DE INTERES PARA HOY sábado, 01 de octubre de 2022
Indice:
El Papa: “Renovemos nuestro compromiso de construir el futuro según el proyecto de Dios”
Papa Francisco: “¡Desechar comida es desechar personas”
“El secreto de la vida de los santos es la familiaridad y confidencia con Dios”
LA RAZÓN DE LA ALEGRÍA : Francisco Fernandez Carbajal
Evangelio del sábado: la esperanza del Cielo
“Dios no te arranca de tu ambiente” : San Josemaria
2 de octubre 1928: una misericordia de Dios
Del Prelado: Agrandar el corazón
La intención mensual: rezar todos a una
La Belleza de la Liturgia (12). El sentido de las rúbricas : José Martínez Colín.
“¡Vale la pena!” (III): Para hacer del tiempo un aliado
Clericalismo católico y nacional-laicismo : Andrés Ollero Tassara
Sobre la educación sexual y el hipotético derecho de los niños a mantener relaciones sexuales consentidas : Enrique Burguete Miguel
Cuando se pierde la memoria pero no el afecto : Jacinto Bátiz Cantera
El origen del sacerdocio cristiano : Francisco Varo Pineda
La nueva estrategia de la UE en favor de los bosques para 2030 : Jesús Domingo Martínez
Prohibido sonreír : Jesús D Mez Madrid
Son sin duda reales los problemas ecológicos : Juan García.
No seamos cómplices : Pedro García
Los cinco lenguajes del amor que ayudarán a tu matrimonio : LaFamilia.info
El Papa: “Renovemos nuestro compromiso de construir el futuro según el proyecto de Dios”
Palabras del Santo Padre antes del Ángelus
Matera © Vatican Media
En esta visita pastoral del Santo Padre Francisco en Matera para la conclusión del 27º Congreso Eucarístico Nacional al finalizar la Eucaristía, el Papa ha rezado el Ángelus.
Estas son las palabras del Papa al introducir la oración mariana:
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Palabras del Papa
Al final de esta Celebración, quiero daros las gracias a todos los que habéis participado en representación del Pueblo santo de Dios que está en Italia. Y le estoy agradecido al cardenal Zuppi que se ha hecho su portavoz. Felicito a la comunidad diocesana de Matera-Irsina por el esfuerzo organizativo y de acogida; y agradezco a todos los que han colaborado en este Congreso Eucarístico.
Ahora, antes de concluir, nos dirigimos a la Virgen María, Mujer eucarística. A Ella le encomendamos el camino de la Iglesia en Italia, para que en cada comunidad se sienta el perfume de Cristo Pan vivo bajado del Cielo. Hoy me atrevería a pedir por Italia: más nacimientos, más hijos. E invocamos su materna intercesión para las necesidades más urgentes del mundo
Pienso, en particular, en Myanmar. Desde hace más de dos años ese noble país se ha visto azotado por graves enfrentamientos armados y violencias, que han causado muchas víctimas y desplazados. Esta semana escuché el grito de dolor por la muerte de niños en una escuela bombardeada. Se ve que hoy en el mundo está de moda bombardear las escuelas. ¡Que el grito de estos pequeños no caiga en el olvido! ¡Estas tragedias no tienen que suceder!
Que María, Reina de la Paz, consuele al martirizado pueblo ucraniano y obtenga para los líderes de las naciones la fuerza de voluntad para encontrar inmediatamente iniciativas eficaces que conduzcan al fin de la guerra.
Me sumo al llamamiento de los obispos de Camerún por la liberación de algunas personas secuestradas en la diócesis de Mamfe, entre ellas cinco sacerdotes y una monja. Ruego por ellos y por la población de la provincia eclesiástica de Bamenda: que el Señor conceda la paz a los corazones y a la vida social de ese querido país.
Hoy, en este domingo, la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, sobre el tema «Construir el futuro con los migrantes y refugiados». Renovemos nuestro compromiso de construir el futuro según el proyecto de Dios: un futuro en el que cada persona encuentre su lugar y sea respetada; donde los migrantes, refugiados, desplazados y víctimas de la trata puedan vivir en paz y con dignidad. Porque el Reino de Dios se realiza con ellos, sin excluidos. Es también gracias a estos hermanos y hermanas que las comunidades pueden crecer a nivel social, económico, cultural y espiritual; y compartir las diferentes tradiciones enriquece al Pueblo de Dios. ¡Comprometámonos todos a construir un futuro más inclusivo y fraterno! Los migrantes deben ser acogidos, acompañados, promovidos e integrados.
Papa Francisco: “¡Desechar comida es desechar personas”
Mensaje del santo Padre Francisco con motivo del Día Internacional de Concienciación sobre la pérdida y el desperdicio de alimentos 2022
El Papa Francisco © Vatican Media
“Ya lo he dicho en el pasado, y no me cansaré de insistir, ¡desechar comida es desechar personas!”, remarcó el Papa Francisco.
El Santo Padre envió un mensaje a los participantes en la celebración del Día Internacional de Concientización sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, que tiene lugar cada 29 de septiembre.
Francisco llama a detener la especulación alimentaria y a los Estados y grandes empresas a “responder con eficacia y honestidad al grito desgarrador de los hambrientos que reclaman justicia”.
A continuación, sigue el texto completo del mensaje del Pontífice.
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Mensaje del Santo Padre
A Su Excelencia
el señor Qu Dongyu
Director General de la FAO
Excelencia:
Saludo cordialmente a los participantes en la celebración del Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos. Agradezco el espacio que se me ha brindado en este evento que tiene como objetivo resaltar la gravedad de un problema que no podemos dejar pasar de largo en este momento tan duro que estamos viviendo.
Cuando la comida no se aprovecha debidamente, sea porque se pierda o porque se despilfarre, estamos a merced de la “cultura del descarte”, que se traduce en una manifestación de desinterés por lo que tiene un valor fundamental o de apego a lo que adolece de importancia. Sabiendo que multitudes de seres humanos no pueden acceder a una alimentación adecuada o a los medios para procurársela —siendo este un derecho básico y prioritario de toda persona—, ver tirados los alimentos en la basura o deteriorados por ausencia de los recursos necesarios para hacerlos llegar a sus destinatarios es realmente vergonzoso y preocupante
Tanto la pérdida como el desperdicio de alimentos son hechos verdaderamente deplorables porque dividen a la humanidad entre los que tienen demasiado y los que carecen de lo esencial, porque aumentan las desigualdades, generan injusticias y niegan a los pobres lo que necesitan para vivir dignamente.
El clamor de los hambrientos, privados de una forma u otra del pan cotidiano, debe resonar en los centros donde se toman las decisiones. Y no puede quedar silenciado o sofocado por otros intereses, considerando que los últimos datos del Informe sobre el Estado de la Seguridad Alimentaria y Nutricional en el Mundo (SOFI 2022) revelan que el año pasado el número de personas que padecen hambre en nuestro planeta aumentó significativamente debido a las múltiples crisis que afronta la humanidad. Así que, déjenme repetirlo, es necesario «recoger para redistribuir, no producir para dispersar» ( (Discurso a los miembros de la Federación Europea de Bancos de Alimentos, 18 mayo 2019). Ya lo he dicho en el pasado, y no me cansaré de insistir, ¡desechar comida es desechar personas!
Toda la comunidad internacional debe movilizarse para poner fin a la lamentable “paradoja de la abundancia”, que mi predecesor san Juan Pablo II denunció con clarividencia hace ya treinta años (cf. Discurso en la apertura de la Conferencia Internacional sobre la nutrición, 5 diciembre 1992). ¡En el mundo existe el alimento necesario para que nadie se vaya a la cama con el estómago vacío! Se producen recursos alimentarios más que suficientes para dar de comer a 8.000 millones de personas. La cuestión, sin embargo, se refiere a la justicia social, es decir, a la forma en que se regula la gestión de los recursos y la distribución de la riqueza.
Los alimentos no pueden ser objeto de especulación. La vida depende de ellos. Y es un escándalo que los grandes productores alienten un consumismo compulsivo para enriquecerse, sin siquiera considerar las auténticas necesidades de los seres humanos. ¡Hay que detener la especulación alimentaria! Debemos dejar de tratar los alimentos, que son un bien fundamental para todos, como moneda de cambio para unos pocos.
Por otra parte, el desperdicio de alimentos o la pérdida de los mismos contribuye significativamente al incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero y, por lo tanto, al cambio climático y a sus dañinas consecuencias. La tierra que explotamos ávidamente gime a causa de nuestros excesos consumistas e implora que cesemos de maltratarla y destruirla invirtiendo el rumbo de nuestras acciones. Los jóvenes, sobre todo, están pidiendo con fuerza que pensemos en ellos, que agudicemos nuestra mirada y agrandemos nuestro corazón, dando lo mejor de nosotros mismos para cuidar la casa común que salió de las manos de Dios y que hemos de salvaguardar, respondiendo con buenas obras al mal que le causamos.
En este asunto de tanta envergadura no podemos contentarnos con ejercicios retóricos, que terminan en declaraciones que luego no logran llevarse a cabo por olvido, mezquindad o codicia. Es hora de actuar con urgencia y buscando el bien común. Es inaplazable tanto para los Estados como para las grandes empresas multinacionales, para las asociaciones como para los individuos —para todos sin excluir a nadie—, responder con eficacia y honestidad al grito desgarrador de los hambrientos que reclaman justicia.
Cada uno de nosotros está llamado a reorientar su estilo de vida de manera consciente y responsable, para que ninguna persona quede postergada y a todas lleguen los alimentos que precisan, tanto en cantidad como en calidad. Se lo debemos a nuestros seres queridos, a las generaciones futuras y a quienes se encuentran golpeados por la miseria económica y existencial.
Que Dios Todopoderoso bendiga sus trabajos, para beneficio de toda la humanidad.
“El secreto de la vida de los santos es la familiaridad y confidencia con Dios”
Texto completo de la catequesis del Santo Padre
Audiencia general, 28 sept 2022 © Vatican Media
“El secreto de la vida de los santos es la familiaridad y confidencia con Dios, que crece en ellos y hace cada vez más fácil reconocer lo que a Él le agrada. La oración verdadera es familiaridad y confidencia con Dios. No es recitar oraciones como un loro, bla, bla, bla, no. La verdadera oración es esta espontaneidad y afecto con el Señor”, ha señalado el Papa Francisco.
Este miércoles, 28 de septiembre de 2022 ,ha tenido lugar la audiencia general del Santo Padre a las 9 horas en la plaza de San Pedro.
En su tercera catequesis sobre el tema del discernimiento, Francisco se detuvo “en el primero de sus elementos constitutivos, es decir, la oración”, pues, “para discernir es necesario estar en un ambiente, en un estado de oración”.
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Catequesis sobre el discernimiento 3. Los elementos del discernimiento. La familiaridad con el Señor
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Retomamos las catequesis sobre el tema del discernimiento, —porque es muy importante el tema del discernimiento para saber qué sucede dentro de nosotros; sentimientos e ideas, debemos discernir de dónde vienen, dónde me llevan, a qué decisión— y hoy nos detenemos en el primero de sus elementos constitutivos, es decir, la oración. Para discernir es necesario estar en un ambiente, en un estado de oración.
La oración es una ayuda indispensable para el discernimiento espiritual, sobre todo cuando involucra a los afectos, consintiendo dirigirnos a Dios con sencillez y familiaridad, como se habla a un amigo. Es saber ir más allá de los pensamientos, entrar en intimidad con el Señor, con una espontaneidad afectuosa. El secreto de la vida de los santos es la familiaridad y confidencia con Dios, que crece en ellos y hace cada vez más fácil reconocer lo que a Él le agrada. La oración verdadera es familiaridad y confidencia con Dios. No es recitar oraciones como un loro, bla, bla, bla, no. La verdadera oración es esta espontaneidad y afecto con el Señor. Esta familiaridad vence el miedo o la duda de que su voluntad no sea por nuestro bien, una tentación que a veces atraviesa nuestros pensamientos y vuelve el corazón inquieto e inseguro o amargo, también.
El discernimiento no pretende una certeza absoluta —no es químicamente un método puro, no, pretende una certeza absoluta—, porque se refiere a la vida, y la vida no siempre es lógica, presenta muchos aspectos que no se dejan encerrar en una sola categoría de pensamiento. Querríamos saber con precisión qué hay que hacer, pero, incluso cuando sucede, no siempre actuamos en consecuencia. Cuántas veces hemos vivido nosotros también la experiencia descrita por el apóstol Pablo, que dice así: “no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero” (Rm 7,19). No somos solo razón, no somos máquinas, no basta con recibir instrucciones para cumplirlas: al igual que las ayudas, los obstáculos para decidirse por el Señor son sobre todo afectivos, del corazón.
Es significativo que el primer milagro realizado por Jesús en el Evangelio de Marcos sea un exorcismo (cf. 1,21-28). En la sinagoga de Cafarnaúm libera a un hombre del demonio, liberándolo de la falsa imagen de Dios que Satanás sugiere desde los orígenes: la de un Dios que no quiere nuestra felicidad. El endemoniado de ese pasaje del Evangelio sabe que Jesús es Dios, pero esto no le lleva a creer en Él. De hecho, dice: “¿Has venido a destruirnos?” (v. 24).
Muchos, también cristianos, piensan lo mismo: que Jesús puede ser el Hijo de Dios, pero dudan que quiera nuestra felicidad; es más, algunos temen que tomarse en serio su propuesta, lo que Jesús nos propone, signifique arruinarse la vida, mortificar nuestros deseos, nuestras aspiraciones más fuertes. Estos pensamientos a veces se asoman dentro de nosotros: que Dios nos está pidiendo demasiado, tenemos miedo de que Dios nos pida demasiado, que realmente no nos ama. En cambio, en nuestro primer encuentro vimos que el signo del encuentro con el Señor es la alegría. Cuando encuentro al Señor en la oración, me pongo alegre. Cada uno de nosotros se vuelve alegre, una cosa hermosa. La tristeza, o el miedo, son sin embargo signos de lejanía con Dios: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”, dice Jesús al joven rico (Mt 19,17). Lamentablemente para ese joven, algunos obstáculos no le han consentido cumplir el deseo que tenía en el corazón, de seguir más de cerca al “maestro bueno”. Era un joven interesado, emprendedor, había tomado la iniciativa de ver a Jesús, pero estaba también muy dividido en los afectos, para él las riquezas eran demasiado importantes. Jesús no le obliga a decidirse, pero el texto señala que el joven se aleja de Jesús “triste” (v. 22). Quien se aleja del Señor nunca está contento, incluso teniendo a su disposición una gran abundancia de bienes y posibilidades. Jesús nunca obliga a seguirle, nunca. Jesús te hace saber su voluntad, con tanto corazón te hace saber las cosas, pero te deja libre. Y esto es lo más bonito de la oración con Jesús: la libertad que Él nos deja. En cambio, cuando nos alejamos del Señor permanecemos con algo triste, algo malo en el corazón.
Discernir qué sucede dentro de nosotros no es fácil, porque las apariencias engañan, pero la familiaridad con Dios puede disolver suavemente dudas y temores, haciendo nuestra vida cada vez más receptiva a su “amable luz”, según la bonita expresión de san John Henry Newman. Los santos brillan de luz refleja y muestran en los gestos sencillos de su jornada la presencia amorosa de Dios, que hace posible lo imposible. Se dice que dos esposos que han vivido juntos mucho tiempo queriéndose terminan pareciéndose. Algo similar se puede decir de la oración afectiva: de forma gradual pero eficaz nos hace cada vez más capaces de reconocer lo que cuenta por connaturalidad, como algo que brota de lo más profundo de nuestro ser. Estar en oración no significa decir palabras, palabras, no; estar en oración significa abrir el corazón a Jesús, acercarse a Jesús, dejar que Jesús entre en mi corazón y nos haga sentir su presencia. Y ahí podemos discernir cuándo es Jesús y cuándo somos nosotros con nuestros pensamientos, muchas veces lejos de eso que quiere Jesús.
