Ideas Claras
DE INTERES PARA HOY lunes, 23 de enero de 2023
Indice:
Papa, Ángelus: que hermoso es dejar todo para experimentar el servicio
El Pontífice: La Palabra de Dios penetra como una espada para cambiarnos
El Papa a responsables de liturgia: “Llevar el pueblo a Cristo y Cristo al pueblo"
JUSTICIA EN LAS PALABRAS Y EN LOS JUICIOS : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del lunes: unidos a la raíz, unidos a Cristo
“Consummati in unum” : San Josemaria
Conferencia del Prelado: «Agrandar el corazón»
¿Quién fue San Pablo y qué herencia dejó a la Iglesia? : B. Estrada
La ternura de Dios (IV): Con el cariño en la mirada: misericordia y fraternidad : Carlos Ayxelá
Sexo, violencia, cerebro. : José Luis Velayos
¿Por qué se habla del “valor” del alma? : encuentra.com
El origen de la vida. Asombro y misterio : Gerardo Vidal Guzman
“Mi amigo Benedicto XVI”, por el cardenal Robert Sarah : + Cardenal Robert Sarah
La lucha de los primeros cristianos contra la práctica del aborto : Luis Antequera
NO TENGAMOS MIEDO CON BENEDICTO XVI (REMEMBRANZA) : Salvador I. Reding V.
¿Fue positivo el confinamiento radical de la población para acabar con la COVID? : Julio Tudela
Libro : Sanación y vocación. El compromiso religioso en cuidados de salud
Tras los pasos de san Juan Pablo II : Fundacion CARF
Un coloso de la Iglesia : Jesús Domingo Martínez
‘Vida eterna’ : Domingo Martínez Madrid
Que en vez de “seso” tengan sexo : José Morales Martín
The Chosen: “El Jesús que muestra la serie conecta con la audiencia porque ¡es tan creíble!” : Maria José Atienza
Papa, Ángelus: que hermoso es dejar todo para experimentar el servicio
El Santo Padre reza el Ángelus dominical tras presidir la Santa Misa de la Palabra de Dios, invitando a renunciar al tiempo que se pierde en tantas cosas inútiles y ponernos en camino emprendiendo las nuevas aventuras que nos pide el Señor.
Mireia Bonilla – Ciudad del Vaticano
En el domingo en el que la Iglesia celebra la Palabra de Dios, el Papa Francisco nos pide, antes del rezo mariano del Ángelus, dejar atrás y renunciar a ciertas cosas para decir si a la llamada de Jesús y escuchar lo que nos está pidiendo emprender en ese momento, al igual que hicieron sus primeros discípulos que, en el mar de Galilea, lo dejaron todo para seguir a Jesús. El Papa Francisco pone de ejemplo el evangelio del día, en el que Jesús vuelve a buscar a los pescadores allí donde viven y trabajan para dirigirles una llamada directa: "¡Sígueme!" y ellos "en seguida dejaron las redes y le siguieron". “Detengámonos en esta escena: es el momento del encuentro decisivo con Jesús, el que recordarán el resto de su vida y que entra en el Evangelio. A partir de entonces, siguen a Jesús y, para seguirle, se marchan”.
Tarde o temprano llega el momento en que es necesario tomar una decisión
“Este pasaje del Evangelio me impactó, esa experiencia de servicio me conmovió" expresa el Pontífice, y continúa: “al igual que los primeros discípulos, tarde o temprano llega el momento en que es necesario tomar una decisión: ¿dejo algunas certezas y emprendo una nueva aventura, o me quedo dónde estoy?” pregunta. Se trata de “un momento decisivo para todo cristiano, porque en él se juega el sentido de todo lo demás. El encuentro con Jesús: ¿qué hago? ¿Dejo mi egoísmo, por ejemplo, para seguirle o permanezco en mí? Aquí es donde se juega el resto. Si uno no encuentra el valor para ponerse en camino, corre el riesgo de permanecer espectador de su propia existencia y de vivir su fe a medias”.
22/01/2023El Pontífice: La Palabra de Dios penetra como una espada para cambiarnos
Para realizar la vida hay que aceptar el reto de marcharse
Francisco explica que para empezar "a dejar" es correcto que empecemos "pidiendo perdón": "perdono las cosas que no fueron buenas; pero dejo esas cosas y sigo adelante" e invita hoy a “dejar atrás lo que nos impide vivir plenamente, como los miedos, los cálculos egoístas y las garantías para mantenernos a salvo viviendo una vida mediocre”. Pero también nos pide “renunciar al tiempo que se pierde en tantas cosas inútiles”: “Qué hermoso es dejar todo esto para experimentar, por ejemplo, el arduo pero gratificante riesgo del servicio, o dedicar tiempo a la oración para crecer en la amistad con el Señor ”.
El Papa también pone el ejemplo de una familia joven, que deja atrás la vida tranquila para abrirse a la imprevisible y hermosa aventura de la maternidad y la paternidad: “es un sacrificio, pero basta una mirada a los niños para comprender que era justo dejar atrás ciertos ritmos y comodidades”. Así como los médicos o sanitarios “que han renunciado a tanto tiempo libre para estudiar y prepararse, y ahora hacen el bien dedicando muchas horas del día y de la noche, mucha energía física y mental a los enfermos”. Para Francisco, sin duda, hay que aceptar el reto de marcharse para realizar la vida y es precisamente a lo que nos invita Jesús hoy a cada uno de nosotros: "No tengáis miedo de marcharos si es para seguir a Jesús, siempre nos encontraremos aún mejor".
22/01/202El Papa ante revueltas en Perú: ¡No a la violencia, venga de donde venga!
En el Ángelus del domingo de la Palabra de Dios, el Pontífice hace varios llamamientos para que cese la violencia en Perú, en Myanmar y en la martirizada Ucrania.
El Pontífice: La Palabra de Dios penetra como una espada para cambiarnos
El Santo Padre preside la Santa Misa del Domingo de la Palabra de Dios y recuerda que su Palabra es para todos, nos invita a la conversión y nos llama a la misión de ser pescadores de hombres y decir: “Hermano, hermana, Dios se ha acercado a ti, escúchale y en su Palabra encontrarás un don maravilloso”.
Mireia Bonilla – Ciudad del Vaticano
“Jesús abandona la vida tranquila y oculta de Nazaret y se traslada a Cafarnaún, ciudad situada a orillas del mar de Galilea, lugar de paso, encrucijada de pueblos y culturas diferentes. La urgencia que le impulsa es el anuncio de la Palabra de Dios, que hay que llevar a todos” ha dicho el Papa Francisco durante su homilía pronunciada durante la Santa Misa del Domingo de la Palabra de Dios.
La Palabra de Dios es para todos
El Papa explica en primer lugar que, “la Palabra de Dios es para todos”, tal y como lo narra el Evangelio que nos presenta a Jesús siempre en movimiento, en camino hacia los demás y en ninguna ocasión de su vida pública nos da la idea de que sea un profesor estático, un doctor sentado en una cátedra; al contrario – dice – “lo vemos como un itinerante y peregrino, recorriendo pueblos y aldeas, encontrándose con rostros e historias” porque la Palabra de Dios “no está destinada sólo a los justos de Israel, sino a todos”.
De hecho, dice el Papa, “si la salvación está destinada a todos, incluso a los más alejados y perdidos, entonces el anuncio de la Palabra debe convertirse en la principal urgencia de la comunidad eclesial, como lo fue para Jesús”. En este sentido, Francisco advierte: “Que no nos suceda que profesemos a un Dios de corazón ancho y seamos una Iglesia de corazón estrecho; que prediquemos la salvación para todos y hagamos impracticable el camino para recibirla; que nos sepamos llamados a llevar el anuncio del Reino y descuidemos la Palabra, dispersándonos en tantas actividades secundarias”. En cambio, el Pontífice pide que “aprendamos de Jesús a poner la Palabra en el centro, a ensanchar nuestras fronteras, a abrirnos a las personas y a generar experiencias de encuentro con el Señor”.
La Palabra de Dios llama a la conversión
“Su Palabra nos sacude, nos inquieta, nos apremia al cambio, a la conversión; nos pone en crisis porque «es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo”. Son estas las palabras con las que el Pontífice ha descrito la Palabra de Dios, insistiendo en que “como una espada la Palabra penetra en la vida, haciéndonos discernir los sentimientos y pensamientos del corazón, es decir, haciéndonos ver cuál es la luz del bien a la que hay que dar cabida y dónde en cambio se adensan las tinieblas de los vicios y pecados que hay que combatir”. De hecho, Francisco hace hincapié en que su Palabra, cuando entra en nosotros, “transforma nuestro corazón y nuestra mente y nos cambia”.
Si queremos cambiar la perspectiva de nuestra vida, pero no sabemos por dónde empezar, el Papa nos dice el secreto: “tomar conciencia de la presencia de Jesús y hacer lugar a su Palabra” o, en otras palabras: “poner tu vida bajo la Palabra de Dios”. “Este es el camino que nos mostró el Concilio – recuerda el Papa – en el que todos, incluso los pastores de la Iglesia, estamos bajo la autoridad de la Palabra de Dios. No bajo nuestros propios gustos, tendencias y preferencias – señala el Papa – sino bajo la única Palabra de Dios que nos moldea, nos convierte y nos pide estar unidos en la única Iglesia de Cristo”.
La Palabra de Dios hace anunciadores
Por último, la Palabra de Dios, que se dirige a todos y llama a la conversión, “hace anunciadores”. Tal y como Jesús invitó con su Palabra a los hermanos pescadores Simón y Andrés a ser «pescadores de hombres» y salir al encuentro de sus hermanos y de proclamar la alegría del Evangelio, la Palabra de Dios a nosotros hoy “nos atrae hacia la “red” del amor del Padre” y “nos llama a anunciar su Palabra, a testimoniarla en las situaciones de cada día, a vivirla en la justicia y la caridad, a “darle carne” acariciando la carne de los que sufren”. "Y esto - apunta - no es proselitismo, porque la que llama es la Palabra de Dios, no nuestra palabra". Por tanto, nuestra misión – aclara el Papa – es: “convertirnos en buscadores del que está perdido, de quien se siente oprimido y desanimado, no para llevarlos a nosotros mismos, sino el consuelo de la Palabra, el anuncio impetuoso de Dios que transforma la vida, la alegría de saber que Él es Padre y se dirige a cada uno, la belleza de decir: “¡Hermano, hermana, Dios se ha hecho cercano a ti, escúchalo y en su Palabra encontrarás un don maravilloso!””.
Francisco agradece a cuantos trabajan para que la Palabra de Dios vuelva a estar en el centro
Francisco concluye diciendo simplemente “gracias” a quienes dedican sus esfuerzos para que la Palabra de Dios vuelva a estar en el centro, sea compartida y proclamada:
“Gracias a quienes la estudian y profundizan en su riqueza; gracias a los agentes pastorales y a todos los cristianos comprometidos en la escucha y difusión de la Palabra, especialmente a los lectores y catequistas, gracias a quienes han aceptado las numerosas invitaciones que he hecho para que lleven el Evangelio consigo a todas partes, para leerlo cada día. Y, por último, un agradecimiento especial a los diáconos y a los presbíteros: gracias, queridos hermanos, por no dejar que al Pueblo santo de Dios le falte el alimento de la Palabra”.
El Papa a responsables de liturgia: “Llevar el pueblo a Cristo y Cristo al pueblo"
“Una celebración que no evangeliza no es auténtica”, por eso, considerar los progresos y aspectos que deben corregirse, proponer una liturgia que pueda ser imitada, ayudar a redescubrir la belleza de la liturgia y redescubrir y valorar el silencio, fueron algunas de las indicaciones que el Papa Francisco ofreció a los participantes al curso para responsables diocesanos de celebraciones litúrgicas, a quienes recibió este 20 de enero en el Vaticano.
Vatican News
La liturgia “es el arte primario de la Iglesia, el que la constituye y caracteriza”, por ello, el cuidado de las celebraciones exige preparación y compromiso, además de un profundo conocimiento y un profundo sentido pastoral. El Papa a los participantes en el curso "Vivir en plenitud la acción litúrgica" del Pontificio Instituto San Anselmo para los responsables diocesanos de las celebraciones litúrgicas, ofreció este viernes 20 enero algunas reflexiones para el servicio que realizan.
Llevar el pueblo a Cristo y a Cristo el pueblo
En primer lugar, haciendo presente que hoy ya no se habla de "maestro de ceremonias", sino que los libros litúrgicos se refieren al “maestro de celebraciones”, el Papa Francisco subrayó que el maestro “enseña” la liturgia cuando “guía al encuentro con el misterio pascual de Cristo”. El “tener siempre ante los ojos el bien de las comunidades, la atención pastoral de los fieles, para llevar el pueblo a Cristo y a Cristo el pueblo” es uno de los principios cardinales del Vaticano II, y es el objetivo principal de la liturgia “que también – dijo el Papa - debe estar en primer plano a la hora de preparar y dirigir las celebraciones”.
Si descuidamos esto – advirtió Francisco - tendremos bellos rituales, pero sin fuerza, sin sabor, sin sentido porque no tocan el corazón y la existencia del pueblo de Dios. [...] Es Cristo quien hace vibrar el corazón, es el encuentro con Él lo que atrae el espíritu. ‘Una celebración que no evangeliza no es auténtica’ (Desiderio desideravi, 37).
La misión pastoral de formar al clero y los fieles
"Recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica y seguir asombrándose de lo que sucede en la celebración ante nuestros ojos" - uno de los objetivos del Concilio - se logra cuando “el propio maestro crece primero en la escuela de la liturgia y participa en la misión pastoral de formar al clero y a los fieles”. Por eso, dijo el Papa, es “indispensable que se provea antes que nada a la educación litúrgica del clero”. Es ante todo “celebrando”, afirmó luego Francisco, como se realiza la “aplicación práctica” indicada por el Concilio:
El decoro, la sencillez y el orden se consiguen cuando todos, poco a poco, a lo largo de los años, asistiendo al rito, celebrándolo, viviéndolo, comprenden lo que tienen que hacer. Por supuesto, como en una gran orquesta, cada uno debe conocer su parte, los movimientos, los gestos, los textos que pronuncia o canta; así la liturgia puede ser una sinfonía de alabanza, una sinfonía aprendida de la lex orandi de la Iglesia.
Considerar los progresos y aspectos que deben corregirse
El Santo Padre animó a los participantes en el curso para responsables litúrgicos a “ayudar a los superiores de los seminarios a presidir de la mejor manera posible, a cuidar la proclamación, los gestos, los signos, para que los futuros presbíteros, junto con el estudio de la teología litúrgica, aprendan a celebrar bien y el estilo de presidir”. Y habiendo constatado que “se aprende observando diariamente a un presbítero que sabe presidir, celebrar, porque ‘vive la liturgia’ y, cuando celebra, ‘reza’”, los exhortó a ayudar también a los responsables de los ministerios a preparar la liturgia de las parroquias poniendo en marcha pequeñas escuelas de formación litúrgica, que combinen fraternidad, catequesis, mistagogía y praxis celebrativa.
Proponer una liturgia que pueda ser imitada
Por otra parte, destacó que es bueno “valorizar el estilo celebrativo” que se vive en las parroquias: No tiene sentido – dijo - hacer un bonito "desfile" cuando está el obispo y luego todo vuelve a ser como antes.
Su tarea no es organizar el rito de un día, sino proponer una liturgia que pueda ser imitada, con aquellas adaptaciones que la comunidad pueda asumir para crecer en la vida litúrgica.
Ayudar a redescubrir la belleza de la liturgia
De hecho, - continuó - ir a las parroquias y no decir nada ante liturgias un poco desprolijas, descuidadas, mal preparadas, significa no ayudar a las comunidades, no acompañarlas. En cambio, con “delicadeza, con espíritu de fraternidad, es bueno ayudar a los pastores a reflexionar sobre la liturgia, a prepararla con los fieles”.
En esto el maestro de celebraciones debe usar una gran sabiduría pastoral: si está en medio del pueblo, comprenderá y sabrá inmediatamente cómo acompañar a sus hermanos, cómo sugerir a las comunidades lo que es adecuado y viable, qué pasos son necesarios para redescubrir la belleza de la liturgia y del celebrar juntos.
Redescubrir y valorar el silencio
Cuidar el silencio - especialmente antes de las celebraciones - fue la última recomendación del Papa. “A menudo, las sacristías son ruidosas antes y después de las celebraciones, pero el silencio – aseguró - abre y prepara al misterio, permite la asimilación, deja resonar el eco de la Palabra escuchada”.
La fraternidad es hermosa, saludarse, pero es el encuentro con Jesús lo que da sentido a nuestro encontrarnos, a nuestro reunirnos. ¡Debemos redescubrir y valorar el silencio!
Finalizando su discurso, el pontífice expresó a los participantes en el curso su aliento por “lo que están haciendo al servicio de la realización de la reforma” confiada por los Padres conciliares, y les instó a ayudar a las comunidades a “vivir la liturgia, a dejarse modelar por ella, para que -como dice la Escritura- ‘el que tenga sed, que se acerque; y el que quiera, reciba gratis agua de vida’ (Ap 22,17)”.
“Ofrezcamos a todos el agua de manantial que brota abundantemente de la liturgia de la Iglesia.”
JUSTICIA EN LAS PALABRAS Y EN LOS JUICIOS
— Los «pecados de la lengua». Callar cuando no se puede alabar.
— No formar juicios precipitados. El amor a la verdad nos llevará a buscar una información veraz y a contribuir con los medios a nuestro alcance a la veracidad en los medios de comunicación.
— El respeto a la intimidad.
I. Las gentes de corazón sencillo se quedan pasmadas ante los milagros y la predicación del Señor. Otros, ante los hechos más prodigiosos, no quieren creer en la divinidad de Jesús. El Señor acaba de arrojar un demonio –nos dice San Marcos en el Evangelio de la Misa1– y, mientras que la gente se quedó admirada2, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: Tiene a Beelzebul y en virtud del príncipe de los demonios arroja a los demonios. Por falta de buenas disposiciones las obras del Señor son interpretadas como obras del demonio. ¡Todo puede ser confundido si falta rectitud en la conciencia! En el colmo de su obcecación, llegan a decir de Jesús que tenía un espíritu inmundo3. ¡Él que era la misma santidad!
Por amor a Dios y al prójimo, por amor a la justicia, el cristiano debe ser justo también en el decir, en un mundo en que tanto se maltrata con las palabras. «Al hombre se le debe el buen nombre, el respeto, la consideración, la fama que ha merecido. Cuanto más conocemos al hombre, tanto más se nos revela su personalidad, su carácter, su inteligencia y su corazón. Y tanto más nos damos cuenta (...) del criterio con que debemos “medirlo”, y qué quiere decir ser justos con él»4. Con frecuencia, el poco dominio de la lengua, «la ligereza en el obrar y en el decir», son manifestaciones de «atolondramiento y de frivolidad»5, de falta de contenido interior y de presencia de Dios. ¡Y cuántas injusticias se pueden cometer al emitir juicios irresponsables sobre el comportamiento de quienes conviven, trabajan o se relacionan con nosotros! El Apóstol Santiago nos dejó escrito que la lengua puede llegar a ser un mundo de iniquidad6.
Toda persona tiene derecho a conservar su buen nombre, mientras no haya demostrado con hechos indignos, públicos y notorios, que no le corresponde. La calumnia, la maledicencia, la murmuración... constituyen grandes faltas de justicia con el prójimo, pues el buen nombre es preferible a las grandes riquezas7, ya que, con su pérdida, el hombre queda incapacitado para realizar una buena parte del bien que podía haber llevado a cabo8. El origen más frecuente de la difamación, de la crítica negativa, de la murmuración, es la envidia, que no sufre las buenas cualidades del prójimo, el prestigio o el éxito de una persona o de una institución.
