Las Noticias de hoy 12 Septiembre 2022

Enviado por adminideas el Lun, 12/09/2022 - 12:47

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Ideas  Claras

DE INTERES PARA HOY    lunes, 12 de septiembre de 2022      

Indice:

ROME REPORTS

El Papa: Recemos por la peregrinación de la paz a Kazajistán

El Papa: Dios no se queda "tranquilo" si nos alejamos de Él

El Papa: Recemos a María para que el mundo sea preservado de la guerra atómica

LA FE DE UN CENTURIÓN : Francisco Fernandez Carbajal

Meditaciones: dulce nombre de María

12 de septiembre: Dulce nombre de María

“Aprender en la Misa a tratar a Dios” : San Josemaria

Os he llamado amigos (V): Mirad qué buenos amigos : Ricardo Calleja

BUSCAR LA VERDAD : J.R. Ayllón

Fe, verdad y cultura. : Cardenal Joseph Ratzinger

Padre no hay más que uno : Juan Luis Selma

Confiar, creer y amar. El camino a la transformación interior : Tadeusz Kotlewski

No olvidemos, el fuego se apaga en invierno : Jesús Domingo Martínez

Todos tienen derecho a la vida : Domingo Martínez Madrid

Las cosas pueden ser a veces difíciles : Jesús D Mez Madrid

Un infierno demográfico : Domingo Martínez Madrid

Sigue siendo la tierra de María : JD Mez Madrid

Armamento para matar y destruir o para chatarra : Antonio García Fuentes

 

ROME REPORTS

 

El Papa: Recemos por la peregrinación de la paz a Kazajistán

Tras el rezo de la oración mariana del Ángelus dominical, el Papa Francisco recordó su próximo 38º viaje apostólico, que comenzará el 13 de septiembre. También pidió que se siga rezando por el pueblo ucraniano

Amedeo Lomonaco – Ciudad del Vaticano

"Pasado mañana partiré para un viaje de tres días a Kazajistán, donde participaré en el Congreso de Líderes de religiones mundiales y tradicionales". Tras el Ángelus, el Santo Padre recordó su próximo viaje apostólico a ese país asiático, representa:

“Una oportunidad para encontrar a muchos representantes religiosos y dialogar como hermanos, animados por el deseo común de la paz, paz de la que nuestro mundo está sediento”

"Quisiera ya desde ahora – dijo el Pontífice – dirigir un cordial saludo a los participantes, así como a las autoridades, a las comunidades cristianas y a toda la población de ese vasto país. Les agradezco los preparativos y el trabajo realizado con vistas a mi visita. Pido a todos que acompañen esta peregrinación de diálogo y paz con la oración".

El programa del viaje apostólico

El 38º viaje apostólico del Papa Francisco a Kazajistán, del 13 al 15 de septiembre, se celebra con motivo del VII Congreso de Líderes de religiones mundiales y tradicionales. La salida hacia Nursultán, la capital del país, está prevista para el 13 de septiembre. Tras la ceremonia de bienvenida en el palacio presidencial, está prevista una visita de cortesía al presidente de la República y una reunión con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático.

La inauguración del VII Congreso de Líderes de religiones mundiales y tradicionales está prevista para el 14 de septiembre, y estará precedida por una oración silenciosa de los líderes religiosos.

El Congreso, que reunirá a más de un centenar de delegaciones de cincuenta países, se centra en el tema: "El papel de los líderes de las religiones mundiales y tradicionales en el desarrollo espiritual y social de la humanidad en el período post-pandémico".

También el 14 de septiembre, tras los encuentros privados con algunos líderes religiosos, el Papa Francisco celebrará la Santa Misa en la Plaza de la Expo de Nursultán.

La jornada del 15 de septiembre iniciará con una reunión privada con los miembros de la Compañía de Jesús. El encuentro con los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y agentes de pastoral precederá a la lectura de la Declaración final y la conclusión del Congreso. Tras la ceremonia de despedida, el Obispo de Roma emprenderá si regreso desde el aeropuerto internacional Nursultán.

 

10/09/2022Kazajistán. Monseñor Dell'Oro: belleza y caridad son el camino del diálogo

Tras las huellas de San Juan Pablo II

Desde el punto de vista étnico, Kazajistán es uno de los Estados con mayor diversidad étnica del mundo. Sus habitantes superan los 19 millones. El 70% son de fe musulmana, el 26% son cristianos, predominantemente ortodoxos. Los católicos son unos 120.000.

El Papa Francisco será el segundo Pontífice que visita este país. San Juan Pablo II visitó Kazajistán en el 2001, diez años después de la proclamación de la independencia del país.

La República de Kazajistán proclamó su independencia el 16 de diciembre de 1991, siendo la última de las antiguas repúblicas soviéticas en hacerlo en el marco del proceso de disolución de la URSS.

"La fecha del 16 de diciembre de 1991 – había dicho el Papa Wojtyła durante la ceremonia de bienvenida en el 2001 – está grabada de forma indeleble en los anales de su historia. La libertad recuperada ha reavivado en ustedes una fe más fuerte en el futuro y estoy convencido de que la experiencia que han vivido es rica en enseñanzas de las que sacar partido para avanzar con valor hacia nuevas perspectivas de paz y progreso. Kazajistán quiere crecer en fraternidad, diálogo y entendimiento, premisas indispensables para tender puentes de solidaridad y cooperación con otros pueblos, naciones y culturas".

“Seguimos rezando por el pueblo ucraniano”

Después de rezar el Ángelus, el pensamiento del Pontífice se dirigió de nuevo a Ucrania. Francisco dijo:

“Seguimos rezando por el pueblo ucraniano, para que el Señor le dé consuelo y esperanza. En estos días el cardenal Krajewski está en Ucrania para visitar varias comunidades y testimoniar concretamente la cercanía del Papa y de la Iglesia”

 

10/09/2022El Papa: Recemos a María para que el mundo sea preservado de la guerra atómica

Cierre de la central eléctrica de Zaporizhzhia

"La central atómica de Zaporizhzhia ha sido completamente cerrada por razones de seguridad con la parada del último reactor que quedaba en funcionamiento". Así lo anunció el operador ucraniano de energía nuclear, Energoatom. Se decidió poner el reactor número seis en el estado más seguro: el estado frío".

El director del Organismo Internacional de Energía Atómica de la ONU había pedido el "cese urgente e inmediato de todos los bombardeos en toda la zona de la central atómica", la mayor de Europa. Sobre el terreno, las batallas continúan en diferentes partes de Ucrania. 

 

11/09/2022El Papa: Dios no se queda "tranquilo" si nos alejamos de Él

 

A las operaciones militares de las tropas ucranianas en las regiones del este, las fuerzas rusas responden con ataques aéreos y de misiles. Los combates tienen lugar especialmente en la región de Lugansk. En Telegram, el jefe de la administración militar regional, Serhiy Gaidai, escribe que los ocupantes rusos y sus colaboradores locales están huyendo.

 

El Papa: Dios no se queda "tranquilo" si nos alejamos de Él

Antes de rezar el Ángelus dominical, el Papa Francisco se refirió a las tres parábolas de la misericordia, para recordar que "el Señor no calcula la pérdida y los riesgos”, sino que “tiene un corazón de padre y madre, y sufre al echar de menos a sus hijos amados”

 

Vatican News

Puntualmente a mediodía el Santo Padre se asomó a la ventana del Palacio Apostólico para saludar a los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro que deseaban rezar con él el Ángelus dominical, escuchar su comentario al Evangelio y recibir su bendición apostólica. Francisco, tras saldarlos, comenzó recordando que el Evangelio de la liturgia de hoy nos presenta las “tres parábolas de la misericordia”.

“De hecho, los protagonistas de las parábolas, que representan a Dios, son un pastor que busca a la oveja perdida, una mujer que encuentra la moneda perdida y el padre del hijo pródigo”

Tras explicar que Jesús las relata en respuesta a las murmuraciones de los fariseos y de los escribas, el Santo Padre añadió que “Jesús, al acoger a los pecadores y comer con ellos, nos revela que Dios es justamente así: no excluye a nadie, desea que todos estén en su banquete, porque ama a todos como a hijos”. De manera que:

“Las tres parábolas, pues, resumen el corazón del Evangelio: Dios es Padre y viene a buscarnos cada vez que nos hemos extraviado”

El Obispo de Roma invitó a detenernos en el aspecto común a esos tres protagonistas, que podríamos definir así: “la inquietud por aquello que les hace falta”. En efecto, “los tres, en el fondo, si hicieran un poco de cálculos, podrían estar tranquilos: al pastor le falta una oveja, pero tiene otras noventa y nueve; a la mujer le falta una moneda, pero tiene otras nueve; e incluso el Padre tiene otro hijo, que es obediente, al cual dedicarse”.

“En cambio, en sus corazones hay inquietud por aquello que les falta: la oveja, la moneda, el hijo que se ha ido. El que ama se preocupa por lo que echa de menos, siente nostalgia por el que está ausente, busca al que está perdido, espera al que se ha alejado. Porque quiere que nadie se pierda”

Así es Dios

Por todo esto el Santo Padre dijo que “así es Dios” y “no se queda tranquilo si nos alejamos de Él”, sino que “se aflige, se estremece en lo más íntimo y se pone a buscarnos, hasta que nos vuelve a tener en sus brazos”. Además:

“El Señor no calcula la pérdida y los riesgos, tiene un corazón de padre y madre, y sufre al echar de menos a sus hijos amados. Sí, Dios sufre por nuestra lejanía, y cuando nos perdemos, espera nuestro regreso”

“Dios nos espera siempre con los brazos abiertos”

El Pontífice reafirmó “Dios nos espera siempre con los brazos abiertos, sea cual sea la situación de la vida en la que nos hayamos perdido. Como dice un salmo, Él no duerme, siempre vela por nosotros”.

De ahí su invitación a mirarnos a nosotros mismos y preguntarnos si ¿imitamos al Señor en esto, si tenemos la inquietud por lo que nos falta, o si sentimos nostalgia por quien está ausente, o alejado de la vida cristiana? En otras palabras:

“¿Realmente echamos de menos a quien falta en nuestra comunidad? ¿O estamos cómodos entre nosotros, tranquilos y dichosos en nuestros grupos, sin tener compasión por quien está lejos?”

En efecto, el Papa añadió que no se trata sólo de estar abiertos a los demás, sino a seguir el Evangelio. Por eso debemos reflexionar “sobre nuestras relaciones”:

“¿Rezo por quien no cree, por el que está lejos? ¿Atraemos a los alejados por medio del estilo de Dios, que es la cercanía, la compasión y la ternura?”

El Padre – dijo Francisco antes de rezar a la antífona mariana – nos “pide que estemos atentos a los hijos que más echa de menos”. “Preocupémonos – concluyó – por responder estas preguntas y recemos a la Virgen, la madre que no se cansa de buscarnos y de cuidar de nosotros, sus hijos.

 

El Papa: Recemos a María para que el mundo sea preservado de la guerra atómica

En su discurso a los participantes en la sesión plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias, el Pontífice recordó que San Juan Pablo II dio gracias a Dios porque, por intercesión de la Virgen, el planeta no ha conocido el horror del conflicto nuclear. "Por desgracia, debemos seguir rezando por este peligro". Que los científicos, añade Francisco, formen una fuerza por la paz

 

Amedeo Lomonaco - Ciudad del Vaticano

"Es necesario movilizar todos los conocimientos basados en la ciencia y la experiencia para superar la miseria, la pobreza, la nueva esclavitud y para evitar las guerras. Rechazando algunas investigaciones, inevitablemente destinadas, en circunstancias históricas concretas, a un final de muerte, los científicos de todo el mundo pueden unirse en una voluntad común de desarmar la ciencia y formar una fuerza de paz". Así lo destacó el Papa Francisco al reunirse con los participantes en la sesión plenaria de la Pontificia Academia de las Ciencias centrada en el tema: "La ciencia básica para el desarrollo humano, la paz y la salud planetaria". El Pontífice pide a los miembros de este organismo en particular que promuevan, en este momento de la historia, "el conocimiento que tiene como objetivo la construcción de la paz".

Después de las dos trágicas guerras mundiales, parecía que el mundo había aprendido a encaminarse progresivamente hacia el respeto de los derechos humanos, el derecho internacional y las diversas formas de cooperación. Pero, por desgracia, la historia muestra signos de retroceso. No sólo se intensifican conflictos anacrónicos, sino que resurgen los nacionalismos cerrados, exasperados y agresivos (cf. Encíclica Fratelli tutti, 11), así como nuevas guerras de dominación, que afectan a los civiles, a los ancianos, a los niños y a los enfermos, y causan destrucción por doquier.

La tercera tuerra mundial en pedazos

 

13/03/2022El Papa pide el fin de la guerra: "En nombre de Dios, ¡detengan esta masacre!"

Nuevas e inquietantes sombras, que parecían destinadas a desvanecerse, envuelven ahora el mundo. El Pontífice, refiriéndose a este oscuro escenario, señala la luz de la oración.

Los numerosos conflictos armados en curso preocupan seriamente. Dije que era una tercera guerra mundial "a pedazos", hoy quizás podemos decir “total” y los riesgos para las personas y el planeta son cada vez mayores. San Juan Pablo II agradeció a Dios que, por la intercesión de María, el mundo había sido preservado de la guerra atómica. Por desgracia, debemos seguir rezando por este peligro, que debería haberse conjurado hace tiempo.

Llamados a ser testigos de libertad y justicia

Las palabras del Papa son también una súplica, una exhortación a escuchar el grito de dolor de la tierra y de los que son víctimas de la injusticia.

En nombre de Dios, que creó a todos los seres humanos para un destino común de felicidad, estamos llamados hoy a dar testimonio de nuestra esencia fraterna de libertad, justicia, diálogo, encuentro reciproco, amor y paz, evitando alimentar odio, resentimiento, división, violencia y guerra. En nombre del Dios que nos dio el planeta para salvaguardarlo y desarrollarlo, hoy estamos llamados a la conversión ecológica para salvar la casa común y nuestras vidas junto con las de las generaciones futuras, en lugar de aumentar la desigualdad, la explotación y la destrucción.

La Iglesia es aliada de los científicos

25/03/2022El Papa consagra Rusia y Ucrania a la Virgen pidiéndole "el fin de la guerra insensata"

El Papa subraya a continuación que "los logros científicos de este siglo deben estar siempre orientados por las exigencias de la fraternidad, de la justicia y de la paz, contribuyendo a resolver los grandes desafíos que la humanidad y su hábitat tienen que enfrentar". El trabajo forzado, la prostitución y el tráfico de órganos son "crímenes contra la humanidad, que van de la mano con la pobreza, también se dan en los países desarrollados, en nuestras ciudades". "¡El cuerpo humano -explica el Papa- nunca puede ser, ni en parte ni en su totalidad, objeto de comercio!". El Pontífice anima a los académicos a "trabajar por la verdad, la libertad, el diálogo, la justicia y la paz: "hoy más que nunca la Iglesia católica es aliada de los científicos que siguen esta inspiración".

La tarea de salvaguardar la creación

Entre los pliegues de su discurso, Francisco plantea también una pregunta que se entrelaza con la historia: "¿por qué los Papas, a partir de 1603, quisieron tener una Academia de las Ciencias?" "La Iglesia -observa el Pontífice- comparte y promueve la pasión por la investigación científica como expresión del amor a la verdad, por el conocimiento del mundo, del macrocosmos y del microcosmos, de la vida en la estupenda sinfonía de sus formas. En la base se encuentra una actitud contemplativa. Existe la tarea, añade finalmente Francisco, de "custodiar la creación".

 

 

LA FE DE UN CENTURIÓN

— La humildad, primera condición para creer.

— El crecimiento de la fe.

— Humildad para perseverar en la fe.

I. Es posible que la escena que se narra en el Evangelio de la Misa1 tuviera lugar a la caída de la tarde, cuando Jesús, terminadas sus enseñanzas al pueblo, entró en la ciudad de Cafarnaún. Llegaron entonces unos ancianos de los judíos para interceder por un Centurión que tenía un criado enfermo, al que estimaba mucho. Aparece este gentil como un alma de grandes virtudes. Es un hombre que sabe mandar, pues le dice a un soldado ve y va; y a otro: ven y viene. Y al mismo tiempo tiene un gran corazón, sabe querer a los que le rodean, como a ese criado enfermo, por quien hace todo lo que está en su mano para que sane. Es un hombre generoso, que había costeado la sinagoga de esta ciudad: se hace respetar y querer, pues, como escribe San Lucas, los judíos principales que acuden a Jesús le insisten diciendo: merece que le concedas esto, aprecia a nuestro pueblo.

Sobre todo, sobresale por su fe humilde. Después de recibir estas recomendaciones de sus amigos, Jesús se puso en camino con ellos. Y cuando estaba ya cerca de la casa, el Centurión envió al Maestro una nueva embajada para decirle: Señor, no te tomes esa molestia, porque no soy digno de que entres en mi casa, por eso ni siquiera yo mismo me he considerado digno de venir a ti, pero di una palabra y mi criado quedará sano...

Esta fe llena de humildad conquistó el corazón de Jesús, de tal manera que el Señor quedó admirado de él, y volviéndose a la multitud que le seguía, dijo: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.

La humildad es la primera condición para creer, para acercarnos a Cristo. Esta virtud es el camino ancho por el que llega la fe y también el medio para aumentarla. La humildad nos capacita para hacernos entender por Jesús. Al comentar San Agustín este pasaje del Evangelio, asegura que fue la humildad la puerta por donde el Señor entró a posesionarse del que ya poseía2. Pidamos hoy nosotros al Señor una sincera humildad que nos acerque a Él, que haga más grande y firme nuestra fe y que nos disponga a hacer en todo su Voluntad santísima. «Me confiaste que, en tu oración, abrías el corazón al Señor con las siguientes palabras: “considero mis miserias, que parecen aumentar, a pesar de tus gracias, sin duda por mi falta de correspondencia. Conozco la ausencia en mí de toda preparación, para la empresa que pides. Y, cuando leo en los periódicos que tantos y tantos hombres de prestigio, de talento y de dinero hablan y escriben y organizan para defender tu reinado..., me miro a mí mismo y me encuentro tan nadie, tan ignorante y tan pobre, en una palabra, tan pequeño..., que me llenaría de confusión y de vergüenza si no supiera que Tú me quieres así. ¡Oh, Jesús! Por otra parte, sabes bien cómo he puesto, de buenísima gana, a tus pies, mi ambición... Fe y Amor: Amar, Creer, Sufrir. En esto sí que quiero ser rico y sabio, pero no más sabio ni más rico que lo que Tú, en tu Misericordia sin límites, hayas dispuesto: porque todo mi prestigio y honor he de ponerlo en cumplir fielmente tu justísima y amabilísima Voluntad”»3.

II. Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. ¡Qué elogio tan grande! ¡Con qué alegría pronunciaría el Señor estas palabras! Meditemos hoy cómo es nuestra fe y pidamos a Jesús que nos otorgue la gracia de crecer en ella, día a día.

San Agustín enseñaba que tener fe es: «Credere Deo, credere Deum, credere in Deum»4, en una fórmula clásica entre los teólogos. Es decir: creer a Dios que sale a nuestro encuentro y se da a conocer; creer todo lo que Dios dice y revela, las verdades que comunica en ese encuentro personal; y, por último, creer en Dios, amándole, confiar sin medida en Él. Progresar en la fe es crecer en estas facetas. Creer a Dios lleva consigo la seria preocupación por mejorar la formación doctrinal, por crecer en el conocimiento de Dios. Hoy podemos examinar cómo es nuestro afán por conocer mejor a Dios y todo lo que Él nos ha revelado; quizá podríamos preguntarnos por el interés en la lectura espiritual, con cuya asiduidad adquirimos, a lo largo de los años, unos fundamentos firmes, y por la constancia en los medios de formación (círculos, charlas, retiros...), que quizá tenemos la inmensa suerte de encontrar a nuestro alcance. El afán por conocer mejor a Dios se concretará además en la fidelidad a la verdad revelada por Dios, proclamada por la Iglesia, protegida y predicada por su Magisterio.

Creer a Dios lleva consigo crecer en nuestra relación personal con Él, tratarle diariamente en la oración, en diálogo amoroso, como a nuestro Creador y Redentor, que viene diariamente a nuestro encuentro en la Sagrada Eucaristía, en la oración personal, y en tantas ocasiones en medio del trabajo, y en las dificultades y en las alegrías... Creer a Dios nos lleva a verle muy cerca de nuestro vivir diario5.

El tercer aspecto de la fe –creer en Dios– es la coronación y el gozo de los otros dos: es el amor que lleva consigo toda fe verdadera. «Señor, creo en Ti y te amo, hablo contigo, pero no como con un extraño, porque al tratarte, te voy conociendo y es imposible que te conozca y no te ame; pero si te amo, veo claro que he de luchar por vivir, día tras día, con arreglo a tu palabra, a tu voluntad, a tu verdad»6.