Pidamos esta gracia: vivir una relación de amistad con el Señor, como un amigo habla al amigo (cf. S. Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, 53). Yo conocí a un anciano hermano religioso que era el portero de un colegio y él cada vez que podía se acercaba a la capilla, miraba el altar, decía: “Hola”, porque tenía cercanía con Jesús. Él no necesita decir bla, bla, bla, no: “hola, estoy cerca de ti y tú estás cerca de mí”. Esta es la relación que debemos tener en la oración: cercanía, cercanía afectiva, como hermanos, cercanía con Jesús. Una sonrisa, un gesto sencillo y no recitar palabras que no llegan al corazón. Como decía, hablar con Jesús como un amigo habla a otro amigo. Es una gracia que debemos pedir los unos por los otros: ver a Jesús como nuestro amigo, nuestro amigo más grande, nuestro amigo fiel, que no chantajea, sobre todo que no nos abandona nunca, tampoco cuando nos alejamos de Él. Él permanece en la puerta del corazón. “No, yo de ti no quiero saber nada”, decimos nosotros. Y Él se queda callado, se queda ahí cerca, cerca del corazón porque Él siempre es fiel. Vamos adelante con esta oración, digamos la oración del “hola”, la oración para saludar al Señor con el corazón, la oración del afecto, la oración de la cercanía, con pocas palabras, pero con gestos y con buenas obras. Gracias.
© Librería Editora Vaticana
— Abiertos a la alegría.
— La esencia de la alegría. Dónde encontrarla.
— Santa María, Causa de nuestra alegría.
I. El Evangelio de la Misa1 resalta la alegría de los setenta y dos discípulos, cuando vuelven de predicar por todas partes la llegada del Reino de Dios. Con toda sencillez le dicen a Jesús: hasta los demonios se nos someten en tu nombre. El Maestro participa también de este gozo: Veía a Satanás caer como un rayo. Pero a continuación les advierte: Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño. Sin embargo -les previene-, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad contentos porque vuestras nombres están escritos en el Cielo.
Jesús pronunciaría estas palabras lleno de un gozo radiante, comunicativo, externo. Enseguida estalló en un canto de júbilo y de agradecimiento: En aquel mismo momento se llenó de gozo del Espíritu Santo y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, pues así fue tu beneplácito.
Los discípulos recordarían siempre aquel momento con todas las circunstancias que lo rodearon: sus confidencias al Maestro, relatándole sus primeras experiencias apostólicas; su dicha al sentirse instrumentos del Salvador; el rostro resplandeciente de Jesús; su canto de júbilo y de agradecimiento a su Padre celestial... y aquellas palabras inolvidables: alegraos porque vuestros nombres están escritos en el Cielo. La esperanza de la bienaventuranza, el permanecer siempre junto a Dios, es la fuente inagotable de la alegría. Al entrar en la gloria eterna, si somos fieles, escucharemos de boca de Jesús estas inefables palabras: entra en el gozo de tu Señor2.
Aquí en la tierra, cada paso que damos hacia Cristo nos acerca a la felicidad verdadera. No hay felicidad estable fuera de Dios. Y, a la vez, el gozo del cristiano presupone el esfuerzo paciente para reconocer las alegrías naturales, sencillas, que el Señor pone en nuestro camino: «la alegría de la existencia y de la vida; la alegría del amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y del silencio; la alegría a veces austera del trabajo esmerado; la alegría y satisfacción del deber cumplido; la alegría transparente de la pureza, del servicio, del saber compartir; la alegría exigente del sacrificio. El cristiano podrá purificarlas, completarlas, sublimarlas: no puede despreciarlas. La alegría cristiana supone un hombre capaz de alegrías naturales»3. Muchas veces, el Señor se sirvió de estos gozos de la vida corriente para anunciar las maravillas del Reino: la alegría del sembrador y del segador; la del hombre que halla el tesoro escondido; la del pastor que encuentra una oveja perdida; el gozo de los invitados a un banquete; el júbilo de las bodas; el profundo gozo del padre que recibe a su hijo; el de una mujer que acaba de dar a luz a un niño...
El discípulo de Cristo no es un hombre «desencarnado», distanciado de lo humano, como no lo fue el Maestro. Nuestros amigos, quienes conviven con nosotros, nos han de notar cada vez más abiertos, con más capacidad para hacernos cargo de esas pequeñas alegrías nobles y limpias que Dios pone en nuestro camino para hacerlo más suave. Esta disposición estable supondrá en muchos momentos sacrificio y mortificación para vencer otros estados de ánimo o el cansancio.
II. La alegría es el amor disfrutado; es su primer fruto4. Cuanto más grande es el amor, mayor es la alegría. Dios es amor5, enseña San Juan; un Amor sin medida, un Amor eterno que se nos entrega. Y la santidad es amar, corresponder a esa entrega de Dios al alma. Por eso, el discípulo de Cristo es un hombre, una mujer, alegre, aun en medio de las mayores contrariedades. En él se cumplen a la perfección las palabras del Maestro: Y Yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar6. En muchas ocasiones se ha escrito con verdad que «un santo triste es un triste santo», Quizá sea la alegría lo que distingue las virtudes verdaderas de las falsas, que solo tienen el aspecto o la apariencia de virtud.
Cuando en el primer Mandamiento nos exige el Señor que le amemos con todo el corazón, con toda el alma y con todo nuestro ser... nos está llamando al gozo y a la felicidad. Él mismo se nos entrega: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada7. A la vez, sin la alegría que este Mandamiento provoca, todos los demás son a la larga difíciles o imposibles de cumplir8.
En el campo de las realidades humanas, el Señor nos pide ese pequeño esfuerzo para desechar un gesto adusto o evitar una palabra destemplada cuando quizá estamos cansados o con menos fuerzas para sonreír, pero «la alegría humana no puede mandarse. La alegría es fruto del amor, y no a todo el mundo se le otorga un amor humano capaz de mantener una alegría permanente. Y no solamente esto, sino que, por su naturaleza, el amor humano es con mayor frecuencia fuente de tristeza que de alegría (...). Pero en el campo cristiano no sucede así. Un cristiano que no ame a Dios es inexcusable, y un cristiano al que no brinde alegría el amor de Dios es que no ha comprendido lo que el amor le da. Para un cristiano la alegría es algo natural porque es propiedad esencial de la más importante virtud del cristianismo, es decir, del amor. Entre la vida cristiana y la alegría hay una necesaria relación de esencia»9. También suele existir idéntica relación entre tristeza y tibieza, entre tristeza y egoísmo, entre tristeza y soledad.
La alegría se aumenta, o se recupera si se hubiera perdido, con la oración verdadera, cara a cara con Jesús, «sin anonimato»; con la sinceridad; con la entrega a los demás, sin esperar recompensa; y mediante la Confesión frecuente, que «sigue siendo una fuente privilegiada de santidad y de paz»10. En resumen, «la condición del gozo auténtico es siempre la misma: que queramos vivir para Dios y, por Dios, para los demás. Digámosle al Señor que sí, que queremos, que no deseamos más que servir con alegría. Si procuráis comportaros así, vuestra paz interior y vuestra sonrisa, vuestro garbo y buen humor, serán luz poderosa de la que Dios se servirá para atraer a muchas almas hacia Él. Dad testimonio de la alegría cristiana, descubrid a cuantos os rodean cuál es vuestro secreto: estáis alegres porque sois hijos de Dios, porque le tratáis, porque lucháis por ser mejores y por ayudar a los demás y porque cuando se quiebra el gozo de vuestra alma acudís con prontitud al Sacramento de la alegría, en el que recuperáis el sentido de vuestra fraternidad con todos los hombres»11.
III. Desde hace veinte siglos la fuente de la alegría no ha cesado de manar en la Iglesia. Llegó con Jesús y la dejó a su Cuerpo Místico, En este tiempo, las criaturas más alegres han sido las que han estado más cerca de Jesús. Por eso no habrá nunca nadie más alegre que María, la Madre de Jesús, y Madre nuestra. Si Ella es la llena de gracia12 –llena de Dios–, es también la que posee la plenitud de la alegría. Estar cerca de la Virgen es vivir dichoso. Lo mismo que desborda su gracia, lleva su alegría a todas partes. «¿Qué tendrán la voz y las palabras de María que generan una felicidad siempre nueva? Son como una música divina que penetra hasta lo más hondo del alma llenándola de paz y de amor. Cuantas veces rezamos el Santo Rosario la llamamos Causa de nuestra alegría. Y lo es porque es portadora de Dios. Hija de Dios Padre, es portadora de la ternura infinita de Dios Padre. Madre de Dios Hijo, es portadora del Amor hasta la muerte de Dios Hijo. Esposa de Dios Espíritu Santo, es portadora del fuego y del gozo del Espíritu Santo. A su paso el ambiente se transforma: la tristeza se disipa; las tinieblas ceden el paso a la luz; la esperanza y el amor se encienden... ¡No es lo mismo estar con la Virgen que sin Ella! No es lo mismo, no, rezar el Rosario que no rezarlo...»13. Procuremos esmerarnos en rezarlo bien en este mes de octubre en que la Iglesia nos mueve a ir especialmente a Nuestra Madre del Cielo a través de esta devoción mariana. Procuremos poner santas intenciones al rezarlo en este sábado en el que, como tantos cristianos, procuramos tenerla más presente y ofrecer en su honor alguna pequeña mortificación. Pidámosle hoy que con nuestra alegría sepamos llevar a Dios a nuestros amigos, a los parientes. Ella, Causa de nuestra alegría, nos recordará siempre que dar alegría y paz –el gaudium cum pace, que jamás debemos perder– es una de las mayores muestras de caridad, el tesoro más valioso que tenemos, y muchas veces nuestra primera obligación en un mundo frecuentemente triste porque busca la felicidad donde no está.
1 Lc 10, 17-24. — 2 Mt 25, 21. — 3 Pablo VI, Exhort. Apost. Gaudete in Domino, 9-V-1975. — 4 Santo Tomás, Suma Teológica, 1-2, q. 24, a. 5. — 5 1 Jn 4, 8. — 6 Jn 16, 22. — 7 Jn 14, 23. — 8 Cfr. P. A. Reggio, Espíritu sobrenatural y buen humor, Rialp, 2ª ed., Madrid 1966, p. 34. — 9 Ibídem, pp. 35-36. — 10 Pablo VI, loc. cit. — 11 A. del Portillo, Homilía a los participantes en el jubileo de la juventud, 12-IV-1984. — 12 Lc 1, 28. — 13 A. Orozco, Mirar a María, pp. 239-240.
Evangelio del sábado: la esperanza del Cielo
Comentario del sábado de la 26.ª semana del tiempo ordinario. “No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el Cielo”. Jesús se alegra con la alegría de los Apóstoles. Jesús se alegra también con nosotros, cada día, y nos anticipa así el amor eterno del cielo.
01/10/2022
Evangelio (Lc 10, 17-24)
Volvieron los setenta y dos con alegría diciendo:
–Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les dijo:
–Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad, os he dado potestad para aplastar serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, de manera que nada podrá haceros daño. Pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en el Cielo.
En aquel mismo momento se llenó de gozo en el Espíritu Santo y dijo:
–Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre, pues así fue tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.
Y volviéndose hacia los discípulos les dijo aparte:
–Bienaventurados los ojos que ven lo que veis. Pues os aseguro que muchos profetas quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron.
Comentario
Los discípulos regresan de su misión y se muestran entusiasmados por haber experimentado el poder que el Señor les había concedido de hacer milagros.
Jesús confirma que les ha dado poder sobre el enemigo y se alegra de la derrota del diablo, pero, a la vez, les enseña cuál debe ser el verdadero motivo de su alegría: la esperanza del cielo.
Jesús reorienta nuestra mirada. En esta vida hay muchas cosas agradables, regalos de Dios a sus hijos, pero lo que más nos debe alegrar e ilusionar es la unión de Amor que ya comienza aquí, y que será plena en el cielo.
¿Qué es el cielo? «Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad –nos dice el Catecismo–, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha» (n. 1024).
Quizá pensamos poco en el cielo. Pensar en el cielo, en la felicidad eterna con Dios, fomenta la esperanza, nos llena de alegría, y hace que nos enfrentemos a las dificultades de esta vida con la serenidad de quién sabe que son camino para llegar al Amor. Y ese pensamiento no nos lleva a desentendernos de nuestros deberes en la tierra. Todo lo contrario. El cielo se lo da Dios a quienes tratan de hacer de esta tierra, con su amor y entrega a los demás, una antesala del cielo.
De pronto, Jesús se llena de gozo en el Espíritu Santo y manifiesta su alegría al ver que los pequeños y humildes reciben la palabra de Dios. Los que renuncian a la soberbia, entienden la Palabra, creen en Jesús. Los sabios y prudentes, es decir, los que se creen sabios con su propia sabiduría y no reconocen con humildad su ignorancia, permanecen ciegos para ver. Sobre todo, para ver en Jesús al Mesías, al enviado por Dios, a Dios mismo.
A continuación, Jesús nos manifiesta de un modo sencillo y sublime que es igual al Padre. No podemos conocer que Jesús es Dios si el Padre no nos da la gracia de la fe. Y no podemos conocer quién es el Padre si Jesús no nos lo revela.
Los discípulos son llamados bienaventurados, felices, por haber visto y oído a Jesús, por haber creído en Él. La fe es un don de Dios, el don más grande, pues sin la fe no hay salvación. Pero es preciso que el hombre se abra a ese don con humildad y responda a él con todo su corazón.
“Dios no te arranca de tu ambiente”
Dios no te arranca de tu ambiente, no te remueve del mundo, ni de tu estado, ni de tus ambiciones humanas nobles, ni de tu trabajo profesional... pero, ahí, ¡te quiere santo! (Forja, 362)
1 de octubre
Convenceos de que la vocación profesional es parte esencial, inseparable, de nuestra condición de cristianos. El Señor os quiere santos en el lugar donde estáis, en el oficio que habéis elegido por los motivos que sean: a mí, todos me parecen buenos y nobles –mientras no se opongan a la ley divina–, y capaces de ser elevados al plano sobrenatural, es decir, injertados en esa corriente de Amor que define la vida de un hijo de Dios. (...).
Hemos de evitar el error de considerar que el apostolado se reduce al testimonio de unas prácticas piadosas. Tú y yo somos cristianos, pero a la vez, y sin solución de continuidad, ciudadanos y trabajadores, con unas obligaciones claras que hemos de cumplir de un modo ejemplar, si de veras queremos santificarnos. Es Jesucristo el que nos apremia: vosotros sois la luz del mundo (Mt V, 14-16). (Amigos de Dios, nn. 59-61)
2 de octubre 1928: una misericordia de Dios
Se cumple un nuevo aniversario de la fundación del Opus Dei. Ofrecemos una cronología en imagen, vídeos, audios, galerías de imágenes y textos.
30/09/2022
• Recuerdos de la historia del Opus Dei (1928-2018): cronología de algunos acontecimientos destacados de la historia del Opus Dei: su expansión por los cinco continentes, su configuración jurídica, la puesta en marcha de algunas actividades en servicio de la sociedad, etc.