Murmuran también quienes cooperan a su propagación de palabra, a través de la prensa o de cualquier medio de comunicación, haciendo eco y dando publicidad a hechos o dichos calumniosos comentados al oído; o bien mediante el silencio, por ejemplo cuando se omite la defensa de la persona injuriada, pues el silencio –muchas veces– equivale a una aprobación de lo que se oye; también se puede difamar «alabando», si se rebaja injustamente el bien realizado. En otras ocasiones, comentar rumores infundados es una verdadera injusticia contra la buena fama del prójimo. Cuando la difamación se realiza a través de revistas, periódicos, radio, televisión, etc., aumenta la difusión y, por tanto, la gravedad. Y no solo las personas tienen derecho a su honor y a su fama, sino también las instituciones. La difamación contra estas tiene la misma gravedad que la que se comete contra las personas, y a veces aumenta esta gravedad por las consecuencias que puede tener el desprestigio público de las instituciones desacreditadas9.
Podemos preguntarnos hoy en nuestra oración si en los ambientes en los que se desarrolla nuestra vida (familia, trabajo, amigos...) se nos conoce por ser personas que jamás hablan mal del prójimo, si realmente vivimos en toda ocasión aquel sabio consejo: «cuando no puedas alabar, cállate»10.
II. Debemos pedirle al Señor que nos enseñe a decir lo que conviene, a no pronunciar palabras vanas, a conocer el momento y la medida en el hablar, y saber decir lo necesario y dar la respuesta oportuna; «a no conversar tumultuosamente y a no dejar caer como una granizada, por la impetuosidad en el hablar, las palabras que nos salen al paso»11. Cosa por desgracia frecuente en muchos ambientes.
Nosotros viviremos ejemplarmente este aspecto de la caridad y de la justicia si, con la ayuda de la gracia, mantenemos un clima interior de presencia de Dios a lo largo de nuestra jornada, si evitamos con prontitud los juicios negativos. La justicia y la caridad son virtudes que hemos de vivir, en primer lugar, en nuestro corazón, pues de la abundancia del corazón habla la boca12. Ahí, en nuestro interior, es donde habitualmente debemos tener un clima de comprensión hacia el prójimo, evitando el juicio estrecho y la medida pequeña, pues «muchos, también gentes que se tienen por cristianas (...), imaginan, antes que nada, el mal. Sin prueba alguna, lo presuponen; y no solo lo piensan, sino que se atreven a expresarlo en un juicio aventurado, delante de la muchedumbre»13.
El amor a la justicia ha de llevarnos a no formar juicios precipitados sobre personas y acontecimientos, basados en una información superficial. Es necesario mantener un sano espíritu crítico ante informaciones que pueden ser tendenciosas o simplemente incompletas. Con frecuencia, los hechos objetivos vienen envueltos en opiniones personales; y cuando se trata de noticias sobre la Fe, la Iglesia, el Papa, los Obispos, etcétera, estas noticias, si están dadas por personas sin fe o sectarias, con gran facilidad llegan deformadas en su más íntima realidad.
El amor a la verdad debe defendernos de un cómodo conformismo, y nos llevará a discernir, a huir de las simplificaciones parciales, a dejar a un lado los canales informativos sectarios, a desechar el «se dice», a buscar siempre la verdad y a contribuir positivamente a la buena información de los demás: enviando cartas aclaratorias a la prensa, aprovechando una información parcial o sectaria para hablar con veracidad y sentido positivo de ese tema dentro del círculo de personas en el que se desenvuelve nuestro vivir diario..., y, por supuesto, no colaborando –ni con una sola moneda– al sostenimiento de ese periódico, de esa revista, de ese boletín. Si todos los cristianos actuásemos así, cambiaríamos muy pronto la confusa situación de atropello a la dignidad de las personas que se produce en muchos países.
Comencemos nosotros por ser justos en nuestros juicios, en nuestras palabras, y procuremos que esa virtud se viva a nuestro alrededor, sin permitir la calumnia, la difamación, la maledicencia, por ningún motivo. Una manifestación clara de ser justos y de amor a la verdad es rectificar la opinión –si es necesario, también públicamente– cuando advertimos que, a pesar de nuestra buena intención, nos hemos equivocado o tenemos un nuevo dato que obliga a replantear un juicio anterior.
III. Es un hecho que quien tiene deformada la vista ve deformados los objetos; y quien tiene enfermos los ojos del alma verá intenciones torcidas y oscuras donde solo hay deseos de servir a Dios, o bien verá defectos que en realidad son propios. Ya aconsejaba San Agustín: «procurad adquirir las virtudes que creáis que faltan en vuestros hermanos, y ya no veréis sus defectos, porque no los tendréis vosotros»14. Pidamos mucho al Señor ver siempre, y en primer lugar, lo bueno, que es mucho, de quienes están con nosotros. Así sabremos disculpar sus errores y ayudarles a superarlos.
Vivir la justicia en las palabras y en los juicios es, también, respetar la intimidad de las personas, protegerla de curiosidades extrañas, no exponer en público lo que debe permanecer en privado, en el ámbito de la familia o de la amistad. Es un derecho elemental que vemos frecuentemente dañado y maltratado. «No costaría trabajo alguno señalar, en esta época, casos de esa curiosidad agresiva que conduce a indagar morbosamente en la vida privada de los demás. Un mínimo sentido de la justicia exige que, incluso en la investigación de un presunto delito, se proceda con cautela y moderación, sin tomar por cierto lo que solo es una posibilidad. Se comprende claramente hasta qué punto la curiosidad malsana por destripar lo que no solo no es un delito, sino que puede ser una acción honrosa, deba calificarse como perversión.
»Frente a los negociadores de la sospecha, que dan la impresión de organizar una trata de la intimidad, es preciso defender la dignidad de cada persona, su derecho al silencio. En esta defensa suelen coincidir todos los hombres honrados, sean o no cristianos, porque se ventila un valor común: la legítima decisión a ser uno mismo, a no exhibirse, a conservar en justa y pudorosa reserva sus alegrías, sus penas y dolores de familia»15.
«“Sancta Maria, Sedes Sapientiae” —Santa María, Asiento de la Sabiduría. —Invoca con frecuencia de este modo a Nuestra Madre, para que Ella llene a sus hijos, en su estudio, en su trabajo, en su convivencia, de la Verdad que Cristo nos ha traído»16.
1 Mc 3, 22-30. — 2 Cfr. Lc 11, 14. — 3 Mc 3, 30. — 4 Juan Pablo II, Alocución 8-XI-1978. — 5 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 17. — 6 Sant 3, 6. — 7 Prov 22, 1. — 8 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 73, a. 2. — 9 F. Fernández Carvajal, Antología de textos, voz Difamación. — 10 San Josemaría Escrivá, o. c., n. 443. — 11 San Gregorio de Nisa, Homilía I, sobre los pobres que han de ser amados. — 12 Mt 12, 34. — 13 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 67. — 14 San Agustín, Comentario al Salmo 30. — 15 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 69. — 16 ídem, Surco, n. 607.
Evangelio del lunes: unidos a la raíz, unidos a Cristo
Comentario de lunes de la 3.ª semana del tiempo ordinario. “Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir”. Un camino para conseguir esta unidad con Dios es ser muy fieles y rezar diariamente por el Papa y por la Iglesia.
23/01/2023
Evangelio (Mc 3, 22-30)
En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: “Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas: ¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre. Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Comentario
En el Evangelio de hoy meditamos sobre nuestra propia actitud de corazón. Los escribas han visto los grandes milagros de Jesús y han escuchado sus enseñanzas. Aun así, le acusan de hacer esos prodigios por el poder de Satanás. Su actitud es ponerse por encima del Señor. No sabemos el motivo de su rechazo, pero podemos intuirlo: el mensaje de Jesús no es el que esperan, prefieren seguir amarrados a su propia doctrina, intenciones o planes. Y eso les lleva a rechazar a Dios.
Tú y yo, en ocasiones, también podemos actuar como los escribas. Quizá no con un rechazo frontal, pero si negando sus enseñanzas en nuestro interior. Puede ocurrirnos que pensemos que una enseñanza de la Iglesia es muy dura y prefiramos seguir amarrados a nuestras propias opiniones, o que no queramos hacer algo que Dios nos pide y prefiramos aferrarnos a una solución que nos es más agradable, pero que no es la que Dios quiere.
El camino del cristiano es de seguimiento de Cristo. En ocasiones el camino es arduo, pero en él está la felicidad. Hacer lo que Dios quiere de mí, unirme a Su voluntad y aceptarla, aunque cueste, este es el camino del amor.
Estamos en el octavario para la unidad de los cristianos. Para lograr la unidad de los cristianos, es preciso primero que nosotros estemos muy unidos a la raíz, a Jesús. Y el medio para conseguirlo es a través de la oración, momento en que conocemos la voluntad de Dios para mí.
Por eso, una actitud que debemos fomentar frecuentemente es la de perdonarnos a nosotros mismos, por nuestros pecados personales. El que no reconoce que ha pecado, no se perdona a sí mismo y sigue amarrado a sus propias convicciones, que no son las de Dios. El papa Francisco, en una audiencia del 27 de agosto de 2014 dijo: “Dios, sin embargo, quiere que crezcamos en nuestra capacidad de acogernos, de perdonarnos, de querernos, para parecernos cada vez más a Él que es comunión y amor”.
No podemos salvarnos por nosotros mismos, necesitamos la gracia de Dios. Si rechazamos la ayuda de Dios, el amor infinito que Dios nos tiene, no podremos alcanzar la santidad. Porque la salvación no es un premio merecido a la lucha de una vida, es más bien un don inmerecido que Dios da a aquellos que buscan amarle. Si uno rechaza la ayuda del Espíritu Santo, rechaza este don de Dios que es su propia salvación.
San Josemaría repetía con frecuencia una jaculatoria “Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam”, para que todos los cristianos tengamos una misma voluntad, un mismo corazón, un mismo Espíritu. Busquemos estar siempre muy unidos a Dios a través de la oración. Un camino para conseguir esta unidad es ser siempre muy fieles y rezar diariamente por el Papa y por la Iglesia.
A quienes aspiran a la unidad, hemos de colocarles frente a Cristo que ruega para que estemos consummati in unum, consumados en la unidad. El hambre de justicia debe conducirnos a la fuente originaria de la concordia entre los hombres: el ser y saberse hijos del Padre, hermanos. (Es Cristo que pasa, 157)
23 de enero
¡Triste ecumenismo el que está en boca de católicos que maltratan a otros católicos! (Surco, 643)
Una vez comenté al Santo Padre Juan XXIII, movido por el encanto afable y paterno de su trato: "Padre Santo, en nuestra Obra siempre han encontrado todos los hombres, católicos o no, un lugar amable: no he aprendido el ecumenismo de Vuestra Santidad". Él se rió emocionado, porque sabía que, ya desde 1950, la Santa Sede había autorizado al Opus Dei a recibir como asociados Cooperadores a los no católicos y aun a los no cristianos.
Son muchos, efectivamente –y no faltan entre ellos pastores y aun obispos de sus respectivas confesiones–, los hermanos separados que se sienten atraídos por el espíritu del Opus Dei y colaboran en nuestros apostolados. Y son cada vez más frecuentes –a medida que los contactos se intensifican– las manifestaciones de simpatía y de cordial entendimiento a que da lugar el hecho de que los socios del Opus Dei centren su espiritualidad en el sencillo propósito de vivir responsablemente los compromisos y exigencias bautismales del cristiano. El deseo de buscar la perfección cristiana y de hacer apostolado, procurando la santificación del propio trabajo profesional; el vivir inmersos en las realidades seculares, respetando su propia autonomía, pero tratándolas con espíritu y amor de almas contemplativas; la primacía que en la organización de nuestras labores concedemos a la persona, a la acción del Espíritu en las almas, al respeto de la dignidad y de la libertad que provienen de la filiación divina del cristiano. (Conversaciones, 22)
Conferencia del Prelado: «Agrandar el corazón»
Algunas consideraciones de Mons. Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei, sobre la acción social del cristiano a la luz del mensaje de san Josemaría, que tuvo lugar en la jornada #BeToCare, en la que participaron 200 emprendedores sociales de 30 países.
22/01/2023
Sumario
- Introducción
- La dimensión espiritual
- La dimensión profesional
- La dimensión personal
- La dimensión colectiva
- En el horizonte del centenario del Opus Dei (2028-2030)
Con motivo del décimo aniversario de Harambee, Mons. Javier Echevarría pronunció la conferencia El corazón cristiano, motor del desarrollo social[1]. Al cumplirse 20 años de la misma iniciativa y en el marco de esta Jornada sobre innovación social, quisiera continuar las reflexiones de mi predecesor. A la luz de la doctrina social de la Iglesia y del mensaje de san Josemaría, me detendré sobre la dimensión social de la vocación cristiana.
Hace diez años, don Javier nos recordaba que el diálogo entre Jesús y un doctor de la Ley expresa que el amor a Dios es inseparable del amor a los demás: “cuando un doctor de la ley le preguntó cuál era el primer mandamiento, el Señor no se limitó a indicar que el amor a Dios es el más grande y primer mandamiento, sino que añadió la necesidad de amar al prójimo como mandamiento incluido en el primero (Mt 22, 35-39)”[2].
Es importante tener presente la dimensión relacional de la persona. Benedicto XVI, en la encíclica Caritas in veritate, afirma que “la criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales. Cuanto más las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal”. Esta realidad “obliga a una profundización crítica y valorativa de la categoría de la relación (…)” y ayuda a “captar con claridad la dignidad trascendente del hombre”[3].
Vosotros, con modos y perspectivas muy diversas, os dedicáis profesionalmente a cuidar y dignificar personas, especialmente a las más necesitadas. Sabéis por experiencia que, aunque las instituciones y las estructuras sean necesarias, para lograr el verdadero desarrollo integral, es preciso también el encuentro entre personas, crear los contextos y las condiciones para que el desarrollo pueda ocurrir, para que la persona tenga la oportunidad de perfeccionarse en todas sus dimensiones. Como discípulos de Jesucristo, estamos llamados por un nuevo título -el de cristianos- a cuidar a las personas, a cuidar el mundo.
¿Qué vemos en el mundo? Junto a nuevas posibilidades de promoción humana ofrecidas por los avances en salud, tecnología, comunicaciones y tantos ejemplos inspiradores, afloran las injusticias y heridas por las que sangra la humanidad. “En el mundo actual, la pobreza presenta muchos rostros diversos: enfermos y ancianos que son tratados con indiferencia, la soledad que experimentan muchas personas abandonadas, el drama de los refugiados, la miseria en la que vive buena parte de la humanidad como consecuencia muchas veces de injusticias que claman al Cielo”[4].
Como os decía también en una carta de 2017, “Nada de esto nos puede resultar indiferente”, todos y todas estamos llamados a “poner en movimiento la «imaginación de la caridad» para llevar el bálsamo de la ternura de Dios a todos nuestros hermanos que pasan necesidad”[5].
Cuando los seres humanos ignoran o se desentienden de su condición de ser hijos de Dios, todas sus relaciones quedan afectadas: con uno mismo, con los demás y con la creación. Como ha dicho el Papa Francisco, la interdependencia se transforma en dependencias, “perdemos esta armonía de interdependencia en la solidaridad”[6].
Somos corresponsables de cuidar el mundo, estableciendo relaciones fundadas en la caridad, la justicia y el respeto, especialmente superando la enfermedad de la indiferencia. San Juan Pablo II escribió: “Sí, cada hombre es «guarda de su hermano», porque Dios confía el hombre al hombre”[7].
Buena parte de las iniciativas a las que representáis han nacido por inspiración de san Josemaría. Y muchos de vosotros, a partir de la misma inspiración, trabajáis en organizaciones de signos y orientaciones diversas porque os habéis sentido empujados a “hacer algo”, a no quedaros con los brazos cruzados.
Está en el núcleo del espíritu del Opus Dei convertir las realidades ordinarias en lugar de encuentro con Dios y de servicio a los demás; la aspiración de personas maduras, sensibles hacia los demás y profesionalmente competentes, que buscan hacer del mundo un lugar más justo y fraterno. “Amar al mundo apasionadamente”, implica conocerlo, cuidarlo y servirlo.
La actitud ante las necesidades sociales la resumía san Josemaría en una carta publicada en los años 50 del siglo pasado: “Un cristiano no puede ser individualista, no puede desentenderse de los demás, no puede vivir egoístamente, de espaldas al mundo: es esencialmente social, miembro responsable del Cuerpo Místico de Cristo”[8].
De la mano del fundador del Opus Dei, en esta sesión me detendré en cuatro dimensiones: la espiritual, la profesional, la personal y la colectiva.
La dimensión espiritual
Podría parecer utópico pensar que somos capaces de hacer algo para paliar el sufrimiento de la humanidad. Sin embargo, sabemos que es Jesús quien carga con el dolor humano. Las llagas en su costado, en sus manos y en sus pies recuerdan las llagas del mundo. Y Jesús nos ha dicho: “lo que hicisteis con uno de estos conmigo lo hicisteis”[9].
El camino de identificación con Cristo va transformando el corazón humano y lo abre a la caridad. La unión con el Señor, en los sacramentos y en la oración, lleva a descubrir al prójimo y sus necesidades y a prestar menos atención a uno mismo. La caridad cambia la mirada. “La caridad de Cristo no es solo un buen sentimiento en relación al prójimo; no se para en el gusto por la filantropía. La caridad, infundida por Dios en el alma, transforma desde dentro la inteligencia y la voluntad: fundamenta sobrenaturalmente la amistad y la alegría de obrar bien”[10].
Hace un tiempo, en una carta os invitaba a pedir al Señor que nos agrandara el corazón, que nos diera un corazón a su medida “para que entren en él todas las necesidades, los dolores, los sufrimientos de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los más débiles”[11]. Un corazón orante, en medio del mundo, que sostiene y acompaña a los demás en sus necesidades.
La identificación con Jesús nos abre a las necesidades de los demás. Al mismo tiempo, el contacto con el necesitado, nos lleva a Jesús. Por eso, san Josemaría escribía: “Los pobres —decía aquel amigo nuestro— son mi mejor libro espiritual y el motivo principal para mis oraciones. Me duelen ellos, y Cristo me duele con ellos. Y, porque me duele, comprendo que le amo y que les amo”[12].
Jesús tuvo predilección por los pobres y por quienes sufrían, pero también quiso ser él mismo necesitado y víctima. En la persona que sufre se entrevé a Jesús que nos habla. ¿Sabemos aprender de los pobres, encontrar en ellos el rostro de Cristo y -como dice el Papa Francisco- "dejarnos evangelizar por ellos"?[13]. Desde la primitiva Iglesia se ha entendido que el mensaje Evangélico pasaba por la preocupación por los pobres y que es un signo reconocible de identidad cristiana y un elemento de credibilidad[14].
La dimensión profesional
Deseamos poner a Cristo en el corazón de todas las actividades humanas, santificando el trabajo profesional y los deberes ordinarios del cristiano. Esta misión se desarrolla en medio de la calle, en la sociedad, especialmente con el trabajo. Como nos recuerda san Josemaría, “el trabajo corriente —sea humanamente humilde o brillante— es de un gran valor y puede ser un medio eficacísimo para amar y servir a Dios y a los demás hombres”. E invita a todos “a trabajar —con plena autonomía, del modo que les parezca mejor— para borrar las incomprensiones y las intolerancias entre los hombres y para que la sociedad sea más justa”[15].
Para quien desea seguir a Cristo, cualquier trabajo es una oportunidad de servir a los demás y especialmente a los más necesitados. Hay profesiones en las que esta repercusión social se da de un modo más inmediato o evidente, como en vuestro caso, el trabajo en organizaciones centradas en mejorar las condiciones de vida de personas o grupos desfavorecidos. Pero esta dimensión de servicio no es solo para algunos, ha de estar presente en cualquier trabajo honrado.
Desde que san Josemaría comenzó a difundir su mensaje, decía que para santificar el mundo no era necesario cambiar de lugar, profesión o ambiente. Se trata de cambiar uno mismo en el lugar en el que se encuentra.