III. Y cuando volvieron a casa, los enviados encontraron sano al siervo.

Todos los milagros que hizo Jesús procedían de un Corazón lleno de amor y de misericordia; nunca realizó un prodigio que lastimase a nadie. Tampoco efectuó un milagro para su propia utilidad. Le vemos pasar hambre y no convierte las piedras en pan, padecer sed y le pide de beber a una mujer samaritana, junto al pozo de Jacob7. Y cuando Herodes le exige que haga una proeza, guarda silencio, a sabiendas de que aquel hombre podía darle la libertad... El fin de los milagros es el bien de los que se acercaban a Él, para que crean que Tú me has enviado8. Las obras de misericordia corporales se transforman en un mayor bien de las almas. Por eso, aquella tarde, cuando el Centurión pudo contemplar sano a su siervo, el milagro le unió más a Jesús. Hemos de suponer que después de Pentecostés fue uno de aquellos primeros gentiles que recibieron el Bautismo, y sería fiel al Maestro hasta el fin de sus días.

La fe verdadera nos une a Jesucristo Redentor y a su potestad sobre todas las criaturas, y nos da una seguridad y una firmeza que están por encima de toda circunstancia humana, de cualquier acontecimiento que pueda sobrevenir. Pero para tener esa fe necesitamos la humildad de este Centurión: sabernos nada ante Jesús; no desconfiar jamás de su auxilio, aunque alguna vez tarde algo en llegar o venga de distinto modo a como nosotros esperábamos.

San Agustín afirmaba que todos los dones de Dios podían reducirse a este: «Recibir la fe y perseverar en ella hasta el último instante de la vida»9. La humildad de saber que podemos traicionar la fe recibida, que somos capaces de separarnos del Maestro, nos ayudará a no dejar jamás el trato diario con Él, y esos medios de formación que nos enseñan a conocer mejor a Dios y nos suministran los argumentos que precisamos para darlo a conocer. El verdadero obstáculo para perseverar en la fe es la soberbia. Dios resiste a los soberbios, y da su gracia a los humildes10. Por eso hemos de pedir la humildad con mucha frecuencia.

En Nuestra Señora encontramos esa unión profunda entre la fe y la humildad. Su prima Isabel la saludará, movida por el Espíritu Santo, con estas palabras: Bienaventurada, feliz tú, porque has creído... Y el Espíritu Santo pondrá en boca de la Virgen Madre: —Una inmensa felicidad embarga mi alma. Y todas las generaciones me llamarán bienaventurada... Pero la razón última no es nada mío, sino que Dios ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava, Él ha abierto mi corazón y lo ha llenado de gracias...11. Acudamos a Ella para que nos enseñe a crecer en esta virtud de la humildad, donde la fe tiene sus cimientos firmes. «La Esclava del Señor es hoy la Reina del Universo. Quien se humilla será exaltado (Mt 23, 12). Que sepamos ponernos al servicio de Dios sin condiciones y seremos elevados a una altura increíble; participaremos en la vida íntima de Dios, ¡seremos como dioses!, pero por el camino reglamentario: el de la humildad y la docilidad al querer de nuestro Dios y Señor»12.

1 Lc 7, 1-10. — 2 Cfr. San Agustín, Sermón 46, 12. — 3 San Josemaría Escrivá, Forja, Rialp, 2ª ed., Madrid 1987, n. 822. — 4 San Agustín, Sermón 144, 2. — 5 Cfr. P. Rodríguez, Fe y vida de fe, EUNSA, Pamplona 1974, pp. 124-125. — 6 Ibídem, p. 125. — 7 Cfr. Jn 4, 7. — 8 Jn 11, 42. — 9 San Agustín, Sobre el don de la perseverancia, 17, 47; 50, 641. — 10 Sant 4, 6. — 11 Cfr. Lc 1, 45 ss. — 12 A. Orozco, Mirar a María, Rialp, Madrid 1981, p. 238.

 

Meditaciones: dulce nombre de María

Reflexión para meditar en la festividad del dulce nombre de María. Los temas propuestos son: una madre cercana, a la que llamamos por el nombre; esperanza en medio de las dificultades; María nos lleva a Jesús.

12/09/2022

Una madre cercana, a la que llamamos por el nombre.

Esperanza en medio de las dificultades.

María nos lleva a Jesús.


LA SORPRESA de santa Isabel debió de ser grande cuando, en medio de su embarazo, recibió la visita de su prima. «Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre –dijo Isabel–. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme?» (Lc 1,41-43). La cercanía de María hace que la esposa de Zacarías se sienta desbordada de alegría. Meses antes había recibido con gozo la noticia de que daría a luz; y ahora el Señor le da una nueva gracia, enviándole a su prima para que la acompañe en ese momento tan especial.

Este estupor de santa Isabel se repite en el corazón de los cristianos cuando descubren la cercanía de María en sus vidas y, por tanto, la del Señor. Jesucristo se introduce en el tiempo no de una manera extraña, sino en las entrañas de su Madre. Y precisamente ella es la primera que viene a nuestro encuentro, como lo hizo con su prima. La fiesta del Dulce Nombre de María nos recuerda que tenemos una madre cercana, a la que podemos llamar con la certeza de ser escuchados. «De esa cordialidad, de esa confianza, de esa seguridad, nos habla María. Por eso su nombre llega tan derecho al corazón»[1].

Nuestra fe y esperanza se encienden cuando pronunciamos el nombre de la Madre de Jesús. No es difícil dirigirse a ella: basta que la llamemos con la naturalidad de hijos. Como repetía san Josemaría: «La relación de cada uno de nosotros con nuestra propia madre puede servirnos de modelo y de pauta para nuestro trato con la Señora del Dulce Nombre, María. Hemos de amar a Dios con el mismo corazón con el que queremos a nuestros padres, a nuestros hermanos, a los otros miembros de nuestra familia, a nuestros amigos o amigas: no tenemos otro corazón. Y con ese mismo corazón hemos de tratar a María»[2].


«EN CUANTO llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno» (Lc 1,44). Las palabras de María hacen que Juan se mueva en el seno de su madre. Detrás de la alegría de su hijo, santa Isabel percibe que la Virgen lleva consigo la esperanza de Israel. Por eso no se ahorra las alabanzas al dirigirse a ella: «Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. (…) Bienaventurada la que ha creído, porque se cumplirán las cosas que se le han dicho de parte del Señor» (Lc 1,42.45).

Al igual que santa Isabel, también nosotros podemos alabar a nuestra Madre porque ha dejado obrar a Dios en su vida y, así, el mundo ha sido alcanzado por la paz. Esto nos puede llenar de esperanza en medio de nuestras luchas cotidianas. En efecto, muchos santos han aconsejado dirigirse a santa María en medio de las tribulaciones para encontrar optimismo y serenidad. «En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María –escribía san Bernardo–. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón»[3].

No importa que, en ocasiones, nuestra vida parezca un mar agitado por las debilidades: llamar a santa María nos llena de seguridad. «En la tradición occidental el nombre “María” se ha traducido como “Estrella del Mar”. Así se expresa precisamente esta experiencia: ¡cuántas veces la historia en la que vivimos aparece como un mar oscuro que azota amenazadoramente con sus olas la barca de nuestra vida! A veces la noche parece impenetrable. (…) A menudo entrevemos solo de lejos la gran Luz, Jesucristo, que ha vencido la muerte y el mal. Pero entonces contemplamos muy próxima la luz que se encendió cuando María dijo: “He aquí la sierva del Señor”. Vemos la clara luz de la bondad que emana de ella»[4].


LA VIRGEN recibe con sencillez las alabanzas de santa Isabel: «Engrandece mi alma al Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador» (Lc 1,46-47). La verdadera devoción hacia santa María nos hace dirigirnos espontáneamente hacia Dios, la fuente de todas las gracias. Si ella exclama que «desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1,48), es porque la potencia del Señor se ha hecho presente en su vida.

María ocupa en la oración del cristiano «un lugar privilegiado, porque es la Madre de Jesús. Las Iglesias de Oriente la han representado a menudo como la Odighitria, aquella que “indica el camino”, es decir, el Hijo Jesucristo (…) En la iconografía cristiana su presencia está en todas partes, y a veces con gran protagonismo, pero siempre en relación al Hijo y en función de él. Sus manos, sus ojos, su actitud son un catecismo viviente y siempre apuntan al fundamento, el centro: Jesús. María está totalmente dirigida a él»[5].

Al celebrar el dulce nombre de María, podemos pedirle que nos siga indicando el camino hacia su Hijo. La oración que dirigimos a ella nos une espontáneamente hacia Jesús. En el avemaría la aclamamos como «bendita entre todas las mujeres», e inmediatamente después añadimos: «Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús». Cuando en ocasiones no sepamos cómo dirigirnos al Señor, nuestra Madre nos ofrece una ruta segura para llegar a él, pues «a Jesús siempre se va y se “vuelve” por María»[6].


[1] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 142.

[2] Ibidem.

[3] San Bernardo, Sobre la excelencias de la Virgen Madre, 2, 17.

[4] Benedicto XVI, Homilía, 12-IX-2009.

[5] Francisco, Audiencia general, 24-III-2021.

[6] San Josemaría, Camino, n. 495.

 

 

12 de septiembre: Dulce nombre de María

Comentario de la fiesta del Dulce nombre de María. “María se levantó y marchó deprisa a la montaña”. Tú y yo somos portadores de Cristo y hemos de mostrarlo al mundo con la cercanía pronta y cariñosa.

12/09/2022

Evangelio (Lc 1, 39-47)

Por aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo:- Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mi tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú, qué has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor.

María exclamó:

- Proclama mi alma las grandezas del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.


Comentario

María viaja deprisa. El amor es diligente, vence la pereza, las aprensiones y la fatiga. Emprende un camino largo hasta la montaña de Judea: más de 100 Km. Con toda seguridad pasaría por Jerusalén, porque Ain Karim estaba a poca distancia de la ciudad de David, y se acercaría a adorar a Dios en su Templo, llevando a Jesús en su seno. Camina con alegría, porque lleva al Salvador del mundo y va a compartir las maravillas de Dios con Isabel, a quien tanto quiere. En la Anunciación el ángel no le ha dicho a María que vaya a ver a Isabel, es ella quien toma la iniciativa. ¡Qué importante es que tú y yo tengamos iniciativas santas, que den gloria a Dios y ayuden a los demás! Tú y yo somos portadores de Cristo y hemos de mostrarlo al mundo con iniciativas, que secunden la acción del Espíritu Santo para difundir el amor de Dios a nuestro alrededor.

María saluda al entrar en la casa: `la paz de Dios sea contigo´, y su voz virginal llena la estancia. La casa de Isabel se ilumina con una alegría nueva. Dos madres se abrazan. Cada una lleva en su seno el fruto del amor misericordioso de Dios. Y fíjate: el Señor permanece callado, pero su silencio lo suple la Gracia. Hace prorrumpir en alabanzas a Isabel, que llama a María por su nuevo nombre: Madre del Señor, y el hijo que espera Isabel se estremece de gozo. Dios quiere mostrarse al mundo mediante el cariño, mediante la amistad.

No nos dice san Lucas que san José estuviese presente, pero podemos pensar que acompañó a su esposa Inmaculada en aquel largo viaje. También él permanece en silencio, maravillado por las palabras de Isabel, al ver que el Espíritu Santo le había dado a conocer el misterio de la plenitud de los tiempos: que el Hijo unigénito de Dios se había encarnado en el seno purísimo de María. Muchas veces san José rememoraba ese momento y lo contemplaba de nuevo, como si estuviese presente y escuchase otra vez el saludo alegre de la Virgen y las palabras de Isabel.

 

 

“Aprender en la Misa a tratar a Dios”

Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario... —Pero más humillación y más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, y que en Nazaret y que en la Cruz. Por eso, ¡qué obligado estoy a amar la Misa! (“Nuestra” Misa, Jesús...). (Camino, 533)

12 de septiembre

Quizá, a veces, nos hemos preguntado cómo podemos corresponder a tanto amor de Dios; quizá hemos deseado ver expuesto claramente un programa de vida cristiana. La solución es fácil, y está al alcance de todos los fieles: participar amorosamente en la Santa Misa, aprender en la Misa a tratar a Dios, porque en este Sacrificio se encierra todo lo que el Señor quiere de nosotros.

Permitid que os recuerde lo que en tantas ocasiones habéis observado: el desarrollo de las ceremonias litúrgicas. Siguiéndolas paso a paso, es muy posible que el Señor haga descubrir a cada uno de nosotros en qué debe mejorar, qué vicios ha de extirpar, cómo ha de ser nuestro trato fraterno con todos los hombres.

El sacerdote se dirige hacia el altar de Dios, del Dios que alegra nuestra juventud. La Santa Misa se inicia con un canto de alegría, porque Dios está aquí. Es la alegría que, junto con el reconocimiento y el amor, se manifiesta en el beso a la mesa del altar, símbolo de Cristo y recuerdo de los santos: un espacio pequeño, santificado porque en esta ara se confecciona el Sacramento de la infinita eficacia. (Es Cristo que pasa, 88)

 

 

 

 

Os he llamado amigos (V): Mirad qué buenos amigos

La amistad que ofrece un cristiano a quienes le rodean siempre ha sido un motivo de admiración. Con el paso del tiempo, surgen siempre nuevos escenarios y nuevos retos.

23/08/202

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Corren los últimos años del siglo II. Los cristianos que viven en el Imperio Romano son perseguidos con violencia. Un jurista llamado Tertuliano, que había abrazado el cristianismo poco tiempo atrás, sale en defensa de sus hermanos en la fe, a quienes ahora conoce más de cerca. Y lo hace a través de un tratado en el que busca informar a los gobernadores de las provincias romanas sobre la verdadera vida de quienes eran acusados injustamente. Él mismo había admirado a los cristianos aún sin serlo, especialmente a los mártires; pero ahora, recogiendo la opinión de muchos, Tertuliano resume en un comentario lo que se dice sobre aquellas pequeñas comunidades: “¡Mirad cómo se aman entre sí!”[1].

Son muchos los testimonios de esta amistad que vivían los primeros cristianos. Poco antes, recién comenzado el mismo siglo, el obispo san Ignacio de Antioquía, mientras se dirigía a Roma para su martirio, escribió una carta al joven obispo Policarpo. En ella, entre varios consejos, le exhorta a acercarse «con mansedumbre» a quienes están lejos de la Iglesia, ya que no tendría mérito amar solo a «los buenos discípulos»[2]. Efectivamente, sabemos que Cristo se hace presente en la historia a través de su Iglesia, de sus sacramentos, de la Sagrada Escritura, pero también a través de la caridad con que los cristianos tratamos a quienes nos rodean. La amistad es uno de esos «caminos divinos de la tierra»[3] que Dios ha abierto al haberse hecho hombre, amigo de sus amigos. Es un terreno en donde se palpa, de manera especial, esa cooperación misteriosa entre la iniciativa de Dios y nuestra correspondencia.

LA CONFIANZA ENTRE LOS AMIGOS CRECE GENERALMENTE EN MEDIO DE UNA ACTIVIDAD COMÚN

Por eso, para que Cristo llegue a los demás a través de nuestras relaciones, es importante crecer en la virtud y en el arte de la amistad; desplegar la capacidad de querer a los demás y de querer con los demás; dejar que nuestra vida se amolde a esa ilusión de compartirla con otros. Procuramos, por tanto, que nuestro carácter se forme –o se reforme– para hacernos amables y tender puentes. Queremos que incluso nuestros gestos, nuestro modo de hablar, de trabajar o de movernos, favorezcan el encuentro con los demás. Todo esto, contando siempre con nuestra propia manera de ser y con nuestras personales limitaciones, ya que existen infinitas de maneras de ser buen amigo.

Uno al lado del otro

Decía C.S. Lewis que nos imaginamos «a los enamorados mirándose cara a cara, y en cambio a los amigos, uno al lado del otro mirando hacia delante»[4], hacia algo que hacer, que alcanzar juntos. Un amigo no solamente quiere al amigo, sino que quiere con él; se apasiona con las actividades, proyectos e ideales valiosos de la otra persona. Aquella amistad muchas veces brota simplemente compartiendo tareas que son verdaderos bienes comunes y, así, los amigos crecen juntos en las virtudes necesarias para alcanzarlos.

En este sentido, cuánto ayuda entusiasmarse con cosas buenas, tener ambiciones nobles. Puede tratarse de una empresa profesional o académica; de una iniciativa cultural, educativa o artística, desde leer o escuchar música en grupo, hasta promover actividades para el gran público; de formas de servicio social o cívico; también puede tratarse de una iniciativa formativa, como un club juvenil o familiar, o una actividad destinada a la difusión del mensaje cristiano. La amistad se consolida también compartiendo tareas domésticas como decorar, cocinar, hacer bricolaje, jardinería y, por supuesto, en medio de la práctica de algún deporte, excursiones, juegos y otras aficiones. Todas estas actividades son ocasión de disfrutar en compañía, allí crecen poco a poco la confianza y la apertura mutua hacia otras dimensiones de la propia vida. Al final, es difícil –e incluso, tal vez, innecesario– saber si hacemos todas estas cosas para estar con nuestros amigos o si tenemos amigos para hacer cosas buenas con ellos.

Por el contrario, quien afronta su vida de un modo meramente funcional, pensando todo desde el punto de vista práctico, verá muy disminuida su capacidad para hacer amigos. Podrá tener, como mucho, colaboradores en ciertas tareas útiles o cómplices para pasar el rato. Es entonces cuando se instrumentaliza la amistad, ya que se la pone solamente al servicio de un proyecto centrado en uno mismo.

«Así debería ser»

Pero la amistad no es solamente hacer cosas juntos. Debe ser «amistad “personal”, sacrificada, sincera: de tú a tú, de corazón a corazón»[5]. Aunque entre los amigos no hacen falta las palabras en todo momento, es propio de los amigos conversar. Y es todo un arte aprender a suscitar buenas conversaciones, con una o varias personas. Por eso, quien quiere crecer en amistad, evita el activismo frenético y busca tiempos propicios para estar juntos, sin mirar relojes ni teléfonos móviles. Si buscamos facilitar este intercambio personal, tampoco es indiferente el lugar, el ambiente. Por eso ayuda disponer de espacios comunes, con rincones que arropen los encuentros entre personas. San Josemaría daba una gran importancia a la instalación material de los centros de la Obra, porque debían facilitar materialmente el ambiente de amistad, con su buen gusto y aire familiar.

LAS BUENAS CONVERSACIONES, SIN PRISA, SON MOMENTOS DE FELICIDAD Y DE APERTURA MUTUA DE HORIZONTES

Invitar a alguien a unirse a un grupo de amigos, para que comparta una experiencia inspiradora o sus reflexiones sobre un tema interesante, habitualmente contribuye a que mejore con naturalidad el nivel de su conversación. También ayuda emprender lecturas en común, ya que supone participar de ese gran debate con los autores del presente y del pasado, en donde se congregan tantos posibles nuevos compañeros de viaje. No menos importante –y refleja una profunda verdad sobre el hombre– es el hecho de que la amistad nos reúne con frecuencia en torno a una mesa, para disfrutar juntos de buenos alimentos y de alguna bebida que aligere el espíritu. Tantas veces, en aquellas largas conversaciones, anticipamos el cielo: «De repente percibimos algo: sí, esto sería precisamente la verdadera “vida”, así debería ser»[6].

Pero la verdadera amistad no se satisface solamente con la charla entre los que forman un grupo de amigos. Pide también momentos de soledad, de cierta intimidad, en donde se pueda hablar «de corazón a corazón». Los buenos amigos y familiares comprenden esa necesidad y abren ese espacio sin envidias ni recelos. Así se crea el contexto propicio para las «discretas indiscreciones»[7], para el mutuo consejo, para la confidencia. De esos momentos también se sirve Dios para acompañar espiritualmente a las almas e incluso para abrir «insospechados horizontes de celo»[8] a los amigos, como puede ser compartir una misión divina en el mundo.

La amistad en un mundo agitado

Es bueno considerar también, con realismo, algunos rasgos de nuestra cultura contemporánea que suponen un reto para la manera en que vivimos la amistad. Hay que decir, en primer lugar, que no se trata de obstáculos insalvables. Por un lado, porque tenemos toda la gracia de Dios. Pero también porque es fácil ver que, allí donde la amistad es menos frecuente y profunda, resulta más necesaria y es deseada de modo más intenso por los corazones de los hombres y de las mujeres. Parafraseando a san Juan de la Cruz, podríamos decir: «Donde no hay amistad, pon amistad, y sacarás amistad».