Descarga la cronología de la historia del Opus Dei (1928-2018)
• Comentario de la fiesta de los Santos Ángeles Custodios (texto y audio). Cada año, en esta fecha, su corazón se alzaba con sencillez infantil al Señor en acción de gracias y acudía a su ángel custodio para que le ayudara a tratar a Dios con plena intimidad
• El 2 de octubre de 1928 visto por un director de cine: “Recibí la iluminación sobre toda la Obra”. Así recordaba san Josemaría el momento en que Dios le ayudó a ver el Opus Dei. En este vídeo se muestra cómo imaginó ese momento el director de cine Roland Joffé, en una escena de la película “There be Dragons”.
• Opus Dei. Una aproximación: San Josemaría aseguraba que Dios nos espera cada día en el todo el inmenso panorama del trabajo.
• Capilla de San Josemaría en la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles.
• El eco de unas campanas (audio y texto): Breve relato de la fundación del Opus Dei con el testimonio de San Josemaría y el sonido de las campanas que el Fundador del Opus Dei escuchó ese día.
• El 2 de octubre con palabras de San Josemaría (PDF): Colección de textos de san Josemaría sobre la luz fundacional que recibió el 2 de octubre de 1928.
Capilla San Josemaría, en Nuestra Señora de los Ángeles (Madrid)
• El 2 de octubre en la radio: Tres audios de Radio Vaticana sobre el aniversario de la fundación del Opus Dei (2008).
• El corazón del trabajo: la visión de san Josemaría. Con fragmentos de la predicación de san Josemaría, este vídeo ilustra las diferentes dimensiones que comprende la santificación del trabajo, mostrando así qué significa encontrar a Dios en la vida ordinaria.
• Amar al mundo apasionadamente: 8 de octubre de 1967. Por primera vez se celebraba una Misa al aire libre en el campus de la joven Universidad de Navarra. Después de la lectura del Evangelio, Josemaría Escrivá tomó unos papeles con sus manos vigorosas. Y aquellas palabras resonaron firmes y llegaron al corazón de muchos. Cincuenta años después siguen inspirando a hombres y mujeres en todo el mundo animándolos a encontrar a Dios en las realidades más cotidianas.
Un reportaje para aprender a encontrar a Dios en las realidades más cotidianas
Para profundizar
— Dar al mundo su modernidad (4.X.2019): El sueño de un 2 de octubre en el que Dios nos sigue invitando a mirar hacia el futuro.
— 2 de octubre de 1928: tres estudios para comprender el Opus Dei: Estudios publicados en Cuadernos del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá de Balaguer y en Studia et Documenta, escritos por José Luis Illanes, Gonzalo Redondo y Julio González-Simancas y Lacasa.
— Cuestiones históricas: Los primeros años del Opus Dei: Con el asesoramiento del Centro de Documentación y Estudios Josemaria Escrivá de Balaguer (CEDEJ), José M. Cejas responde a una serie de cuestiones históricas sobre la vida del Fundador del Opus Dei y de su familia, el origen del Opus Dei, el contexto político y social en el que comenzó a desarrollarse el Opus Dei, la actitud de Josemaría Escrivá ante la guerra civil de España, Franco y otras muchas preguntas.
— Historia del Opus Dei y de san Josemaría Escrivá de Balaguer: Gracias a Studia et Documenta, la revista del Instituto Histórico San Josemaría Escrivá de Balaguer (ISJE), están disponibles treinta artículos sobre la historia del Opus Dei y de San Josemaría, descargables en formato PDF.
Del Prelado: Agrandar el corazón
Algunas consideraciones de Mons. Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei, sobre la acción social del cristiano a la luz del mensaje de san Josemaría, que tuvo lugar en la jornada #BeToCare, en la que participaron 200 emprendedores sociales de 30 países.
29/09/2022KINDLE
Con motivo del décimo aniversario de Harambee, Mons. Javier Echevarría pronunció la conferencia El corazón cristiano, motor del desarrollo social[1]. Al cumplirse 20 años de la misma iniciativa y en el marco de esta Jornada sobre innovación social, quisiera continuar las reflexiones de mi predecesor. A la luz de la doctrina social de la Iglesia y del mensaje de san Josemaría, me detendré sobre la dimensión social de la vocación cristiana.
Hace diez años, don Javier nos recordaba que el diálogo entre Jesús y un doctor de la Ley expresa que el amor a Dios es inseparable del amor a los demás: “cuando un doctor de la ley le preguntó cuál era el primer mandamiento, el Señor no se limitó a indicar que el amor a Dios es el más grande y primer mandamiento, sino que añadió la necesidad de amar al prójimo como mandamiento incluido en el primero (Mt 22, 35-39)”[2].
Es importante tener presente la dimensión relacional de la persona. Benedicto XVI, en la encíclica Caritas in veritate, afirma que “la criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales. Cuanto más las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal”. Esta realidad “obliga a una profundización crítica y valorativa de la categoría de la relación (…)” y ayuda a “captar con claridad la dignidad trascendente del hombre”[3].
Vosotros, con modos y perspectivas muy diversas, os dedicáis profesionalmente a cuidar y dignificar personas, especialmente a las más necesitadas. Sabéis por experiencia que, aunque las instituciones y las estructuras sean necesarias, para lograr el verdadero desarrollo integral, es preciso también el encuentro entre personas, crear los contextos y las condiciones para que el desarrollo pueda ocurrir, para que la persona tenga la oportunidad de perfeccionarse en todas sus dimensiones. Como discípulos de Jesucristo, estamos llamados por un nuevo título -el de cristianos- a cuidar a las personas, a cuidar el mundo.
¿Qué vemos en el mundo? Junto a nuevas posibilidades de promoción humana ofrecidas por los avances en salud, tecnología, comunicaciones y tantos ejemplos inspiradores, afloran las injusticias y heridas por las que sangra la humanidad. “En el mundo actual, la pobreza presenta muchos rostros diversos: enfermos y ancianos que son tratados con indiferencia, la soledad que experimentan muchas personas abandonadas, el drama de los refugiados, la miseria en la que vive buena parte de la humanidad como consecuencia muchas veces de injusticias que claman al Cielo”[4].
Como os decía también en una carta de 2017, “Nada de esto nos puede resultar indiferente”, todos y todas estamos llamados a “poner en movimiento la «imaginación de la caridad» para llevar el bálsamo de la ternura de Dios a todos nuestros hermanos que pasan necesidad”[5].
Cuando los seres humanos ignoran o se desentienden de su condición de ser hijos de Dios, todas sus relaciones quedan afectadas: con uno mismo, con los demás y con la creación. Como ha dicho el Papa Francisco, la interdependencia se transforma en dependencias, “perdemos esta armonía de interdependencia en la solidaridad”[6].
Somos corresponsables de cuidar el mundo, estableciendo relaciones fundadas en la caridad, la justicia y el respeto, especialmente superando la enfermedad de la indiferencia. San Juan Pablo II escribió: “Sí, cada hombre es «guarda de su hermano», porque Dios confía el hombre al hombre”[7].
Buena parte de las iniciativas a las que representáis han nacido por inspiración de san Josemaría. Y muchos de vosotros, a partir de la misma inspiración, trabajáis en organizaciones de signos y orientaciones diversas porque os habéis sentido empujados a “hacer algo”, a no quedaros con los brazos cruzados.
Está en el núcleo del espíritu del Opus Dei convertir las realidades ordinarias en lugar de encuentro con Dios y de servicio a los demás; la aspiración de personas maduras, sensibles hacia los demás y profesionalmente competentes, que buscan hacer del mundo un lugar más justo y fraterno. “Amar al mundo apasionadamente”, implica conocerlo, cuidarlo y servirlo.
La actitud ante las necesidades sociales la resumía san Josemaría en una carta publicada en los años 50 del siglo pasado: “Un cristiano no puede ser individualista, no puede desentenderse de los demás, no puede vivir egoístamente, de espaldas al mundo: es esencialmente social, miembro responsable del Cuerpo Místico de Cristo”[8].
De la mano del fundador del Opus Dei, en esta sesión me detendré en cuatro dimensiones: la espiritual, la profesional, la personal y la colectiva.
La dimensión espiritual
Podría parecer utópico pensar que somos capaces de hacer algo para paliar el sufrimiento de la humanidad. Sin embargo, sabemos que es Jesús quien carga con el dolor humano. Las llagas en su costado, en sus manos y en sus pies recuerdan las llagas del mundo. Y Jesús nos ha dicho: “lo que hicisteis con uno de estos conmigo lo hicisteis”[9].
El camino de identificación con Cristo va transformando el corazón humano y lo abre a la caridad. La unión con el Señor, en los sacramentos y en la oración, lleva a descubrir al prójimo y sus necesidades y a prestar menos atención a uno mismo. La caridad cambia la mirada. “La caridad de Cristo no es solo un buen sentimiento en relación al prójimo; no se para en el gusto por la filantropía. La caridad, infundida por Dios en el alma, transforma desde dentro la inteligencia y la voluntad: fundamenta sobrenaturalmente la amistad y la alegría de obrar bien”[10].
Hace un tiempo, en una carta os invitaba a pedir al Señor que nos agrandara el corazón, que nos diera un corazón a su medida “para que entren en él todas las necesidades, los dolores, los sufrimientos de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los más débiles”[11]. Un corazón orante, en medio del mundo, que sostiene y acompaña a los demás en sus necesidades.
La identificación con Jesús nos abre a las necesidades de los demás. Al mismo tiempo, el contacto con el necesitado, nos lleva a Jesús. Por eso, san Josemaría escribía: “Los pobres —decía aquel amigo nuestro— son mi mejor libro espiritual y el motivo principal para mis oraciones. Me duelen ellos, y Cristo me duele con ellos. Y, porque me duele, comprendo que le amo y que les amo”[12].
Jesús tuvo predilección por los pobres y por quienes sufrían, pero también quiso ser él mismo necesitado y víctima. En la persona que sufre se entrevé a Jesús que nos habla, como recordaba el papa Francisco: “¿Sabemos aprender de los pobres, encontrar en ellos el rostro de Cristo y dejarnos evangelizar por ellos?”[13]. Desde la primitiva Iglesia se ha entendido que el mensaje Evangélico pasaba por la preocupación por los pobres y que es un signo reconocible de identidad cristiana y un elemento de credibilidad[14].
La dimensión profesional
Deseamos poner a Cristo en el corazón de todas las actividades humanas, santificando el trabajo profesional y los deberes ordinarios del cristiano. Esta misión se desarrolla en medio de la calle, en la sociedad, especialmente con el trabajo. Como nos recuerda san Josemaría, “el trabajo corriente —sea humanamente humilde o brillante— es de un gran valor y puede ser un medio eficacísimo para amar y servir a Dios y a los demás hombres”. E invita a todos “a trabajar —con plena autonomía, del modo que les parezca mejor— para borrar las incomprensiones y las intolerancias entre los hombres y para que la sociedad sea más justa”[15].
Para quien desea seguir a Cristo, cualquier trabajo es una oportunidad de servir a los demás y especialmente a los más necesitados. Hay profesiones en las que esta repercusión social se da de un modo más inmediato o evidente, como en vuestro caso, el trabajo en organizaciones centradas en mejorar las condiciones de vida de personas o grupos desfavorecidos. Pero esta dimensión de servicio no es solo para algunos, ha de estar presente en cualquier trabajo honrado.
Desde que san Josemaría comenzó a difundir su mensaje, decía que para santificar el mundo no era necesario cambiar de lugar, profesión o ambiente. Se trata de cambiar uno mismo en el lugar en el que se encuentra.
En el ideal cristiano del trabajo confluyen la caridad y la justicia. Lejos de las lógicas del “éxito”, el servicio a los demás es el mejor parámetro del desempeño laboral de un cristiano. Satisfacer las exigencias de la justicia en el trabajo profesional es un objetivo alto y ambicioso; cumplir con las propias obligaciones no siempre es fácil y la caridad va siempre más lejos, pidiendo a cada una y a cada uno salir generosamente de uno mismo hacia los demás.
En la parábola del buen samaritano, el posadero pasa como en segundo plano: solo se dice que actuó profesionalmente. Su conducta nos recuerda que el ejercicio de cualquier tarea profesional nos da ocasión de servir a quienes padecen necesidad.
A veces, podría insinuarse la tentación de “refugiarse en el trabajo”, en el sentido de no descubrir su dimensión social transformadora, conformándonos con un falso espiritualismo. El trabajo santificado es siempre una palanca de transformación del mundo, y el medio habitual a través del cual se deberían producir los cambios que dignifican la vida de las personas, de modo que la caridad y la justicia empapen verdaderamente todas las relaciones. El trabajo así realizado podrá contribuir a purificar las estructuras de pecado[16], convirtiéndolas en estructuras donde el desarrollo humano integral sea una posibilidad real.
La fe nos ayuda a mantener la confianza en el futuro. Como aseguraba san Josemaría, “nuestra labor apostólica contribuirá a la paz, a la colaboración de los hombres entre sí, a la justicia, a evitar la guerra, a evitar el aislamiento, a evitar el egoísmo nacional y los egoísmos personales: porque todos se darán cuenta de que forman parte de toda la gran familia humana, que está dirigida por voluntad de Dios a la perfección. Así contribuiremos a quitar esta angustia, este temor por un futuro de rencores fratricidas, y a confirmar en las almas y la sociedad la paz y la concordia: la tolerancia, la comprensión, el trato, el amor”[17].
La dimensión personal
El mensaje del Opus Dei nos impulsa a esforzarnos por la transformación del mundo a través del trabajo. Esto incluye también “tener compasión”, como el samaritano[18], como exigencia del amor, que lleva la ley (“lo obligatorio”), a su plenitud[19]. El amor hace que nuestra libertad se encuentre cada vez más dispuesta y preparada para hacer el bien.
Escribía san Josemaría en una carta fechada en 1942: “La generalización de los remedios sociales contra las plagas del sufrimiento o de la indigencia –que hacen posible hoy alcanzar resultados humanitarios, que en otros tiempos ni se soñaban–, no podrá suplantar nunca la ternura eficaz –humana y sobrenatural– de este contacto inmediato, personal, con el prójimo: con aquel pobre de un barrio cercano, con aquel otro enfermo que vive su dolor en un hospital inmenso (…)”[20].
Se presenta ante nosotros un panorama amplísimo en la familia y en la sociedad, y un corazón ensanchado, tratará de cuidar con esmero a sus padres ancianos, dar limosna, interesarse por los problemas de los vecinos, rezar por un amigo agobiado por una preocupación, visitar un pariente enfermo en el hospital o en su casa, pararse a hablar con una persona que vive en la calle a la que vemos habitualmente, escuchar pacientemente, etc., etc.
De ordinario, no se trata de sumar nuevas tareas a las que ya realizamos; se trata más bien de procurar manifestar desde la propia identidad el amor de Cristo a los demás. La pregunta sobre la caridad no es solo qué tengo que hacer sino, antes, quién soy para el otro y quién es el otro para mí.
En este cultivo diario de la solidaridad, nos encontramos con los demás y así las necesidades de otros se convierten también en un punto de encuentro entre personas de buena voluntad, cristianos o no, pero unidos ante las situaciones de pobreza e injusticia.
Este diálogo con la necesidad y la vulnerabilidad, seguramente tendrá como resultados una piel sensible y una vida de oración cercana a la realidad. Estaremos preparados para tomar decisiones de mayor austeridad personal, evitando el consumismo, el atractivo de la novedad, el lujo… y sabremos renunciar a bienes innecesarios que quizá nos podríamos permitir por nuestra situación profesional. Seremos así permeables al cambio personal, a tener los oídos abiertos al Espíritu Santo y escuchar lo que nos dice a través la pobreza.
La relación de Cristo con los necesitados es uno a uno. Ciertamente, las obras colectivas son necesarias, pero la caridad es personal, porque así es nuestra relación con Dios. En una cristiana o en un cristiano maduro, el despliegue de las obras de misericordia[21] vividas personalmente fluye de manera orgánica, al igual que un árbol que, mientras crece, da más fruto y sombra. Desde esta perspectiva, se percibe también la complementariedad que existe entre las diversas manifestaciones del apostolado personal y la generosidad con los necesitados.