En el ideal cristiano del trabajo confluyen la caridad y la justicia. Lejos de las lógicas del “éxito”, el servicio a los demás es el mejor parámetro del desempeño laboral de un cristiano. Satisfacer las exigencias de la justicia en el trabajo profesional es un objetivo alto y ambicioso; cumplir con las propias obligaciones no siempre es fácil y la caridad va siempre más lejos, pidiendo a cada una y a cada uno salir generosamente de uno mismo hacia los demás.
En la parábola del buen samaritano, el posadero pasa como en segundo plano: solo se dice que actuó profesionalmente. Su conducta nos recuerda que el ejercicio de cualquier tarea profesional nos da ocasión de servir a quienes padecen necesidad.
A veces, podría insinuarse la tentación de “refugiarse en el trabajo”, en el sentido de no descubrir su dimensión social transformadora, conformándonos con un falso espiritualismo. El trabajo santificado es siempre una palanca de transformación del mundo, y el medio habitual a través del cual se deberían producir los cambios que dignifican la vida de las personas, de modo que la caridad y la justicia empapen verdaderamente todas las relaciones. El trabajo así realizado podrá contribuir a purificar las estructuras de pecado[16], convirtiéndolas en estructuras donde el desarrollo humano integral sea una posibilidad real.
La fe nos ayuda a mantener la confianza en el futuro. Como aseguraba san Josemaría, “nuestra labor apostólica contribuirá a la paz, a la colaboración de los hombres entre sí, a la justicia, a evitar la guerra, a evitar el aislamiento, a evitar el egoísmo nacional y los egoísmos personales: porque todos se darán cuenta de que forman parte de toda la gran familia humana, que está dirigida por voluntad de Dios a la perfección. Así contribuiremos a quitar esta angustia, este temor por un futuro de rencores fratricidas, y a confirmar en las almas y la sociedad la paz y la concordia: la tolerancia, la comprensión, el trato, el amor”[17].
La dimensión personal
El mensaje del Opus Dei nos impulsa a esforzarnos por la transformación del mundo a través del trabajo. Esto incluye también “tener compasión”, como el samaritano[18], como exigencia del amor, que lleva la ley (“lo obligatorio”), a su plenitud[19]. El amor hace que nuestra libertad se encuentre cada vez más dispuesta y preparada para hacer el bien.
Escribía san Josemaría en una carta fechada en 1942: “La generalización de los remedios sociales contra las plagas del sufrimiento o de la indigencia –que hacen posible hoy alcanzar resultados humanitarios, que en otros tiempos ni se soñaban–, no podrá suplantar nunca la ternura eficaz –humana y sobrenatural– de este contacto inmediato, personal, con el prójimo: con aquel pobre de un barrio cercano, con aquel otro enfermo que vive su dolor en un hospital inmenso (…)”[20].
Se presenta ante nosotros un panorama amplísimo en la familia y en la sociedad, y un corazón ensanchado, tratará de cuidar con esmero a sus padres ancianos, dar limosna, interesarse por los problemas de los vecinos, rezar por un amigo agobiado por una preocupación, visitar un pariente enfermo en el hospital o en su casa, pararse a hablar con una persona que vive en la calle a la que vemos habitualmente, escuchar pacientemente, etc., etc.
De ordinario, no se trata de sumar nuevas tareas a las que ya realizamos; se trata más bien de procurar manifestar desde la propia identidad el amor de Cristo a los demás. La pregunta sobre la caridad no es solo qué tengo que hacer sino, antes, quién soy para el otro y quién es el otro para mí.
En este cultivo diario de la solidaridad, nos encontramos con los demás y así las necesidades de otros se convierten también en un punto de encuentro entre personas de buena voluntad, cristianos o no, pero unidos ante las situaciones de pobreza e injusticia.
Este diálogo con la necesidad y la vulnerabilidad, seguramente tendrá como resultados una piel sensible y una vida de oración cercana a la realidad. Estaremos preparados para tomar decisiones de mayor austeridad personal, evitando el consumismo, el atractivo de la novedad, el lujo… y sabremos renunciar a bienes innecesarios que quizá nos podríamos permitir por nuestra situación profesional. Seremos así permeables al cambio personal, a tener los oídos abiertos al Espíritu Santo y escuchar lo que nos dice a través la pobreza.
La relación de Cristo con los necesitados es uno a uno. Ciertamente, las obras colectivas son necesarias, pero la caridad es personal, porque así es nuestra relación con Dios. En una cristiana o en un cristiano maduro, el despliegue de las obras de misericordia[21] vividas personalmente fluye de manera orgánica, al igual que un árbol que, mientras crece, da más fruto y sombra. Desde esta perspectiva, se percibe también la complementariedad que existe entre las diversas manifestaciones del apostolado personal y la generosidad con los necesitados.
San Josemaría describía la trascendencia social de la caridad personal en medio del mundo, acudiendo al ejemplo de los fieles de la primitiva Iglesia: “así actuaron los primeros cristianos. No tenían, por razón de su vocación sobrenatural, programas sociales ni humanos que cumplir; pero estaban penetrados de un espíritu, de una concepción de la vida y del mundo, que no podía dejar de tener consecuencias en la sociedad en que se movían”[22].
La dimensión colectiva
No quiero dejar de agradecer el bien que hacéis a través de las labores inspiradas por san Josemaría y a quienes trabajáis, también inspirados por él, en distintas organizaciones que prestan un servicio directo a los más necesitados. Pienso en aquel joven sacerdote que cuidaba pobres y enfermos en el Madrid de los años 30 del siglo XX. La “piedra caída en el lago”[23] ha llegado lejos. Aunque somos conscientes de nuestras limitaciones, damos gracias a Dios y le pedimos ayuda para mejorar y continuar.
Las obras colectivas mantienen viva la sensibilidad social cristiana y son una expresión civil y pública de misericordia. Como dice el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, “en muchos aspectos, el prójimo que tenemos que amar se presenta “en sociedad” (...): amarlo en el plano social significa, según las situaciones, servirse de las mediaciones sociales para mejorar su vida, o bien eliminar los factores sociales que causan su indigencia. La obra de misericordia con la que se responde aquí y ahora a una necesidad real y urgente del prójimo es, indudablemente, un acto de caridad; pero es un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria, sobre todo cuando ésta se convierte en la situación en que se debaten un inmenso número de personas y hasta de pueblos enteros, situación que asume, hoy, las proporciones de una verdadera y propia cuestión social mundial”[24].
San Josemaría recordaba que “el Opus Dei [ha de estar presente] donde hay pobreza, donde hay falta de trabajo, donde hay tristeza, donde hay dolor, para que el dolor se lleve con alegría, para que la pobreza desaparezca, para que no falte trabajo —porque formamos a la gente de manera que lo pueda tener—, para que metamos a Cristo en la vida de cada uno, en la medida en que quiera, porque somos muy amigos de la libertad”[25].Con las limitaciones propias de las instituciones humanas, las realidades colectivas promovidas por los fieles del Opus Dei tratan también de encarnar y expresar el espíritu de servicio en el ámbito social.
En vuestra actividad se fusionan todas las dimensiones que consideramos: fundamento espiritual, trabajo profesional y cuidado de los necesitados tomados como grupo (caridad social) en el que se afirma también la dignidad de cada uno (caridad personal). Se une así la necesaria competencia profesional de un área que requiere cada vez más especialización, con el espíritu cristiano expresado en las obras de misericordia. Se podría decir que quienes promovéis o colaboráis con estas labores aspiráis a ser al mismo tiempo samaritanos y posaderos.
Por otra parte, cada labor colectiva, y no sólo las directamente percibidas como “sociales”, puede tener una dimensión social explícita, una preocupación por el entorno, unos fines de servicio a los demás, un modo de relacionarse con los pobres, una intención de reconciliar al mundo con Dios… Toda obra colectiva de inspiración cristiana (un colegio, una universidad, una escuela de negocios, un hospital, una residencia, etc.), aunque su misión inmediata no consista en favorecer colectivos necesitados, ha de integrar en su ethos este rasgo central del cristianismo que es la caridad social.
En este sentido, es lógico que cada labor colectiva se pregunte habitualmente sobre las expresiones prácticas y tangibles de su contribución social y de su servicio a las personas más necesitadas. Esa contribución es un efecto connatural de esa actividad, no un simple añadido.
Conviene preguntarse, “desde que existe esta iniciativa, ¿a qué necesidades sociales procura dar respuesta?, ¿en qué ha mejorado el entorno?” El Señor nos pide que, desde la imaginación de la caridad, reflexionemos sobre este aspecto en cada labor.
En el horizonte del centenario del Opus Dei (2028-2030)
Los próximos años ofrecen una ocasión especial para revitalizar el servicio a los necesitados de manera personal o colectiva, tomando una mayor conciencia de su importancia en el mensaje de san Josemaría. En esto, son especialmente valiosas las ideas y propuestas de quienes os dedicáis de un modo inmediato a este ámbito.
Junto a los temas que propondréis, sugiero dos posibles líneas de reflexión.
Trabajar con otros. San Josemaría animó siempre a los fieles de la Obra a abrirse en abanico, a trabajar con muchas otras personas, también no católicas y no cristianas, en proyectos de servicio. La globalización ha provocado que la distribución de los recursos, las migraciones, la falta de acceso a la educación, la concatenación de crisis económicas, las pandemias y otros desafíos, afecten cada vez a más personas. Se percibe vivamente la dependencia mutua de la familia humana y se mira el mundo como un hogar compartido. Cada vez se hacen más indispensables las instituciones de desarrollo de todo tipo y se abre paso la idea de colaboración y coordinación de conocimientos y esfuerzos. En un momento en el que el sufrimiento es en cierto modo global, deberíamos sentirnos más que nunca hijos de un mismo Padre.
Investigación y estudio. Vuestra labor os coloca en observatorios desde los que podéis atisbar tendencias de futuro. Esa posición, unida a dilatadas experiencias de trabajo en el área de desarrollo en diferentes culturas y países, permite pensar en espacios específicos de investigación y estudio. Esto podría dar lugar a propuestas de buenas prácticas, programas de formación de voluntarios, tareas de consultoría, convocatorias de congresos y encuentros con instituciones similares por la materia o afinidades regionales, acuerdos con centros académicos para profundizar sobre temas sociales desde distintas perspectivas, aunando el trabajo sobre el terreno con la investigación académica. Estas posibilidades recuerdan la aspiración de san Josemaría, que veía a los cristianos “in ipso ortu rerum novarum”, en el mismo origen de los cambios sociales.
Desearía concluir con otras palabras fuertes y estimulantes de san Josemaría: “Un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo. Los cristianos —conservando siempre la más amplia libertad a la hora de estudiar y de llevar a la práctica las diversas soluciones y, por tanto, con un lógico pluralismo—, han de coincidir en el idéntico afán de servir a la humanidad. De otro modo, su cristianismo no será la Palabra y la Vida de Jesús: será un disfraz, un engaño de cara a Dios y de cara a los hombres”[26].
Ojalá, la reflexión que comenzáis hoy con vistas al centenario de la Obra, sirva para profundizar en esta llamada de nuestro fundador, y a concretarla en el plano espiritual y personal, en el trabajo profesional y en todas las iniciativas sociales y educativas que, de un modo u otro, encuentran inspiración en su mensaje. En este campo, como en otros, se pueden aplicar las palabras de san Josemaría: está todo hecho y está todo por hacer. Seguro que nos animaría a seguir soñando.
[1] Javier Echevarría, conferencia El corazón cristiano, motor del desarrollo social, octubre 2012, Pontificia Universidad de la Santa Cruz.
[2] Ibíd.
[3] Benedicto XVI,Caritas in veritate, 29-06-2009, n. 53, subrayado en el original.
[4] Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 31.
[5] Ibíd.
[6] Francisco,Audiencia general, 2-IX-2020.
[7] San Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitae, 25-III-1995, n. 19.
[8] San Josemaría, Cartas (Vol. I), edición crítica y anotada, preparada por Luis Cano, Rialp, Madrid 1ª edición, 2020, Carta n. 3, 37d, p. 188.
[9] Mt 25, 40.
[10] San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, edición critico-histórica preparada por Antonio Aranda, Rialp, 2013, Madrid, homilía El respeto cristiano a la persona y su libertad, 71d, p. 442.
[11] Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 31.
[12] San Josemaría, Surco, n. 827.
[13] Francisco, Mensaje V Jornada mundial de los Pobres, 14-XI-2021.
[14] Cfr. Benedicto XVI, encíclica Deus caritas est, 25-XII-2005, n. 20.
[15] San Josemaría, Conversaciones con monseñor Escrivá de Balaguer, edición crítico-histórica preparada bajo la dirección de José Luis Illanes, Rialp, Madrid, 2012, n. 56.
[16] Cfr. San Juan Pablo II, encíclicaSollicitudo rei socialis, 30-XII-1987, n. 36.
[17] San Josemaría, cit., Cartas (Vol. I), Carta n. 3, n. 38a y 38b, pp. 188-189.
[18] Cfr. Lc 10, 33.
[19] Cfr. Rom 13, 8-10.
[20] San Josemaría,Carta 24-X-1942, n. 44: AGP, serie A.3, 91-7-2.
[21] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2447.
[22] San Josemaría, Carta 9-I-1959, n. 22.
[23] San Josemaría, Camino, n. 831.
[24] Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 208.
[25] San Josemaría, Una mirada hacia el futuro desde el corazón de Vallecas, Madrid, 1998, p. 135 (palabras pronunciadas el 1-X-1967).
[26] San Josemaría, Es Cristo que pasa, cit., n. 167.
¿Quién fue San Pablo y qué herencia dejó a la Iglesia?
¿Quién era Pablo de Tarso? San Pablo sufrió persecuciones y conoció su propia debilidad mientras predicaba la fe en el Resucitado. A cambio, no quiso otra cosa que la misericordia de Cristo.
En la tarde del 28 de junio de 2008, durante la celebración de las Primeras Vísperas de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo en la Basílica de San Pablo Extramuros, el Papa Benedicto XVI proclamó oficialmente la apertura del Año Paulino, que se prolongó hasta el 29 de junio de 2009, fiesta de estos dos Apóstoles.
Enlace relacionado: Meditación (audio y texto) del octavo día de la semana de oración por la unidad de los cristianos: 25 de enero, conversión de san Pablo.
La Ciudad Eterna, la Roma de Pedro y de Pablo, bañada por la sangre de los mártires, centro de donde tantos han salido para propagar en el mundo entero la palabra salvadora de Cristo (1), puede considerarse verdaderamente privilegiada, porque ha sido tantorum principum purpurata pretioso sanguine, bañada con la sangre de los Príncipes de los Apóstoles (2).
¿Cuándo nació San Pablo?
Durante este periodo se conmemoraron los dos mil años del nacimiento del Apóstol de las Gentes. Para fijar esta fecha, los estudios sobre la cronología paulina tienen en cuenta los datos que proporcionan sus escritos: en la Carta a los Gálatas afirma que, tras su conversión, encontró a Pedro en Jerusalén, tres años después de su fuga de Damasco (3), donde el rey de los nabateos, Aretas IV, ejercía un cierto poder (4). Esto permite datar la huida hacia el año 37 y su conversión hacia el 34-35.
Por otro lado, en los Hechos de los Apóstoles, al narrar el martirio de Esteban se califica a Saulo como “joven”, poco antes de su vocación (5). Aunque sea éste un dato genérico, de modo aproximado permite situar su nacimiento hacia el año 8.
El Año Paulino quiso promover una reflexión más profunda sobre la herencia teológica y espiritual que San Pablo ha dejado a la Iglesia, por medio de su vasta obra de evangelización.
Como signos externos que nos invitan a meditar la fe y la verdad de la mano del Apóstol, el Papa encendió la “Llama Paulina”, en un brasero colocado en el pórtico de la Basílica de San Pablo en Roma y abrió también, en este mismo templo, la “Puerta Paulina”, que atravesó el día 28 de junio, acompañado del Patriarca de Constantinopla.
San Pablo, el apóstol de las gentes
¿Quién era Pablo de Tarso? Nació en la capital de la provincia romana de Cilicia, hoy Turquía. Cuando fue capturado en las puertas del Templo de Jerusalén, se dirigió con estas palabras a la multitud que quería matarlo: yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, educado en esta ciudad e instruido a los pies de Gamaliel según la observancia de la Ley patria (6).
Al final de su existencia, en una visión retrospectiva de su vida y de su misión, dirá de sí mismo: he sido constituido predicador, apóstol y maestro (7). Al mismo tempo su figura se abre al futuro, a todos los pueblos y generaciones, porque Pablo no es sólo un personaje del pasado: su mensaje y su vida son siempre actuales, pues contienen la esencia del mensaje cristiano, perenne y actual.
SAN PABLO HA SIDO DENOMINADO EL DECIMOTERCER APÓSTOL PUES, AUNQUE NO FORMABA PARTE DEL GRUPO
Pablo ha sido denominado el decimotercer Apóstol pues, aunque no formaba parte del grupo de los Doce, fue llamado por Jesús resucitado, que se le apareció en el camino de Damasco (8). Es más, al contemplar lo que ha trabajado por Cristo, nada tiene que envidiar a otros: ¿Son hebreos? También yo. ¿Son israelitas? También yo. ¿Son descendencia de Abrahán? También yo. ¿Son ministros de Cristo? Pues –delirando hablo– yo más: en fatigas, más; en cárceles, más; en azotes, mucho más. En peligros de muerte, muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno, tres veces me azotaron con varas, una vez fui lapidado, tres veces naufragué, un día y una noche pasé náufrago en alta mar. En mis repetidos viajes sufrí peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros en ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; trabajos y fatigas, frecuentes vigilias, con hambre y sed, con frecuentes ayunos, con frío y desnudez (9).
Como se ve, no le faltaron dificultades ni tribulaciones, que soportó por amor de Cristo. Sin embargo, todo el esfuerzo y todos los sucesos por los que atravesó, no le llevaron a la vanagloria.
Pablo entendió a fondo y experimentó en su persona aquello que también enseñaba san Josemaría: que nuestra lógica humana no sirve para explicar las realidades de la gracia. Dios suele buscar instrumentos flacos, para que aparezca con clara evidencia que la obra es suya. Por eso, San Pablo evoca con temblor su vocación: después de todos se me apareció a mí, que vengo a ser como un abortivo, siendo el menor de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios (1 Cor 15, 8-9) (10). «¿Cómo no admirar un hombre así? –dijo Benedicto XVI–. ¿Cómo no dar gracias al Señor por habernos dado un Apóstol de esta talla?» (11).
ENTRE LOS DIVERSOS ASPECTOS QUE COMPONEN LA ENSEÑANZA TEOLÓGICA DE SAN PABLO SE DEBE SEÑALAR, EN PRIMER LUGAR, LA FIGURA DE JESUCRISTO
Teología de San Pablo
Entre los diversos aspectos que componen la enseñanza teológica de San Pablo se debe señalar, en primer lugar, la figura de Jesucristo. Ciertamente en sus cartas no aparecen los rasgos históricos de Jesús de Nazaret, tal como nos lo presentan los Evangelios. El interés por los numerosos aspectos de la vida terrena de Jesús pasa a un segundo plano, subrayando especialmente el misterio de la pasión y la muerte en la cruz. Al mismo tiempo, se observa que Pablo no fue testigo del caminar terreno de Jesús, sino que lo conoce por la tradición apostólica que lo precede, a la que se refiere explícitamente: os transmití en primer lugar lo mismo que yo recibí (12).
Del mismo modo, se pueden descubrir en el epistolario paulino algunos himnos, profesiones y enunciados de fe, y afirmaciones doctrinales que probablemente se usaban en la liturgia, en la catequesis o en la predicación de la primitiva Iglesia. Jesucristo constituye el centro y el fundamento de su anuncio y de su predicación: en sus escritos el nombre de Cristo aparece 380 veces, superado sólo por el nombre de Dios, mencionado 500 veces. Esto nos hace entender que Jesucristo incidió profundamente en su vida: en Cristo encontramos el culmen de la historia de la Salvación.
