Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY miércoles, 22 de marzo de 2023
Indice:
Jornada Mundial del Migrante: “Libres de elegir si migrar o quedarse”
El Papa: Ustedes aportan alegría y compañía en un mundo de grisura
El Papa a la Comunidad de Flores: San José siempre nos ampara con su auxilio paterno
UNIDAD DE VIDA : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del miércoles: conocer a Dios a través de Jesucristo
"Para ti, estudiar es una obligación grave" : San Josemaria
La vocación cristiana es una llamada al apostolado
Como en una película: «Abrazar la condición de hijos»
El ejemplo de San José, custodiar y servir : Ramiro Pellitero Iglesias
VOLVER EN SÍ CON EL EXAMEN DE CONCIENCIA : Alberto García-Mina
Los genes no son la única forma de transmitir rasgos de generación en generación : Lucía Gómez Tatay
Neurociencia, neuroética y neuroderecho. Una relación necesaria que urge regular : David Guillem-Tatay
¿Por qué impulsamos la formación de sacerdotes? : Fundacion CARF
La masculinidad de los niños varones : LaFamilia.info
La familia: escuela de valores : Raúl Espinoza
Derecho a la vida no debe ser trastocado por la CIDH: Mujeres Libres y Soberanas : Sonia Domínguez Ramírez
El amor : Jesús Martínez Madrid
Necesaria la educación sentimental : Pedro García
Dejad de hormonar : Jesús D Mez Madrid
Rectificar es de sabios : Jesús Domingo Martínez
“Os vais a enterar” : Pedro García
¿Bullying en la familia? : Rosario Prieto
Jornada Mundial del Migrante: “Libres de elegir si migrar o quedarse”
Un comunicado del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral ha dado a conocer el tema que el Santo Padre ha elegido para su Mensaje con motivo de la 109ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, a celebrarse el 24 de septiembre próximo
Vatican News
El Santo Padre ha elegido el título de su Mensaje para la 109ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, a celebrarse el 24 de septiembre de este año: «Libres de elegir si migrar o quedarse»: La intención del Pontífice - precisa un comunicado del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral - es “promover una reflexión renovada sobre un derecho aún no codificado a nivel internacional: el derecho a no tener que emigrar, es decir —en otras palabras—, el derecho a permanecer en la propia tierra”.
El derecho a permanecer y a vivir con dignidad
La naturaleza forzada de muchos flujos migratorios actuales obliga a una consideración atenta de las causas de las migraciones contemporáneas. El derecho a permanecer es anterior, más profundo y más amplio que el derecho a emigrar. Incluye la posibilidad de participar en el bien común, el derecho a vivir con dignidad y el acceso al desarrollo sostenible; todos estos derechos deberían garantizarse efectivamente en las naciones de origen mediante un ejercicio real de corresponsabilidad por parte de la comunidad internacional, se lee en el comunicado.
el Mensaje
Para favorecer una adecuada preparación a la celebración de esta jornada, el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral pondrá en marcha una campaña de comunicación destinada a favorecer una comprensión profunda del tema del Mensaje a través de recursos multimedia, material informativo y reflexiones teológicas.
El Papa: Ustedes aportan alegría y compañía en un mundo de grisura
El Papa Francisco recibió a los miembros de la Unión nacional de feriantes ambulantes a quienes manifestó la importancia de este tipo de espectáculos ofrecidos a la gente en las plazas: se respira un ambiente de auténtica despreocupación al aire libre, lo contrario de lo que ocurre cuando cada uno está solo con su móvil u ordenador
Tiziana Campisi – Ciudad del Vaticano
Los feriantes y quienes ofrecen atracciones en las plazas también colaboran "en sentido amplio en el anuncio del Evangelio por la alegría" que llevan a la gente. Así lo destacó el Papa durante el encuentro celebrado en la Sala Clementina del Palacio Apostólico con los miembros la Unión Nacional de espectáculos ambulantes (Unav) a quienes aseguró su cercanía y el acompañamiento de la Iglesia que sigue anunciando a "Cristo Salvador, que recorrió ciudades y pueblos llevando a todos" la buena noticia del Reino de Dios. Francisco animó a los feriantes itinerantes, a quienes definió como sembradores de alegría, incluso en los corazones tristes.
“Su vocación es sembrar alegría. Por eso los animo a mantener siempre su corazón y su vida abiertos a una perspectiva de fe, que nace del encuentro con Jesucristo, presente y operante en su Iglesia, presente y operante en ustedes, en cada una de las personas que encuentran, en cada una de las personas a las que ustedes hacen reír. Que es una de las cosas bellas: ¡sembradores de sonrisas! ¡Es hermoso!”
Esos tiovivos que se detienen en los pueblos y en las ciudades, "ofrecen a niños y adultos momentos de desenfado, distrayéndolos un poco de las preocupaciones que acosan la vida cotidiana", observó Francisco y recordó esa "imagen de alegría limpia que pertenece a la memoria de toda familia" que ofrece la "felicidad de un niño en un carrusel".
El Papa a la Comunidad de Flores: San José siempre nos ampara con su auxilio paterno
Desde este domingo 19 de marzo, la imagen de San José dormido, que obsequió el Santo Padre a la Comunidad de la Basílica de San José de Flores, en Argentina, está expuesta dentro de la Basílica porteña para la devoción de los fieles.
Vatican News
Este 19 de marzo, solemnidad de San José, Esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia Universal, la imagen de San José dormido que el Papa Francisco regaló a la Comunidad de San José de Flores, en Argentina, ha sido colocada en la Basílica porteña.
Según informó Telam, unos trecientos fieles junto al párroco de la Basílica de San José de Flores fueron a la Nunciatura Apostólica a retirar el obsequio del Santo Padre. Luego, desde la vereda de la iglesia de Nuestra Señora de la Misericordia, la imagen de un metro y medio del Esposo de la Virgen María, fue llevado en peregrinación hasta la Basílica de Flores. Este templo tiene un significado especial para el Papa, ya que fue en Misericordia donde Jorge Mario Bergoglio recibió la Primera Comunión y la Confirmación.
Allí, la hermana Teresa Rovira leyó una parte del mensaje que acompañaba a la imagen que envió el Papa Francisco a la Comunidad de la Basílica de San José de Flores.
“Yo quiero mucho a San José. Es un hombre fuerte y de silencio. En mi escritorio tengo una imagen de San José durmiendo. Y durmiendo cuida a la Iglesia. Y cuando tengo un problema, una dificultad, yo escribo en un papelito y lo pongo debajo de San José, para que lo sueñe”
A diez años de su elección como sucesor de Pedro, el Santo Padre envió este regalo a la Basílica de San José de Flores, lugar que vio nacer su vocación al sacerdocio, como un fuerte signo de que no olvida su origen ni su barrio, ni a la iglesia que lo vio crecer. “Es la imagen que él hizo conocida, porque le pone sus intenciones, y nos la manda como regalo a su parroquia, para que el pueblo de Dios la pueda venerar y también pueda hacer un poco lo que él hacía, que es poner los papelitos bajo esa imagen, y ahí están las intenciones de tanta gente”, relató el padre Martín Bourdieu, párroco de San José de Flores.
— Los cristianos, luz del mundo y sal de la tierra.
— Consecuencias en el mundo del pecado original. La Redención. Reconducir a Cristo todas las realidades terrenas.
— La vida de piedad y el trabajo. La santidad en medio del mundo.
I. Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él1. Vino al mundo para que los hombres tuvieran luz y dejaran de debatirse en las tinieblas2, y, al tener luz, pudieran hacer del mundo un lugar donde todas las cosas sirvieran para dar gloria a Dios y ayudaran al hombre a conseguir su último fin. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron3. Son palabras actuales para una buena parte del mundo, que sigue en la oscuridad más completa, pues fuera de Cristo los hombres no alcanzarán jamás la paz, ni la felicidad, ni la salvación. Fuera de Cristo solo existen las tinieblas y el pecado. Quien rechaza a Cristo se queda sin luz y ya no sabe por dónde va el camino. Queda desorientado en lo más íntimo de su ser.
Durante siglos, muchos hombres separaron su vida (trabajo, estudio, negocios, investigaciones, aficiones...) de la fe; y, como consecuencia de esa separación, las realidades temporales quedaron desvirtuadas, como al margen de la luz de la Revelación. Al faltar esta luz, muchos han llegado a considerar el mundo como fin de sí mismo, sin ninguna referencia a Dios, para lo cual han tergiversado incluso las verdades más elementales y básicas. De modo particular, en los países occidentales es preciso corregir esa separación, «porque son muchas las generaciones que se están perdiendo para Cristo y para la Iglesia en estos años, y porque desgraciadamente desde estos lugares se envía al mundo entero la cizaña de un nuevo paganismo. Este paganismo contemporáneo se caracteriza por la búsqueda del bienestar material a cualquier coste, y por el correspondiente olvido –mejor sería decir miedo, auténtico pavor– de todo lo que pueda causar sufrimiento. Con esta perspectiva, palabras como Dios, pecado, cruz, mortificación, vida eterna..., resultan incomprensibles para gran cantidad de personas, que desconocen su significado y su contenido. Habéis contemplado esa pasmosa realidad de que muchos quizá comenzaron por poner a Dios entre paréntesis, en algunos detalles de su vida personal, familiar y profesional; pero, como Dios exige, ama, pide, terminan por arrojarle –como a un intruso– de las leyes civiles y de la vida de los pueblos. Con una soberbia ridícula y presuntuosa, quieren alzar en su puesto a la pobre criatura, perdida su dignidad sobrenatural y su dignidad humana, y reducida –no es exageración: está a la vista en todas partes– al vientre, al sexo, al dinero»4.
El mundo se queda en tinieblas si los cristianos, por falta de unidad de vida, no iluminan y dan sentido a las realidades concretas de la vida. Sabemos que la actitud ante el mundo de los verdaderos discípulos de Cristo, y de modo específico de los seglares, no es de separación, sino la de estar metidos en sus entrañas, como la levadura dentro de la masa, para transformarlo. El cristiano coherente con su fe es sal que da sabor y preserva de corrupción. Y para esto cuenta, sobre todo, con su testimonio en medio de las tareas ordinarias, realizadas ejemplarmente. «Si los cristianos viviéramos de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande revolución de todos los tiempos... ¡La eficacia de la corredención depende también de cada uno de nosotros! —Medítalo»5. ¿Vivo la unidad de vida en cada momento de mi existencia: trabajo, descanso...?
II. Todas las criaturas fueron puestas al servicio del hombre, dentro del orden establecido por el Creador. Adán, con su soberbia, introdujo el pecado en el mundo, rompiendo la armonía de todo lo creado y del mismo hombre. En adelante, la inteligencia quedó oscurecida y con posibilidad de caer en el error; la voluntad, debilitada; enferma –no corrompida– la libertad para amar el bien con prontitud. El hombre quedó profundamente herido, con dificultad para saber y conseguir su bien verdadero. «Rompió la Alianza con Dios, sacando como consecuencia de ello por una parte la desintegración interior y, por otra, la incapacidad de construir la comunión con los otros»6. El desorden introducido por el pecado llegó más allá del hombre, afectando también a la naturaleza. El mundo es bueno, pues fue hecho por Dios para contribuir a que el hombre alcanzara su último fin. Pero después del pecado original, las cosas materiales, el talento, la técnica, las leyes..., pueden ser desviadas de su ordenación recta y convertirse en males para el hombre, oscureciéndose su fin último, separándole de Dios en vez de acercarle a Él. Nacen así muchos desequilibrios, injusticias, opresiones, que tienen su origen en el pecado. «El pecado del hombre, es decir, su ruptura con Dios, es la causa radical de las tragedias que marcan la historia de la libertad. Para comprender esto, muchos de nuestros contemporáneos deben descubrir nuevamente el sentido del pecado»7.
Dios, en su misericordia infinita, se compadeció de este estado en el que había caído la criatura y nos redimió en Jesucristo: nos ha vuelto a su amistad, y lo que es más, nos ha reconciliado con Él hasta el extremo de podernos llamar hijos de Dios y que lo seamos8; nos ha destinado a la vida eterna, a morar con Él para siempre en el Cielo.
Nos toca a los cristianos, principalmente a través de nuestro trabajo convertido en oración, hacer que todas las realidades terrestres se vuelvan medio de salvación, porque solo así servirán verdaderamente al hombre. «Hemos de impregnar de espíritu cristiano todos los ambientes de la sociedad. No os quedéis solamente en el deseo: cada una, cada uno, allá donde trabaje, ha de dar contenido de Dios a su tarea, y ha de preocuparse –con su oración, con su mortificación, con su trabajo profesional bien acabado– de formarse y de formar a otras almas en la Verdad de Cristo, para que sea proclamado Señor de todos los quehaceres terrenos»9. ¿Estoy haciendo todo lo que puedo para llevar esto a la práctica? ¿Me doy cuenta de que para esto necesito tener cada vez más una honda unidad de vida?
III. La misión que el Señor nos ha encomendado es la de infundir un sentido cristiano a la sociedad, porque solo entonces las estructuras, las instituciones, las leyes, el descanso, tendrán un espíritu cristiano y estarán verdaderamente al servicio del hombre. «Los discípulos de Jesucristo hemos de ser sembradores de fraternidad en todo momento y en todas las circunstancias de la vida. Cuando un hombre o una mujer viven intensamente el espíritu cristiano, todas sus actividades y relaciones reflejan y comunican la caridad de Dios y los bienes del Reino. Es preciso que los cristianos sepamos poner en nuestras relaciones cotidianas de familia, amistad, vecindad, trabajo y esparcimiento, el sello del amor cristiano, que es sencillez, veracidad, fidelidad, mansedumbre, generosidad, solidaridad y alegría»10.
Las prácticas personales de piedad no han de estar aisladas del resto de nuestros quehaceres, sino que deben ser momentos en los que la referencia continua a Dios se hace más intensa y profunda, de modo que después sea más alto el tono de las actividades diarias. Es claro que buscar la santidad en medio del mundo no consiste simplemente en hacer o en multiplicar las devociones o las prácticas de piedad, sino en la unidad efectiva con el Señor que esos actos promueven y a que están ordenados. Y cuando hay una unión efectiva con el Señor eso influye en toda la actuación de una persona. «Esas prácticas te llevarán, casi sin darte cuenta, a la oración contemplativa. Brotarán de tu alma más actos de amor, jaculatorias, acciones de gracias, actos de desagravio, comuniones espirituales. Y esto, mientras atiendes tus obligaciones: al descolgar el teléfono, al subir a un medio de transporte, al cerrar o abrir una puerta, al pasar ante una iglesia, al comenzar una nueva tarea, al realizarla y al concluirla (...)»11.
Procuremos vivir así, con Cristo y en Cristo, todos y cada uno de los instantes de nuestra existencia: en el trabajo, en la familia, en la calle, con los amigos... Eso es la unidad de vida. Entonces, la piedad personal se orienta a la acción, dándole impulso y contenido, hasta convertir al quehacer en un acto más de amor a Dios. Y, a su vez, el trabajo y las tareas de cada día facilitan el trato con Dios y son el campo donde se ejercitan todas las virtudes. Si procuramos trabajar bien y poner en nuestros quehaceres la dimensión trascendente que da el amor de Dios, nuestras tareas servirán para la salvación de los hombres, y haremos un mundo más humano, pues no es posible que se respete al hombre –y mucho menos que se le ame– si se niega a Dios o se le combate, pues el hombre solo es hombre cuando es verdaderamente imagen de Dios. Por el contrario, «la presencia de Satanás en la historia de la humanidad aumenta en la misma medida en que el hombre y la sociedad se alejan de Dios»12.