San Josemaría describía la trascendencia social de la caridad personal en medio del mundo, acudiendo al ejemplo de los fieles de la primitiva Iglesia: “así actuaron los primeros cristianos. No tenían, por razón de su vocación sobrenatural, programas sociales ni humanos que cumplir; pero estaban penetrados de un espíritu, de una concepción de la vida y del mundo, que no podía dejar de tener consecuencias en la sociedad en que se movían”[22].
La dimensión colectiva
No quiero dejar de agradecer el bien que hacéis a través de las labores inspiradas por san Josemaría y a quienes trabajáis, también inspirados por él, en distintas organizaciones que prestan un servicio directo a los más necesitados. Pienso en aquel joven sacerdote que cuidaba pobres y enfermos en el Madrid de los años 30 del siglo XX. La “piedra caída en el lago”[23] ha llegado lejos. Aunque somos conscientes de nuestras limitaciones, damos gracias a Dios y le pedimos ayuda para mejorar y continuar.
Las obras colectivas mantienen viva la sensibilidad social cristiana y son una expresión civil y pública de misericordia. Como dice el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, “en muchos aspectos, el prójimo que tenemos que amar se presenta “en sociedad” (...): amarlo en el plano social significa, según las situaciones, servirse de las mediaciones sociales para mejorar su vida, o bien eliminar los factores sociales que causan su indigencia. La obra de misericordia con la que se responde aquí y ahora a una necesidad real y urgente del prójimo es, indudablemente, un acto de caridad; pero es un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria, sobre todo cuando ésta se convierte en la situación en que se debaten un inmenso número de personas y hasta de pueblos enteros, situación que asume, hoy, las proporciones de una verdadera y propia cuestión social mundial”[24].
San Josemaría recordaba que “el Opus Dei [ha de estar presente] donde hay pobreza, donde hay falta de trabajo, donde hay tristeza, donde hay dolor, para que el dolor se lleve con alegría, para que la pobreza desaparezca, para que no falte trabajo —porque formamos a la gente de manera que lo pueda tener—, para que metamos a Cristo en la vida de cada uno, en la medida en que quiera, porque somos muy amigos de la libertad”[25].Con las limitaciones propias de las instituciones humanas, las realidades colectivas promovidas por los fieles del Opus Dei tratan también de encarnar y expresar el espíritu de servicio en el ámbito social.
En vuestra actividad se fusionan todas las dimensiones que consideramos: fundamento espiritual, trabajo profesional y cuidado de los necesitados tomados como grupo (caridad social) en el que se afirma también la dignidad de cada uno (caridad personal). Se une así la necesaria competencia profesional de un área que requiere cada vez más especialización, con el espíritu cristiano expresado en las obras de misericordia. Se podría decir que quienes promovéis o colaboráis con estas labores aspiráis a ser al mismo tiempo samaritanos y posaderos.
Por otra parte, cada labor colectiva, y no sólo las directamente percibidas como “sociales”, puede tener una dimensión social explícita, una preocupación por el entorno, unos fines de servicio a los demás, un modo de relacionarse con los pobres, una intención de reconciliar al mundo con Dios… Toda obra colectiva de inspiración cristiana (un colegio, una universidad, una escuela de negocios, un hospital, una residencia, etc.), aunque su misión inmediata no consista en favorecer colectivos necesitados, ha de integrar en su ethos este rasgo central del cristianismo que es la caridad social.
En este sentido, es lógico que cada labor colectiva se pregunte habitualmente sobre las expresiones prácticas y tangibles de su contribución social y de su servicio a las personas más necesitadas. Esa contribución es un efecto connatural de esa actividad, no un simple añadido.
Conviene preguntarse, “desde que existe esta iniciativa, ¿a qué necesidades sociales procura dar respuesta?, ¿en qué ha mejorado el entorno?” El Señor nos pide que, desde la imaginación de la caridad, reflexionemos sobre este aspecto en cada labor.
En el horizonte del centenario del Opus Dei (2028-2030)
Los próximos años ofrecen una ocasión especial para revitalizar el servicio a los necesitados de manera personal o colectiva, tomando una mayor conciencia de su importancia en el mensaje de san Josemaría. En esto, son especialmente valiosas las ideas y propuestas de quienes os dedicáis de un modo inmediato a este ámbito.
Junto a los temas que propondréis, sugiero dos posibles líneas de reflexión.
Trabajar con otros. San Josemaría animó siempre a los fieles de la Obra a abrirse en abanico, a trabajar con muchas otras personas, también no católicas y no cristianas, en proyectos de servicio. La globalización ha provocado que la distribución de los recursos, las migraciones, la falta de acceso a la educación, la concatenación de crisis económicas, las pandemias y otros desafíos, afecten cada vez a más personas. Se percibe vivamente la dependencia mutua de la familia humana y se mira el mundo como un hogar compartido. Cada vez se hacen más indispensables las instituciones de desarrollo de todo tipo y se abre paso la idea de colaboración y coordinación de conocimientos y esfuerzos. En un momento en el que el sufrimiento es en cierto modo global, deberíamos sentirnos más que nunca hijos de un mismo Padre.
Investigación y estudio. Vuestra labor os coloca en observatorios desde los que podéis atisbar tendencias de futuro. Esa posición, unida a dilatadas experiencias de trabajo en el área de desarrollo en diferentes culturas y países, permite pensar en espacios específicos de investigación y estudio. Esto podría dar lugar a propuestas de buenas prácticas, programas de formación de voluntarios, tareas de consultoría, convocatorias de congresos y encuentros con instituciones similares por la materia o afinidades regionales, acuerdos con centros académicos para profundizar sobre temas sociales desde distintas perspectivas, aunando el trabajo sobre el terreno con la investigación académica. Estas posibilidades recuerdan la aspiración de san Josemaría, que veía a los cristianos “in ipso ortu rerum novarum”, en el mismo origen de los cambios sociales.
Desearía concluir con otras palabras fuertes y estimulantes de san Josemaría: “Un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo. Los cristianos —conservando siempre la más amplia libertad a la hora de estudiar y de llevar a la práctica las diversas soluciones y, por tanto, con un lógico pluralismo—, han de coincidir en el idéntico afán de servir a la humanidad. De otro modo, su cristianismo no será la Palabra y la Vida de Jesús: será un disfraz, un engaño de cara a Dios y de cara a los hombres”[26].
Ojalá, la reflexión que comenzáis hoy con vistas al centenario de la Obra, sirva para profundizar en esta llamada de nuestro fundador, y a concretarla en el plano espiritual y personal, en el trabajo profesional y en todas las iniciativas sociales y educativas que, de un modo u otro, encuentran inspiración en su mensaje. En este campo, como en otros, se pueden aplicar las palabras de san Josemaría: está todo hecho y está todo por hacer. Seguro que nos animaría a seguir soñando.
[1] Javier Echevarría, conferencia El corazón cristiano, motor del desarrollo social, octubre 2012, Pontificia Universidad de la Santa Cruz.
[2] Ibíd.
[3] Benedicto XVI,Caritas in veritate, 29-06-2009, n. 53, subrayado en el original.
[4] Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 31.
[5] Ibíd.
[6] Francisco,Audiencia general, 2-IX-2020.
[7] San Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitae, 25-III-1995, n. 19.
[8] San Josemaría, Cartas (Vol. I), edición crítica y anotada, preparada por Luis Cano, Rialp, Madrid 1ª edición, 2020, Carta n. 3, 37d, p. 188.
[9] Mt 25, 40.
[10] San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, edición critico-histórica preparada por Antonio Aranda, Rialp, 2013, Madrid, homilía El respeto cristiano a la persona y su libertad, 71d, p. 442.
[11] Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 31.
[12] San Josemaría, Surco, n. 827.
[13] Francisco, Mensaje V Jornada mundial de los Pobres, 14-XI-2021.
[14] Cfr. Benedicto XVI, encíclica Deus caritas est, 25-XII-2005, n. 20.
[15] San Josemaría, Conversaciones con monseñor Escrivá de Balaguer, edición crítico-histórica preparada bajo la dirección de José Luis Illanes, Rialp, Madrid, 2012, n. 56.
[16] Cfr. San Juan Pablo II, encíclicaSollicitudo rei socialis, 30-XII-1987, n. 36.
[17] San Josemaría, cit., Cartas (Vol. I), Carta n. 3, n. 38a y 38b, pp. 188-189.
[18] Cfr. Lc 10, 33.
[19] Cfr. Rom 13, 8-10.
[20] San Josemaría,Carta 24-X-1942, n. 44: AGP, serie A.3, 91-7-2.
[21] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2447.
[22] San Josemaría, Carta 9-I-1959, n. 22.
[23] San Josemaría, Camino, n. 831.
[24] Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 208.
[25] San Josemaría, Una mirada hacia el futuro desde el corazón de Vallecas, Madrid, 1998, p. 135 (palabras pronunciadas el 1-X-1967).
[26] San Josemaría, Es Cristo que pasa, cit., n. 167.
La intención mensual: rezar todos a una
Publicamos la intención del 2-X-2021 hasta el 2-X-2022, que el Prelado propone a los fieles y amigos del Opus Dei.
11/10/2021
Los creyentes saben que la oración unida y perseverante puede alcanzarlo todo. Esta confianza en el poder de la oración ha sido comentada con frecuencia por el Papa, quien pide periódicamente que los cristianos recen por intenciones particulares. Al mismo tiempo, la oración y la acción son inseparables: las intenciones de la oración se traducen en un profundo trabajo apostólico en los diversos ambientes. Por este motivo, desde mediados de los años cincuenta san Josemaría comenzó a proponer una intención mensual que fuese el objeto de la oración, estudio y trabajo apostólico de muchas personas.
El fundador del Opus Dei –y posteriormente sus sucesores– han ido sugiriendo intenciones específicas por las que rezar y actuar. De algún modo, san Josemaría pretendía que todos sintieran las necesidades de la Obra, de la Iglesia y del mundo, y rezaran y trabajaran todos a una. Con el paso del tiempo, la costumbre de la intención mensual se ha concretado en la Prelatura de diferentes maneras y duraciones (varios meses, un año, etc.).
Intención del 2-X-2021 hasta el 2-X-2022
Además de unirnos a las intenciones de oración del Papa, durante el periodo que comprende desde el 2-X-2021 hasta el 2-X-2022, el Prelado propone a los fieles y amigos del Opus Dei la siguiente intención:
Pidamos al Señor por el proyecto de mejora del impulso y la coordinación de las labores apostólicas, que se está desarrollando en distintas circunscripciones de la Obra. Procuremos contribuir a lo anterior con nuestros proyectos de impulso e iniciativa apostólica, dejándonos inspirar por el Espíritu Santo. Desarrollando los propios talentos allí donde estamos, somos fermento cristiano. Él es el Señor de la Historia y cuenta con nosotros para renovar el mundo.
La Belleza de la Liturgia (12). El sentido de las rúbricas
Escrito por José Martínez Colín.
La música tiene su lenguaje escrito y la obra se escribe en partituras que son las que señalan cómo ha de tocarse cada obra musical.
1) Para saber
Después de presenciar el concierto de una gran orquesta sinfónica, comentaba un aprendiz de música al ver cómo el director la había dirigido: “Ha de ser difícil tocar un instrumento musical, pero hacer lo que hace el hombre del palito, eso sí podría yo hacerlo, mover así el palito”. Ignoraba esta persona que para dirigir la orquesta, se requiere saber todos los movimientos de cada instrumento musical, así como saber de memoria toda la obra musical interpretada para poder así dirigir a todos los músicos sabiendo sus tiempos, el ritmo, la armonía y la intensidad con que se ha de tocar.
La música tiene su lenguaje escrito y la obra se escribe en partituras que son las que señalan cómo ha de tocarse cada obra musical. Si no se siguen con rigor, la obra es un desastre. Podemos pensar que si tal firmeza se sigue con una pieza musical, cuánto mayor cuidado se ha de tener cuando se trata de celebrar el misterio pascual donde Dios mismo interviene. El papa Francisco en su carta sobre la Liturgia desea que, a la vez que se cuiden las prescripciones establecidas, se profundice en su significado.
2) Para pensar
En los libros que se utilizan en la Liturgia vienen escritas las palabras que se han de pronunciar en la celebración, pero además se señalan los gestos, posiciones y el orden que debe observar el celebrante. Esas indicaciones están impresas en color rojo, a diferencia de las que se pronuncian que vienen en negro. Esa es la razón por la que se llaman “rúbricas”, pues esta palabra deriva de la palabra latina “rubor” que significa “color rojo”. De ahí deriva también la palabra “ruborizarse”, para señalar que a alguien se le sube el color rojo al rostro.
El papa Francisco señala su deseo de que descubramos la belleza de la Liturgia, pero no sólo al cuidar escrupulosamente el cumplimiento de lo señalado en las rúbricas. Sino saber profundizar en su sentido. Existen dos extremos peligrosos: o descuidar las rúbricas o cuidarlas pero quedarnos con el simple cumplimiento exterior del rito sin llegar a su sentido teológico. Comenta el papa Francisco: “Seamos claros: hay que cuidar todos los aspectos de la celebración (espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música,...) y observar todas las rúbricas”. Porque importa no quitarles a los fieles el derecho que tienen de participar, de modo pleno, en el Misterio Pascual tal y como la Iglesia establece.
3) Para vivir
Las palabras en la Liturgia nos remiten de modo directo a lo que se pretende hacer: sea alabar, dar gracias, pedir perdón… Pero además las posturas y los gestos también tienen su significado. Por ejemplo, cuando al inicio de la Misa se reza el “Yo confieso”, hay un momento donde está indicado que hay que golpearse el pecho al decir “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…”. Con ello se quiere significar el dolor de contrición por nuestras culpas. No puede quedarse en un acto sólo externo, sino debe ir acompañado realmente por un dolor del corazón, por un verdadero arrepentimiento. De esa manera, las palabras y los gestos se complementan; están significado nuestro sentir interno haciendo de la Liturgia un acto pleno y perfecto grato a Dios.
“¡Vale la pena!” (III): Para hacer del tiempo un aliado
Cuando experimentamos el paso del tiempo nos damos cuenta de la posibilidad de ser fieles y, por tanto, cada vez más felices. Pero parte importante de este desafío, en nuestros días, es buscar constantemente a Dios y formar nuestra afectividad.
28/09/2022
A veces basta leer algunas páginas de la vida de Jesús para sentir con él la alegría y el cansancio de evangelizar. Como aquel día, por ejemplo, en que había multiplicado los panes y los peces para alimentar a miles de personas. Después, esa misma noche, se acercaría a la barca de los discípulos caminando sobre el agua; y, finalmente llegados a Genesaret, curaría a todos los enfermos (cfr. Mt 14,13-36). Para quienes seguían a Cristo debieron ser jornadas inolvidables. Su amor y su poder llenaba los corazones de la gente sencilla, de quienes se dejaban interpelar por la novedad que tenían ante los ojos. Pero leemos también que este no era el caso de todos. Precisamente esos mismos días, algunos líderes religiosos, aparentemente preocupados por la fidelidad a Dios a través de sus tradiciones, a través del cumplimiento de mil preceptos externos, preguntan a Jesús: «¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de nuestros mayores?» (Mt 15,2). Es grande el contraste entre lo sencillo y lo enrevesado. Los escribas acusan a Jesús y a sus discípulos de ser infieles y descuidados en su trato con Dios. Pero el Señor aprovecha la ocasión para mostrar dónde está el núcleo de una vida auténticamente fiel.