Doctrina de la justificación y donación infinita de Cristo en la cruz
Mirando a San Pablo nos podemos preguntar cómo se realiza el encuentro personal con Cristo y qué relación se genera entre Él y el creyente. La respuesta de Pablo se condensa en dos momentos: por una parte se subraya el valor fundamental e insustituible de la fe (13). Así lo escribe a los romanos: el hombre es justificado por la fe con independencia de las obras de la Ley (14); la idea aparece más explícita en la Carta a los Gálatas: el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por medio de la fe en Jesucristo (15). Es decir, se entra en comunión con Dios por obra exclusiva de la gracia; Él sale a nuestro encuentro y nos acoge con su misericordia, perdonando nuestros pecados y permitiéndonos establecer una relación de amor con Él y con nuestros hermanos (16).
MIRANDO A SAN PABLO NOS PODEMOS PREGUNTAR CÓMO SE REALIZA EL ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO Y QUÉ RELACIÓN SE GENERA ENTRE ÉL Y EL CREYENTE
En esta doctrina de la justificación, Pablo refleja el proceso de su propia vocación. Él era un estricto observante de la Ley mosaica, que cumplía hasta en los más mínimos detalles. Pero esto le llevó a sentirse pagado de sí mismo y a buscar la salvación con sus propias fuerzas.
Y en esta situación se descubre pecador, en cuanto que persigue a la Iglesia del Hijo de Dios. La conciencia del pecado será entonces el punto de partida para abandonarse a la gracia de Dios que se nos da en Jesucristo.
Ahí comienza el segundo momento, el encuentro con el Señor mismo. La donación infinita de Cristo en la cruz constituye la invitación más vehemente a salir del propio yo, a no vanagloriarse poniendo al mismo tiempo toda la confianza en la muerte salvadora y en la resurrección del Señor: el que se gloría, que se gloríe en el Señor (17).
Esta conversión espiritual comporta, por tanto, no buscarse a sí mismo, sino revestirse de Cristo y entregarse con Cristo, para participar así personalmente en la vida de Cristo hasta sumergirse en Él y compartir tanto su muerte como su vida.
Así lo describe el Apóstol mediante la imagen del bautismo: ¿no sabéis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados para unirnos a su muerte? Pues fuimos sepultados juntamente con él mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva (18).
AL FUNDADOR DEL OPUS DEI LE GUSTABA REPETIR ESTAS PALABRAS DEL APÓSTOL, PORQUE VEÍA A JESUCRISTO MUERTO Y RESUCITADO COMO LA RAZÓN DE SER DE TODA LA VIDA DEL CRISTIANO Y DE SU MISIÓN
Pablo –y con él, todo cristiano– contempla al Hijo de Dios no sólo como Aquel que murió por amor nuestro, obteniéndonos la salvación por nuestros pecados –dilexit me et tradidit semetipsum pro me, me amó y se entregó a sí mismo por mí–, sino también como Aquel que se hace presente en su vida: vivo autem iam non ego, vivit vero in me Christus, vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (19). Al Fundador del Opus Dei le gustaba repetir estas palabras del Apóstol, porque veía a Jesucristo muerto y resucitado como la razón de ser de toda la vida del cristiano y de su misión.
Vivir en el espíritu, según San Pablo
Identificarse con Cristo significa vivir en el Espíritu. San Lucas subraya en su segundo libro el papel dinámico y operativo del Espíritu Santo; y comenta San Josemaría: apenas hay una página de los Hechos de los Apóstoles en la que no se nos hable de Él y de la acción por la que guía, dirige y anima la vida y las obras de la primitiva comunidad cristiana: Él es quien inspira la predicación de San Pedro (cfr. Hch 4, 8), quien confirma en su fe a los discípulos (cfr. Hch 4, 31), quien sella con su presencia la llamada dirigida a los gentiles (cfr. Hch 10, 44-47), quien envía a Saulo y a Bernabé hacia tierras lejanas para abrir nuevos caminos a la enseñanza de Jesús (cfr. Hch 13, 2-4). En una palabra, su presencia y su actuación lo dominan todo (20).
EN SUS ESCRITOS, SAN PABLO PONE DE RELIEVE LA PRESENCIA DE LA TERCERA PERSONA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD EN LA VIDA DEL CRISTIANO
En sus escritos, Pablo pone de relieve la presencia de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad en la vida del cristiano. El Espíritu habita en nuestros corazones (21); ha sido enviado por Dios para que nos identifique con el Hijo y podamos exclamar ¡Abbá, Padre! (22).
Dejarse conducir por el Espíritu, que nos da la vida en Cristo Jesús, libera de la ley del pecado y de la muerte; lleva a que se manifiesten en la vida del creyente las obras –los frutos– del Espíritu Santo: la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia. Contra estos frutos no hay ley. Los que son de Jesucristo han crucificado su carne con sus pasiones y concupiscencias. Si vivimos por el Espíritu, caminemos también según el Espíritu (23).
El Apóstol nos dice que la oración auténtica sólo existe cuando está presente el Espíritu: asimismo también el Espíritu acude en ayuda de nuestra flaqueza: porque no sabemos lo que debemos pedir como conviene; pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables (24).
Con palabras de Benedicto XVI, es como decir que el Espíritu Santo «es el alma de nuestra alma, la parte más secreta de nuestro ser, de la que se eleva incesantemente hacia Dios un movimiento de oración, cuyos términos no podemos ni siquiera precisar» (25). Pablo nos invita a ser cada vez más sensibles, a estar más atentos a la presencia del Espíritu en nosotros y a aprender a transformarla en oración.
San Pablo nos invita a ser cada vez más sensibles, a estar más atentos a la presencia del Espíritu en nosotros y a aprender a transformarla en oración
El primero de los frutos del Espíritu en el alma del cristiano es el amor. En efecto, el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado (26).
Si, por definición, el amor une, el Espíritu es quien genera la comunión en la Iglesia: es la fuerza de cohesión que mantiene unidos los fieles al Padre por Cristo, y atrae a los que todavía no gozan de la plena comunión. El Espíritu Santo guía la Iglesia hacia la unidad.
Hacia la unidad de los cristianos
Éste es otro aspecto, entre los muchos que trata el Apóstol en sus epístolas, que vale la pena tener en cuenta al inicio de este Año Paulino: la unidad de los cristianos.
Es motivo de consolación y de estímulo para pedir insistentemente al Señor esta gracia –tan grande como difícil de alcanzar– que el Patriarca ecuménico Bartolomé I, siguiendo las huellas del Vicario de Cristo, también haya convocado para la Iglesia ortodoxa un Año Paulino.
LA ENSEÑANZA DE PABLO NOS RECUERDA QUE LA PLENA COMUNIÓN ENTRE TODOS LOS CRISTIANOS ENCUENTRA SU FUNDAMENTO EN EL HECHO DE TENER UN SOLO SEÑOR, UNA SOLA FE, UN SOLO BAUTISMO
La enseñanza de Pablo nos recuerda que la plena comunión entre todos los cristianos encuentra su fundamento en el hecho de tener un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo (27).
Debemos rezar «para que la fe común, el único bautismo para el perdón de los pecados y la obediencia al único Señor y Salvador se manifiesten plenamente en la dimensión comunitaria y eclesial» (28).
San Pablo nos muestra el camino más eficaz hacia la unidad, en unas palabras que también proponía el Concilio Vaticano II en su decreto sobre el ecumenismo: así pues, os ruego yo, el prisionero por el Señor, que viváis una vida digna de la vocación a la que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, sobrellevándoos unos a otros con caridad, continuamente dispuestos a conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz (29).
SAN PABLO NOS MUESTRA EL CAMINO MÁS EFICAZ HACIA LA UNIDAD
El Apóstol se empeñó siempre en conservar esa inmensa gracia de la unidad. A los cristianos de Corinto los invita, ya desde el comienzo de su primera carta, a evitar las divisiones entre ellos (30). Sus exhortaciones y sus llamadas de atención nos pueden servir también hoy.
Delante de la humanidad del tercer milenio, cada vez más globalizada y, paradójicamente, más dividida y fragmentada por la cultura hedonista y relativista, que pone en duda la existencia misma de la verdad (31), la oración del Señor –ut omnes unum sint, que todos sean uno (32)– es para nosotros la mejor promesa de unión con Dios y de unidad entre los hombres.
B. Estrada
Artículo publicado originalmente en 2008.
1. Homilía Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972.
2. Cfr. Himno de las Primeras Vísperas de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo.
3. Cfr. Gal 1, 15-18.
4. Cfr. 2 Cor 11, 32.
5. Cfr. Hch 7, 58.
6. Hch 22, 3.
7. 2 Tm 1, 11.
8. Cfr. 1 Cor 15, 8.
9. 2 Cor 11, 22-27.
10. Es Cristo que pasa, n. 3.
11. Benedicto XVI, Audiencia general, 25-X-2006.
12. 1 Cor 15, 3; cfr. 11, 23ss.
13. Cfr. Benedicto XVI, Audiencia general, 8-XI-2006.
14. Rm 3, 28.
15. Gal 2, 16.
16. Cfr. Rm 3, 24.
17. 1 Cor 1, 31.
18. Rm 6, 3s.
19. Gal 2, 20.
20. Es Cristo que pasa, n. 127.
21. Cfr. Rm 8, 9.
22. Gal 4, 6.
23. Gal 5, 22-24.
24. Rm 8,26.
25. Benedicto XVI, Audiencia general, 15-XI-2006.
26. Rm 5, 5.
27. Ef 4, 5.
28. Benedicto XVI, Discurso durante el encuentro con Bartolomé I en la apertura del Año Paulino, 28-VI-2008.
29. Ef 4, 1-3.
30. Cfr. 1 Cor 1, 10.
31. Cfr. Benedicto XVI, Discurso durante el encuentro con Bartolomé I en la apertura del Año Paulino, 28-VI-2008.
32. Jn 17, 21.
La ternura de Dios (IV): Con el cariño en la mirada: misericordia y fraternidad
En el fondo del misterio de la misericordia divina late la alegría de Dios que quiere entrar en el mundo. La misericordia no es, pues, solo un resorte que se activaría ante la debilidad o las imperfecciones de quienes nos rodean: es un amor sin reservas, que no calcula; es irradiación de un Amor que no es de este mundo.
08/07/2016
Poco a poco, al ritmo de las fiestas litúrgicas y de los eventos del Jubileo, estamos procurando «tener la mirada fija en la misericordia»[1] durante este Año santo. Desde la Bula de convocación del Jubileo, el Papa subrayó que el misterio de la misericordia de Dios se dirige no solo a los que viven lejos de la casa del Padre, sino también a los que, con nuestras limitaciones, procuramos vivir cerca de Dios: para que seamos «también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre (…), para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes»[2].
La misericordia es «la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia»[3], y por eso abraza todos los aspectos de la existencia de los cristianos. En un primer momento, podría parecer que se trata de un eslogan, un modo distinto de hablar de las cosas de siempre; y, sin embargo, es más que eso: la misericordia es luz y fuerza de Dios para redescubrir «con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad»[4] de su Amor.
Revisar el amor
La reflexión sosegada sobre la misericordia, como algo que nos toca de cerca, ayudará a puntualizar, en el diálogo con el Señor, dónde nuestro amor se podría haber empañado: si hay algo en nosotros del hijo mayor de la parábola del Padre misericordioso, que no era capaz de alegrarse con los demás[5]; o del fariseo que subía al templo satisfecho de las cosas con las que cumplía, pero con el corazón frío[6]; o del siervo que, habiéndose hecho perdonar por el amo, no estaba dispuesto a pasar por alto las pequeñas deudas de otro[7].
«Conozco tus obras, tu fatiga y tu constancia (…); que tienes paciencia y has sufrido por mi nombre, sin desfallecer. Pero tengo contra ti que has perdido la caridad que tenías al principio»[8]. Con estas palabras del Apocalipsis, Dios llama a la puerta de los cristianos que se esfuerzan por vivir con profundidad su fe: les confirma en el bien que hacen, pero les empuja a la vez a una nueva conversión. En la misma longitud de onda se mueven estas palabras de san Josemaría, que pueden ayudarnos a iluminar el fondo del alma:
«Cumples un plan de vida exigente: madrugas, haces oración, frecuentas los Sacramentos, trabajas o estudias mucho, eres sobrio, te mortificas..., ¡pero notas que te falta algo!
LA MISERICORDIA DE DIOS, SI DEJAMOS QUE NOS ENTRE EN EL ALMA, NOS LLEVA A REVISAR EL AMOR, PARA DESPERTAR LOS PLIEGUES EN LOS QUE EL CORAZÓN SE PODRÍA HABER QUEDADO ENCOGIDO, ADORMILADO, CASI SIN DARNOS CUENTA.
»Lleva a tu diálogo con Dios esta consideración: como la santidad -la lucha para alcanzarla- es la plenitud de la caridad, has de revisar tu amor a Dios y, por Él, a los demás. Quizá descubrirás entonces, escondidos en tu alma, grandes defectos, contra los que ni siquiera luchabas: no eres buen hijo, buen hermano, buen compañero, buen amigo, buen colega (…).
»Te “sacrificas” en muchos detalles “personales”: por eso estás apegado a tu yo, a tu persona y, en el fondo, no vives para Dios ni para los demás: sólo para ti»[9].
La misericordia de Dios, si dejamos que nos entre en el alma, nos lleva a revisar el amor, para despertar los pliegues en los que el corazón se podría haber quedado encogido, adormilado, casi sin darnos cuenta; nos hace descubrir que vivimos para los demás; nos saca de un excesivo «afán de seguridad personal»[10] en el que podría haber poco sitio para Dios y para quienes nos acompañan o nos salen al encuentro Mi alegría, pregunta el Papa, ¿está en «salir de mí mismo para ir al encuentro de los demás» o en «tener todo resuelto, encerrado en mí mismo»?[11]
Alegrarse con los demás
«Dios es alegría -decía san Juan Pablo II a los jóvenes-, y en la alegría de vivir hay un reflejo de la alegría originaria que Dios experimentó al crear al hombre»[12], y que vuelve a experimentar al perdonarnos: hay «en el cielo mayor alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión»[13]. En el fondo del misterio de la misericordia divina late «la alegría de Dios que quiere entrar en el mundo»[14]. De ahí el ruego de san Pablo: «el que ejercita la misericordia, que lo haga con alegría»[15].
Por eso la misericordia no es solo un resorte que se activaría únicamente ante la debilidad o las imperfecciones de quienes nos rodean: es un amor sin reservas, que no calcula; una luz que lo invade todo, y que hace de las virtudes cristianas rasgos amables y atractivos de la personalidad y, sobre todo, irradiación de un Amor que no es de este mundo[16]. «La verdadera virtud, escribió san Josemaría en Camino, no es triste y antipática, sino amablemente alegre»[17]. Años más tarde volvería sobre esa misma idea, ponderando un comentario oído de pasada:
«“Sois todos tan alegres que uno no se lo espera”, oí comentar
»De lejos viene el empeño diabólico de los enemigos de Cristo, que no se cansan de murmurar que la gente entregada a Dios es de la “encapotada”. Y, desgraciadamente, algunos de los que quieren ser “buenos” les hacen eco, con sus “virtudes tristes”.
»-Te damos gracias, Señor, porque has querido contar con nuestras vidas, dichosamente alegres, para borrar esa falsa caricatura.
»-Te pido también que no lo olvidemos»[18].
VIVIR LA CARIDAD ES MUCHO MÁS QUE OBSERVAR CIERTAS FORMAS EXTERNAS DE EDUCACIÓN O GUARDAR UN RESPETO FRÍO, QUE EN REALIDAD MANTIENE AL OTRO A DISTANCIA: ES ABRIR EL CORAZÓN
La misericordia, pues, para “funcionar”, para ser genuina, tiene que invadirlo alegremente todo en nuestra vida. La alegría se predica de la juventud porque un espíritu joven no calcula, no se pone límites. Para que nuestra vida cristiana no sea una «falsa caricatura», debe estar toda ella impregnada de alegre misericordia No es esta una visión utópica, porque la misericordia es compatible con la debilidad, y de hecho la debilidad misma nos permite crecer en misericordia, porque nos hace más humildes y capaces de comprender que quienes están a nuestro lado también tienen defectos Por eso, aunque en ocasiones -porque fuimos duros, porque no supimos darnos a los demás, etc.- no lograremos reflejar la misericordia de Dios, podemos al menos decirle al Señor que quisiéramos ser misericordiosos en todo. Él nos ayudará a no calcular, a no hacer acepción de personas o de circunstancias, de modo que se cumpla en nosotros aquello de que «darse sinceramente a los demás es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de alegría»[19]. Y daremos también entonces ese aire limpio a los demás, que no es la «alegría fisiológica, de animal sano»[20], porque la verdadera alegría «procede de abandonar todo y abandonarte en los brazos amorosos de nuestro Padre-Dios»[21]. Quien se abandona así en Dios, transmite, muchas veces sin darse cuenta, la alegría que Dios le da; una alegría que «nace de la gratuidad de un encuentro», de «escuchar: “Tú eres importante para mí”, no necesariamente con palabras (…) Y es precisamente esto lo que Dios nos hace comprender»[22], y lo que podemos hacer comprender, también sin palabras, a los demás.
Cariño
AL VER A LOS DEMÁS CON MISERICORDIA, NO EDULCORAMOS LA MIRADA: LES VEMOS COMO LES VE DIOS; LES VEMOS COMO VERDADERAMENTE SON
Cuando San Josemaría hablaba de la caridad, muchas veces la llamaba también cariño[23] -término difícil de traducir a algunas lenguas, pero central en sus enseñanzas-, para aclarar que la verdadera caridad no es «oficial, seca y sin alma» sino que está llena de «calor humano»[24], de comprensión, de apertura. “Vivir la caridad” es mucho más que observar ciertas formas externas de educación o guardar un respeto frío, que en realidad mantiene al otro a distancia: es abrir el corazón[25], quitar las barreras con las que a veces nos blindamos ante lo que nos resulta menos amable en el modo de ser de los demás. Respeto viene de respectus, mirada atenta, consideración: el verdadero respeto no es una educada resignación ante los defectos de los demás, con la que nos quedamos protegidos detrás de nuestro muro de defensa, sino un porte cercano, comprensivo, magnánimo, que nos permite mirar de verdad a los ojos a cada uno A esta misma actitud se refiere el Papa cuando habla de la ternura, que es «caridad respetuosa y delicada»[26]: «tratad siempre -decía en una ocasión- de ser mirada que acoge, mano que alivia y acompaña, palabra de consuelo, abrazo de ternura»[27].
«Siguiendo el ejemplo del Señor, comprended a vuestros hermanos con un corazón muy grande, que de nada se asuste, y queredlos de verdad (...). Al ser muy humanos, sabréis pasar por encima de pequeños defectos y ver siempre, con comprensión maternal, el lado bueno de las cosas»[28]. Incluso si nos resulta ya conocida, es bueno que redescubramos la vibración de misericordia que late en aquella comparación de san Josemaría: «De una manera gráfica y bromeando, os he hecho notar la distinta impresión que se tiene de un mismo fenómeno, según se observe con cariño o sin él. Y os decía -y perdonadme, porque es muy gráfico- que, del niño que anda con el dedo en la nariz, comentan las visitas: ¡qué sucio!; mientras su madre dice: ¡va a ser investigador! Hijas e hijos míos, ya me comprendéis: hemos de disculpar. No manifestéis repugnancia por pequeñeces espirituales o materiales, que no tienen demasiada categoría. Mirad a vuestros hermanos con amor y llegaréis a la conclusión –llena de caridad– de que ¡todos somos investigadores!»[29].
