Las Noticias de hoy 1 Mayo 2023

Enviado por adminideas el Lun, 01/05/2023 - 11:56

19/03/2006 – HOMILÍA PARA LOS TRABAJADORES EN LA FIESTA DE SAN JOSÉ |  RATZINGER - GÄNSWEIN

Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    lunes, 01 de mayo de 2023        

Indice:

ROME REPORTS

El Papa en oración en Santa María La Mayor a su regreso de Hungría

Papa: La Santa Sede trabajará para que los niños ucranianos llevados a Rusia sean devueltos

El Papa: También hoy existe riesgo de ideologías que no dan libertad

El Papa en Hungría: Como Jesús, seamos puertas abiertas

SAN JOSÉ OBRERO* : Francisco Fernandez Carbajal

1 de mayo: san José obrero

“Vuestra vocación humana es parte de vuestra vocación divina”  San Josemaria

La “adicción” al trabajo y el sentido cristiano de la actividad profesional

El valor del trabajo

La responsabilidad de los católicos en la crisis moral que vivimos : Blanca Mijares

Matrimonio: No hay que tener miedo a ser personas maduras : Sheila Morataya

¿Qué le da sentido a tu vida? 3 tips descubrir tu verdadero propósito y cumplirlo :  Sergio Cazadero

Devociones marianas en mayo : Josefa Romo

Para aprovechar el mes de mayo

Es razonable creer. Por qué el mundo es: materialismo o fe razonada : Esteban Escudero Torresa

¿Está fallando la educación sexual? : Domingo Martínez Madrid

Abordado con hondura, prudencia y rectitud : Jesús Domingo Martínez

Ideología de género : Domingo Martínez Madrid

El asombro de colaborar con Dios* : Ramiro Pellitero Iglesias

 

 

ROME REPORTS

 

 

El Papa en oración en Santa María La Mayor a su regreso de Hungrí

Esta tarde, a su regreso de Hungría, como es habitual al final de cada Viaje Apostólico, el Papa Francisco se dirigió a la Basílica de Santa María La Mayor, deteniéndose en oración ante el icono de la Virgen Salus Populi Romani. Al final de la visita regresó al Vaticano.

Vatican News

El vuelo papal aterrizó en Roma-Fiumicino a las 19.25 horas de regreso de Hungría, donde el Papa Francisco realizó su 41ª visita apostólica del 28 al 30 de abril. Como es costumbre al final de cada viaje, el Papa se dirigió a la Basílica de Santa María La Mayor para agradecer a la Virgen el buen resultado de los tres días en los que participó en diversos encuentros en Budapest. Así lo informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede. El Santo Padre se detuvo unos minutos en oración ante el icono de la Virgen Salus Populi Romani.

 

Papa: La Santa Sede trabajará para que los niños ucranianos llevados a Rusia sean devueltos

"Es un problema de humanidad". En su conversación con los periodistas en el avión que le trajo de vuelta a Roma desde Budapest, Francisco habló de acogida, de la paz que "se hace siempre abriendo las manos, nunca con cerrazón", y de una misión en curso para favorecer la tregua. Y sobre su reciente ingreso en el Hospital Gemelli dice: "No perdí el conocimiento".

 

Vatican News

Los esfuerzos de la Santa Sede para facilitar el regreso a casa de los niños ucranianos llevados a Rusia durante la guerra, la paz, los contactos con el Kremlin y el diálogo ecuménico, con una mención a su salud tras ser ingresado en el Gemelli la semana anterior al Domingo de Ramos. Y la restitución de los restos del Partenón a Grecia, un ejemplo para futuros gestos similares. Estos fueron los temas abordados por el Papa Francisco en el breve diálogo durante el vuelo de regreso a Roma desde Budapest.

 

Antal Hubai, Rtl Klub

¿Cuál es su experiencia personal de los encuentros en Hungría? 

Sí, realmente tuve una experiencia en los años 60 cuando estudiaba en Chile, muchos jesuitas húngaros, debieron ir allí porque los echaron de Hungría. Luego fui muy amigo de las monjas húngaras de Maria Ward, que tenían un colegio a 20 km de Buenos Aires. Lo visitaba dos veces por mes y hacía de capellán extraordinario. Luego también con una sociedad de laicos húngaros de Buenos Aires que trabajaban en el internado húngaro, los conocí bastante bien. No entendía el idioma pero sí dos palabras, ¡goulash y tokaj! Fue una buena experiencia y me conmovió mucho el dolor de ser refugiado, no poder volver a casa y las hermanas Maria Ward que se quedaron allí escondidas en apartamentos para que el régimen no se las llevara. Luego supe más sobre todo el asunto de convencer al buen Cardenal Mindszenty para que viniera a Roma y también conocí el entusiasmo del 56 y la decepción posterior. Más o menos esto.

¿Ha cambiado su opinión desde entonces? 

No ha cambiado; se ha enriquecido. En el sentido de que los húngaros que he conocido tienen una gran cultura...

¿Qué idioma hablaban?

Normalmente hablaban alemán o inglés. El húngaro no se habla fuera de Hungría. Sólo en el Paraíso, porque dicen que se tarda una eternidad en aprenderlo (risas)... Y esto no cambió, al contrario: vi el estilo que conocía.

 

Eliana Ruggiero, AGI

Santo Padre, usted lanzó un llamamiento para abrir - reabrir - las puertas de nuestro egoísmo a los pobres, a los migrantes, a los que no están en regla. En su encuentro con el Primer Ministro húngaro Orbán, ¿le pidió que reabriera las fronteras de la ruta de los Balcanes que ha cerrado? Luego, en los últimos días, también se reunió con el Metropolita Hilarión: ¿pueden Hilarión y el propio Orbán convertirse en canales de apertura hacia Moscú para acelerar un proceso de paz para Ucrania, o hacer posible una reunión entre usted y el Presidente Putin? Gracias.

Creo que la paz se hace siempre abriendo canales, nunca se puede hacer la paz cerrándose. Invito a todos a abrir relaciones, canales de amistad... Esto no es fácil. El mismo discurso que he hecho en general, lo he hecho con Orbán y lo he hecho un poco en todas partes. Sobre la migración: Creo que es un problema que Europa debe tomar en sus manos, porque hay cinco países que son los que más sufren: Chipre, Grecia, Malta, Italia, España, porque son los países mediterráneos y la mayoría desembarca allí. Y si Europa no se hace cargo de esto, de un reparto justo de los inmigrantes, el problema sólo será de estos países. Creo que Europa debe hacer sentir a la gente que es la Unión Europea incluso frente a esto. Hay otro problema que está relacionado con la migración, y es la tasa de natalidad. Hay países como Italia y España que no tienen ... hijos. Últimamente... el año pasado hablé de esto en una reunión de familias y últimamente he visto que el gobierno y otros gobiernos también hablan de ello. La media de edad en Italia es de 46 años, en España es más alta todavía y hay pequeños pueblos desiertos. Un programa de migración, pero bien llevado con el modelo que algunos países han tenido con la migración -pienso por ejemplo en Suecia en la época de las dictaduras latinoamericanas- puede ayudar también a estos países que tienen una baja natalidad. Entonces, al final,... ¿cuál ha sido la última? Ah, sí, Hilarión: Hilarión es alguien a quien respeto mucho, y siempre hemos tenido una buena relación. Tuvo la amabilidad de venir a verme, después fue a Misa y también le vi aquí en el aeropuerto. Hilarion es una persona inteligente con la que se puede hablar, y hay que mantener estas relaciones, porque si hablamos de ecumenismo -esto me gusta, esto no me gusta...- debemos tener la mano tendida con todo el mundo, incluso recibir la mano [de ellos...]. Con el Patriarca Kirill sólo he hablado una vez desde que empezó la guerra, 40 minutos para acercarme, luego a través de Antonio, que está ahora en el lugar de Hilarión, que viene a verme: es un obispo que fue párroco en Roma y conoce bien el ambiente, y siempre a través de él estoy en conexión con Kirill. Hay un encuentro que íbamos a tener en Jerusalén en julio o junio del año pasado, pero se suspendió a causa de la guerra: habrá que hacerlo. Y luego, con los rusos tengo una buena relación con el embajador que ahora se va, embajador durante siete años en el Vaticano, es un gran hombre, un hombre comme il faut. Una persona seria, culta, muy equilibrada. La relación con los rusos es principalmente con este embajador. No sé si lo he dicho todo. ¿Eso fue todo? ¿O me he comido algo?

Si podrían de alguna manera Hilarión y también Orbán acelerar el proceso de paz en Ucrania y también hacer posible un encuentro entre usted y Putin, si pueden actuar -entre comillas- como intermediarios.

Usted se imagina que en este encuentro no sólo hablamos de Caperucita Roja, ¿no?, hablamos de todas estas cosas. Se ha hablado de esto porque a todos nos interesa el camino de la paz. Yo estoy dispuesto. Estoy dispuesto a hacer todo lo que haya que hacer. Además, ahora hay una misión en marcha, pero aún no es pública. Vamos a ver cómo... Cuando sea pública la diré.

 

Aura María Vistas Miguel, Radio Renascença

La próxima etapa es Lisboa, ¿cómo se encuentra de salud? Nos tomó por sorpresa cuando fue al hospital, Usted dijo que se desmayó. ¿Se siente con energía para ir a la JMJ? ¿Y le gustaría un evento con un joven ucraniano y ruso como signo para las nuevas generaciones?

En primer lugar, la salud. Lo que tuve fue un fuerte malestar al final de la audiencia del miércoles, no tenía ganas de comer, me acosté un poco, no perdí el conocimiento, pero sí que había una fiebre muy alta y a las tres de la tarde el médico me llevó inmediatamente al hospital. Tuve una fuerte neumonía aguda, en la parte inferior del pulmón, gracias a Dios se lo puedo decir, hasta tal punto que el organismo, el cuerpo, respondió bien. Gracias a Dios. Esto es lo que tuve.

Sobre Lisboa: el día antes de partir hablé con Monseñor Américo (Américo Manuel Alves Aguiar, Obispo auxiliar de Lisboa y Presidente de la Fundación JMJ 2023, ndr) que vino a ver cómo están las cosas allí, yo iré, iré. Espero hacerlo, ustedes ven que no es lo mismo que hace dos años, con el bastón, ahora está mejor, de momento el viaje no se cancela. Luego está el viaje a Marsella, luego está el viaje a Mongolia, luego está el último que no recuerdo a dónde... aun el programa me mantiene en movimiento.

¿Y sobre los jóvenes de Rusia y Ucrania?

Américo tiene algo en mente, está preparando algo, me lo ha dicho. Lo está preparando bien.

 

Nicole Winfield, Associated Press

Santo Padre, yo quería preguntarle algo un poco diferente: hace poco hizo usted un gesto ecuménico muy fuerte, donó tres fragmentos de las esculturas del Partenón a Grecia, por parte de los Museos Vaticanos. Este gesto también ha tenido eco fuera del mundo ortodoxo, porque muchos museos de Occidente están debatiendo precisamente el retorno del periodo colonial, como un acto de justicia hacia estos pueblos. Quería preguntarle si también está disponible para otras restituciones, pienso en los pueblos y grupos indígenas de Canadá que han solicitado la devolución de objetos de las colecciones vaticanas, como parte del proceso de reparación por los daños sufridos durante el período colonial.

Pero éste es el séptimo mandamiento: si has robado, tú debes restituir. Pero, hay toda una historia, que a veces las guerras y la colonización llevan a tomar la decisión de tomar lo bueno de los demás. Este fue un gesto justo, había que hacerlo: el Partenón, dar algo. Y si mañana vienen los egipcios y piden el obelisco, ¿qué haremos? Pero ahí hay que hacer un discernimiento, en cualquier caso. Y luego la restitución de cosas indígenas está en marcha, con Canadá, al menos acordamos hacerlo. Ahora preguntaré cómo va eso. Pero la experiencia con los aborígenes en Canadá ha sido muy fructífera. Incluso en Estados Unidos los jesuitas están haciendo algo, con ese grupo de indígenas dentro de Estados Unidos. El general me lo dijo el otro día. Pero volvamos a la restitución. En la medida en que se puede restituir, que es necesario, que es un gesto, que es... mejor hacerlo. A veces no se puede, no hay posibilidad política, real, concreta. Pero en la medida en que puedas devolver, por favor, hazlo; es bueno para todos. No acostumbrarse a meter la mano en el bolsillo de los demás.

 

Eva Fernández, Radio COPE

El Primer Ministro ucraniano le ha pedido ayuda para traer de vuelta a los niños, llevados a la fuerza a Rusia. ¿Han pensado en ayudarlo?

Creo que sí porque la Santa Sede ha actuado como intermediaria en algunas situaciones de intercambio de prisioneros, y a través de la embajada fue bien, creo que esto también puede ir bien. Es importante, la Santa Sede está dispuesta a hacerlo porque es justo, es una cosa justa y hay que ayudar, para que esto no sea un casus belli, sino un caso humano. Es un problema de humanidad antes que un problema de un botín de guerra o de una transferencia de guerra. Todos los gestos humanos ayudan, pero los gestos de crueldad no ayudan. Debemos hacer todo lo humanamente posible.

Pienso también, quiero decirlo, en las mujeres que vienen a nuestros países: Italia, España, Polonia, Hungría, tantas mujeres que vienen con hijos y maridos, o son esposas... o están luchando en la guerra. Es verdad que ahora mismo se les está ayudando, pero no debemos perder el entusiasmo por hacerlo, porque si el entusiasmo decae, estas mujeres se quedan sin protección, con el peligro de caer en manos de los buitres que siempre están buscando estas situaciones. Tengamos cuidado de no perder esta tensión de ayuda que tenemos por los refugiados, esto concierne a todos.

 

 

El Papa: También hoy existe riesgo de ideologías que no dan libertad

El conocimiento, los progresos de la técnica, la arrogancia del ser y del tener, el riesgo de que el hombre se deje aplastar por las máquinas, pierda el contacto con la realidad y la capacidad de cultivar el espíritu: son temas que Francisco abordó en el último discurso de su 41º Viaje Apostólico, en el Encuentro con el mundo de la universidad y de la cultura.

 

Vatican News

Fue con el mundo universitario y de la cultura con el que el Papa Francisco se reunió en la última cita de su Viaje Apostólico a Hungría. En la Universidad Católica “Péter Pázmány”, pensando en el Danubio que “conecta este país con muchos otros”, Francisco habló de la cultura como “un gran río” que “permite navegar en el mundo y abrazar países y tierras lejanas, sacia la mente, riega el alma, hace crecer a la sociedad”. 

La misma palabra cultura deriva del verbo cultivar. El saber conlleva una siembra cotidiana que, penetrando en los surcos de la realidad, da fruto.

Citando a Romano Guardini se refirió a dos modos de conocer: uno que “conduce a sumergirnos en las cosas y su contexto”, y otro que “consiste en aprehender, descomponer, clasificar, tomar posesión del objeto, dominarlo”. Un modo, este último, en que "las energías y la materia han sido conducidas hacia un fin único: las máquinas". Aclaró Francisco que Guardini no demoniza la técnica, que permite vivir mejor, comunicar y tener muchas ventajas, sino que advierte sobre el riesgo de que esta se vuelva reguladora, si no dominadora, de la vida. Invitó a pensar, entre otras cosas, en la crisis ecológica, en la naturaleza que simplemente está reaccionando al uso instrumental que le hemos dado. También en la soledad de los individuos que muy “de redes sociales” pero "poco sociales", recurren a los consuelos de la técnica "para llenar el vacío que experimentan, corriendo de manera aún más frenética mientras, esclavos de un capitalismo salvaje, sienten de manera aún más dolorosa las propias debilidades, en una sociedad donde la velocidad exterior va a la par de la fragilidad interior". 

La cultura esté subordinada al bien integral de la persona

El Papa invitó, pues, a reflexionar en la “arrogancia de ser y de tener”, que ya en los albores de la cultura europea Homero veía como una amenaza y que "el paradigma tecnocrático exaspera, con un cierto uso de los algoritmos que puede representar un ulterior riesgo de desestabilización de lo humano". Citando a Benson el Papa advirtió sobre “ideologías opuestas” que convergen “en una homologación que coloniza ideológicamente”:

El hombre, en contacto con las máquinas, se achata cada vez más, mientras la vida común se vuelve triste y enrarecida. 

Ante tal panorama, Francisco señala la universidad como “el lugar donde el pensamiento nace, crece y madura abierto y sinfónico”, el “templo” donde el conocimiento está llamado a liberarse de los límites estrechos del tener y del poseer para convertirse en cultura, es decir, en “cultivo” del hombre y de sus relaciones fundamentales: con el trascendente, con la sociedad, con la historia, con la creación. Y recuerda cuanto afirmado por el Concilio Vaticano II:

La cultura debe estar subordinada a la perfección integral de la persona humana, al bien de la comunidad y de la sociedad humana entera. Por lo cual es preciso cultivar el espíritu de tal manera que se promueva la capacidad de admiración, de intuición, de contemplación y de formarse un juicio personal, así como el poder cultivar el sentido religioso, moral y social.