Una fidelidad a base de conversiones sucesivas
Una vida verdaderamente fecunda, por la que Dios llama a alguien «siervo bueno y fiel», no está ni en las palabras solas, ni en el mero cumplimiento de preceptos externos, porque ambas cosas pueden darse sin que haya verdadera fidelidad en el corazón. Jesús toma frases fuertes del profeta Isaías para expresar esto: «Habéis anulado la palabra de Dios por vuestra tradición. Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí. Inútilmente me dan culto”» (Mt 15,6-9). Cuando se vive de este modo, explica Benedicto XVI, «la religión pierde su auténtico significado, que es vivir en escucha de Dios para hacer su voluntad (…), y así vivir bien, en la verdadera libertad; y se reduce a la práctica de costumbres secundarias, que satisfacen más bien la necesidad humana de sentirse bien con Dios»[1].
Seguramente varios de aquellos maestros de la ley, que ahora vivían con esa piedad externa y esa tendencia a detectar los tropiezos de los demás, habían saboreado en su juventud la experiencia del Dios verdadero. Seguramente en aquel lejano momento habían respondido con generosidad, con verdadera ilusión, a la fresca insinuación de compartir la vida con Dios. Lo habremos considerado en más de una ocasión, frente a pasajes de este tipo. Pero ¿qué pasó con ese primer amor? Ciertamente, no se podría decir que aquellos escribas fueron fieles solamente porque nunca dejaron su profesión de líderes religiosos. Pero entonces, ¿qué es la fidelidad?
Cuando san Josemaría reflexiona sobre el tipo de relación que une a un cristiano con la Iglesia, deja claro que no se trata de un simple «permanecer». No se trata sin más de constar en los registros de las partidas de bautismo, de asistir a ciertas ceremonias, y de figurar simplemente como miembro: «El cristianismo no es camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los años. En la vida nuestra, en la vida de los cristianos, la conversión primera —ese momento único, que cada uno recuerda, en el que se advierte claramente todo lo que el Señor nos pide— es importante; pero más importantes aún, y más difíciles, son las sucesivas conversiones»[2]. La verdadera fidelidad no tiene nada de pasivo: no es un simple «no estar fuera», sino que supone una actitud viva, abierta a la novedad del tiempo, hecha de «sucesivas conversiones». Para construir una vida fiel debemos tener en cuenta que somos seres temporales, biográficos: nos hacemos en el tiempo.
La falsa seguridad de lo inmediato
El deseo de comprender en profundidad la realidad del tiempo ha capturado la atención de pensadores y artistas, desde la antigüedad hasta nuestros días. En el cine, por ejemplo, son muchas las historias que experimentan con el tiempo: jugando con una hipotética posibilidad de pausarlo, de hacerlo avanzar o retroceder, o incluso de eliminarlo. La duración es parte del misterio de la vida humana. «Mi espíritu se ha enardecido en deseos de conocer este intrincadísimo enigma»[3], confiesa san Agustín. Esta relación con el tiempo adquiere tintes especiales en nuestros días, en una cultura cada vez más acostumbrada a la inmediatez. Ante la posibilidad de vivir «aquí y ahora» tantos aspectos de nuestra existencia, desde la comunicación hasta la obtención de bienes o emociones, se vuelve extraño, como inaccesible, todo lo que requiere del paso del tiempo para fructificar, para desplegar su belleza, para crecer. Y la fidelidad se cuenta entre este tipo de experiencias.
«Tiempo» puede significar oportunidad, desarrollo, vida… pero también tardanza, fugacidad, tedio. ¿Cómo ver en el tiempo un aliado, más que un enemigo? ¿Cómo ver en el tiempo el cauce querido por Dios para que crezca en nosotros una vida feliz, llena de fecundidad, de compañía y de paz? La fidelidad, al no ser una emoción inmediata ni un premio instantáneo, siempre va acompañada de algo de incertidumbre, de indeterminación; está siempre haciéndose. Y esto es bueno porque solicita de nosotros una actitud constante de atención; nos lleva a ser siempre creativos en el amor.
Como se trata de un bien que surge entre dos personas, la fidelidad siempre está expuesta a la tentación de querer reemplazar esta «incertidumbre positiva», que necesita tiempo, con falsas seguridades prontas, construidas por nosotros mismos, en las que, por tanto, el otro se queda fuera. Podemos vernos tentados de eliminar mentalmente a la otra persona, para reemplazarla por una seguridad inmediata, levantada a nuestra medida. Y esto es lo que sucede en algunas ocasiones al pueblo de Israel en su relación con Dios: la Biblia muestra la delgada línea que separa la fidelidad al verdadero Dios de la idolatría, la fe en lo que podemos construir y controlar con nuestras propias manos.
Impresiona la escena del pueblo amado por Dios construyéndose una figura de metal para adorarla. «Todo el pueblo se quitó los pendientes de oro de sus orejas y los entregaron a Aarón. Él los recibió de sus manos, los moldeó con un cincel y, fundiéndolos, hizo un becerro. Ellos exclamaron: “Este es tu dios, Israel”» (Ex 32,3-4). ¿Qué pudo llevarlos a una confusión así? ¿Qué les hizo pensar que habían sido abandonados por quien en realidad los había rescatado y acompañado en el camino? La respuesta nos la dan las mismas páginas de la Sagrada Escritura: lo hicieron porque «Moisés tardaba en bajar del monte» (Ex 32,1). Les traicionó su propia urgencia por acelerar los tiempos de Dios; se dejaron llevar por la necesidad de tener un seguro a la mano, medible, cuantificable, en lugar de abandonarse a la seguridad de la fe.
¿Qué diferencia, entonces, a la idolatría de la fidelidad? Adoramos a falsos dioses cuando nos dejamos tentar por la búsqueda de seguridad; pero no una seguridad apoyada en el amor de otra persona, en el don que es el otro, sino una seguridad basada en la autoafirmación: en la seguridad de que somos capaces de tener el control. Estas idolatrías han encontrado tantas variaciones a lo largo de los siglos que nos separan de aquel episodio del becerro de oro. Hoy toman también formas diversas: personas en las que ponemos expectativas que solo Dios puede colmar; nuestra carrera profesional, como lugar en el que cosechar aplausos; una afición que se lleva el tiempo que debemos a nuestros seres queridos; o incluso aspectos de nuestra piedad que en algún momento nos llevaron al verdadero Dios.
En los momentos de dificultad, cuando se agita nuestro interior y queremos huir del vértigo del tiempo, cuando queremos decirnos que importamos, que no somos insignificantes, podemos caer en la tentación de construimos dioses de metal. Fidelidad significa entonces desenmascarar esas seguridades de cartón-piedra, y poner nuestra confianza en Dios. «La fe es base de la fidelidad. No confianza vana en nuestra capacidad humana, sino fe en Dios, que es fundamento de la esperanza»[4].
Los afectos nos ayudan a conocer la verdad
«La fidelidad abarca todas las dimensiones de nuestra vida, pues implica a la persona en su integridad: inteligencia, voluntad, sentimientos, relaciones y memoria»[5]. Por eso Jesús reclama para Dios no solo palabras, ni el solo cumplimiento de ciertos preceptos externos, sino el corazón: «Misericordia quiero y no sacrificio», dice en otra ocasión, citando al profeta Oseas (cfr. Mt 9,13). Por eso, a la pregunta de un fariseo acerca del mandamiento más importante, responde, otra vez con palabras de la Escritura: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento» (Mt 22,37-38).
En sus catequesis sobre el Espíritu Santo, san Juan Pablo II explicaba cómo la tercera persona de la Trinidad «penetra y moviliza todo nuestro ser: inteligencia, voluntad, afectividad, corporeidad, para que nuestro “hombre nuevo” impregne el espacio y el tiempo de la novedad evangélica»[6]. El Señor, precisamente porque ansía nuestra felicidad, no nos quiere interiormente fracturados: se empeña en que vivamos una relación transparente con él, integrando cada vez más en ella nuestra inteligencia, nuestros deseos, nuestras emociones y nuestras pequeñas o grandes decisiones… todo en constante maduración en medio del tiempo. Para construir relaciones llenas de fidelidad, es fundamental ese desarrollo armónico de nuestras facultades.
«Quiero también que tengáis afectos –decía, en este sentido, san Josemaría–, porque si una persona no pone el corazón en lo que hace, es poco agradable y espiritualmente deforme»[7]. Al final de muchos encuentros, el fundador del Opus Dei bendecía «los afectos», los sentimientos de quienes habían acudido a escucharle, porque es necesario que pongamos el corazón en lo que hacemos. «Jesús, como verdadero hombre, vivía las cosas con una carga de emotividad. Por eso le dolía el rechazo de Jerusalén (cfr. Mt 23,37), y esta situación le arrancaba lágrimas (cfr. Lc 19,41). También se compadecía ante el sufrimiento de la gente (cfr. Mc 6,34). Viendo llorar a los demás, se conmovía y se turbaba (cfr. Jn 11,33), y él mismo lloraba la muerte de un amigo (cfr. Jn 11,35). Estas manifestaciones de su sensibilidad mostraban hasta qué punto su corazón humano estaba abierto a los demás»[8].
La afectividad es un espacio de formación, de crecimiento, de aprendizaje; nos dice cosas verdaderas sobre nosotros mismos y sobre nuestras relaciones. Integrar este aspecto en nuestra respuesta a Dios es imprescindible para poder tomar decisiones que involucren nuestra vida en el tiempo. En este campo, es preciso estar atento a evitar dos extremos: el de quien niega el valor de los afectos, optando por silenciarlos y hacer como si no existiesen; o el de quien convierte al impulso afectivo en la única instancia de decisión. En ambos casos el resultado es una fragilidad que suele desembocar o en la rigidez de quien se amarra a algún ídolo, o en la desorientación de quien cambia continuamente de rumbo, dejándose llevar por la percepción más inmediata. Ninguno de los dos casos genera un terreno fértil para una fidelidad alegre. Si no aprendemos a conectar nuestras emociones con la realidad que nos rodea, y con la nuestra propia, surge el miedo al futuro, el temor a las grandes decisiones, la fragilidad del «sí, quiero» que en su día dijimos. En cambio, una formación afectiva que involucre también a la inteligencia posibilita una vida estable, en la que se disfrutan las cosas buenas y se llevan con serenidad las menos buenas.
Despertar nuestra vocación al amor
En otra de esas jornadas agotadoras, Jesús descansa junto al pozo. Una mujer que no pertenece al pueblo judío lo encuentra allí. El Señor conoce el corazón de la samaritana: sabe que ha tenido una vida borrascosa, que ha sufrido mucho, que su corazón está lleno de heridas. Y justamente porque conoce su interior, los profundos deseos de felicidad que la mueven, esos anhelos de una verdadera paz, se mete rápidamente hasta el fondo de su vida. «Bien has dicho: “No tengo marido”, porque has tenido cinco y el que tienes ahora no es tu marido» (Jn 4,17-18), le dice. La samaritana quizás se había resignado a la conclusión de que la fidelidad no es posible; tal vez pensaba incluso que no estamos hechos para cosas tan grandes.
Quizás hemos tenido experiencias similares, en nuestra vida o en la de personas que queremos. Pero todo eso no es obstáculo para recomenzar una vida de fidelidad, que es sinónimo de felicidad. Jesús nos habla como a esta mujer, que aunque no lo sabe está a pocos minutos de convertirse en discípula, de reescribir su vida: «El que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4,14). Jesús, de frente a una persona herida, con pocas esperanzas, «dirigió una palabra a su deseo de amor verdadero, para liberarla de todo lo que oscurecía su vida y conducirla a la alegría plena del Evangelio»[9]. Cristo sintoniza con la profunda vocación al amor de la samaritana, se hace cargo de su historia y la invita a una nueva conversión: es la «llamada del amor de Dios a nuestro amor, en una relación en la que precede siempre la fidelidad divina»[10].
[1] Benedicto XVI, Ángelus, 2-IX-2012.
[2] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 57. El destacado en cursiva es de san Josemaría.
[3] San Agustín, Confesiones, libro XI, capítulo XXII.
[4] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 7.
[5] Ibíd., n. 1.
[6] San Juan Pablo II, Audiencia general, 21-X-1998.
[7] San Josemaría, Notas de una reunión familiar, 2-X-1972.
[8] Francisco, Amoris Laetitia, n. 144.
[9] Francisco, Amoris Laetitia, n. 294.
[10] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 2.
Clericalismo católico y nacional-laicismo
Escrito por Andrés Ollero Tassara
Publicado: 07 Septiembre 2022
1.- Clericalismo, laicos y creyentes
Personalmente estoy muy agradecido por la formación que he ido recibiendo desde joven. Una de las cosas que me han enseñado es a aborrecer el clericalismo. Como católico, pienso que el clericalismo es un vicio tan lamentable como arraigado. El asunto es complicado porque, si en la teología católica se entiende que la Iglesia es un Cuerpo Místico del que Jesucristo es su cabeza, el clericalismo, en la medida en que reduce a la Iglesia a su jerarquía, al clero, genera una especie de cuerpo truncado. Sin duda es indispensable y positivo el papel de la jerarquía eclesiástica y del clero; puede conseguir que ese cuerpo mantenga vivo el corazón. Pero me temo que así no consigue que se convierta en semoviente; o sea, que ande. A la hora de la verdad, los que más tienen que hacer andar ese cuerpo son los laicos; me temo que en eso andamos mal, por ambas partes. Hay clérigos que no logran entender a los laicos y hay laicos ─quizás cada vez menos─ a los que al parecer, en el fondo, les encantaría ser clérigos. Es una situación un tanto rara. Curas que aspiran a mangonear en todo lo que haya alrededor. Esto, la verdad, fue más acusado en los años sesenta: el cura obrero, el cura líder sindical... Siempre que había algún asunto que organizar, al parecer lo tenía que organizar el cura. Por otra parte, algunos seglares parecen soñar con que les dejen ser semi-curas. Les encanta estar en el presbiterio e incluso acompañan al cura en sus oraciones cuando no toca... Una especie de nostalgia por parte del seglar.
Ese es un aspecto del problema. Por otra parte, yo me siento personalmente expropiado cuando, para ser laico parece que uno esté obligado a comportarse como si fuera no creyente. Esa identificación se ha dado en el ámbito cultural en Italia, donde hay que elegir entre ser católico o laico; algunos juegan a imponer en España lo mismo. En Italia, quizás por la presencia de la Santa Sede, la actividad pública de los católicos es muy visible; parecen mucho más inclinados a dar la cara que en España. En Italia ante ciertos problemas ha sido habitual convocar referendos, que los católicos han ganado o han perdido. Aquí no se le pregunta a nadie nada; se hace lo que quiera el que manda y se acabó. Que para ser considerado laico uno esté obligado a comportarse como si no fuera creyente, no lo acabo de entender.
La ley natural contiene principios y exigencias éticas accesibles a la razón; por tanto no es preciso tener fe para conocerlas. Para asumir que no se puede matar a un ser humano no hace falta tener fe. Simplemente, dándole un poco juego a la razón ya se entiende; pero a veces somos un poco irracionales. Ha llegado a plantearse un recurso de amparo de una señora que quedó embarazada y le dijeron que el feto tenía unas malformaciones insuperables y que incluso era previsible que muriera antes de nacer; lo mejor era que abortara. Ella dijo que no; tenía sus ideas y como el niño naciera sería bien recibido. En efecto el niño nació muerto y ella se dispuso a enterrarlo. No fue posible. Según su peso, el derecho administrativo en vigor lo considerará un niño prematuramente fallecido o un mero residuo biológico que debe ser incinerado (como ocurre si a alguien le amputan el brazo). Habrá que dilucidar si ha podido vulnerarse su libertad religiosa e incluso su derecho a la intimidad. Parece un tanto absurdo que a una madre, que lo desea, no le permitan enterrar a su hijo, por muy muerto que haya nacido. Para plantearse esa duda no hace falta creer en nada; quizá el mero sentido común pudiera contribuir a despejarla.