"¿POR DÓNDE COMENZAR PARA DISCULPAR LAS PEQUEÑAS O GRANDES OFENSAS QUE SUFRIMOS CADA DÍA? ANTE TODO POR LA ORACIÓN" (PAPA FRANCISCO)
Las personas se nos presentan de modo muy distinto según las observemos «con cariño o sin él». La misericordia no es, pues, solamente una disposición encomiable del corazón; san Josemaría nos la muestra como una condición necesaria para conocer a los demás, sin las distorsiones generadas por nuestro amor propio. Al ver a los demás con misericordia, no edulcoramos la mirada: les vemos como les ve Dios; les vemos como verdaderamente son: hombres y mujeres con virtudes que admiramos, pero también con defectos que probablemente les hacen sufrir, aunque exteriormente no lo manifiesten, y que reclaman una ayuda llena de comprensión Sin misericordia, en cambio, perdemos ángulo de visión y profundidad de campo: empequeñecemos a los demás. Mirar con cariño -querer con la mirada- permite conocer mejor, y así también querer mejor. «El corazón humano tiene un coeficiente de dilatación enorme. Cuando ama, se ensancha en un crescendo de cariño que supera todas las barreras. Si amas al Señor, no habrá criatura que no encuentre sitio en tu corazón»[30].
Formas cotidianas del perdón
La unidad de una familia no se identifica con la mera cohabitación de sus miembros, como la paz no es la simple ausencia de guerra. En un hogar, una empresa, podría no haber grandes conflictos, y a la vez existir muros sutiles con los que unos se protegen de otros. Son muros que se levantan a veces casi sin darnos cuenta, porque la convivencia cotidiana trae consigo, casi inevitablemente, tensiones o enfados: «Hay roces, diferencias... Pero esto son cosas corrientes, que hasta cierto punto contribuyen incluso a dar su sal a nuestros días. Son insignificancias, que el tiempo supera siempre»[31]. El tiempo acaba mostrando -siempre que no dejemos que la soberbia las hinche- que algunas cosas a las que en su momento dábamos mucha importancia en realidad no la tenían. Por eso, especialmente en la vida familiar, es importante estar atentos para evitar que se alcen, ni siquiera un poco, esos muros a veces casi imperceptibles que nos distancian a unos de otros. Si, en lugar de pasar por alto las cosas que nos resultan molestas, alimentáramos resentimientos, lo que en sí es “normal” e inofensivo nos podría entumecer poco a poco el corazón, de modo que nuestro trato con los demás, y así el ambiente de la casa, se fuera enrareciendo.
La misericordia nos hace salir del círculo vicioso del resentimiento, que lleva a atesorar una lista de agravios, en la que el yo siempre sale enaltecido a costa de las deficiencias de los demás, reales o imaginarias El Amor de Dios nos empuja, en cambio, a buscarle en nuestro corazón, para encontrar allí nuestro desahogo. «¿Por dónde comenzar para disculpar las pequeñas o grandes ofensas que sufrimos cada día? Ante todo por la oración (…). Se comienza por el propio corazón: podemos afrontar con la oración el resentimiento que experimentamos, encomendando a quien nos ha hecho el mal a la misericordia de Dios: “Señor, te pido por él, te pido por ella”. Después se descubre que esta lucha interior para perdonar purifica del mal y que la oración y el amor nos liberan de las cadenas interiores del rencor. ¡Es tan feo vivir en el rencor! Cada día tenemos la ocasión de entrenarnos para perdonar, para vivir este gesto tan alto que acerca el hombre a Dios»[32]. San Josemaría, por ejemplo, solía rezar en los mementos de la Misa también por aquellos que le habían procurado algún mal[33].
Un corazón misericordioso es un corazón ágil, que logra encajar «con deportividad», sin dramatismos, los episodios menos agradables del día[34]. A veces nos puede costar perdonar, porque se acumula en nosotros el cansancio, la desazón, la tensión. Pero es bueno que -con la ayuda de Dios, que no falta- aspiremos a perdonar sobre la marcha, e incluso a perdonar por anticipado, con magnanimidad: sin llevar la cuenta. Si, por así decirlo, damos margen a los demás -margen para equivocarse, para ser inoportunos, para estar nerviosos-, no les tendremos que perdonar como quien hace una concesión: les perdonaremos sin darnos importancia, con una caridad que «todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta»[35]. Sin duda, podrá costarnos digerir el desencuentro; y en su momento quizá convendrá hacer un comentario delicado a esa persona, que la ayude a mejorar; pero, en cualquier caso, podemos perdonar enseguida, aunque duela. Muchas veces ni siquiera habrá que explicitarlo con palabras, para no detenernos más en el episodio, y bastará nuestra cercanía y una punta de humor para quitar dramatismo a las cosas Cuando superamos la tentación de devolver mal por mal, o frialdad por frialdad, el Señor nos llena el alma; podemos decir entonces con el salmista: «misericordia tua super vitas, tu misericordia vale más que la vida»[36]; y con san Josemaría, que sabía que era el Señor quien le ensanchaba el corazón: «no he necesitado aprender a perdonar, porque el Señor me ha enseñado a querer»[37].
Carlos Ayxelá
Fotos: Santi González-Barros
[1] Francisco, Bula Misericordiae vultus, 11-IV-2015, n. 3.
[2] Ibidem
[3] Ibidem, n. 10.
[4] Ef 3, 18.
[5] Cfr. Lc 15, 28-32.
[6] Cfr. Lc 18, 10-14.
[7] Cfr. Mt 18, 23-35.
[8] Ap 2, 2-4.
[9] San Josemaría, Surco, n. 739.
[10] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 18.
[11] Francisco, Homilía en Santa Marta, 25-II-2016.
[12] San Juan Pablo II, Discurso, 6-IV-1995.
[13] Lc 15, 7.
[14] Benedicto XVI, Homilía, 18-IV-2010. Cfr. Santo Tomás de Aquino, Super Psalmos, 24 n. 6: «En Dios se reconoce la bondad, es decir, la comunicación de bienes a las criaturas, pues el bien es difusivo de sí mismo. La misericordia, a su vez, se refiere a una especial efusión de bondad para remover la miseria».
[15] Rm 12, 8.
[16] Cfr. Jn 17, 21.
[17] San Josemaría, Camino, n. 657.
[18] Surco, n. 58.
[19] San Josemaría, Forja, n. 591.
[20] Surco, n. 659.
[21] Ibidem.
[22] Francisco, Discurso, 6-VII-2013.
[23] Cfr., por ejemplo, Surco, n. 821; Forja, n. 148; Amigos de Dios, nn. 125, 229; Es Cristo que pasa, n. 36.
[24] Es Cristo que pasa, n. 167.
[25] Cfr. Amigos de Dios, n. 225.
[26] Francisco, Mensaje, 6-XII-2013.
[27] Francisco, Discurso, 9-XI-2013.
[28] San Josemaría, Carta 29-IX-1957, n. 35 (citado en E. Burkhart – J. López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría. Estudio de teología espiritual, Rialp, Madrid 2011, vol. II, pp. 331-332).
[29] Ibidem.
[30] Via Crucis, VIII, n. 5.
[31] San Josemaría, Conversaciones, n. 101.
[32] Francisco, Angelus, 26-XII-2015.
[33] Cfr. Javier Echevarría, Vivir la Santa Misa, Rialp, Madrid 2010, pp. 106, 151.
[34] Cfr. Conversaciones, n. 91.
[35] 1 Cor 13, 7.
[36] Sal 63, 4.
[37] Surco, n. 804.
La feminidad y la masculinidad son diferentes ontológicamente (posibilidad de ser madre y posibilidad de ser padre). Y hay diferencias biológicas, somáticas, que son expresión de la persona masculina o femenina. Psicológicamente, es más propia de la mujer la ternura, y del varón, dar seguridad a la familia.
El ser humano posee instintos, mociones, impulsos, propios de la animalidad; pero es libre, pudiendo modificar lo que le dicte la naturaleza.
Y es capaz de amar, y cuanto más se compromete con el bien más libre es. El amor es entrega, cuestión presente en las relaciones humanas, entre ellas, en el matrimonio (se ha extendido el término “pareja”, como unión, en cierto sentido, provisional; sería preferible hablar de matrimonio, es decir, unión para siempre, permanente, de un varón y una mujer).
Y el egoísmo es una verdadera lacra. ¿No será esta la principal causa de la agresividad y de la violencia? La egolatría, en el fondo, viene a ser una forma de violencia, en que se ignora a los demás.
La violencia, la agresividad, están presentes en la Historia, desde la época de Caín y Abel hasta la nueva era tecnocientífica, considerada en cierto sentido “aséptica”.
¿Qué bases neurales tienen la violencia, la agresividad?
El hipotálamo, situado en el centro del cerebro, es una estructura importante en este sentido. La lesión experimental de su zona posterior, en animales, da lugar a un estado de gran placidez, junto con bulimia, es decir, un gran apetito. En cambio, su estimulación desencadena agresividad en el animal de experimentación. Como conecta con los centros vegetativos del tallo cerebral, se explican los cambios en el pulso y en la tensión arterial en tales situaciones. Los datos clínicos (por ejemplo, en tumores de esta área) corroboran que en la especie humana el hipotálamo está en relación con tales aspectos del comportamiento.
En el tallo cerebral, la sustancia gris periacueductal, que recibe proyecciones del hipotálamo, está relacionada también con estos asuntos.
Y es importante la amígdala cerebral, núcleo situado en el polo del lóbulo temporal. Su destrucción experimental da lugar en el animal a falta de temor, mansedumbre, actividad autoerótica. En la enfermedad de Alzheimer hay afectación de la amígdala. Se han observado alteraciones en el flujo sanguíneo de la amígdala en la depresión. Ciertos asesinos tienen una mayor actividad de la amígdala cerebral derecha. La extirpación de la amígdala cerebral, en enfermos epilépticos graves, provoca disminución de la agresividad.
Algunas observaciones clínicas han puesto de manifiesto que la lesión de las cortezas prefrontales del cerebro cambia profundamente la personalidad, afectándose principalmente la conducta moral. Las cortezas prefrontales, muy desarrolladas en la especie humana, se sitúan en la parte anterior de ambos lóbulos frontales del cerebro. Parece ser que estas cortezas inhiben a la amígdala. Son zonas de escasa actividad en sujetos violentos. Los estudios de neuroimagen muestran que se activan cuando el sujeto estudia un caso moral sobre el que ha de dar su opinión.
¿Tiene una base neural la violencia de género?
Neuralmente, se observan diferencias en ambos sexos, lo que está también en la base de su distinto comportamiento. Tienen más relevancia determinadas estructuras cerebrales en un sexo o en el otro. A modo de ejemplo, la zona posterior del cuerpo calloso, estructura que interconecta ambos hemisferios cerebrales, es mayor en la mujer; el área preóptica, zona relacionada con la formación de hormonas sexuales, es mayor en el varón; la amígdala cerebral es mayor en el varón, lo cual explica que las respuestas emocionales sean más rápidas en este.
Es más acusada la agresividad y violencia en el varón que en la mujer en buena parte debido a que los aspectos hormonales son distintos. La testosterona, propia de los animales machos, y más abundante en el varón que en la mujer, tiene que ver con la agresividad, con la violencia física; en cambio en la mujer la violencia puede ser de otra forma. De ahí que la violencia machista sea más aparatosa.
Se da hoy día importancia a la serotonina en la manifestación del comportamiento agresivo, sustancia que se segrega en varias zonas del sistema nervioso central y en especial en los llamados núcleos del rafe, situados en el tallo cerebral.
Otros factores.
Junto a los factores biológicos, hay una interactuación con factores psicosociales.
Intervienen además otros componentes: el cansancio, el agotamiento, la tristeza, el no saber perdonar y pedir perdón, el narcisismo, la falta de formación, la incapacidad para el autocontrol, el mayor o menor grado de autoestima, etc., etc.
Los neurocientíficos materialistas (que declaran que todo es material) atribuyen al cerebro, como último y único responsable, la actividad intelectual, religiosa, moral, altruista. Para ellos, la violencia sería algo fuera de control, pura animalidad, pero algo natural. Sin embargo, se constata que el hombre puede controlarla. Y es que el ser humano es una unidad cuerpo-alma, de modo que en cualquier actividad, sea pacífica o violenta, interviene la persona entera; por eso es capaz de refrenarse, de superar las situaciones, de ser conciliador, positivo.
La violencia destruye; el amor, el altruismo, la filantropía, la caridad construyen.
José Luis Velayos
¿Por qué se habla del “valor” del alma?
Pregunta:
Me invitaron a visitar una página de Internet donde había un juego (que no parecía muy “juego” que digamos, porque me dio un poco de temor) en el que había que llenar los datos de uno y entonces salía “cuánto vale” mi alma y cuántas personas hay más puras que yo en el mundo. Lo tomé un poco en broma, pero en un foro al que entré después todos los muchachos y chicas habían entrado allí y habían hecho “cotizar” su alma y medio lo tomaban en serio. Mi pregunta es ésta: ¿se puede poner valor o precio al alma?
Respuesta:
Estimado amigo:
A esta pregunta debo responde con un “sí” y un “no”. “No” en el sentido que le quieren dar las personas que han armado ese pretendido “juego”; ¡cuidado!, el único que calcula el precio de un alma en dinero o en cosas peores es el diablo. Él comercia con los hombres, vendiéndolos al pecado, o comprándolos por pecado.
Pero, desde otro ángulo, hay que decir que “sí”: toda alma tiene un valor, y un precio. Y esto lo reconoce el mismo demonio. Si leemos el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto veremos que en la tercera tentación el diablo ofrece al Señor todos los reinos del mundo a cambio de una postración (Mt 4,8-10): Entonces le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: “Todo esto te daré si postrándote me adoras”. El demonio piensa que ofrece un buen precio por el alma de Cristo. Pero el Señor le responde haciéndole entender que el alma vale infinitamente más que todo el mundo: Jesús entonces le respondió: “Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto”.
Tal vez este juego tonto en que los jóvenes buscan “tasar” su alma no sea más que una reacción (equivocada indudablemente) al ateísmo, al materialismo y el descreimiento de los valores espirituales propios de nuestra época, que conllevan el olvido del alma, o el desinterés por ella, la burla de los que creen en el alma, e incluso la necedad de aceptar la realidad del alma inmortal pero ¡arriesgarse a condenarla eternamente!
El olvido de la primacía del alma es una tara que está reprendida en los mismos Evangelios. Jesús proponiendo la parábola del rico que nunca pensaba en su alma le hace escuchar a su personaje aquellas duras palabras: Dios le dijo: ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma (Lc 12,20).
Tenemos un alma espiritual e inmortal. Incluso los paganos llegaron a intuirlo y algunos a afirmarlo. La fe nos lo confirma. E incluso sin usar de la fe, nos lo dice la inteligencia. El mismo afán de eternidad que sentimos en nuestro interior, en la apertura a la verdad y a la belleza, en el sentido del bien moral, en la experiencia de nuestra libertad y en la voz de nuestra conciencia, que nos hace aspirar al infinito y a la dicha, percibimos, signos de nuestra alma espiritual. La “semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia” su alma, no puede tener origen más que en Dios[1].
Si hablamos de precio, debemos decir que el alma hecha por Dios “para” Dios vale más que el universo entero. Si las cosas se valúan por lo que cuestan, recordemos que mientras el universo costó a Dios una sola palabra (pues como dice el Salmo 148: Habló Dios y todo fue creado), en cambio el alma del hombre costó el precio de la Sangre y de la Vida del Hijo de Dios, quien murió por nuestra alma en la Cruz.
El valor de un alma, incluso la del último de los miserables, lo vemos reflejado si oponemos dos cuadros evangélicos asombrosos. El primero es la tercera tentación de Cristo, que mencionábamos más arriba; el segundo es la última cena. En la primera escena el diablo ofrece el mundo, del cual es príncipe en cierto sentido, a cambio de una sola postración de Jesús (Si cadens adoraveris me). En la segunda escena, cuando, como dice San Lucas, el diablo ya se había apoderado del corazón de Judas (Lc 23,3), Jesucristo mismo se pone de rodillas, humillándose, para lavarle los pies. Él, que despreció el mundo entero que le ofrecía el diablo, ¡se postra por ganar el alma de un traidor!
Ni siquiera comprenden con exactitud el valor de su alma quienes la cuidan sólo por miedo de verse condenados eternamente. No alcanzan a ver el valor en sí; tan solo temen una consecuencia. Se cuenta que en una ocasión Dios mostró a Santa María Magdalena de Pazzis un alma; y cuenta su biógrafo que quedó ocho días fuera de sí, arrebatada del asombro y admiración que le había producido aquella vista. Debemos valorar justamente nuestra alma. Entre tantos motivos, al menos: (a) por su origen divino, por su inmortalidad, por la encarnación del Hijo de Dios que para salvarla se hizo hombre, por haberle sido asignado un ángel custodio para guardarla, por las inspiraciones divinas, etc.; dicho de otro modo: por la estimación que le tiene el mismo Dios. (b) También por el aprecio que le tiene el demonio que por ganarla para sí hace tantos malabarismos; cuando alguien hace tantas cosas para comprar algo y está dispuesto a tantos sacrificios por conseguirlo, ¡al menos nos tendría que venir la sospecha de que se trata de algo valioso! (c) Y por la estimación que le tienen los santos quienes no dudan en sacrificarse enteramente antes que ensuciarla con la más pequeña arruga, por la constancia de los mártires que prefirieron perder la vida antes que perder el alma, por los trabajos de los misioneros que por salvar almas dejaron todo.
Por tanto, pensemos en nuestra alma; pensemos en los pobres locos que la venden por una moneda. Pensemos también con cuánta ligereza la arriesgamos. Y sobre todo deberíamos meditar aquellas palabras del Señor: ¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo pierde su alma? (Lc 9:25). Y lo que añade en otro lugar: ¿Qué podrá dar el hombre a cambio de su alma? (Mt 16,26). Es decir, una vez perdida el alma (o sea, ya condenada en el infierno), ya no se puede volver a comprar.
Recordemos siempre las palabras con que Don Bosco despedía a los jóvenes que por su mala conducta debía expulsar del Oratorio; con duras penas y lágrimas les decía como último recuerdo: “No tienes nada más que una alma: si la salvas, has salvado todo: si la pierdes, has perdido todo para siempre”[2].
Bibliografía: A. Bea, Anima, en: Enciclopedia Cattolica, I, Ciudad del Vaticano 1948, 1307 ss.; J. Campos, “Anima” y “animus” en el N. T.: su desarrollo semántico, “Salmanticensis”, 4 (1957), pp. 585-601; A. Fernández, La inmortalidad del alma en el A. T., “Razón y Fe” (1913), 316-333; A. Willwoll, Alma y espíritu, Madrid 1953; E. Rohde, Psique. Idea del alma y la inmortalidad entre los griegos, México 1948; B. Echeverría, El problema del alma humana en la Edad Media, Buenos Aires 1941; C. Fabro, L’anima, Edivi, Segni 2005.
[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 32.
[2] San Juan Bosco, Memorias biográficas, IV, 437.
El origen de la vida. Asombro y misterio
“Para los que creen en Dios la vida es un misterio lleno de bondad y de belleza, que exige respeto, cuidado, contemplación, asombro y agradecimiento.”
“Para los que creen en Dios” –escribí en mi artículo anterior- “la vida es un misterio lleno de bondad y de belleza, que exige respeto, cuidado, contemplación, asombro y agradecimiento.” Y lo repito como introducción a lo que quiero escribir hoy.
Las ciencias que se ocupan de los seres vivos, avanzan cada día con nuevos y asombrosos conocimientos. De pronto, algunos consiguen algo inesperado y cantan victoria anticipadamente. Después, ya más serenos, reflexionan y los más sensatos y humildes de los científicos declaran que el origen de la vida sigue siendo un misterio. Incluso se agranda, se hace más insondable.