Señala también que “la cultura nos acompaña en el conocimiento de nosotros mismos”, que significa “saber reconocer los propios límites y, en consecuencia, frenar la propia presunción de autosuficiencia”. Y afirma que esto "hace bien, porque es sobre todo reconociéndonos criaturas cuando nos volvemos creativos, sumergiéndonos en el mundo, en vez de dominarlo".

La falsa idea de libertad

En el discurso del Papa está también el recordatorio del peligro de las ideologías portadoras de una falsa idea de libertad y de lo que ha vivido Hungría, que ha visto “subseguirse ideologías que se imponían como verdad, pero no daban libertad”. Un riesgo que persiste también hoy, constata Francisco, que dice pensar “en el paso del comunismo al consumismo”:

En ambos “ismos” hay una falsa idea de libertad; la del comunismo era una “libertad” forzada, limitada desde fuera, decidida por otro; la del consumismo es una “libertad” libertina, hedonista, aplanada, que nos vuelve esclavos del consumo y de las cosas.

El Sucesor de Pedro observa lo fácil que es "pasar de los límites impuestos al pensar, como en el comunismo, a pensarse sin límites, como en el consumismo", y "de una libertad contenida a una libertad sin frenos" y señala el camino de Jesús, que enseña que “la verdad es todo aquello que libera al hombre de sus dependencias y de sus cerrazones”. 

La clave para acceder a esta verdad es un conocimiento que nunca se desvincula del amor, relacional, humilde y abierto, concreto y comunitario, valiente y constructivo. Esto es lo que las universidades están llamadas a cultivar y la fe a alimentar.

El Santo Padre concluyó su discurso deseando que esta y todas las universidades sean centros de universalidad y de libertad “una fecunda obra de humanismo, un taller de esperanza”.

 

El Papa en Hungría: Como Jesús, seamos puertas abiertas

En el cuarto domingo de Pascua, el Papa presidió la Santa Misa en la Plaza Kossuth Lajos de Budapest, ante unos 50 mil fieles húngaros. En su homilía, Francisco instó a ser como Jesús, “una puerta que nunca se le cierra en la cara a nadie” y que permite “experimentar la belleza del amor y del perdón del Señor”.

 

Vatican News

“Esto es lo que hace un buen pastor: da la vida por sus ovejas”. Con las palabras de Jesús, tomadas del Evangelio de San Juan y que resumen el sentido de su misión, el Papa Francisco comenzó su homilía en la Santa Misa que presidió en Plaza Kossuth Lajos en Budapest, en el tercer y último día de su Viaje Apostólico a Hungría. El Pontífice centró su reflexión en la imagen del Buen Pastor y en dos acciones que Él realiza por sus ovejas: “primero las llama, después las hace salir”.

Jesús nos llama por nuestro nombre

“Jesús - recordó el Papa - vino como buen Pastor de la humanidad para llamarnos y llevarnos a casa”. Y aún hoy, en cada situación de la vida, Él nos llama:

Viene como buen Pastor y nos llama por nuestro nombre, para decirnos lo valiosos que somos a sus ojos, para curar nuestras heridas y cargar sobre sí nuestras debilidades, para reunirnos en su grey y hacernos familia con el Padre y entre nosotros.  

El Papa saluda desde el papamóvil a los fieles congregados en la Plaza Kossuth Lajos de Budapest

Ser inclusivos y nunca excluyentes

“Todos nosotros nacemos de su llamada” continuó explicando el Papa, y subrayó que todos, como cristianos, “llamados por nuestro nombre por el buen Pastor, estamos invitados a acoger y difundir su amor, a hacer que su redil sea inclusivo y nunca excluyente”.

Y, por eso, todos estamos llamados a cultivar relaciones de fraternidad y colaboración, sin dividirnos entre nosotros, sin considerar nuestra comunidad como un ambiente reservado, sin dejarnos arrastrar por la preocupación de defender cada uno el propio espacio, sino abriéndonos al amor mutuo.

Después de haber llamado a las ovejas, - prosiguió el Santo Padre - el Pastor “las hace salir”. “Primero somos reunidos en la familia de Dios para ser constituidos su pueblo, pero después somos enviados al mundo para que, con valentía y sin miedo, seamos anunciadores de la Buena Noticia, testigos del amor que nos ha regenerado”.

El escenario para la celebración de la Santa Misa

Salir y llegar a las periferias

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Francisco introduce entonces otra imagen, la de la puerta, recordando las palabras que Jesús dijo: “Yo soy la puerta”. Y explica que Jesús, "después de habernos conducido nuevamente al abrazo de Dios y al redil de la Iglesia, es la puerta que nos hace salir al mundo”, que nos impulsa “a ir al encuentro de los hermanos”.

Recordémoslo bien: todos, sin excepción, estamos llamados a esto, a salir de nuestras comodidades y tener la valentía de llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.

Convertirnos como Jesús en una puerta abierta  

"Es triste y hace daño ver puertas cerradas: las puertas cerradas de nuestro egoísmo hacia quien camina con nosotros cada día, las puertas cerradas de nuestro individualismo en una sociedad que corre el riesgo de atrofiarse en la soledad; las puertas cerradas de nuestra indiferencia ante quien está sumido en el sufrimiento y en la pobreza; las puertas cerradas al extranjero, al que es diferente, al migrante, al pobre", lamentó el Papa. "E incluso las puertas cerradas de nuestras comunidades eclesiales: cerradas entre nosotros, cerradas al mundo, cerradas al que “no está en regla”, cerradas al que anhela al perdón de Dios". De aquí su exhortación:

Por favor, ¡abramos las puertas! También nosotros intentemos —con las palabras, los gestos, las actividades cotidianas— ser como Jesús, una puerta abierta, una puerta que nunca se le cierra en la cara a nadie, una puerta que permite entrar a experimentar la belleza del amor y del perdón del Señor.

Obispos y sacerdotes sean facilitadores de la gracia de Dios

Francisco, dirigiéndose finalmente a sus hermanos, obispos y sacerdotes, a los pastores, subrayó: “el pastor, dice Jesús, no es un asaltante o un ladrón (cf. Jn 10,8); no se aprovecha de su cargo, es decir, no oprime al rebaño que le ha sido confiado; no “roba” el espacio de los hermanos laicos; no ejercita una autoridad rígida.”

Animémonos a ser puertas cada vez más abiertas; “facilitadores” de la gracia de Dios, expertos en cercanía, dispuestos a ofrecer la vida

Hablando también a los hermanos y a las hermanas laicos, a los catequistas, a los agentes pastorales, a quienes tienen responsabilidades políticas y sociales, a aquellos que sencillamente llevan adelante su vida cotidiana, a veces con dificultad, los instó:

Sean puertas abiertas. Dejemos entrar en el corazón al Señor de la vida, su Palabra que consuela y sana, para luego salir y ser, nosotros mismos, puertas abiertas en la sociedad. Ser abiertos e inclusivos unos con otros, para ayudar a Hungría a crecer en la fraternidad, camino de la paz.

Fieles presentes en la misa del Papa en Budapest

Nunca desanimarse

“No nos desanimemos nunca, no nos dejemos robar nunca la alegría y la paz que Él nos ha dado – es el aliento final del Obispo de Roma -  no nos encerremos en los problemas o en la apatía. Dejémonos acompañar por nuestro Pastor; con Él, nuestra vida, nuestras familias, nuestras comunidades cristianas y toda Hungría resplandezcan de vida nueva”.

 

 

SAN JOSÉ OBRERO*

Memoria

— El trabajo, un don de Dios.

— Sentido humano y sobrenatural del trabajo.

— Amar el propio quehacer profesional.

I. Comerás el fruto de tu trabajo...1.

La Iglesia, al presentarnos hoy a San José como modelo, no se limita a valorar una forma de trabajo, sino la dignidad y el valor de todo trabajo humano honrado. En la Primera lectura de la Misa2 leemos la narración del Génesis en la que se muestra al hombre como partícipe de la Creación. También nos dice la Sagrada Escritura que puso Dios al hombre en el jardín del Edén para que lo cultivara y guardase3. El trabajo, desde el principio, es para el hombre un mandato, una exigencia de su condición de criatura y expresión de su dignidad. Es la forma en la que colabora con la Providencia divina sobre el mundo. Con el pecado original, la forma de esa colaboración, el cómo, sufrió una alteración: Maldita sea la tierra por tu causa -leemos también en el Génesis4-; con fatiga te alimentarás de ella todos los días de tu vida... Con el sudor de tu frente comerás el pan...

Lo que habría de realizarse de un modo apacible y placentero, después de la caída original se volvió dificultoso, y muchas veces agotador. Con todo, permanece inalterado el hecho de que la propia labor está relacionada con el Creador y colabora en el plan de redención de los hombres. Las condiciones que rodean al trabajo han hecho que algunos lo consideren como un castigo, o que se convierta, por la malicia del corazón humano cuando se aleja de Dios, en una mera mercancía o en «instrumento de opresión», de tal manera que en ocasiones se hace difícil comprender su grandeza y su dignidad. Otras veces, el trabajo se considera como un medio exclusivo de ganar dinero, que se presenta como fin único, o como manifestación de vanidad, de propia autoafirmación, de egoísmo..., olvidando el trabajo en sí mismo, como obra divina, porque es colaboración con Dios y ofrenda a Él, donde se ejercen las virtudes humanas y las sobrenaturales.

Durante mucho tiempo se despreció el trabajo material como medio de ganarse la vida, considerándolo como algo sin valor o envilecedor. Y con frecuencia observamos cómo la sociedad materialista de hoy divide a los hombres «por lo que ganan», por su capacidad de obtener un mayor nivel de bienestar económico, muchas veces desorbitado. «Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad»5. Esto es lo que nos recuerda la fiesta de hoy6, al proponernos como modelo y patrono a San José, un hombre que vivió de su oficio, al que debemos recurrir con frecuencia para que no se degrade ni se desdibuje la tarea que tenemos entre manos, pues no raras veces, cuando se olvida a Dios, «la materia sale del taller ennoblecida, mientras que los hombres se envilecen»7. Nuestro trabajo, con ayuda de San José, debe salir de nuestras manos como una ofrenda gratísima al Señor, convertido en oración.

II. El Evangelio de la Misa8 nos muestra, una vez más, cómo a Jesús le conocen en Nazareth por su trabajo. Cuando vuelve Jesús a su tierra, sus vecinos decían: ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No es su madre María?... En otro lugar se dice que Jesús siguió el oficio del que le hizo las veces de padre aquí en la tierra, como ocurre en tantas ocasiones: ¿No es este el carpintero, hijo de María?...9. El trabajo quedó santificado al ser asumido por el Hijo de Dios y, desde entonces, puede convertirse en tarea redentora, al unirlo a Cristo Redentor del mundo. La fatiga, el esfuerzo, las condiciones duras y difíciles, consecuencia del pecado original, se convierten con Cristo en valor sobrenatural inmenso para uno mismo y para toda la humanidad. Sabemos que el hombre ha sido asociado a la obra redentora de Jesucristo, «que ha dado una dignidad eminente al trabajo ejecutándolo con sus propias manos en Nazareth»10.

Cualquier trabajo noble puede llegar a ser tarea que perfecciona a quien lo realiza, a la sociedad entera, y puede convertirse, con todas sus incidencias, en medio para ayudar a otros a través de la comunión que existe entre todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. Pero para esto es necesario no olvidar el fin sobrenatural, además del humano, que deben tener todos los actos de la vida, incluso los que se presentan como más duros y difíciles: «el condenado a galeras bien sabe que rema con el fin de mover un barco, pero para reconocer que esto da sentido a su existencia, tendría que profundizar en el significado que el dolor y el castigo tiene para un cristiano; es decir, tendría que ver su situación como una posibilidad de identificarse con Cristo. Ahora bien, si por ignorancia o por desprecio no lo logra, llegará a odiar su “trabajo”. Un efecto similar puede darse cuando el fruto o el resultado del trabajo (no su retribución económica, sino lo que se ha “trabajado”, “elaborado” o “hecho”) se pierde en una lejanía de la que casi no se tiene noticia»11. ¡Cuántos cada mañana, por desgracia, se dirigen a su «trabajo» como si fueran a galeras! A remar para un barco que no saben a dónde va, ni siquiera les importa. Solo esperan el fin de semana y la paga mensual. Ese trabajo, evidentemente, no dignifica, no santifica, difícilmente servirá para desarrollar la propia personalidad y ser un bien para la sociedad.

Pensemos hoy, junto a San José, en el amor y aprecio que tenemos a nuestra tarea, el cuidado que ponemos en acabarla con perfección, la puntualidad, el prestigio profesional, el sosiego –no reñido con la urgencia– con que lo llevamos a cabo, la consideración y el respeto que tenemos por todo trabajo, la laboriosidad... Si nuestro quehacer está humanamente bien hecho, podremos decir con la liturgia de la Misa de hoy: Señor, Dios nuestro, fuente de misericordia, acepta nuestra ofrenda en la fiesta de San José obrero, y haz que estos dones se transformen en fuente de gracia para los que te invocan12.

III. La obra bien hecha es la que se lleva a cabo con amor. Apreciar la propia profesión, el oficio al que nos dedicamos es, quizá, el primer paso para dignificarlo y para elevarlo al plano sobrenatural. Debemos poner el corazón en lo que tenemos entre manos, y no hacerlo «porque no hay más remedio». «Aquel hombre, hijo mío, que vino a verme esta mañana –¿sabes?, el de la cazadora color de tierra– no es un hombre honesto (...). Este hombre ejerce la profesión de caricaturista en un periódico ilustrado. Esto le da de qué vivir; esto le ocupa las horas de la jornada. Y, sin embargo, él habla siempre con asco de su oficio, y me dice: “¡Si yo pudiera ser pintor! Pero me es indispensable dibujar esas tonterías para comer. ¡No mires los muñecos, chico, no los mires! Comercio puro...”. Quiere decir que él cumple únicamente por la ganancia. Y que ha dejado que su espíritu se vaya lejos de la labor que le ocupa las manos. Porque él tiene su labor por muy vil. Pero dígote, hijo, que si la faena de mi amigo es tan vil, si sus dibujos pueden ser llamados tonterías, la razón está justamente en que él no metió allí su espíritu. Cuando el espíritu en ella reside, no hay faena que no se vuelva noble y santa. Lo es la del caricaturista, como la del carpintero y la del que recoge las basuras (...). Hay una manera de dibujar caricaturas, de trabajar la madera (...), que revela que en la actividad se ha puesto amor, cuidado de perfección y armonía, y una pequeña chispa de fuego personal: eso que los artistas llaman estilo propio, y que no hay obra ni obrilla humana en que no pueda florecer. Manera de trabajar que es la buena. La otra, la de menospreciar el oficio, teniéndolo por vil, en lugar de redimirlo y secretamente transformarlo, es mala e inmoral. El visitante de la cazadora color de tierra es, pues, un hombre inmoral, porque no ama su oficio»13.

San José nos enseña a amar el oficio en el que empleamos tantas horas: el hogar, el laboratorio, el arado o el ordenador, el traer y llevar paquetes o el cuidar de la portería de aquel gran edificio... La categoría de un trabajo reside en su capacidad de perfeccionarnos humana y sobrenaturalmente, en las posibilidades que nos ofrece de sacar la familia adelante y de colaborar en obras buenas en favor de los hombres, en la ayuda que a través de él prestamos a la sociedad...

San José tuvo delante a Jesús mientras trabajaba. A veces le pedía que le sostuviera una madera mientras aserraba y, otras, le enseñaba a manejar el formón o la garlopa... Cuando estaba cansado miraba a su hijo, que era el Hijo de Dios, y aquella tarea adquiría un nuevo vigor porque sabía que con su trabajo estaba colaborando en los planes misteriosos, pero reales, de la salvación. Pidámosle hoy que nos enseñe a tener esa presencia de Dios que él tuvo mientras ejercía su oficio. No olvidemos a Santa María, a la que vamos a dedicar, con mucho amor, este mes de mayo que hoy comenzamos. No olvidemos ofrecer cada día alguna hora de trabajo o de estudio, más intensa, mejor acabada, en su honor.

1 Cfr. Antífona de entrada. Sal 127, 1-2. — 2 Gen 1, 26; 2, 3. — 3 Gen 2, 15. — 4 Gen 3, 17-19. — 5 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 47. — 6 Juan Pablo II, Exhor. Apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989, 22. — 7 Pío XI, Enc. Quadragesimo anno, 15-V-1931. — 8 Mt 13, 54-58. — 9 Mc 6, 3. — 10 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 67. — 11 P. Berglar, Opus Dei, Rialp, Madrid 1987, p. 309. — 12 Misal Romano, Oración sobre las ofrendas. — 13 E. D’Ors, Aprendizaje y heroísmo; grandeza y servidumbre de la inteligencia, EUNSA, Pamplona 1973, pp. 19-20.