No considero, por ejemplo, que haya una bioética cristiana. Como soy laico, mi bioética es indudablemente laica. No sé por qué no iba a serlo; no me dedico a fundamentar mi bioética en argumentos de autoridad o de dogma; la baso simplemente en razonamientos, como tantos otros.
Me parece muy positivo cómo el Tribunal Constitucional Español ha abordado ésta cuestión, al menos hasta ahora, en la jurisprudencia acumulada. Curiosamente en una sentencia en la que no parecía venir a cuento del todo; relativa a la popularmente conocida como secta Moon, es decir, a la Iglesia de la Unificación. Le habían negado la inscripción en el Registro de Entidades Religiosas, por entender que se trataba en realidad de una secta. Había un informe del Parlamento Europeo muy negativo, que la acusaba de programar mentalmente a sus adeptos, pero el Tribunal Constitucional entendió que no estaba debidamente probado y autorizó que la incluyeran en el registro. Aparte de eso, que era el problema del que se trataba, sentaba doctrina y hablaba del concepto de laicidad positiva. Me parece muy interesante, porque lleva a entender que hay una laicidad negativa, que es la que suele llamarse laicismo: el intento de entender que lo religioso no debe estar presente en el ámbito público. Así como hay espacios libres de humo, quizá por vincular lo religioso al incienso, se pretende establecer que no es bueno que lo religioso se haga presente en el ámbito público... Por otra parte, habrá una laicidad positiva, que veremos en qué podría consistir.
2.- Laicidad: positiva y negativa
Para empezar, quisiera recordar que la laicidad es una novedad cristiana; antes del cristianismo no se concebía. En una primera etapa los que tenían autoridad –es decir, auctoritas, que significa prestigio reconocido socialmente– solían ser los ancianos. Estos eran los que gobernaban y a la vez eran considerados sacerdotes. Hay un pasaje muy curioso de nuestra herencia judía; lo encontramos en el Antiguo Testamento, en el segundo libro de Samuel. Se trata de un diálogo muy curioso entre el pueblo israelita y el profeta. Le dicen que, como está ya muy anciano y sus hijos no son como él, les debe dar un rey; como el que tienen las otras naciones. Quieren tener alguien con potestas, que ejerza el poder. Samuel ora a Dios, que le responde: “haz lo que te piden, no te están rechazando a ti, sino a mí, no quieren que yo sea su rey. Explícales… esto es lo que les pasará cuando tengan rey: el rey pondrá a los hijos del pueblo a trabajar en sus carros de guerra, o en su caballería o los hará oficiales de su ejército, a unos los pondrá a cultivar sus tierras y a otros a recoger sus cosechas, o a hacer armas y equipos para sus carros de guerra; ese rey hará que las hijas del pueblo le preparen perfumes, comidas y postres, a ustedes les quitará sus mejores campos y cultivos y les exigirá los tributos… ”.
La potestas pasa a sustituir a la auctoritas, pero enseguida tiende a divinizarse. Como consecuencia no se admitirá una cohabitación entre potestas y auctoritas, que es lo mismo que hoy ocurre con el laicismo. El laicista en España, con una hegemonía notable de una confesión religiosa, no concibe que pueda haber alguien con una autoridad moral que se permita expresar públicamente qué se debe moralmente hacer y qué no. Quien tiene el poder, dirá a través de la ley lo que se debe hacer y lo que no, y punto. Si uno va al Coliseo romano, quienes murieron allí, no fue por ser disidentes políticos, sino porque no estaban dispuestos a adorar al emperador; admitían su potestas, que respetaban, pero no estaban dispuestos a concederles una auctoritas religiosa.
3.- “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”
Es el cristianismo, es Jesucristo, el primero que dice: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”; algo que no se había dicho nunca. Establece que hay que saber distinguir ambos ámbitos. Cuando le preguntan si hay que pagar el tributo, aclarado que es del César, dirá: págalo.
Es expresión de en qué medida un elemento decisivo dentro del catolicismo será el respeto a la libertad personal y, por tanto, a la autonomía de lo temporal. La Iglesia no tiene una doctrina que pormenorice cómo se resuelven, en concreto, los problemas sociales. Plantea simplemente unos principios, unos criterios; eso es lo que debe hacer su magisterio, difundido por la jerarquía. Tratándose de principios o criterios, por ejemplo sobre la actividad económica, tendrán que ser los laicos católicos expertos en economía los que los conviertan en una realidad practicable; no los curas, que de eso es lógico que no sepan demasiado. Esa autonomía de lo temporal y ese respeto a la libertad parte del convencimiento de que somos co-creadores. El Creador no ha dejado todo hecho hasta el último detalle, sino que se ha limitado a empezarlo; luego, pues aquí estamos... La misión del laico es colaborar creativamente. Todo eso en el marco, como es lógico, de un ecologismo ético. En la Biblia, el paraíso es el no va más de la libertad; pero también en el paraíso había que ser ecologista y por tanto no se podía hacer de todo: el árbol de la ciencia del bien y del mal no se toca. Curiosamente la tentación será la misma de hoy: “seréis como dioses”. Nuestra creatividad está delimitada; como consecuencia, la autonomía de lo temporal no significa que en su ámbito la ética no tenga nada que decir. Tiene sin duda muchísimo que decir y tendrán que concretarlo los ciudadanos, instruidos –en el caso de que sean creyentes– por su jerarquía o por su magisterio. Como cualquier otro ciudadano, lo harán aportando su punto de vista, con ese trasfondo; lo mismo que los otros lo harán con el suyo, porque trasfondo tenemos todos. Mi paisano Machado, en un libro que yo recomiendo siempre –el “Juan de Mairena”– da un buen consejo: "Zapatero, a tu zapato, os dirán. Vosotros preguntad: ¿y cuál es mi zapato? Y para evitar confusiones lamentables, ¿querría usted decirme cuál es el suyo?” En efecto, zapatos tenemos todos...
4.- Crítica al cristianismo
No le han faltado críticas al cristianismo. Feuerbach, en su libro “La Esencia del cristianismo” de 1848, indica que no es Dios quien ha creado al hombre a su imagen, sino que es el hombre, en un intento cobarde y apocado de superar sus miedos y limitaciones, el que ha creado una imagen a la que llama Dios, para superarlos. De ahí que cuanto más engrandece el hombre a Dios, más se empobrece a sí mismo. La izquierda hegeliana consolidará ese planteamiento que en el fondo alimenta, de manera más o menos consciente, al laicismo actual. La religión en la vida pública no pinta nada; incluso no sólo no pinta nada, sino que estorba y es perturbadora.
Curiosamente el último documento que ha publicado la Comisión Teológica Internacional de la Iglesia Católica (en 2014) tiene un título que puede dejar asombrado, porque habla de la realidad trinitaria y de la relación entre religión y violencia. Sale al paso de autores que abordan la cuestión desde una perspectiva particularmente anti-religiosa. Para ellos, el monoteísmo lleva inevitablemente a un fundamentalismo que deriva hacia la violencia. De ahí que se ofrezca una argumentación teológica de por qué eso no es así. Si se parte de la idea de que negar a Dios es obligado para ser realmente humanos, evidentemente la consecuencia socio-política sería fácil. Recuerdo un chiste de Chumy Chúmez; dibujaba frecuentemente a un señor con chistera, que se suponía que era el poderoso, el capitalista, etc. y otro con boina. En uno de sus dibujos el de la chistera le decía al de la boina: “Y no olvides que hay que dar al César lo que es del César”. El otro respondía: “Sí, don César”... Me pareció muy laicista. Si el asunto se plantea así, mal andamos. Pienso que de ahí no saldrá nada positivo.
5. Laicidad y ley natural: cognitivismo ético
En el fondo la laicidad hay que vincularla, inevitablemente, a lo que los clásicos llamaron ley natural; o sea, a lo que de manera más técnica llamaríamos cognitivismo ético. Implica admitir que hay exigencias éticas con una realidad objetiva, racionalmente cognoscible; no expresan simplemente un elemento volitivo, emocional o sentimental, que tiene que ver con lo que uno quiera o desee y no con lo que uno pueda conocer racionalmente. Cuando la ley natural era compartida, de manera general, cumplía una función muy eficaz. En lo relativo a la relación entre religión y violencia, ayudó a superar en Europa las guerras de religión; el derecho natural sirvió de fundamento a un novedoso derecho internacional. El laico Grocio defendió lo aprendido de Francisco de Vitoria, que era un fraile. También la configuración del trato con los habitantes del mundo americano se irá basando en una igualdad ius-naturalista. Al margen de las vicisitudes de la historia concreta, Francisco de Vitoria lo tenía muy claro; de ahí su vanguardismo. También si hoy apareciera un selenita habría que plantearse si le afecta o no la Declaración de Derechos Humanos.
El problema es que ha entrado en crisis esa capacidad de encuentro. En la postguerra la querencia fenomenológica convirtió el derecho natural en Natur der Sache (naturaleza de la cosa), pero se estaba hablando de lo mismo: una realidad cognoscible racionalmente, que debe controlar cómo se ejercita del poder. En las constituciones que se promulgan después de la segunda guerra mundial, tras la triste experiencia del Holocausto, se da un giro muy relevante: los derechos no hay ya que entenderlos en el marco de las leyes, entendiendo por derechos lo que las leyes nos concedan, sino que son las leyes las que deben ser interpretadas en el marco de los derechos. Para eso están los tribunales constitucionales, que dictaminarán que una ley es nula, si vulnera el contenido esencial de un derecho. Por supuesto que eso, sin no se es ius-naturalista, resulta difícilmente inteligible. De todas maneras, todo el mundo parece entenderlo muy bien, porque hoy día resulta más conveniente mostrarse contradictorio que parecer ius-naturalista.
Benedicto XVI ante el Bundestag (2011) dijo una frase que me impresionó, porque yo di mis primeros pasos en la docencia universitaria dando clases de derecho natural, que es como se llamaba entonces la asignatura conocida hoy como Teoría del Derecho. Dijo: “Después de la Segunda Guerra mundial, y hasta la formación de nuestra Ley Fundamental, la cuestión sobre los fundamentos de la legislación parecía clara. En el último medio siglo se produjo un cambio dramático de la situación. La idea del derecho natural se considera hoy una doctrina católica más bien singular, sobre la que no vale la pena discutir fuera del ámbito católico, de modo que casi nos avergüenza hasta la sola mención del término.”
Esto dicho por un profesor de la categoría de Benedicto XVI, entonces Papa y hoy Papa Emérito, impresiona. Y esto ¿a qué se ha debido? Pienso que a dos factores: en primer lugar, a que nos encontramos con una ley natural cuya interpretación parece monopolizada por representantes de lo sobrenatural. Esto empieza a complicar la cuestión. En la Iglesia católica se entiende que la jerarquía, el magisterio, es intérprete auténtico de la ley natural; no la inventa ni la crea, pero fija su interpretación adecuada. Esto produce un solapamiento de lo natural y lo sobrenatural que genera cierta complicación. Si la ley natural parece elevarse más allá de lo natural, mal asunto. Por ejemplo, puede invitar al ciudadano a pensar que “no matar” es un precepto moral muy importante; que “no robar” es un precepto moral muy importante; “no mentir” sería otro precepto moral de importancia. Todos tan importantes moralmente como para que el derecho deba apoyar coactivamente su observancia práctica. Eso no lo veo tan claro. El hecho de que en el Sinaí se hablara de “no matar”, no quiere decir que se enunciara un precepto moral; se trataba de un precepto jurídico-natural. La moral nos invita a unas exigencias maximalistas que nos lleven a la perfección. El derecho, por el contrario, expresa un mínimo ético, indispensable para que podamos convivir. El “no matar” no es un maximalismo moral sino que pertenece a ese mínimo ético; no es un maximalismo ético de no se sabe qué religión, sino un mínimo ético para que todos mantengamos la cabeza en su sitio. Lo que ocurre es que, aparte de expresar un mínimo ético, es indispensable para convivir; esto es lo que genera una obligación moral. A nadie puede extrañar que todo maximalismo ético comience por respetar el mínimo ético. El precepto no es jurídico porque sea muy relevante moralmente; se ve acompañado por una obligación moral como consecuencia de su importancia jurídica; porque sin respetarlo no se puede convivir y estamos moralmente obligados a convivir con los demás.
Situado en esta confusión, el católico radical exige que sea la jerarquía la que dé la cara cuando la ley natural sea cuestionada; se queja de que el obispo no habla, el obispo no dice; el obispo o el Papa... Se refugia en un puro clientelismo. Por otra parte, cuando la jerarquía cumple su obligación, que es instruir a sus fieles, nunca faltan otros ciudadanos que los acusan de estar practicando un intrusismo político, al ocuparse de algo más que de decir misa.
Añadamos a esto que se ha secularizado el fundamento de la dignidad humana. El mismo Grocio ya plantea que habría que obedecer al derecho natural, aunque Dios no existiera... De ahí pasamos a un decaimiento de la Ilustración, de la Aufklärung, que es lo que preocupa tanto a Habermas como a Ratzinger; por eso se pusieron de acuerdo con tanta facilidad en algunos aspectos. El problema es hoy en día que no parece haber nadie capaz de fundamentar racionalmente la dignidad humana. No es pequeño problema. La dignidad humana se ha convertido en un concepto vacío; algo que no significa nada. No es de extrañar que se soliciten derechos para los animales; si más de uno acaba tratando a su pareja como a un animal de compañía, o a los hijos (deseados, por supuesto) como si fueran su mascota. Pretender desde tal planteamiento que los animales tengan derechos, me parece un alarde de coherencia.
6.- Pretendida neutralidad del laicismo
El laicista suele erigirse en paladín de una presunta neutralidad. Nos habla de un ámbito –al que llama ética pública– que todos debemos compartir. No tendría nada que ver con la religión, que sería un capricho privado; cada uno en su casa que practique la que quiera. A esto es a lo que llamo nacional-laicismo, porque se alimenta de los complejos derivados de la condena del nacional-catolicismo franquista. De ahí surge la expulsión de lo religioso del ámbito público, e incluso actitudes inquisitoriales claramente antidemocráticas, como indica nuestra Constitución. Quizá su epígrafe menos conocido sea el artículo 16.2: “Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias”. No es raro que en el debate público, si alguien propone que la vida del no nacido debe ser respetada, le repliquen: “eso lo dirá usted porque es católico”. De acuerdo con el citado epígrafe a nadie le importa si yo soy católico o no. Si yo utilizara un argumento religioso, sería lógico que se considerara que no viene a cuento; pero, si no lo utilizo nadie puede descalificarme por el hecho de ser creyente. Eso sería una clara discriminación por razón de religión, opuesta al artículo 14.
7.- Tres autores no-católicos
He escogido tres autores, ninguno de ellos católico, para ver cómo intentan solucionar estas cuestiones.