En 1953, dos científicos, Harold Urey y Stanley Miller, lograron, por primera vez en el mundo, sintetizar aminoácidos en unas condiciones que, según ellos, se asemejaban a los de una Tierra muy primitiva. Como los aminoácidos son unos componentes esenciales de los seres vivos, se creyó que ya se estaba cerca de entender como comenzó la vida e incluso, mÁs adelante, como fabricarla. En 1991, el mismo Millar decía: “el origen de la vida ha resultado más complicado de lo que yo y muchos otros suponíamos.” Otro famoso científico, Paul Davies, en su libro El quinto milagro (Edit. Crítica, Barcelona, 2000), declara: “Muchos científicos que trabajan en este campo creen en confianza que los problemas mayores de la biogénesis han sido básicamente resueltos. Varios libros recientes transmiten el mensaje confiado de que el origen de la vida no es, después de todo, tan misterioso. Sin embargo yo pienso que están equivocados. Tras haber pasado un año o dos investigando en este campo, ahora soy de la opinión de que sigue habiendo una enorme laguna en nuestro conocimiento.”
Parte del antiguo optimismo de creer estar muy cerca de la solución, a partir del experimento de Urey y Miller, se basaba en aceptar, sin crítica, cómo suponían, estos científicos, que estaba la Tierra cuando apareció en ella la vida. Pero hoy no se ponen de acuerdo los científicos en como eran las condiciones terrestres cuando surgió aquí la vida. Hay geofísicos que piensan que la atmósfera terrestre primitiva era medianamente oxidante y abundante en dióxido de carbono, nitrógeno y agua, ambiente muy distinto a las simulaciones de laboratorio. Además hay otros que plantean la hipótesis de que la vida, en formas muy sencillas, no surgió en nuestro planeta, sino que vino sembrada desde fuera, del espacio, hipótesis muy criticada por la mayoría. El caso es que el misterio sigue y se agranda.
Por eso, cuando le preguntaron en el año 2003 a Christian de Duve (premio Nobel de Medicina en 1974) en qué punto estaban los científicos para comprender el origen de la vida, contestó: “No estamos en ningún punto, no sabemos nada”. En la misma línea, John Horgan, respondía que la solución al origen de la vida “parece estar más lejos que nunca. La bacteria más elemental es tan condenadamente complicada, desde el punto de vista químico, que resulta casi imposible imaginar cómo ha surgido”.
No sólo no sabemos cuándo ni cómo se originó la vida en la Tierra, sino que tampoco se sabe, desde el punto de vista de ciencias experimentales, qué es la vida. Por eso cuando a Werner Arber, premio Nobel de medicina en 1978, le preguntaron en el 2000 qué era la vida, dijo:”No puedo contestar a esa pregunta. No entiendo como todas esas moléculas han podido juntarse para formar esos organismos unicelulares o multicelulares inicialmente. Simplemente no lo comprendo. Como científico debo ser honesto, por lo que debo confesar que estoy lejos de entender completamente lo que es la vida.”
Pienso –no se me ofendan los científicos- que los buenos poetas y los enamorados están más cerca, intuitivamente, de saber algo de la vida. Y desde luego los Santos, esos si que saben, e incluso saborean, lo que es la Vida, así, con mayúscula.
Gerardo Vidal Guzman
“Mi amigo Benedicto XVI”, por el cardenal Robert Sarah
Impresionante descripción de Benedicto XVI por el Cardenal Sarah
Para la mayoría de los comentaristas, Benedicto XVI será recordado como un inmenso intelectual. Su obra perdurará. Sus homilías se han convertido ya en clásicos como las de los Padres de la Iglesia. Pero a quienes tuvieron la gracia de acercarse a él y colaborar con él, el Papa Benedicto XVI deja mucho más que textos.
Creo poder afirmar que cada encuentro con él fue una verdadera experiencia espiritual que marcó mi alma. Juntos dibujan un retrato espiritual de aquel a quien considero un santo y de quien espero que pronto sea canonizado y declarado Doctor de la Iglesia.
Cuando llegué a la Curia romana en 2001 siendo un joven arzobispo -tenía entonces 56 años- observaba con admiración la perfecta comprensión entre Juan Pablo II y el entonces cardenal Ratzinger. Estaban tan unidos que se les había hecho imposible separarse uno de otro. Juan Pablo II se maravilló de la profundidad de Joseph Ratzinger. Por su parte, el cardenal quedó fascinado por la inmersión de Juan Pablo II en Dios. Ambos buscaban a Dios y querían darle al mundo el gusto por esta búsqueda.
Joseph Ratzinger fue reconocido como un hombre de gran sensibilidad y modestia. Nunca le he visto mostrar el más mínimo desprecio. Por el contrario, cuando estaba abrumado por el trabajo, se ponía a disposición para escuchar a su interlocutor. Si sentía que había ofendido a alguien, siempre trataba de explicar las razones de su posición.
Era incapaz de un acto brusco. También debo decir que mostró un gran respeto por los teólogos africanos. Incluso aceptó de buena gana prestar servicios prácticos o transmitir un mensaje a Juan Pablo II. Esta profunda benevolencia y respetuosa delicadeza hacia todos son características de Joseph Ratzinger.
A partir de 2008 sustituí al Cardenal Dias, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos en varias reuniones, porque padecía una enfermedad debilitante. En este contexto, tuve la oportunidad de tener muchas sesiones de trabajo con el Papa Benedicto XVI.
En particular, tuve que presentarle los proyectos para el nombramiento de obispos de las más de 1000 diócesis de los países de misión. Teníamos sesiones que a veces eran bastante largas, más de una hora. Había que discutir y sopesar situaciones delicadas. Algunos países vivían bajo un régimen de persecución. Otras diócesis estaban en crisis. Me llamó la atención la capacidad de escucha y la humildad de Benedicto XVI.
Creo que siempre confió en sus colaboradores. Esto también le ha valido traiciones y decepciones. Pero Benedicto XVI era tan incapaz de disimular que no podía creer que un hombre de Iglesia fuera capaz de mentir. La elección de los hombres no fue fácil para él.
A partir de estas largas y repetidas entrevistas, obtuve una mejor comprensión del alma del Papa bávaro.
Había en él una confianza perfecta en Dios, que le daba una paz tranquila y un gozo continuo. Juan Pablo II mostró a veces una ira santa. Benedicto XVI siempre mantuvo la calma. A veces se lastimó y sufrió profundamente al ver almas alejarse de Dios. Estaba lúcido sobre el estado de la Iglesia. Pero estaba habitado por una fuerza pacífica. Sabía que la verdad no se negocia.
En ese sentido, no le gustaba el aspecto político de su función. Siempre me ha llamado la atención la alegría luminosa de su mirada. También tenía un humor muy suave, nunca violento o vulgar.
Recuerdo el Año Sacerdotal que decretó en 2009. El Papa quiso subrayar las raíces teológicas y místicas de la vida de los sacerdotes. Había afrontado con verdad y valentía las primeras revelaciones sobre casos de pederastia en el clero. Quería ir hasta el final de la purificación. Este año culminó con una magnífica vigilia en la Plaza de San Pedro. El sol poniente inundaba la columnata de Bernini con una luz dorada. El lugar estaba lleno.
Pero a diferencia de lo habitual, no hay familias, ni monjas, solo hombres, solo sacerdotes. Cuando Benedicto XVI entró en el papamóvil, todos comenzaron a aclamarlo con un solo corazón, llamándolo por su nombre. Fue sorprendente, todas estas voces masculinas cantando “Benedetto” al unísono. El Papa estaba muy conmovido. Cuando se volvió hacia la multitud después de subir al escenario, sus lágrimas fluían.
Le trajeron el discurso preparado, que dejó de lado, y respondió libremente a las preguntas. ¡Qué tiempo tan maravilloso! El padre sabio enseñó a sus hijos. El tiempo estaba como suspendido, confió Benedicto XVI. Esa noche tuvo palabras definitivas sobre el celibato sacerdotal. Luego la velada terminó con un largo momento de adoración al Santísimo Sacramento. Porque siempre quiso llevar a la oración a los que encontraba.
Benedicto XVI amaba apasionadamente a los sacerdotes. La crisis del sacerdocio, la purificación del sacerdocio fueron sus Vía Crucis diarios. Le gustaba conocer a los sacerdotes, hablarles familiarmente.
También le importaban especialmente los seminaristas. Rara vez estaba más feliz que rodeado de todos estos jóvenes estudiantes de teología que le recordaban sus primeros años como maestro. Recuerdo aquel memorable encuentro con los seminaristas en Estados Unidos cuando se reía a carcajadas y bromeaba con ellos. Mientras coreaban “te amamos”, la voz del Papa se quebró y les dijo con emoción paternal: “Rezo por ustedes todos los días”.
Este Papa tenía un profundo sentido cristiano del sufrimiento. Repetía a menudo que la grandeza de la humanidad está en la capacidad de sufrir por amor a la verdad. ¡En este sentido, Benedicto XVI es grande!
La oración, la adoración estuvo en el centro de su pontificado. ¿Cómo olvidar la JMJ de Madrid? El Papa estaba radiante de alegría ante una multitud entusiasta de más de un millón de jóvenes de todo el mundo. La comunión entre todos era palpable. Cuando comenzó su discurso, se desató una terrible tormenta. El decorado amenazaba con derrumbarse y el viento se había llevado la gorra blanca de Benedicto XVI. Su séquito quería cobijarlo. El se negó.
Estaba sonriendo bajo la lluvia torrencial de la que apenas lo protegía un pobre paraguas. Estaba sonriendo mientras miraba a esta multitud en el viento y la tormenta. Se quedó hasta el final. Cuando los elementos se calmaron, el ceremonial le trajo el texto que debía pronunciar, pero prefirió omitir el discurso preparado para no adelantar el tiempo previsto para la adoración eucarística.
En 2010 regresé de un viaje a la India. Tenía una cita con Benedicto XVI para una audiencia privada. Fue allí donde me anunció su intención de hacerme cardenal en el próximo consistorio y mi nombramiento en Cor Unum (el dicasterio encargado de las obras de caridad). Nunca olvidaré la razón que me dio:
“Te nombré porque sé que has experimentado el sufrimiento y el rostro de la pobreza. Seréis los más capaces de expresar con delicadeza la compasión y la cercanía de la Iglesia a los más pobres”.
Nunca retrocedió ante el dolor. Nunca retrocedió ante los lobos. Intentaron silenciarlo. Nunca tuvo miedo. Su renuncia en 2013 no es fruto del desánimo sino de la certeza de que serviría mejor a la Iglesia a través del silencio y la oración.
Después de mi nombramiento por Francisco como Prefecto del Culto Divino en noviembre de 2014, nuevamente tuve la oportunidad de reunirme varias veces con el Papa Emérito. Sabía hasta qué punto la cuestión de la liturgia estaba cerca de su corazón. Por lo tanto, a menudo lo consultaba. Me animó enérgicamente varias veces; de hecho, estaba convencido de que “la renovación de la liturgia es una condición fundamental para la renovación de la Iglesia”.
Le llevé mis libros. Los leyó y dio su agradecimiento. También tuvo la amabilidad de escribir el prefacio de La Force du silent. Recuerdo el día en que le anuncié mi intención de escribir un libro sobre la crisis de la Iglesia. Ese día, estaba cansado, pero sus ojos se iluminaron. Hay que haber conocido la mirada de Benedicto XVI para entender.
Era una mirada de niño, alegre, luminosa, llena de bondad y dulzura, pero llena de fuerza y ánimo. Nunca hubiera escrito sin este estímulo. Un poco más tarde, colaboramos estrechamente con vistas a la publicación de nuestra reflexión sobre el celibato sacerdotal. Guardaré en el secreto de mi corazón los detalles de estos días inolvidables. Guardaré en lo más profundo de mi memoria su profundo sufrimiento y sus lágrimas,
¿Qué retrato pintan estos recuerdos? Creo que convergen en la imagen del Buen Pastor que tanto amaba Benedicto XVI. Quería que ninguna de sus ovejas se perdiera. Quería nutrirles con la verdad y no abandonarlos a los lobos y errores. Pero sobre todo los amaba. Amaba las almas. Los amaba porque le habían sido confiados por Cristo. Y más que nada amaba apasionadamente a este Jesús a quien quería dedicar los tres volúmenes de su obra maestra Jesús de Nazaret. Benedicto XVI amó al que es la vida, el camino y la verdad.
+ Cardenal Robert Sarah
* Prefecto Emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
La lucha de los primeros cristianos contra la práctica del aborto
DE LA LUCHA CONTRA EL ABORTO ENTRE LOS PRIMEROS CRISTIANOS
Existen poderosas razones para pronunciarse por y con la vida
Somos muchos los que creemos que la causa de la vida no es ni eclesiástica ni siquiera estrictamente cristiana, y que desde el agnosticismo y el ateísmo, desde la simple teoría de los derechos humanos, existen, como desde el cristianismo, poderosas razones para pronunciarse por y con la vida.
Esto dicho, no sería justo dejar de reconocer que en esta lucha, la Iglesia católica ha dado la cara de manera tan valerosa como generosa, sin reclamar ningún protagonismo que siempre ha declinado en cuantos otros se han brindado a abanderar la lucha, y desinteresadamente interesada en el solo triunfo de la causa. Una causa en la que la mejor prueba de su fe, son los antiquísimos testimonios que los hombres de Iglesia han dejado desde los primeros tiempos del cristianismo.
Si bien es cierto es que no existe referencia concreta a las prácticas abortivas en los textos del Nuevo Testamento, ello no ha de ser interpretado como indiferencia de los autores canónicos, sino más bien en el sentido de que la apabullante unanimidad existente en la comunidad cristiana al respecto, hizo innecesario ningún pronunciamiento. La Evangelium Vitae de Juan Pablo II lo refiere así:
“Los textos de la Sagrada Escritura, que nunca hablan del aborto voluntario y, por tanto, no contienen condenas directas y específicas al respecto, presentan de tal modo al ser humano en el seno materno, que exigen lógicamente que se extienda también a este caso el mandamiento divino «no matarás»” (EvVit. 61).
El problema para la comunidad cristiana se plantea cuando con su crecimiento temprano y repentino, transciende el ámbito cultural judío y entra en contacto con la cultura greco-romana, donde las cosas discurren de manera bien diferente:
“Desde que entró en contacto con el mundo greco-romano, en el que estaba difundida la práctica del aborto y del infanticidio, la primera comunidad cristiana se opuso radicalmente, con su doctrina y praxis, a las costumbres difundidas en aquella sociedad” (EvVit. 61).
Empiezan entonces los posicionamientos de los primeros autores cristianos, cosa que ocurre sin ambages ni demoras. El primero de dichos posicionamientos lo hallamos en la Didaché, texto que aunque sólo nos es conocido a través de una copia descubierta en 1875 en la Biblioteca del Hospital del Santo Sepulcro de Constantinopla, es tan antiguo que podría ser incluso anterior a los últimos textos del Nuevo Testamento. Pues bien, ya en él se dice:
“No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido”. (Did. 2, 2).
La Epístola de Bernabé, atribuido al compañero de Pablo, que podría datar de finales del s. I o principios del II, emite un mandamiento similar:
“No matarás a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la vida” (EpBer 19, 5).
La Epístola a Diogneto es un texto de alrededor del año 150 en el que su anónimo autor se dirige a un desconocido Diogneto, a quien le explica cómo son los cristianos, diciéndole de ellos lo siguiente:
“Los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres. […] Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es extraña. Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos; pero no se desembarazan de su descendencia (abortos)” (Epístola a Diogneto 5, 5).
Y el Apologético de Tertuliano, uno de los grandes autores del primer cristianismo que vivió entre los años 155 y 222 aproximadamente, lo expone con meridiana claridad realizando incluso un pronunciamiento bien temprano en la historia, sobre el momento en el que, según él, comienza la vida:
“Los que los arrojan al Tíber; los que los exponen para que el hambre, los fríos y los perros se los coman ó los maten; los que procuran los abortos, no negarán que los matan: sólo dirán que les dan la muerte más benigna que los cristianos. ¿Y no es mayor crueldad entregar un niño á un perro que á un cuchillo? Que hombres mayores, á quien en la condenación dejaron elegir el linaje de la muerte eligieron por más benigna la del hierro. A nosotros no nos es lícito no solamente matar hombres ó niños, pero ni desatar aquellas sangres que en el embrión se condensan. La ley que una vez nos prohíbe el homicidio, nos manda no descomponer en el vientre de la madre las primeras líneas con que la sangre dibuja la organización del hombre, que es anticipado homicidio impedir el nacimiento. No se diferencia matar al que ya nació y desbaratar al que se apareja para nacer, que también es hombre el que lo comienza á ser como fruto de aquella semilla” (Apologeticum, 9).
Articulo de Luis Antequera
NO TENGAMOS MIEDO CON BENEDICTO XVI (REMEMBRANZA)
Salvador I. Reding V.
En abril de 2005 escribí y publiqué la siguiente columna, la historia de su pontificado me dio la razón. Va.
En la homilía de primera misa como Sumo Pontífice Romano, Benedicto XVI recordó a su antecesor, Juan Pablo II con estas palabras, mientras sentía como si le tomara de la mano: “no tengáis miedo”. De alguna forma también nos deja el papa muerto las mismas palabras: “no tengan miedo”.
¿A qué no debemos tener miedo? Precisamente a los temores de mucha gente sobre la personalidad, ideología y liderazgo del nuevo papa y del futuro inmediato de la Iglesia. No tengamos miedo, no pasará nada que dañe a la Iglesia eterna de Jesús, ni pasará nada de parte del nuevo pastor universal que dañe a la humanidad, creyente y no creyente.
El papa de mano dura
Muchos piensan que los cardenales eligieron a un papa dicen “de mano dura”, conservador (hasta ultraconservador) que no abrirá la Iglesia a “las realidades de los tiempos actuales”. Eso les asusta, porque creen que la Iglesia debe abrirse, liberalizarse y ajustar su doctrina a los nuevos tiempos. Pero el papa que ha sido autor del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica y guardián de la Fe, no hará cambios doctrinales hacia el mundo. No tengan miedo, los tiempos son los tiempos y la doctrina de la Fe es la doctrina del Evangelio.
El Evangelio es para siempre
No tengan miedo, ya que los principios de la moral de Jesucristo, reveladas a través de la escritura no van a cambiar, no pueden cambiar. La Iglesia bajo la mano del papa Ratzinger no va a ceder los valores universales del hombre a favor de las modas de éticas decadentes del siglo XXI.
No, el nuevo Papa no dirá sí ni al aborto ni a la eutanasia, ni a la homosexualidad, ni al divorcio ni a la clonación humana (por “terapéutica” que se le haga llamar). Tampoco hará concesión alguna para que “no se ofendan” quienes han pretendido cambiar el Evangelio y la enseñanza de la Iglesia que Jesús confió a Pedro y a sus sucesores.
Benedicto XVI o Joseph Ratzinger como quieran llamarlo, no va a cambiar lo que tampoco Jesús cambiaría si se manifestara ante nosotros.
El “aggiornamento” de Juan XXIII no era una puesta al día de la doctrina de la Fe, sino de la vida propia de la organización humana llamada Iglesia Universal, particularmente respecto a sí misma y respecto a su relación con el resto de los cristianos no-católicos y demás creyentes y no creyentes.
Tampoco podemos ni debemos esperar una puesta al día de la doctrina cristiana porque en el mundo en el que ahora vivimos están de moda desviaciones de los valores humanos que el hombre ha conocido, afirmado y defendido a través de los siglos. No hay nada que actualizar, porque dicha actualización sería un vergonzoso retroceso.
No porque una debilidad humana está de moda debemos ceder ante ella. Cada época ha sido moderna en su momento, pero han pasado y quedado en la nada, y la que ahora vivimos al albor del siglo XXI también pasará. ¡No somos el centro de la historia! no se hagan ilusiones, pensando que la Iglesia debe acoplar su enseñanza a las debilidades humanas que nos acompañan, y que muchos desean imponer por la fuerza de la necedad.