En esta tarea de santificar las realidades terrenas, los cristianos no estamos solos. Restablecer el orden querido por Dios y conducir a su plenitud el mundo entero es principalmente fruto de la acción del Espíritu Santo, verdadero Señor de la historia: «Non est abbreviata manus Domini, no se ha hecho más corta la mano de Dios (Is 59, 1): no es menos poderoso Dios hoy que en otras épocas, ni menos verdadero su amor por los hombres. Nuestra fe nos enseña que la creación entera, el movimiento de la tierra y el de los astros, las acciones rectas de las criaturas y cuanto hay de positivo en el sucederse de la historia, todo, en una palabra, ha venido de Dios y a Dios se ordena»13.
Le pedimos al Espíritu Santo que remueva las almas de muchas personas –hombres y mujeres, mayores y jóvenes, sanos y enfermos...– para que sean sal y luz en las realidades terrenas.
1 Antífona de comunión. Jn 3, 17. — 2 Cfr. Jn 8, 12. — 3 Jn 1, 5. — 4 A. del Portillo, Carta Pastoral, 25-XII-1985, n. 4. — 5 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 945. — 6 Juan Pablo II, Audiencia general, 6-VIII-1983. — 7 S. C. para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis contientiae, 22-III-1986, 37. — 8 Cfr. 1 Jn 3, 1. — 9 A. del Portillo, loc. cit., n. 10. — 10 Conferencia Episcopal Española, Instr. pastoral Los católicos en la vida pública, 22-lV-1986, III. — 11 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 149. — 12 Juan Pablo II, Audiencia general, 20-VIII-1986. — 13 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 130.
Evangelio del miércoles: conocer a Dios a través de Jesucristo
Comentario del miércoles de la 4.ª semana de Cuaresma. "Así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así también le dio al Hijo la posesión de la vida en sí mismo". Para conocer al Padre, el camino es Jesucristo, a quien conocemos en la oración y en la liturgia a través del tesoro de los evangelios.
22/03/2023
Evangelio (Jn 5, 17-30)
Jesús les replicó:
-Mi Padre no deja de trabajar, y yo también trabajo. Por esto los judíos con más ahínco intentaban matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios.
Respondió Jesús y les dijo:
-En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; pues lo que Él hace, eso lo hace del mismo modo el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace, y le mostrará obras mayores que éstas para que vosotros os maravilléis. Pues así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida a quienes quiere. El Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha dado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que le ha enviado. ‘En verdad, en verdad os digo que el que escucha mi palabra y cree en el que me envió tiene vida eterna, y no viene a juicio sino que de la muerte pasa a la vida. En verdad, en verdad os digo que llega la hora, y es ésta, en la que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán, pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado al Hijo tener vida en sí mismo. Y le dio la potestad de juzgar, ya que es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto, porque viene la hora en la que todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron el bien saldrán para la resurrección de la vida; y los que practicaron el mal, para la resurrección del juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo: según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad sino la voluntad del que me envió.’
Comentario
Después de curar a un hombre en sábado, Jesús es atacado por los fariseos por violar sus tradiciones, pero en el fondo la razón es que afirmaba ser igual a Dios. En este pasaje utiliza sus objeciones para explicar su relación con el Padre. Afirma muchos atributos divinos.
Comienza dando a entender que sus acciones son obra del Padre (Jn 5,17). La reivindicación de la divinidad enfurece a los fariseos (5,18). Por eso, dice, continuando su argumento, que es capaz de hacer obras mayores que el milagro del que se quejan (Jn 5,20). Afirma tener poder sobre la vida y la muerte (Jn 5,21), autoridad para juzgar (Jn 5,22) y honor divino (Jn 5,23). Afirma que los que rechazan su mensaje deshonran a Dios (Jn 5,24) y que sólo los que creen en él tendrán vida eterna (Jn 5,25). Este pasaje culmina con la afirmación "como el Padre tiene la vida en sí mismo, así también le dio al Hijo la posesión de la vida en sí mismo" (Jn 5,26), que es una declaración de la Divinidad de Cristo tan clara como podemos esperar.
Los milagros de nuestro Señor, como la curación que provocó esta confrontación, demostraron que sus enseñanzas estaban garantizadas por Dios como verdaderas. Pero una de sus enseñanzas centrales fue que Él era Divino, y eso era muy difícil de aceptar para los fariseos, incluso con la evidencia de los milagros. Vemos en este pasaje que, al ser cuestionado, Jesús no se retractó de su afirmación, sino que encontró diferentes maneras de reafirmarla con mayor énfasis.
Aprendemos mucho más sobre Dios conociendo a Jesucristo que de cualquier otra manera. Cuando meditamos en sus acciones, tal como se describen en los Evangelios, debemos recordar siempre que Él era divino y humano. La lección principal de todo lo que hizo es que fue Dios quien actuó de esa manera. Y así se nos permite conocer a Dios de forma personal. Del mismo modo, uno de los objetivos del apostolado es conseguir que la gente lea los Evangelios, porque en ellos ven a Cristo, y "el que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,8).
"Para ti, estudiar es una obligación grave"
Oras, te mortificas, trabajas en mil cosas de apostolado..., pero no estudias. -No sirves entonces si no cambias. El estudio, la formación profesional que sea, es obligación grave entre nosotros. (Camino, 334)
22 de marzo
Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración. (Camino, 335)
Si has de servir a Dios con tu inteligencia, para ti estudiar es una obligación grave. (Camino, 336)
Frecuentas los Sacramentos, haces oración, eres casto... y no estudias... -No me digas que eres bueno: eres solamente bondadoso. (Camino, 337)
La vocación cristiana es una llamada al apostolado
Durante la catequesis el Papa Francisco explicó por qué todos los cristianos están llamados a evangelizar. Dijo que los “apóstoles no son sólo los Doce discípulos que eligió Jesús, sino todos los bautizados, que formamos el santo Pueblo fiel de Dios”.
15/03/2023
Queridos hermanos y hermanas:
Proseguimos las catequesis sobre la pasión de evangelizar: no sólo sobre “evangelizar” sino la pasión de evangelizar y, en la escuela del Concilio Vaticano II, tratamos de entender mejor qué significa ser “apóstoles” hoy.
La palabra “apóstol” nos trae a la mente el grupo de los Doce apóstoles elegidos por Jesús. A veces llamamos “apóstol” a algún santo, o más en general a los obispos: son apóstoles, porque van en nombre de Jesús. Pero ¿somos conscientes que el ser apóstoles se refiere a cada cristiano? ¿Somos conscientes de que se refiere a cada uno de nosotros? En efecto, estamos llamados a ser apóstoles —es decir, enviados— en una Iglesia que en el Credo profesamos como apostólica.
Por tanto, ¿qué significa ser apóstoles? Significa ser enviado para una misión. Ejemplar y fundacional es el acontecimiento en el que Cristo Resucitado manda a sus apóstoles al mundo, transmitiéndoles el poder que Él mismo ha recibido del Padre y donándoles su Espíritu. Leemos en el Evangelio de Juan: «Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros”. Como el Padre me envió, también yo os envío”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (20,21-22).
Otro aspecto fundamental del ser apóstol es la vocación, es decir la llamada. Ha sido así desde el principio, cuando el Señor Jesús «llamó a los que él quiso; y vinieron donde él» (Mc 3,13). Les constituyó como grupo, atribuyéndoles el título de “apóstoles”, para que estuvieran con Él y para enviarles en misión (cfr. Mc 3,14; Mt 10,1-42).
San Pablo en sus cartas se presenta así: «Pablo, llamado a ser apóstol», es decir, enviado, (1 Cor 1,1) y también: «Pablo, siervo de Cristo, apóstol enviado por vocación, escogido para el Evangelio de Dios» (Rm 1,1). E insiste en el hecho de ser «apóstol, no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre, que le resucitó de entre los muertos» (Gal 1,1); Dios lo ha llamado desde el seno de su madre para anunciar el evangelio entre los gentiles (cfr. Gal 1,15-16).
La experiencia de los Doce apóstoles y el testimonio de Pablo nos interpelan también a nosotros hoy. Nos invitan a verificar nuestras actitudes, a verificar nuestras elecciones, nuestras decisiones, sobre la base de estos puntos firmes: todo depende de una llamada gratuita de Dios; Dios nos elige también para servicios que a veces parecen sobrepasar nuestras capacidades o no corresponder a nuestras expectativas; a la llamada recibida como don gratuito es necesario responder gratuitamente.
Dice el Concilio: «La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» (Decr. Apostolicam actuositatem [AA], 2). Se trata de una llamada que es común, «como común es la dignidad de los miembros, que deriva de su regeneración en Cristo; común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e indivisa la caridad» (LG, 32).
Es una llamada que se refiere tanto a aquellos que han recibido el sacramento del Orden, como a las personas consagradas, como a cada fiel laico, hombre o mujer, es una llamada a todos. Tú, el tesoro que has recibido con tu vocación cristiana, estás obligado a darlo: es la dinamicidad de la vocación, es la dinamicidad de la vida. Es una llamada que capacita para desempeñar de forma activa y creativa la propia tarea apostólica, en el seno de una Iglesia en la que «hay variedad de ministerios, pero unidad de misión.
A los Apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de santificar y de regir en su mismo nombre y autoridad. Mas también los laicos: todos vosotros; la mayoría de vosotros sois laicos. También los laicos, hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo, cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y en el mundo» (AA, 2).
En este cuadro, ¿cómo entiende el Concilio la colaboración del laicado con la jerarquía? ¿Cómo lo entiende? ¿Se trata de una mera adaptación estratégica a las nuevas situaciones que surgen? En absoluto, en absoluto: hay algo más, que va más allá de las contingencias del momento y que mantiene su propio valor también para nosotros. La Iglesia es así, es apostólica.
En el marco de la unidad de la misión, la diversidad de carismas y de ministerios no debe dar lugar, dentro del cuerpo eclesial, a categorías privilegiadas: aquí no hay una promoción, y cuando tú concibes la vida cristiana como una promoción, que el que está encima manda a los otros porque ha logrado trepar, esto no es cristianismo. Esto es paganismo puro.
La vocación cristiana no es una promoción para ir hacia arriba, ¡no! Es otra cosa. Y si hay una cosa grande se debe a que, aunque «algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos en un lugar quizá más importante, doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo» (LG, 32).
¿Quién tiene más dignidad en la Iglesia: el obispo, el sacerdote? No… todos somos cristianos al servicio de los demás. ¿Quién es más importante en la Iglesia: la monja o la persona común, bautizada, el niño, el obispo…? Todos son iguales, somos iguales y cuando una de las partes se cree más importante que los otros y levanta un poco la barbilla, se equivoca. Eso no es la vocación de Jesús.
La vocación que Jesús da, a todos —también a aquellos que parecen estar en lugares más altos—, es el servicio, servir a los otros, humillarte. Si tú encuentras una persona que en la Iglesia tiene una vocación más alta y tú la ves vanidosa, tú dirás: “Pobrecillo”; reza por él porque no ha entendido qué es la vocación de Dios. La vocación de Dios es adoración al Padre, amor a la comunidad y servicio. Esto es ser apóstoles, este es el testimonio de los apóstoles.
La cuestión de la igualdad en dignidad nos pide que reflexionemos sobre muchos aspectos de nuestras relaciones, que son decisivas para la evangelización. Por ejemplo, ¿somos conscientes del hecho de que con nuestras palabras podemos dañar la dignidad de las personas, arruinando así las relaciones dentro de la Iglesia? Mientras tratamos de dialogar con el mundo, ¿sabemos también dialogar entre nosotros creyentes? ¿O en la parroquia uno va contra otro, uno habla mal del otro para trepar más? ¿Sabemos escuchar para comprender las razones del otro, o nos imponemos, quizá también con palabras suaves? Escuchar, humillarse, estar al servicio de los otros: esto es servir, esto es ser cristiano, esto es ser apóstol.
Queridos hermanos y hermanas, no temamos plantearnos estas preguntas. Huyamos de la vanidad, de la vanidad de los puestos. Estas palabras nos pueden ayudar a verificar la forma en la que vivimos nuestra vocación bautismal, cómo vivimos nuestra forma de ser apóstoles en una Iglesia apostólica, que está al servicio de los demás.
Como en una película: «Abrazar la condición de hijos»
Jesús explica la fuerza del amor divino usando una imagen con un inicio sorprendente: dos hijos que desprecian a su padre. Uno, alejándose de él y rompiendo todo vínculo familiar; el otro, viviendo junto a él, pero con el corazón en la recompensa. Solo cuando empiecen a redescubrir su verdad más íntima, se dispondrán a acoger la felicidad que buscan.
20/03/2023
Los fariseos y escribas estaban murmurando entre sí. Empezaron a hacerlo cuando Jesús había aceptado a un publicano que quería hablar con él. La primera vez que vieron algo así debieron pensar que, como Jesús no era de esa zona, podía no saber con quién se estaba encontrando; pero cuando, después de habérselo hecho notar, fue a comer a casa de otro pecador público, es fácil concluir que ya no les quedó ninguna duda: «Este no puede ser un profeta, por mucho que diga la gente». Por eso lo criticaban por lo bajo: no entendían que pasara tiempo con esas personas. Como respuesta, Jesús les contó tres parábolas para que comprendieran cómo es verdaderamente el amor de Dios.
Primero relató la del pastor que abandona todo su rebaño para recuperar su oveja perdida (cfr. Lc 15,4-7). A continuación, la de aquella mujer que revuelve y barre toda la casa hasta encontrar la dracma desaparecida (cfr. Lc 15,8-10). Y, por último, se detiene en un relato más largo y detallado: la historia de un padre que es rechazado por sus hijos (cfr. Lc 15,11-32).
Una vida que no es vida
«Un hombre tenía dos hijos. El más joven de ellos le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde”. Y les repartió los bienes» (Lc 15,11-12). El hijo menor reclama como un derecho algo que todavía no le pertenece. No desea esperar a recibir lo que en el futuro será suyo, y exige ahora mismo la herencia. Sin poner ninguna objeción, su padre «repartió los bienes» (Lc 15,12), todo el fruto de su trabajo. Y quizá lo hace porque sus hijos han sido el motivo de sus esfuerzos, la razón por la que ha forjado una hacienda lo suficientemente grande como para tener criados y campos en abundancia.
«No muchos días después, el hijo más joven lo recogió todo, se fue a un país lejano» (Lc 15,13). «Probablemente lejano desde un punto de vista geográfico, porque quiere un cambio, pero también desde un punto de vista interior, porque quiere una vida totalmente diversa. Ahora su idea es: libertad, hacer lo que me agrade, no reconocer estas normas de un Dios que es lejano, no estar en la cárcel de esta disciplina de la casa, hacer lo que me guste, lo que me agrade, vivir la vida con toda su belleza y su plenitud»[1].
Lejos de su hogar, durante un periodo se sentiría “feliz” malgastando «su fortuna viviendo lujuriosamente» (Lc 15,13). Finalmente tenía aquello que llevaba anhelando desde hacía tiempo. Pero, después, volvió a experimentar una sensación de soledad y aburrimiento como la que le había llevado a dejar la casa de su padre, pero esta vez mucho mayor. «Percibe cada vez con mayor intensidad que esa vida no es aún la vida; más aún, se da cuenta de que, continuando de esa forma, la vida se aleja cada vez más. Todo resulta vacío: también ahora aparece de nuevo la esclavitud de hacer las mismas cosas»[2].
