.
-Con trabajo, responsabilidades, hijos, ¿queda tiempo para el cónyuge?
-La búsqueda de espacios y tiempos para una relación a solas con el cónyuge no es que sea importante, es esencial para el matrimonio. No disponer de un espacio propio solo para los dos suele ser un punto de fricción en muchos matrimonios. Yo recomiendo planificarlo, con protocolos que pueden, por ejemplo, incluir una hora al día y/o un día a la semana y/o un fin de semana al mes y/o una semana al año. La clave es cumplir con lo que acuerden ambos. Es difícil, muy difícil, pero debemos reservar un tiempo para hablar de todo, de lo pequeño y de lo grande, sin interferencias de terceros.
-¿Qué me dice del sexo?
-Pues que es muy importante. Pero hay que ir más allá. Las muestras de cariño nos ayudan a crecer como matrimonio. Besarnos con frecuencia, mirarnos a los ojos, darnos la mano. Parecen cosas sencillas pero su importancia es enorme. La ausencia de cariño suele acabar llevando a la incomunicación, a la falta de tacto y de sutileza.
-Muchos acaban de terminar las vacaciones, ¿se habrán roto muchos matrimonios en agosto?
-Los estudios muestran que las rupturas matrimoniales aumentan en periodo vacacional. Los motivos son varios, uno de ellos es que nos solemos generar expectativas sobre un viaje idílico en el que todo va a ser perfecto. Las vacaciones están plagadas de situaciones estresantes, debemos tomar “medidas preventivas” que suavicen o eviten los riesgos. Es clave asegurar que los dos quedemos satisfechos de lo planeado y que nos esforcemos por cumplir lo pactado, sabiendo que nos tocará ceder en más de un momento. Si priorizamos al cónyuge las vacaciones tendrán que incluir momentos románticos para estar solos. Si lo planeamos así las vacaciones pueden ser momentos preciosos que nos permitan descubrir aspectos del otro que no conocíamos,
-Y el dinero, ¿une o desune?
-Yo recomiendo unión total también en ese aspecto. Si los dos somos ya uno solo, qué sentido tienen las cuentas individuales, la separación de bienes, tener casas a nombre de uno. Tener una única cuenta bancaria simplifica pagos, promueve la transparencia, evita sorpresas desagradables y es una muestra de confianza. Además, si uno muere el otro seguirá teniendo acceso a los fondos de manera inmediata.
-Ya que menciona la muerte, ¿qué pinta un capítulo sobre la salud en un libro así?
-Es verdad que me sale la vena médica y me ha apetecido poner mi granito de arena para evitar una separación distinta, la derivada de la muerte prematura de uno de los dos. Pero unas pautas sencillas, no fumando, teniendo una dieta adecuada e incorporando el ejercicio en nuestras vidas hace que vivamos no solo más sino mejor.
-¿Qué me dice del perdón en el matrimonio?
-Equivocarse no debe ser un motivo de frustración, sino una oportunidad de disfrutar de la belleza de la reconciliación. Pero no es fácil pedir perdón ni perdonar. Todos nos equivocamos, cuando lo hace nuestro cónyuge te toca quererlo tal como es y seguir construyendo nuestro matrimonio. En la gran mayoría de casos veremos que la equivocación no fue deliberada sino fruto de las limitaciones de nuestro cónyuge. Todo se puede perdonar, aunque hay realidades que rompen la confianza y dificultan o incluso imposibilitan vivir el día a día del matrimonio. En tales circunstancias la reconciliación no será posible hasta que termine dicha realidad. Ante esta situación, muy excepcional, el cónyuge está no solo en el derecho, sino en el deber de protegerse y proteger a sus hijos mediante la separación, pero haciendo todo lo posible para que esta sea temporal.
-¿Un matrimonio “debe” ser feliz?
-Sí, la felicidad es un ingrediente fundamental del matrimonio. Los matrimonios que ríen juntos tienen un vínculo más fuerte. Nuestro amor tiene que ser alegre, optimista, no hay otra opción. Sabemos que nos va a ir bien hasta el final. Hay trucos para estar felices como no quejarse del cónyuge nunca, no comparar nuestro/a esposo/a con los demás y no culpabilizar al otro, ni criticarlo, ni presionarlo. El humor es clave, ya hay que saber quitar peso a las contrariedades, comunicarse con sinceridad y claridad. Por último, por favor centrarse en lo que el otro hace bien.
Recuerdo para nuestro asiduo colaborador D,Antonio Garcia Fuentes
Fallecido al pasado 28 de Agosto.