Benedicto XVI seguirá defendiendo la vida desde la concepción hasta la muerte natural, seguirá oponiéndose a la guerra como forma de dirimir conflictos con la misma energía con que Juan Pablo II se lo dijo a quienes armaban la guerra en Irak. No, ni este Papa ni ningún otro que hubiera sido electo lo habría hecho.
El Evangelio, y la enseñanza de vida cotidiana que se desprende de él como valores universales del hombre y deseo de Dios son para siempre. Cuando Cristo nos ofreció permanecer con su Iglesia hasta el fin de los tiempos, lo ofreció tanto como Padre que como Maestro, cuyas enseñanzas son para siempre, no para dejar que se cambien para dar gusto a los timoratos, a los que tienen miedo de que su Iglesia “quede mal” con el resto del mundo o con sus ovejas de conciencia tan laxa que llegan a contradecir lo que dicen creer.
No tengamos miedo al conservar los principios evangélicos tal como nos fueron enseñados hace más de veinte siglos, no estaremos obrando mal.
Latinoamérica y Europa
Tampoco tengamos miedo de que un papa alemán vuelva sus ojos a su Europa, ya que ésta requiere atención por su ateísmo creciente, producto de la buena vida que da la civilización de que gozamos.
No tengamos miedo de nuestra América Latina, el nuevo papa europeo, como el anterior, seguirá con nosotros, y la Iglesia en América sabrá apoyarlo para abrir la enseñanza de Cristo a todo el mundo. Los católicos latinoamericanos no somos niños sino adultos, y bien podemos ayudar al nuevo Papa sin sentirnos huérfanos.
La Iglesia con los pobres
No tengamos miedo de que la Iglesia no esté con los pobres, porque no le gusten los métodos de estudio ni algunas políticas sociales de la Teología de la Liberación. Cuidado con los errores de conducta, es lo que los papas recientes han realmente señalado a los teólogos de la Liberación, el cristianismo no necesita del marxismo para saber qué pasa en la sociedad, hay suficiente ciencia social en el mundo para saberlo y hay suficiente experiencia pastoral y de ayuda al necesitado para asistir a los pobres; si no lo creen, vuelvan la vista a la obra de la Madre Teresa de Calcuta.
Ante otras religiones e ideologías
No tengamos tampoco miedo de alejarnos de las otras religiones cristianas, ya que desde ahora Benedicto XVI habla de reforzar el diálogo entre todos los cristianos del mundo en primer lugar y de todos los creyentes en siguiente plano, respetando al judaísmo como antecesor del cristianismo. Tampoco tengamos miedo de alejarnos del no creyente: Joseph Ratzinger recibirá a marxistas y otros ateos.
En fin, no tengamos miedo del cardenal alemán electo Papa Benedicto XVI, Cristo prometió estar con nosotros siempre, y el Espíritu Santo guiará su mente y su alma para apacentar el rebaño conforme a las necesidades de estos tiempos.
Enero de 2023: y así fue el papado y el retiro del Papa Emérito Benedicto XVI. No había que tener miedo, sino plena confianza, su vida eclesial lo justificaba
¿Fue positivo el confinamiento radical de la población para acabar con la COVID?
Tras casi tres años de vigencia de las políticas de restricciones asociadas al “COVID cero” en China[1], el gobierno presidido por Xi Jinping, ha cancelado bruscamente su estrategia.
Sin embargo, este cambio no viene acompañado de medidas efectivas para hacer frente a un previsible aumento exponencial de los contagios. ¿Cuál puede ser el nuevo escenario?
Los daños colaterales sobre la economía china, unidos a las protestas sociales registradas a finales de noviembre por parte de una población que no soportaba más las políticas de confinamiento estricto impuestas por el gobierno, han hecho saltar por los aires los intentos de contención drástica de la expansión del virus.[2]
El pasado mes de diciembre de 2022, se anunció el fin de la obligatoriedad de realizar test PCR en casos leves, se redujeron los controles poblacionales, se permitió que las cuarentenas se realicen en los propios domicilios, se restringieron los confinamientos masivos y se anunció un incremento de las vacunaciones para los más mayores.[3]
El previsible incremento de contagios tras este cambio de estrategia podría generar al menos 1,55 millones de muertos,[4] la mitad de las registradas en Estados Unidos, el país que ha reportado más fallecidos por la pandemia, según la revista Nature. El pico de la demanda de unidades de cuidados intensivos, señala el informe, excedería en más de 15 veces la capacidad asistencial del país.
Este mismo estudio, de la Universidad Fudan de Shanghái, predijo que el abandono brusco de la estrategia de ‘COVID cero’ podría provocar, además de la cifra de muertes mencionada, más de 112 millones de casos sintomáticos de covid-19, y cerca de cinco millones de hospitalizaciones.
Un 60% de la población se infectará con COVID-19 tras la relajación de las medidas según Feng Zijian, antiguo directivo del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de China, que ha afirmado: Son 840 millones de personas, que comparados con los 646 millones que se han infectado hasta ahora en todo el mundo, reflejan la magnitud del problema.[5]
Según la Universidad de Seattle (EEUU)[6], a lo largo del próximo año podrían fallecer 1,6 millones de personas en el país asiático, 500.000 solo hasta abril. Un informe afirma, no obstante, que el mantenimiento generalizado de las mascarillas, algunas restricciones de movimiento, la utilización de nuevos tratamientos antivirales y un incremento sustancial de la vacunación podrían reducir esas cifras a poco más de la mitad.
¿Y cuál es ahora el estado de la pandemia en China?
Según la cadena BBC,[7] existen informes que reportan un desbordamiento de casos en los hospitales chinos que parecen estar llenándose en medio de una nueva ola de infecciones, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Aunque oficialmente solo han sido declaradas siete muertes por COVID-19 hasta el 21 de diciembre de 2022 y ninguna en las dos semanas anteriores, debe matizarse que China tiene criterios limitados para confirmar las muertes por esta causa, incluyendo exclusivamente aquellos que mueren directamente por enfermedades respiratorias causadas por el coronavirus, y no a las muertes causadas por sus efectos colaterales.
Por tanto, el registro de casos no se corresponde con la guía de la OMS y da como resultado una cifra que está muy por debajo del número de muertos en muchos otros países.
En la semana que finalizó el 11 de diciembre, las cifras oficiales mostraron una caída en el número total de nuevas infecciones en China, después del pico de la semana anterior, pero debe matizarse que se han detenido las pruebas masivas y solo se están registrando casos positivos en hospitales y clínicas donde se atiende a pacientes sintomáticos.
La falta de transparencia en la información suministrada desde el país asiático hace muy difícil formular estimaciones fiables de la magnitud del problema actual.
¿Qué hicieron otros gobiernos?
Para eliminar de una manera radical los brotes de COVID-19, como parte de las políticas de “COVID cero” implantadas por el Gobierno chino y otros países como Australia, Nueva Zelanda o Singapur, los gobiernos establecieron controles fronterizos estrictos y medidas extremas de contención por confinamiento radical.
Los países que pusieron en marcha estas políticas de contención radical, experimentaron un éxito rotundo en las primeras fases de la pandemia. Las cifras de mortalidad global debidas a la COVID-19 revelan que estos países salieron mucho mejor parados que aquellos cuya población se vio obligada a convivir con el virus Sars-Cov-2 desde el principio.
Otras alternativas
A diferencia de China, el resto de los gobiernos que aplicaron estas medidas plantearon alternativas para el abordaje de la pandemia tras el confinamiento estricto, que se valoró no sostenible a largo plazo por muchos motivos como sociales y económicos.
La extensión de la variante ómicron del virus, mucho más transmisible que las anteriores, evidenció que la infección no podría ser contenida indefinidamente. Así, los planteamientos asociados a la “COVID cero” defendían su transitoriedad en tanto se dispusiera de programas de vacunación eficaces y extensivos a la mayor parte de la población, especialmente la más vulnerable.
Los países promotores de políticas de “COVID cero” fueron relajando paulatinamente las medidas restrictivas, mientras se iba teniendo acceso a las nuevas vacunas, contrariamente a lo que hacía China.
El país asiático permaneció con la misma política sanitaria extremadamente restrictiva, tratando de contener la exposición al virus, mientras ofrecía tasas de vacunación insuficientes, sobre todo entre la población más vulnerable. Inicialmente, la administración de vacunas en China se limitó a adultos de 19 a 60 años, por lo que actualmente solo el 40% de los ciudadanos chinos mayores de 80 años han recibido una dosis de refuerzo.[8]
Las vacunas que se siguen inoculando en China son exclusivamente las producidas allí, en su mayoría procedentes de las compañías Sinopharm y Sinovac, de eficacia limitada. Tras administrar la tercera dosis, su efectividad es de entre un 50% y un 60%.[9] En cambio, las vacunas de Pfizer o Moderna desarrolladas con ARNm, alcanzan más del 90% de inmunidad con dos dosis.
Las políticas sanitarias del gobierno chino se siguen centrando en la detección de casos y su aislamiento, que ha desbordado la capacidad de atención sanitaria, específicamente en cuidados intensivos, para los que cuenta con 3,6 camas de cuidados intensivos por cada 100.000 habitantes, una cifra cerca de tres veces inferior a la de España, en la que existen 9,9.[10]
Julio Tudela
Observatorio de Bioética
Libro : Sanación y vocación. El compromiso religioso en cuidados de salud
Autores: Edmund D Pellegrino y David C Thomasma
Nº de páginas: 332
Editorial: Ediciones Universidad de Navarra (Eunsa, 2022)
Idioma: Castellano
ISBN: 9788431338015
Año de edición: 2022
Fecha de lanzamiento: 25/11/2022
Edmund D Pellegrino (1920-2013) médico internista y profesor de Medicina en Estados Unidos es considerado uno de los mas importantes puntales de la ética médica de todos los tiempos. Para muchos su muerte, hace ahora una década, estableció el fin de una era de la medicina. Poco conocido en España, su biografía y su obra le sitúan en una tríada Hipócrates—Thomas Percival—Edmund D Pellegrino, en una cúspide histórica de la reflexión sobre la moralidad médica (Fins, 2013). A su muerte, las expresiones de admiración, respeto, y cariño, a lo largo de todo el país, fueron extraordinarias.
El libro ahora publicado, denominado Sanación y vocación y subtitulado “El compromiso religioso en Cuidados de Salud” (EUNSA, 2022), fue el último del autor; y es la versión en inglés (Helping and Healing) del texto publicado en italiano pocos años antes. Aunque no fue el final de su obra escrita, representa un giro importante en la obra del autor, pues incorpora y completa la “perspectiva religiosa” de su pensamiento —que ya iniciara con The Christian Virtues in Medical Practice (Georgetown University Press, 1996)— y se prolongaría hasta su muerte.
Entendiendo que, sin un conocimiento previo de la figura y el pensamiento del autor —que abarca a las últimas cuatro décadas de su vida— el lector médico podría no captar plenamente su esfuerzo y significado, su traductor y buen conocedor de la obra de Pellegrino —el también médico y profesor de medicina Manuel de Santiago— inicia el libro con un amplio estudio sobre la vida y el pensamiento del maestro; que permite discernir entre “lo que puede dar de sí la fe religiosa” en el plano teórico y lo que fue la experiencia de un médico creyente que había explorado antes, durante décadas, la dimensión secular del acto médico. Para al final reconocer la gran debilidad del pensamiento médico en su país por aquellos años, su alejamiento de los valores clásicos de la medicina —de su pasado hipocrático— y su cesión a las veleidades y modas de su tiempo, ejecutor de prácticas impensables que la medicina siempre había rechazado.
Ante lo que denominó la “metamorfosis” de la medicina, Pellegrino consagró los mejores años de su vida y de su amplia experiencia como clínico, al ideal de recomponer la dimensión moral de la medicina, volcándose sobre la renovación del acto médico clínico. Primero desde una dimensión universal y un discurso secular y luego, tras su desilusión, abordando el compromiso de los médicos creyentes ante la realidad de los hechos. Y después, frente al silencio y/o progresiva exclusión de las convicciones religiosas de los médicos en el debate moral de muchas de esas prácticas. También del médico norteamericano, co-responsable de muchas de las tecnologías y supuestos avances técnicos de la profesión; incluida la tibia resistencia de los órganos representativos de la medicina del país ante determinadas leyes anti-deontológicas.
El estudio introductor permite comprender al lector que, aunque está ante una serie de capítulos aparentemente independientes —o desvinculados entre sí—muy al contrario están integrados en un único objetivo: mostrar los diferentes enfoques de la práctica de la medicina donde la conciencia religiosa del profesional —crecientemente ignorada por la literatura— enriquece la humanidad del acto médico clínico y engrandece la relación médico-paciente.
Sabido es que Pellegrino fue uno de los fundadores de la bioética, y que la mayoría de sus libros los escribió con su discípulo y después amigo el filósofo David C Thomasma; pero es general la percepción de que, aunque son dos autores y un único pensamiento, Pellegrino fue claramente el primus inter pares del dúo y el artífice del discurso moral médico: de la inquietud profunda por los negativos cambios que veía en la práctica de la medicina de su país. Una ojeada a su último currículo, disponible en internet, da idea de su extraordinaria contribución a la renovación clínica moderna de la medicina y en especial a la ética médica.
Sanación y Vocación traduce Helping and Healing. Religious Commitment in Health Care con rigor, y como tal reproduce el texto en su integridad. Consta de 9 capítulos, y los índices de autores y materias; y se construye por adición de artículos previos ya publicados de Edmund D Pellegrino y David C Thomasma, que el lector puede revisar en los Agradecimientos al principio del libro. En la Introducción, los autores exponen claramente los objetivos buscados, algo que aflora al lector por las temáticas que abordaran: siempre desde la base de sus libros anteriores, esto es, desde las bases de una ética de la medicina de fundamento filosófico.
Sanación y Vocación representa un paso mas, es decir, el objetivo de desarrollar una descripción mas completa de tal filosofía moral, que ahora abarca la incorporación de las fuentes religiosas de la moral médica. ¿Qué influencia tiene la religión —se preguntan los autores— en el tipo de persona que el profesional de la medicina debe ser? Una cuestión importante orillada hoy, que prende una gran atención en el lector médico interesado; sobre todo por lo infrecuente de que la aborden dos laicos creyentes. El lector advierte pronto que está ante unas reflexiones nuevas y en algún momento fascinantes. Que unos médicos leerán con gran interés y otros, aún sin leerlo, con indiferencia. Porque, para los autores, “este libro es un estímulo y un refuerzo para aquellos profesionales de la salud que buscan ser sanadores en el sentido mas pleno”: y porque “gran parte del desaliento moral en que han caído las profesiones (medicina, derecho, incluso el sacerdocio) es consecuencia de las exigencias éticas percibidas, pero sin una filosofía moral en qué basarlas”, y porque “gran parte de las personas con creencias religiosas buscan fuentes de inspiración y aspiración mas allá de las tendencias minimalistas de la moral médica contemporánea.”
Las temáticas de los capítulos reflejan claramente el libro: “Salud y Enfermedad”, “Sanación y cuidado”, “La religión y el proceso de sanación”, “El principio de vulnerabilidad”, “La religión y los principios de la ética médica”, “La medicina como llamada”, “Una comunidad de sanación”, “Amor y justicia en el ministerio de salud: de la profesión a la sanación —la perspectiva filosófica, y el último capítulo “Amor y justicia en el ministerio de salud: de la profesión a la vocación —la perspectiva teológica”. Finalmente, una cuidada presentación por EUNSA, Ediciones Universidad de Navarra, S.A. (Pamplona), que hace fácil el manejo y la reflexiva lectura que precisa el libro.
Para el profesional sanitario, medicina y enfermería, el valor de “Sanación y Vocación” es diverso. En primer lugar —y lo mas importante— porque visualiza la importancia de las convicciones religiosas en la práctica de la medicina, en el cuidado y curación de los enfermos y en el abordaje no solamente técnico de la vulnerabilidad humana. Pellegrino proyecta, desde su experiencia, cómo la conciencia cristiana se ve especialmente removida si el sanador cree realmente en Dios y en la responsabilidad moral que ello implica en el acercamiento al dolor, siempre en imitación al amor de Jesucristo por los innumerables enfermos que curó y sanó a su paso por la tierra.
La mentalidad de Pellegrino y su lenguaje es secular, directo, el propio de un laico culto que dio el paso, a veces nada sencillo, de integrar y hacer explicita la conciencia —su conciencia— en todas las acciones y decisiones médicas. Y que puso por escrito a contracorriente en toda su extensa obra. Siempre desde una libertad admirable, profesoral, para explicar lo que la fe en el Dios verdadero aporta al acto de sanación. El maestro no fue un teólogo ni nunca se lo propuso, pero su andadura profesional primero como rector de la Universidad Católica de América y después como profesor de medicina y ética médica en Georgetown University —la universidad de los jesuitas en Washington— le permitió un fuerte acercamiento a las cuestiones dilemáticas de la moralidad médica, y siempre ante el espejo de los mas diversos teólogos y credos distintos. Su fidelidad a la Iglesia en años complejos fue proverbial y será siempre una referencia; algo que hizo compatible con una verdadera libertad de espíritu, tolerancia y carácter acogedor, amigo de sus amigos aunque no pensaran igual. Sus largos años en esta Universidad, su obra intelectual, su compromiso moral y la extraordinaria calidad de su persona le ganaron un gran prestigio en el país y sobre todo en los medios católicos, no exento obviamente de algunas reservas, pero siempre con el respeto de los medios profesionales y bioéticos de los mas diversos planteamientos.
Tras los pasos de san Juan Pablo II
Acompáñanos a Polonia, recién cumplidos los 102 años del nacimiento de san Juan Pablo II, uno de los pontífices más carismáticos de la Historia.
Peregrinación a Polonia
Descubriremos la tierra natal del papa san Juan Pablo II. Nos acercaremos, a los lugares donde creció y vivió el joven Karol Wojtyla, para conocer su país, su historia y su arraigada fe en Jesucristo.
Durante este viaje descubrirás la gran personalidad de Juan Pablo II, y su lucha por defender los valores cristianos a lo largo de toda su vida. Él fue el inspirador de la Fundación CARF.
Cracovia, Varsovia en una ruta personalizada.
Pensión completa, hotel de 4 estrellas.
Del 26 al 31 de mayo 2023.
¿Quieres vivir una experiencia inolvidable?
Encuentro en el seminario Bidasoa
El Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa acoge a alumnos de todo el mundo con el objetivo de que reciban una óptima formación para su labor sacerdotal en sus diócesis.
Encuentro con los seminaristas en la Santa Misa solemne y comida con ellos para disfrutar posteriormente de una gala musical que ofrecen cada año en honor de los asistentes.
Visita a el Santuario de Jasna Góra
Situado al sur de Polonia el Santuario alberga la comunidad de monjes Paulinos y está considerado el principal centro de peregrinación del país. Allí se encuentra la Basílica de Nuestra Señora de Czestochowa, rodeada de numerosas historias, remonta el origen del icono hasta San Lucas quien lo habría pintado sobre una madera de ciprés de la casa de la Sagrada Familia.
Recorrido por Wadowice
Paseo por el pueblo natal del Papa San Juan Pablo II y la Basílica de Wadowice, donde fue bautizado. Visitaremos su casa, que hoy es día es un museo, donde a través de fotos, ropas y objetos personales vislumbraremos cómo era su vida aquí.
Museo de Auschwitz
Declarado Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Este complejo de campos de concentración de Auschwitz fue el mayor de los establecidos durante la Segunda Guerra Mundial. Un guía local nos hará el recorrido. Auschwitz, es un símbolo particular del propio sufrimiento y de martirio de Santa Edith Stein y de San Maximiliano María Kolbe.
Casco antiguo de Cracovia
Ciudad ligada al Papa San Juan Pablo II y considerada una de las ciudades más bellas de Europa, parece anclada en el tiempo. Declarada Patrimonio de la Humanidad desde 1978. Su pasado medieval está presente por toda la ciudad como en sus murallas o la Plaza del Mercado, centro neurálgico de la ciudad.