Aquel hijo había fundado toda su felicidad sobre la arena del dinero y de los placeres. Por eso, en cuanto se le acabó su patrimonio y llegó una gran hambre a aquella región, «empezó a pasar necesidad» (Lc 15,14). Así de rápida fue la transición de la euforia a la amargura. Tan desesperado estaba, que se puso a cuidar cerdos y «le entraban ganas de saciarse con las algarrobas que comían» (Lc 15,16). Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que su nivel de vida estaba incluso por debajo del de aquellos animales. «Recapacitando, se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre!”» (Lc 15,17).
Como se observa, al hijo menor le mueve el estómago. No se detiene a pensar en la afrenta que ha hecho a su padre al reclamar la herencia antes de su muerte. Tampoco considera las consecuencias que ha tenido su pecado para otros: el dolor causado a su familia, la indignación suscitada en tantos conocidos, el mal ejemplo que ha dado y el escándalo que ha provocado… O para sí mismo: cómo ha llegado a estar en la situación en que se encuentra, cuáles han sido sus errores… Sencillamente se acuerda del pan que tomaba en casa. Y probablemente le vendrían a la memoria tantos recuerdos de su hogar: momentos de infancia, el cariño de su padre, las conversaciones con su hermano, la satisfacción por el deber cumplido después de un día de trabajo... Por eso toma una resolución: «Me levantaré e iré a mi padre y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros”» (Lc 15,18-19).
El anhelo del padre
Su padre no había vuelto a ser el que era. Desde que su hijo menor había abandonado el hogar, seguramente aparecía triste y dolido; quién sabe qué pasaría por su cabeza y su corazón. Es muy probable que se preguntara con frecuencia: «¿Qué habrá sido de él? ¿Dónde se encontrará ahora? ¿Estará bien?». No le preocupaba tanto la afrenta que le había dirigido y que hubiese incumplido uno de los mandamientos de la ley: «Honrarás a tu padre y a tu madre». Le provocaría dolor pensar en el daño que se había causado y estaría sufriendo su hijo, las consecuencias que tendrían las acciones del muchacho en su propia vida. Porque este, al fin y al cabo, era el verdadero drama de esa situación: el mal que se estaba haciendo a sí mismo.
Todos los días subía a la terraza con la esperanza de ver a su hijo regresando por el camino. Así transcurrieron los meses hasta que, en una ocasión, vio a lo lejos una persona que se acercaba a su hacienda. Aunque por la distancia parecía imposible reconocer quién era, el padre lo tenía claro: era él. «Y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y le cubrió de besos» (Lc 15,20).
Lo más profundo del corazón del padre estaba anhelando este momento. Por eso es incapaz de contenerse. Cuando el hijo empieza su discurso preparado para obtener su perdón –«Padre, he pecado contra el cielo y contra ti»–, parece que él ni siquiera le escucha. No le interesan las palabras calculadas. Lo único que desea es festejar este momento por todo lo alto: «Pronto, sacad el mejor traje y vestidle; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete» (Lc 15,22-23). No quiere que su hijo viva reprendido al recordar sus pecados pasados. De ahí que le ofrezca una acogida cálida, cómoda. «El padre podría decir: está bien hijo, vuelve a casa, vuelve a trabajar, vete a tu habitación, prepárate y ¡al trabajo! Y este habría sido un buen perdón. ¡Pero no! ¡Dios no sabe perdonar sin hacer fiesta! Y el padre hace fiesta, por la alegría que tiene porque ha vuelto el hijo»[3].
El hijo se siente sobrecogido ante semejante manifestación de amor. A pesar de saberse indigno de ser considerado y tratado como hijo, nunca había dejado de reconocer a su padre como tal. Al empezar su preparado discurso –«no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros»–, no pudo evitar empezar llamando a aquel que tenía delante como quien realmente es: «¡Padre!» En ese momento, se dio cuenta de que, aunque el hambre le había puesto en movimiento, otro era el motivo profundo que le había llevado a volver a casa: su padre siempre es padre, por mucho que él no sea digno de ser llamado hijo.
Ante el abrazo paterno, se empieza a deshacer la máscara de autosuficiencia e independencia que se había puesto al dejar el hogar. Reconoce que la felicidad de estar junto a su padre es mucho más profunda que la que pudo obtener de otros placeres. Y es también más segura, porque ni siquiera sus pecados le han impedido reconquistarla: «Sí, tienes razón: ¡qué hondura, la de tu miseria! Por ti, ¿dónde estarías ahora, hasta dónde habrías llegado?... “Solamente un Amor lleno de misericordia puede seguir amándome”, reconocías. –Consuélate: él no te negará ni su amor ni su misericordia, si le buscas»[4].
Con el corazón en el premio
Ajeno a este encuentro, el hijo mayor ha pasado, como siempre, el día en el campo. Desde que se fue su hermano menor, él ha tenido que arrimar más el hombro, y ha cargado sobre sí más responsabilidades de las que solía llevar. Sus días se pasan entre los trabajos en la finca y las responsabilidades de la casa. Con frecuencia, especialmente cuando las jornadas son más intensas y absorbentes, no puede evitar que su imaginación vuele a donde quiera que esté su hermano menor.
Quizá hace ya tiempo que decidió olvidarlo y es posible que incluso se enfade cuando su padre hace la más mínima alusión a ese hijo suyo, reprochándole que se atreva a seguir recordando a semejante desagradecido. Ve la tristeza en los ojos de su padre, pero no está dispuesto a dedicarle ni un segundo al que, según él, es la fuente de los disgustos en el hogar. Quién sabe si, a pesar de sus esfuerzos por no pensar en él, se encuentra frecuentemente fantaseando con cómo sería su vida si él hubiera tomado la decisión de marcharse. A veces, se siente culpable por desear abandonar la casa paterna porque no debería hacerlo: tiene que cumplir las expectativas que ahora recaen solo sobre él, el único hijo. Podemos imaginar que andaba inmerso en esos pensamientos en su regreso a casa cuando, al acercarse, oyó la música y los cantos. Se sorprendió y llamó a uno de los siervos para averiguar qué pasaba. «Ha llegado tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado por haberle recobrado sano» (Lc 15,27).
No daba crédito a lo que estaba sucediendo. ¿Cómo podía volver aquel que había causado tanto dolor a su familia? ¡Y encima le organizan una fiesta! Se negaba a participar en semejante locura. Y cuando su padre intentó convencerle para que entrara, el hijo estalló: «Mira cuántos años hace que te sirvo sin desobedecer ninguna orden tuya» (Lc 15,29). Todo lo que durante largo tiempo había callado salió a borbotones de su alma. No puede llamar a aquel hombre padre porque no lo reconoce como tal. Él, que ha obedecido siempre para poder ser digno de ser llamado hijo de su padre, para poder vivir en la hacienda familiar como hijo del dueño, no ha recibido nada a cambio de su obediencia: «Nunca me has dado ni un cabrito para divertirme con mis amigos» (Lc 15,29).
El hijo mayor vivía en una lógica distinta a la de su padre. Se había comportado bien y, por tanto, merecía un premio; en cambio, su hermano, que había actuado mal –«devoró tu fortuna con meretrices» (Lc 15,30)–, merecía un castigo, y no una fiesta. En el fondo su corazón no disfrutaba del hogar paterno: su única esperanza estaba puesta en la recompensa que obtendría. Por pensar en sí mismo, tampoco fue capaz de valorar el arrepentimiento profundo que subyacía en la actitud de su hermano.
La libertad del hogar
El padre escucha con creciente tristeza las amargas protestas de su hijo mayor. Presta atención a cada una de sus recriminaciones. Le duele que su hijo amado entienda su relación con él solo en términos legales de estricta obediencia y retribución; que no haya visto el tiempo pasado en casa como una fuente de alegría. Este «puede ser también nuestro problema, nuestro problema entre nosotros y con Dios: perder de vista que es Padre y vivir una religión distante, hecha de prohibiciones y deberes»[5].
En cualquier caso, el padre decide no recriminarle su perspectiva, ni criticar su visión legalista. Tampoco minusvalora su dedicación y entrega, su fidelidad innegable y constante. No le dice: «No esperaba menos de ti», ni «Es lo que tenías que hacer». En cambio, lo que le propone es un nuevo modo de mirar su presencia en la casa paterna y de entender lo que realmente vale la pena: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo» (Lc 15,31). Vivir con libertad en el hogar de su padre, disfrutar de su condición de hijo, es mucho más grande que cualquier ternero cebado.
«No es emancipándonos de la casa del Padre como somos libres, sino abrazando nuestra condición de hijos»[6]. El hijo mayor, al añorar la vida de su hermano y menospreciar su propia fidelidad, está rechazando su verdad más íntima[7]. Se encuentra, en definitiva, en conflicto consigo mismo. «Por eso, qué liberador es saber que Dios nos ama; qué liberador es el perdón de Dios, que nos permite volver a nosotros mismos, y a nuestra verdadera casa. Al perdonar a los demás, en fin, experimentamos también esa liberación»[8].
* * *
Jesús concluye la parábola abruptamente. Los fariseos y los escribas le miran intrigados, expectantes por saber cómo terminará esta historia. Muchos se han percatado de las coincidencias entre las tres parábolas: mientras la oveja y el hijo menor se pierden lejos del rebaño y del hogar, la dracma y el hijo mayor, aun estando en casa, están también perdidos. Y Dios actúa como el pastor, como la mujer, como el padre.
Algunos oyentes entienden por qué el Señor no cuenta las reacciones de los hijos. ¿Qué hizo el hijo menor al verse sobrepasado por la bondad del Padre? ¿Entraría el hijo mayor en la fiesta o se alejaría de la casa? Los publicanos y pecadores ya han respondido. Ahora les toca a los fariseos y escribas aceptar o rechazar la invitación de Jesús.
[1] Benedicto XVI, Homilía, 18-III-2007.
[2] Ibíd.
[3] Francisco, Ángelus, 27-III-2022.
[4] Forja, n. 897.
[5] Francisco, Homilía, 27-III-2022.
[6] Del Padre, Carta pastoral, 9-I-2018.
[7] Cfr. Amigos de Dios, n. 26.
[8] Del Padre, Carta pastoral, 9-I-2018.
El ejemplo de San José, custodiar y servir
La misión de José
Recordamos el inicio oficial de la tarea del papa Francisco (19-III-2013), que cumplirá el día de la Solemnidad de San José el aniversario de su comienzo. Tomando pie de la vida de San José, y viviendo su ministerio en el contexto de algo que corresponde a todos: “custodiar” y “servir”.
El ministerio del papa se sitúa al servicio de la vida cristiana. La vida cristiana está al servicio de todos y del mundo creado. Y toda persona encuentra también ahí, en el cuidado y en el servicio, el sentido de su vida: custodiar los dones de Dios, cosa que sólo puede hacerse con amor.
La misión de San José y la nuestra
La misión de San José (cf. Mt 1, 24) le ha servido de arranque, después de referirse a la onomástica de Benedicto XVI: «Le estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud». San José fue custodio: “Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: ‘Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, y su paternidad también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo’ (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).
Continuaba el papa Francisco preguntándose: “¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio. (…) Sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas. (…) Responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud”.
Aquí se puede ver cómo San José de Nazareth pone en práctica un verdadero discernimiento de la voluntad de Dios, en el sentido que el Concilio Vaticano II habla de los «signos de los tiempos». Es decir, los signos de la actuación del Espíritu Santo que se perciben cuando se miran con fe y con realismo los acontecimientos, como punto de partida para poder valorar la situación de que se trate, y tomar la decisión de actuar en consecuencia, tanto desde el punto de vista personal como de la Iglesia, cf. Gaudium et spes, 4, 11 y 44.
,Al mismo tiempo, El papa observa que, en San José “vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo«. Y por eso nos invita: «Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación.
Todo ello es una escuela para los cristianos, especialmente para los educadores y formadores.
Homilía del Santo Padre Francisco, Plaza de San Pedro, Martes 19 de marzo de 2013
Solemnidad de San José
Custodiar, tarea de todos, empezando por uno mismo
Pero custodiar, advirtió el papa Francisco, es vocación de todos: todos debemos custodiar la belleza de las realidades creadas; aquí, la evocación a San Francisco de Asís, cuidar a las personas que nos rodean, “especialmente a los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón”.
Todos hemos de cuidar a los familiares, a los cónyuges, a los padres y a los hijos, a las amistades. “Sed custodios de los dones de Dios”, nos aconseja; porque en efecto, todo es don. Si fallamos en esto, dice, avanza la destrucción y el corazón se seca.
Si custodiar es responsabilidad de todos, y así lo comprenden y practican las personas de buena voluntad, lo es particularmente de “los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social”. Hay que cuidar la naturaleza creada por Dios, el medio ambiente. Pero hay que comenzar por nosotros mismos: “Para ‘custodiar”, también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida.
Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura”; no es virtud de débiles sino de fuertes, como San José.
En efecto. De ahí la importancia de examinar la propia conciencia junto con una buena formación. Y si un sentimentalismo no integrado con la reflexión y la formación cristiana puede producir estragos, también los produciría una educación racionalista o voluntarista que no integrase los sentimientos y sus adecuadas, y necesarias, manifestaciones. Así lo expone Dietrich von Hildebrand, en su obra “El corazón: un análisis de la afectividad humana y divina” (Madrid 2009).
Cuando el papa Francisco pronuncio la homilía de la Misa de Inicio de pontificado invitó a todos a ser «custodios de la Creación» como San José fue custodio de la Sagrada Familia.
El sentido del ministerio del papa
A continuación, el papa explico en qué consiste el poder que comporta el ministerio petrino:
“Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, así se titula uno de sus libros, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz”. Así es el poder del amor. También lo aprendemos de San José.
Y así debe ser ejercido el ministerio del papa: “Debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46).
Y concluyó con otra lección: “Sólo el que sirve con amor sabe custodiar”.
Llevar el calor de la esperanza
En la última parte apela a la esperanza, en la que Abraham se apoyó (cf. Rm 4, 18). “También hoy, ante tantos cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una mirada de ternura y de amor, es abrir un resquicio de luz en medio de tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza.»
Para nosotros los cristianos, «como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios”.
Este es su modo de explicar aquél título del papa que viene al menos de San Gregorio Magno: “Siervo de los siervos de Dios”.
Ramiro Pellitero Iglesias
Profesor de Teología pastoral
Facultad de Teología
VOLVER EN SÍ CON EL EXAMEN DE CONCIENCIA
Estamos en la 3ª semana de Cuaresma, nos queda el 50% de este tiempo de gracia abundante. “Este es el tiempo favorable para convertirnos, para cambiar la mirada antes que nada sobre nosotros mismos, para vernos por dentro (…) es <un tiempo de verdad> para quitarnos las máscaras que llevamos”, nos recordaba el Papa el Miércoles de Ceniza (22.02.23). El principio del retorno del hijo pródigo es el reconocimiento de su situación: siente hambre, entonces, volviendo en sí, recapacitando, se decidió a regresar a la casa paterna. Así comienza toda conversión, todo arrepentimiento: volviendo en sí, haciendo un parón, reflexionando y considerando la lamentable situación en que ahora se encuentra; haciendo, en definitiva, un examen de conciencia. En esta charla hablaré de esta costumbre, muy antigua en la vida cristiana.