Desde 1955 se celebra litúrgicamente la Memoria de San José Obrero. La Iglesia recuerda así -«a ejemplo de San José y con su patrocinio»- el valor humano y sobrenatural del trabajo. Todo trabajo humano es colaboración en la obra de Dios, Creador, y por Jesucristo se convierte -según el amor a Dios y la caridad con los demás- en verdadera oración y en apostolado.

 

 

1 de mayo: san José obrero

Comentario de la fiesta de san José obrero.“¿No es éste el hijo del artesano?”. La grandeza de lo que vemos depende de la grandeza o de la pequeñez de nuestra mirada. El corazón grande acoge como grande hasta lo más pequeño, porque en todo ello ve un don, un regalo.

01/05/2023

Evangelio (Mt 13,54-58)

Y al llegar a su ciudad se puso a enseñarles en su sinagoga, de manera que se quedaban admirados y decían:

—¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven todas entre nosotros? ¿Pues de dónde le viene todo esto?

Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo:

—No hay profeta que no sea menospreciado en su tierra y en su casa.

Y no hizo allí muchos milagros por su incredulidad.


Comentario

En su brevedad, el pasaje escogido como evangelio para la celebración de San José Obrero dice mucho. Las palabras de Mateo recogen la sorpresa de los paisanos de Jesús que, aunque ven y admiten lo extraordinario de su sabiduría y sus poderes, se comportan de una forma sorprendente: se escandalizan y lo rechazan. Sus palabras podrían traducirse así: “pero, ¿quién se ha creído este que es?”, “¿en razón de qué hace estas cosas, siendo, como es, uno de nosotros?”. El pasaje menciona a José, y se refiere indirectamente a él como “el artesano”, esto es, como alguien que ejerce una profesión que, en sí, no tiene nada de extraordinario. “¿Cómo es posible”, estarían pensado algunos, “que su hijo aspire a ser lo que ahora muestra ser?”.

Nos podemos fijar en un aspecto previo al rechazo de aquellas personas a Jesús. La situación no nos resulta extraña, porque se reproduce con frecuencia en el día a día. No en vano, nuestro Señor la explica con un dicho popular: “No hay profeta que no sea menospreciado en su tierra y en su casa”. Es como si en nuestros corazones hubiese sembrada una semilla de la que difícilmente podemos escapar, una ceguera que nos impide ver, quizá por envidia, lo grande que hay en las personas que nos rodean; es más, lo extraordinario que hay en lo que nos parece ordinario. Y, también, un mal orgullo: el de pensar que conocemos bien a los que nos rodean, valorándolos solo por lo externo o por lo que nos parece ver en ellos.

Hay una gran dificultad en el “amor cercano”. Es muy fácil pensar que lo que se repite mucho es algo “normal”, que no tiene nada extraordinario detrás. Es fácil acostumbrarse a cualquier cosa que se repite y verla con mirada pequeña. La lejanía y lo poco frecuente se presentan a menudo como aval de la grandeza: consideramos grande a lo lejano, a lo que no conocemos bien, a lo que se nos presenta como extraordinario o que ocurre pocas veces. Pero grande es lo más ordinario: el aire que respiramos, los buenos días de quien vive con nosotros, el trabajo de cada día hecho por amor. Y esa grandeza solo la puede percibir el corazón grande, el que está dispuesto a acoger como “milagro de amor” hasta lo más pequeño que se le ofrece; milagro que todos podemos hacer y que no depende de la “grandeza” de lo que realicemos sino del amor que pongamos en nuestras obras.

“Vuestra vocación humana es parrte de vuestra vocación divina”

Jesús, Señor y Modelo nuestro, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana –la tuya–, las ocupaciones corrientes y ordinarias, tienen un sentido divino, de eternidad. (Forja, 688)

1 de mayo

La fe y la vocación de cristianos afectan a toda nuestra existencia, y no sólo a una parte. Las relaciones con Dios son necesariamente relaciones de entrega, y asumen un sentido de totalidad. La actitud del hombre de fe es mirar la vida, con todas sus dimensiones, desde una perspectiva nueva: la que nos da Dios.

Vosotros, que celebráis hoy conmigo esta fiesta de San José, sois todos hombres dedicados al trabajo en diversas profesiones humanas, formáis diversos hogares, pertenecéis a tan distintas naciones, razas y lenguas. Os habéis educado en aulas de centros docentes o en talleres y oficinas, habéis ejercido durante años vuestra profesión, habéis entablado relaciones profesionales y personales con vuestros compañeros, habéis participado en la solución de los problemas colectivos de vuestras empresas y de vuestra sociedad.

Pues bien: os recuerdo, una vez más, que todo eso no es ajeno a los planes divinos. Vuestra vocación humana es parte, y parte importante, de vuestra vocación divina. Esta es la razón por la cual os tenéis que santificar, contribuyendo al mismo tiempo a la santificación de los demás, de vuestros iguales, precisamente santificando vuestro trabajo y vuestro ambiente: esa profesión u oficio que llena vuestros días, que da fisonomía peculiar a vuestra personalidad humana, que es vuestra manera de estar en el mundo; ese hogar, esa familia vuestra; y esa nación, en la que habéis nacido y a la que amáis. (Es Cristo que pasa, 46)

 

 

La “adicción” al trabajo y el sentido cristiano de la actividad profesional

El Papa Francisco ha pedido que “a nadie le falte el trabajo y que todos sean justamente remunerados y puedan gozar de la dignidad del trabajo y la belleza del descanso”. En este texto se quiere ayudar a considerar como la dignidad del trabajo está íntimamente vinculada con la necesidad del descanso.

28/02/2022

En la fiesta de San José Obrero, el Papa Francisco pedía que “a nadie le falte el trabajo y que todos sean justamente remunerados y puedan gozar de la dignidad del trabajo y la belleza del descanso”[1] Trabajar es la primera vocación del hombre. “El trabajo expresa y alimenta la dignidad del ser humano, le permite desarrollar las capacidades que Dios le regaló, le ayuda a tejer relaciones de intercambio y ayuda mutua, le permite sentirse colaborador de Dios para cuidar y desarrollar este mundo, le hace sentirse útil a la sociedad y solidario con sus seres queridos”[2].

La dignidad del trabajo está íntimamente vinculada, entre otros aspectos, con la necesidad del descanso. Cuando los discípulos vuelven de su primera predicación, contentos por los prodigios, Jesús “no se alarga en felicitaciones y preguntas, sino que se preocupa de su cansancio físico e interior, porque quiere ponerles en guardia contra un peligro que está siempre al acecho, también para nosotros: el peligro de dejarse llevar por el frenesí del hacer, de caer en la trampa del activismo, en el que los más importante son los resultados que obtenemos y el sentirnos protagonistas absolutos. Cuántas veces sucede: estamos atareados, vamos deprisa, pensamos que todo depende de nosotros y, al final, corremos el riesgo de descuidar a Jesús y ponernos siempre nosotros en el centro”[3]. Un consejo práctico, continuaba el Papa: “Detengamos el frenético correr dictado por nuestras agendas. Aprendamos a tomarnos un descanso, a apagar el teléfono móvil”. De este modo el descanso “es también un momento propicio para la reconciliación, para confrontarnos con las dificultades sin escapar de ellas, para encontrar la paz y la serenidad de quien sabe valorizar lo bueno que tiene”[4].

Adicción al trabajo

No es raro encontrar hoy en día a personas que padecen una especie de “adicción” al trabajo profesional. En los casos más graves se habla de “síndrome de workaholism[5]”. Se trata de personas que experimentan una necesidad excesiva e incontrolable de trabajar incesantemente, repercutiendo en su salud, en sus relaciones familiares y sociales y en su equilibrio psíquico. Esas personas están desprovistas de un regulador interno que les indique cuándo parar.

Hay una gran diferencia entre trabajar concienzudamente y sufrir una adicción al trabajo. De vez en cuando, todos dedicamos más horas y esfuerzo al trabajo que a estar con los seres queridos o descansar. Por ejemplo, empezar un nuevo negocio puede ser algo que requiera todo nuestro tiempo al principio. O un nuevo empleado puede invertir largas horas para causar una buena impresión al comienzo de un empleo. Estos ejemplos son excepciones que todos podemos encontrarnos en algún momento de nuestras vidas. Sin embargo, los workaholics operan de esta manera todo el tiempo, utilizando sus trabajos como vía de escape. Es posible trabajar muchas horas, hacer frente a una hipoteca, enviar a los hijos a la universidad, pagar los dos coches y no ser un adicto al trabajo. Trabajar muchas horas no te convierte en un workaholic. No obstante, si tus amigos o seres queridos te han acusado de negligencia a causa de tu trabajo, o si has usado o abusado de tu jornada laboral para escapar de la intimidad o de las relaciones sociales quizá debas hacer un examen más detenido[6].

Contrariamente a la creencia popular, la adicción al trabajo no consiste únicamente en ampliar desproporcionadamente la jornada laboral, sino que se manifiesta, sobre todo, en una forma de vivir e interpretar la propia actividad laboral. Por eso, lo realmente importante es la manera en que se afronta el trabajo, y la capacidad o incapacidad de desconectar, así como la pericia para resistir la presión causada por la competencia de otras empresas o la presión del propio equipo, ya sea porque los demás extienden su jornada laboral indefinidamente o por las expectativas generadas ante el responsable del equipo

Una peculiaridad de la adicción al trabajo es su capacidad de contagio o imposición a los empleados, poniendo en riesgo su salud, su bienestar y el equilibrio de sus familias. En los casos más extremos este síndrome puede constituir un verdadero trastorno obsesivo-compulsivo, llegando a requerir la intervención de un especialista. Pero, en todo caso, es necesario que el interesado reflexione con profundidad sobre su proyecto vital y sobre el valor de las diferentes dimensiones de su vida.

Valor humano y cristiano de la actividad profesional

Las siguientes consideraciones pueden ayudar a una reflexión serena acerca del valor humano y cristiano del trabajo. El trabajo profesional —para las personas más jóvenes, el estudio o la formación profesional— es la actividad que ocupa más horas cada día y en el conjunto de la vida. En él confluyen diversas tendencias humanas: tendencia a la actividad, al desarrollo de las propias capacidades, a la creatividad, a la colaboración social, a configurar el mundo, a mejorar la posición social y económica, etc., por lo que es como una síntesis de diversos objetivos y necesidades, que san Josemaría describe muy bien en una de sus homilías: «El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad»[7]. Las raíces antropológicas de la necesidad de trabajar son muy profundas, por lo que el desempleo, aun en el caso hipotético de que no llevase consigo penuria económica, tiene un efecto devastador sobre la personalidad humana. "No me cansaré de referirme a la dignidad del trabajo. Lo que da dignidad es el trabajo. El que no tiene trabajo, siente que le falta algo, le falta esa dignidad que da propiamente el trabajo, que unge de dignidad"[8], afirmaba el Papa Francisco.

Además de su valor antropológico y social, el trabajo tiene un profundo significado metafísico y moral. En la perspectiva de una metafísica creacionista, el trabajo es una participación en la creación y configuración del mundo concedida por Dios al hombre[9], expresión de la dignidad de este último y de la confianza divina de que es depositario. Para un cristiano el trabajo profesional es además un medio de santificación y de apostolado. El trabajo se convierte en un medio por el cual Dios nos santifica, y es también el modo en que transmitimos su Amor[10] al mundo: hacemos presente el cuidado de Dios hacia cada persona y, viceversa, a través del trabajo de los demás recibimos su cuidado amoroso. En efecto, Dios quiere otorgar sus dones por mediación de otros hombres. Este es el sentido cristiano de todo trabajo y por esta razón dependemos unos de otros.

Desde el punto de vista moral, el trabajo aparece como una actividad en la que confluyen casi todas las virtudes éticas: «La fortaleza, para perseverar en nuestra labor, a pesar de las naturales dificultades y sin dejarse vencer nunca por el agobio; la templanza, para gastarse sin reservas y para superar la comodidad y el egoísmo; la justicia, para cumplir nuestros deberes con Dios, con la sociedad, con la familia, con los colegas; la prudencia, para saber en cada caso qué es lo que conviene hacer, y lanzarnos a la obra sin dilaciones...»[11]. También las virtudes sociales y políticas confluyen en el trabajo. Este puede ser fuente de elevación económica y social o medio de explotación del hombre por el hombre.

Importancia ética del trabajo

La importancia ética del trabajo puede resumirse diciendo que la «dignidad del trabajo está fundada en el Amor. El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. Puede amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido. Y puede amar a Dios […]. Por eso el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor»[12].

Bastan estas breves consideraciones para advertir que el trabajo rectamente planteado es una de las principales formas de amor y de auto-trascendencia de la persona humana, y en ello consiste su dignidad más profunda y la clave de su recta regulación.

Los aspectos más importantes desde el punto de vista ético son tres, y están muy relacionados entre sí: 1) cantidad y calidad del trabajo, 2) motivación por la que se trabaja, y 3) coordinación del trabajo con las otras formas de amor y de trascendencia de la persona.

La justicia obliga a trabajar con la intensidad razonable para cada tipo de trabajo y con la mayor corrección técnica posible durante el tiempo establecido por el contrato laboral, presuponiendo que el contrato es justo. En caso de trabajo autónomo, la virtud ética de la laboriosidad fija el tiempo razonable, atendiendo a las características del trabajo, a las circunstancias de la persona y, si es el caso, a las disposiciones legales en vigor.

La motivación por la que se trabaja admite una cierta variabilidad. Es natural que en algunas personas prevalezca el interés científico o técnico suscitado por la actividad ejercida y en otras la necesidad de obtener determinados ingresos. Pero la motivación por la que se trabaja no puede contradecir el significado antropológico, metafísico y moral del trabajo. Si ocurriera esto, la actividad laboral se desvirtuaría, causando daños a la propia persona, a los demás y a la actividad laboral misma. Motivaciones insuficientes o incorrectas son, por ejemplo, trabajar “porque no queda más remedio” hasta el punto de trabajar con desgana, lo menos posible y con continuos errores o imperfecciones técnicas, que especialmente en algunas profesiones pueden tener consecuencias graves (medicina, etc.); hacer del trabajo un medio de autoafirmación: de demostrar a sí mismo y a los demás la propia valía, o bien la capacidad de vencer a la competencia; trabajar solo por ambición o por deseo de poder; ver en el trabajo un medio de refugiarse o de desentenderse de otras obligaciones. Estas motivaciones son incorrectas, entre otras cosas, porque colocan el trabajo fuera del ámbito del amor y de la auto-trascendencia personal.

Si el trabajo se plantease no como expresión de la auto-trascendencia personal, sino como una forma de auto-afirmación o en todo caso como una forma de satisfacción personal como fin de sí misma o de compensación de un déficit afectivo o de carácter, se haría muy difícil, o incluso duramente conflictiva, la coordinación del trabajo con las otras formas de amor y de trascendencia personal, como son la familia, las relaciones sociales (amistad, solidaridad, participación en tareas de interés común), la religión, etc. El trabajo nunca debe hacer relación solo a sí mismo, pues, como enseña el Papa Francisco, «en una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo»[13].

No existe un único modo de coordinar armónicamente estas actividades, pues la variedad de circunstancias y de vocaciones personales permite trazar diversos géneros o planes de vida moralmente acertados. Pero sea de un modo o de otro, lograr una coordinación que no sacrifique ninguna de las dimensiones fundamentales de la existencia humana es de la máxima importancia.

Es más, la figura trazada por el conjunto de estas actividades constituye una de las manifestaciones más directas de la orientación moral de fondo que cada uno da a su vida, ya que el tipo de vida al que mira esa orientación profunda es el criterio que determina las prioridades entre las diversas actividades, y por ello la distribución de tiempo, el interés, la atención y el esfuerzo vital que se pone en cada cosa. Todo esto se refiere de particular modo al trabajo profesional, que, por el tiempo y energías que puede reclamar, necesita de una vigilancia constante para que no se convierta en elemento perturbador de otras dimensiones existenciales de igual o de mayor importancia. También puede suceder que sea la falta de empeño o la insatisfacción profesional el factor desencadenante de crisis morales o espirituales que se extienden a otros aspectos de la vida. En todo caso, la apertura al amor y a la entrega, o negativamente el replegamiento egoísta sobre sí mismo, se fraguan en el buen orden de las diversas actividades más que en hipotéticas opciones puramente espirituales.

Cabe decir, en síntesis, que la visión cristiana del trabajo profesional, que lo ve como un medio de santificación propia y ajena y de enriquecimiento del mundo natural y humano, presupone que la actividad profesional no quede deformada en su sustancia humana y social. Y esto último depende en última instancia de que se resuelva adecuadamente una alternativa radical: ver el trabajo como una actividad que dice referencia exclusiva al propio yo o, por el contrario, como una forma de trascendencia personal hacia los demás, hacia la sociedad y primeramente hacia Dios, que nos llama a completar su obra creadora.


[1] Papa Francisco, Misa en la capilla de la Casa Santa Marta, 1 de mayo de 2020.

[2] Papa Francisco, Videomensaje con motivo del 57º Coloquio de la Fundación Idea, 13 de octubre de 2021.

[3] Papa Francisco, Ángelus, 18 de julio de 2021.