Pensemos, por ejemplo, en el tono excesivamente competitivo de algunas profesiones o ambientes. Esto a veces se traduce en una mentalidad pragmática o desconfiada, aunque esté envuelta en una buena educación meramente externa. Pareciera que, si se trabaja con otra actitud, el resultado será que los demás se aprovecharán de nosotros. Ciertamente, no podemos ser ingenuos, pero un ambiente así necesita ser purificado desde dentro, con personas que muestren un modo distinto de vivir. No hace falta presionar, gritar, engañar o aprovecharse de los demás, para conseguir metas laborales. Un cristiano tiene siempre presente que el trabajo es servicio. Por eso, aspira a ser un jefe, un colega, un cliente o un profesor de quien se puede llegar a ser buen amigo, sin que dejen de respetarse las normas propias de cada profesión.

DONDE NO HAY AMISTAD, PON AMISTAD, Y SACARÁS AMISTAD

También podremos conseguir ambientes propicios para la amistad evitando que se contagien de excesivo estrés, activismo o dispersión. Es verdad que, en nuestro agitado mundo, a veces es difícil conseguir la serenidad necesaria para tener nuevas amistades; también porque, incluso cuando se descansa, el ajetreo suele ir unido a modos de desconexión. Precisamente esta es una oportunidad para –con humildad y conociendo nuestra fragilidad– ofrecer a los demás un ejemplo atractivo, propio del que «lee la vida de Jesucristo»[9]: caminar tranquilos, sonreír, disfrutar del momento, contemplar, descansar con cosas sencillas, tener creatividad para hacer planes alternativos, etc[10].

Esperar en lo que nos une

Mantener una «actitud positiva y abierta ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida»[11], como recomendaba san Josemaría, facilita la amistad con muchas personas, también cuando hay distancias generacionales. Además, es preciso un profundo amor a la libertad ajena, sin caer en rigideces cuando algo admite ser visto de muchos modos. «Ciertas maneras de expresarse –recuerda el prelado del Opus Dei– pueden enturbiar o dificultar la creación de un ambiente de amistad. Por ejemplo, ser demasiado categórico al expresar la propia opinión, dar la apariencia de que pensamos que los propios planteamientos son los definitivos, o no interesarse activamente por lo que dicen los demás, son modos de actuar que encierran en uno mismo»[12].

Es verdad que, en varios lugares, se ha extendido una visión de la vida en la que es difícil aceptar algunos principios básicos de la ley moral. Esto supone que a veces, incluso, se niegue la posibilidad misma del amor de benevolencia: desear el bien del otro por sí mismo. Quizá aquel planteamiento encuentra en las relaciones humanas solamente un cálculo de utilidad o sentimientos de simpatía sin demasiado fundamento. Esto, como es lógico, puede convertirse en fuente de incomprensión y hasta de conflicto.

Es importante, ante esta situación, no confundir el diálogo propio de la amistad con la argumentación filosófica, jurídica o política; el diálogo amistoso no supone intentar convencer al otro de nuestras ideas, incluso cuando esas ideas sean formulaciones clásicas o magisteriales de algún tipo de verdad. Y esto no significa «no llamar a las cosas por su nombre» o perder la capacidad de discernir el bien del mal. Lo que sucede es que nuestros razonamientos tienen valor dentro de un diálogo solo cuando se parte de algún principio o autoridad común[13]. Aunque en la amistad también hay tiempo para la conversión personal, de ordinario es mejor buscar los puntos de acuerdo en lugar de subrayar lo que nos separa; es el lugar para ofrecer nuestra propia experiencia, sin grandes elaboraciones intelectuales, con toda la fuerza de quien comparte sus preocupaciones, tristezas y alegrías. Y siempre es importante escuchar, porque la amistad –como decía san Josemaría– más que en dar está en comprender[14].

EL DIÁLOGO ENTRE AMIGOS ES EL LUGAR IDÓNEO PARA TRANSMITIR LA PROPIA EXPERIENCIA, PARA HACER FUERTES LOS PUNTOS QUE NOS UNEN A LOS DEMÁS

Puede ayudarnos notar que la mayoría de las personas, la mayor parte del tiempo, viven movidas por los deseos profundos de todo corazón humano: amar y ser amadas. Ese deseo insaciable de sentido, de unidad, de plenitud, aunque pueda ser anestesiado durante mucho tiempo por múltiples razones, siempre vuelve a manifestarse. El buen amigo –aunque no siempre sea plenamente correspondido– sabe esperar; sabe estar ahí cuando los propios esquemas entran en crisis y el corazón se abre a la luz que ha intuido precisamente en el cariño del otro.

Una imagen de la paciencia de Dios

San Pablo, en el famoso himno de la caridad que escribe en su Epístola a los corintios, señala que «la caridad es paciente» (1 Cor 12,4). Por eso, el prelado del Opus Dei nos recuerda que «una amistad tiene mucho de don inesperado, por lo que requiere también paciencia. A veces, ciertas malas experiencias o prejuicios pueden hacer que la relación personal con alguien que tenemos cerca tarde un tiempo en llegar a convertirse en amistad. Igualmente pueden hacerlo difícil el temor, los respetos humanos o una actitud de prevención. Es bueno tratar de ponerse en el lugar de los demás y tener paciencia»[15].

San Josemaría animaba siempre a ir «al paso de Dios». En su vida es innegable la audacia apostólica con la que vivía, el arrojo –también humano– con el que salía al encuentro de las personas, aunque estuvieran muy lejos, aun poniendo en peligro su propia vida. Basta pensar en aquella conversación con Pascual Galbe, un juez amigo que había conocido durante su etapa universitaria; eran tiempos de persecución religiosa y el sacerdote sorteó varios peligros al acudir a su domicilio en Barcelona con la única intención de reencontrarse con su amigo. En una conversación previa, por las calles de Madrid, Galbe le había preguntado: «¿Qué quieres de mí, Josemaría?». A lo que el fundador del Opus Dei respondió: «Yo te quiero a ti. No necesito nada. Solo deseo que seas un hombre bueno y justo». Y lo mismo volvió a demostrarle en la siguiente ocasión, cuando acudió para escuchar sus confidencias en aquellos difíciles momentos, sin dejar de ayudarle a encontrar la verdad[16].

El fundador del Opus Dei no dejaba de recomendar aquella paciencia «que nos impulsa a ser comprensivos con los demás, persuadidos de que las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo»[17]; debemos procurar tener con los demás la misma paciencia que Dios tiene con nosotros. Y es que, como recordó Benedicto XVI, «el mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres»[18]. Tener paciencia no quiere decir que no suframos, a veces, por la falta de correspondencia de otras personas a nuestro cariño, o porque vemos a algún amigo emprender caminos que probablemente no saciarán sus deseos de felicidad. Se trata, en realidad, de sufrir con el corazón de Jesús, identificándonos cada vez más con sus sentimientos, sin dejarnos llevar por la tristeza o la desesperanza.

La experiencia del perdón de los amigos es motivo de esperanza en los momentos más oscuros de la vida. La certeza de que un amigo nos espera, a pesar de nuestros desplantes, es para nosotros la viva imagen de Dios: ese primer amigo que aguarda a que volvamos a sus brazos de Padre y que nos perdona siempre.

Ricardo Calleja


[1] Tertuliano, Apologético, XXXIX.

[2] Cfr. San Ignacio de Antioquía, Carta a Policarpo, II.

[3] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 314.

[4] C. S. Lewis, Los cuatro amores, Rialp, Madrid, 2017, p. 78.

[5] San Josemaría, Surco, n. 191.

[6] Benedicto XVI, Carta encíclica Spe Salvi, n. 11.

[7] Cfr. san Josemaría, Camino, n. 973.

[8] Ibíd.

[9] San Josemaría, Camino, n. 2.

[10] Cfr. Francisco, Carta encíclica Laudato si’, nn. 222-223.

[11] San Josemaría, Surco, n. 428.

[12] Mons. Fernando Ocáriz, Carta 1-XI-2019, n. 9.

[13] Santo Tomás de Aquino, Quodlibet IV, q. 9, a. 3.

[14] Cfr. San Josemaría, Surco, n. 463.

[15] Mons. Fernando Ocáriz, Carta 1-XI-2019, n. 20.

[16] Cfr. Jordi Miralbell, Días de espera en guerra, Palabra, Madrid, 2017, pp. 75; 97 y ss.

[17] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 78.

[18] Benedicto XVI, Homilía 24-IV-2005, Misa de inicio de su pontificado.

 

 

BUSCAR LA VERDAD

De pequeña me decían: ¿Por qué no vas a jugar en vez de hacer preguntas más grandes que tú? Pero yo quería la verdad. Quería la verdad de mi vida y en mi vida. Quería una verdad que me hiciese comprender también la verdad de todas las demás vidas. Después, cuando crecí, me dijeron que la verdad no existía o, mejor dicho, que existían tantas como hombres hay en el mundo, y que buscar la verdad era una pretensión infantil, ingenua e inútil (Susanna Tamaro).

 

Por J.R. Ayllón

La duda, la opinión y la certeza

¿Qué hace bueno el diagnóstico de un médico? ¿Qué hace buenas la decisión de un árbitro y la sentencia de un juez? Sólo esto: la verdad. Por eso, una vida digna sólo se puede sostener sobre el respeto a la verdad. Pero conocer la verdad no es fácil. De hecho, la credibilidad que otorgamos a nuestros propios conocimientos admite tres grados: la duda, la opinión y la certeza. En la duda fluctuamos entre la afirmación y la negación de una determinada proposición. Por encima de la duda está la opinión: adhesión a una proposición sin excluir la posibilidad de que sea falsa. El hombre se ve obligado a opinar porque la limitación de su conocimiento le impide alcanzar a menudo la certeza: puede llover o no llover, puedo morir antes o después de cumplir setenta años. La libertad humana es otro claro factor de incertidumbre: hablar sobre la configuración futura de la sociedad o de nuestra propia vida, es entrar de lleno en el terreno de lo opinable. Lo cual no significa que todas las opiniones valgan lo mismo. Si así fuera, se ha dicho maliciosamente que habría que tener muy en cuenta la opinión de los tontos, pues son mayoría. Séneca aconsejaba que las opiniones no debían ser contadas sino pesadas.

Llamamos escéptico al que niega toda posibilidad de ir más allá de la opinión. Por tanto, el escepticismo es la postura que niega la capacidad humana para alcanzar la verdad. La palabra procede del griego sképtomai, que significa examinar, observar detenidamente, indagar. En sentido filosófico, escepticismo es la actitud del que reflexiona y concluye que nada se puede afirmar con certeza, por lo que más vale refugiarse en la abstención de todo juicio. Por fortuna, no todo es opinable. Lo que se conoce de forma inequívoca no es opinable sino cierto. Y no se debe tomar lo cierto como opinable, ni viceversa: no puedes opinar que la Tierra es mayor que la Luna, ni asegurar con certeza que la república es la mejor forma de gobierno.

La certeza se fundamenta en la evidencia, y la evidencia no es otra cosa que la presencia patente de la realidad. La evidencia es mediata cuando no se da en la conclusión sino en los pasos que conducen a ella: no conozco a los padres de Antonio, pero la existencia de Antonio evidencia la de sus padres, la hace necesaria. La existencia de Antonio, al que veo todos los días, es para mí una certeza inmediata; la existencia actual o pasada de sus padres, a los que nunca he visto, también me resulta evidente, pero con una evidencia no directa sino mediata, que me viene por medio de su hijo.

La condición limitada del hombre hace que la mayoría de sus conocimientos no se realicen de forma inmediata. Son pocos los hombres que han visto las moléculas, los fondos marinos, la estratosfera o Madagascar. La mayoría de los hombres tampoco han visto jamás, ni verán nunca, a Julio César o a Carlomagno. Sin embargo, conocen con certeza la existencia de esas y otras muchas personas y realidades. Su certeza se apoya en un tipo de evidencia mediata: la proporcionada por un conjunto unánime de testigos. En un caso, la comunidad científica; en otro, las imágenes de todos los medios de comunicación; y si se trata de hechos o personajes del pasado, los testimonios elocuentes de la historia y de la arqueología.

Estas evidencias mediatas se apoyan no en propios razonamientos sino en segundas o terceras personas. Si no admitiéramos su valor, si no creyéramos a nadie, nuestros padres no podrían educarnos, la ciencia no progresaría, no existiría la enseñanza, leer no tendría sentido... Es decir, si sólo concediésemos valor a lo conocido por uno mismo, la vida social, además de estar integrada por individuos ignorantes, sería imposible. Por tanto, es necesario y razonable dar crédito, creer.

¿Puede tener certeza quien cree? Sabemos que la certeza nace de la evidencia. ¿Qué evidencia se le ofrece al que cree? Sólo una: la de la credibilidad del testigo. El que no ha estado en América cree en los que sí han estado y atestiguan su existencia. El que nunca ha visto a Hitler cree a los que sí lo vieron. Y antes que Hitler, Napoleón, el Cid o Nerón. En todos estos casos es evidente la credibilidad de los testigos. Y entre esos casos debemos incluir los que dan origen a algunas creencias religiosas. Por eso, la fe -creer el testimonio de alguien- es una exigencia racional, y su exclusión es una reducción arbitraria de las posibilidades humanas.

52. La inclinación subjetiva

Si la verdad es la adecuación entre el entendimiento y la realidad, depende más de lo que son las cosas que del sujeto que las conoce. Ese sentido tienen los versos de Antonio Machado:

¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.

Es el sujeto quien debe adaptarse a la realidad, reconociéndola como es, de forma parecida a como el guante se adapta a la mano. Pero no siempre sucede así. El subjetivismo surge precisamente cuando la inteligencia prefiere colorear la realidad según sus propios gustos: entonces la verdad ya no se descubre en las cosas sino que se inventa a partir de ellas.

La causa más frecuente del subjetivismo son los intereses personales. Con frecuencia, la atracción de la comodidad, de la riqueza, del poder, de la fama, del éxito, del placer o del amor, pueden tener más peso que la propia verdad. Por eso, si suspendo un examen, nunca será por no haberlo estudiado sino por mala suerte o por exigencia excesiva del profesor. Y si el suspendido es un niño, mamá jamás dudará de la capacidad de la criatura: antes pondrá en duda la idoneidad del profesor o del libro de texto, o asegurará que su hijo es listísimo aunque "algo" vago y despistado.

El subjetivismo, además de afectar a lo más trivial, también deforma las cuestiones más graves: el terrorista está convencido de que su causa es justa; la mujer que aborta quiere creer que sólo interrumpe el embarazo; el suicida se quita la vida bajo el peso de problemas no exactamente reales, agigantados por su enfermiza subjetividad; al antiguo defensor de la esclavitud y al moderno racista les conviene pensar que los hombres somos esencialmente desiguales.

Para que la verdad sea aceptada es preciso que encuentre una persona habituada a reconocer las cosas como son, y el que vive según sus exclusivos intereses suele carecer de la fortaleza necesaria para afrontar las consecuencias de la verdad. Pero al hombre no le resulta fácil hacer o pensar lo que no debe. Por eso, para evitar esa violencia interna, si se vive de espaldas a la verdad se acaba en la autojustificación. La historia humana es una historia plagada de autojustificaciones más o menos pobres. Ya decía Hegel que todo lo malo que ha ocurrido en el mundo, desde Adán, puede justificarse con buenas razones. Al menos, puede intentarse.

El peso de la mayoría

Por su identificación con la realidad, la verdad no consiste en la opinión de la mayoría, ni el el común denominador de las diferentes opiniones. Por eso, elegir como criterio de conducta lo que hace o piensa la mayoría de la gente constituye una pobre elección, y suele ser la coartada de la propia falta de personalidad o del propio interés. Además, invocar la mayoría como criterio de verdad equivale a despreciar la inteligencia. En este sentido, E. Fromm piensa que el hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes; el hecho de que compartan muchos errores no convierte éstos en verdades; y el hecho de que millones de personas padezcan las mismas formas de patología mental no hace de estas personas gente equilibrada.

Es un gran error confundir la verdad con el hecho puro y simple de que un determinado número de personas acepten o no una proposición. Si se acepta esa identificación entre verdad y consenso social, cerramos el camino a la inteligencia y la sometemos a quienes pueden crear artificialmente ese consenso con los medios que tienen a su alcance. Es como decir que ya no existe la verdad, y que se debe considerar como tal aquello que decide quien tiene poder para imponer mayoritariamente su opinión. "Por suerte, la opinión pública todavía no se ha dado cuenta de que opina lo que quiere la opinión privada", decía el director de una importante empresa de comunicación.

La mentira se puede imponer de muchas maneras, y no sólo con la complicidad de los grandes medios de comunicación. Sin ellos, Sócrates fue calumniado hace más de dos mil años: "Sí, atenienses, hay que defenderse y tratar de arrancaros del ánimo, en tan corto espacio de tiempo, una calumnia que habéis estado escuchando tantos años de mis acusadores. Y bien quisiera conseguirlo, mas la cosa me parece difícil y no me hago ilusiones. Intrigantes, activos, numerosos, hablando de mí con un plan concertado de antemano y de manera persuasiva, os han llenado los oídos de falsedades desde hace ya mucho tiempo, y prosiguen violentamente su campaña de calumnias" (Platón, Apología de Sócrates).

Sócrates representa la situación del hombre aislado por defender verdades éticas fundamentales. Pertenece a esa clase de hombres apasionados por la verdad e indiferentes a las opiniones cambiantes de la mayoría. Hombres que comprometieron su vida en la solución a este problema radical: ¿es preferible equivocarse con la mayoría o tener razón contra ella?

La pregunta de Pilatos

¿Qué es la verdad? La famosa pregunta de Pilatos es el gran interrogante de toda la humanidad, porque la vida humana es un laberinto que sólo puede recorrer con seguridad quien conoce sus caminos. Con metáfora parecida al laberinto, se nos sugiere que lo que vemos de la realidad podría ser solamente la primera planta de un enorme edificio con innumerables pisos por encima y bajo tierra. No es mala imagen, pero nos gustaría un poco más de rigor y acudimos a Stephen Hawking, uno de los astrofísicos sucesores de Einstein, tristemente famoso por su condena a silla de ruedas por esclerosis múltiple. Al final de su ensayo Breve historia del tiempo, se atreve a decir que la ciencia jamás será capaz de responder a la última de las preguntas científicas: por qué el universo se ha tomado la molestia de existir.

¿Eso significa que moriremos en nuestra ignorancia? Pascal reconoce que apenas sabemos lo que es un cuerpo vivo; menos aún lo que es un espíritu; y no tenemos la menor idea de cómo pueden unirse ambas incógnitas formando un sólo ser, aunque eso somos los hombres. Otro matemático y filósofo como Pascal, Edmund Husserl, afirma que la ciencia nada tiene que decir sobre la angustia de nuestra vida, pues excluye por principio las cuestiones más candentes para los hombres de nuestra desdichada época: las cuestiones sobre el sentido o sinsentido de la existencia humana.

No sabemos muy bien quiénes somos ni quién ha diseñado un mundo a la medida del hombre, pero sospechamos que detrás de esa ignorancia se esconde el fundamento de lo real. Los grandes pensadores de todos los tiempos han sido personas obsesionadas por esa curiosidad. Todas sus soluciones han sido siempre provisio-nales, pero han nacido de la experiencia dolorosa de la gran ausencia. Pues al salir al mundo y contemplarlo, se les ha hecho patente lo que Descartes llamaba el sello del Artista.

La ciencia nació para explicar racionalmente el mundo, pero descubrió con sorpresa que la explicación racional del mundo conduce muy lejos. Así surgió la filosofía, para explicar lo que hay más allá de lo que vemos. Con otras palabras: cuando la ciencia se asomó a las profundidades de la realidad material, descubrió que la realidad material no era toda la realidad: había algo más. Ese algo más se esconde dentro y fuera de la materia. Dentro de todos los seres aparecen dos cualidades inmateriales: el orden y la finalidad. Pero es el ser humano quien acapara en su interioridad el mayor número de aspectos inmateriales: sensaciones y sentimientos, razonamientos y elecciones libres, responsabilidad y autoconciencia. El cuerpo humano es estudiado por la Medicina y la Biología, pero la interioridad humana exige una ciencia diferente. Fueron los griegos quienes se plantearon por primera vez estas cuestiones de alcance metafísico.

Fuera de la materia también hay algo más, como una tercera realidad. Lo mismo que el arqueólogo sabe que las ruinas son huellas de espléndidas civilizaciones, cualquier hombre puede interpretar toda la realidad como una huella: la de un artista anterior y exterior a su obra. En ese momento empieza a filosofar. El historiador puede preguntarse quién pulió el sílex o escribió la Odisea. El que filosofa se pregunta algo mucho más decisivo: quién ha diseñado el universo.