En los libros sapienciales de la Biblia, son frecuentes las citas que animan a conocerse a la luz de Dios para no perder el camino: “Sondéame, oh Dios, y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino eterno” (Salmo 139, 23-24). Jesús invita a la vigilancia: “Vigilaos a vosotros mismos, para que vuestros corazones no estén ofuscados por la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida… Estad, pues, despiertos en todo tiempo” (Lucas 21, 34-36). Es una experiencia universal del hombre, si queremos que un asunto marche bien, cada vez mejor, es necesario hacer balance. En el frontis del templo de Apolo de Delfos (siglo IV a.c.) está escrito: “Conócete a ti mismo. Si nos conocemos, sabremos quizá también cuál es el cuidado que hemos de tener de nosotros mismos; si no nos conociéramos, no podremos saberlo jamás”. Sí, hay que conocerse para saber cómo va el negocio de nuestra vida… y no llevarse sorpresas al final. En la segunda mitad del siglo IV, san Juan Crisóstomo proponía hacer el examen de conciencia a los fieles corrientes: “Después de cenar, a la hora de irse a dormir, ya no hay nadie y la calma es perfecta: nadie turba la tranquilidad. Despierta entonces al tribunal de tu conciencia, que rinda cuentas... recuérdale todo lo que ha hecho mal durante el día, y pide justicia a tu conciencia de todos sus malos pensamientos”[1].
Los enemigos del alma
Desde la desobediencia de Adán y Eva, “una verdadera invasión de pecado inunda el mundo (…) Lo que la revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno”[2]. Hay enemigo “dentro de casa”. Es la consecuencia del pecado de Adán y Eva. Quedó destruida la armonía original. Somos pecadores. Esa inclinación al mal es el hombre viejo (ref. Romanos 6, 4-6). La libertad está herida, el corazón está oscurecido: “no entiendo mi comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco” (Romanos 7, 15). Cuando cedemos al influjo de las miserias personales (la soberbia, el egoísmo, la pereza, la sensualidad, la mentira, la codicia, la vanidad, la envidia, la gula, el odio…) el desorden del mal en nosotros se agrava; si combatimos, disminuye.
Y hay enemigos apostados “a la puerta de casa”. En primer lugar, el diablo. “Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre”[3]. Francisco habla de su existencia y de su labor de tentador con frecuencia. “San Pedro lo decía: <Es como un león feroz, que gira a nuestro alrededor> (ref. 1 Pedro 5, 8). Es así. <¡Pero, Padre, usted está un poco anticuado! Nos asusta con estas cosas…> No, ¡yo no! ¡Es el Evangelio! Y esto no son mentiras: ¡es la Palabra del Señor!”[4]. Estamos tanto más expuestos cuanto mayor sea nuestro desorden interior. El otro enemigo de fuera son las consecuencias del mal en el mundo. Ahora estamos contemplando los efectos devastadores de la corrupción en la vida social, laboral y política, los efectos del mercado de la pornografía y de la droga, de la colonización de las ideologías antinatalistas, eutanásicas y de género... San Juan Pablo II las llamaba “estructuras de pecado”, suponen una dificultad añadida para hacer el bien, para buscar el bien común. Su origen está en pecados de personas que las introducen y hacen difícil eliminarlas. “Y así estas mismas estructuras se refuerzan, se difunden y son fuente de otros pecados, condicionando la conducta de los hombres”[5].
Esta situación hace de la vida del hombre un combate interior, nadie escapa de esta lucha contra los enemigos de dentro y de fuera. Pero la gracia del Espíritu Santo nunca nos faltará, no estamos solos. Y una práctica para ir de la mano de Dios, para progresar y no caer o para levantarse cuando se ha caído y recomenzar, es el examen de conciencia diario. Diferente del examen que todos hacemos para preparar la confesión sacramental, en el que nos preguntamos sobre los pecados cometidos.
La insensatez de la falta de examen
Los enemigos de nuestra felicidad actúan como el vampiro de la leyenda. El vampiro se pega a las personas que duermen y mientras les chupa su sangre, al mismo tiempo inyecta en ellas un somnífero, una anestesia que hace que encuentren aún más dulce el sueño, de modo que sea más profundo y pueda chupar toda la sangre que quiere. Pero nuestros enemigos son peores que el vampiro, porque el vampiro no puede adormecer a la presa, sino que se acerca a los que ya duermen. En cambio, ellos primero duermen a las personas y luego les chupan todas sus energías espirituales, inyectando también una especie de líquido soporífero que hace encontrar el sueño aún más dulce. El remedio en esta situación es que alguien nos grite al oído: “¡Despierta!”.
Con el examen le posibilitamos a Dios que nos despierte, alertando nuestra conciencia con su luz. El examen diario es un remedio eficacísimo para “darse cuenta” y “evitar deslizarse” convirtiéndose en un cristiano “anestesiado” al que le chupan todas sus energías espirituales. De no hacerlo se lo ponemos más fácil a los enemigos, de dentro y de fuera; sería una insensatez tal y como está la vida.
El examen, un rato de oración diario para conocerse como nos conoce Dios
En una de las catequesis dedicada al Discernimiento, el Papa decía: “Conocerse a uno mismo no es difícil, pero es fatigoso: implica un paciente <trabajo de excavación interior>. Requiere la capacidad de detenerse, de <apagar el piloto automático>, para adquirir conciencia sobre nuestra forma de hacer, sobre los sentimientos que nos habitan, sobre los pensamientos recurrentes que nos condicionan, y a menudo sin darnos cuenta. Requiere también distinguir entre las emociones y las facultades espirituales. <Siento> no es lo mismo que <estoy convencido>; <tengo ganas de> no es lo mismos que <quiero>”[6]. Y proponía la ayuda del examen de conciencia general de la jornada. “Aprender a leer en el libro de nuestro corazón qué ha sucedido durante la jornada. Hacedlo, solo dos minutos, pero os hará bien, os lo aseguro”[7]. El examen de conciencia general de la jornada es una cita al final del día con Dios, breve, de unos pocos minutos.
Es una oración con una finalidad: conocerse como nos conoce Dios… para amar mejor. En esa conversación le dejamos a Dios decirnos las cosas tal y como las ve Él. Nadie nos conoce mejor que Él. Le abrimos la puerta de la conciencia[8]. No es un monologo, no es un mirarse con afán narcisista de auto perfección o curiosidad psicológica de conocerse mejor. Es un diálogo con Dios para releer lo que ha sucedido en la jornada con su luz. ¿Qué ha pasado hoy? ¿Qué ha sucedido? ¿Qué me ha hecho reaccionar? ¿Qué me ha puesto triste? ¿Qué me ha puesto contento? ¿Qué ha sido malo y si he hecho mal a los otros? Para dar gracias por lo bueno, para dolernos de lo malo o del bien omitido, para levantarnos y reiniciar con nuevos bríos.
Es bueno que esa revisión al llegar la noche se prepare a lo largo del día, fomentando el espíritu de examen fruto de estar en la presencia de Dios y querer obrar en consecuencia, de desear conocerse de verdad. Así podremos valorar correctamente las acciones de la jornada y las disposiciones del corazón, de una sola mirada. Gracias a ese espíritu de examen muchas cosas pequeñas se han “borrado” con un acto de contrición y un recomenzar con acto de virtud contrario. Así nos centramos y no dejamos escapar lo que es realmente importante para poner los remedios oportunos.
¿Cómo hacer el balance del día?
San Josemaría enseñaba que el método para hacer el examen “es un traje a medida”. Cada uno es cada uno. Y dependerá de las circunstancias del momento. Pero es bueno concretar un esquema, sencillo en cualquier caso, que nos ayude a sondear la conciencia con las “gafas” de Dios. Un esquema posible es recorrer el día, hora a hora. Otro, por temas, qué virtud he de ganar, en qué he de cambiar… Otro, qué he hecho bien, qué hecho mal, qué podía haber hecho mejor… Otro, por espacios vitales: la familia, el trabajo, los amigos… Aunque es obvio, hay que empezar por el tejado y no por el polvo en las estanterías, es decir, lo primero es evitar aquello que disgusta al amado, empezando por Dios, seguido por el más próximo… las faltas de caridad, el mal hecho o el bien omitido (repasando los 10 mandamientos o los pecados capitales). A partir de ahí, el inmenso panorama de progresar en el amor.
El punto de partida: la humildad
Decía santa Teresa que “la humildad es andar en la verdad” (VI Moradas 10, 8). Si deseamos conocernos de verdad, mostrémonos desnudos ante la mirada de Dios, sin vergüenzas que pone el diablo en nuestra alma. Con la luz del Espíritu Santo, la propia conciencia se conoce, cómo he sido y cómo soy, y reconoce lo bueno y lo malo, la intención y los intereses que me mueven a actuar, las omisiones… esas cosas que no me gustan, que me degradan y necesitan ser rectificadas. Advierte lo bueno: esos talentos que tenemos, que hemos recibido para negociar con ellos. Acepta la propia historia, con sus aciertos y fallos; la salud, con sus fortalezas y sus fragilidades; las virtudes y defectos; el temperamento y el carácter… sin hundirnos, sin detestarnos, con agradecimiento, con esperanza. Comprende profundamente la condición de pecadores, capaces de todos los errores y horrores…; y la condición de hijos de Dios, salvados por amor. “El demonio se empeñará en taparnos los ojos. Es la hora de clamar: <Señor, ¡que vea!> (Lucas 18, 41)”[9]. Se hará realidad lo que dice la Escritura: “la súplica del humilde atraviesa las nubes” (Sirácide 35, 17).
Por eso, se comienza el examen con un acto de humildad, levantando el corazón a Dios e invocando la ayuda del Espíritu Santo: “Tú, Señor, me conoces, Tú me ves, Tú penetras los sentimientos de mi corazón” (Jeremías 12, 3). Lo que para nosotros puede ser oscuro, es claro a los ojos de Dios. Así será posible ser humildes después, ser sinceros con Dios y con nosotros mismos, sin maquillar nuestra vida. San Josemaría avisaba: “a la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo” (Camino n. 236). Recordaba esos pasajes de curaciones de endemoniados: "y le presentaron a un mudo, que tenía un demonio (...) y arrojado el demonio, habló el mudo" (Mateo 9, 32-33). La soberbia, el amor desordenado de la propia excelencia, trata siempre de enturbiar la vista, para impedir que nos veamos tal como somos, con todas nuestras miserias. Nos lleva al engaño, a resistir admitir al menos en lo concreto que seamos pecadores. El beato Álvaro del Portillo completaba este consejo previniendo del “demonio sordo”, aquel que nos impide escuchar, dejarnos decir las cosas, y como consecuencia nos paraliza porque no ponemos en práctica los consejos que Dios nos inspira. Consentir la tentación del demonio mudo es como ir al médico y callarse los síntomas o decir otros inventados o irrelevantes. En el caso del demonio sordo, no tomarse las medicinas que nos han recetado. No sanaremos. Qué pena salir peor de cómo hemos entrado…
Empezar agradeciendo… lo bueno del día
La identificación del amor recibido y dado a través de palabras, obras y acontecimientos ocupa un lugar importante en la revisión del día. Hace el alma agradecida, es ocasión de renovar la esperanza y la alegría. Dar gracias a Dios por lo bueno aleja la vanidad de creernos mejores que los demás y espolea nuestra gratitud. No vamos a justificarnos, a causar buena impresión a Dios, como el personaje de la parábola del fariseo y el publicano. Además, agradecer activa nuestra generosidad, nos impulsa a devolver el favor, haciendo fructificar los talentos recibidos en la medida que podamos.
Ir al fondo del alma: examinarse con valentía
Examinarse con valentía, venciendo los miedos a descubrir las miserias que tenemos. Es obra de la confianza en la misericordia de Dios, de saber que contamos siempre con su perdón y su gracia, que solo espera a que reconozcamos nuestra culpa y fragilidad para auxiliarnos. Dios nos conoce y sabe que somos capaces de cualquier pecado si le dejamos de la mano. “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia” (1 Juan 1, 9). Dios no desahucia a nadie… porque su misericordia todo lo puede y porque es Padre que está siempre a la espera. Esta confianza aleja la desesperación. Es necesario abrir los ojos y sondear el fondo del corazón; allí, en el fondo, nos espera Dios. No nos quedemos en los hechos, sino indaguemos en la intención que nos mueve. El publicano de la parábola ayunaba, práctica buena y recomendada, pero por quedar bien ante los hombres y ser admirado, no por amor a Dios, para glorificarle con su sacrificio. Por eso no fue escuchado.
Pidamos luz y valentía a Dios para no quedarnos en la superficie de lo sucedido, busquemos las causas de los síntomas, vayamos a las raíces de los males que nos aquejan. Solo acudiendo a la raíz sanaremos el árbol… del mal humor permanente, de las chapuzas en el trabajo, de los plantones a Dios, de la piel gorda en la guarda del corazón, de las omisiones en el amor matrimonial y familiar… Eso nos compromete a descender a los detalles, a averiguar los motivos, a localizar las ocasiones. Con el examen nos sentimos pecadores en lo real, no en genérico. No solo qué ha ocurrido, sino por qué, cuándo, con qué frecuencia… sin disculpas, sin trampas, sin mentiras. Venzamos la vergüenza y mostremos nuestras heridas a quien todo conoce y puede curarnos: “te gusta un corazón sincero (…) un corazón quebrantado y humillado, tú, oh Dios, tú no lo desprecias” (salmo 50, 8, 19), y con su ayuda, que no falta a la persona humilde, fijar el mal que hay que extirpar, el bien que hay que conseguir, y renovar la lucha contra el mal haciendo el bien.
El punto final: hacer de hijo pródigo
“Acaba siempre tu examen con un acto de Amor –dolor de Amor–: por ti, por todos los pecados de los hombres...-Y considera el cuidado paternal de Dios, que te quito los obstáculos para que no tropezases”[10]. Es lo más importante, si faltara la contrición no serviría el examen porque impediríamos que Dios nos abrace con ternura y actúe como médico divino, que nos haga buenos con su mayor don, su perdón misericordioso. En cambio, cuando reconocemos sinceramente: Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador, tenemos un encuentro con Dios, vivimos la experiencia del hijo pródigo y acabamos la jornada en el hogar paterno, disfrutando de la fiesta de nuestro Padre porque nos ha recuperado, si estábamos lejos, porque nos tiene más cerca, si no le habíamos dejado. Dolor verdadero que es operativo… que lleva, si hemos pecado gravemente, a hacer el propósito firme de confesarnos cuanto antes. La confesión es “un encuentro festivo, que sana el corazón y deja paz interior; no un tribunal humano al que tenemos miedo, sino un abrazo divino con el que somos consolados”[11]. Sin dolor sincero es inútil. El remedio de nuestros males es acoger la redención obrada por Cristo. Convertirse es creer que Jesús nos puede curar.
Dolor de Amor que decanta en el propósito de mejorar en algo mañana, de reparar el mal con el bien. “Avanzad siempre, hermanos míos. Examinaos cada día sinceramente, sin vanagloria, sin autocomplacencia (…) Examínate y no te contentes con lo que eres, si quieres llegar a lo que todavía no eres. Porque en cuanto te complaces de ti mismo, allí te detuviste. Si dices ¡basta!, estás perdido”[12]. Una sola cosa de esas que hemos visto en el examen, no muchas. Es demostración del deseo de amar mejor, ofrenda convincente y agradable a Dios. Nos dormiremos con la sonrisa de Dios.
Concluyendo. Cada día es una página en blanco que nos concede Dios para amar… y al acabar el día queda escrita; qué pena que antes de acostarnos no la leamos con la luz de Dios; y así demos gracias a Dios por su amor, por todo lo bueno que encontramos, por todo lo malo que podíamos encontrar y no ha sido por su Misericordia; y corrijamos los borrones y faltas, todo el mal que hemos hecho; y rellenemos los espacios en blanco, esas omisiones que abundan ¿Cómo? Con el dolor verdadero, que nos lleva a pedir perdón a Dios, a confiar en su Misericordia, a solicitar sus gracias; y así, llenos de esperanza renovada, acabamos el día con un corazón reformado y bien dispuesto… para empezar de nuevo; el día siguiente se aguarda con la confianza puesta en Dios. Estas páginas se encuadernan, y forman el libro de nuestra vida… que será objeto del examen final. “Vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él (…) Vi a los muertos, grandes y pequeños, en pie ante el trono, y fueron abiertos los libros. También fue abierto otro libro, el de la vida. Y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en los libros, según sus obras” (Apocalipsis 20, 11-12) dice san Juan en su visión del Juicio Final. Volvamos en sí con el examen de conciencia.