John Rawls se convirtió en máximo exponente de la ética y filosofía política norteamericanas. No es nada laicista, ya que muestra mucho sentido común. Lo que no comparte son planteamientos metafísicos, incluida la ley natural en su versión clásica. Entiende que hemos de fundamentar nuestros planteamientos éticos en un consenso solapado, en el sentido de entrecruzado. Debemos armonizar lo que él llama doctrinas comprehensivas, o sea, visiones globales de la realidad y de la existencia humana, concepciones del mundo. Es preciso entrecruzarlas y tejer un consenso cuyo resultado sería la razón pública. ¿Quién es el intérprete de la razón pública?, ¿el Arzobispo de New York?: no. Para él, el intérprete de la razón pública será en su país el Tribunal Constitucional, o sea, el Tribunal Supremo. Las religiones en Norteamérica son muchas; no es como aquí, que hablar de religión es hablar de determinados obispos, siempre los mismos. Aportarán a ese consenso elementos de su ética comprehensiva y enriquecerán así la razón pública. Considera pues que expulsar lo religioso del ámbito público es empobrecer la vida social. Para él, es imposible entender a Martin Luther King y su lucha por los derechos humanos, si le obligáramos a prescindir de su religión; era precisamente el motor de sus sueños. Ser creyente no le impedía hacer uso de argumentos perfectamente compartibles por cualquiera con dos dedos de frente.
Rawls, aunque rechaza lo que llama el celo por la verdad absoluta, lo que rehúye es que una única concepción del mundo domine en toda la sociedad. Defiende la primacía de la consensuada “razón pública”, a la vez que considera que la existencia de un magisterio eclesiástico en una democracia es algo de lo más normal, que cualquiera que tenga razón, pública o privada, entiende fácilmente. “Cualesquiera que sean las ideas comprehensivas, religiosas, filosóficas o morales,...”; porque él trata por igual esas tres fuentes. Igual de absurdo sería desterrar la religión de lo público como desterrar la filosofía. No tiene sentido que si alguien afirma “creo que esto habría que resolverlo así”, se le puede alegar “es que usted es filósofo”...
“Las ideas comprehensivas, religiosas, filosóficas o morales que tengamos, todas son aceptadas libremente, políticamente hablando, pues dada la libertad de culto y la libertad de pensamiento, no puede decirse sino que nos imponemos esas doctrinas a nosotros mismos” [1]. Si un ciudadano quiere asumir una doctrina, ¿cómo se le va a negar esa libertad? ¿Va a tener que imponerse la doctrina de usted?...
En el caso de Jürgen Habermas lo que abordará es si las confesiones religiosas pueden aportar razones al debate público. Puede sorprender esta postura. Leí por primera vez a Habermas en 1970 en Alemania, cuando suscribía una teoría crítica marxista. Defendía la necesidad de teorizar movidos por un interés directivo del conocimiento emancipador. Habermas se encuentra ahora ante una sociedad con un déficit ético notable, totalmente economicista. Como era y sigue siendo anticapitalista, parece convencido de que de Wall Street no va a venir la solución de este problema. Aun siendo agnóstico, tiene la esperanza de que sean las religiones las que aporten los necesarios elementos al debate público; para superar, por ejemplo, la legitimación de la eugenesia. Afirma que la posibilidad de elegir el sexo del hijo es una postura antiética por definición. El diagnóstico pre-implantatorio le parece aún más éticamente rechazable que el aborto porque, partiendo de la igualdad de todos los seres humanos, no admite que alguien pueda planificar a otro... El problema no es solo que se estén vulnerando los derechos del otro sino que se está traicionando nuestra auto-conciencia ética como seres humanos; no se trata de que no se respete la dignidad del feto, es que no respetaríamos la nuestra.
Se muestra muy crítico ante el laicismo. Plantea en qué medida los creyentes están siendo discriminados. Hasta ahora a los únicos a los que el Estado liberal ha exigido dividir su identidad en privada y pública, ha sido a los ciudadanos creyentes. Son ellos los que tienen que aprender a traducir sus convicciones religiosas a un lenguaje secular, si aspiran a que sus argumentos encuentren una aprobación mayoritaria; mientras, los agnósticos no tienen que aprender nada. El estado liberal incurre así en una contradicción cuando imputa a todos los ciudadanos un ethos político, que distribuye de manera desigual las cargas cognitivas entre ellos. La institucionalización de la traducibilidad de las razones religiosas (usted tiene que traducir eso para que yo lo pueda entender) convive con la primacía institucional concedida a las razones de los agnósticos sobre las religiosas. Se exige a los ciudadanos creyentes un esfuerzo de aprendizaje y adaptación que se ahorran los ciudadanos agnósticos. ¿Cuál es su solución?: que aprendan unos y otros. Cuando Benedicto XVI va a Regensburg, olvidándose de que ya no es Profesor sino Papa, deja entrever que a la Iglesia Católica le ha costado siglos estar en condiciones de dialogar con la modernidad, mientras los islámicos lo tienen difícil; no asumen la ley natural y por tanto les resultará complicado ese diálogo, al no contar con un campo racional que les sirva de punto de encuentro.
Mientras él decía esto, Habermas sugiere que también a los agnósticos les queda una tarea pendiente: tienen que hacerse a la idea de que ellos deben a su vez aprender a dialogar con los creyentes. No cabe entender como algo natural y sobreentendido que los ciudadanos agnósticos saben que viven ya en una sociedad post-secular y han superado el laicismo. Todos somos iguales y hay que compartir argumentos. Ajustar sus actitudes epistémicas a la persistencia de comunidades religiosas, requiere un cambio de mentalidad no menos cognitivamente exigente, para los agnósticos, que la adaptación de la conciencia religiosa a los desafíos de un entorno que se seculariza cada vez más. Con arreglo a los criterios de la Ilustración, los ciudadanos agnósticos han de comprender su falta de coincidencia con las concepciones religiosas, como un desacuerdo con el que hay que contar razonablemente [2].
Rechaza en consecuencia todo intento de expulsar a lo religioso del ámbito público. Es preciso dar paso a un doble aprendizaje. No tiene sentido oponer un tipo de razón, la de los agnósticos, a las razones religiosas, en virtud del supuesto de que las razones religiosas provienen de una visión del mundo intrínsecamente irracional. La razón opera en las tradiciones religiosas igual que en cualquier otro ámbito cultural, incluida la ciencia. Afirmará que el criterio de lo verdadero y lo falso no lo fija es la ciencia, sino que esta forma parte de una historia de la razón a la que pertenecen también las religiones. A nivel cognitivo general sólo existe una y la misma razón humana; los creyentes no son irracionales.
Por último, Ronald Dworkin, desde su individualismo ético mantiene un planteamiento muy distinto de los dos anteriores. Critica a Rawls, en el marco de la polémica de si la mayoría, en una sociedad democrática, puede imponer un determinado modelo ético de concebir la vida, porque le resulte así más fácil desplegar la vida dentro de su concepción del bien [3]. Va a enfrentarse a lo que considera paternalismo. Consiste en obligar a alguien a hacer algo por su bien; prefiere que de su bien se ocupe cada cual. Lo lleva al extremo porque, como es individualista, llega a defender que en un debate sobre el aborto los varones no tienen nada que decir, hasta que no demuestren haberse quedado embarazados; lo cual hoy por hoy sigue siendo un poco complicado. Esto revela que ha perdido todo sentido de lo social; ante la realidad de que cabe eliminar a seres humanos, a mí me tiene que traer sin cuidado. El que, por ejemplo, casi no haya ya niños con síndrome de Down en España, no es algo que me deba afectar.
Considera que Rawls está influido por algunos filósofos y sociólogos que afirman que sólo se puede llevar una vida verdaderamente deseable en un ambiente de homogeneidad moral, y quizás incluso religiosa; lo que le parece fatal. Su propuesta es establecer una simetría entre lo ético y lo económico. Al igual que el mercado es el resultado de una serie de decisiones individuales, la ética pública debería serlo de actitudes individuales ajenas a normas impuestas. Si establecemos un paralelismo con el entorno ético, tenemos que rechazar la afirmación de que la teoría democrática atribuye a la mayoría el control total de ese entorno. Debemos insistir que en el entorno ético, como en el económico, es producto de decisiones individuales de las personas [4].
Lo complementará con otro detalle, también economicista, al aludir a las externalidades: entre las preferencias que tienen los ciudadanos hay unas personales, que tienen que ver con sus problemas individuales, mientras que hay otro tipo de preferencias, que él rechaza, relativas a cuestiones impersonales [5], que no le afectan directamente, por lo que no deberían tenerse en cuenta.
8.- Conclusión
Soy decidido partidario de una laicidad positiva, ajena a todo clericalismo. El laicismo no es sino clericalismo civil, dicho sea de paso, por lo que acaba convirtiéndose inevitablemente en una confesión religiosa más: incluso con sus ritos cuasi-sacramentales. Pienso que España experimenta en buena medida un laicismo auto-asumido por los propios católicos, por inhibición. Esto convierte al ejercicio del episcopado en deporte de alto riesgo; si el Obispo no habla, sus clericales fieles se lo echarán en cara y si habla peor…
El clericalismo civil, propio del laicismo, ignora derechos fundamentales y, a la hora de la verdad, en vez de situar el derecho fundamental de los ciudadanos a la libertad religiosa en el centro de la cuestión, reduce todo a una relación Iglesia Estado; todo dependerá del concordato de turno entre unos y otros mandamases, que tratan al ciudadano como súbdito o como oveja, lo que puede acabar siendo lo mismo.
Más allá de la mera aconfesionalidad, pienso que la clave de la laicidad positiva está en situar en el centro el derecho fundamental que la Constitución reconoce a todos los ciudadanos. No vendrá mal, por último, distinguir entre los derechos, que tienen fundamento en la justicia, y la tolerancia. Hay quien identifica indebidamente la tolerancia con el regalo de derechos. La justicia consiste en dar a cada uno lo que es suyo, su derecho. La tolerancia consiste en dar a uno lo que no es suyo; algo a lo que no tiene derecho sino mero fruto de la generosidad ajena. Quisiera por eso dejar claro que, como titular de un derecho fundamental (la libertad religiosa), no tolero que me toleren.
Andrés Ollero Tassara, en https://dialnet.unirioja.es/
Notas:
1 RAWLS, J.: El liberalismo político Barcelona, Crítica, 1996, p.257.
2 HABERMAS, J.: La religión en la esfera pública. Los presupuestos cognitivos para el ‘uso público de la razón’ de los ciudadanos religiosos y seculares en “Entre naturalismo y religión”, Barcelona, Paidós, 2006, p.147.
3 DWORKIN, R.: Virtud soberana. La teoría y la práctica de la igualdad, Barcelona, Paidós, 2003, p.169, nota 23.
4 DWORKIN, R.: Virtud soberana, op.cit., pág. 234.
5 Ibídem, p.27.
Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|28 septiembre, 2022|Bioética, BIOÉTICA PRESS, Informes, Sexualidad y ETS, Top News
El pasado 21 de septiembre, en el seno de la Comisión de igualdad del Congreso de los Diputados, la titular del Ministerio de igualdad del Gobierno de España, Dña. Irene Montero Gil, hizo unas polémicas declaraciones respecto de la nueva ley de derechos sexuales y reproductivos impulsada por su Ministerio. A continuación, se reproducen literalmente sus palabras, respetando reiteraciones y construcciones gramaticales confusas al objeto de evitar la adulteración de su contenido.
La ministra, en su alocución en respuesta a la intervención de los portavoces parlamentarios en la Comisión, afirmó que:
“La educación sexual (que) es un derecho de los niños y de las niñas (…) independientemente de quienes sean sus familias, porque todos los niños, las niñas, les niñes de este país tienen derecho, tienen derecho a conocer su propio cuerpo, a saber que ningún adulto puede tocar su cuerpo si ellos no quieren, si ellos no quieren, y que eso es una forma de violencia.
Tienen derecho a conocer que pueden amar y tener relaciones sexuales con quien les de la gana, basadas -eso sí- en el consentimiento. Y esos son derechos que tienen reconocidos”.
Mal haría este Observatorio -que no es un Observatorio sociopolítico sino bioético- en iniciar una deriva hacia la crítica política. Sus años de investigación sostenida, divulgación y estudio científico acreditado en ámbitos tales como la Biología, la Genética, la Biotecnología, la Filosofía, la Antropología, la Medicina o el Derecho, no pueden sustanciarse, en lo que constituiría un claro ejercicio reduccionista, en la crítica a declaraciones políticas emitidas por quien, para el ejercicio de su cargo, no se ha valido de un currículum científico o académico de altura. Este Observatorio, como siempre quiso su fundador -y como quieren también sus dignos sucesores- difunde, discute, complementa o corrige las aportaciones a la Bioética que provienen de Universidades y publicaciones punteras, no de populismos o corrientes ideológicas.
No obstante, el autor de esta brevería asume con sentido de la responsabilidad el encargo recibido de revisar, desde un paradigma bioético razonado, las declaraciones precedentes. Y lo hace porque, quien las emite, tiene el potencial de concretar el contenido de las mismas en leyes y políticas que podrían despreciar la dignidad del menor, bien interfiriendo en su naturaleza biológica y psicológica, bien contribuyendo a su deterioro moral en las fases más vulnerables de su desarrollo personal.
Sin más preámbulo, procedo a la crítica:
A. Sobre su apelación al derecho a la educación sexual de los menores
En su intervención, la titular del Ministerio de igualdad reitera que los menores tienen derecho a la educación sexual. Y en efecto lo tienen. Sin embargo, la señora ministra olvida que este derecho se enuncia de un modo más amplio y complejo a como ella lo hace. A lo que los niños tienen derecho es, en sentido estricto, a ser educados -también en materia sexual- por sus padres o tutores y no por un Estado cuya principal encomienda es la de contribuir al pleno ejercicio del deber educativo de los padres mediante la organización y dotación de un sistema educativo, universal, gratuito y de calidad.
Por más que la acción educativa de la familia se ejerza de un modo informal, espontáneo y natural, los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos y su derecho/deber sobresale por encima del de otros grupos o personas, incluida la escuela o el Estado. Porque la familia es anterior al Estado, que la presupone. De hecho, la persona se incorpora a la sociedad política desde la familia y por la familia y no al revés. La educación familiar, en consecuencia, es una obligación moral de los padres y un derecho del hijo, que necesita de ésta para fijar las aspiraciones, valores y motivaciones personales que le conducirán a la plenitud personal.
Una correcta educación familiar, en efecto: a) promueve el adecuado desarrollo personal de sus miembros; b) permite la elaboración de una escala de valores y la adhesión a las normas de conducta que conducen a su realización personal; y c) promueve un adecuado desenvolvimiento social.
Sólo cuando el entorno familiar es disfuncional, por razones patológicas o psicosociales, el Estado puede asumir subsidiariamente la misión de orientar la construcción de la personalidad del menor. Pero, en ningún caso, puede apelarse a los valores políticos dominantes ni a la ley para permitir que el Estado desplace a la familia de esta función. Porque el Estado está al servicio de las familias –epicentro educativo donde se forma la sociedad[i]– y porque la ley no es justa por el mero hecho de ser ley. Esto, que se cumple siempre cuando el legislador es injusto, también se cumple cuando la ley apela a la construcción de una comunidad de valores. Desgraciadamente, la historia del siglo XX ha dejado constancia de las atrocidades cometidas en nombre de los más altos valores secundados por la voluntad popular o por la acción de legisladores «iluminados» que creyeron representar el fin y culminación de la historia del hombre. El Tercer Reich, sin ir más lejos, fue una «comunidad de valores» (nación, raza y salud) que se elevaron por encima de los Derechos Humanos. También el marxismo entendió el Estado como una agencia de valores supremos[ii]. Del mismo modo, los Estados democráticos pueden devenir en tiranías cuando emplean las instituciones del Estado para boicotear determinadas convicciones morales, que son legítimas, o para suplantar a las familias en su tarea educativa.
Los niños, en definitiva, tienen derecho a ser educados; pero a ser educados por sus familias, no por la titular de un Ministerio cuyo acceso al cargo devino de la cesión de un gobierno que, por su debilidad, necesitó ceder cuotas de poder a un grupo parlamentario minoritario cuyas ideas populistas no representan al conjunto de la población ni tienen un adecuado sustento intelectual. Por su condición de personas, tienen derecho a ser educados y no «domesticados», «adoctrinados» o conformados a un determinado ideal político. Y la familia, de un modo primario e insustituible, es garante y protectora de este derecho.