[4] Papa Francisco, Audiencia General, 5 de septiembre de 2018.

[5] Acuñado por Wayne Oates, Confessions of a Workaholic, World Pub. Co, 1971.

[6] Bryan E. Robinson, Chained to the desk: a guidebook for workaholics, their partners and children, and the clinicians who treat them, Introduction, pages 4 and 5, New York University Press, 2011.

[7] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 47.

[8] Papa Francisco, Videomensaje con motivo del 57º Coloquio de la Fundación Idea, 13 de octubre de 2021.

[9] Cfr. ibíd., y también Amigos de Dios, n. 57.

[10] «Ahora comprenderéis todavía mejor que si alguno de vosotros no amara el trabajo, ¡el que le corresponde!, si no se sintiera auténticamente comprometido en una de las nobles ocupaciones terrenas para santificarla, si careciera de una vocación profesional, no llegaría jamás a calar en la entraña sobrenatural de la doctrina que expone este sacerdote, precisamente porque le faltaría una condición indispensable: la de ser un trabajador» (Amigos de Dios, n. 58).

[11] Cfr. Amigos de Dios, n. 72.

[12] Es Cristo que pasa, nn. 48-49. Cfr. Melendo, T., La dignidad del trabajo, Rialp, Madrid 1992.

[13] Francisco, Enc. Fratelli tutti, 3-X-2020, n. 162.

 

 

El valor del trabajo

Para los católicos el trabajo bien hecho por amor a Dios, se convierte en camino de santificación y medio para lograr el perfeccionamiento personal y profesional.

AMAR EL PROPIO TRABAJO PROFESIONAL

I. El trabajo es un don de Dios, un gran bien para el hombre, aunque lleve consigo «el signo de un bien arduum, según la terminología de Santo Tomás (…). Y es no sólo un bien útil o para disfrutar, sino un bien digno, es decir, que corresponde a la dignidad del hombre, un bien que expresa esta dignidad y la aumenta»[1]. Una vida sin trabajo se corrompe, y en el trabajo el hombre «se hace más hombre»[2], más digno y más noble, si lo lleva acabo como Dios quiere.

El trabajo es consecuencia del mandato de dominar la tierra[3] dado por Dios a la humanidad, que se volvió penoso por el pecado original[4], pero que constituye el «quicio de nuestra santidad y el medio sobrenatural y humano apto para que llevemos con nosotros a Cristo y hagamos el bien a todos»[5]. Es como la columna vertebral del hombre, en la que se sostiene su vida entera, y medio a través del cual hemos de alcanzar a propia santidad y la de los demás. Un descentramiento en el trabajo ordinario, en el quehacer profesional, puede repercutir en toda la vida del hombre; también en sus relaciones con Dios. Por esto, comprendemos bien los males que llevan consigo la pereza, el trabajo mal hecho, la chapuza, las tareas a medio terminar… «El hierro que yace ocioso, consumido por la herrumbre, se torna blando e inútil; mas si se lo emplea en el trabajo, es mucho más útil y hermoso y apenas si le va en zaga por su brillo a la misma plata. La tierra que se deja baldía no produce nada sano, sino malas hierbas, cardos y espinas y árboles infructuosos; mas la que goza de cultivo se corona de suaves frutos. Y, para decirlo en una palabra, todo ser se corrompe por la ociosidad y se mejora por la operación que le es propia»[6]; el hombre, por su trabajo.

San Pablo, como leemos en la Primera lectura de la Misa [7], señala a los primeros cristianos de Tesalónica su manera de comportarse con ellos, mientras les predicaba la Buena Nueva de Jesús: Recordad -les dice- nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie… [7]. Y más tarde, en la segunda Carta: Ya sabéis cómo tenéis que imitar mi ejemplo: no viví entre vosotros sin trabajar, nadie me dio de balde el pan que comí, sino que trabajé y me cansé día y noche, a fin de no ser carga para nadie [9]. El Espíritu Santo, con este ejemplo, nos ha inculcado un principio práctico bien claro a seguir: el que no trabaje, que no coma.

Hoy, en nuestra oración serena y sosegada, hemos de tener presente que este mismo espíritu de laboriosidad, de trabajo intenso, que se vivió entre los primeros cristianos, lo espera también el Señor de nosotros. Uno de los escritos más antiguos nos ha dejado este admirable testimonio: «Todo el que llegue a vosotros en nombre del Señor, sea recibido; luego, examinándole, le conoceréis (…). Si el que llega es un caminante, no permanecerá entre vosotros más de dos días o, si hubiera necesidad, tres. Pero si quiere establecerse entre vosotros, teniendo un oficio, que trabaje y así se alimente. Mas si no tiene oficio, proveed según vuestra prudencia, de modo que no viva entre vosotros ningún cristiano ocioso. Si no quiere hacerlo así, es un traficante de Cristo; estad alerta contra los tales» [10].

II. El Señor nos dio, en sus años de Nazaret, un ejemplo admirable de la importancia del trabajo y de la perfección humana y sobrenatural con que hemos de realizar la tarea profesional. «Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino. Por mucho que hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros claros como la luz del sol [11]. Su misma manera de hablar, las parábolas e imágenes que utilizará después en su predicación revelan a un hombre que ha conocido muy de cerca el trabajo; habla siempre para quien se «afana, para una vida ordinaria en la que rige siempre la ley de la normalidad, la aparición previsible de los mismos problemas para las mismas personas. Éste es el ambiente de la predicación de Cristo; sus enseñanzas han quedado gráficamente conectadas con este clima. No era el «filósofo», ni el “visionario», sino el artesano. Uno que trabaja, como todos» [12].

En San José, nuestro Padre y Señor, encontramos una existencia también llena de trabajo, una vida corriente como la nuestra, y al que en el día de hoy podemos encomendar nuestras tareas profesionales. Él inició a Jesús en su oficio y le enseñó hasta adquirir la maestría de un verdadero profesional en el manejo de la sierra, del escoplo, de la garlopa y del cepillo.

Durante su vida pública, el Maestro llamó a personas habituadas al trabajo: San Pedro, pescador de oficio, volverá de nuevo a sus tareas de pesca apenas se le ofrezca la primera oportunidad [13]: San Mateo recibirá la llamada para seguir al Señor mientras ejercía su oficio de recaudador de impuestos, y así todos los demás.

Cuando San Pablo se retiró de Atenas y vino a Corinto, encontró allí a un judío llamado Aquila, originario del Ponto, y a su esposa Priscila. Se juntó con ellos. Y como era del mismo oficio, se hospedó en su casa y trabajaba en su compañía, pues eran ambos fabricantes de lonas [14]. Durante esta estancia de año y medio en Corinto, San Pablo escribe esas exhortaciones exigentes a los cristianos de Tesalónica, convencido de que muchos de los males que se estaban originando en aquella comunidad cristiana se debían a que algunos eran más dados a hablar y a corretear de casa en casa que a ocuparse de su propio trabajo.

Nosotros debemos examinar con frecuencia la calidad humana de nuestro quehacer: si lo comenzamos y lo terminamos según el horario previsto, aunque alguno de nuestros compañeros, o todos, por las razones que sea, no lo vivieran; si lo hacemos con orden, no dejando para el final, sin razón, lo más costoso, lo menos grato; si trabajamos con intensidad, aprovechando las horas, procurando evitar conversaciones, llamadas por teléfono inútiles o menos necesarias; si tenemos afán de mejorar en ese trabajo con el estudio oportuno, procurando estar al día en las nuevas cuestiones que surgen en toda profesión; si nos excedemos, como ocurre con aquello que amamos, pero con temple y rectitud, sin detrimento del tiempo que debemos a la familia, a los hermanos, al apostolado, a la propia formación… Pensemos también si cuidamos los instrumentos que utilizamos, sean nuestros o de la empresa. Contemplemos a Jesús en su taller de Nazaret, pidamos al Señor entrar allí con los ojos de la fe, y veremos entonces si nuestro trabajo tiene la calidad y la hondura que Él pide a quienes le siguen.

III. Hemos de amar y cuidar la propia tarea porque es un mandato de nuestro Padre Dios. Con el trabajo ordinario se desarrolla la personalidad, se gana lo necesario para las necesidades de la familia y de uno mismo, y para ayudar a obras buenas de apostolado, de formación, etc. Hemos de amarlo, y ha de ser a la vez materia de oración, porque, además, el trabajo es uno de los más altos valores humanos, medio con el que cada uno debe contribuir al progreso de la sociedad y, sobre todo, porque es camino de santidad. Cada día podemos llevar al Señor tantas cosas que procuramos estén bien hechas: el estudiante podrá ofrecer horas de estudio intensas y completas; la madre de familia presentará el desvelo eficaz por sus hijos, por el marido, el cuidado de los mil detalles que hacen de su casa un verdadero hogar; el médico, junto a la competencia profesional, el trato amable y acogedor con los pacientes; la enfermera, esas horas llenas de un continuo servicio, como si cada uno de los enfermos fuera el mismo Cristo… En la realización del trabajo surgirán con frecuencia peticiones de ayuda al Señor, acciones de gracias, deseos de dar gloria a Dios con aquello que tenemos entre manos…

Los cristianos corrientes, los laicos, no nos santificamos a pesar del trabajo, sino a través del trabajo; encontramos al Señor en las variadas incidencias que lo componen, unas agradables y otras menos, el campo en el que se ejercitan las virtudes humanas y las sobrenaturales.

El amor al propio quehacer profesional nos llevará frecuentemente a permanecer, quizá muchos años o toda la vida, en la misma tarea. Ello no achica la sana ambición de procurar ascender y conseguir una situación o un puesto de trabajo mejor. Pero ese deseo legítimo, que forma parte de la buena mentalidad profesional, no debe ocasionar intranquilidad ni desasosiego, como si el éxito profesional y ganar dinero fueran los móviles únicos o predominantes. Los cristianos no debemos medir los trabajos sólo por el dinero, como si esto fuera lo único que en definitiva importara. La profesión es el lugar donde se desarrolla y perfecciona la propia personalidad, es un modo de servir a otras personas, el medio para colaborar al progreso social y donde encontramos a Dios [15]. y todo eso hay que valorarlo al juzgar el propio trabajo profesional.

San Pablo, como otros muchos hombres, dedicaba un tiempo a trabajar para ganarse el pan. En su trabajo profesional seguía siendo el Apóstol de las gentes, el elegido por Dios, y se servía de su misma profesión para acercar a otros a Cristo. Así hemos de hacer nosotros, cualquiera que sea nuestro oficio y nuestro lugar en la sociedad. Y si nos tocara estar impedidos o enfermos, esas mismas circunstancias deben ser luz, quizá incluso más brillante, para que otros muchos vean el camino que lleva a Dios y se sientan movidos a seguirlo.


[1] JUAN PABLO II, Enc. Laborem exercens, 14-1X-1981, I, 9.

[2] Ibídem.

[3] Cfr. Gen 1, 28.

[4] Cfr. Gen 3, 17.

[5] J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Carta 14-II-1950. –

[6] SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía sobre Priscila y Aquila.

[7] Primera lectura. Año I. 1 Tes 2, 9-13; Año II. 2 Tes 3, 6-10 16-18.

[8] 1 Tes 2, 9.

[9] 2 Tes 3, 7-8.

[10] Didaché o Doctrina de los Doce Apóstoles, en Padres Apostólicos griegos, BAC, Madrid 1950, 12, 2-4.

[11] J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 14.

[12] R. GÓMEZ PÉREZ, La fe y los días, Palabra, Madrid 1973, p. 20.

[13] Cfr. Jn 21, 3.

[14] Cfr. Hech 18, 1-3.

[15] Cfr. CONC. VAT. II, Const. Gaudium el spes, 34.

Esta meditación forma parte de la Colección «Hablar con Dios»

Hablar con Dios, por Francisco Fernández-Carvajal, Tomo IV, Ediciones palabra.

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La responsabilidad de los católicos en la crisis moral que vivimos

Recientemente me invitaron a un Foro sobre familia en una Universidad Católica y aquello me dejó profundamente triste porque en aras de la universalidad de ideas aquello se convirtió en un monologo sobre cuestiones de género y tipos de familias que distaba mucho de la antropología cristiana, que además, nunca se mencionó. Por eso, me cuestioné sobre las causas de aquello que presencie y les ofrezco lo que encontré, esperando les ayude a reflexionar sobre el modo de pensar y de actuar que tenemos muchos católicos y de cómo nos hemos ido dejando influir por las ideologías. Pero, no se desanimen, también presento, con gran esperanza, las soluciones al problema.

Definitivamente estamos ante una crisis moral que todos los representantes de la vida pública, en general, acusan, y además, reclaman: el regreso a una vida individual, familiar, social y política en la que la convivencia esté regida por criterios éticos que garanticen la paz y la armonía en los distintos ámbitos de la vida. Se trata de una cuestión de “ecología humana”, puesto que es imposible vivir una existencia digna de la persona en una sociedad en la que al ciudadano se le empuja a envilecerse. Aristóteles afirmó: “Sin principios éticos, el hombre es el peor de los animales”. (política I, 1, 1253ª-b).

Ya en 1974, el Papa Pablo VI decía: “Nadie ignora que la moral cristiana ha sido puesta en discusión, incluso en lo que afecta a sus mismos principios. Sin embargo, la Revelación propone un estilo propio y concreto de vida, que el Magisterio de la Iglesia interpreta auténticamente y prolonga y aplica a los nuevos desarrollos de la vida. Pero, a veces, esto se olvida fácilmente. Hoy, además, se discuten los mismos principios del orden moral objetivo. De lo cual deriva que el hombre de hoy se siente desconcertado. No se sabe dónde está el bien y dónde está el mal, ni en qué criterios puede apoyarse para juzgar rectamente. Un cierto número de cristianos participa en esta duda, por haber perdido la confianza tanto en un concepto de moral natural como en las enseñanzas positivas de la Revelación y del Magisterio. Se ha abandonado a una filosofía pragmática para aceptar los argumentos del relativismo. Nos pensamos que una de las causas, y acaso la principal, de esta degeneración de la mentalidad del hombre moderno se debe a la separación radical, más bien que la distinción, de la doctrina y de la práctica moral, de la religión, negando a ésta toda razón de ser y privando a la primera de sus fundamentos ontológicos y de sus finalidades supremas” (Discurso a la Comisión Teológica Internacional 16.XII.1974, “AAS” 67-1975-40). Así diagnosticaría lo sucedido en el mencionado foro.

Ciertamente estamos ante un cambio de cultura que origina una sociedad nueva con profundas repercusiones en la interpretación moral de la existencia individual y colectiva. Es una crisis que procede ya del s. XVIII, cuando Kant se propuso buscar un fundamento sólido al actuar ético de la persona, sin encontrarlo. Sus seguidores no han sabido interpretar la “autonomía” y se han sublevado contra el “deber”. Desde entonces, se han sucedido intentos sin que se logre encontrar un fundamento sólido a la ciencia ética. Y la dificultad se agrando cuando los autores –como los expositores del foro- dejan de atender dos supuestos irrenunciables: la ley natural y la referencia a Dios.

Así se pueden resumir las causas de lo presenciado:

a. El influjo de las ideologías no cristianas: como el materialismo marxista, con su crítica a la religión, que en el foro fue continua. Como el liberalismo capitalista, que desvía el problema hacía lo económico, hacía lo material, desviando la atención de los valores espirituales, de la salvación de las almas que están bajo la responsabilidad de los educadores. Y ambas ideologías combinadas contribuyen a disminuir notablemente el sentido del mal moral.

b. La influencia del existencialismo filosófico y de la psicología del subconsciente: La filosofía existencialista, es un sistema de pensamiento y de vivir que despierta sospechas sobre Dios, descuida los valores morales y siembra pesimismo sobre la existencia humana, que resta interés por una vida éticamente honrada. Por otro lado, el psicologismo freudiano arremete contra el bien y el mal morales y trata de borrar los conceptos éticos con el intento de liberar al hombre de los principios morales, que condenó como tabúes, de los que hay que liberarse. Además, estos dos sistemas fueron precedidos por el pensamiento de Nietzsche, que fustiga sin piedad a la moral cristiana e incluso propone acabar con la moral. –Por eso, hay que tener mucho cuidado con los programas de algunas carreras, porque muchas veces los jóvenes no están suficientemente formados para hacerse cargo de algunos autores. Es necesario primero darles una idea clara de las cosas y desde ahí partir para hacer el análisis de los fenómenos históricos y de los autores que han participado de ellos y de este modo poder descubrir sus errores y carencias en las filosofías que ofrecen-.

c. El relativismo: (Que fue patente en el foro). Acepta sólo un único tipo de realidad, la física, lo que conduce a la crisis de la metafísica. La relatividad de la verdad y del error depende de la “opinión” de cada uno, lo que conduce a negar el conocimiento racional, alistándose un “pensamiento débil”, irreflexivo, fácil de manipular; que fomenta el desprecio a la verdad y al pensamiento racional que es la base de las ciencias. La relatividad del bien y del mal conduce al relativismo de la ética y por lo tanto, nada es bueno y malo en sí mismo, sino que depende de las circunstancias, de la finalidad o los efectos que se sigan. –Esta es una posición inadmisible, sobre todo para un católico que sabe que existe una verdad, que además, tiene la misión de predicar como apóstol que es-.