[1] Al comentar el salmo 4º… “reflexionad en el silencio de vuestro lecho”.
[2] Catecismo de la Iglesia n. 401.
[3] Catecismo de la Iglesia n. 407.
[4] Francisco, Homilía en la Capilla de Santa Marta (10.10.2013).
[5] San Juan Pablo II, encíclica Sollicitudo rei socialis n. 36.
[6] Francisco, Audiencia (5.10.2022). Las catequesis dedicadas al Discernimiento fueron los miércoles del 31.08.2022 al 4.01.2023.
[7] Francisco, Audiencia (30.11.2022).
[8] “el núcleo más secreto y un santuario del hombre, en el que este está a solas con Dios, y cuya voz resuena en lo más íntimo. La conciencia da a conocer de modo maravilloso esa ley, cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo” Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes n. 16.
[9] Orar con D. Álvaro del Portillo n. 199.
[10] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino n. 246.
[11] Francisco, homilía en la celebración penitencial “24 horas para el Señor” (17.03.2023).
[12] San Agustín, Sermón 169.
Los genes no son la única forma de transmitir rasgos de generación en generación
Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|6 marzo, 2023|BIOÉTICA PRESS, Genética y genómica, Informes, Top News
Desde el color de nuestros ojos hasta nuestras probabilidades de desarrollar cáncer, todos estamos moldeados por el legado genético de nuestros antepasados. Pero un nuevo estudio en ratones proporciona la evidencia más clara hasta el momento de que los rasgos adquiridos pueden transmitirse de una generación a la siguiente en mamíferos sin cambios en el ADN, desafiando siglos de dogma evolutivo y planteando nuevas preguntas sobre los factores que afectan nuestra salud.
El estudio, publicado en la revista Cell, ha sido desarrollado por un equipo de científicos del Instituto Salk de La Jolla, California. Sus hallazgos brindan más apoyo para el campo de rápido crecimiento de la epigenética transgeneracional: el estudio de los rasgos que pasan de una generación a la siguiente sin estar inscritos en nuestro genoma.
El estudio y sus implicaciones
Así, los científicos crearon ratones que eran obesos o tenían colesterol alto, no modificando el genoma de los animales, sino haciendo pequeñas modificaciones de las moléculas que se sitúan sobre los genes (esto es la epigenética), lo que provocaba que los genes se silenciaran. Es decir, se inactivaron dos genes relacionados con la obesidad y el colesterol alto sin modificar su secuencia genética, sino solo modificando sus marcas epigenéticas. Pero lo sorprendente no es esto, que ya es posible desde hace tiempo, sino que observaron que tanto estas modificaciones epigenéticas como sus efectos metabólicos se transmitieron durante al menos tres a seis generaciones, algo que los científicos supusieron alguna vez que era imposible.
No está claro si esa herencia también ocurre en las personas, a pesar de los primeros indicios que sugieren que es plausible. El estudio de los efectos intergeneracionales lleva inherentemente mucho tiempo, por lo que la mejor evidencia actual en mamíferos proviene de estudios con animales. Pero estos estudios plantean la posibilidad de que nuestra salud pueda estar moldeada en parte por lo que les sucedió a nuestros ancestros lejanos durante su vida (lo que comieron, bebieron y respiraron) y que podríamos tener un impacto similar en nuestros descendientes.
“Podría contribuir, por ejemplo, a la susceptibilidad hereditaria al cáncer, la obesidad y otros riesgos de enfermedades”, afirma Juan Carlos Izpisúa Belmonte, autor principal del estudio. «El conocimiento obtenido de nuestra investigación puede ser útil para aumentar las herramientas de diagnóstico de enfermedades, estimar el riesgo de enfermedades o prevenir enfermedades humanas hereditarias».
La epigenética transgeneracional y la controversia sobre la evolución
La epigenética transgeneracional es un campo joven basado en una idea antigua que una vez fue ampliamente aceptada, luego considerada ridícula y que ahora ha cobrado nueva vida: que los rasgos adquiridos se pueden transmitir a la siguiente generación. El defensor más conocido de esta hipótesis fue el naturalista francés del siglo XIX Jean-Baptiste Lamarck, quien reflexionó que las jirafas desarrollaron sus cuellos distintivos al esforzarse para alcanzar ramas altas, lo que provocó que cada generación creciera cuellos ligeramente más largos.
Esa idea pronto fue desacreditada. Gregor Mendel, un monje austríaco aficionado a cultivar guisantes, descubrió que rasgos como la altura, la forma de la vaina y el color de la flor dependían de «características invisibles» que las plantas heredaban y transmitían, y que estas características heredadas no cambiaban por el entorno. El eventual descubrimiento de ADN y genes reforzó esos hallazgos.
Memoria epigenética
Pero en 2005, un equipo de científicos de la Universidad Estatal de Washington notó algo que no cuadraba. Un investigador postdoctoral descubrió que las ratas macho cuyas tatarabuelas habían sido inyectadas con metoxicloro y vinclozolina, pesticidas comunes, eran infértiles. Eso podría haberse explicado por un cambio genético en estos descendientes, pero no hubo signos de mutaciones en estos ratones. Los investigadores publicaron los hallazgos en la revista Science. Otros equipos han informado efectos similares del DDT, el combustible para aviones y una lista cada vez mayor de productos químicos, todo ello sin cambios en el ADN. En cambio, lo que han encontrado son los llamados cambios epigenéticos, modificaciones químicas que controlan qué genes se activan o desactivan.
En el estudio que aquí comentamos se adoptó un enfoque más controlado para examinar este patrón de herencia. Los investigadores plantaron cambios epigenéticos precisos cerca de dos genes asociados con la obesidad y el colesterol alto, Ankrd26 y Ldlr. Para ello, los científicos manipularon células madre embrionarias para desencadenar una modificación química conocida como metilación en las regiones del ADN que controlan la activación de ambos genes. La metilación silencia los genes. Si el ADN es el libro de la vida, las marcas de metilación son notas en los márgenes que le indican que se salte un párrafo. Y los investigadores encontraron que los ratones machos y hembras transmitieron estas marcas silenciadoras durante hasta seis generaciones. Estos cambios también tuvieron claros efectos metabólicos. Los animales con Ankrd26 silenciado eran constantemente obesos y tenían niveles más altos de leptina, una hormona supresora del apetito que aumenta durante la obesidad para contrarrestar el aumento de la grasa corporal. Y los ratones con Ldlr silenciada tenían colesterol alto.
Este es un paso muy significativo, para demostrar que hay algo de memoria epigenética y que las células son capaces de identificar aquellas regiones que fueron metiladas en el pasado y que pueden volver a metilarse más adelante”, explica Raquel Chamorro-Garcia, especialista en epigenética transgeneracional en la Universidad de California, Santa Cruz, que no participó en el estudio. Exactamente cómo resurgen las modificaciones, y por qué se debilitan después de varias generaciones, sigue siendo una pregunta que los investigadores no entienden completamente.
No obstante, todavía es pronto para reformular las teorías evolutivas actualmente aceptadas. “El problema es saber si este tipo de modificaciones «experimentales», por tanto dirigidas, ocurren en la naturaleza. Es decir, conocer la incidencia y frecuencia de aparición y su valor como mecanismo de modificación con efecto evolutivo, teniendo en cuenta que en cualquier caso no cambian los genes en sus secuencias de ADN, y las modificaciones epigenéticas son reversibles”, explica sobre el tema el Dr. Nicolás Jouve, catedrático emérito de genética de la Universidad de Alcalá de Henares. “Esto no debe servir para pensar en que el ambiente modifica el genoma y permite una interpretación lamarckiana de la evolución. En ningún caso las mutaciones (en este caso epimutaciones) son preadaptativas. Si realmente hay una epigenética transgeneracional y las epimutaciones producen efectos en la expresión de los genes de los mamíferos luego habrán de pasar por el filtro de la selección natural, o su permanencia tras mecanismos de deriva genética. Si las alteraciones son buenas se seleccionarán a favor y se mantendrán, y si no lo son se perderán, y esto, no se demuestra en el trabajo de Belmonte, y por tanto ni invalida la acertada teoría de la selección natural de Darwin, ni avala la teoría de Lamarck sobre la acción del ambiente como modelador de los caracteres adquiridos”.
Implicaciones éticas
Estos descubrimientos en epigenética transgeneracional tienen implicaciones de interés ético en relación con la edición genética, es decir, la modificación del genoma con fines terapéuticos. Así, se consideraba que modular la expresión de los genes mediante la alteración de los patrones epigenéticos era más seguro que la modificación de la secuencia genética y en ningún caso se ha relacionado con la edición genética germinal, que es la forma más controvertida de edición genética por implicar la transmisión de los cambios genéticos a la descendencia, entre otras cosas. No obstante, los nuevos hallazgos nos llevan a replantearnos el concepto de modificación genética germinal y será necesario seguir los avances en el campo de la epigenética transgeneracional desde la bioética a la hora de evaluar las intervenciones terapéuticas que se planteen sobre el ser humano y que impliquen una modificación epigenética.
Fuente: https://www.statnews.com/2023/02/07/epigenetics-obesity-mouse-study/
Lucía Gómez Tatay
Observatorio de Bioética
Neurociencia, neuroética y neuroderecho. Una relación necesaria que urge regular
Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|14 marzo, 2023|Bioética, BIOÉTICA PRESS, Informes, Top News
Durante mucho tiempo se pensó que el término “Bioética” lo inventó Van Ransselaer Potter en 1970. Aunque más tarde, gracias a las investigaciones de Martin Sass en 2010, se descubrió que el término lo inventó Fritz Jahr en 1927, hasta que se supo, durante los años 70 y 80 hubo una proliferación de hitos históricos sobre Bioética.
La novedad genera curiosidad científica, esta investigación, y esta publicación, creación de institutos y observatorios, temas nuevos, foros de opinión o think tanks…
Pues bien, lo mismo que ocurrió con la Bioética en las décadas antes indicadas, está ocurriendo hoy con la Neurociencia, la Neuroética y el Neuroderecho. Su novedad crea nuevo interés: investigación, Cursos, Revistas, publicaciones…
En efecto, es verdad que el neologismo “Neuroética” lo podemos encontrar en unas pocas publicaciones de los 70, finales de los 80 y principios de los 90, como también es importante la labor del Comité Internacional de Bioética de la UNESCO, que en 1995 elaboró un Informe sobre las implicaciones bioéticas en la investigación neurocientífica. Al respecto, Canabal (2013) afirma:
El informe puso de relieve la importancia sobre clarificar el comportamiento ético en la investigación, sobre todo con poblaciones especialmente vulnerables; pacientes con ciertas patologías, niños y las poblaciones en cautividad que pueden tener ciertas limitaciones a la hora de tomar decisiones en libertad y plena autonomía. (p. 52)
Ahora bien, existe cierto consenso en afirmar que su momento fundacional lo podemos datar entre los días 13 y 14 de mayo de 2002, cuando se celebra en San Francisco un Congreso al que asistieron 150 profesionales y que fue respaldado y patrocinado por la Fundación Dana y las Universidades de Stanford y California. El Congreso tenía por título: “Neuroethics: mapping the field”.
La difusión y publicidad de dicho Congreso, de carácter eminentemente multidisciplinar, estuvo ayudada por la publicación de un artículo en The New York Times escrito por William Safire.
Como dice Cortina (2014):
Un despliegue de este calibre quería mostrar bien a las claras que la neuroética es un saber interdisciplinar por esencia, y que el objetivo del congreso no sólo consistía en diseñar el mapa de una nueva disciplina, sino también el de presentar en sociedad una nueva forma de saber. (p. 25)
A partir de ese momento fundacional, como decimos, el interés por la Neuroética ha ido en aumento.
Pues bien, objeto del presente artículo de investigación es responder a las siguientes preguntas de investigación, necesarias para continuar desarrollando líneas posteriores de exploración científica. Así:
¿Cuáles son las relaciones entre Neurociencia y Neuroética? Esta inicial pregunta de investigación es pertinente, y nada baladí. La planteamos porque detrás de ella hay una problemática latente que, cuando se manifiesta, deviene en un problema ciertamente serio, como luego veremos
En cuanto a las relaciones entre la Neurociencia y el Neuroderecho, la novedad nos produce tanto interés intelectual, como hemos dicho, que se nos olvida algo fundamental, basal, previo. Y es que quizá convenga preguntarse por qué, cómo y hasta dónde la Neurociencia afecta al Derecho. Y, consiguientemente, cuál es el papel que en este contexto juega el Derecho. Finalmente, cuál debe ser la respuesta legislativa.
Vamos a intentar responder, pues, a las preguntas de investigación que hemos planteado.
1. Neurociencia y neuroética
Permítasenos, pues, comenzar por responder a la pregunta sugerida referida a los dos primeros saberes. Y respecto de la misma, es pertinente, como cuestión previa, distinguir entre la Ética de la Neurociencia y la Neurociencia de la Ética:
La Ética de la Nuerociencia: es el análisis bioético, y por ende multidisciplinar e interdisciplinar, de la Neurociencia en sus dos vertientes de investigación y aplicación, para cuyo examen sistemático se debe tener en cuenta las bases neurológicas del cerebro, su estructura y funcionamiento, pero nada más. Decimos “nada más” porque somos más que cerebro, entrando también en el juego decisional bioético haberes morales como la libertad, la solidaridad, la dignidad, la responsabilidad…, de tal modo que no tengo por qué guiarme necesariamente por lo que emocionalmente, y en su caso, me dicta el cerebro.
En palabras de Cortina (2014, p.44), “intenta desarrollar un marco ético para regular la conducta en la investigación neurocientífica y en la aplicación del conocimiento científico a los seres humanos.”
La Neurociencia de la Ética: que, para sus partidarios, pretende explicar el comportamiento ético a partir del conocimiento del funcionamiento de nuestro cerebro, sobre todo en su componente emocional, por eso hemos hecho mención a la emoción. Sepamos, pues, cómo funciona el cerebro y no necesitaremos nada más. Es más, sólo conociendo cómo funciona el cerebro se pretende elaborar un código de ética universal… y de control de nuestro comportamiento, obiter dicta. Un neurólogo se convierte, así, en especialista en neuroética; de tal modo que, si con la neurociencia se explica todo, ¿para qué necesitamos la Ética, incluso la Religión?
Ya anticipamos que apostamos por la primera postura de las dos explicadas. Por muchos motivos, pero sobre todo antropológicos y sociales: ni es lo mismo cerebro que mente, ni somos exclusivamente cerebro, ni las variables sociales son las mismas en toda la geografía, amén de que la solidaridad debe estar más presente. La persona humana es mucho más rica, más compleja, y más profunda, entre otros motivos porque es libre.
Únicamente estaríamos de acuerdo con la segunda si por la misma se entiende lo que interpreta Cortina (p. 44): “se refiere al impacto del conocimiento neurocientífico en nuestra comprensión de la ética misma, se ocupa de las bases neuronales de la agencia moral”. Y no es lo mismo, como sigue diciendo la autora (p. 46), “bases”, que “fundamento”.
Desde dicho punto de vista, dado que nos residenciamos dentro del campo de las ciencias y de la salud, la Neuroética se circunscribe en el marco teórico de la Bioética. En este sentido, es acertado el título del artículo de Garzón Díaz publicado en la Revista Latinoamericana de Bioética (2011): “La neuroética, una nueva línea de investigación de la Bioética”. Por tanto, debe fundamentarse en el paradigma o paradigmas bioéticos que mejor se adecuen a la misma, que es tanto como decir que mejor protejan la dignidad humana.