Así, el intento de comprensión del laberinto nos lleva a Dios. El tema de Dios quizá no esté de moda, y quizá no sea políticamente correcto. Pero es que Dios tampoco es un tema, y está muy por encima de las trivialidades de la espuma política. La razón humana llega a Dios en la medida en que pregunta por el fundamento último de lo real. En esa misma medida podemos afirmar, como Kant, que Dios es el ser más difícil de conocer, pero también el más inevitable. De hecho, aunque está claro que Dios no entra por los ojos, tenemos de Él la misma evidencia racional que nos permite ver detrás de una vasija al alfarero, detrás de un edificio al constructor, detrás de una acuarela al pintor, detrás de una página escrita al escritor. Esto lo expresa de forma magnífica San Agustín:

Pregunta a la hermosura de la tierra, del mar, del aire dilatado y difuso. Pregunta a la magnificencia del cielo, al ritmo acelerado de los astros, al sol -dueño fulgurante del día- y a la luna -señora esplendente y temperante de la noche-. Pregunta a los animales que se mueven en el agua, a los que moran en la tierra y a los que vuelan en el aire. Pregunta a los espíritus, que no ves, y a los cuerpos, que te entran por los ojos. Pregunta al mundo visible, que necesita de gobierno, y al invisible, que es quien gobierna. Pregúntales a todos, y todos te responderán: "míranos; somos hermosos". Su hermosura es una confesión. ¿Quién hizo, en efecto, estas hermosuras mudables sino el que es la hermosura sin mudanza?

La pregunta de Pilatos era retórica y no esperaba respuesta. Por eso no la recibió. Pero si el gobernador romano se hubiera tomado la molestia de informarse un poco más sobre el acusado, quizá hubiera temblado al saber que aquel judío ya se había pronunciado al respecto con una afirmación jamás oída a ningún hombre: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida".

 

Fe, verdad y cultura.
Reflexiones a propósito de la encíclica “Fides et ratio” 

Cardenal Joseph Ratzinger
Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe

¿De qué se trata, en el fondo, en la encíclica “Fides et ratio”? ¿Es un documento sólo para especialistas, un intento de renovar desde la perspectiva cristiana una disciplina en crisis, la filosofía, y, por tanto, interesante sólo para filósofos, o plantea una cuestión que nos afecta a todos? Dicho de otra manera: ¿necesita la fe realmente de la filosofía, o la fe -que en palabras de San Ambrosio fue confiada a pescadores y no a dialécticos- es completamente independiente de la existencia o no existencia de una filosofía abierta en relación a ella? Si se contempla la filosofía sólo como una disciplina académica entre otras, entonces la fe es de hecho independiente de ella. Pero el Papa entiende la filosofía en un sentido mucho más amplio y conforme a su origen. La filosofía se pregunta si el hombre puede conocer la verdad, las verdades fundamentales sobre sí mismo, sobre su origen y su futuro, o si vive en una penumbra que no es posible esclarecer y tiene que recluirse, a la postre, en la cuestión de lo útil. Lo propio de la fe cristiana en el mundo de las religiones es que sostiene que nos dice la verdad sobre Dios, el mundo y el hombre, y que pretende ser la “religio vera”, la religión de la verdad.

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”: en estas palabras de Cristo según el Evangelio de Juan (14, 6) está expresada la pretensión fundamental de la fe cristiana. De esta pretensión brota el impulso misionero de la fe: sólo si la fe cristiana es verdad, afecta a todos los hombres; si es sólo una variante cultural de las experiencias religiosas del hombre, cifradas en símbolos y nunca descifradas, entonces tiene que permanecer en su cultura y dejar a las otras en la suya.

Pero esto significa lo siguiente: la cuestión de la verdad es la cuestión esencial de la fe cristiana, y, en este sentido, la fe tiene que ver inevitablemente con la filosofía. Si debiera caracterizar brevemente la intención última de la encíclica, diría que ésta quisiera rehabilitar la cuestión de la verdad en un mundo marcado por el relativismo; en la situación de la ciencia actual, que ciertamente busca verdades pero descalifica como no científica la cuestión de la verdad, la encíclica quisiera hacer valer dicha cuestión como tarea racional y científica, porque, en caso contrario, la fe pierde el aire en que respira. La encíclica quisiera sencillamente animar de nuevo a la aventura de la verdad. De este modo, habla de lo que está más allá del ámbito de la fe, pero también de lo que está en el centro del mundo de la fe.

 

1. Las palabras, la Palabra y la verdad

Hasta qué punto no es moderno preguntar por la verdad, lo ha representado magníficamente el escritor y filósofo C. S. Lewis en un libro de éxito aparecido en los años cuarenta, “Cartas del diablo a su sobrino”. Está compuesto por cartas ficticias de un demonio superior, Escrutopo, que imparte enseñanzas a un principiante sobre el arte de seducir al hombre, sobre el modo correcto como tiene que proceder. El demonio pequeño había expresado ante sus superiores su preocupación de que precisamente los hombres inteligentes leyesen los libros de los sabios antiguos y pudiesen de este modo descubrir las huellas de la verdad. Escrutopo le tranquiliza con la aclaración de que el punto de vista histórico del que los espíritus infernales han conseguido afortunadamente persuadir a los eruditos del mundo occidental, significa precisamente esto: “que la única cuestión que con seguridad nunca se planteará es la relativa a la verdad de lo leído; en su lugar se pregunta acerca de las repercusiones y dependencias, del desarrollo del respectivo escritor, de la historia de su influjos, y otras cuestiones análogas”. Josef Pieper, que reproduce este pasaje de C. S. Lewis en su tratado sobre la interpretación, señala al respecto que las ediciones de un Platón o un Dante por ejemplo, planificadas en los países dominados por el comunismo, anteponían una introducción a cada obra editada, que quiere proporcionar al lector una comprensión histórica y así excluir la cuestión de la verdad. Una cientificidad ejercida de este modo inmuniza frente a la verdad. La cuestión de si lo dicho por el autor es o no, y en qué medida, verdadero, sería una cuestión no científica; nos sacaría del campo de lo demostrable y verificable, nos haría recaer en la ingenuidad del mundo precrítico. De este modo, se neutraliza también la lectura de la Biblia: podemos explicar cuándo y bajo qué circunstancias ha surgido un texto, y, de este modo, lo tenemos clasificado dentro de lo histórico (“Historisch”), que a la postre no nos afecta. En el trasfondo de este modo de interpretación histórica hay una filosofía, una actitud apriórica ante la realidad que nos dice: no tiene sentido preguntar sobre lo que es; sólo podemos preguntar sobre lo que podemos hacer con las cosas. La cuestión no es la verdad, sino la praxis, el dominio de las cosas para nuestro provecho. Ante tal reducción aparentemente iluminadora del pensamiento humano surge sin más la pregunta: ¿qué es propiamente lo que nos aprovecha? Y ¿para qué nos aprovecha? ¿Para qué existimos nosotros mismos? El observador profundo verá en esta moderna actitud fundamental una falsa humildad y, al mismo tiempo, una falsa soberbia: la falsa humildad, que niega al hombre la capacidad para la verdad, y la falsa soberbia, con la que se sitúa sobre las cosas, sobre la verdad misma, en cuanto erige en meta de su pensamiento la ampliación de su poder, el dominio sobre las cosas.

Lo que en Lewis aparece en forma de ironía, lo podemos encontrar hoy presentado científicamente en la crítica literaria. En ella se descarta abiertamente la cuestión de la verdad como no científica. El exégeta alemán Mario Reiser ha llamado la atención sobre un pasaje de Umberto Eco en su novela de éxito “El nombre de la rosa”, donde dice: “La única verdad consiste en aprender a liberarse de la pasión enfermiza por la verdad”. El fundamento para esta renuncia inequívoca a la verdad estriba en lo que hoy se denomina el “giro lingüístico”: no se puede remontar más allá del lenguaje y sus representaciones, la razón está condicionada por el lenguaje y ligada al lenguaje. Ya en el año mil novecientos uno F. Mauthner había acuñado la siguiente frase: “lo que se denomina pensamiento es puro lenguaje”. M. Reiser comenta, en este contexto, el abandono de la convicción de que se puede remitir con medios lingüísticos a lo supralingüístico. El relevante exégeta protestante U. Luz afirma -totalmente en consonancia con lo que hemos oído de Escrutopo al principio- que la crítica histórica ha abdicado en la Edad Moderna de la cuestión de la verdad. Él se cree obligado a aceptar y reconocer como correcta esta capitulación: que ahora ya no hay una verdad a buscar más allá del texto, sino posiciones sobre la verdad que concurren entre ellas, ofertas de verdad que hay que defender ahora con discurso público en el mercado de las visiones del mundo.

Quien medita sobre estos modos de ver las cosas, sentirá que le viene casi inevitablemente a su memoria un pasaje profundo del “Fedro”, de Platón. En él Sócrates cuenta a Fedro una historia que ha escuchado de los antiguos, los cuales tenían conocimiento de lo verdadero. Una vez Thot, el “padre de las letras” y el “dios del tiempo”, visitó al rey egipcio Thamus de Tebas. Instruyó al soberano sobre diversas artes inventadas por él, y especialmente sobre el arte de escribir por él concebido. Ponderando su propio invento, dijo al rey: “Este conocimiento, oh rey, hará a los egipcios más sabios y vigorizará su memoria; es el elixir de la memoria y de la sabiduría”. Pero el rey no se deja impresionar. Él prevé lo contrario como consecuencia del conocimiento de la escritura: “Esto producirá olvido en las almas de los que lo aprendan por descuidar el ejercicio de la memoria, ya que ahora, fiándose a la escritura exterior, recordarán de un modo externo; no desde su propio interior y desde sí mismos. Por consiguiente, tú has inventado un medio no para el recordar, sino para el caer en la cuenta, y de la sabiduría tú aportas a tus aprendices sólo la representación, no la cosa misma. Pues ahora son eruditos en muchas cosas, pero sin verdadera instrucción, y así pensarán ser entendidos en muchas cosas, cuando en realidad no entienden de nada, y son gente con la que es difícil tratar, puesto que no son verdaderos sabios, sino sólo sabios en apariencia”. Quien piensa hoy en cómo programas de televisión de todo el mundo inundan al hombre con informaciones y le hacen así sabio en apariencia; quien piensa en las enormes posibilidades del ordenador y de Internet, que le permiten al que consulta, por ejemplo, tener inmediatamente a disposición todos los textos de un Padre de la Iglesia en los que aparece una palabra, sin haber penetrado en cambio en su pensamiento, ése no considerará exageradas estas prevenciones. Platón no rechaza la escritura en cuanto tal, como tampoco nosotros rechazamos las nuevas posibilidades de la información, sino que hacemos de ellas un uso agradecido. Pero pone una señal de aviso, cuya seriedad está comprobada a diario por las consecuencias del giro lingüístico, como también por muchas circunstancias que nos son familiares a todos. H. Schade muestra el núcleo de lo que Platón tiene que decirnos hoy cuando escribe: “Es del predominio de un método filológico y de la pérdida de realidad que se sigue, de lo que nos previene Platón”.

Cuando la escritura, lo escrito, se convierte en barrera frente al contenido, entonces se vuelve un antiarte, que no hace al hombre más sabio, sino que le extravía en una sabiduría falsa y enferma. Por eso, frente al giro lingüístico, A. Kreiner advierte con razón: “El abandono del convencimiento de que se puede remitir con medios lingüísticos a contenidos extralingüísticos equivale al abandono de un discurso de algún modo aún lleno de sentido”. Sobre la misma cuestión el Papa advierte en la encíclica lo siguiente: “La interpretación de esta Palabra (de Dios) no puede llevarnos de interpretación en interpretación, sin llegar nunca a descubrir una afirmación simplemente verdadera”. El hombre no está aprisionado en el cuarto de espejos de las interpretaciones; puede y debe buscar el acceso a lo real, que está tras las palabras y se le muestra en las palabras y a través de ellas.

Aquí hemos arribado al punto central de la discusión de la fe cristiana con un tipo determinado de la cultura moderna, que le gustaría pasar por ser la cultura moderna sin más, pero que, afortunadamente, es sólo una variedad de ella. Se pone de manifiesto, por ejemplo, muy claramente en la crítica que el filósofo italiano Paolo Flores d´Arcais ha hecho a la encíclica. Justo porque la encíclica insiste en la necesidad de la cuestión de la verdad, comenta él que “la cultura católica oficial (es decir, la encíclica) no tiene ya nada que decir a la cultura ‘en cuanto tal’...”. Pero esto significa también que la pregunta por la verdad está fuera de la cultura “en cuanto tal”. Y entonces ¿no es esta cultura “en cuanto tal” más bien una anticultura? ¿Y no es su presunción de ser la cultura sin más una presunción arrogante y que desprecia al hombre?

Que se trata justamente de este punto, se pone de relieve, cuando Flores d´ Arcais reprocha a la encíclica del Papa consecuencias mortíferas para la democracia, e identifica su enseñanza con el tipo “fundamentalista” del Islam. Argumenta remitiendo al hecho de que el Papa ha calificado como carentes de validez auténticamente jurídica las leyes que permiten el aborto y la eutanasia. Quien se opone de este modo a un Parlamento elegido e intenta ejercer el poder secular con pretensiones eclesiales, muestra que el sello de un dogmatismo católico permanece esencialmente estampado en su pensamiento. Tales afirmaciones presuponen que no puede haber ninguna otra instancia por encima de las decisiones de una mayoría. La mayoría coyuntural se convierte en un absoluto. Porque de hecho vuelve a existir lo absoluto, lo inapelable. Estamos expuestos al dominio del positivismo y a la absolutización de lo coyuntural, de lo manipulable. Si el hombre queda fuera de la verdad, entonces ya sólo puede dominar sobre él lo coyuntural, lo arbitrario. Por eso no es “fundamentalismo”, sino un deber de la Humanidad proteger al hombre contra la dictadura de lo coyuntural convertido en absoluto y devolverle su dignidad, que justamente consiste en que ninguna instancia humana puede dominar sobre él, porque está abierto a la verdad misma. Precisamente por su insistencia en la capacidad del hombre para la verdad, la encíclica es una apología sumamente necesaria de la grandeza del hombre contra lo que pretende presentarse como la cultura “tout court”.

Naturalmente es difícil volver a dar carta de ciudadanía a la cuestión de la verdad en el debate público, debido al canon metodológico que se ha impuesto hoy como sello acreditativo de la cientificidad. Por eso, es necesario un debate fundamental sobre la esencia de la ciencia, sobre la verdad y el método, sobre el cometido de la filosofía y sus posibles caminos. El Papa no ha considerado que sea tarea suya tratar en la encíclica la cuestión, totalmente práctica, de si la verdad puede llegar a ser nuevamente científica y cómo. Pero muestra por qué nosotros debemos acometer esta tarea. No quería realizar él mismo la tarea de los filósofos, pero ha cumplido la tarea de la denuncia admonitoria que se opone a una tendencia autodestructiva de la cultura “en cuanto tal”. Justamente esta denuncia admonitoria es un acto auténticamente filosófico, revive en el presente el origen socrático de la filosofía y muestra con ello la potencia filosófica que se encierra en la fe bíblica. A la esencia de la filosofía se opone un tipo de cientificidad, que le cierra el paso a la cuestión de la verdad, o la hace imposible. Tal autoenclaustramiento, tal empequeñecimiento de la razón no puede ser la norma de la filosofía, y la ciencia en su conjunto no puede acabar haciendo imposibles las preguntas propias del hombre, sin las que ella misma quedaría como un activismo vacío y, a la postre, peligroso. No puede ser tarea de la filosofía someterse a un canon metodológico, que tiene su legitimidad en sectores particulares del pensamiento. Su tarea tiene que ser justamente pensar la cientificidad como un todo, concebir críticamente su esencia y, de un modo racionalmente responsable, ir más allá de ello hacia lo que le da sentido. La filosofía tiene que preguntarse siempre sobre el hombre, y, por consiguiente, cuestionarse siempre sobre la vida y la muerte, sobre Dios y la eternidad. Para ello tendrá que servirse hoy, antes que nada, de la aporía de aquel tipo de cientificidad que aparta al hombre de tales cuestiones y, a partir de las aporías que nuestra sociedad pone a la vista, intentar abrir siempre de nuevo el camino hacia lo necesario y lo que se torna necesidad. En la historia de la filosofía moderna no han faltado tales tentativas, y también en el presente hay suficientes ensayos esperanzadores, para abrir de nuevo la puerta a la cuestión de la verdad, la puerta más allá del lenguaje que gira sobre sí mismo. En este sentido la llamada de la encíclica es sin duda crítica ante nuestra situación cultural actual, pero al mismo tiempo está en una unión profunda con elementos esenciales del esfuerzo intelectual de la Edad Moderna. Nunca es anacrónica la confianza en buscar la verdad y en encontrarla. Es justamente ella la que mantiene al hombre en su dignidad, rompe los particularismos y unifica a los hombres, más allá de los límites culturales, por su dignidad común.

2.- Cultura y verdad

a) La esencia de la cultura

 

Se podría definir lo tratado hasta ahora como la disputa entre la fe cristiana expresada en la encíclica y un tipo concreto de cultura moderna, por lo cual nuestras reflexiones dejaron entre paréntesis el lado científico-técnico de la cultura. El punto de mira estaba dirigido a lo relativo a las ciencias humanas en nuestra cultura. No sería difícil mostrar que su desorientación ante la cuestión de la verdad, que entre tanto se ha convertido en ira frente a ella, descansa, en última instancia, sobre su pretensión de alcanzar el mismo canon metodológico y la misma clase de seguridad, que se da en el campo empírico. La renuncia metodológica de la ciencia natural a lo verificable se convierte en el documento acreditativo de la cientificidad, más aún, de la racionalidad misma. Esta reducción metodológica, que está llena de sentido, más aún, que es necesaria en el ámbito de la ciencia empírica, se convierte así en un muro ante la cuestión de la verdad: en el fondo se trata del problema de la verdad y del método, de la universalidad de un canon metodológico estrictamente empírico. Frente a ese canon, el Papa defiende la multiplicidad de caminos del espíritu humano, la amplitud de la racionalidad, que tiene que conocer diversos métodos según la índole del objeto. Lo no material no puede ser abordado con métodos que corresponden a lo material; así podría resumirse, a grandes rasgos, la denuncia del Papa frente a una forma unilateral de racionalidad.

La disputa con la cultura moderna, la disputa sobre la verdad y el método, es la primera veta fundamental del tejido de nuestra encíclica. Pero la cuestión sobre la verdad y la cultura se presenta aún bajo otro aspecto, que se remite substancialmente al ámbito propiamente religioso. Hoy se contrapone de buen grado la relatividad de las culturas a la pretensión universal de lo cristiano, que se funda en la universalidad de la verdad. El tema resuena ya durante el siglo dieciocho, en Gotthold Ephraim Lessing, que presenta las tres grandes religiones en la parábola de los tres anillos, de los que uno tiene que ser el auténtico y verdadero, pero cuya autenticidad ya no es verificable. La cuestión de la verdad es irresoluble y se sustituye por la cuestión del efecto curativo y purificador de la religión. Luego, a comienzos de nuestro siglo, Ernst Troeltsch reflexionó expresamente sobre la cuestión de la religión y la cultura, de la verdad y la cultura. Al principio aún consideraba al cristianismo como la revelación entera de la religiosidad personalista, como la única ruptura completa con los límites y condiciones de la religión natural. Pero, en el curso de su camino intelectual, la determinación cultural de la religión le fue cerrando cada vez más la mirada sobre la verdad y subordinando todas las religiones a la relatividad de las culturas. A la postre, la validez del cristianismo se convierte para él en un asunto europeo: para él el cristianismo es la forma de religión adecuada a Europa, mientras atribuye ahora al budismo y al brahmanismo una autonomía absoluta. En la práctica se elimina la cuestión de la verdad, y los límites de las culturas se hacen insalvables.

Por eso, una encíclica que está dedicada por entero a la aventura de la verdad, debía plantear también la cuestión de la relación entre verdad y cultura. Debía preguntar si puede darse una comunión de las culturas en la única verdad, si puede decirse la verdad para todos los hombres, trascendiendo las diversas formas culturales, o si a la postre hay que presentirla sólo asintóticamente tras formas culturales diversas e incluso opuestas.