En la Exhortación apostólica “Ecclesia in Europa”, Juan Pablo II hacia una llamada a los sacerdotes para que dedicaran su atención a los temas relacionados con la enseñanza y la vida moral. –que yo extiendo a los sacerdotes de América, para que no lleguemos a la situación Europea, que nos está alcanzando a gran velocidad- Con el fin de alcanzar el objetivo de la nueva evangelización, el Papa pensaba que la doctrina y la eticidad de la conducta juegan un papel decisivo: “Me dirijo a los sacerdotes y les recomendamos que procuren estar al día en el campo de la teología moral, de modo que sepan afrontar con competencia los problemas planteados recientemente a la moral personal y social. Presten una especial atención, además a las condiciones concretas de vida en que se encuentran los fieles y les ayuden pacientemente a descubrir las exigencias de la ley moral cristiana, ayudándolos a vivir el Sacramento de la Penitencia como un gozoso encuentro con la misericordia del Padre celestial” (EE 77). –Desde este punto de vista, ciertamente, las estadísticas nos son muy útiles para poder descubrir el estado de la cuestión, pero nunca como una justificación para la aceptación irreflexiva de esas situaciones disfuncionales o patológicas, sería como aceptar que el ideal del organismo humano es la obesidad porque el 90% de la población Norteamericana es obesa. Existe un ideal del ser matrimonial y familiar que es el que mejor cumple con su finalidad procreadora y proyección perfectiva de sus miembros, dentro de un ambiente de acogida incondicional y amorosa- .

Según enseñaba Juan Pablo II, la crisis de la moral católica abarca todos los ámbitos, por eso: “Hoy se hace necesario reflexionar sobre el conjunto de la enseñanza moral de la Iglesia, con el fin preciso de recordar algunas verdades fundamentales de la doctrina católica, que en el contexto actual corren el riesgo de ser deformadas o negadas. En efecto, ha venido a crearse una nueva situación dentro de la misma comunidad cristiana, en la que se difunden muchas dudas y objeciones de orden humano y psicológico, social y cultural, religioso e incluso específicamente teológico, sobre las enseñanzas morales de la Iglesia. Ya no se trata de contestaciones parciales y ocasionales, sino que, partiendo de determinadas concepciones antropológicas y éticas, se pone en tela de juicio, de modo global y sistemático, el patrimonio moral. En la base se encuentra el influjo, más o menos velado, de corrientes de pensamiento que terminan por erradicar la libertad humana de su relación esencial y constitutiva con la verdad. Y así, se rechaza la doctrina tradicional sobre la ley natural y sobre la universalidad y permanente validez de los preceptos; se consideran simplemente inaceptables algunas enseñanzas morales de la Iglesia; se opina que el mismo Magisterio no debe intervenir en cuestiones morales más que para exhortar a las conciencias y promover los valores en los que cada uno basará después autónomamente sus decisiones y opciones de vida”. (Veritatis Splendor” 4). Según Juan Pablo II están en crisis puntos fundamentales, tanto para la ciencia ética, como para la teología moral: se dan diversas concepciones del hombre y el constitutivo de la verdad; se niega la ley natural y la universalidad de ciertos preceptos morales; no se acepta la enseñanza del Magisterio y se niega que pueda enseñar con autoridad en cuestiones morales. –Como se pudo constatar en el mencionado foro-.

Exhorto a todos los que lean esto a re-conocer y a exponer de un modo comprensivo y estimulante las cuestiones morales de nuestra época, de forma que, al tiempo que presentan los problemas de la moral personal y social, orienten a los jóvenes cristianos a la práctica de los principios del mensaje moral cristiano, del que algunos se han alejado o están verdaderamente confundidos.

Lo que a continuación expongo es patrimonio de la Iglesia, pero me atrevo a recordárselos:

Los criterios para superar esta situación, son las siguientes medidas que es preciso tomar:

1. Recuperar y cuidar la ortodoxia de la doctrina. Si la crisis en buena medida ha sido provocada por los errores doctrinales, se hace imprescindible conquistar de nuevo la verdad en torno al mensaje moral predicado por Jesucristo. Una cosa son las posibles discusiones y posiciones Teológicas diversas y otra muy distinta, la responsabilidad de predicar el Magisterio de la Iglesia hasta ahora vigente y aprobado.

2. Es preciso exponer el mensaje moral más cercano al Evangelio. La primera página de la moral cristiana, es la misma vida histórica de Jesús de Nazaret. Es preciso acercarse a su vida y descubrir las grandes actitudes morales que Él mismo asumió: cuál fue su comportamiento frente a Dios y en relación al hombre; como actuó en relación al dinero, al trabajo, a la amistad humana, a la injusticia, al dolor, etc. Sin caer en una moral de actitudes, las disposiciones de Jesús frente a las circunstancias de la existencia humana encuentran en los ejemplos de su vida el canon de comportamiento cristiano. La segunda página de la Teología Moral es la comprensión y exposición de la doctrina moral contenida en el mensaje de Jesús y en la enseñanza de los demás libros del Nuevo Testamento, en los que los Apóstoles aplican a la vida de los primeros cristianos la doctrina vivida y enseñada por Jesucristo.

3. Explicar la moral cristiana en el ámbito de las creencias. La moral es siempre un segundo momento que sigue a la fe. Por ello, no cabe exponer la moral católica como algo “per se”, sino en íntima dependencia y relación con las verdades que se creen. Para evitar el riesgo de reducir el cristianismo a un programa moral o un programa político o social, y poder dar pleno sentido a las exigencias éticas del evangelio y evitar el riesgo, que denunciaba Juan Pablo II, de idear el cristianismo como mera fidelidad a las creencias, pero sin conceder valor a la conducta (VS 4).

4. Superar el relativismo. Es preciso tener a la vista y saber integrar en la doctrina moral las intuiciones que han provocado los diversos relativismos: conviene destacar la importancia de las “circunstancias” que concurren en el actuar moral, los “fines” que la persona se propone en la conducta y valorar las “consecuencias” que se siguen, pero de forma que se muestre su verdadero alcance, pero evitando los errores extremos del circunstancialismo ético y las corrientes consecuencialistas, tanto de signo finalista como proporcionalista.

5. Recuperar el valor de la ley natural. Es importante que la ley natural se entienda como la “ley del hombre” y no como una ley física o biológica. Dado que existe una íntima relación entre antropología y ética, si se descubre la originalidad del hombre, se dará un paso decisivo en el hallazgo de la doctrina que ha de orientar su conducta ética de acuerdo con su dignidad originaria. –Noto en ocasiones entre algunos católicos cierto pesimismo pero, como egresada de la Universidad de Navarra, puedo decirles que la coherencia se puede lograr y que sólo de ese modo lo jóvenes se entusiasman y desean participar de ese estilo de vida que ennoblece y llena de sentido la vida personal, familiar, laboral y social, como sucedió conmigo-.

6. La necesidad de un testimonio coherente y comunitario de la fe cristiana éticamente vivida. Dada la profundidad de la crisis y al grado de inmoralidad en que viven amplios sectores de la sociedad, como las estadísticas expuestas mostraron, se impone un testimonio de vida vivido espontáneamente y comunitariamente, de forma que testifique la grandeza de la moral cristiana y que atraiga por su coherencia y autenticidad. Ya no basta la doctrina a una generación desengañada de las ideologías, es preciso el ejemplo vivido gozosamente por grupos de creyentes que hagan vida lo que la Iglesia propone como doctrina. En esta área es muchísimo lo que la Universidad puede hacer como agente apostólico, al cuidar el contenido de sus materias para que una tras otra recalquen la misma antropología cristiana, se logre la coherencia entre lo que son y hacen las universidades católicas y se gradúen grupos de profesionistas católicos bien formados y que vivan y amen su Iglesia y su fe, con alegría y un profundo sentido de trascendencia a cada instante y que impregnen de amor cuanto toquen, como lo hizo Jesucristo.

Por Blanca Mijares

 

 

Matrimonio: No hay que tener miedo a ser personas maduras

 

Sheila Morataya

Hay momentos en la vida en que se deben tomar decisiones importantes. La coach Sheila Morataya da algunas ideas sobre la madurez, esencial para el matrimonio

El psiquiatra Enrique Rojas, en su libro «Una Teoría de la felicidad» escribe sobre los dos cánceres sociales presentes en nuestra sociedad: el consumo de las drogas en los jóvenes y las rupturas conyugales en los adultos.  

Como coach de acompañamiento a matrimonios, quiero dedicar unas líneas a las rupturas conyugales debido a la inmadurez de uno o ambos esposos.

Estoy por cumplir 26 años de matrimonio, y mi esposo Charles me ha preguntado, no una sino varias veces y después de darse cuenta de la ruptura de un matrimonio joven:

¿Por qué tantas mujeres y hombres hoy en día mencionan la palabra divorcio tan a la ligera?

¿Por qué no se esfuerzan un poco más para salvar su matrimonio?

¿Cuáles son los estragos psicológico-emocionales y espirituales que sufren las personas cuando se divorcian?

Para mencionar solo algunos de ellos: la pérdida de propósito, depresión, debilitamiento de la autoestima y  separación de círculos sociales  que se frecuentaban siendo esposos.

La preocupación por Charles es genuina, y así como él la experimenta, estoy segura de que lo hacen miles de personas.

Se hace necesaria una renovación mental y espiritual

El doctor Aquilino Polaino-Lorente, en una ocasión nos dijo a los entonces estudiantes de la maestría en Matrimonio y Familia de la Universidad de Navarra que la inmadurez es moneda corriente en la sociedad contemporánea.

Y es que actualmente las estadísticas que arrojan los resultados en desarrollo humano en las diferentes etapas de la vida, nos  explicaba, revelan que los jóvenes de hoy maduran mucho más tarde que los jóvenes de hace 25 años, y la diferencia es aún mayor respecto de los jóvenes de hace 45 años. ¿Cuál es la razón?

Muchos matrimonios se rompen por falta de madurez

Soy testigo constante de esto en mi consulta. Sin lugar a dudas la presencia de la inmadurez que reclama y exige recibir es una de las razones para las que un matrimonio termina.

Podemos considerar entonces la inmadurez como un antivalor que se opone a valores tales como la empatía, la paciencia para escuchar, la generosidad, la entrega que no reclama, la fortaleza y muchos otros más valores que sólo son realizables cuando crece en madurez.

¿Cómo se madura?

Llegar a ser una persona madura es un proceso que necesita tiempo, paciencia, interés por conocerse sin miedo y no tener miedo a sufrir.

El sufrimiento soportado con heroísmo, aceptación y silencio ayuda a la persona a crecer por dentro. Se crece despacio.

Todos vivimos sucesos, experiencias y propuestas de la vida que nos ayudan a crecer de un salto :

  • La pérdida de bienes materiales
  • La experiencia de una guerra
  • La venida al mundo del primer hijo
  • La traición de un amigo
  • Un divorcio no deseado

Todas estas pueden ser oportunidades para el crecimiento y la transformación interior pues con todas ellas se sufre o en el caso de la venida de un hijo, ayuda a la persona a reflexionar en torno al sentido de la responsabilidad y el uso de su libertad.

¿Quién es una persona madura?

Es importante aclarar que la palabra madurez significa estar listo, a punto, estar en sazón como cuando vamos al supermercado y tocamos suavemente la fruta para confirmar que esté madura.

Una persona madura es alguien que aprende a ser sabia, prudente, ecuánime. Es una persona que afronta la vida como viene, que no aspira a no sufrir, sino más quiere aprovechar las crisis para desarrollar una disposición original y única ante la vida, que sólo es de ella.

Romano Guardini, sacerdote, pensador y escritor católico (1885-1968) propone en Cartas sobre la formación de sí mismo la práctica de ciertos valores y virtudes que contribuyen a forjar la madurez:

-La alegría, que debe ser el tono fundamental de la vida cristiana y tiene su fundamento en la relación con Dios.

-La sinceridad, aceptada como norma profunda de la vida,

– Los siguientes rasgos de personalidad que forjan la madurez: la hospitalidad, el espíritu de oración; la elegancia del estilo y del trato humano, la capacidad de esforzarse y de trabajar a fondo.

Sheila Morataya

 

 

¿Qué le da sentido a tu vida? 3 tips descubrir tu verdadero propósito y cumplirlo

Identificar y perseguir tu propósito no es tan sencillo como parece; sin embargo, es posible hacerlo reflexionando acerca de nuestro sentido de trascendencia.

Muchos de nosotros hemos sido educados desde niños con un estilo de crianza muy conservador y en algunos casos rígido, tal parece que la vida consiste en ser programados durante muchos años y al llegar a una edad adulta y consciente debemos trabajar en desprogramarnos, cosa que no es nada fácil, ni sencilla.

Muchos intentamos brincar de un lado de la acera al otro, es decir de pasar del “tengo” al “elijo”, y se pasan los años en este dilema de la vida. Esto constituye una especie de remodelación o reconstrucción que no es fácil realizar, requiere tiempo, esfuerzo y recursos materiales en muchos casos.

En mi experiencia profesional, veo que el gran tema al que muchas personas se enfrentan hoy es la pérdida del sentido de la vida, pero ¿Qué es realmente esto? En buena medida es todo aquello que responde a una sencilla interrogante ¿Para qué?, así de simple: ¿Para qué me levanto?, ¿Para qué voy a trabajar?, ¿Para qué mantengo esta relación sentimental?, etcétera. La gente se está preguntando muchas cosas que antes no se cuestionaba, algunos piensan que son algunas de las secuelas de la pandemia, la llamada “Hiperrefelxión del sentido de trascendencia”.

Victor Frank nos hace reflexionar sobre este mismo tema, el sentido de la vida, el sentido trascendente. Parece que lo prioritario es ¿Cómo vivo? Es la parte medular de nuestra existencia. Sin embargo, parecería que no sabemos vivir y mucho menos de una forma plena, consciente, feliz, pero sobre todo en paz.

De cierto modo la vida nos revuelca en muchas ocasiones como una gran ola y nos aleja y nos acerca, una y otra vez a esa sensación de felicidad o plenitud, pero que lejos de alcanzarla, parece que cada vez está más lejos. Parecería que estamos atrapados en un entorno que nos aleja de nuestra existencia, por conseguir y lograr aquello que “debe ser.”

Una alternativa que ha resultado de gran apoyo es retomar nuestra dimensión espiritual y comenzar a enfocarnos en ella, en el propósito de nuestra vida.

Es por eso que te comparto tres tips para descubrir tu sentido de vida y descubrir tu propósito.

  1. Descubre tu propósito raíz. Cada uno tenemos un propósito que ha estado presente a lo largo de la vida. Seguro que se manifiesta de forma distinta y en cada una de las etapas en las que nos encontramos. Te invito a identificar tu propósito raíz y no traicionarlo.
  2. Escribe tu testamento emocional. Te has preguntado alguna vez cómo quieres ser recordado, ¿Por qué quieres que te recuerden de esa forma? ¿Cuál es el legado que quieres dejar a tu paso?
  3. Trabaja el amor propio. Enfócate en conocerte hoy en el presente, no cómo eras en el pasado ni cómo te imaginas en el futuro. Enlista tus características, no las identifiques como buenas o malas, más bien como aquellas que te ayudan a brillar o las que te opacan. Eso lo decidirás una vez que las tengas claras.

Es fundamental que cada uno descubramos nuestras características y a partir de ahí decidamos hacer que nos iluminen en nuestro camino y no dejar que nos lleven a la sombra o nos opaquen, ya que eso no nos permitirá avanzar y seguir creciendo para lograr una vida plena.

Pero sobre todo contacta con tu dimensión espiritual, aquello que tiene que ver con el sentido de trascendencia de las cosas. Si logramos trascender las cosas o para qué sucedieron, será más sencillo comprender su sentido o el mensaje que nos quiere dar.

Deja un poco de lado el tener y hacer y enfócate un poco más en el ser.

 Sergio Cazadero

 

Devociones marianas en mayo

La Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, es muy querida en todo el Orbe católico. Muchos pueblos la tienen por Patrona y su gente se llena de emoción cuando escucha su nombre u oye cantar su himno. La devoción a la Virgen se hace singularmente ostensible en mayo: en este mes primaveral, cuando las flores adornan la campiña y los pájaros alegran el ambiente con sus dulces trinos, suelen celebrarse animadas romerías en su honor y peregrinaciones a sus santuarios.   