Minas de sal de Wieliczka
Las minas de sal de Wieliczka, cerca de Cracovia, llevan en funcionamiento desde el siglo XIII continuando, hoy en día, produciendo sal de mesa. Acrecienta su valor la cantidad de cámaras y capillas excavadas. Es una ciudad subterránea con todas sus estructuras. Visitaremos uno de los monumentos de cultura material y espiritual más valioso que hay en Polonia, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1978. Y visita a Łagiewniki, capital de la Divina Misericordia.
Itinerario
Haz tu peregrinación con CARF con una planificación muy cuidada. Tiempo para rezar, tiempo para pasear, tiempo para disfrutar.
Viernes, 26 de mayo: Madrid - Pamplona - Zaragoza
06.00 h. Encuentro del grupo en el punto acordado -Santiago Bernabéu-, y salida en bus hacia Pamplona (4 horas de trayecto aproximadamente).
11.00 h. Recepción y celebración de la sesión inaugural del Encuentro Anual de Benefactores en las Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra.
13.00 h. Santa Misa solemne en el Seminario Bidasoa con los seminaristas, formadores y autoridades. Recorrido por el colegio y foto de familia.
14.00 h. Comida en compañía de formadores y seminaristas de más de 20 países.
15.00 h. Café y actuación musical de los seminaristas.
16.00 h. Adoración al santísimo y bendición.
17.00 h Traslado a la ermita de Nuestra Señora del Amor Hermoso, a la entrada del campus de la Universidad de Navarra. Oración del Rosario.
18.30 h Traslado hacia Zaragoza (2 horas aproximadamente). Check in y cena en el alojamiento.
Sábado, 27 de mayo: Zaragoza - Barcelona - Varsovia
Domingo, 28 de mayo: Varsovia - Częstochowa
Lunes, 29 de mayo: Częstochowa - Auschwitz - Cracovia
Martes, 30 de mayo: Cracovia – Łagiewniki - Wieliczka – Cracovia
Miércoles, 31 de mayo: Cracovia - Varsovia - Madrid
Información del viaje
· Del 26 al 31 de mayo de 2023.
Precio/persona, para 40 pax. 1.280 €. Precio/persona, para 35 pax. 1.305 €. Precio/persona, para 30 pax. 1.335 €. Precio/persona, para 25 pax. 1.380 €. Precio/persona, para 20 pax. 1.455 €.
· Reserva y señalización de 600 € obligatoria con la inscripción. Resto del pago, antes del 26 de abril.
· Salida desde Madrid. Otras opciones, consultar con la agencia de viajes.
· Plazas máximas limitadas.
El precio incluye:
· Vuelos de ida y vuelta con tasas incluidas (Vuelos Barcelona – Varsovia y Cracovia – Madrid) con franquicia de equipaje 23 kg. y 1 pieza de mano de 8 kg.
· Traslados Madrid, Pamplona, Zaragoza y al aeropuerto El Prat y durante el viaje en autobús privado.
· Alojamiento y desayuno en hoteles de 4*. Comidas y cenas, según programa en pensión completa.
· Entradas a las visitas y monumentos, con coordinador y guía de habla hispana y auriculares.
· Seguro de viaje con RACE. Gastos de cancelación: hasta 1.800 €. Equipaje: hasta 1.500 €. Asistencia médica en Europa: hasta 50.000 €. Responsabilidad civil: 60.000 €.
El precio no incluye:
· Segunda bebidas en las comidas/cenas (agua con gas, vino, refrescos, etc.).
· Entradas a sitios no mencionados en el programa.
· Gastos personales.
· Propinas del guía y chofer.
· Nada que no aparezca en el apartado incluye.
Más información:
· Forma de pago: Ingreso en cuenta IBERCAJA de la Fundación CARF – ES75 2085 9513 7103 3034 5348.
· La vigencia mínima de la documentación: DNI en vigor.
· Sin la transferencia bancaria, su inscripción no tiene valor alguno como reserva de plaza. Según vaya pagando cada peregrino, se asegura su viaje hasta completar el cupo de plazas máximo.
· Para cualquier duda relativa al viaje: vuelos, alojamiento, circunstancias especiales, etc. contactar con Ana Lucía de Red Peregrina (polonia2023carf@redperegrina.org teléfono:+34 664 357 826).
Pasados unos cuantos días me parece oportuno recordar la titánica labor desarrollada por Joseph Ratzinger al servicio de la fe católica a través de sus numerosos escritos como teólogo y de su labor pastoral como sacerdote, obispo y Papa. Benedicto XVI ha vivido con lucidez y dolor el ocaso de la fe en Occidente, que ha significado el oscurecimiento de la razón y del sentido de la vida. Esto le ocasionó acerbas críticas por parte de algunos sectores intelectuales, pero también el reconocimiento agradecido de muchas personas de toda condición, incluyendo muchos no creyentes. Arraigado en la gran Tradición católica, en i humilde opinión ha sido un gran promotor del diálogo de la fe cristiana con el mundo contemporáneo, y ha entendido que la Iglesia debe vivir en continua renovación y debe encontrar nuevas formas de presencia y nuevos lenguajes en un mundo que cambia aceleradamente. Finalmente, su gesto de renuncia al pontificado ha tenido también un valor profético, subrayando que la Iglesia está siempre en manos de su Señor.
Jesús Domingo Martínez
Con su propia existencia, el Papa emérito nos ha hecho ver “que deseamos la vida misma, la verdadera, la que no se vea afectada ni siquiera por la muerte”. Es paradójico porque “no conocemos eso hacia lo que nos sentimos impulsados y no podemos dejar de tender a ello y, además, sabemos que todo lo que podemos experimentar o realizar aquí, no es lo que deseamos” (…). La expresión ‘vida eterna’ trata de dar un nombre a esta desconocida realidad (…) Pero esa expresión suscita en nosotros la idea de lo interminable, y eso nos da miedo”.
El propio Benedicto XVI, explicando en la encíclica Spe Salvi lo que a él le ha sucedido en sus últimos días, era a él mismo que, señala “que la eternidad no es un continuo sucederse de días del calendario, sino el momento pleno de satisfacción en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad… es la vida en sentido pleno”. Esa es la dimensión más profunda de los deseos que expresamos en el momento de cambiar de año.
Domingo Martínez Madrid
Que en vez de “seso” tengan sexo
Ante los estudios y opiniones sobre la enseñanza diferenciada, la pregunta es necesaria: ¿si no hay motivos pedagógicos para excluir la diferenciada, por qué este afán de acabar con ella en España? Bajo mano, lo dicen los que atacan: “porque la mayoría de esos centros de enseñanza diferenciada están relacionados, de un modo u otro, con la Iglesia Católica, con instituciones religiosas católicas, etc.”.
Su sinceridad, por supuesto como un susurro que no llegue a los líderes del PSOE, IU, Podemos, Compromís…, aporta todas las luces. Se entiende que no den razones. Lo que quieren es ahogar a los católicos, revistiéndolo de una falsa “segregación” y menos todavía “discriminación”.
Para llegar a conclusiones en esta materia, simplemente hace falta pensar y conocer a quienes niegan la libertad en la enseñanza, y en tantas otras facetas. Por eso también se entiende mejor que intenten que no pensemos, no tengamos razones, no argumentemos, inoculando sexo ya a los niños antes del uso de razón, para que en vez de “seso” tengan sexo. Por esa vía se entienden muchas cosas que están pasando en España: anestesiar, paralizar, tergiversar… para que Pedro Sánchez siga unos años más en Moncloa.
José Morales Martín
The Chosen: “El Jesús que muestra la serie conecta con la audiencia porque ¡es tan creíble!”
En esta entrevista coral, tres de los actores de la exitosa serie The Chosen han compartido su experiencia y su visión de este proyecto, que se ha encumbrado como una opción indudable dentro de la narrativa cinematográfica de temática religiosa. The Chosen muestra la historia “que pudo ser” de los Apóstoles y las santas mujeres con una notable precisión histórica y bíblica, y a través de un drama conmovedor en el que no falta el humor.
Maria José Atienza·14 de enero de 2023·Tiempo de lectura: 7 minutos
Sus nombres son Elizabeth Tabish, Noah James y Amber Shana Williams, pero muchos los conocen, a través de la exitosa serie The Chosen como María Magdalena, Andrés y Tamar.
Omnes estuvo con ellos durante la promoción de la tercera temporada de esta serie en España. Los capítulos se publican, de manera progresiva, en las diversas plataformas en las que The Chosen se emite. Esta tercera temporada se va adentrando, poco a poco, en algunos de los momentos “complicados” de la vida de Cristo.
The Chosen ha sido para sus propios creadores un éxito inesperado. Las dos primeras temporadas y esta tercera que ha comenzado acumulan más de 450.000.000 visualizaciones en más de 140 países y en 56 idiomas.
El proyecto ha sido posible gracias al crowfunding que, desde sus inicios, Angel Studios, la productora de The Chosen, puso en marcha para financiar esta serie y que ha supuesto el mayor crowdfunding en la historia de las producciones audiovisuales: para la primera temporada, más de 19.000 personas donaron 11 millones de dólares, y para la segunda y tercera temporada se han recaudado más de 40 millones de dólares.
El proyecto comprende 7 temporadas, con más de 50 episodios. El éxito de su primera y segunda temporadas a través de su aplicación móvil llevó a la productora a emitir las dos primeras temporadas en diferentes salas de cine con ocasión del estreno de la tercera entrega de la serie.
Su director, Dallas Jenkins, es un cristiano evangélico, casado desde 1998 con la escritora y profesora Amanda Jenkins, y padre de cuatro hijos, el último de ellos adoptado.
Entre los actores de The Chosen encontramos personas de todo tipo y procedentes de culturas muy diversas. El actor que interpreta a Jesús, Jonathan Roumie, es hijo de padre egipcio y madre irlandesa. Fue bautizado en la Iglesia ortodoxa griega, pero se convirtió al catolicismo. En el elenco hay actores de tradición ortodoxa y cristianos de diversas confesiones, de familia judía o incluso agnósticos. Sin embargo, todos apuntan que The Chosen les ha cambiado la manera de considerar a Jesús y, especialmente, de verlo en sus propias vidas.
“La experiencia más significativa”, “uno de mis mayores retos personales”…, así definen los actores que encarnan a esos hombres y mujeres “elegidos” la experiencia de ser parte del reparto de The Chosen. La charla con Elizabeth Tabish, Noah James y Amber Shana Williams es amena, divertida y sencilla. Tres actores a los que el éxito de una serie de temática religiosa les ha sorprendido e impulsado también en su vida profesional.
¿Cómo ha sido vuestra experiencia de dar voz y rostro a los Apóstoles y santas mujeres? ¿Qué os ha llamado más la atención?
—[E. Tabish] Desde que hice el casting para el papel me sentí muy identificada con la figura de María Magdalena. En el primer episodio, ella está en una situación desesperada, sin futuro, depresiva. Yo misma he pasado por esas experiencias, por lo que hacerlo realidad en el personaje fue sencillo, casi podría decirse que supuso una catarsis, porque, más adelante, María Magdalena vive ese encuentro con Jesús y comienza a seguirle. Del mismo modo, yo misma he avanzado personalmente y me siento más segura en el proyecto, en el propio personaje.
—[N. James] En mi caso, siempre que hago un papel o que realizo un trabajo, intento traer algo de mi propia personalidad al personaje, al proyecto que realizo. Creo que, en el fondo, todos tenemos algo de Andrés o de María Magdalena o de Tamar… o de Romeo o Julieta… Es cuestión de mirarse a uno mismo y decir: “¡Ah!, esta parte de mí se encadena a este rasgo o a este otro del personaje”; y así en diferentes circunstancias, y situaciones. En mi vida, siempre intento ser tan alegre como Andrés, y también es cierto que estoy tan estresado como el propio Andrés. Poner algo de mí para hacer creíble, real, el personaje.
—[A.S. Williams] La realidad es que nos hemos dado cuenta, también en el propio set, de que muchas veces somos muy parecidos a nuestros personajes, e incluso lo comentamos entre nosotros: “¡Estás tan estresado como Andrés!” o “¡Eres tan impulsivo como Pedro!”.
En el ámbito profesional, cuando se es actor, lo último que pretendes es que tu manera de actuar parezca falsa. Nuestro objetivo, como actores es traer aquello que tú eres al personaje, todos los rasgos que puedes ofrecer al personaje, porque cada uno es cada uno. Nuestro objetivo, entonces, es tener parte de estos personajes, de estas historias. Hacernos parte de ella para ser tan auténticos como ellos son, honestos, creíbles. Tenemos la tarea de encontrar esos puntos que tienes más en común con tu personaje, con tu papel. Y, con esas cosas, aunque existan pequeñas diferencias, encontrar la manera de transmitirlo y, al mismo tiempo, que el propio personaje nos inspire. Se crea una relación entre el actor y el personaje. Siempre hay que tener un especial respeto por el personaje; no se trata de juzgar al personaje sino de respetarlo y de ser honesto con él y con la historia.
Más allá de que seáis o no creyentes. ¿Ha cambiado vuestra concepción de Jesucristo con esta serie?
—[A.S. Williams] La mía sí, completamente. Mi padre era ministro en nuestra comunidad, encargado de los cantos. Crecí con una imagen de Jesús asociada a la de las estatuas o las pinturas de las paredes. Un Jesús muy “celestial”, inaccesible. A veces me preguntaba si, realmente, le podía hablar. Creo que, en ocasiones, la experiencia ha sido casi dramática.
Cuando me encontré con The Chosen esto cambió. El Jesús que muestra The Chosen conecta con la audiencia —no solo con los creyentes, sino también con quienes están alejados de la fe o no son creyentes— porque es un Jesús ¡tan creíble! Un Jesús que baila, que ríe, que se lava los dientes, que habla con autoridad, como rey, pero no da una orden fría. Es muy refrescante.
Pienso que nos recuerda que Jesús vivió como un hombre, que tuvo sus necesidades diarias, no fue un extraño a lo que somos nosotros. Nos hace sentir que pertenecemos a su mundo. Todos los que ven a este Jesús pueden decir “Me encanta, amo a este hombre”. Porque es un Jesús que me sonríe, es un Jesús que nos dice que no tenemos que ser perfectos para estar en su presencia. Un Jesús que nos habla y nos recuerda que está aquí para nosotros, para esa redención y que podemos hacerlo, podemos seguirle. Creo que The Chosen hace un excelente trabajo en este retrato humano de Cristo.
¿Es difícil dar vida a María Magdalena o a un apóstol de quienes podemos tener ideas preconcebidas?
—[E. Tabish] En mi caso, que interpreto a María Magdalena, conozco muchos retratos de ella, pintados a lo largo de los años. También es una figura que, en nuestro trabajo de cine, ha sido tratada en diversas ocasiones. Se han hecho muchas historias, muchas especulaciones sobre ella, sobre lo que era, su profesión, o cómo se la ve en los Evangelios.
La realidad es que lo poco que sabemos de María Magdalena lo conocemos por lo que aparece en los Evangelios.
En mi caso, he intentado evitar esas otras interpretaciones y centrarme en lo que de ella aparece en los Evangelios y, junto a esto, estudiar sobre cómo podría ser una mujer como ella, sus costumbres, la cultura de su tiempo… y poner mis propias emociones en su corazón.
He tenido mucho respeto por este personaje porque me encanta el gran amor siente por Jesús y cómo le sigue.
—[N. James] Efectivamente. También, en mi experiencia, el primer paso es acercarme al personaje con el mayor respeto posible. En el caso de The Chosen, además, estamos haciendo una historia que “podía haber sido” y esa es una historia que, en cierto modo, hemos visto desde hace cientos de años en pinturas, en vidrieras…
Cuando he tenido que preparar el personaje del apóstol Andrés, lo que he intentado siempre es preguntarme qué significaría para mi estar pescando durante horas y no coger nada, o pagar mis impuestos, una y otra vez, y ver que, a pesar de todo, pierdo mi barco… ¿Cómo me sentiría ante esas realidades? Es cierto que podemos ver pinturas, interpretaciones de otras personas pero, principalmente hemos de hacer la nuestra, crear una relación con esa materia, crear el personaje en cada momento.
¿Como definiríais The Chosen?
—[E. Tabish] Sin duda, para mí ha sido el proyecto con más significado personal. Es una rara oportunidad para los actores ser capaces de trabajar en un proyecto, terminar la temporada, poder verla, tener feedback y, más aún, hacer otra temporada y continuar creciendo como actores, unos con los otros, inspirándonos los unos a los otros. Incluso en la tercera temporada.
Creo que para mí era casi un propósito de vida ser incluida en algo tan especial. Y así ha sido.
—[N. James] Creo que, con mucho, ha sido el proyecto más gratificante del que he formado parte. The Chosen ha sido además el trabajo que más me ha cuestionado, como actor y persona. Ha sido también el proyecto más retador de grabar, especialmente debido a los elementos meteorológicos. Hemos tenido que grabar mientras nos asábamos de calor, o bajo la lluvia, metidos en agua fría durante horas… A veces las cosas mas gratificantes son las mas retadoras. Y esto ha sido así en The Chosen.
—[A.S. Williams] Para mi ha sido una experiencia clave y, sobre todo, una sorpresa.
Todos teníamos esperanzas de que algún día The Chosen tendría su éxito, pero no podíamos imaginar, ni de lejos, el impacto global que la serie está teniendo hoy. Es una bendición verlo crecer y especialmente, es impactante ver cómo aumenta el nivel en cada temporada. La primera temporada es fantástica y eso mejora a lo largo del proyecto.
Mi propio personaje es una sorpresa, por ejemplo. Con respecto a este papel creo que The Chosen asume muchos riesgos porque, en mi caso, no se trata de un personaje con un nombre conocido en la Biblia. Tamar representa a mucha gente. Aúna a muchas personas que, en los Evangelios, no tienen un nombre concreto. Los amigos del paralítico que lo descuelgan del techo, las mujeres que acompañan a Jesús en su ministerio, etc., no las conocemos a todas por su nombre, pero Tamar representa lo que son todos ellos.
¿Con qué escena os quedáis de la serie?
—[E. Tabish] ¡Oh! Con muchas. Aunque creo que la escena que más me gustó grabar, mi favorita, es cuando, en la segunda temporada, María Magdalena se siente otra vez perdida y se va. Vuelve y no se siente capaz de hablar con Jesús y, entonces, María, la madre de Jesús la lleva a él. Es un momento precioso cuando Jesús le dice que no tiene que ser perfecta, que Dios solo quiere su corazón. Esa escena me conmovió porque, en el fondo, me lo dijo a mi. Es algo que llevo conmigo.
—[N. James] La escena que creo que no olvidaré es la del milagro de los peces del episodio cuarto de la primera temporada. Ha sido de las escenas más difíciles de grabar. Estuvimos 14 o 15 horas metidos en el agua que estaba muy fría… Teníamos que reunir los peces en la barca, poniéndolos juntos, eran como burritos que se escapaban de las manos… sin saber si los efectos visuales iban a funcionar. De hecho, durante varios días no sabíamos si había servido la escena y, cuando la ves, una vez producida, es estupenda.
—[A.S. Williams] Mi escena favorita también se enmarca en la segunda temporada. Es aquella en la que los apóstoles y las mujeres estamos sentados alrededor del fuego y comienza una pelea sobre “si tú tienes derecho a estar aquí o no”, “si yo hago las cosas de este modo o de otro”. En el fondo, se están centrando en ellos mismos, en lo que se merecían o no… En ese momento Jesús aparece exhausto, agotado después de haber estado escuchando y curando a la gente durante todo el día, y es un momento de humillación para esas personas. Es una escena que recuerda que tenemos que parar, y dejar nuestros egos, nuestras opiniones o disputas porque Jesús se está dando a los demás.
También me gustan especialmente las escenas de Jesús con su madre, cómo la mira, cómo se hablan. ¡Porque Jesús tiene una madre! Y todas ellas son impresionantes.
- Inicie sesión para enviar comentarios