A un concepto estático de cultura, que presupone formas culturales fijas que a la postre se mantienen constantes y sólo pueden coexistir unas con otras, pero no comunicarse entre ellas, el Papa ha opuesto en la encíclica una comprensión dinámica y comunicativa de la cultura. Subraya que las culturas, “cuando están profundamente enraizadas en lo humano, llevan consigo el testimonio de la apertura típica del hombre a lo universal y a la trascendencia”. Por eso, como expresión del único ser del hombre, las culturas están caracterizadas por la dinámica del hombre que trasciende todos los límites. Por eso, las culturas no están fijadas de una vez para siempre en una forma. Les es propia la capacidad de progresar y transformarse, y también el peligro de decadencia. Están abocadas al encuentro y fecundación mutua. Puesto que la apertura interior del hombre a Dios las impregna tanto más cuanto mayores y más genuinas son, por ello llevan impresa la predisposición para la revelación de Dios. La Revelación no les es extraña, sino que responde a una espera interior en las culturas mismas. Theodor Haecker ha hablado, a propósito de esto, del carácter de adviento de las culturas precristianas, y entre tanto muchas investigaciones de historia de las religiones han podido mostrar de manera concreta este remitir de las culturas al Logos de Dios, que se ha encarnado en Jesucristo. En este orden de cosas, el Papa se vale de la tabla de las naciones contenida en el relato pascual de los Hechos de los Apóstoles (2, 7-14), en el que se nos narra cómo es perceptible y comunicable el testimonio de la fe en Cristo mediante todas las lenguas y en todas las lenguas, es decir, en todas las culturas que se expresan en la lengua. En todas ellas la palabra humana se hace portadora del hablar propio de Dios, de su propio Logos. La encíclica añade: “El anuncio del Evangelio en diversas culturas, aunque exige de cada destinatario la fe, no les impide conservar una identidad cultural propia. Ello no crea división alguna, porque el pueblo de los bautizados se distingue por una universalidad que sabe acoger cada cultura, favoreciendo el proceso de lo que en ella hay de implícito hacia su plena explicitación en la verdad”.

A partir de esto, y respecto a la relación general de la fe cristiana con las culturas precristianas, el Papa desarrolla modélicamente en el ejemplo de la cultura india los principios a observar en el encuentro de estas culturas con la fe. Llama brevemente la atención, en primer lugar, sobre el gran auge espiritual del pensamiento indio, que lucha por liberar el espíritu de las condiciones espacio-temporales y ejercita así la apertura metafísica del hombre, que luego ha sido conformada especulativamente en importantes sistemas filosóficos. Con estas indicaciones se pone de relieve la tendencia universal de las grandes culturas, su superación del tiempo y del espacio, y así también su avance hacia el ser del hombre y hacia sus supremas posibilidades. Aquí radica la capacidad de diálogo entre las culturas, en este caso entre la cultura india y las culturas que han crecido en el ámbito de la fe cristiana. El primer criterio se colige por sí mismo, por así decir, del contacto interior con la cultura india. Consiste en la “universalidad del espíritu humano, cuyas exigencias fundamentales son idénticas en las culturas más diversas”. De él se sigue un segundo criterio: “Cuando la Iglesia entra en contacto con grandes culturas a las que anteriormente no había llegado, no puede olvidar lo que ha adquirido en la inculturación en el pensamiento grecolatino. Rechazar esta herencia sería ir en contra del designio providencial de Dios...” Finalmente señala la encíclica un tercer criterio, que se sigue de las reflexiones precedentes sobre la esencia de la cultura: “Hay que evitar confundir la legítima reivindicación de lo específico y original del pensamiento indio con la idea de que una tradición cultural deba encerrarse en su diferencia y afirmarse en su oposición a otras tradiciones, lo cual es contrario a la naturaleza misma del espíritu humano”.

 

b) La superación de las culturas en la Biblia y en la historia de la fe

Si el Papa insiste en el carácter irrenunciable de la herencia cultural forjada en el pasado, que ha llegado a ser un vehículo para la verdad común de Dios y del hombre, entonces surge espontáneamente la cuestión de si no se canoniza así un eurocentrismo de la fe, que no parece superarse por el hecho de que, a lo largo de la Historia, pueden introducirse, o ya se han introducido, nuevas herencias en la identidad de la fe constante y que afecta a todos. La cuestión es insoslayable: Hasta qué punto es griega o latina la fe, que por lo demás no ha surgido en el mundo griego o latino, sino en el mundo semita del antiguo Oriente, en el que estaban y están en contacto Asia, África y Europa. La encíclica toma postura, especialmente en su segundo capítulo, sobre el desarrollo del pensamiento filosófico en el interior de la Biblia, y en el cuarto capítulo, con la presentación del encuentro decisivo de esta sabiduría de la razón desarrollada en la fe con la sabiduría griega de la filosofía. Quisiera añadir brevemente lo siguiente:

Ya en la Biblia se elabora un acervo de pensamiento religioso y filosófico variado a partir de mundos culturales diversos. La Palabra de Dios se desarrolla en un proceso de encuentros con la búsqueda humana de una respuesta a sus últimas preguntas. Dicha Palabra no es algo caído del cielo como un meteorito, sino que es precisamente una síntesis de culturas. Vista más en lo hondo, nos permite reconocer un proceso en el que Dios lucha con el hombre y le abre lentamente a su Palabra más profunda, a sí mismo: al Hijo, que es el Logos. La Biblia no es mera expresión de la cultura del pueblo de Israel, sino que está continuamente en disputa con el intento, totalmente natural de este pueblo, de ser él mismo e instalarse en su propia cultura. La fe en Dios y el sí a la voluntad de Dios le van desarraigando continuamente de sus propias representaciones y aspiraciones. Él sale constantemente al paso frente a la religiosidad propia de Israel y a su propia cultura religiosa, que quería expresarse en el culto de los lugares altos, en el culto de la diosa celeste, en la pretensión de poder de la propia monarquía. Empezando por la cólera de Dios y de Moisés contra el culto al becerro de oro en el Sinaí, hasta los últimos profetas postexílicos, de lo que siempre se trata es de que Israel se desarraigue de su propia identidad cultural, de que debe abandonar, por así decir, el culto a la propia nacionalidad, el culto a la raza y a la tierra, para inclinarse ante el Dios totalmente otro y no apropiable, que ha creado cielo y tierra, y es el Dios de todos los pueblos. La fe de Israel significa una permanente autosuperación de la propia cultura en la apertura y horizonte de la verdad común. Los libros del Antiguo Testamento pueden parecer, desde muchos puntos de vista, menos piadosos, menos poéticos, menos inspirados que importantes pasajes de los libros sagrados de otros pueblos. Pero, en cambio, tienen su singularidad en la índole combativa de la fe contra lo propio, en este desarraigo de lo propio que comienza con la peregrinación de Abraham. La liberación de la ley que Pablo alcanza por su encuentro con Jesucristo resucitado, lleva esta orientación fundamental del Antiguo Testamento hasta su consecuencia lógica: significa la universalización plena de esta fe, que se separa del orden nacional. Ahora son invitados todos los pueblos a entrar en este proceso de superación de lo propio, que ha comenzado en primer lugar en Israel; son invitados a convertirse al Dios, que, desapropiándose de sí mismo en Jesucristo, ha abatido “el muro de la enemistad” entre nosotros (Ef 2, 14) y nos congrega en la autoentrega de la cruz. Así, pues, en su esencia la fe en Jesucristo es un permanente abrirse, irrupción de Dios en el mundo humano y apertura correspondiente del hombre a Dios, que congrega al mismo tiempo a los hombres. Todo lo propio pertenece ahora a todos, y todo lo ajeno llega a ser también al mismo tiempo lo propio nuestro, y todo ello abarcado por la palabra del padre al hijo mayor: “Todo lo mío es tuyo” (Lc 15, 31), que vuelve a aparecer en la oración sacerdotal de Jesús como modo de dirigirse del Hijo al Padre: “Todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío” (Jn 17, 10).

Este patrón determina también el encuentro del mensaje revelado con la cultura griega, que, por cierto, no empieza sólo con la evangelización cristiana, sino que se había desarrollado ya dentro de los escritos del Antiguo Testamento, sobre todo mediante su traducción al griego y a partir de ahí en el judaísmo primitivo. Este encuentro era posible, porque ya se había abierto camino en el mundo griego un acontecimiento semejante de autrotrascendencia. Los Padres no han vertido sin más al Evangelio una cultura griega que se mantenía en sí y se poseía a sí misma. Ellos pudieron asumir el diálogo con la filosofía griega y convertirla en instrumento del Evangelio allí donde en el mundo griego se había iniciado, mediante la búsqueda de Dios, una autocrítica de la propia cultura y del propio pensamiento. La fe une los diversos pueblos -comenzando por los germanos y los eslavos, que en los tiempos de la invasión de los bárbaros entraron en contacto con el mensaje cristiano, hasta los pueblos de Asia, África y América- no a la cultura griega en cuanto tal, sino a su autosuperación, que era el verdadero punto de contacto para la interpretación del mensaje cristiano. A partir de ahí la fe los introduce en la dinámica de la autosuperación. Hace poco Richard Schäffler ha dicho certeramente al respecto que la predicación cristiana ha exigido desde el principio a los pueblos de Europa (que, por lo demás, no existía como tal antes de la evangelización cristiana), “la renuncia a todos los respectivos “dioses” autóctonos de los europeos, mucho antes de que entraran en el campo de su visión las culturas extraeuropeas”. A partir de ahí hay que entender por qué la predicación cristiana entró en contacto con la filosofía, y no con las religiones. Cuando se intentó esto último, cuando, por ejemplo, se quiso interpretar a Cristo como el verdadero Dionisio, Esculapio o Hércules, tales intentos cayeron rápidamente en desuso. Que no se entrara en contacto con las religiones, sino con la filosofía, tiene que ver con el hecho de que no se canonizó una cultura, sino que se podía entrar a ella por donde había comenzado ella misma a salir de sí misma, por donde había iniciado el camino de apertura a la verdad común y había dejado atrás la instalación en lo meramente propio. Esto constituye también hoy una indicación fundamental para la cuestión de los contactos y del trasvase a otros pueblos y culturas. Ciertamente, la fe no puede entrar en contacto con filosofías que excluyen la cuestión de la verdad, pero sí con movimientos que se esfuerzan por salir de la cárcel del relativismo. Tampoco puede asumir directamente las antiguas religiones. En cambio, las religiones pueden proporcionar formas y creaciones de diverso tipo, pero sobre todo actitudes -el respeto, la humildad, la abnegación, la bondad, el amor al prójimo, la esperanza en la vida eterna. Esto me parece - dicho entre paréntesis- que es también importante para la cuestión del significado salvífico de las religiones. No salvan, por así decir, en cuanto sistemas cerrados y por la fidelidad al sistema, sino que colaboran a la salvación en la medida en que llevan a los hombres a “preguntar por Dios” (como lo expresa el Antiguo Testamento), “buscar su rostro”, “buscar el Reino de Dios y su justicia”.

3.- Religión, verdad y salvación

Permítanme detenerme un momento aún en este punto, porque toca una cuestión fundamental de la existencia humana, que con razón representa también una cuestión capital en el actual debate teológico. Pues se trata del mismo impulso del que ha partido la filosofía, y al que tiene que volver siempre; en él se tocan necesariamente filosofía y teología, si éstas se mantienen fieles a su cometido. Es la cuestión de cómo se salva el hombre, cómo se justifica. En el pasado se ha pensado preferentemente en la muerte y en lo que viene después de la muerte; hoy, cuando se ve el más allá como inseguro y por ello se lo continúa excluyendo de las cuestiones actuales, hay que continuar buscando lo recto y justo en el tiempo, y no puede preterirse el problema de cómo hay que habérselas con la muerte. Curiosamente, en el debate acerca de la relación del cristianismo y las religiones universales el punto de discusión que propiamente se ha mantenido es cómo se relacionan las religiones y la salvación eterna. La cuestión de cómo puede ser salvado el hombre, se ha planteado aún en sentido más bien clásico. Y ahora se ha impuesto de modo bastante general esta tesis: las religiones son todas ellas caminos de salvación. Quizás no el camino ordinario, pero al menos sí caminos “extraordinarios” de salvación: por todas las religiones se llega a la salvación; esto se ha convertido en la visión corriente.

Esta respuesta corresponde no sólo a la idea de tolerancia y respeto del otro que hoy se nos impone. Corresponde también a la imagen moderna de Dios: Dios no puede rechazar a hombres sólo porque no conocen el cristianismo y, en consecuencia, han crecido en otra religión. El aceptará su vida religiosa lo mismo que la nuestra. Aunque esta tesis - reforzada entre tanto con muchos otros argumentos- es clara a primera vista, sin embargo suscita interrogantes. Pues las religiones particulares no exigen sólo cosas distintas, sino también opuestas. Ante el creciente número de hombres no ligados por lo religioso, esta teoría universal de la salvación se ha extendido también a formas de existencia no religiosas pero vividas coherentemente. Entonces comienza a ser válido que lo contradictorio es considerado como conducente a la misma meta; en pocas palabras: estamos nuevamente ante la cuestión del relativismo. Se presupone subrepticiamente que en el fondo todos los contenidos son igualmente válidos. Qué es lo que propiamente vale, no lo sabemos. Cada uno tiene que recorrer su camino, ser feliz a su manera, como decía Federico II de Prusia. Así, a caballo de las teorías de la salvación, otra vez se cuela inevitablemente el relativismo por la puerta trasera: la cuestión de la verdad se separa de la cuestión de las religiones y de la salvación. La verdad es sustituida por la buena intención; la religión se mantiene en lo subjetivo, porque no se puede conocer lo objetivamente bueno y verdadero.

 

a) La diferencia de las religiones y sus peligros

¿Nos tenemos que conformar con esto? ¿Es inevitable la alternativa entre rigorismo dogmático y relativismo humanitario? Pienso que en las teorías reseñadas no se han pensado suficientemente tres cosas. En primer lugar, las religiones (y entretanto también el agnosticismo y el ateísmo) son consideradas todas ellas como iguales. Pero precisamente esto no es así. De hecho, hay formas religiosas degeneradas y enfermas, que no elevan al hombre, sino que lo alienan: la crítica marxista de la religión no carecía totalmente de base. Y también las religiones a las que hay que reconocer una grandeza moral y que están en camino hacia la verdad, pueden enfermar en ciertos trechos del camino. En el hinduismo (que propiamente es un nombre colectivo para religiones diversas) hay elementos grandiosos, pero también aspectos negativos; el entrelazamiento con el sistema de castas, la quema de viudas, que se había formado a partir de representaciones inicialmente simbólicas; habría que mencionar las aberraciones del Saktismo, por dar sólo un par de indicaciones. Pero también el Islam, con toda la grandeza que representa, está continuamente expuesto al peligro de perder el equilibrio, dar espacio a la violencia y dejar que la religión se deslice hacia lo externo y ritualista. Y naturalmente hay también, como todos nosotros bien sabemos, formas enfermas de lo cristiano. Por ejemplo, cuando los cruzados, en la conquista de la ciudad santa de Jerusalén en la que Cristo murió por todos los hombres, causaban ellos mismos un baño de sangre entre musulmanes y judíos. Esto significa que la religión exige discernimiento, discernimiento entre las formas de las religiones y discernimiento en el interior de la religión misma, según la medida de su propio nivel. Con el indiferentismo de los contenidos y de las ideas, que todas las religiones sean distintas y sin embargo iguales, no se puede ir adelante. El relativismo es peligroso, concretamente para la formación del ser humano en lo particular y en la comunidad. La renuncia a la verdad no sana al hombre. No puede pasarse por alto cuánto mal ha sucedido en la Historia en nombre de opiniones e intenciones buenas.

b) La cuestión de la salvación

 

Con ello tocamos ya el segundo punto que ordinariamente es desatendido. Cuando se habla del significado salvífico de las religiones, sorprendentemente se piensa, la mayoría de las veces, sólo en que todas posibilitan la vida eterna, con lo cual se acaba neutralizando el pensamiento en la vida eterna, pues uno llega de todos modos a ella. Pero así se empequeñece inconvenientemente la cuestión de la salvación. El cielo comienza en la tierra. La salvación en el más allá supone la vida correspondiente en el más acá. Uno, pues, no puede preguntarse sólo quién va al cielo y desentenderse simultáneamente de la cuestión del cielo. Hay que preguntar qué es el cielo y cómo viene a la tierra. La salvación del más allá debe reflejarse en una forma de vida, que hace aquí humano al hombre y, de este modo, conforme a Dios. Esto significa nuevamente que, en la cuestión de la salvación, hay que mirar más allá de las religiones mismas y a ese horizonte pertenecen reglas de vida recta y justa, que no pueden ser relativizadas arbitrariamente. Yo diría, pues, que la salvación comienza con la vida recta y justa del hombre en este mundo, que abarca siempre los dos polos de lo particular y de la comunidad.

Hay formas de comportamiento que nunca pueden servir para hacer recto y justo al hombre, y otras, que siempre pertenecen al ser recto y justo del hombre. Esto significa que la salvación no está en las religiones como tales, sino que depende también de hasta qué punto llevan a los hombres, junto con ellas, al bien, a la búsqueda de Dios, de la verdad y del bien. Por eso, la cuestión de la salvación conlleva siempre un elemento de crítica religiosa, aunque también puede aliarse positivamente con las religiones. En todo caso, tiene que ver con la unidad del bien, con la unidad de lo verdadero, con la unidad de Dios y del hombre.

 

c) La conciencia y la capacidad del hombre para la verdad

Este título lleva al tercer punto que quería abordar aquí. La unidad del hombre tiene un órgano: la conciencia. Fue una osadía de san Pablo afirmar que todos los hombres tienen la capacidad de escuchar la conciencia, separar así la cuestión de la salvación del conocimiento y observancia de la Thorá, y situarla sobre la exigencia común de la conciencia en la que el único Dios habla, y dice a cada uno lo verdaderamente esencial de la Thorá: “Cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguando su conciencia...” (Rom 2, 14 ss). Pablo no dice: Si los gentiles se mantienen firmes en su religión, eso es bueno ante el juicio de Dios. Al contrario, él condena gran parte de las prácticas religiosas de aquel tiempo. Remite a otra fuente, a lo que todos llevan escrito en el corazón, al único bien del único Dios. De todos modos, aquí se enfrentan hoy dos conceptos contrarios de conciencia, que la mayoría de las veces sencillamente se entrometen el uno en el otro. Para Pablo la conciencia es el órgano de la trasparencia del único Dios en todos los hombres, que son un hombre. En cambio, actualmente la conciencia aparece como expresión del carácter absoluto del sujeto, sobre el que no puede haber, en el campo moral, ninguna instancia superior. Lo bueno como tal no es cognoscible. El Dios único no es cognoscible. En lo que afecta a la moral y a la religión, la última instancia es el sujeto. Esto es lógico, si la verdad como tal es inaccesible. Así, en el concepto moderno de conciencia, ésta es la canonización del relativismo, de la imposibilidad de normas morales y religiosas comunes, mientras que, por el contrario, para Pablo y la tradición cristiana había sido la garantía para la unidad del hombre y para la cognoscibilidad de Dios, para la obligatoriedad común del mismo y único bien. El hecho de que en todos los tiempos ha habido y hay santos gentiles, se basa en que en todos lugares y en todos tiempos - aunque muchas veces con gran esfuerzo y sólo parcialmente- era perceptible la voz del corazón, y la Thora de Dios se nos hacía perceptible como obligación en nosotros mismos, en nuestro ser creatural y así se nos hacía posible superar lo meramente subjetivo, en la relación de unos con otros y en la relación con Dios. Y esto es salvación. Resta por saber lo que Dios hace con los pobres fragmentos de nuestro ascenso hacia el bien, hacia Él mismo, su misterio, que no debíamos arrogarnos el querer controlar.

 

Reflexiones conclusivas

 

Al final de mis reflexiones quisiera llamar nuevamente la atención sobre una indicación metodológica que da el Papa para la relación de la teología y la filosofía, de la fe y la razón, porque con ella se toca la cuestión práctica de cómo podía ponerse en marcha, en el sentido de la encíclica, una renovación del pensamiento filosófico y teológico. La encíclica habla de un movimiento circular entre teología y filosofía, y lo entiende en el sentido de que la teología tiene que partir siempre en primer lugar de la Palabra de Dios; pero, puesto que esta Palabra es verdad, hay que ponerla en relación con la búsqueda humana de la verdad, con la lucha de la razón por la verdad y ponerla así en diálogo con la filosofía. La búsqueda de la verdad por parte del creyente se realiza, según esto, en un movimiento, en el que siempre se están confrontando la escucha de la Palabra proclamada y la búsqueda de la razón. De este modo, por una parte, la fe se profundiza y purifica, y, por otra, el pensamiento también se enriquece, porque se le abren nuevos horizontes. Me parece que se puede ampliar algo más esta idea de la circularidad: tampoco la filosofía como tal debería cerrarse en lo meramente propio e ideado por ella. Así como debe estar atenta a los conocimientos empíricos, que maduran en las diversas ciencias, así también debería considerar la sagrada tradición de las religiones, y en especial el mensaje de la Biblia, como una fuente de conocimiento del que ella se deja fecundar. De hecho, no hay ninguna gran filosofía que no haya recibido de la tradición religiosa luces y orientaciones, ya pensemos en la filosofía de Grecia y de la India, o en la filosofía que se ha desarrollado en el ámbito del cristianismo, o también en las filosofías modernas, que estaban convencidas de la autonomía de la razón y consideraban esta autonomía como criterio último del pensar, pero que se mantuvieron deudoras de los grandes temas del pensamiento que la fe cristiana había ido dando a la filosofía: Kant, Fichte, Hegel, Schelling no serían imaginables sin los antecedentes de la fe, e incluso Marx, en el corazón de su radical reinterpretación, vive del horizonte de esperanza que había asumido de la tradición judía. Cuando la filosofía apaga totalmente este diálogo con el pensamiento de la fe, acaba -como Jaspers formuló una vez- en una “seriedad que se va vaciando de contenido”. Al final se ve impelida a renunciar a la cuestión de la verdad, y esto significa darse a sí misma por perdida. Pues una filosofía que ya no pregunta quiénes somos, para qué somos, si existe Dios y la vida eterna, ha abdicado como filosofía.