La devoción colectiva de los cristianos a la Virgen, se remonta a la Edad Media. Antes del siglo XII, existía el Tricesimum (treinta días, entre agosto y septiembre,  dedicados a la Virgen). En el siglo XIII, aparece la costumbre de ofrecer flores a María en mayo; seguramente, impulsada por el Rey Alfonso X el Sabio, que, en sus “Cantigas de Santa María”, quiso «trovar en honor de la Rosa de las Rosas y de la Flor de las flores», e invitaba a invocar a la Madre de Dios en su altar en el mes de mayo. En el XIV, los joyeros de París ofrecían a la Virgen una ramita de plata que llamaban “mayo”. En el XVI, la devoción a la Virgen se extiende por Alemania, y apareció el folletín de un monje, “Mes espiritual”; mientras, en Italia, San Felipe Neri aconsejaba, a los jóvenes, la veneración a la Virgen en mayo especialmente. En el siglo XVII, ya se consideraba mayo como el mes de María, y, en el XIX,  se hizo universal el “Ejercicio mariano del mes de las flores”, y perdura. Pero no sólo en las parroquias se erige un altar especial a la Virgen en mayo y se hacen “las flores”; también, hay hogares marianos con un altar adornado de flores en mayo, y reza la familia ante él; la misma tradición,  en las escuelas, hasta que ha quedado cortada en nuestros días por falta de libertad religiosa en la práctica.

La devoción a la Virgen llena el corazón de amor y de esperanza, y es fuente de gracias, milagros y favores. A Ella debemos acudir cuando parece que la vida no nos sonríe, cuando tenemos problemas y aún sin tenerlos: María Inmaculada es Madre de Dios y Madre nuestra, y,  a una madre, los hijos buenos la aman y escuchan. Por eso, es tan importante invocar a María, tenerla por intercesora ante Dios. En diversas ocasiones y lugares, esta Madre buena se ha aparecido en la Tierra: unas veces, para traer consuelo (antes de subir al Cielo, al Apóstol Santiago en Zaragoza por bilocación; en Knock, Irlanda, acompañada de San José y San Juan Evangelista; en Zeitun, El Cairo, a cristianos y musulmanes), o para advertir de la necesidad de hacer penitencia y oración, en Lourdes y Fátima, por ejemplo.  

Josefa Romo

 

Para aprovechar el mes de mayo

Mayo es un mes dedicado a la Virgen. Y tratar a María es una buena forma de acercarse a su Hijo. Estos son algunos recursos para hacerlo.

07/05/2015

Pdf sobre cómo hacer una romería

Textos

● San Josemaría en Sonsoles: relato de una romería en los primeros años del Opus Dei.

● Comentarios de San Josemaría a los misterios del Rosario.

● Álvaro del Portillo: Ir y volver a Jesús constantemente por María.

● Álvaro del Portillo: María es el mejor camino para obtener una contrición que nos limpie.

Más textos

● Artículos publicados en la sección Año mariano. (2011)

● Vida de María. Narración en veinte escenas de la vida de la Virgen María, a partir de los Evangelios y de la tradición de la Iglesia.

● Carta apostólica "El Rosario de la Virgen María" del Papa San Juan Pablo II.

● Devoción a la Santísima Virgen: Este artículo explica el culto que los católicos ofrecen a la Madre de Dios, de origen muy remoto en la Iglesia y muy vivo en la actualidad. También narra cómo se vive la devoción a la Virgen en el Opus Dei.

Vídeo

● La Virgen María y el mes de mayo: El Fundador del Opus Dei explica cómo puede ser nuestro amor a la Virgen.

● La Virgen intercede por nosotros. Estando en México, Mons. Álvaro del Portillo habló sobre el poder de intercesión de la Virgen María, "la Madrecita buena de Dios".

● Jesús no le puede decir que no a su Madre, asegura Álvaro del Portillo en este encuentro celebrado en Boston.

Audio

● Madre de Dios y Madre Nuestra. Homilía completa de san Josemaría, pronunciada el 11 de octubre de 1964, fiesta de la Maternidad de la Santísima Virgen, publicada en Amigos de Dios.

● Extractos de una homilía de San Josemaría sobre la Madre de Dios.

● "Santo Rosario" en audio: meditaciones en formato mp3

Pdf

● ¿Qué es una Romería a la Virgen? ¿Cómo se hacen? ¿Qué oraciones hay que rezar?

Fotografías

● Galería de fotos de las escenas del Rosario del Santuario de Torreciudad.

 

 

Es razonable creer. Por qué el mundo es: materialismo o fe razonada

 

Escrito por Esteban Escudero Torresa

1. Introducción

Las llamadas pruebas de la existencia de Dios son tentativas, pistas o señales para acceder a él racionalmente. El valor de las pruebas es de orden lógico, por lo que no es ni experiencial ni religioso. En el plano de la lógica no se puede pretender alcanzar al Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, ni al Dios Padre, manifestado en Jesucristo. Mas, para los que ya poseen un conocimiento religioso de Dios, y por lo tanto también para nosotros, los cristianos, es de un gran consuelo constatar que nuestra experiencia de Dios tiene igualmente el apoyo de la racionalidad.

Mientras que para las personas religiosas estos caminos tienen el valor de confirmar las propias convicciones, para los no creyentes son como flechas indicativas, pistas que merecen ser tomadas en consideración para quien quiere ser honesto con la realidad de las cosas. Y en ello le va mucho al hombre que busca la verdad, ya que solo en Dios el hombre encuentra su plena realización y su verdadera salvación.

En este artículo vamos a exponer la llamada prueba de la existencia de Dios a partir de la realidad del mundo. Esta forma de razonar parte del análisis de las propiedades de los entes mundanos, es decir, de toda la realidad de la que tenemos experiencia en este mundo, y concluye que, para su completa explicación, se precisa admitir otra realidad distinta, trascendente al mundo, que sea capaz de dar cuenta de sí misma y, al mismo tiempo, que explique el porqué del mundo  y de sus propiedades.

Esta forma de razonar cuenta ya con una larga historia. Comienza en la filosofía griega, con Platón y Aristóteles, fue ampliada por los grandes filósofos medievales judíos y cristianos, entre los que destaca la figura de Santo Tomás de Aquino y, ya en la edad moderna, fue retomada por Leibniz y por toda la gran corriente filosófica de la neo-escolástica, entre otros autores contemporáneos.

Este camino hacia la realidad trascendente se ha revestido a lo largo de la historia del pensamiento de distintas formas, según la propiedad de la realidad mundana de la que se parta: el movimiento, las relaciones causa-efecto de los cambios, la finitud de las cosas, la evolución cósmica, etc. Aquí vamos a desarrollar el razonamiento a partir de la “contingencia” o ausencia de fundamento del propio ser, a fin de llegar a un fundamento último de toda la realidad mundana. Quizás sea esta la forma más concluyente del “argumento cosmológico”.

Aunque los no iniciados en filosofía pueden encontrar en ocasiones complicada esta manera de argumentar, inevitable por estar aquí en juego las cuestiones últimas de toda la realidad, los puntos culminantes del razonamiento serán, sin embargo, accesibles a todos, ya que en el fondo se trata de formular de un modo preciso la intuición del hombre religioso de que el mundo necesita de un Creador.

2. La pregunta decisiva

El deseo de saber ha impulsado al ser humano a investigar los enigmas de la realidad que le circunda. La aparición de algo nuevo en el mundo ha despertado siempre la curiosidad por saber las razones que lo han producido. Bien sean fenómenos naturales, como el arco iris o la erupción del volcán, bien sean fenómenos biológicos, como la transmisión de caracteres hereditarios o los motivos de una enfermedad, o bien se trate de la conducta del propio ser humano, siempre ha provocado la pregunta por las causas que pueden explicarlo.

La aplicación rigurosa del principio de causalidad científica ha permitido conseguir avances espectaculares en el conocimiento de la realidad en todos los ámbitos del saber empírico. La ciencia busca la explicación del estado actual del mundo en un estado anterior, del cual se deriva según unas leyes que ella misma trata de precisar. Y por este método, no solo hemos podido establecer conexiones entre fenómenos actuales, sino que hemos podido remontarnos hasta los estadios iniciales de la evolución cósmica.

Pero si queremos conocer el mundo en toda su misteriosa problematicidad, hemos de orientar nuestra investigación en una dirección radicalmente nueva. Las ciencias de la naturaleza nos van explicando cada vez con mayor precisión cómo es el mundo, dando por supuesto el hecho familiar de que “el mundo es”. Mas esto constituye también un problema, el mayor de los problemas: ¿por qué el mundo es?

Evidentemente nadie está obligado a hacerse este tipo de preguntas, e incluso no es fácil hacérselas, estando como estamos abocados a la realidad cotidiana, con sus mil preocupaciones y distracciones. Pero es posible plantearla ya que responde a una necesidad de orientarse en el mundo, por apuntar a cuestiones cruciales para todo ser humano, como saber de dónde venimos, qué somos y adónde vamos.

Desde el propio campo de la ciencia se escuchan llamadas a plantear este tipo de preguntas, a pesar de sobrepasar el ámbito de aplicación del método científico. Por ejemplo, el físico español Fernández-Rañada termina así su libro Los científicos y Dios:

La ciencia amplía inmensamente nuestro conocimiento del mundo y nos acerca a la belleza sublime de las leyes de la naturaleza. Pero, como actividad colectiva o sistema social, se mantiene al margen de las grandes preguntas que sus resultados sugieren. Esa es una tarea personal, como todo lo que atañe a la libertad, porque mantenernos abiertos a esas preguntas es lo que nos define como personas libres, al nivel más profundo, confiriéndonos una enorme grandeza, a pesar de nuestra pequeñez ante el universo (Fernández-Rañada, 2008: 288).

Es interesante constatar cómo el avance de los descubrimientos en el terreno de las ciencias naturales impulsa al espíritu humano a plantearse las preguntas decisivas en torno al Universo y al misterio de su existencia y organización. El premio Nobel de Física, descubridor de la hipótesis cuántica, base del conocimiento del mundo de los átomos, el alemán Max Planck (1858-1947), afirmaba en su libro ¿A dónde va la ciencia?: “El progreso de la ciencia consiste en el des- cubrimiento de un nuevo misterio cada vez que se cree haber descubierto una cuestión fundamental [...] La ciencia es incapaz de resolver el misterio último de la naturaleza” (Planck, 1941)

Ahora bien, lo que la ciencia es incapaz en virtud de su método puede y debe planteárselo la filosofía y también el científico como persona. Uno de los más grandes filósofos del siglo XX, Martín Heidegger (1889-1976), formuló así la decisiva cuestión acerca del mundo, como conclusión de su libro ¿Qué es Metafísica?:

La filosofía solo se pone en movimiento por una peculiar manera de poner en juego la propia existencia en medio de las posibilidades radicales de la existencia en total. Para esta postura es decisivo [...] por último quedar suspensos para que resuene constantemente la cuestión fundamental de la metafísica, a que nos impele la nada misma: ¿Por qué hay ente y no más bien nada? (Heidegger, 1976: 553).

La pregunta de por qué hay algo y no más bien nada se dirige al hecho fundamental de que existe el “ente”, es decir, el mundo. Si nunca hubiera habido nada, ni mundo, ni hombres, ¡nada!, no habría que preguntarse ningún porqué, no solo por el hecho elemental de que tampoco nosotros existiríamos, sino, sobre todo, porque no habría nada que explicar. Pero el caso es que hay mundo y un mundo muy complejo y ordenado, con unos procesos que no pueden menos que causar admiración a quien los estudia... ¿Por qué hay mundo y no más bien la nada? ¿Qué razón puede darse de que yo mismo, todo lo que me rodea, el planeta tierra, el sistema solar, las galaxias..., el universo entero exista y no, más bien, jamás haya existido nada, nunca nada?

Ciertamente, la experiencia de la problematicidad radical de todo lo que existe no es una experiencia ordinaria. Vivimos habituados al hecho de que el mundo existe y es tal como nos lo explican las ciencias. Partimos de este hecho y no solemos cuestionarnos su porqué. Solo haciendo un esfuerzo intelectual y en condiciones psicológicas favorables, podemos tener la experiencia del misterio profundo que rodea la afirmación fundamental: “el mundo es”. Pero esta experiencia es posible y auténtica.

La pregunta decisiva expresa la problematicidad del ser de todo lo que existe. Las cosas del mundo, los entes, evidentemente existen, están ahí, y podemos conocerlos y estudiar su origen y evolución. Ahora bien, el porqué de su ser, la razón de que existan, es lo que resulta últimamente problemático para aquel que quiera llegar hasta el fondo en la explicación de las cosas. Todo queda entonces cuestionado. Todo queda afectado por la pregunta fundamental. Las cuestiones del origen, de la evolución, de los cambios, de la aparición de nuevos estados..., todo queda abarcado por la gran pregunta que está en la base de las demás. Si esta se responde, las demás cuestiones de la ciencia y de la vida ordinaria podrán plantearse tras ella, ya que esta pregunta es previa y como el sustrato de todas las demás.

3. La necesidad de un absoluto

La pregunta decisiva no trata de hallar un estado original, a partir del cual comience la historia cósmica. En ese sentido se diferencia radicalmente de las ciencias. El porqué buscado ha de dar razón de la existencia de todos los entes, en un primer momento, actualmente y en el futuro. Es decir, no se trata del comienzo, sino de la razón de ser.

Igualmente debe darse una razón de ser en el supuesto de un universo eterno. El problema del fundamento de la existencia del mundo es distinto del de su finitud o infinitud temporal. Ya Santo Tomás, en el siglo XIII, disputando con los averroístas latinos, que defendían la eternidad del mundo, hacía ver que un universo eterno –si es que efectivamente lo es– tendría que tener una causa eterna de su ser.

Si no estamos dispuestos a admitir que la realidad es absurda, cosa muy difícil de sostener consecuentemente, a la pregunta sobre cómo es posible el ente ha de responderse admitiendo la necesidad de una realidad última que se fundamenta a sí misma. Esta realidad responde por sí misma de su propia existencia y, por lo tanto, puede justificar por qué existen los demás entes. Es decir, ha de existir un ser absoluto, algo o alguien, dentro o fuera del mundo, que tiene en sí mismo la razón de su propio ser.

Para comprender esta idea, es preciso tener claro dos importantes conceptos filosóficos: ser contingente y ser necesario. Se llama “ser contingente” a aquella realidad que, aunque existe, puede no existir, porque no tiene en sí misma el fundamento de su ser. El “ser necesario” es aquella realidad que tiene en sí misma la razón y fundamentación de su ser.

El análisis filosófico muestra que, si todo es contingente, nada habría podido llegar a la existencia y nada se sostendría actualmente en el ser. Si todo tiene su razón en otro, no puede explicarse la existencia de ninguna realidad. Por lo tanto, algo tiene que ser necesario, tener en sí mismo el fundamento de su ser y poder de esta manera dar razón de la realidad entera.

La experiencia de la contingencia es algo habitual para nosotros, aunque en el lenguaje ordinario no la denominemos así. Cada uno de nosotros nos damos cuenta de que existimos, pero también de que nuestra vida “pende de un hilo”. Vinimos al mundo sin haberlo pedido y en cualquier momento podemos dejar de existir, a causa de una enfermedad repentina o de un desgraciado accidente.

Sentimos, así, que nuestro ser se nos ha dado, que no disponemos de él y que el porqué de nuestra existencia ha de buscarse en algo distinto a nosotros mismos. Pero tampoco las personas que nos rodean están en mejor situación. También ellas son contingentes y la experiencia de todos los días se encarga de mostrar- nos hasta qué punto es esto verdad. Aparecen nuevos seres humanos que antes no existían y otros desaparecen, con el dramatismo que ello reviste, sobre todo cuando se trata de seres queridos. Tampoco ellos pueden disponer por completo de sus vidas y la razón de su existencia está en algo distinto a su propia voluntad.

Los demás entes del mundo son igualmente contingentes. Son limitados en el tiempo, aparecen y desaparecen, aunque sus períodos de existencia escapen muchas veces a nuestra experiencia vital. Los animales, las plantas, las montañas o los propios astros, que nos parecen estar ahí desde siempre, han surgido en algún momento, que las ciencias actuales son capaces de datar con mucha apro- ximación, y algún día se descompondrán. Sus propios componentes elementales se han formado en el tiempo y en el tiempo desaparecerán. La ley física de la entropía no parece excluir a nada en este mundo.

Pero no es solo la finitud en el tiempo el único exponente de que nada en este mundo tiene en sí mismo la razón de su propio ser. Las cosas son limitadas en su perfección, son mutables, precisan de otros, etc. No se ve, por mucho que las es- tudiemos, dónde residiría la razón de su propia existencia y perfección ontológi- ca. Hoy la ciencia ha descubierto muchos secretos de la composición de la mate- ria, hasta sus niveles más ínfimos y elementales y estamos a punto de descubrir la energía básica, a la que podrán reducirse los demás tipos de energía conocidos... La realidad de este mundo está dejando de tener el carácter misterioso que podía tener en la época de los griegos o en el Renacimiento.

Si, por lo tanto, las cosas de este mundo existen, desde los seres humanos hasta los átomos de hidrógeno perdidos en los inmensos espacios interestelares, pero nada en sí mismo puede justificar el porqué de su existencia, la razón humana se ve obligada a admitir un ser absoluto, sea lo que este sea, que pueda justificar su propia existencia y la de todo lo demás. De lo contrario no se podría explicar racionalmente por qué existe el ente y no más bien la nada. Algo tiene que tener en sí el fundamento de su propio ser, la razón de su propia existencia. Este algo existe como el hecho último, sin que pueda reducirse o explicarse por ninguna otra cosa. A partir de él, todo lo demás puede ya tener una explicación. Ha de haber, pues, un absoluto.