Consecuentemente, aunque su fundamentación puede guiarse inicialmente por el Principialismo, dada la insuficiencia del mismo en determinados aspectos (sobre todo antropológicos y metodológicos), además de que por sí mismo no abarca la compleja realidad de las neurociencias, so pena de caer en el reduccionismo, tal paradigma debe acompañarse de otros enfoques bioéticos: Personalismo, Ética de la Virtud, Ética del Cuidado y Bioética Teológica.
Todos los principios son importantes, pero nos gustaría resaltar, además del principio de no-maleficencia y beneficencia (ante todo, no hacer daño, y siempre se ha de actuar para el bien del paciente), el aporte personalista del principio de libertad-responsabilidad, además del de totalidad que, quizá, además de enriquecer la justificación bioética y la toma de decisiones, podría enriquecerse repensando dicho principio a la luz de la novedad del propio campo de estudio.
La ética de la virtud apunta un rasgo de carácter importante, como es la virtud de la prudencia. La bioética teológica contribuye con la opción preferencial por la atención a los más vulnerables. Por lo demás, no hace falta extenderse en la ética del cuidado: estamos hablando de personas en situación de sufrimiento y enfermedad[1].
Nos parece importante resaltar la definición que propone Cortina (2014, p.15), cuando dice que “la neuroética se pregunta por las condiciones éticas en las que deben llevarse a cabo tanto las investigaciones neurocientíficas como la aplicación de sus resultados para no violar los derechos humanos, ni con la investigación ni con la práctica”.
Y nos parece importante la referencia que hace a las condiciones éticas y a los derechos humanos, porque si volvemos a recoger lo que dice Garzón Díaz (2011, p. 8), de la reunión de la Fundación Dana se salió con un plan de trabajo dividido en cuatro bloques, que tenían que ver con las relaciones de la ciencia neural con el yo, con las políticas sociales, con la ética y con el discurso público.
En ninguna de ellas se habla explícitamente de las personas especialmente vulnerables, sobre todo quienes sufren patologías referidas a la salud mental. Esta exclusión de la solidaridad nos parece un déficit en este campo.
2. ¿La neurociencia puede afectar al derecho?
Tratamos ahora de responder a la segunda pregunta, pregunta que requiere de una respuesta evolutiva, gradual. Vayamos, pues, por pasos:
2.1. Primer paso: twitter y facebook/ia y algoritmos
Como decíamos en un anterior artículo, cotidiana e inocentemente damos “likes” en twitter o facebook. De repente, vemos que se nos está invitando a seguir a determinados usuarios. Es lógico, porque hemos creado un patrón.
Si eso lo hacemos en temas que no tienen demasiada trascendencia, como en Deporte o en Música, no le damos importancia. Pero si lo hacemos sobre determinados políticos, o determinadas líneas de pensamiento, y no otras, si bien tampoco le damos importancia, la tiene y mucha. Porque, entonces, estamos dando información de lo que pensamos y cómo pensamos sobre determinados hechos sociales o acontecimientos, políticas, líneas cognitivas…
La interfaz entre el Big Data, la Inteligencia Artificial y los Algoritmos hace que, sin darnos cuenta, estemos dando, y alguien guardando, datos sobre nosotros. Y no datos intrascendentes.
Como dice Martín Diz (En Barona, 2022):
En siglos pasados se buscaban piedras preciosas, plata, oro, petróleo. Ahora se buscan datos. Sí, el objeto de deseo y la llave de muchas puertas en este siglo XXI son los datos, la recopilación y tratamiento (automatizado) de ingentes cantidades de datos que permiten <<perfilar>>, esto es, que permiten predecir y anticipar, probabilísticamente, soluciones y situaciones. (p. 64)
¿Cómo y para qué los van a utilizar? De ahí la importancia de la Ley de Protección de Datos de Carácter Personal.
Pero no sólo: Mente Colmena (2022) hace referencia a una situación en la que vincula nuestro móvil con nuestros pensamientos. “Con ciertas reservas, podemos pensar que la neurotecnología comprende dispositivos tecnológicos, artefactos o máquinas que pueden de algún modo <<leer nuestra mente>>”.
De los “likes” hemos pasado a situaciones que no tienen ninguna gracia.
2.2. Segundo paso: derecho procesal
Damos un paso más. Tal y como ocurrió en el origen del Neuroderecho, en un proceso penal el abogado puede apoyarse en un medio de prueba neurotecnológico que, en virtud de su aplicación, acredite que existe una lesión cerebral en su cliente que le exima o atenúe su responsabilidad criminal.
No en vano, López Hernández (en Barona, 2022), afirma:
A modo ilustrativo, en la década de 1990, el neurólogo de la Universidad de California Adrian Raine testificó como experto en un juicio por violación y asesinato. Las imágenes de resonancia magnética del cerebro del acusado mostraron una actividad reducida de la corteza prefrontal que se cree explica su incapacidad para inhibir sus impulsos. Así pudo escapar de la pena de muerte. (p. 95)
De hecho, en 1991, Sherrod Taylor, Anderson Harp y Taylor Elliot escribieron un artículo en la revista Neuropsychology con el sugerente título “Neuropsychologies and neurolawyers”. Parece que fue este el origen del neologismo.
2.3. Tercer paso: derecho sanitario
Dando otro paso más, los nuevos descubrimientos en el ámbito clínico sobre neurociencias y neurotecnología pueden ser útiles para observar, conocer y explorar nuestro cerebro con la finalidad de comprobar si hay alguna lesión concreta. Entonces, tales técnicas lo que hacen es ayudar al médico a determinar un diagnóstico. Lo mismo ocurre para realizar el tratamiento concreto, incluso en un quirófano, pongo por caso.
Eso está bien. Esas tecnologías ayudan a mejorar nuestra salud.
Lo que puede ocurrir es que un fallo en la fabricación o una mala praxis en su utilización puedan generar Responsabilidad Civil Sanitaria. Como cualquier otra situación análoga en este contexto.
Ahora bien, yendo más allá, dependiendo de la finalidad en el uso de la tecnología, como ahora veremos con el principio de Skolnikoff, ésta también puede afectar al derecho a la información y el consentimiento informado: si ya se sabe qué va a decidir el paciente…
2.4. cuarto paso: derechos de la personalidad
Pero demos otro paso más. No hablamos ya de pruebas periciales y testificales, ni de ayudar a la medicina para mejorar la salud. Hablamos ahora del alcance del tratamiento (por medio de la dopamina o de la serotonina, por ejemplo) o del trasplante o implante cerebral, que permite saber, y no por nosotros como antes en tw o fb, lo que pensamos, nuestras opciones, nuestros deseos e, incluso, alterar nuestra personalidad: si lo que se pretende es mejorar las funciones de nuestro cerebro, con lo que se desconoce todavía de él, la técnica aplicada puede tener como consecuencia, como decimos, alterar nuestra personalidad, entre otros motivos porque no se sabe cómo puede afectar a otras zonas del cerebro.
Aquí ya hay derechos que, en función del prometido principio de Skolnikoff, pueden ser vulnerados. En virtud de este principio, “una tecnología puede ser utilizada para cualquier otro propósito que no había sido previsto originalmente en su diseño.” (Mente Colmena, en The Conversation, 2022)
Nos situaríamos, entonces, como vuelven a decir los mismos autores, ante “derechos humanos específicamente referidos al uso y aplicaciones de las neurotecnologías”.
Desde tales premisas, con la aparición de las neurotecnologías es necesario proteger jurídicamente el bien de la integridad del cerebro, quizá de la mente y, naturalmente, de la persona y su dignidad humana. De alguna manera, y en este caso concreto, nuestro interior.
En efecto, insistimos en que las neurotecnologías pueden explorar o visualizar médicamente, diagnosticar, tratar, curar el cerebro; pero también controlar, manipular y obtener información mediante técnicas invasivas y trasplantes.
Por todo ello, los derechos que más necesitarían de protección coincidirían, mutatis mutandis, con lo que en su día se llamó derechos de la personalidad (artículos 10, 15 y 18, siguientes y concordantes de la CE), y que luego dejaron de estar en boga, aunque quizá sea el momento de retomarlos.
Sobre la base de la Dignidad, estaríamos, ampliándolos, ante los siguientes derechos: Vida, Integridad Física y Moral, Honor, Imagen, Intimidad, Identidad, sobre todo este último, como tendremos ocasión de explicar más tarde. Pero también Libertad ideológica y de pensamiento, Libertad de opinión y expresión, Libertad de Conciencia, Igualdad y no discriminación
Son derechos extrapatrimoniales, referidos, de alguna manera y no todos ellos, al interior de la persona, tal y como hemos anticipado.
2.5. Quinto paso: los derechos a proteger se amplían
Ahora vamos a dar el último paso. ¿Y si el alcance o calado del tratamiento o del trasplante o implante cerebral o de una técnica neurológica concreta tiene como consecuencia alterar nuestra conducta e, incluso, determinar un comportamiento concreto manipulándolo, programándolo o modificándolo? Excuso decir si ese comportamiento constituye, o puede constituir, una conducta contra legem o delictiva.
En este caso, los derechos que pueden verse vulnerados se amplían considerablemente.
Sólo añadir que estos pasos están relacionados, no son autónomos.
3. ¿Cuál sería el papel del neuroderecho?
La Ética es una disciplina práctica, ya que enjuiciamos una acción como acertada o desacertada, buena o mala, verdadera o errónea, y tales juicios tienen la virtud de ayudar a poder modificar y reordenar nuestra conducta.
Pero la norma moral, como ya recordaba Vila-Coro (1995, p. 21), “es insuficiente porque, aunque abarca la dimensión social de la persona humana, opera inmediatamente en el plano interno de la conciencia, y el hombre es un ser dialógico que vive en sociedad.”
Por tanto, la aparición del Neuroderecho se hace necesaria por dos motivos:
Por un lado, protege los derechos de los demás cuando son, o se prevé que van a ser, vulnerados por las consecuencias de las acciones humanas en el contexto de las ciencias de la vida y de la salud, concretando ahora dicho contexto en la Neurociencia.
Por otro, respeta la dignidad humana mejor que la Neuroética porque la protege de modo más efectivo por su propia naturaleza y validez jurídica, pero también por su carácter coactivo, carácter del que la Ética carece. Al protegerla de modo más efectivo, entra en juego la seguridad jurídica.
Ese carácter coactivo hace que unas veces se llame “al Derecho para anular viejas prohibiciones que impiden el desarrollo de los nuevos caminos emprendidos, otras se pide que el Derecho construya nuevas prohibiciones e incluso intervenga con su arma más poderosa, esto es, la sanción penal”. (Serrano Ruiz-Calderón, en Tomás Garrido, 2001, p. 60)
Así pues, y resumiendo, el papel que el Neuroderecho juega en la Neuroética pasa por las siguientes funciones: 1) Eficacia: la ética no es coactiva. 2) Seguridad jurídica: debemos saber a qué atenernos. 3) Garantía: el derecho sirve para garantizar derechos. 4) Minimum ethicum: uno puede pensar lo que quiera, pero no debe hacer lo que quiera, pues existen límites que no deben sobrepasarse.
Ya recogimos la definición que de Neuroderecho fue elaborada por Lolas & Cornejo (2017, p. 67): “es la traducción del anglicismo neurolaw, que no es más que la interfaz entre todas aquellas disciplinas aglutinadas bajo el rótulo de neurociencias y derecho”.
Más tarde recogeremos otra definición que nos parece justificadamente pertinente por los riesgos que hemos descrito y explicado en los pasos anteriores.
4. La respuesta de la ley: ¿crear nuevos derechos o adaptar los ya existentes?
¿Cómo regular estas situaciones? ¿La novedad de este avance científico obliga a crear nuevos derechos? ¿O basta con la legislación vigente?
Pues la verdad es que las dos cosas. Empezando por la segunda, por necesaria, pero al ser insuficiente, haya que acudir a las dos. Y urge comenzar a hacerlo.
Ya hemos hablado de los derechos que pueden ser vulnerados, algunos de los cuales, no pocos, pueden protegerse con las Leyes que ya disponemos. Citando algunas de ellas a título de ejemplo, el Convenio de Oviedo, la Ley 41/2002 de Autonomía del Paciente, la Ley de Protección de Datos de Carácter Personal, el Artículo 1902, siguientes y concordantes del Código Civil (junto con las leyes complementarias y la doctrina jurisprudencial) y los artículos correspondientes del Código Penal.
Cierto es que se están dando avances relacionados con la Inteligencia Artificial, regulación que bien puede adaptarse, análogamente, al Neuroderecho.
Ahora bien, no es menos cierto que si nos atenemos sobre todo a los dos últimos pasos de los descritos y al avance de la Neurociencia, sí sería conveniente crear nuevos derechos. Y empezar a dedicarse de lleno a tal empresa.
Entre ellos, regular mejor el derecho a la identidad, entendiendo el mismo como tener derecho a ser quien uno es, y no otro; y el derecho a la integridad no sólo del cerebro, sino a la integridad psíquica y mental (insistimos en recordar la posible alteración de la personalidad y de la conducta), teniendo especial cuidado en la protección de los pacientes más vulnerables. Las implicaciones perjudiciales en caso de desprotección de tales derechos pueden ser de calado.
En este sentido, es Chile el país pionero en pretender legislar sobre esta materia.
En efecto, en Chile se ha modificado el artículo 19. 1º de su Constitución y se ha presentado un Proyecto de Ley, cuyo camino habrá que estar observando y analizando:
En efecto, a tenor del artículo 19. 1º de la Constitución chilena, “el desarrollo científico y tecnológico estará al servicio de las personas y se llevará a cabo con respeto a la vida y a la integridad física y psíquica. La ley regulará los requisitos, condiciones y restricciones para su utilización en las personas, debiendo resguardar especialmente la actividad cerebral, así como la información proveniente de ella.
El Proyecto de Ley versa sobre la protección de los neuroderechos y la integridad mental, y el desarrollo de la investigación y las neurotecnologías.
Es en este Proyecto de Ley donde se propone la definición de Neuroderecho que antes prometíamos (artículo 2.D): “Nuevos derechos humanos que protegen la privacidad e integridad mental y psíquica, tanto consciente como inconsciente, de las personas del uso abusivo de neurotecnologías”.
Todo ello, como dice López Hernández (en Barona, 2022, p. 95):
(…) con la finalidad de introducir una especial neuroprotección de la identidad mental, un reconocimiento como nuevo derecho humano del cerebro y su funcionalidad como núcleo del libre albedrío, pensamientos y emociones que caracterizan y diferencian a la especie humana. (P. 95)
En los Antecedentes del Proyecto de Ley se amplían a cinco los neuroderechos a proteger:
- Privacidad mental (los datos cerebrales de las personas).
- Identidad y autonomía personal.
- Libre albedrío y autodeterminación personal.
- Acceso equitativo a la aumentación cognitiva (para evitar producir inequidades).
- Protección de sesgos de algoritmos o procesos automatizados de toma de decisiones.
Es decir, queda fuera de toda duda que en virtud del principio de legalidad (artículo 9 CE) hay que regular esta nueva situación. Lo cual exige aplicar el derecho que ya existe, pero también crear nuevas leyes. E, incluso, preguntarse sobre la reforma de alguna de ellas: ¿la Ley 41/2002, de la que ya han pasado más de diez años, requeriría de reforma, por ejemplo?