Quisiera concluir con la mención de un comentario a la encíclica, que ha aparecido en el semanario alemán “Die Zeit”, en otras ocasiones más bien lejano a la Iglesia. El comentarista Jan Ross sintetiza con mucha precisión el núcleo de la instrucción papal, cuando dice que el destronamiento de la teología y de la metafísica “no ha hecho al pensamiento sólo más libre, sino también más angosto”. Sí, él no teme hablar de “entontecimiento por increencia”. “Cuando la razón se apartó de las cuestiones últimas, se hizo apática y aburrida, dejó de ser competente para los enigmas vitales del bien y del mal, de muerte e inmortalidad”. La voz del Papa -prosigue este comentarista- ha dado ánimo “a muchos hombres y a pueblos enteros; en los oídos de muchos ha sonado también dura y cortante, e incluso ha suscitado odio, pero si enmudece, será un momento de silencio espantoso” (fin de la cita). De hecho, si se deja de hablar de Dios y del hombre, del pecado y la gracia, de la muerte y la vida eterna, entonces todo grito y todo ruido que haya será sólo un intento inútil para hacer olvidar el enmudecerse de lo propiamente humano. El Papa ha salido al paso ante el peligro de tal enmudecimiento con su parresía, con la franqueza intrépida de la fe, y ha cumplido un servicio no sólo para la Iglesia, sino también para la Humanidad. Debemos estarle agradecidos por ello.

 

Padre no hay más que uno

 

Escrito por Juan Luis Selma

 

Él es quien nos devuelve la dignidad perdida: nos abre de par en par las puertas de su casa

He tenido la suerte de asistir en Roma, la ciudad eterna, a un curso de formación sacerdotal. Asistimos unos cuarenta sacerdotes y vivíamos muy cerca del Vaticano, en el CIAM, un centro de Propaganda fidei que se utiliza para formar a los misioneros. Podría contar muchas cosas, pero me detendré en unas palabras de Monseñor José Luis Mumbiela, Obispo de Almaty (Kazajistán), en su conferencia Un tiempo esperanzador para la Iglesia y la sociedad.

A pesar de que los católicos en ese inmenso país son muy pocos, sus palabras estaban llenas de esperanza; se considera pastor de los millones de almas que desconocen al verdadero Dios, reza por todo ellos y a todo el que encuentra procura dispensarle amor y cercanía. En sus más de veinte años de misión ha visto crecer y arraigarse a la Iglesia entre los kazajos.

Nos habló de una enseñanza de san Juan Pablo II: continuamente Dios Padre nos manda rayos de su misericordia divina. Puede haber muchas dificultades: el calor, escasea el agua en los pantanos, el Covid no deja de colear, la viruela del mono, la crisis económica, las guerras… pero continuamente, como una lluvia de estrellas, nos llegan multitud de rayos de misericordia del cielo.

“No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino”. Así comienza el Evangelio de este domingo. Pienso que parte de la dificultad que tiene la sociedad para creer en Dios se debe a la pérdida del sentido de la paternidad. Desgraciadamente hay mucho padre ignoto, maltratador, egoísta, poco ejemplar.

Además, la figura paterna está denostada socialmente. Lamentablemente, en no pocas ocasiones, falta una buena referencia del padre. Siendo Dios Padre, se hace difícil conocerle. Dios no tiene nada que ver con Zeus, padre de todos los dioses y hombres, el dios del cielo y del trueno, de la energía, el dios tonante. Los dioses que construimos los hombres no dejan de ser humanos, reflejo de lo mejor de lo nuestro, pero también de lo peor. Zeus es conocido por sus aventuras, fruto de ellas son numerosas divinidades y héroes: Apolo, Dionisio, Perseo, Atenea, Artemisa… También es distinto de nuestros padres, que por buenos que sean, están llenos de limitaciones.

Tampoco las religiones tradicionales monoteístas, la hebrea y el islam, son capaces de enseñarnos cómo es Dios. Nos dan muchos retazos, pero solo Jesús tiene la autoridad y capacidad de mostrarnos al Padre. “Sin Jesús no sabemos qué significa realmente ser padre. Es algo que se reveló en su oración, y esa oración forma parte fundamental de él”, enseña Ratzinger. Solo Jesús, el Hijo amado, sabe que su Padre es Amor.

El Dios verdadero no es solamente el origen de todo. Aquel “en él vivimos, nos movemos y existimos”, como enseñaba san Pablo en el areópago de Atenas. Es mucho más, es el Padre amado de Jesucristo. El que tanto ama al mundo que nos entrega su Hijo querido. No es un dios dulzón, a nuestro servicio, útil para solucionar nuestros problemas, para arrancar unas lágrimas de emoción. Al ser verdadero Padre nuestra relación filial es para siempre, no me quiere porque soy bueno sino porque es Padre bueno. Este es nuestro seguro de vida, saber que siempre podemos volver a Él, que nos espera con los brazos abiertos. Él es quien nos devuelve la dignidad perdida: nos abre de par en par las puertas de su casa, que será siempre nuestra por mucho que escapemos de ella.

Del Padre eterno irradian rayos de misericordia que alumbran al mundo. Estos días de gran calor he presenciado dos de estos chispazos. Una señora estaba tumbada en la acera, daba la impresión de estar un poco colocada, se acercó un hombre y le llevó un botellín de agua fresca, la despertó suavemente y le animó a refrescarse y levantarse. También me tropecé con un “sin techo” en plena canícula; hablamos un ratito mientras él se tomaba una lata de cerveza helada que un vecino le había traído. Al despedirme me deseó con una amplia sonrisa “una buena misa, padre”, y eso que no es católico.

Es cierto que padre solo hay uno y es el que está en los cielos, de Él procede toda paternidad. San Josemaría nos dice: “Descansad en la filiación divina. Dios es un Padre lleno de ternura, de infinito amor. Llámale Padre muchas veces al día, y dile –a solas, en tu corazón– que le quieres, que le adoras: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo”. Siempre está a nuestro lado, no nos deja nunca solos y, cuando sufrimos, nos enjuga las lágrimas y sufre con nosotros. Somos los hombres quienes, con nuestra mal entendida libertad, le atamos las manos, nos apartamos de Él. Si le dejáramos hacer, veríamos maravillas.

Juan Luis Selma

 

 

Confiar, creer y amar. El camino a la transformación interior

 

Escrito por Tadeusz Kotlewski

Publicado: 28 Agosto 2022

 

“No se puede confiar en alguien, en cuyo amor uno no cree” P. Young

1.            Vencer la desconfianza

1.1.       La herida de la desconfianza 

Parece que la civilización contemporánea produce en el hombre diversos tipos de hambre. Uno de ellos es el hambre neurótica de amor, que nunca acaba de estar satisfecha [1]. El hambre de amor no se puede satisfacer, porque el individuo de hoy carece de unas buenas relaciones interpersonales, profundas e íntimas. Las necesidades neuróticas bajo el influjo de las cuales se guía la persona, generan insatisfacción y un vacío interior. Se podría decir que hay una codicia y una posesividad, que en definitiva es la búsqueda de alguna forma de "ser amado", actitud que consiste en estar constantemente pidiendo amor, y que en realidad es un clamor egoísta, es un monólogo en el que no hay el otro en la pareja, no hay comunicación alguna [2].

La persona que en su comportamiento se guía por tal hambre, en realidad está esperando un amor incondicional, pero por sí mismo no quiere dar nada. Es más, se aprovecha de los demás para sus propios fines, ignorando sus necesidades, sin siquiera tolerar sus diferencias. Además, tiene miedo a ser rechazado y abandonado; por eso, una persona así suele ser celosa de un modo neurótico. En definitiva, en el fondo de su alma, el individuo ya no cree que alguien lo pueda amar y, por eso, todas las expresiones auténticas de amor humano las ve, generalmente, como una amenaza y como algo que la esclaviza. Así, el hambre interior de amor, que es insaciable, se convierte para el hombre en un camino de alienación y autodestrucción; dicha actitud adopta formas diversas. Sobre todo, se expresa en un cerrarse sobre sí mismo, aislándose de los demás, dañando a los otros y aprovechándose de ellos [3].

¿Dónde está el origen de tales conductas humanas?, o también, ¿Por qué las personas suelen ser, a menudo, tan desconfiadas, buscando e incluso a veces mendigando amor? La respuesta se puede encontrar en el corazón humano, que es donde ha echado raíces "el miedo primitivo" [4]. Entonces, uno se puede preguntar ¿Qué es este miedo primitivo? Es el hecho de no poder creer en un amor verdadero y auténtico. Es la herida de la desconfianza y de la incredulidad, que tiene sus raíces en el primer acto de desobediencia. En este contexto, vale la pena recordar las palabras del Catecismo de la Iglesia Católica: “El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su Creador, y abusando de su libertad, desobedeció el mandato de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5, 19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad” [5].

1.2.       La falta de fe en el amor

Se podría decir que el hombre tiene una necesidad natural de ser amado [6] y de experimentar el amor incondicional. En ello se expresa el anhelo del amor perfecto. Sin embargo, el hombre experimenta el amor condicional, posesivo y, a veces, interesado, lo cual deja en él una herida existencial. Por una parte se desarrolla en el individuo un gran deseo de amar, pero por otro lado aparece un cierto miedo ante el amor, miedo a ser herido [7]. Es una forma particular de experimentar su propia fragilidad, la cual se expresa por el sentimiento de haber sido herido y por haber experimentado la soledad; también adopta diversas formas de conducta, así como diversos modos de experimentar y expresar. Por lo general, éste es un tipo especial de búsqueda del amor y de la intimidad.

Así se puede ver que la persona humana lleva dentro la herida de la desconfianza, que afecta a la calidad y a la profundidad de sus relaciones, tanto con los demás, como consigo mismo y con Dios. La desconfianza genera falta de armonía interior. La intimidad ya no es intimidad [8], sino que a menudo se convierte en un buscarse a sí mismo [9]. Se trata de heridas recibidas en el círculo familiar, que son experiencias de cada uno [10.] Las heridas que se producen en el ámbito de la amistad resultan ser también familiares a quienes tenían expectativas que no se han cumplido. Las heridas en las relaciones de pareja son el resultado de la mutua incomprensión del amor; como consecuencia de ello, se trata dicho amor como si fuera una relación comercial de intercambio, el trueque de algo por algo. Es entonces cuando el amor puede pasar a ser una actitud de rechazo; más tarde genera odio o incluso una relación de indiferencia que puede causar la muerte del amor [11]. También hay heridas espirituales que son el resultado de una búsqueda errónea de Dios, es decir, del hecho de buscarse a sí mismo en lugar de buscar a Dios en sus caminos.

La búsqueda neurótica del amor no aporta nada en absoluto, sino que conlleva y profundiza todo tipo de problemas. La persona afectada mentalmente, psíquicamente, espiritualmente y moralmente, por lo general trata de ocultar sus propias heridas mediante máscaras. El hecho de ponerse máscaras denota que la persona tiene una imagen enfermiza de sí misma, puesto que a través de ellas ve el mundo como si fuera una amenaza para su felicidad y su sentimiento de seguridad. Entonces, el individuo adopta un comportamiento a la defensiva o, a veces, una actitud ofensiva, cuyo objetivo es la legítima autodefensa de uno mismo. Lo que es más, la persona se adapta a la realidad dolorosa que la rodea, poniéndose máscaras para poder sobrevivir. Lo hace todo con el fin de experimentar al menos un poco de amor, y también con el fin de mitigar el dolor o, también, para llenar el insoportable vacío interior [12]. El hombre utiliza los mecanismos naturales de autodefensa propia [13]. Algunos de estos mecanismos sirven para evitar más sufrimiento, mientras que otros se centran más bien en atraer y conquistar el amor de los demás.

La herida causa dolor. Hoy en día, es común pensar que el dolor debe ser rechazado, eliminado, por lo que hay que negarlo o al menos fingir que no existe. Se utiliza una gran cantidad de calmantes, que en realidad no curan. Se huye hacia la llamada “libertad”, en el alcohol, el sexo, en una exagerada vida social, las drogas, la vida pseudo-espiritual que ofrecen las sectas: todo ello no es más que la negación del dolor y de la inquietud interior. El dolor aceptado, es decir no rechazado, puede cumplir un papel constructivo. Nos recuerda que las heridas deben curarse, y no huir de ellas. El dolor rechazado, cuando uno procura alejarlo, genera nuevos anhelos, hambres y necesidades. El remedio para el dolor existencial es el amor. Pero ¿qué es el amor? El verdadero amor se expresa a través de la comunicación, en el diálogo, en la apertura mutua de las personas [14]. El amor es un movimiento espontáneo del corazón, pero no todo movimiento del corazón ayuda a crecer en el amor verdadero. Todo apego, sobre todo los apegos desordenados, restringen el amor, porque esclavizan o incluso matan la libertad, y el amor requiere libertad. Existe la creencia común de que el amor consiste en un sentimiento interior. Entonces, el hecho de que sintamos algo o no se convierte en un criterio esencial para valorar la realidad. Los sentimientos, pueden alcanzar un rango muy elevado, una gran magnitud, por lo que acaba siendo una referencia para muchas cosas. No hace falta decir que lo ilusorio es la identificación de los sentimientos con el amor. El amor no es sólo un sentimiento, es una decisión, un acto de la voluntad humana, que compensa la gran incertidumbre de los sentimientos, la inseguridad que conllevan [15]. El amor consiste en superarse a sí mismo, se trata de salir del propio mundo narcisista para abrirse hacia la novedad. Sólo la apertura hacia el amor auténtico puede ayudar al hombre a salir de sus propios miedos para superarlos. Sólo en el amor uno puede superar la propia desconfianza [16].

1.3.       Superarse a sí mismo

La superación de la desconfianza es un largo proceso de superación de uno mismo, lo que implica, en primer lugar, conocerse a sí mismo, luego saber aceptarse, para sólo entonces, al final del proceso, abrirse a la transformación interior. Tal transformación integral de la persona es el camino que lleva a romper con los temores y a liberarse del miedo irracional que uno tiene por su propia suerte; eso se realiza mediante el conocimiento de la verdad entera, para poder superar así el sentimiento neurótico de culpa [17], buscando y comprometiéndose en favor del bien, superando la baja autoestima, a base de ir descubriendo el propio valor que uno tiene y su dignidad personal, también liberándose de todos los apegos y sentimientos desordenados [18].

El conocimiento de uno mismo empieza con el descubrimiento de la mirada amorosa de Dios, que en Jesús, mira al mundo entero, así como al mundo interior de cada persona. Él mira con amor (cf. Mc 10, 21), a cada uno individualmente. Ve también miedos y ansiedades. Él ve los deseos y expectativas. No aparta la mirada al ver las heridas, sino que las cura con   amor. También contempla cada historia humana, todo mundo de relaciones, es decir, todo lo que constituye la vida cotidiana.

Romper con el miedo irracional se realiza en el amor y por el amor, abandonándose confiadamente en Dios, permaneciendo en sus brazos (cf. Lc 15, 20). “No cabe temor en el amor; antes bien, el amor pleno expulsa el temor, porque el temor entraña castigo; quien teme no ha alcanzado la plenitud en el amor” (1Jn 4, 18). El descubrimiento del amor y su dimensión tangible lleva gradualmente a liberarse de las ilusiones, del afán de edificar sólo sobre la base de lo que es visible y comprobable. Aceptar que hay otra realidad, que no se rige sólo por los sentidos, y tratar de vivir esta realidad es lo que ayuda a superar los miedos, el miedo por el propio destino.

El camino para llegar a conocerse a sí mismo, naturalmente abre al don de la auto-aceptación. Aceptarse a sí mismo, en la dimensión espiritual, es un tipo particular de camino espiritual. Esta ruta no se limita a mirar el crecimiento interior del hombre únicamente en una dimensión puramente humana. La experiencia espiritual, para que sea madura, exige que haya madurez también en otras áreas. El hombre, en todas las dimensiones de su ser, constituye una unidad. La aceptación, siendo la puerta de la esperanza, no significa la condescendencia del mal, un cerrar los ojos ante los defectos y debilidades. Se trata de aceptar toda la verdad sobre sí mismo, así como ayudar a que la verdad salga a la luz. Bajo los efectos de esta luz el hombre se ve a sí mismo de una manera nueva, en la perspectiva de la fe. En la base de la aceptación hay, por un lado, la fe, la fe en uno mismo y la fe en Dios, y por otro, está el amor que es la base de cualquier relación.

La auto-aceptación es un proceso, a veces largo. Es un camino en el que se necesita tener mucha paciencia, y a menudo se precisa de la ayuda cordial de otra persona; además, uno debe dedicar tiempo para hacer una reflexión personal, tomarse el tiempo necesario también para la oración, y adquirir la capacidad de convivir con uno mismo. De esta manera, en este camino, las personas aprenden a renunciar a realizar los propios deseos y buscar la gratificación de las necesidades naturales, en virtud del valor elegido, que es el amor. Aprender a renunciar es el camino para lograr un bien mayor. Es aquí donde aparece un lugar para la dimensión cristiana de la cruz,  y para encontrar su sentido en nuestra vida cotidiana. Eso abarca también la vivencia del perdón [19].

En el camino de la superación de la desconfianza, el hombre está llamado a trascenderse a sí mismo. Este proceso pretende alcanzar una transformación radical de toda la persona y tocar todos los aspectos de su vida psíquica y espiritual [20]. La superación de uno mismo se realiza a través de tres etapas que se pueden diferenciar del siguiente modo: conocer la verdad, desear el bien y liberarse de los apegos. El hombre va pasando por estas etapas, desde el deseo de conocer más, hasta el deseo de poder vivir de acuerdo con el bien, para finalmente, libre ya de los apegos, poder amar aún más. Podemos indicar la necesidad de cambiar, de la conversión, en varios niveles: intelectual (la mente), moral (la voluntad) y emocional-afectivo (el corazón) y religioso/cristiano [21]. Estos tipos de conversiones están estrechamente relacionados entre sí y crean armonía interior, lo que permite completar el proceso de la conversión que lleva a la transformación interior y radical [22]. Y así es como se realiza la transformación interior en Cristo, de acuerdo con las palabras de san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Ga 2, 20a).

2.            El camino de la transformación

2.1.       El camino de la fe

El hombre lleva en su corazón la profunda necesidad de descubrir la verdad acerca de sí mismo y de toda la realidad que lo rodea. Al mirar la realidad, tanto la interior como la exterior, él desea comprender los procesos que se desarrollan en ella, que la componen. Este deseo de “entender” es en realidad el comienzo de una transformación de la mente, es decir, es el camino donde se va descubriendo y conociendo la verdad. Sin embargo, existe el peligro de caer en ilusiones, sobreestimar el papel del intelecto y llegar así a la conclusión de que ya se comprende todo, de haberlo conocido todo, y que no habrá cuestión alguna a la que no se le pueda dar una respuesta. Una persona así no posee la dimensión de la trascendencia y ha perdido el sentido del misterio. Cree que todo puede ser explicado en términos puramente humanos, si no ahora, ciertamente más tarde será posible hacerlo. 

En consecuencia, no se abandona con confianza en las manos de Dios, no se fía de Él, porque tiene miedo de sí mismo y de su vida. Quizás el individuo todavía cree en la existencia de Dios, pero cree en un Dios que está demasiado lejos de los asuntos humanos, que no entra en las vidas de las personas, ni siquiera está interesado en ello. A pesar de que cree en un Ser Superior, no obstante no es capaz de creer en Dios. Para una persona así, Dios no da respuestas a muchos de sus problemas [23].

Desde esta perspectiva, la persona no está dispuesta a aceptar el pasado en el que su vida está enraizada, puesto que no encuentra en ella el sentido ni la presencia de Dios. En cambio, trata de controlar el presente de diversos modos posibles, y quiere influir en todo lo que ocurre. Esta actitud genera en tal persona cautela, y así, tratando de ser muy precavido no logra disfrutar con los acontecimientos de cada día, ni es capaz de disfrutar de breves momentos ni de las pequeñas cosas cotidianas. No sólo eso, además suele mirar con cierta inquietud o ansiedad hacia el futuro, pues no se sabe lo que le pueda llegar, un futuro incierto que le puede sorprender, que se le presenta como un misterio inexplorado. Esta inquieta preocupación no propicia la creatividad, no permite explorar nuevos caminos, nuevas maneras de seguir adelante, sino que genera miedo e incertidumbre, así como un sentimiento de inseguridad. En otras palabras, el hombre que trata de edificar su vida únicamente en aquello que es racional y visible, cierra su corazón a la dimensión del misterio [24].