Esta manera de razonar se nos impone por la fuerza de los hechos. Salvando las distancias entre esta cuestión última del conocimiento del mundo y un ejemplo trivial de nuestra experiencia cotidiana, podemos intentar ilustrar la lógica de esta forma de argumentar con la siguiente comparación: supongamos que, al conectar nuestro aparato de televisión, aparecen unas molestas rayas que impiden la correcta visión del programa. Decididos a encontrar la razón de estas interferencias, vamos cambiando de canal, por ver si es la emisora quien las produce. Las rayas aparecen en todos los programas sintonizados. Buscamos entonces la razón de la anomalía dentro del aparato y, creyendo que está averiado, llamamos a un técnico. Si el aparato está en perfectas condiciones, no por ello descansamos en nuestra búsqueda: algo tiene que justificar la existencia de este fenómeno extraño. Por sí mismas estas rayas no han aparecido. En algo tiene que estar su razón de ser... Sustituimos el aparato en color por el viejo televisor en blanco y negro que teníamos retirado y de nuevo vuelven a aparecer las interferencias.  Si no son las emisoras, ni el aparato nuevo, tendrá que ser la antena o el cable de conexión... ¡Tampoco! En este momento se impone ya una investigación en toda regla. Es preciso encontrar el fundamento de estas anomalías, para saber a qué atenernos en el futuro... Si también los vecinos consultados tienen el mismo problema, parece que ya no cabe ninguna duda: en algún sitio debe haber una fuente de radiación que justifique las interferencias de todos los televisores del vecindario. No sabemos su naturaleza, ni su procedencia, pero tiene que haberla. De no admitirlo, nos resultaría absurda e incomprensible esta realidad. El encontrar cuál es este fundamento “absoluto” de los molestos “entes” de los televisores es ya cuestión de paciencia y de ganas de profundizar en el tema. ¡Y no haríamos mal en atender a los que afirman haber tenido la experiencia de ver a un radioaficionado montando su emisora en una casa del barrio!

4. El panteísmo materialista

De la admisión de un ser necesario o realidad absoluta, que tenga en sí misma la razón de su propia existencia, no se sigue, sin más, que estemos hablando de Dios o de alguna realidad trascendente al mundo. Hasta aquí también pueden asentir los ateos, así como los que defienden un monismo panteísta o los partidarios del materialismo dialéctico.

El problema que se nos plantea ahora es saber si ese ser absoluto es algo de este mundo o el mundo en su totalidad, o, por el contrario, es algo distinto de la realidad mundana, es decir, una realidad trascendente.

Dados los conocimientos científicos actuales y su investigación sistemática sobre cada uno de los ámbitos de realidad, no es probable que nadie se atreva a identificar el ser necesario con alguna de las realidades concretas del mundo. Recordemos que el ser necesario es aquel que es fundamento de su ser y razón de la existencia de todo lo demás. Ningún ser vivo, ni los minerales, ni nada de lo que tenemos experiencia sobre la tierra puede ser el absoluto que buscamos. Tampoco los astros lo pueden ser. Hoy conocemos bien su composición y su origen en el tiempo. El ser absoluto no es ningún “ente” en concreto.

Pero, si bien ninguna cosa de este mundo es considerada hoy el fundamento de todo lo demás, se ha dado en la historia del pensamiento toda una tradición que identifica el ser absoluto con la realidad toda del mundo, es decir, con el mundo como totalidad. El universo como un todo es el ser necesario. Se da aquí una absolutización del mundo, considerándolo como la realidad primordial y necesaria. Esta corriente arranca de la metafísica griega de Parménides, de Heráclito y de los estoicos y continúa por la tradición panteísta medieval y renacentista, hasta culminar en Hegel y en el materialismo dialéctico.

El universo, en esta perspectiva, ha de considerarse necesariamente eterno, ya que si tuviera un comienzo necesitaría claramente de una causa distinta de él para poder llegar a la existencia. Por eso se crearán hipótesis y modelos de uni- verso, sin apoyo suficiente en los datos científicos, que eviten las implicaciones teológicas de un universo finito en el tiempo. Cuando todavía esta cuestión se considera científicamente “abierta”, el intento de hacer del mundo la realidad absoluta necesita afirmar infinitos ciclos de expansión y regresión cósmicas y una regeneración de la energía, que desmiente el principio físico de la entropía creciente del universo.

Pero, además, este universo, la materia-energía de la que habla la ciencia, ha de tener en sí mismo la razón de su propio ser: debe ser ontológicamente autosuficiente. No solo es que existe eternamente, sino que debe existir necesariamente, por tener en sí mismo el fundamento de su propia existencia.

Estando en evolución, al menos en este planeta del que podemos tener ex- periencia, y siendo por definición la materia-energía que conocemos la única realidad existente, ella ha de ser capaz de explicar por sí misma la extraordinaria aventura de la aparición de la vida, con el orden prodigioso que implican las estructuras de los organismos vivientes. La materia posee unas leyes muy “inteligentes”, si se me permite la expresión, que la hace progresar constantemente hacia formas de vida cada vez más centralizadas, más complejas y con un mayor psiquismo. La materia-energía de los primeros instantes, los electrones y protones de los primitivos átomos de hidrógeno y de helio, han sido capaces por sí solos, por puro azar o por unas virtualidades desconocidas, de producir las moléculas de ADN, las células, los complejos organismos vivientes pluricelulares y toda la prodigiosa serie de “inventos” que suponen los pulmones, el corazón o el cerebro de los mamíferos.

Pero si el universo es el ser absoluto, este ha de dar razón igualmente de la aparición sobre la tierra de la conciencia refleja y de la libertad humana, fenómenos ambos que no son materiales. O bien se reduce la novedad del espíritu humano o bien se tiene que explicar por puros procesos de la materia.

Todo esto evidentemente supone una doctrina metafísica que escapa a los límites de la objetividad científica de la que hacen gala tantos materialistas de nuestro tiempo. En este sentido, identificar el mundo con el absoluto que necesariamente tiene que existir supone una opción muy comprometida, racional- mente hablando.

En primer lugar, nada permite descubrir en la estructura de las partículas elementales que forman la materia-energía primordial la admirable propiedad de tener que existir necesariamente, la suficiencia ontológica. ¿En dónde radicaría la razón de existir necesariamente de las cargas eléctricas, positivas o negativas, que forman los átomos de hidrógeno, el elemento más simple del universo, a partir del cual se han ido formando todos los compuestos materiales más complejos?

Además, si la evolución cósmica ha sido obra solamente de un azar ciego, ¿no ha sido mucha suerte, a fin de cuentas? Son muchos los científicos y filósofos que se han opuesto a una explicación del proceso evolutivo de fondo en meros términos de azar:

E. Kahane, siguiendo las huellas de su maestro A. T. Oparin, encuentra la explicación por el azar completamente absurda e imposible, y en esto tiene toda la razón. El azar no explica la génesis del menor de los cuerpos monocelulares, y mucho menos la génesis de los millones de especies cada vez más complejas, más perfeccionadas y provistas de un sistema nervioso progresivamente desarrollado.

Haría falta que el azar se renovara continuamente en la invención de cada especie, cosa que Émile Borel llamaba el milagro de los monos dactilógrafos. Pero, aun así y todo, la existencia del psiquismo no soportaría tal explicación (Tresmontant, 1974: 276).

En efecto, refiriéndonos al psiquismo humano, podemos plantearnos si, sien- do la conciencia refleja, por la que yo me siento ser y desde la que planeo mi propia vida, algo exclusivamente “interior”, ¿puede ser la materia, por sí sola,  el origen último de la conciencia?, ¿se puede explicar la conciencia, en última instancia, como resultado del proceso de la sola materia? El padre Juan Alfaro, estudiando detenidamente el tema, afirma:

La materia es, esencialmente, realidad sensible y tales son también sus procesos: sensible y material son idénticos. El carácter fundamental de la conciencia, su inaccesibilidad a la verificación empírica (sensible), no permite explicar su origen con los procesos de la sola materia (Alfaro, 1988: 211).

Y poco más adelante añade:

La reflexión sobre la imposibilidad del salto, desde los procesos materiales-sensi- bles de la naturaleza a la interioridad de la conciencia, gana en claridad cuando se trata del salto de los procesos naturales a los actos libres. La decisión de la libertad rompe todos los esquemas pensables de un proceso meramente natural, es decir, controlable mediante la experiencia empírica. El devenir cósmico no puede ser el origen de la libertad humana (Alfaro, 1988: 212 en nota).

Queda como último recurso explicar la razón del ser y de la evolución cósmica en “virtualidades” insospechadas de la realidad mundana, que ya pre-contenía potencialmente toda la perfección ontológica que después irá apareciendo con el tiempo. Estamos en la vieja corriente de lo que, sin demasiados matices, podemos denominar globalmente panteísmo materialista, para diferenciarlo del panteísmo místico o religioso.

Este panteísmo, sobre todo cuando pierde el halo místico de la compleja filosofía hegeliana y se transforma en monismo materialista con K. Marx y el positivismo cientificista de los siglos XIX y XX, afirma, explícita o implícitamente, que el mundo es el ser necesario y absoluto; es la única realidad, y en ella está pre-contenida todo lo que irá apareciendo en el despliegue de sus virtualidades a lo largo de la historia. El mundo es autosuficiente, eterno, increado, imperecedero, capaz de producir por sí solo la vida y el pensamiento. Es capaz de dar razón del ser de toda la realidad y de todos los procesos que ocurren en ella desde toda la eternidad.

Esta solapada divinización del universo es una actitud intelectual ampliamente extendida en nuestro mundo contemporáneo. Se intenta negar una realidad trascendente atribuyendo a la realidad mundana propiedades semejantes a las que los teólogos atribuyen al Dios de las religiones monoteístas. Y así puede explicarse la existencia del mundo y la complejidad de la realidad existente. Es, en realidad, una doctrina metafísica, que cuenta ciertamente con una larga tradición en las filosofías y teosofías de la historia del pensamiento humano, occidental y oriental.

Pero, cada vez más, a medida que progresan nuestros conocimientos científicos acerca del universo, no se ve cómo poder divinizar los átomos de hidrógeno y de helio. Antiguamente se podía atribuir al mundo propiedades tan extraordinarias porque no se le conocía bien. Actualmente, y cuanto más lo conocemos a través de las ciencias naturales, menos se advierte cómo podríamos prestarle los atributos de ser absoluto, necesario, eterno, autosuficiente, capaz de crear por sí solo vida y pensamiento.

Resumiendo: además de no poder dar una explicación adecuada a la cuestión de por qué existe el ente y no más bien la nada,

para mantener que el universo es el único Ser, es necesario, subrepticia y fraudulentamente, o bien cargar las realidades antiguas, la materia en este caso, de poderes exorbitantes, de poderes divinos, o bien reducir en la medida de lo posible la novedad de los órdenes de realidades que aparecen históricamente. Ambas tentativas no respetan la realidad, el dato (Tresmontant, 1969: 118).

Admitir esta metafísica es una opción intelectual posible, pero lleva consigo la aceptación de postulados no avalados seriamente por ningún tipo de razones, ni científicas ni filosóficas. Se trata de una fe filosófica últimamente infundada.

Así pues, si es necesario un ser absoluto y este no parece ser nada de este mundo, ni el mundo en su totalidad, estamos obligados a buscarlo más allá de las realidades mundanas, en el ámbito de la trascendencia.

5. La realidad trascendente

La gran tradición metafísica teísta ha visto siempre las huellas de la contingencia del mundo en su finitud. Ni el mundo en su totalidad, ni mucho menos ninguno de los entes mundanos, pueden ser el absoluto, ya que este ha de ser infinito y el mundo es con seguridad finito en el espacio, muy probablemente finito también en el tiempo y limitado constitutivamente en cuanto a su perfección ontológica.

Por fundamentarse a sí mismo, el absoluto ha de poseer la plenitud absoluta del ser, es decir, la plena realización de toda perfección posible. En la formulación de la metafísica de Santo Tomás, él es el puro Ser, la fuente de toda perfección ontológica, de la que las cosas reciben una participación finita.

Por todo ello, lo absoluto es la infinitud como realidad, es eterno, no se le puede agregar nada, es la plenitud insuperable y la más íntima unidad de todas las perfecciones. En efecto, lo que existe de tal manera que su fundamento se identifica de lleno con ello, que es la completa identidad consigo mismo, no puede ser finito ni mudable (al menos debe excluirse la mutabilidad en el sentido del paso de un estado de imperfección inicial a otro estado con mayor perfección), tampoco puede estar referido a otra cosa, no es divisible, ni caduco, ni nada similar (Weissmahr, 1986: 82).

Evidentemente, estas propiedades del absoluto difieren totalmente de las propiedades de los entes intramundanos, e incluso del mundo tomado como un todo. De ahí la necesidad de concebir lo absoluto como trascendente al mundo. Él es quien confiere el ser a las realidades contingentes del mundo, lo que las fundamenta íntimamente y por ello constituye la razón de su existencia real.

Pero su trascendencia no debería imaginarse como un estar fuera del mundo. Lo absoluto no es un ente más, opuesto al mundo, y solo mucho mayor que él. Su trascendencia significa más bien que lo absoluto existe de un modo totalmente distinto e incomparablemente más perfecto que el mundo; lo cual, sin embargo, lejos de excluir su presencia y, por ende, su cognoscibilidad a través del mundo, la hace posible (Weissmahr, 1986: 85).

El paso de las realidades mundanas al absoluto trascendente ya no puede hacerse mediante la aplicación del principio de causalidad científica o empírica.

Hay que repetir de nuevo que no estamos buscando un “antes” o un principio de la serie. El absoluto no forma parte de la cadena de los entes. El absoluto debe fundamentar el ser de lo primero, pero también de lo presente y de lo futuro; la serie entera de los entes mundanos reciben de él su ser y él está como equidistante de todos ellos, en cuanto que desde dentro los hace ser.

Se aplica aquí el principio de causalidad trascendente o uso metafísico del principio de causalidad. Nadie puede negar a la razón humana el derecho de intentar llegar hasta el final buscando los presupuestos ineludibles de la realidad de la que tenemos experiencia. Por ello, nos vemos obligados a rebasar el ámbito de lo empírico, para afirmar, en la oscuridad de lo que está más allá del ente mundano, la razón suficiente de su existencia y de su perfección ontológica.

El filósofo Leibniz formulaba así esta exigencia lógica de buscar la razón suficiente última de toda la realidad contingente:

Il faut que la raison suffisante, qui n’ait plus besoin d’une autre raison, soit hors de cette suite des choses contingentes, et se trouve dans une substance, qui en soit la cause, et qui soit un Être nécessaire, portant la raison de son existence avec soi. Autrement on n’aurait pas encore une raison suffisante, où l’on puisse finir. Et cette dernière raison des choses est appelée Dieu (Leibniz, 1976: 332).

Nos vemos, pues, invitados a una decisión razonable, pero libre. No tenemos experiencia directa de ese Ser necesario trascendente que, por estar más allá de los entes mundanos, se nos presenta como imposible de verificar empíricamente y, lo que es más, como lo radicalmente desconocido. Sin embargo, la contingencia de los entes mundanos es un signo de su necesaria acción fundamentadora. Sin él nada podría ser. Todo ha de existir por él. Podemos negarnos a admitirlo, pero entonces todo queda sumido en el absurdo y en la falta de razón.

En el propio corazón de toda la realidad late el fundamento del ser. Lo radicalmente otro del ente se anuncia aquí invitando al asentimiento.

En el más allá de todo algo, del abismo sin fondo, se anuncia el misterio: aquello que soporta y decide todo ser, el porqué oculto, el origen callado, el fundamento incondicional. Se anuncia en la decisión incondicional del ser, cuando la consideramos a la luz de la pregunta: ¿Por qué existe algo en general y no, más bien, nada?; tenemos razones más que sobradas para creer en el fundamento abismal e infinito (Welte, 1982: 98).

En su importante libro El hombre y Dios, Xavier Zubiri llega a una conclusión semejante. Con el rigor que caracteriza su pensamiento, concluye así su profundo análisis de la realidad:

Dios no es una realidad que está ahí además de las cosas reales y oculta tras ellas, sino que está en las cosas reales mismas de un modo formal. Por tanto, la realidad absolutamente absoluta es ciertamente distinta de cada cosa real, pero está cons- tituyentemente presente en esta de un modo formal. Por esto es por lo que toda cosa real es intrínsecamente ambivalente. Cada cosa, por un lado, es concreta- mente su irreductible realidad; pero, por otro lado, está formalmente constituida en la realidad absolutamente absoluta, en Dios. Sin Dios en la cosa, esta no sería real, no sería su propia realidad... Así pues, Dios existe, y está constituyendo formal y preciosamente la realidad de cada cosa. Es por esto el fundamento de la realidad de toda cosa y del poder de lo real en ella (Zubiri, 1984: 148-149).