Lo que ocurre es que no se debe promulgar una nueva ley precipitada y con sesgos ideológicos sobre un hecho tan nuevo de cuyas consecuencias todavía se desconocen en su completitud. Del cerebro se sabe mucho, pero se desconoce más. Y esto no es otra cosa que el consagrado principio de prudencia, ahora jurídico y no meramente ético como virtud, como así lo declaró la famosa Sentencia de Virginiamicina (“better safe than sorry”).
Lo acabado de decir es necesario sobretodo hoy, tal y como se hacen las leyes. Como se comprueba con demasiada frecuencia, hacen falta leyes, pero hace más falta buenas leyes. De ahí que sea tan importante el principio de prudencia.
Siempre recordamos el riesgo que ya anticipara Ollero (2006, p.21) cuando vaticinaba la influencia de la Biopolítica y la Bioeconomía sobre la Biolegislación. Lo que ocurre es que ahora el riesgo del sometimiento de la Neurolegislación rendiría su culto a la Neuropolítica, la Neuroeconomía y la Neuroindustria.
Ahora bien, sería bueno empezar a ponerse en camino para revisar y, en su caso y con prudencia, reformar la legislación tanto nacional como supranacional. Eso lleva tiempo. Mientras tanto, disponemos de legislación. Pero, insistimos: ¿es adecuada para regular la nueva situación o es necesaria la elaboración de nuevas leyes?
Entendemos, como conclusión, tal y como hemos intentado explicar, que es necesaria tanto la revisión y reforma (en su caso) de la legislación vigente, como la elaboración de nueva legislación, lo cual lleva tiempo, y debe hacerse equilibrada y prudentemente, pero urge empezar a hacerlo. Y hacerlo bien.
Como dice Carlos Amunátegui (en Guzmán, 2022), académico de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile, “si esperamos a que (la tecnología) madure, puede que no logremos regularla jamás”.
Bibliografía
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Tomás Garrido, G. M. (Coord.) (2001). Manual de Bioética. Editorial Ariel: Barcelona.
Vila-Coro, M. D. (1995). Introducción a la biojurídica. Servicio de publicaciones Facultad de Derecho Universidad Complutense: Madrid.
David Guillem-Tatay
Observatorio de Bioética
¿Por qué impulsamos la formación de sacerdotes?
Sin sacerdotes no hay Eucaristía. Como cristianos tenemos el deber de apoyar a los sacerdotes. De manera especial, impidiendo que se pierdan vocaciones por falta de medios económicos.
Todos conocemos la importancia de cuidar con esmero la etapa de formación para que, luego, redunde en el beneficio de los fieles, en el ejercicio de la labor pastoral.
CARF y el desafío de la formación sacerdotal
El Centro Académico Romano Fundación, CARF, nació en 1989 y desde entonces actúa de enlace entre miles de almas generosas, dispuestas a contribuir económicamente con ayudas y becas de estudio para que sacerdotes y seminaristas de todo el mundo reciban una sólida preparación teológica, humana y espiritual.
Más de 800 obispos de los cinco continentes solicitan anualmente plazas, en las diferentes facultades de Pamplona y Roma, y ayudas al estudio para sus candidatos.
Cada año académico asistimos con becas directas e indirectas aproximadamente a:
- 400 seminaristas.
- 1.120 sacerdotes diocesanos.
- 80 miembros de instituciones religiosas.
¿Dónde se forman los candidatos enviados por sus obispos?
Seminarios internacionales
Seminario Internacional Sedes Sapientiae
Erigido en Roma por la Santa Sede en 1991. Tiene capacidad para 85 seminaristas residentes y sus formadores. Ocupa el antiguo Conservatorio de san Pascual Baylon, en Trastevere, muy cerca de san Pedro y la Universidad Pontificia.
Seminario Internacional Bidasoa
Fundado en Pamplona por la Santa Sede en 1988. Cuenta con capacidad para 100 residentes y 10 formadores. En la actualidad ocupa una moderna construcción en Cizur Menor, cerca del Campus de la Universidad de Navarra.
Universidades Pontificias
Universidad Pontificia de la Santa Cruz
San Josemaría Escrivá siempre tuvo el deseo de crear en Roma un centro de enseñanza superior de ciencias eclesiásticas. El beato Álvaro del Portillo lo puso en marcha en 1984 como Centro Académico. Dispone de cuatro facultades eclesiásticas: Teología, Filosofía, Derecho Canónico y Comunicación Social Institucional, y de un Instituto Superior de Ciencias Religiosas.
Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra
Fueron erigidas por la Santa Sede en 1988 y sus títulos académicos tienen plena validez canónica. Hoy dispone de las facultades de Teología, Filosofía, Derecho Canónico, y del Instituto Superior de Ciencias Religiosas.
Colegios Sacerdotales y convictorios
Colegios Sacerdotales en Roma
Altomonte y Tiberino son dos colegios sacerdotales que cuentan con unas modernas instalaciones y más de 100 plazas para sacerdotes que estudian en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz.
Colegios mayores y residencias en Pamplona
Echalar, Aralar y Albáizar, junto con la residencia Los Tilos, poseen plazas para más de 130 estudiantes que llegan de todo el mundo para estudiar en las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra.
¿Qué estudios sacerdotales pueden cursar?
Áreas principales de estudios sacerdotales de las universidades eclesiásticas:
1
Teología
Abarcando diversidad de contextos culturales incluidos en la sociedad actual. Ofrece un proyecto formativo asentado en la convicción de entender que el Misterio de Cristo es fundamental.
2
Filosofía
Fomenta la conciliación entre el conocimiento de diferentes culturas, y entre la razón y fe. Se estudia el entendimiento de la verdad en su contexto antropológico e histórico-cultural.
3
Derecho canónico
Estudio de la ciencia que ahonda en el sistema jurídico teórico y practico de la Iglesia católica en el mundo, combinando la formación jurídica con la sensibilidad pastoral.
4
Comunicación
institucional
Tiene como objetivo formar profesionales en el campo de la comunicación para servir a las instituciones eclesiásticas.
Grados de formación dentro de los estudios sacerdotales y programas específicos:
Todos los estudios eclesiásticos cursados en Instituciones Pontificias habilitan para el ministerio sacerdotal en cualquier lugar del mundo si se cuenta con la debida licencia.
Primer ciclo - Licenciaturas
Formación de carácter específico con una duración de 3 años.
Licenciatura en Teología
Licenciatura en Filosofía
Bachillerato en Ciencias religiosas
Ciclo institucional en comunicación
Segundo ciclo - Especialización
Tercer ciclo - Doctorado
Otros programas - Diplomas
¿Cómo optar a la formación de sacerdotes?
Cada diócesis solicita las plazas que necesita para sus candidatos de forma directa a la institución correspondiente.
Finalizado el período de admisiones, las instituciones hacen sus peticiones de fondos a CARF para cubrir las becas otorgadas.
2.860.000 €
fondos aportados por CARF a becas en 2021
2.435.000 €
fondos aportados a docencia y gastos estructurales en 2021
«Para mí lo más emocionante de la enseñanza en la Universidad de la Santa Croce es ver, en los rostros y detrás de las caras de mis alumnos, a las almas cuyas vidas van a tocar. Las almas que yo probablemente nunca conoceré de India, África, América Latina, Europa y América del Norte; ese es el futuro de la Iglesia que veo en mis alumnos. Soy profundamente consciente cuando estoy enseñando en mi clase que estoy hablando con personas que serán profesores, tal vez incluso obispos, mártires y santos del siglo XXI».
Padre John Wauck · Profesor de Liturgia
Servir a la iglesia en los cinco continentes
Conoce los frutos de esta labor gracias al mapa interactivo y descubre la incesante labor de CARF por servir la iglesia -a más de 800 obispos-, en 131 países.
Colabora con un donativo
Cada año más de 800 obispos de todo el mundo solicitan ayudas al estudio para sus candidatos, que necesitan personas generosas que les ayuden a completar su formación eclesiástica. Desde CARF queremos poder atender todas las solicitudes.
La masculinidad de los niños varones
Por LaFamilia.info
Existen características propias de hombres y mujeres que se hacen notar desde temprana edad, y es desde ese momento donde los padres deben fomentarlas, como parte importante de la educación de la afectividad.
En este escrito sólo nos ocuparemos de los masculinos, pues para las niñas tenemos otro artículo dedicado a ellas, ver aquí.
Nada tiene que ver esto con pretender criar hijos “machos”. El concepto real de masculinidad dista mucho de la filosofía machista. Más bien, la masculinidad es el modo de relación propio del hombre, que dada su naturaleza, es disparejo a la mujer, pero la maravilla es el complemento que surge de la unión de ambos; en definitiva para ello fueron creados.
Es así, que pese a los intentos de grupos ideológicos por equiparar las particularidades entre los dos sexos y formar hijos “unisex”, hay condiciones innatas imposibles de negar, es una batalla perdida. El Licenciado en Ciencias de la Educación José Antonio Alcázar Cano, explica:
“Mujer y hombre son diferentes: físicamente, afectivamente, intelectivamente… La sexualidad es un componente claramente determinante de la personalidad. Determina al sujeto a ser persona masculina o persona femenina; es decir, varón o mujer. Estructuralmente -no de modo moral- es la diferenciación mayor que se da en el individuo. Este modo de definición que abarca connotaciones fisiológicas, afectivas y de relación, es determinante para la realización personal de los individuos singulares.” *Algunos principios en la educación de la afectividad - José Antonio Alcázar Cano.
El trabajo del padre
Dentro de la educación de la afectividad, los expertos recomiendan que sea el padre del mismo sexo del hijo, quien tome la delantera en ciertos puntos. Esto no quiere decir que el otro progenitor no sea importante dentro de su proceso educativo, sino que, hay estrategias que funcionan mejor si son los padres quienes se las enseñan a los niños y las madres a las niñas.
La figura del padre es determinante en la transmisión del concepto de masculinidad a los hijos. Es él quien emite el modelo principal de imitación y según se le observe, el hijo adoptará las conductas, de ahí su trascendencia, pues será el punto de referencia. El hijo debe aprender del padre, el papel que ejerce el varón dentro de la familia, así como las actividades afines a su sexo.
Tanto el padre como la madre, deben ejercer un esfuerzo significativo en el campo de la educación de los afectos; en especial el hombre ejerce tres funciones principales. Mª Carmen González Rivas, Psicóloga de la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Psicología de la Familia, las describe así:
Primera función del padre: el aporte de identidad
Dar identidad a otro no solo consiste en decirle quién eres tú, sino decirle qué eres tú: un hombre como papá, o una mujer como mamá. Quiere esto decir que dar identidad supone necesariamente dar identidad sexual. El padre da a los hijos su masculinidad siendo él el prototipo de hombre y confirma a las hijas en su feminidad remitiéndolas a la madre.
Segunda función del padre: el aporte de seguridad
El hijo, al verse amado por su padre descubre que no tiene nada que temer de él, más aún, se da cuenta por su propia experiencia sostenida en el tiempo que esa presencia en principio amenazadora no solo no le hace daño, sino que le ama, le cuida y le protege, y no solo a él sino a su madre.
Tercera función del padre: la introducción del hijo en la realidad
El padre, propicia la salida del hijo del ambiente materno facilitando así su inserción en la realidad externa, en el dinamismo de la vida.
¿Cómo se enseña la masculinidad?
Pues bien, tal como se señala en la parte preliminar, la mejor forma es con el ejemplo que el niño ve en su hogar. No se trata entonces, de establecer charlas directas con el niño debido a su corta edad -aunque también es muy necesario-, sino que este aprendizaje se transfiere por las vías de la imitación. El hijo verá en su padre lo que es un hombre y en la madre lo que es una mujer, y en consecuencia, desarrollará su identidad.
Entre tanto, cabe señalar que “los padres deben enseñar a su hijo que la virilidad no se manifiesta ni se demuestra con rudeza, agresividad, mal carácter o falta de control sobre su propio genio.” *Encuentra.com
A la hora de enseñar la masculinidad, se recomienda que padre e hijo, compartan actividades juntos, como por ejemplo: un paseo en bicicleta, una tarde de pesca, un paseo en el campo, un partido de fútbol, etc. Estas actividades le permiten al niño formar su identidad y relacionar el rol del hombre.
La familia: escuela de valores
¡Cuántos recuerdos vienen a mi memoria al mirar hacia atrás y, agradecido, valorar en todos los aspectos en que nos formaron nuestros padres!
Parece increíble, pero a medida que pasan los años vamos aquilatando todos los bienes recibidos. Desde un padre, que nos enseñó a estudiar con orden y disciplina, a ser fuertes, pacientes, a aprender a comportarnos apropiadamente ante cualquier situación. Como era adolescente, cualquier duda que tenía en cuanto a la sexualidad se la preguntaba, lo mismo que fenómenos sociales que presenciaba, como: la drogadicción, la pornografía, la orientación en determinadas lecturas, etc.
O una madre, que siempre estuvo a mi lado inspirándome, orientándome, ayudándome con las tareas (mi padre me auxiliaba con los problemas de Matemáticas), formándonos desde el modo de sentarme a la mesa y en mil detalles de urbanidad. En mi caso, fue ella la que nos inculcó la formación en la piedad cristiana.
Recuerdo un año en concreto, en tiempo de Cuaresma como el que estamos viviendo, me invitó a que asistiera a unas pláticas cuaresmales que se darían en la Parroquia dirigidas por un sacerdote predicador que venía desde Guadalajara a mi natal, Ciudad Obregón, Sonora. A mí no se me antojaba asistir y ella me iba recordando las fechas y los horarios. Yo me resistía auténticamente “como gato boca arriba”. Y como dice la canción de “La Negra” que dice “a todos dices que sí, pero no le dices cuando”. Le iba dando largas a este asunto, hasta que un día me dijo: “Hoy a las cuatro comienzan las pláticas. Deberías de ir porque te harán mucho bien”. Efectivamente fui, pero me senté en la última banca de la iglesia, muy cerca de la puerta de salida, con la intención de si me resultaba aburrida dicha plática, me iría cuando antes y en casa diría que sí estuve ahí.
Por esos años estaba muy de moda una melodía que cantaba el sonorense Javier Solís y que decía: “Sombras nada más, entre tu vida y la mía / sombras nada más entre tu amor y mi amor”. Reconozco que me gustaba mucho y la escuchaba con gusto en la radio. Pues para mi sorpresa, el Orador Sagrado comenzó su prédica utilizando esos mismos versos, comentando que reflexionáramos cómo era nuestra relación con Dios. Si nos movíamos “entre sombras nada más”, a distancia y era más bien un Ser Desconocido. Y eso me sacudió interiormente porque así era mi relación con Dios: fría, lejana, sin interés por acercarme a Él.
Entonces decidí quedarme a esa primera plática y fue desglosando otras canciones de moda, pero aplicadas a la vida interior. Y el resultado fue que decidí permanecer en todas las pláticas. Al finalizar, después de varios días de escuchar a aquel sacerdote, tuve una metamorfosis interior: de la inicial repulsión que sentía por todo lo clerical terminé “como un manso corderito” acudiendo al confesionario para hacer una buena confesión, después de muchos años no hacerla. Después comulgué y “me sentí como si entrara a una vida nueva”, como si mi existencia hubiera dado un giro de ciento ochenta grados. Acabé dándole gracias a aquel buen sacerdote y, sobre todo a mi madre, quien fue la que estuvo pendiente de que asistiera, naturalmente respetando mi libertad.