Una persona así sobrestima la importancia y el valor de las capacidades intelectuales, a veces sin entender el significado de sus propias capacidades. Es una especie de racionalismo frío, en el que no queda lugar para el corazón, de donde se desprende frialdad [25].

Se puede vivir en un mundo de ilusiones, mirando a la realidad que nos rodea y a uno mismo en un espejo deformante. Por eso, es necesario transformar y renovar la mente, mirando más allá. Para mirar de ese modo, tiene gran influencia el mundo que nos rodea, y por eso san Pablo escribe“Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12, 2). Esta invitación es un llamado a vivir la fe, porque sólo desde la perspectiva de la fe se puede descubrir la verdad fundamental de la existencia. “La fe cristiana –escribe el Papa Francisco– está centrada en Cristo, es confesar que Jesús es el Señor, y Dios lo ha resucitado de entre los muertos. (…) La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último” [26].

Justo entonces la persona empieza a percibir la realidad de otro modo, pues se le aparece de otra manera, la ve desde una perspectiva diferente. Esta verdad que acaba de descubrir le enseña constantemente a distinguir lo verdadero de lo falso, el bien del mal. Un hombre de fe descubre una vez más que la realidad es un misterio, que lo atrae a la vez que lo deja un tanto inquieto: misterium tremendum et fascinosum. La fe lleva al conocimiento de la realidad, en su totalidad [27].

Cabe recordar aquí, que en sentido bíblico, el término “conocimiento” no significa sólo la percepción de una realidad, sino que también implica permitir dejarse involucrar por lo que se va conociendo. Este conocimiento de Dios y lo que Él ha creado, por lo tanto, no es un conocimiento meramente intelectual, sino un compromiso personal, que tiene su origen en el reconocimiento de las obras de Dios y se expresa a través de la fidelidad y la obediencia a la ley de Dios. El verdadero conocimiento de Dios nos es dado en Jesucristo. La gracia de conocer a Jesús significa tener una relación vivificante con Él, la cual se inspira en el amor, y cuyo creador es el Espíritu Santo [28].

La visión bíblica muestra la necesidad de sanar aquello que en nosotros es enfermizo y débil. En este contexto, aparece la necesidad de sanar nuestros sentidos a través de los cuales percibimos la realidad, a fin de que no caigamos en una ilusión. A su vez, este camino exige la curación de nuestra memoria, a fin de que no codifiquemos dicha ilusión, para que no intentemos edificar el mundo conforme a ella. Para sanar nuestra percepción de la realidad, necesitamos tener una nueva sensibilidad que nos revele de nuevo la verdad fundamental: Dios es el Señor de todo el mundo, y el hombre es su siervo. Más aún, Dios es mi Señor, y yo soy su siervo. Es necesario pues buscar apoyo en Dios.

El proceso de transformación de la mente afecta también a la memoria, la cual precisa ser sanada. La memoria no es sólo un lugar donde los eventos son codificados, como hechos concretos o conocimientos, no es una mera crónica de los hechos. Es algo muy dinámico y activo. En muchas ocasiones la memoria es variable y a menudo está algo enferma, porque “no nos recuerda, no nos hacer vivir de recuerdos o simplemente nos recuerda sólo ciertos acontecimientos fragmentarios, lo cual puede generar ansiedad y confusión; a menudo, no sabe interpretar aquello que nos recuerda, no sabe amar ni contemplar o –más importante si cabe– quisiera olvidar y borrar” [29]. Al mirar de ese modo la memoria humana, se puede afirmar que ésta precisa de una sanación, ya que juega un papel importante en la formación y transmisión de la fe. La Biblia hace hincapié en este aspecto de la memoria, que nos recuerda cosas, es decir, que nos hacer revivir de nuevo ciertas realidades que se han producido en el pasado. En el libro del Deuteronomio está escrito: “Acuérdate de todo el camino que Yahvé tu Dios te ha hecho recorrer” (Dt 8, 2). Hacer referencia a la memoria, apelar a los recuerdos no es sólo una evocación del pasado, de hechos ocurridos, sino también representa una mirada hacia el futuro. No es una mera crónica de los hechos, sino un resurgimiento, para vivir nuevamente la experiencia y vivencias que anhelan poder ser un fundamento para la vivencia del futuro que se avecina. “Recuerda” en el sentido bíblico, significa “conmemora”, “vive con solemnidad”, “celebra”. Así, recordar es revivir solemnemente muchas cosas que el Señor ha hecho.

Crecer en la fe significa, pues, descubrir y recordar cada día la bondad del amor de Dios, inscrito en la historia de cada ser humano. La fe del hombre se convierte en algo esclerótico, cuando éste pierde el sentido del retorno al pasado, en el que Dios estuvo presente en cada uno de sus acontecimientos. En la experiencia de la fe, la “memoria” juega un papel importante, ya que hace que los recuerdos y la vivencia de la historia se conviertan en una fe muy personal [30].

2.2.       El camino de la esperanza

Al hombre, cuando busca del verdadero rostro de uno mismo y de Dios, no le basta el convencimiento de que Dios es Señor de toda la creación y que él es su siervo. Así, el alma procura aceptar esta verdad y trata de vivirla, pero sigue notando que se encuentra insatisfecha y con ganas de algo más. Comienza a darse cuenta de que para ir formando en positivo su propia imagen influyen en gran manera otras relaciones humanas, en particular, la relación entre un hijo/hija con el padre y del padre con el hijo/hija [31].

La relación entre padre e hijo / hija y del hijo / hija con el padre consiste, en gran medida, en la formación de la voluntad, lo cual se refleja en el modo actuar. A menudo, esta dimensión suele ser dominante sobre las demás, de tal modo que se puede llegar a la conclusión de que basta con tan sólo querer. Entonces, se generan ilusiones que sobreestiman la importancia de la voluntad, sobre la cual se puede apoyar el funcionamiento de toda la persona. La autosuficiencia es una de ellas. Quien está convencido de su autosuficiencia suele estar muy encerrado en su propio mundo, y en todo lo que ya ha logrado. Entonces, ya no es capaz de agradecer, porque considera que todo lo debe a sus propios esfuerzos. En el fondo, se considera ya una persona santa o, incluso, se cree un salvador, a quien más bien hay que dar gracias por todo lo que hace. El convencimiento personal de su grandeza hace que sea incapaz de reconocer sus propias limitaciones, que le recuerdan su propia fragilidad y debilidad. Una persona así niega, minimiza o atribuye a los demás las manifestaciones de sus propias limitaciones e insuficiencias. El adentrarse por estos caminos, puede llevarlo a la convicción de su propia perfección, que precisamente ha logrado gracias a sus propios esfuerzos personales y a la austeridad y a las renuncias de la vida que ha llevado. Con el paso del tiempo puede llegar a ser legalista y perfeccionista; es decir, se convierte en alguien “perfecto” en lo que se refiere al cumplimiento de la ley, en su dimensión externa, y así seguirá creciendo con la convicción de que este modo de vivir la observancia de la ley es suficiente para todo. Si uno se fija en la totalidad de dicha actitud, ve que el hombre se va convirtiendo en alguien triste, que a toda costa quiere demostrar a los demás que es muy bueno. Una actitud así exige que haya un cambio, sobre todo, en las capas más profundas del ser, a fin de sé que la persona sea capaz de construir sobre la verdadera realidad, no sobre ilusiones. Para ser capaz de adentrarse por este camino de la transformación de la voluntad, es necesaria la esperanza y hay que abrirse a una profunda relación con Dios, que es Padre [32].

En este sentido, se pueden ver dos actitudes emergentes. La primera destaca la brecha entre el padre y el hijo o la hija, es decir, la falta de una estrecha relación, o incluso se trata de la situación cuando se huye de tal relación. Esta actitud se basa en la experiencia del miedo que el hijo/hija tiene hacia su padre, y por lo tanto es un intento de superar el miedo o de encubrirlo, ocultarlo. La segunda actitud se basa en una excesiva dependencia del hijo/hija en relación con su padre, lo cual puede llevar a una falta de iniciativa y a la pasividad. En relación con Dios, ambas tendencias pueden adoptar la forma de un exceso de actividad (el activista) o pasividad (tendencia a una forma de pensar mágica) [33].

Ambas actitudes denotan una imagen de Dios y de uno misma enfermizas. Dios aparece como un “papá benevolente” (dependencia excesiva) o como un juez, un policía, como el fiscal en un juicio (una relación distante), o puede ocurrir que Dios se lo veamos como una persona. La sanación de las heridas, en ambos casos, al tratarse de un proceso, se realiza a través del descubrimiento gradual del propio valor y al percatarse de las propias limitaciones, de los propios límites, para así poder encontrar a Dios con su “verdadero rostro”. El descubrimiento de Dios como Padre [34] lleva a un deseo de hacer el bien, no por haber sido forzado a ello, por obligación, sino en la libertad, para comprometerse en su causa. Es el camino de la esperanza, ya que el hecho de descubrir la grandeza de Dios y su particular cercanía muestra la grandeza y la dignidad del hombre [35].

Jesús sorprende a todos, al revelarlos a Dios como Padre, que celebra, pero no tanto por la celebración de Su Majestad, sino en la sencillez del Padre, que encontró a su hijo (cf. Lc 15, 1-15). ¿Por qué el Padre se alegra y quiere celebrarlo? El hijo que regresa a la casa del padre es motivo suficiente para celebrarlo. El hijo regresa, reconoce su situación vital en la verdad. El reconocimiento de sus limitaciones, de sus debilidades, de su pecado no es castigado, ni la persona es privada de hacer el bien. En otras palabras, quien reconoce su pecado, sus limitaciones, la insuficiencia de su ser experimenta el amor gratuito de Dios, que, a la vez que es don, es también un compromiso y una invitación a hacer el bien. Dios, que es Padre, libera del miedo y de la superstición. Él invita a su fiesta para compartir su alegría. Él abraza y acoge a todos, especialmente a aquel que se siente débil, enfermo y perdido. ¿Cómo se puede tener miedo de un Dios así? [36]

2.3.       El camino del amor

En relación con Dios, y en el hecho de ir descubriendo una imagen positiva de sí mismo, el individuo está invitado a hacer un paso más. Descubre su profundo deseo de amistad y aspira a convertirse en un amigo de Dios, un amigo del prójimo, y también un amigo de sí mismo. Un amigo es alguien que está cerca y que, en particular, experimenta el amor y él también ejerce la caridad para con los demás. La amistad nace del amor y el amor se multiplica, engendra más amor. En este contexto, vale la pena señalar que el anhelo de experimentar la amistad se inscribe profundamente en el mundo interior del hombre que, por naturaleza, lleva dentro el deseo de amar. El hombre anhela el amor y desea realizarse en el amor [37].

La condición básica para el amor es dejarse amar para poder amar, para ser capaz de amar. En primer lugar, ¡no se debe tener miedo del amor! El temor, el hecho de tener miedo de entrar en relación no va a cambiar nada. Hay que arriesgarse. Así como por un lado no hay que tener miedo del amor [38], por otro uno debería liberarse de toda preocupación por ser amado. Esta actitud surge del apego, que obstruye el amor. La persona se da cuenta, a menudo, de una actitud pasiva que consiste en esperar pasivamente que llegue el amor, que surge del convencimiento que nos hace creer que eso es algo que sucede. El amor, sin embargo, no es algo que suceda en pasividad de uno, sino que consiste más bien en salir de sí mismo y salir al encuentro del amor. Por lo tanto, no tiene otro remedio que pasar de la expectativa de ser amado a ponerse a amar a los demás. El amor engendra amor [39].

Cuando alguien se arriesga a amar a otra persona es cuando experimenta el amor. En la vida, no es suficiente procurar tener lo que se llama relaciones correctas, que carecen de carga emocional-afectiva. Tal vez todo esté en su lugar adecuado, pero falta el corazón. La madurez emocional requiere edificar relaciones humanas basadas en sentimientos y emociones sanas. Entrar de ese modo en el ámbito de las relaciones humanas ayuda a tener una buena experiencia del amor de Dios. Es más, sólo cuando el individuo ama es cuando experimenta lo mucho que es amado por Dios. Este camino le lleva a descubrir que es Dios quien lo ha amado primero. La persona que se preocupa demasiado por ser amado no permite a Dios que la ame. Dejarse amar por Dios significa descubrir la amistad que Jesús tiene con cada uno, sin excluirse a sí mismo. Sirvan de ejemplo los discípulos de Juan el Bautista, que siguieron a Jesús (cf. Jn 1, 35-42).

El camino de la transformación lleva al hombre a redescubrir el amor en sus tres dimensiones. El amor es uno, pero se expresa de una manera triple, es decir: como respeto y reconocimiento de sí mismo (amarse a sí mismo), buscando solícitamente el bien del prójimo, siendo responsables de él (el amor al prójimo), y rendir honor a Dios, con temor de Dios (el amor de Dios). Esta triple dinámica ilustra el crecimiento en el amor, así como el desarrollo de la amistad resulta ser tan cercano a todos.

El amor de sí mismo no es una expresión de egoísmo o de “amor propio” (que sería sinónimo de concupiscencia y de buscarse a sí mismo de un modo egocéntrico), ya que la persona egoísta no es que se ame a sí misma demasiado, sino en realidad demasiado poco; de hecho, se odia a sí misma. El egoísmo y el amor son dos realidades contrapuestas. Amarse a sí mismo se fundamenta en una necesidad básica de todo ser humano; consiste en la actitud realista de aceptarse a sí mismo, de tenerse respeto, aprecio por uno mismo; significa también saber alegrarse de sí mismo [40]. En esta perspectiva,     con una actitud positiva hacia sí mismo, comprendida de ese modo requiere que se cumplan unas condiciones esenciales, para que pueda entrar en el camino de amarse a sí mismo. Es todo un arte que debe ser aprendido.

El mandamiento bíblico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” indica claramente que el respeto, el amor y la comprensión hacia uno mismo no pueden separarse de la solicitud, el sentido de responsabilidad, el respeto, el conocimiento de la integridad y singularidad del prójimo. Una cosa supone la otra, más aún, uno exige otro lo otro. No se puede hablar de amor a sí mismo, si no hay respeto para con el prójimo. Entonces, ¿qué es el amor humano?

De un modo descriptivo, se puede definir el amor como una entrega, que a la vez es compromiso respetuoso, tierna solicitud y una firme voluntad de permanecer junto al otro [41], pero no tensando la cuerda para emitir comentarios críticos, buscando cómo descubrir las deficiencias y debilidades del otro, sino más bien como una tierna solicitud llena de respeto y comprensión. Basta con mirar el amor que una madre tiene por su hijo, para ilustrar esta realidad. El respeto y una tierna solicitud no son muestras de una espera pasiva, sino el efecto de la apertura del corazón, una expresión de la buena disposición de la voluntad [42].

Esto se refiere no sólo a relación con las personas, sino también a la relación con todo el mundo. En esta perspectiva, el ser humano no sólo ama a otra persona, sino que es un amante de la vida. Es decir, respeta todos los seres vivos. Respeta, cuida de todas las creaturas.

El amor se expresa en el cuidado solícito y el compromiso, la entrega, y sigue siendo eso, a pesar de las dificultades y las ansiedades. En la sencillez de la entrega, de este darse mutuamente, en el amor humano se manifiestan sus rasgos fundamentales En primer lugar, el amor „no hace diferencias” entre unos y otros, entre buenos y malos, santos y pecadores. El amor ve el corazón del hombre, mira en su interior, en sus capas más profundas. Las personas pueden no ser conscientes de lo que están haciendo. En segundo lugar, el amor por su propia naturaleza, es desinteresado. „Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha” (Mt 5, 4). Para poder alcanzar este espíritu del amor desinteresado, hay que abrir los ojos y “ver”. A veces basta con mirar para ver que el amor, en realidad, enmascara el egoísmo y sus propios deseos. Precisamente, se puede dar para recibir.

Por último, la característica más importante del amor es la libertad, puesto que no ata, no crea apegos, no exige nada, no espera nada a cambio. En el amor, uno no está obligado, forzado. Dónde comienzan las coacciones, allí se acaba el amor. El amor es también, en cierto sentido, la ascesis, porque exige del hombre un esfuerzo, pues no bastan las buenas intenciones ni sólo los buenos sentimientos. Sí, para amar hay que poner empeño, uno debe esforzarse, considerar las cosas detenidamente, hay que exigirse a sí mismo, llevar a cabo ciertos propósitos, que generalmente suponen sacrificio. Esta es la actitud que nos muestra el Buen Samaritano del Evangelio (cf. Lc 10, 30-37). Dicha actitud produce frutos, los frutos bienaventurados del amor [43]. El amor de Dios expresa plenamente y completa lo que uno está bus- cando y aquello dónde se encuentra el sentido más profundo de la vida. El amor de Dios se manifiesta en la actitud del temor de Dios, que abre a la trascendencia. En la Biblia, el temor de Dios va de la mano del amor de Dios, porque el amor no se limita al ámbito de los sentimientos, sino que involucra y compromete a toda la persona, y se concretiza en la observancia de los mandamientos y las palabras de Dios [44]. El temor de Dios es el fundamento de la fidelidad a las promesas y a los mandamientos. El miedo no es lo mismo que el temor de Dios. El miedo surge, entre otras cosas, de una excesiva preocupación por sí mismo, del sentimiento de inseguridad y, como consecuencia, puede conducir a la cerrazón, a un encerrarse en sí mismo en una actitud de aislamiento. En la actitud del temor de Dios, el hombre confiesa y reconoce que Dios es el Señor de su vida, que Dios es el Señor de todo. En su base radica la reverencia, es decir, el respeto. San Ignacio de Loyola dice que “el hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor” [45].

Jesús, al responder a la pregunta que le hizo un maestro de la ley, dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente” (Lc 10, 27). En otras palabras, se puede decir que amar a Dios con toda mente, significa creer en Él mediante una actitud de humilde confianza, y aceptar que su palabra es la verdad. Amar a Dios con todas las fuerzas equivale a abrirse a su perdón, para llevar el perdón a los demás. Amar a Dios con toda el alma es sacar de Él la savia vivificante para poder vivir. Amarlo con todo el corazón es entregarse a él sin reservas, totalmente. Amar con todo nuestro ser significa poner a Dios en el centro de nuestra vida, no en la periferia. Y para eso se requiere que una persona ponga de su parte un esfuerzo diario con el fin de ordenar sus propias vidas para restaurar el lugar que le corresponde a Dios. Para profundizar en el vínculo de amor con el Creador, es necesario haber experimentado la soledad, se precisa disponer de tiempo para permanecer junto a Él, para estar a solas con Él. Estos momentos de intimidad y cercanía permiten que se revele su amor y se puede experimentarlo [46].

El camino del amor de Dios es por lo general largo y exige que el hombre se libere de todos los ídolos, de la ilusión del miedo y la ansiedad. Uno puede apegarse a ciertas experiencias, vivencias, situaciones en las que Dios se nos ha dado, pero al final podemos perder en el horizonte a Dios. A veces, se trata de una lenta sanación en nosotros de todo aquello que es difícil, enfermo, dolorido, y débil. No hay nada que se consiga de repente. El proceso de curación de la imagen enfermiza que tiene es lento, pero efectivo, porque el amor genera más amor. No hay nada mejor para curar las heridas que un bálsamo de amor. La persona que ha experimentado el amor de Dios, descubre que se convierte en un amigo de Dios [47].

***

En resumidas cuentas, se pude afirmar que la superación de la desconfianza es un proceso que afecta a toda la persona. En efecto, no se puede confiar en alguien, en cuyo amor no puedo creer. La confianza está estrechamente relacionada con el amor. La desconfianza se cura a base de amor, misericordia, bondad y con la justicia que desciende de lo alto, al igual que “del sol salen los rayos del sol, como si fuera una fuente de agua” [48].

Entrar en el camino de la superación de la desconfianza, significa abandonarse en Dios, desde la fe, entregándole todos los miedos e inquietudes, descubrir en la esperanza el rostro sereno del Padre, que está esperando en la puerta, que sale a nuestro encuentro con los brazos abiertos, restaura dignidad de uno y hace entrar de nuevo en su casa; también significa dejarse amar en el amor, para ser capaz de amar con un amor más auténtico. Es un viaje de sanación en el amor y a través del amor. Es el camino desde miedo a amor [49]. Confiar, creer y amar es el camino de una transformación interior y radical para que uno pueda encontrarse a sí mismo y luego abrirse al Dios vivo y el prójimo. Este camino porta a la verdadera fuente de la vida donde el hambre neurótico de amor va a ser superado y uno en fin queda satisfecho. El verdadero amor nace de la contemplación, no de la acción. Si sólo fuera acción, acabaría siendo puro activismo. La contemplación al AMOR [50] es la fuente auténtica de la misión y la vocación. En efecto, el hombre saca de la contemplación las fuerza, la motivación y el deseo de construir relaciones humanas, reparar las relaciones rotas y fortalecer aquellas relaciones que son débiles.