6. La epifanía del misterio absoluto

Después del análisis que venimos realizando, debemos preguntarnos: ese Misterio absoluto que nos vemos razonablemente invitados a reconocer ¿es realmente el Dios de las religiones históricas? Más todavía, ¿es el Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, objeto de nuestra fe y de nuestra esperanza?

El Misterio Absoluto ha de tener un carácter personal, es decir, debe tener al menos las cualidades de la inteligencia y voluntad propias de sus criaturas, aunque en un grado muy superior, ya que, siendo el fundamento y la razón de ser de los seres personales, no puede tener menos que lo que él mismo ha originado. Debido a ese carácter personal, no puede excluirse que el Misterio pueda y quiera manifestarse positivamente a la experiencia humana. Ese encuentro, ciertamente posible, entre la realidad absoluta y el ser humano, debería tener entonces el carácter de una “epifanía” o manifestación en unos acontecimientos de revelación de su propio ser y de su designio sobre la realidad que él fundamenta. A modo de ejemplo, y para comprender mejor lo que estamos diciendo, podríamos traducir este razonamiento filosófico al lenguaje religioso cristiano, diciendo que el Dios Creador, Persona infinita, podría manifestarse a sus criaturas mediante la revelación de su nombre y su ser divino y descubrirnos su designio de salvación de la humanidad. Como posibilidad, nada puede impedírselo.

Ahora bien, a través del mero pensamiento no puede demostrarse que eso haya sucedido, pero tampoco puede excluirse racionalmente. Ante los relatos positivos de esta revelación, tomada en sentido amplio, tal como lo afirman las religiones de la historia de la humanidad, cabe contar con su oportunidad y pensar sobre las condiciones de su posibilidad. Hemos, pues, de distinguir una doble cuestión: la epifanía divina como eventualidad y la epifanía divina como realidad acaecida en la historia.

La más importante de las condiciones de posibilidad de la revelación en la historia es que el Misterio Absoluto, infinito y eterno, solo lo podremos conocer si en su aparición se somete a las condiciones de la limitación de nuestro conoci- miento, necesariamente ligado al espacio y al tiempo. De ahí se desprende que el Misterio, radicalmente desconocido, tendrá que recibir un nombre, por el que se distinguirá de todos los demás objetos de este mundo. Poniendo de nuevo como ejemplo la revelación bíblica, el Misterio Absoluto recibirá el nombre de Yahveh o bien el de Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Por otra parte, lo eterno deberá aparecer en un tiempo, el kairos, es decir, en el momento concreto en el que se produjo esta revelación al hombre: en el tiempo de la liberación del pueblo hebreo de Egipto o reinando el emperador Augusto, siendo Cirino gobernador en Siria. Finalmente, lo infinito se ha de manifestar en un lugar determinado, que podremos señalar diciendo: ahí sucedió. Será el caso de Ur de Caldea para Abrahán, la zarza ardiendo del Sinaí para Moisés o la ciudad de David, que se llama Belén, para el nacimiento de Jesús.

En estas experiencias de epifanía, caso de que se den, el Misterio Infinito ad- quiere una fisonomía clara. En este abrirse por su manifestación en el espacio y en el tiempo, el Misterio Absoluto se hace realmente Dios para los hombres: el Dios de la historia de la religión.

Ahora bien, en cualquier caso, si se revela el Misterio Absoluto, se llega a la paradoja de que él se manifiesta en la cercanía de su forma finita, pero dejando notar simultáneamente la lejanía de su trascendencia. Esto es debido a que, si en la revelación no se manifestase al mismo tiempo la trascendencia de lo divino en la cercanía de lo mundano, lo que aparecería entonces ya no sería Dios, sino una cosa o una persona como las otras de este mundo, y entonces no habría nada especial en ello; no habría religión. Es por ello por lo que, en los acontecimientos de la revelación se experimenta tanto la cercanía como la lejanía de lo divino.

Dios habla en su aparición mundana y el hombre experimenta lo que es más que la manifestación concreta de lo divino.

Si ahora atendemos a la segunda cuestión de la que hablábamos anteriormente, es decir, a la epifanía divina como realidad acaecida en la historia, habremos de admitir que de la posibilidad de la epifanía del Misterio no se puede pasar, sin más, a la afirmación de su realidad. Si ha existido de hecho algo así, no puede establecerse por la mera razón. Pero aquí el pensamiento racional tiene razones bien fundadas para escuchar los testimonios positivos de la historia de las religiones. Por lo tanto, los relatos religiosos pueden confirmar lo que habíamos formulado previamente en forma de hipótesis: que, de hecho, Dios se ha manifestado al hombre.

En el caso de la fe cristiana, haremos bien en atender lo que se dice al comienzo de la carta a los Hebreos (y las pruebas empírico-históricas del paso por la tierra de Jesús de Nazaret):

En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas (Hb 1, 1-3).

Para el cristiano, todas las representaciones de Dios que se han dado en la historia de las religiones no son sino una preparación para el gran acontecimiento de la revelación definitiva de Dios al mundo en su Hijo Jesucristo. El Misterio Absoluto se ha hecho en Cristo definitivamente Epifanía. Como afirmó el gran historiador de las religiones, Mircea Eliade: “La vida religiosa entera de la humanidad no sería sino una expectación de Cristo” (Eliade, 1981: 52 en nota).

Pero en estos momentos hemos abandonado ya el campo de la razón para penetrar en el terreno de la fe; hemos dejado la filosofía de la religión para penetrar en el ámbito de la teología fundamental. Lo cual debería ser el objeto de otro artículo.

Esteban Escudero Torresa

 

 

¿Está fallando la educación sexual?

Que en muchos casos la educación, tanto en casa como en el colegio, ha fallado es un hecho, como también lo es la banalización de la sexualidad en un momento histórico en el que el acceso a la pornografía es cada vez más temprano. Hay niños que ya acceden a él sin ningún control entre los 5 y los 8 años.

Urge abordar el problema con sinceridad, revisando cuanto se haya hecho mal, y apostando por una educación integral de la persona, sin desgajar la sexualidad del todo y sin entenderla como mera genitalidad. De nada servirá rasgarnos las vestiduras si seguimos alarmándonos con las consecuencias y al mismo tiempo seguimos avivando las causas que nos han llevado hasta aquí.

Domingo Martínez Madrid

 

Abordado con hondura, prudencia y rectitud

La maternidad y la paternidad no son un asunto individual en el que la persona de la mujer o del varón pueden ser sustituidas por sus gametos. Ser madre y ser padre es una relación personal de responsabilidad que confiere identidad y pertenencia al hijo. Un debate profundo sobre el tema obliga a preguntarse por el sentido de la maternidad y las relaciones de maternidad-paternidad, por el embarazo como proceso biográfico y no sólo biológico, así como por los vínculos psicológicos, afectivos, morales y genéticos que durante el embarazo se generan entre la madre y el hijo. Es un asunto grave que, más allá de la notoriedad de un caso concreto, debe ser abordado con la hondura debida, con prudencia y rectitud..

Jesús Domingo Martínez

 

 

Ideología de género

Construir un edificio es laborioso y destruirlo es fácil con unas cargas de dinamita. Construir un matrimonio lleva tiempo, conocimiento, amor y proyecto de vida con generosas cesiones por ambas partes; destruir un matrimonio se puede hacer con mucha facilidad.

Entender y aceptar la dignidad del ser humano ha llevado siglos, con sangre, sudor y lágrimas. Y ahora los nuevos maestros de la distopía van destruyendo las normas humanas de convivencia: el objetivo es sustituir la armonía por el desorden, el derecho por unos decretos poco democráticos, la caridad por el odio. El esquema marxiano de enfrentamiento entre clases sociales ha evolucionado como superioridad moral de la izquierda frente a la corrupción de la derecha. Y silencian las corrupciones propias como las antiguas en Andalucía y las actuales en Canarias y diputados del Congreso.

La apropiación de los medios de producción se ha sustituido por el control de la comunicación. Pero no olvidan lo más importante que es la deconstrucción de la familia, estableciendo dieciséis formas de unión; la deconstrucción del matrimonio considerado como alienación machista; y también la deconstrucción de la fe cristiana minando el prestigio moral de la Iglesia católica, de los sacerdotes y de las religiosas.

La ideología de género sustenta todo el entramado para cambiar la sociedad, para animalizar a los jóvenes con la pornografía, y para eliminar a los ancianos con la eutanasia. Esta ideología está omnipresente en las series, las películas, las novelas, las continuas noticias sobre violencia de género, y la expansión en las redes. También son cargas de profundidad aplicadas en los libros de texto, publicaciones y conferencias. Se trata de un magma de referencia en el que caben muchas cosas: la elección de sexo según la propia voluntad, abandonando su condición natural; el empoderamiento de la mujer imponiendo cuotas a todos los niveles; y la guerra de los sexos.

¿Será posible frenar esta deconstrucción social? No seríamos humanos si no confiáramos en nuestras propias fuerzas, en los valores humanos, en los principios inmutables, en hablar y actuar con la fuerza de la verdad y con la esperanza cristiana.

Domingo Martínez Madrid

 

El asombro de colaborar con Dios*

La homilía del Papa con los nuevos cardenales, el pasado 30 de agosto, es, entre otras cosas y dentro de su género y brevedad, una lección de lo que podríamos llamar eclesiología espiritual y pastoral.

En esta Homilía del Santo Padre la cuestión central es la del asombro. Las lecturas escogidas, de la carta a los Efesios (cfr. Ef 1, 2-14) y del evangelio de San Mateo (cfr. Mt 28, 16-20), le sugieren al Papa Francisco ese asombro, ese “estupor” producido por la acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Dividimos la exposición de los argumentos del Papa en tres puntos:

Asombro ante el plan de la salvación

1. San Pablo recoge un himno litúrgico que bendice a Dios por su plan de salvación. Y dice Francisco que no debería ser nuestro asombro ante este plan de salvación menor que nuestro asombro ante el universo que nos rodea, donde, por ejemplo, todo en el cosmos se mueve o se detiene según la fuerza de la gravedad. Así, en el plan de Dios a través del tiempo, ese centro de gravedad, donde todo tiene su origen, sentido y finalidad es Cristo.

En palabras de Francisco, glosando a san Pablo: “En Cristo hemos sido bendecidos antes de la creación; en Él hemos sido llamados; en Él hemos sido redimidos; en Él toda criatura es reconducida a la unidad, y todos, cercanos y lejanos, primeros y últimos, estamos destinados, gracias a la obra del Espíritu Santo, a estar en alabanza de la gloria de Dios”. Por eso el Papa nos invita a alabar, bendecir, adorar y dar gracias por esa obra de Dios, ese plan de salvación. 

Así es, teniendo en cuenta que ese ‘plan’ nos sale al encuentro en la vida de cada uno, al mismo tiempo que nos deja libres de responder a ese proyecto amoroso, que se origina en el corazón de Dios Padre, como indica el Catecismo de la Iglesia Católica.

No es, por tanto un plan que Dios haya hecho a nuestras espaldas, sin contar con nosotros ni con nuestra libertad. Al contrario: es un proyecto amoroso que nos presenta, y que llena de sentido la historia del mundo y la vida humana, si bien muchos aspectos de ese plan no podemos conocerlos plenamente y quizá los conoceremos más adelante.

Y Francisco nos pregunta a todos: “Cómo es vuestro asombro? ¿Sientes asombro a veces? ¿O has olvidado lo que significa?”. En efecto. Es muy conveniente este maravillarse ante los dones de Dios, pues, de otro modo, podemos entrar, primero, en el acostumbramiento y luego en la falta de sentido.

En un tren, observaba Antoine de Saint-Éxupéry en El Principito (cap. XXII), son los niños los que se quedan con la nariz pegada a las ventanas, mientras que los adultos siguen en otras ocupaciones rutinarias.

 

 

Don Ramiro Pellitero reflexiona sobre la homilía del Papa con los nuevos cardenales, donde la cuestión central es la del asombro.

«Esto, queridos hermanos y hermanas, es un ministro de la Iglesia: alguien que sabe maravillarse ante el designio de Dios y con este espíritu ama apasionadamente a la Iglesia, pronto para servir en su misión donde y como quiera el Espíritu Santo».
Papa Francisco, Basílica de San Pedro, martes, 30 de agosto de 2022.

 El asombro de que Dios nos ofrezca colaborar

2. En segundo lugar, observa el Papa que si ahora nos adentramos en la llamada que el Señor hace a los discípulos en Galilea, descubrimos un nuevo asombro. Esta vez no es tanto por el plan de salvación en sí mismo; sino porque, sorprendentemente, Dios nos involucra en ese plan, nos implica. Las palabras del Señor a sus once discípulos son: «Id (…) haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20); y luego la promesa final que infunde esperanza y consuelo : «Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (v. 20).

Y señala el sucesor de Pedro que esas palabras de Jesús resucitado “aún tienen la fuerza de hacer vibrar nuestro corazón, dos mil años después” ¿Por qué? Porque es asombroso que el Señor decidiera evangelizar el mundo a partir de aquel pobre grupo de discípulos. 

Aquí cabría preguntarse si sólo los cristianos entran en ese plan de salvación o si solo ellos colaboran en él. En realidad toda persona —y los demás seres, según su propio ser— entran en esos planes amorosos de Dios. Y al mismo tiempo, los cristianos, por elección divina (antes de la constitución del mundo, cfr. Ef 1, 4) tenemos un lugar particular en ese proyecto, parecido al que tuvieron María, los doce apóstoles y las mujeres que siguieron desde el principio al Señor. Así hace Dios: llega a unos a través de otros.

¿Qué busca Francisco al plantear esta necesidad del ‘asombro’ a los nuevos cardenales?

El mismo Papa lo ha dicho y esto sirve también para todos los cristianos. El hacernos conscientes de nuestra poquedad, de nuestra desproporción para colaborar en los planes divinos. El librarnos de la tentación de sentirnos “a la altura” (eminentísimos, es el tratamiento a los cardenales), de apoyarnos en una falsa seguridad, pensando quizá que la Iglesia es grande y sólida…

Todo eso, dice Francisco, tiene algo de verdad (si se mira con los ojos de la fe, puesto que es Dios quien nos ha llamado y nos da la posibilidad de colaborar con Él). Pero es un planteamiento que nos puede llevar a dejarnos engañar por “el Mentiroso” (es decir, el demonio). Y volvernos, primero, “mundanos” (con el gusano de la mundanidad espiritual); y en segundo lugar “inofensivos”, es decir sin fuerzas y sin esperanza para colaborar eficazmente en la salvación.

El asombro de ser Iglesia

3. Por último, señala el obispo de Roma que el conjunto de esos pasajes despierta (o debería despertar) en nosotros “el asombro de ser Iglesia”; de pertenecer a esta familia, a esta comunidad de creyentes que forma un solo cuerpo con Cristo, desde nuestro bautismo. Es ahí donde hemos recibido las dos raíces del asombro tal como hemos visto: primero el ser bendecidos en Cristo y segundo el de ir con Cristo al mundo.

Y explica Francisco que se trata de un asombro que no disminuye con los años ni decae con las responsabilidades (podríamos decir nosotros: con las tareas, dones, ministerios y carismas que podemos recibir cada uno en la Iglesia, al servicio de la Iglesia y del mundo).

Al llegar a este punto, Francisco evoca la figura del santo papa Pablo VI y de su encíclica programática Ecclesiam suam, escrita durante el Concilio Vaticano II. Ahí dice el Papa Montini: «Ésta es la hora en que la Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, […] de su propio origen, […] de su propia misión». Y haciendo referencia precisamente a la Carta a los Efesios, pone esa misión en la perspectiva del plan de salvación; de “la dispensación del misterio escondido por siglos en Dios… a fin de que venga a ser conocida… a través de la Iglesia” (Ef 3,9-10)».

Francisco pone a san Pablo VI como modelo, para presentar el perfil de cómo debe ser un ministro en la Iglesia: “El que sabe maravillarse ante el plan de Dios y ama apasionadamente la Iglesia con ese espíritu, dispuesto a servir su misión donde y como quiera el Espíritu Santo”. Así era, antes que san Pablo VI, el apóstol de las gentes: con esa capacidad de asombrarse, de apasionarse y de servir. Y esa debería ser también la medida o el termómetro de nuestra vida espiritual.

El Papa concluye dirigiendo de nuevo a los cardenales unas preguntas que nos sirven a todos; pues todos –fieles y ministros en la Iglesia– participamos, de modos bien diversos y complementarios, en ese grande y único “ministerio de salvación” que es la misión de la Iglesia en el mundo:

“¿Cómo es tu capacidad de asombrarte? ¿O te has acostumbrado, tan acostumbrado, que la has perdido? ¿Eres capaz de volver a sorprenderte?” Advierte que no es una simple capacidad humana, sino ante todo una gracia de Dios que hemos de pedir y agradecer, guardar y hacer fructificar, como María y con su intercesión.

Don Ramiro Pellitero Iglesias