Y es que la familia es una escuela de amor, donde se transmiten los valores y un estilo familiar que da sello propio a cada hogar. Es decir, es el lugar donde deben aprenderse las mejores lecciones de vida. Cada uno de los hijos es moldeado en los buenos hábitos, valores y virtudes. Y es precisamente el cariño, la alegría, la paciencia y el optimismo, el ambiente idóneo que ayuda en esa labor de formación. ¡Qué importante es que los padres ayuden a visualizar ideales, metas a largo, mediano y a corto plazo! Y en cada paso que vayan nos ayudando a concretar esos retos y desafíos. De esta manera, se edifican personalidades que saben qué quieren hacer con sus vidas, se forjan caracteres firmes, con anhelos de superación en cada etapa.
Pero también intervienen los hermanos. Recuerdo que cierto día mi hermana mayor me comentó que a ella y a sus amigas les había hecho mucho bien un libro, titulado: “Camino” de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer. Me ofreció un ejemplar para que lo leyera. De entrada, pensé que se trataba de un libro muy clerical, “mochilón” como se dice en el argot coloquial y que “derramaba miel” por tener una piedad melosa. Pero no fue así, lo abrí de mala gana, pero al leer aquel primer punto en que dice: “Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil. (…) Ilumina con la luminaria de tu fe y de tu amor”. (…) Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón”. Reconozco que de inmediato cambié de opinión y le dije a mi hermana: “Sí me interesa leerlo”. Porque estaba abriéndolo en el capítulo “Carácter” y el autor continuaba comentando virtudes como voluntad, energía, ejemplo y muchos otros aspectos de superación personal y espiritual.
También influyen en la formación los tíos y, en mi caso y de modo particular mi abuelo materno, quien había sido Presidente Municipal de Navojoa, además de ser agricultor, ganadero y hombre de negocios. Él me insistía que eligiera muy bien mi carrera universitaria y que procurara no ser del montón, sino destacar siempre. Entré a la carrera de Filosofía y Letras y se alegró mucho porque, al terminarla, recibí una beca para estudiar un Posgrado en Comunicación por una prestigiada universidad de España.
“¡Aprovecha bien esa excelente oportunidad de conocer otro país y tener buenos profesores!”-me insistía. Y así fue. A mi regreso fui pronto a verlo para relatarle, en líneas generales, todo lo que había aprendido con gran complacencia de mi abuelo.
“Ahora tienes que dar buenos frutos de todo ese aprendizaje”. Y seguía de cerca mi desarrollo profesional. Nunca agradeceré bastante esa formación familiar recibida.
Derecho a la vida no debe ser trastocado por la CIDH: Mujeres Libres y Soberanas
El colectivo Mujeres Libres y Soberanas exigió a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) alejarse de ideologías impuestas por grupos radicales y dar marcha atrás en el caso denominado “Beatriz vs El Salvador”, pues, claramente, es contrario a los tratados internacionales vinculantes para la mayoría de países en América Latina.
El colectivo femenino informó que la CIDH escuchará en audiencia el próximo 22 y 23 de marzo el caso “Beatriz vs El Salvador”, caso que dijeron fue impulsado por grupos feministas radicales –como Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (Cejil); Ipas; Agrupación Ciudadana por la despenalización del aborto, terapéutico, ético y eugenésico– que quieren utilizar estos casos para que el aborto sea reconocido como un derecho a pesar de que no lo es.
Mujeres Libres y Soberanas exigieron que los jueces de la CIDH no usen el caso de dos mujeres salvadoreñas muertas para impulsar e imponer el aborto como un derecho en el continente americano.
A través de un comunicado, el colectivo femenino destacó que “la Convención Americana sobre Derechos Humanos, documento fundacional del Sistema Interamericano, no reconoce al aborto como un derecho, pues no lo es; en cambio sí reconoce el derecho a la vida desde la concepción (Art. 4) y el derecho a la salud (Art. 10 del protocolo adicional)”.
Marcela Errecalde, activista argentina y vocera del colectivo Libres y Soberanas, explicó que “Beatriz, mujer salvadoreña de escasos recursos, padecía lupus y tuvo a su primer bebé en 2012, con los cuidados necesarios proporcionados ya que su embarazo era de alto riesgo, dio a luz y se convirtió en madre. En 2013 queda embarazada, pero descubren que su beba tiene anencefalia”.
“La verdad es que Beatriz tenía un embarazo de alto riesgo –por su cuadro clínico de lupus–, pero con la atención médica adecuada podía seguir con su embarazo. Y así fue, Beatriz dio a Luz a su beba a quien nombró Leilani. La recién nacida vivió unas cuantas horas debido a su condición de anencefalia. Beatriz recuperó su salud y siguió adelante con su vida, pero cuatro años más tarde sufrió un accidente de motocicleta y murió a causa de las lesiones”.
Errecalde insistió en que “la vida de Leilani no tuvo menor valor por su condición de anencefalia. La muerte de Beatriz fue por un accidente que no tiene ninguna relación con el parto de Leilani cuatro años antes”.
Por su parte, Pilar Vázquez, vocera mexicana del movimiento femenino, reconoció que el Salvador cumplió y otorgó a Beatriz y a Leilani la protección de sus derechos. “Las dos tuvieron acceso a cuidados médicos de acuerdo con su diagnóstico médico”.
La activista pidió solución a los verdaderos problemas que afectan a las mujeres de la región, como: violencia, inseguridad, falta de atención a la salud integral, poco acceso a la educación, pobreza, trabajo no equitativo, maternidad sin protección, falta de oportunidades para las jóvenes, entre otros.
Culminó afirmando que “el aborto es violencia contra la mujer y no es un derecho reconocido en el marco del derecho internacional. Los jueces de la CIDH deben apegarse a su mandato y reconocer el primer derecho de todos los habitantes de nuestro continente americano, el derecho a la vida”.
La primera pandemia global de la historia ha puesto en el foco de la atención mediática algunas cuestiones que, de forma larvada, venían ya constituyendo verdaderos dramas. Uno de ellos es, sin duda, todo lo relacionado con la salud mental, que, de manera muy gráfica, muchos califican de “pandemia silenciosa”.
Solo en España, y solo hablando de suicidio, se quitan la vida más de cuatro mil personas al año, en unas cifras que, al tiempo que crecen, arrojan un retrato desolador sobre el tiempo que vivimos; un tiempo en el que, lejos de abordar las causas siempre complejas y diversas de fenómenos de estas características, en muchas ocasiones las potencia y se limita a rasgarse las vestiduras con las consecuencias indeseadas de aquello que se ha promovido.
Precisamente, el Papa Francisco, en un saludo enviado a los participantes en una jornada de estudio sobre discapacidad y enfermedad mental, celebrada en Roma, nos recordaba que el amor auténtico acoge al otro tal como es y no como pensamos que debería ser, según estándares demasiado precisos, porque el amor no produce desechos. Francisco apuntaba al corazón del asunto cuando subrayaba que, para bien o para mal, ningún hombre está solo, sino que vive siempre dentro de una red de relaciones.
Jesús Martínez Madrid
Necesaria la educación sentimental
La violencia por razón de sexo es uno de los problemas más importantes que tenemos en nuestra sociedad, al menos así nos lo quieren hacer ver muchas organizaciones y ciertos medios de comunicación. El año pasado fueron asesinadas 48 mujeres. La lucha contra la violencia que sufren las mujeres ha llevado a criticar el “amor romántico”, una expresión que puede tener muchas interpretaciones. La más negativa es la que convierte a la otra persona en lo único y fundamental de la existencia. Esto hace depender absolutamente de la otra persona, justificar todo en nombre de ese amor, y desesperar frente a la idea de que la persona querida se vaya. Estoy plenamente convencido de la necesidad de la educación sentimental.
Pedro García
En España, como -casi- siempre, la ideología y el populismo han primado sobre el sentido común e incluso sobre la seguridad y salud de los ciudadanos (véase como ejemplo la ley del “solo sí es sí”). Aquí, la ley trans fue respaldada por una amplia mayoría del Senado (PSOE, Unidas Podemos, Más País, ERC, PNV, EH Bildu, Compromís, Junts… los de siempre). Estamos ante una norma que permite el cambio de sexo sin informes médicos ¡desde los 12 años! y que ni siquiera comparten los altos cargos del Gobierno. Pero que, mientras en Europa es anulada, aquí es aprobada bajo la falsa bandera del feminismo.
La asociación AMANDA (Agrupación de Madres de Adolescentes y Niñas con Disforia Acelerada) lleva tiempo alertando de que esta ley puede provocar decisiones apresuradas y erróneas. Recalcan que “no hay que precipitarse en las operaciones de cambio de sexo”, especialmente en edades tempranas, como solución a problemas cuya causa a menudo radica en otras razones. ¿Suena coherente, verdad? Al parecer, no para quienes nos gobiernan.
Dejad de querer hormonar a nuestros hijos. Cuando sean adultos, ellos decidirán lo que quieren hacer con su vida y, por tanto, con su identidad. Pero no os aprovechéis de ellos para hacer política. Ellos no os han votado. Dejadles tranquilos.
Jesús D Mez Madrid
Suecia fue el primer país del mundo en autorizar jurídicamente el cambio de género hace ya 50 años, en 1972. Esta medida abrió además el camino para que los costes de la reasignación de género fueran asumidos por su seguridad social. Sin embargo, en los últimos meses el país nórdico ha decidido rectificar decisiones recientes y ha suspendido los tratamientos hormonales en menores de edad ya que, según las autoridades suecas, estas terapias han causado déficit de atención, autismo o problemas de alimentación en los jóvenes, entre otros múltiples desórdenes. Además, por supuesto, del altísimo riesgo de arrepentimiento posterior, ya destacable porcentualmente en aquellos que pasaron por el proceso en los últimos años.
Gran Bretaña ha seguido el mismo camino, en una decisión que casi causa una crisis constitucional. Escocia había aprobado en su parlamento una ley que rebajaba de 18 a 16 años el derecho a optar al cambio de género, sin necesidad de presentar un informe médico que avalase una disforia de género. Ante esta situación, el gobierno británico ha vetado la norma tras una valoración “minuciosa y cuidadosa de todos los consejos relevantes y las implicaciones políticas”. De este modo, el ejecutivo ha impedido que el proyecto de ley en Escocia sea ratificado. Es que rectificar es de sabios
Jesús Domingo Martínez
En la actual vida pública-política, términos como bien común, justicia, mayorías, democracia, soberanía, ciudadanía, patriotismo, igualdad, unidad, feminismo e incluso las realidades de la historia, se manosean y se prostituyen porque se usan como arma arrojadiza para aniquilar al adversario que piensa diferente.
La confrontación puramente política y la discusión ideológica están –es de esperar que no definitivamente- ausentes de la vida pública.
No se gobierna para la gestión ni para la deseable solución de los asuntos comunes y sus problemas; no se hace oposición para tratar de corregir, mejorar e intentar establecer unos planteamientos determinados derivados de una ideología concreta. Se ha llegado a un punto en el que ya ni siquiera prima el lógico y nada censurable interés electoral de cada formación, ahora solamente se busca, por cualquier método y sin reparar en éticas que se consideran trasnochadas, la descalificación de los otros.
Del reproche se ha pasado al insulto, del insulto a la venganza y de la venganza a la revancha más vergonzosa y esa vergüenza ha derivado en el “os vais a enterar”.
Se interpone un recurso o se toman determinadas decisiones, no tanto para lograr un objetivo concreto que suponga una mejora para los ciudadanos o la reparación de un daño jurídico o constitucional, como para machacar al otro, dejarle en evidencia ante la sociedad y, por supuesto, descalificarle de manera absoluta. Si tú haces, yo respondo e intento hundirte. A eso se está reduciendo el transcurrir político solamente “sobresaltado” por las elecciones, ya sean generales, autonómicas o municipales, cuyas campañas son continuas y continuadas y, en esas condiciones, los pactos normales, los acuerdos de interés general y los consensos en busca del bien común, se hacen inviables y solamente prosperan las coaliciones -como la que actualmente gobierna- disparatadas, imposibles de mantener y que se sustentan en el caldo de cultivo de la confrontación constante también en el seno de la propia coalición que solamente responde a intereses de partido cuando no personales.
Conceptos como parlamentarismo, decencia política, el razonamiento sosegado, o la búsqueda de lo más útil para el común, brillan por su ausencia, cuando no son denostados con calificativos más que disolventes.
Pedro García
Bullying, esta palabra tan tristemente de moda, se ocupa para definir la devastadora acción de lastimar a otro ser humano. Comprende la burla, la indiferencia, las ofensas, el maltrato, el rechazo, el hostigamiento, el abandono, la violencia… entre otras cosas, que se presentan a diario, de una y mil maneras, en los diferentes ambientes, en personas de cualquier edad, raza, sexo y condición social.
Es durísimo darse cuenta de que un ser humano pueda ser tan cruel y despersonalizarse al buscar provocar dolor en otro y causarle algún daño, con o sin conocimiento, de las consecuencias devastadoras sobre la persona agredida y sobre la persona que agrede, porque sin duda nadie gana, todos pierden. Lo más grave es, que lo que se pierde es; autoestima, aceptación, seguridad personal, confianza y las huellas del dolor que se causan son profundísimas, al nivel más íntimo personal. El remedio, la cura, es todo un proceso de sanación que podría durar toda la vida.
Y… estamos acostumbrados de alguna manera, terrible por cierto, a oír casos espeluznantes de abusos en las escuelas, entre jóvenes universitarios o en colegios entre adolescentes y/o niños… Reprobable rotundamente, pero ¿que me dices de cuando el abuso, el rechazo, la burla, la ofensa, el maltrato se da en casa? … Igual de terrible… o quizás más terrible aún…
Porque la familia es el primer contacto que tiene el ser humano con el mundo que le rodea, es en donde aprendemos a ser personas. Es en la familia, donde debe haber, ante todo, un ambiente que brinde un profundo respeto hacia cada integrante, que proporcione seguridad, aceptación, confianza y amor incondicional al ser, desde que es concebido, hasta siempre.
Los padres son las personas que deben rodear de atenciones y amor a aquellos dones maravillosos, los hijos, para su sano desarrollo y crecimiento, para su formación persona. Física, psicológica y espiritualmente hablando, son el padre y la madre los primeros educadores de la persona que nace en su seno.
¡Papás! ¡Mamás! Ustedes son los responsables de propiciar un ambiente en donde los hijos se sientan seguros, protegidos, amados por quienes son, pase lo que pase, hagan lo que hagan, digan lo que digan. Porque el amor de padre reconoce el valor de la existencia del hijo, de cada hijo, como un ser único e irrepetible, con una dignidad altísima, por cuya integridad han de velar.
Este amor en familia, se ha de manifestar en buen trato, en expresiones de cariño, en reconocimiento de las virtudes, cualidades y fortalezas de cada uno, en aceptar como son y cómo pueden llegar a ser. Sabiendo que se van a equivocar no una, sino mil veces y con amor han de ser corregidos cada vez que lo necesiten, así como han de ser abrazados, mimados, motivados, acompañados, más de lo que creemos que es necesario. Siempre enseñando el camino correcto para que se enamoren de la verdad y por convicción la sigan, comportándose así como niñas y niños que caminan construyendo su propio camino y que podrán enfrentar todo en la vida de la mejor manera.
Dile todos los días, a cada uno de tus pequeños y a los no tan pequeños: Te amo, te quiero, me encanta tu presencia, me hace feliz que existas, tu puedes, lo lograrás, saldrás adelante en lo que te propongas, te enseño, te ayudo, no te quedes ahí solo, te espero, hagámoslo juntos, platícame de ti, me interesas, confío en ti, eres capaz… Y destierra todo aquello que se opone a lo antes descrito.
Tú conoces tu corazón; papá, mamá, si es necesario pide perdón e inicia un nuevo modo de vivir en familia, lleno de amor y ternura, atacando el bullying de raíz. Esto también marcará su vida para siempre con una sonrisa en su rostro y en su corazón.
Por Rosario Prieto
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