Tadeusz Kotlewski, en researchgate.net/

Notas:

1  Cf. C. Guarreschi, Las nuevas adicciones. Internet, trabajo, sexo, teléfono celular, compras, Grupo Editorial Lumen, Buenos  Aires-México 2000, p. 18-19; M. Valleur, J.-C. Matysiak, Las nuevas adicciones del siglo XXI. Sexo, pasión y videojuegos. Paidós, Barcelona-Buenos Aires-México 2005, p. 29-332.

  Cf. T. Kotlewski, Cywilizacja uzależnień a Reguły [służące] do zaprowadzenia ładu w jedzeniu, in: W. Królikowski (red.), Świat ludzkich głodów. Wokół Reguł służących do zaprowadzenia ładu w jedzeniu św. Ignacego Loyoli, Wydawnictwo WAM, Kraków 2012, p. 99-101.

3   Cf. G.G. May, Addiction & Grace. Love and Spirituality in the Healing of Addictions. HarperOne, New York 1991, p. 13-15.

4   J.-M. Verlinde, Na drogach uzdrowienia wewnętrznego, Wydawnictwo AA, Kraków 2008, p. 109.

5   Catecismo de La Iglesia Católica, Nueva edición conforme al texto latino oficial, Asociación De Editores Del Catecismo, Bilbao 2012, no 397.

  Cf. G.G. May, The Awakened Heart. Opening Yourself to Love You Need. Harper, San Francisco-New York 1991, p. 1. Véase también R.E. Rogowski, Stworzony do miłości, “Życie Duchowe” 2002 nr 29, p. 12-13.

  Cf. J.-M. Verlinde, op. cit., p. 109-110.

  “La intimidad –subraya L. Sperry– se refiere a aquellos sentimientos de  una relación que promueven la cercanía o el apego y también la experiencia de cordialidad. (…) La intimidad es una relación personal estrecha, familiar y a menudo afectuosa con otra persona que implica un profundo conocimiento de esa persona y también una expresión proactiva de los propios pensamientos, sensaciones y sentimientos que sirven como muestra de familiaridad”; L. Sperry, Sexo, sacerdocio e Iglesia, Editorial Sal Terræ, Santander 2004, p. 28. Véase también P. Collins, Intimacy and the hungers of the heart. The Columba Press/Twenty-Third Publication, Mystic, Dublin-Connecticut 1991, p. 17-23.

  Cf. M. Kelly, Los siete niveles de la intimidad. El arte de amar y la alegría de ser amado. Editorial El Ateneo, Buenos Aires 2006, p. 25-26.

10    Cf. J.-M. Verlinde, op. cit., p. 111.

11    Cf. P. Lauster, El Amor. Psicología de un fenómeno, Mensajero, Bilbao 1992, p. 117-119.

12    Cf. T. Kotlewski, Akceptacja siebie. Od lęku do miłości, Ośrodek Odnowy w Duchu Świętym, Łódź 2006, p. 17-18.

13    Cf. A. Cencini, A. Manenti, Psicologia e formazione. Strutture e dinamismi, EDB, Bologna 1986, p. 237-239.

14    Cf. Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, Editorial Sal Terræ, Santander 1990, no 231.

15    “El amor no se puede reducir a un sentimiento que va y viene –escribe el Papa Francisco- Tiene que ver ciertamente con nuestra afectividad, pero para abrirla a la persona amada e iniciar un camino, que consiste en salir del aislamiento del propio yo para encaminarse hacia la otra persona, para construir una relación duradera; el amor tiende a la unión con la persona amada”; Papa Francisco, Carta Encíclica Lumen fidei, Librería Editrice Vaticana, Roma 2013, no 27.

16    Cf. T. Kotlewski, Akceptacja siebie. Od lęku do miłości, p. 42-43.

17    Cf. id, Skrupuły a depresja, in: W. Królikowski (red.), Świat moralnych lęków. Wokół Reguł o skrupułach św. Ignacego Loyoli, Wydawnictwo WAM, Kraków 2010, p. 137-138.

18    Cf. Ignacio de Loyola, op. cit., no 1. Véase también L.M. García Domínguez, Las afecciones desordenadas. Influjo del subconsciente en la vida religiosa, Mensajero/Sal Terræ, Santander-Bilbao 1992, p. 25-30; T. Kotlewski,  Z sercem hojnym i rozpalonym miłością. O mistyce ignacjańskiej, Wydawnictwo RHETOS, Warszawa 2005, s. 146-151.

19    Cf. J. Wolski Conn, W. E. Conn, Self-sacrifice, self-fulfillment or self-transcendence in Christian Life? Hunan Development. The Jesuit Educational Centre for Human Development vol.3, no.3, 1982, p. 25-28

20    El tema de la transformación es central para la espiritualidad cristiana. Véase E. Howells, Introduction, in: E. Howells, P. Tyler (eds.), Sources of Transformation. Revitalizing Christian Spirituality, Continuum International Publishing Group, London-New York, 2010, p. XI.

21    Cf. A. Cencini, Amerai il Signore tuo. Psicologia dell’incontro con Dio. EDB Bologna 1988, p. 91. Véase también D. L. Gelpi, The Conversion Experience. A Reflective Process For RCIA Participants And Others. Paulist Press, Mahwah, NJ 1998, p. 26-39.

22    Cf. L. Sperry, Transforming Self and Community. Revisioning Pastoral Counseling and Spiritual Direction. The Liturgical Press, Collegeville, Minnesota 2002, p. 117-118.

23    Cf. A. Cencini, op. cit., p. 74-75.

24    Cf. T. KotlewskI, Akceptacja siebie. Od lęku do miłości, p. 33-34.

25    Cf. A. Cencini, op. cit., p. 100-102.

26    Papa Francisco, Carta Encíclica Lumen fidei, no 15.

27  “La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor   de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad; ibídem, nº 26.

28    Cf. P. Rossano, G. Ravasi, A. Girlanda (eds.), Nuovo Dizionario Di Teologia Biblica, Edizioni Paoline, Milano 1988, p. 742-743.

29    A. Cencini, op. cit., p. 103.

30    Cf. Rossano, G. Ravasi, A. Girlanda (eds.), op. cit., p. 900-903.

31    Cf. C. Risé, Il Padre. L’assente inaccettabile. Edizioni San Paulo, Cinisello Balsamo 2003, p. 11-18.

32    Cf. T. Kotlewski, Akceptacja siebie. Od lęku do miłości, p. 38-40.

33    Cf. A. Cencini, op. cit., p. 72-74.

34    Cf. C. Risé, op. cit., p. 33-38.

35    Cf. A. Cencini, op. cit., p. 92-93.

36    Cf. T. Kotlewski, Garść nadziei, Ośrodek Odnowy W Duchu Świętym, Łódź 2005, p. 52-53.

37    Cf. R. E. Rogowski, op. cit., p. 12.

38    Cf. M. Kelly, op. cit., p. 23-24.

39    Cf. T. Kotlewski, Akceptacja siebie. Od lęku do miłości, p. 44-45.

40    Cf. P. Lauster, El Amor. Psicología de un fenómeno, Mensajero, Bilbao 1992, p. 49-51.

41    Cf. M. Kelly, op. cit., p. 64-67.

42    Cf. P. Lauster, op. cit., p. 43.

43    Cf. T. Kotlewski, Garść nadziei, p. 25.

44    Cf. Rossano, G. Ravasi, A. Girlanda (eds.), op. cit., p. 46-47.

45    Cf. Ignacio de Loyola, op. cit., no 23.

46    Cf. A. Cencini, op. cit., p. 106-107.

47    Cf. T. Kotlewski, Akceptacja siebie. Od lęku do miłości, p. 60-61.

48    Ignacio de Loyola, op. cit., no 237.

49    Cf. H. Nouwen, Spiritual Formation. Following the movements of the Spirits. HarperOne, New York 2010, p. 79-80.

50    Cf. Ignacio de Loyola, op. cit., no 230-237.

 

 

No olvidemos, el fuego se apaga en invierno

Desde hace décadas, los agricultores y ganaderos españoles iban avisando: el pastoreo evitaba muchos incendios. Basta ver el aumento de incendios, y algo de razón habrá que conceder a agricultores y ganaderos.

Sin embargo, los políticos incurren en auténticas chapuzas cuando  quieren sorprender con soluciones originales, cara a la prensa. Es el caso de Mireia Mollá –pertenece a Compromís-, la consejera valenciana de Agricultura, Desarrollo Rural, Emergencia Climática y Transición Ecológica, que tuvo una idea genial: unos cuantos burros anti-incendios para comerse la vegetación el verano pasado, en unos montes cercanos a Castellón, y lo anunció en una rueda de prensa como “medida estelar”. Murieron en pocos días casi todos los burros, famélicos. La consellera echó las culpas al director del Parque, y sigue coleando la chapuza. Mollá no ha visto montes, ni incendios ni burros salvo en películas o en el móvil. Chapuza mayor es casi inimaginable.

Es un hecho que como sociedad estamos fallando. No culpemos únicamente a los políticos. Me gustaría ver más ONG, asociaciones, fundaciones, que se ofrecieran y llevaran a cabo acciones de limpieza de montes y caminos. Eso sí que sería sostenibilidad, amor a la naturaleza, protección medioambiental.

La izquierda española quiere apropiarse de cuanto se refiera a la naturaleza. Un ecologismo de salón, inactivo, como una etiqueta para mentes sumisas o conformistas. Una ecología que, curiosamente, acaba volviéndose contra el hombre: controles, horarios limitados para visitar parques o montes, desconfianza hacia el hombre en vez de buscar la ligazón naturaleza-hombre.

En los partidos de derechas se incide mucho en la gestión económica, y falta una sensibilidad mayor hacia la naturaleza, por encima de gestos.

Unas propuestas atrevidas. Que los liberados sindicales constituyan un voluntariado para dedicar tiempo a limpiar montes y caminos, cuando sus extenuantes tareas como liberados sindicales se lo permitan. Que en ciertos ayuntamientos, diputaciones o consejerías, creen algún tipo de voluntariado para esa tarea. Que en las universidades haya grupos de voluntarios – integrados por profesores, personal administrativo y alumnos – que demuestren esa sensibilidad, dedicando unas horas al año a limpiar montes. Que los jóvenes que acuden en verano a festivales musicales acudan en invierno a limpiar algunos montes. Que el lector siga la lista.

Jesús Domingo Martínez

 

 

Todos tienen derecho a la vida

Nuestra Constitución, con respecto a la vida humana dice literalmente: "todos tienen derecho a la vida" (art. 15).

Se habla a veces de jueces "conservadores" o de jueces "progresistas". En rigor deberían ser innecesarios esos calificativos, pues esos jueces no tienen que elaborar un texto sobre la vida, sino interpretar el ya existente, independientemente de la opinión personal que tenga sobre el aborto; interpretación que según el Código Civil, art. 3.1, debería hacerse "según el sentido propio de sus palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos".

¿Es razonable que en la mente de los padres de la Constitución estuviera la posibilidad del aborto al redactar el artículo 15?; ¿no lo habrían reflejado de modo más claro, en lugar de decir todos tienen derecho a la vida? "Todos" son los que son, los que existen, los que tienen vida, sea intrauterina o extrauterinamente.

El sentido obvio y literal de "todos" exige incluir todas las vidas, o dicho de otro modo la vida de todo ser humano en sus distintas fases: desde la concepción hasta la muerte natural. La vida es un "continuo", desde la concepción hasta que muere. Partirla artificialmente y negar el valor de una fase sería contrario a la realidad. El parto es un paso biológico necesario, pero como tal  no da la vida, sino que simplemente esa vida real, ya existente, comienza a desarrollarse fuera del seno materno, aunque su dependencia con la madre aún siga siendo imprescindible durante años para continuar viviendo. Toda vida humana tiene un valor absoluto, y no se puede relativizar ninguna fase de su existencia.

Domingo Martínez Madrid

 

 

Las cosas pueden ser a veces difíciles

Las cosas entre las personas, especialmente en las relaciones matrimoniales, pueden ser a veces difíciles. Hay incomprensiones, hay modos de ver las cosas de maneras distintos, motivo por el cual el diálogo es una actividad necesaria a través de toda la vida del matrimonio. Siempre hay que hablar, y entonces es más fácil entender por qué ella, por qué él, se comportan de esta manera. No hay que echarse en cara las cosas si no sacarlas en un momento de diálogo tranquilo para entender. Comprender a la otra parte es una cuestión de amor.

San Josemaría escribe: “Tendría un pobre concepto del matrimonio y del cariño humano quien pensara que, al tropezar con esas dificultades, el amor y el contento se acaban. Precisamente entonces, cuando los sentimientos que animaban a aquellas criaturas revelan su verdadera naturaleza, la donación y la ternura se arraigan y se manifiestan como un afecto auténtico y hondo, más poderoso que la muerte”. Esa es la tarea del crecimiento en el amor.

Si no existe esa lucha, ese empeño, reaparece inagotable el egoísmo. Surgen las comparaciones, el “por qué yo”, que es como un síntoma claro de que hemos olvidado lo esencial. “Cuando prevalece el mal humor, se superpone como un velo desagradable entre nosotros y nuestra experiencia. Es como un ruido de fondo molesto que altera la percepción y nos vuelve irritables, hostiles y nos predispone al conflicto” nos dice Ceriotti. Si se advierte ese clima, los primeros síntomas del enfado, es una cuestión de responsabilidad procurar calmar los ánimos.

Jesús D Mez Madrid

 

Un infierno demográfico

Estamos, como ha dicho el Presidente del Foro de la Familia, tras conocer que en el primer semestre de 2022 hemos tenido la cifra de nacimientos más baja de toda la serie histórica, desde 1941, no ya ante un crudo invierno demográfico, sino ante todo un infierno; una auténtica emergencia a la que cabe atender desde todos los ámbitos de la sociedad, también lógicamente desde el ámbito político, donde la familia debe cobrar una relevancia y un protagonismo que por desgracia en España no tiene. Porque, por mucha demagogia y propaganda que se haga en torno a este drama, y que incluso algunos, de forma irresponsable, pongan el acento ideológico en la superpoblación que supuestamente padecemos, lo cierto es que una sociedad sin hijos es, simple y llanamente, una sociedad sin futuro.

Domingo Martínez Madrid

 

 

 

Sigue siendo la tierra de María

Por mucho que algunos quieran reescribir la historia, como si pretendieran inaugurar un tiempo nuevo, España no se entendería sin la fe católica que ha hecho posible el progreso y ha escrito algunas de las más brillantes páginas de nuestro pasado. España sigue siendo la tierra de María, como dijera el venerado san Juan Pablo II. Es indudable que los procesos de secularización avanzan, pero también que la pregunta por el sentido de la vida se impone con fuerza en el corazón de las personas. La pretensión de imponer a través de los proyectos educativos y culturales, modelos de persona y sociedad individualistas, teñidos de un consumismo y de una ausencia de referentes, se topa con esas raíces religiosas que nos hablan de tradición, de permanencia y de plenitud de sentido. La celebración, un año más, de la Asunción de Nuestra Señora a los cielos en pueblos, villas, ciudades, aldeas españolas lo demuestra.

JD Mez Madrid

 

 

Armamento para matar y destruir o para chatarra

 

                                De nuevo se nos quiere mentalizar que el armamento es crucial o primordial para que el hombre esté seguro y avance o progrese; pero la realidad es que el armamento es el mayor negocio de esta mierda de mundo y quienes lo fabrican y poseen en enormes cantidades, simplemente tienen que fomentar la guerra para que sus fábricas no paren de producir; mientras ellos mueven todos los “hilos” para que todos les compren sus sobrantes de armamento; puesto que “los últimos modelos o avanzados en técnica para matar”, esos no se los venderán a nadie. Ya hasta los que se dicen “socialistas en España” y desde el gobierno, van a emprender campañas para mentalizarnos que, “hay que comprar armamento”.

                                ¿Qué la guerra es un negocio enorme? Simplemente analizando lo que el canalla de Vladimir Putin, ha liado, con su ambición de conquistar para él Ucrania (“como nuevo zar o dueño de todas las Rusias”) queda claro, el enorme negocio que representa; y del que se están aprovechando “todos los demás”; simplemente analizando las noticias que nos dan, lo entendería, “el más tonto de los mortales”; y pese que los entresijos o “interiores de esa guerra”, no los cuentan y se ocultan; pero en esa guerra como en todas, se deben estar cometiendo, todas las atrocidades que producen y padecen, los “protagonistas, voluntarios o forzados a ello”, o sea los seres humanos, de todas las edades, incluyendo los miles y miles, que teniendo que dejarlo todo, han tenido que salir huyendo hacia donde han podido o les han dejado; lo que les obliga a iniciar “una nueva vida”, que como es fácil imaginar no va a ser, “de rositas o de camino de rosas”, sino de vete a saber que esfuerzos, sacrificios, e incluso humillaciones de todo tipo van a tener que soportar; mientras los instigadores y los que se siguen enriqueciendo hasta grados asquerosos, fingen escenificando palabras y hechos, que los ridiculizan y degradan cada vez más; puesto que el progreso no llegará nunca, bajo el continuo crecimiento del armamento y las guerras, que todas son provocadas, pues reitero, son negocios, pero grandes o grandísimos NEGOCIOS.

                                Como víctima de una horrible guerra (lo he referido muchas veces y lo seguiré contando cada vez que sea menester) puedo valorar ello con la máxima crudeza que otra cualquier víctima de cualquier otra guerra; y ya en diciembre de 1985 escribí un poema que titulé “GUERRA A LA GUERRA”, y el que está en mi libro (“Pensando en… Andalucía (1986) libro agotado y del que puede haber ejemplares en bibliotecas públicas o “librerías de viejo”; también creo que lo tengo en mi Web, en POEMAS); Yo hoy les ofrezco sólo sus inicios:

 

¿Por qué no se acaba la guerra?

Aquel iluso preguntó...

Y nadie le contestó...

¡Pues quién acaba con la guerra!

 

¿Y si muriera quién la provoca?

-volvió a preguntar aquel loco.

Dijéronle a él... pues

¿Quién quita la horca al que ahorca?

 

                                La guerra está señalada en el Apocalipsis, como uno de sus cuatro terribles y destructivos, “jinetes” bíblicos, y sin embargo, “los hipócritas, se montan hasta en las religiones para hacer cabalgar esas plagas, mientras ellos, quedan resguardados y bien resguardados, para que ni les molesten, “los hedores”.

                                Hoy más que esos ejércitos monstruosos y costosísimos, se necesitan en todo el planeta, “otros tipos de EJÉRCITO”; que si bien admito que una parte del mismo lleve armamento, para casos concretos, pero el fuerte de esos modernos ejércitos, deben ser otro tipo de “máquinas, hombres (mujeres también) y utillajes para guerrear contra otras fuerzas que nos asolan”; como por ejemplo, los incendios enormes que sufre el planeta, sencillamente porque no se combaten los motivos que los provocan y se previenen, para lo que se necesitan, verdaderos, “jefes, capitanes y subalternos pero perfectamente capacitados para esas guerras”; o las otras, de limpiar cauces de ríos, playas y mares, catástrofes naturales, como pueden ser terremotos, maremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, corrimientos de tierras, y todo lo que de “guerra natural”; soporta el ser humano, constantemente; para eso y muchas cosas similares, es para lo que son necesarios, verdaderos ejércitos y fuerzas armadas, para edificar un mundo mejor y no el que tenemos, desde siempre, y hoy hasta con fuerzas para destruirnos totalmente.

            Así es que menos tanques y cañones y más maquinarias y auxiliares, para las verdaderas armas, para defendernos de “esas guerras que no podemos evitar, por cuanto están fuera de control y somos juguetes de la Naturaleza”; todo lo demás es mentira; y lo que hay que hacer es seguir el camino que ya Costa Rica inició en 1948…El 1 de diciembre de 1948, Costa Rica, un país que acababa de salir de una breve pero sangrienta revolución, daba un insólito paso de avance en el camino de la convivencia civilizada al decidir —por decreto del gobierno provisional, encabezado por José Figueres Ferrer— la disolución del Ejército. Era una medida audaz, e incluso temeraria, en vista de las amenazas —internas y externas— que enfrentaba el nuevo régimen, pero Figueres creyó que ese riesgo valía la pena. La proclama que leyó ese día desde el cuartel de Buenavista, sede actual del Museo Nacional, decía en su segundo párrafo: La Junta Fundadora de la Segunda República declara oficialmente disuelto el Ejército Nacional, por considerar suficiente para la seguridad de nuestro país, la existencia de un buen cuerpo de policía”.

 

Antonio García Fuentes

(Escritor y filósofo)

www.jaen-ciudad.es (Aquí mucho más)