B. Sobre el derecho a conocer el propio cuerpo
El conocimiento del cuerpo propio se sustancia en la asunción de su carácter sexuado, así como de sus capacidades y límites. Un conocimiento que acontece en el contexto de las interrelaciones familiares y de la orientación psico-afectiva, moral y espiritual recibida de los padres con el auxilio del conocimiento científico (anatomía, biología, genética, etc..). A lo que el menor tiene derecho, en definitiva, es a la protección que le brinda su familia para que nadie le confunda en el camino que conduce a esta asunción que sucede, de un modo natural y secuencial, a lo largo de la infancia y la adolescencia. Al desarrollo de su personalidad psico-corpórea, espiritual y social, en el seno de esa relación social básica que, en la esfera de una intimidad que se abre a la comunidad social y que tiene como herramienta propia el don y la entrega desinteresada, pone en contacto los sexos y las generaciones[iii]; de esa relación que constituye la familia, entorno amoroso donde el menor se descubre a sí mismo como hombre o como mujer, como hijo y como hermano, como corresponsable de sí mismo y de los demás, ante sí mismo y ante los demás.
La asunción del propio cuerpo reclama, pues, el acompañamiento educativo y amoroso de la familia. Y ello porque, ya desde niños, al tiempo que experimentamos una profunda unidad con nuestro cuerpo percibimos, también, que no somos «idénticos» a él. De alguna manera, sabemos que «somos» nuestro cuerpo (pues el dolor o placer en el cuerpo se experimenta como dolor o placer propio), pero nos relacionamos con nuestro cuerpo como con algo que «tenemos» aunque nunca del todo, pues también sentimos que su peso, decadencia y otras leyes naturales se mueven, a menudo, al margen de nuestra voluntad.
Precisamente por ello, algunas antropologías han llegado a postular la coexistencia en el hombre dos instancias que están vinculadas entre sí y se ven obligadas a vivir juntas (cuerpo y alma; materia y espíritu; res extensa y cogito; «ser en sí» y «ser para sí». Se trata de las antropologías dualistas que, como la titular del Ministerio de Igualdad, aspiran a conformar en los niños la idea de que la conciencia prevalece sobre la materia; la idea de que, en ocasiones, la conciencia habita un cuerpo equivocado.
Sin embargo, en la experiencia ordinaria, las personas nos percibimos espontáneamente como el sujeto único de nuestras acciones intelectivas y de nuestras acciones corporales. De alguna manera, «lo que» se desarrolla, crece y camina, es también «quien» piensa, reflexiona y ama. La materia y la conciencia, lo objetivo y lo subjetivo de nuestra naturaleza no existen como seres independientes, sino que son aspectos del mismo compuesto vivo. Y, en consecuencia, el conocimiento del cuerpo es asunción del propio ser en su naturalidad y no emoción sugerida por la reacción psicológica tras la palpación del cuerpo propio o de cuerpos ajenos para establecer similitudes, diferencias o preferencias. Así lo sabría Irene Montero Gil si conociese la crítica a Descartes, Locke, Hume, Parfit o al mismísmo Sartre, o si sus fuentes no se limitasen, como parece, a la filosofía subjetivista (y ciertamente menor) de Judith Butler, Paul Beatriz Preciado, o los marxistas del 68.
C. Sobre el derecho a de los menores a las relaciones sexuales consentidas
a. No existe tal derecho. Libertad sexual y marxismo
Sin duda, la afirmación de la Sra. ministra en relación con el derecho de los niños a mantener relaciones sexuales consentidas, constituye un atentado a la moral natural y a la racionalidad propia de nuestra especie. No existe tal derecho. Sí existe, en cambio, el fundamental derecho del menor a no ser sometido, bajo ningún concepto, a la aberración del uso de su cuerpo para la obtención de placer sexual por parte de nadie. Y esto es algo que debería entender sin demasiado esfuerzo todo aquel cuyas perversiones, patologías o derivas ideológicas extremas no le hayan llevado a cancelar todo vínculo con la ética de la especie humana.
En la base ideológica de la mal llamada Revolución Sexual, en efecto, las apelaciones de Marcuse, Foucault y Deleuze[iv] al placer y al cuerpo como templos de la liberación[v], contribuyeron a conceptualizar el deseo sexual como una exigencia de la voluntad libre y como la más genuina «instancia revolucionaria»[vi]. Dejando definitivamente atrás su deuda con el proletariado, el neomarxismo que emanó de los grafiti sobre los muros del Teatro del Odeón, cuartel general de los revolucionarios de París, vinculó las libertades sociales con la emancipación personal frente a toda norma o moral extrínseca. «Para discutir la sociedad en que se vive» -se leía en alguna de aquellas pintadas- «es necesario antes ser capaz de discutirse a sí mismo». Se trataba, en definitiva, de cuestionar las verdades institucionales y las normas con que la sociedad, la moral, la religión, e incluso la propia naturaleza, estructuran la personalidad del individuo[vii]. Frente a toda deontología o moral natural, el nuevo marxismo describió el cuerpo como una «máquina del deseo» que exige emanciparse de las morales extrínsecas, burguesas y religiosas[viii].
Pero, como es sabido, todos estos adalides de la libertad sexual, autoproclamados progresistas por su encendida defensa de los derechos sexuales de colectivos que, en su momento, eran especialmente vulnerables por razón de su sexo o de su orientación sexual, terminaron enredándose en sus propios argumentos hasta el punto de firmar un manifiesto en favor de toda práctica sexual, incluido el sexo con menores. Así, en 1977 enviaron al Parlamento francés
una carta en la que pedían la derogación de las leyes sobre la edad de consentimiento y la despenalización de todas las relaciones consentidas entre adultos y menores de quince años[ix]. Entre los intelectuales firmantes de esta aberrante petición, se incluían Simone de Beauvoir, musa del feminismo marxista, y su pareja sentimental Jean-Paul Sartre, quien tras su paso por el existencialismo terminaría abrazando el estalinismo, esa ideología que sembró de cadáveres la carretera del Gulag, en el camino de Siberia. También, por supuesto, Michel Foucault, Jacques Derrida, Louis Althusser, Gilles Deleuze, Félix Guattari, Jacques Rancière y todos aquellos que conforman el marco intelectual de referencia de la izquierda radical contemporánea. En 1979, además, estos autores publicaron dos cartas abiertas en los periódicos franceses defendiendo a las personas detenidas bajo cargos de estupro, en el contexto de la abolición de las leyes sobre la edad de consentimiento.
Llegué a pensar lo contrario, pero no. Irene Montero, en sus declaraciones, no se dejó llevar por un arrebato dialéctico ni se equivocó a la hora de elegir sus palabras. Irene Montero cree, verdaderamente, que los menores pueden mantener relaciones sexuales consentidas. Y no solo lo cree ella, sino también todos aquellos que abrazan su ideología. Los mismos que, en su momento, instigaron y aplaudieron el reparto de preservativos en los colegios dando a entender a los menores que pueden mantener relaciones sexuales libres. Y si pueden, poco importa que estas se lleven a cabo con sus compañeros de clase, con los hermanos de éstos, mayores de edad, o incluso con los amigos de sus padres. Porque, para subvertir la moral tradicional, conservadora, religiosa y patriarcal, lo único que cuenta es el consentimiento, no la madurez. Sí es sí. No es no. Y con eso basta, aunque el sí y el no sean inducidos como consecuencia de la desigual madurez de las partes.
b. Concepciones reduccionistas de la libertad
Resulta paradójico que, a ese menor a quien no le permitimos tomar partido en decisiones como la inclusión de las verduras en su dieta diaria o la asistencia a cursos de inglés, se le atribuya capacidad para consentir en una relación sexual. ¿La tiene?
Para responder a esta pregunta, conviene distinguir entre la libertad civil y el libre albedrío. La primera es una libertad «externa» que se opone a toda coacción y se reconoce a cada persona en el contexto de sus relaciones sociales; una «libertad política» que garantiza la ley y se protege mediante la fuerza pública por quien ejerce el legítimo monopolio de la violencia. Este concepto de libertad, asentado más firmemente en la tradición liberal que en el socialismo, no es el que cabe invocar para reclamar el hipotético derecho de los niños a consentir relaciones sexuales. Antes bien, lo que debe quedar garantizado para este tipo de prácticas es la «libertad de la voluntad» o «libertad interior», que se refiere al fenómeno psicológico de la libertad, al querer libre del hombre; a esa libertad frente a uno mismo, frente a las pulsiones internas, la emotividad, la propia ignorancia, la falta de experiencia y la imaginación desbordada. Esta, y no la libertad externa, es condición sine quae non para la autodeterminación personal.
Ni siquiera en el poco creíble caso de una relación sexual apetecida por el menor, hablaríamos de verdadera libertad. De hecho, pensar que la libertad consiste en hacer lo que apetece es de una pobreza intelectual inadmisible en quien tiene la responsabilidad de legislar. Los animales hacen lo que les apetece y no por ello son libres, sino seres sin voluntad y encadenados a su instinto. La libertad, en ocasiones, se manifiesta precisamente en la capacidad de actuar frente a las apetencias, pudiendo llevar a cabo el acto bueno que no nos apetece o absteniéndonos del mal que sí lo hace. Quien hace sólo lo que le apetece es un esclavo de sus apetencias. Así lo atestigua la experiencia de los glotones, los adictos, los ludópatas o los cleptómanos. La libertad, en definitiva, sólo es posible para quien atesora, en grado suficiente, las cuatro grandes virtudes: la prudencia, para seguir a la razón que delibera lo mejor; la justicia, para decidir lo más correcto; y la fortaleza y la templanza, para dominar los impulsos.
Por lo demás, no somos libres en virtud de una apatía o indiferencia respecto del bien o del mal, como si lo único importante fuese nuestra capacidad de elegir. Antes bien, existe en todo hombre una prerrogativa interna que le insta a la plenitud y perfección; que le insta, en consecuencia, a la finalización radical de sus acciones y elecciones en el bien en cuanto tal.[x] Porque, quien tiene una mínima capacidad introspectiva no tarda mucho en comprender que la pregunta definitiva sobre nuestra realización y perfección no versa sobre lo que esperamos que nos ofrezca la vida, sino, en cada circunstancia y por grave que sea, lo que se espera de nosotros en la vida: lo que esperan o podrían esperar los demás, especialmente quienes nos aman; lo que espera de nosotros nuestra misma dignidad; y para los creyentes, lo que espera el mismo Dios[xi].
Por eso, las decisiones importantes de nuestra vida requieren, a menudo, renunciar libremente a nuestra capacidad de elegir: así lo atestiguan la propia orientación profesional, el propio matrimonio y los compromisos que lleva asociados, como la crianza de los hijos, el lugar de residencia, etc. Estos límites no anulan la libertad, sino que constituyen su realización más plena. Porque soy libre, puedo comprometerme. Porque soy libre, puedo renunciar a mis apetencias.
c. Tres requisitos de la libertad, que no se cumplen en los menores de edad
En la Comisión de igualdad del Congreso de los Diputados, lamentablemente, nadie le afeó a la Sra. ministra su desafortunada teoría recordándole que la libertad, para poder darse, exige tres requisitos que difícilmente concurren en un menor. El primero, que haya pleno uso de razón para que pueda haber deliberación, esto es, para poder decidir prudentemente. Las personas que no han alcanzado el uso de razón o que lo pierden (niños, dementes, en coma, dormidos, drogados, borrachos o con profundos trastornos mentales) no tienen suficiente libertad, porque no pueden deliberar. De hecho, en un juicio se tendrían en cuenta estos condicionantes para reducir -o incluso eximirles- de la pena correspondiente por la comisión de un delito.
Los niños tienen la libertad reducida porque no controlan los resortes interiores: la imaginación y la razón. Si en un centro educativo anunciásemos la llegada de los Reyes para la inauguración del pabellón deportivo, seguramente habría niños que esperarían la llegada a galope de un corcel blanco a cuyas riendas se encuentra una regia figura con capa roja y corona. No esperarían a Felipe I y Dña. Leticia. Y esto es sólo un ejemplo que permite hacer entender, gráficamente, que un menor podría consentir voluntariamente a las relaciones sexuales seducido por el discurso amoroso preparado, a partir de su mayor experiencia y conocimientos de la psicología del desarrollo, por un adulto que sólo quisiera hacer un uso pervertido de su cuerpo para desecharlo después como mercancía usada en busca de carne más joven. Un adecuado contexto de seducción, un simulacro compartido de vida adulta y determinadas promesas de amor verdadero, tendrían un profundo impacto en la decisión de alguien sin experiencia, malicia ni conocimientos.
Porque, en efecto, también limita la libertad la ignorancia y el error. Cuando no se sabe lo que sucede o no se tienen elementos de juicio, no se puede ejercer bien la libertad. Cuando se tiene una idea equivocada de las cosas no se es completamente libre. La libertad necesita verdad. Por eso, precisamente, un menor no decide su dieta, ni si debe asistir o no al colegio, ni las asignaturas que deben conformar su currículum. Al menos de momento, ya que por el cariz que van tomando los pactos de legislatura, todo podría llegar a ocurrir. Y por eso, precisamente, un menor no puede consentir a una relación sexual.
El segundo requisito para la libertad es que el individuo se domine a sí mismo; que con su razón domine sus impulsos y arrebatos para evitar una conducta compulsiva. El ejercicio de la libertad requiere una cabeza clara y un corazón ordenado; del dominio sobre la afectividad mediante las virtudes de la fortaleza y la templanza. Y esto es algo que no se le puede pedir a un menor, en quien la conducta es -especialmente en materia sexual- compulsiva por naturaleza.
Por último, para que exista libertad es necesario que no haya violencia física o coacción moral que nos obligue a hacer lo que no queremos o nos impida hacer lo que realmente queremos. En situación de desigualdad (por edad, estatus, conocimientos, etc…) la coacción y el miedo pueden llegar a influir de manera decisiva en nuestras decisiones de tal modo que, enfrentarse a ella, sólo sea posible con dosis no exigibles de heroísmo.
d. Una breve reflexión final, dedicada al Ministerio de Igualdad
Sra. ministra: en distintos ámbitos se ha manifestado usted partidaria de limitar libertades fundamentales, apelando al pretendidamente criterio moral superior que atribuye a su ideología. En esta ocasión, sin embargo, su marxismo doctrinario se da la mano con el neoliberalismo más ramplón, colocando la autodeterminación por encima de todo criterio moral. ¿No podría dedicar tan sólo unos minutos a reflexionar, yendo un poco más allá de la trenzada red de sus presupuestos ideológicos?
De hacerlo, comprendería que la libertad no es el fin de la vida humana, sino tan sólo el medio para orientarnos hacia los fines que realmente valen por sí mismos. Por eso, antes de elegir, conviene descubrir los fines hacia los que merece la pena orientar la libertad. Más que capacidad de elegir, la libertad es la capacidad de responder a lo que la vida nos demanda. Elegir es un signo de libertad; pero si la libertad consistiera sólo en poder elegir, el lugar de máxima libertad sería el Mercado. Y si vd. sostiene eso, debería renunciar a su ideología. No, sra. ministra; la libertad no se reduce a elegir con indiferencia como si lo único importante fuera el consentimiento. Porque no da igual mantener una relación sexual que no mantenerla. No da igual adentrarse en el sexo con conciencia y madurez, que compulsivamente y con inmadurez. No da igual. No da igual.
Como señaló Viktor Frankl (quien verdaderamente sí padeció el fascismo), «la libertad no es la última palabra sino el aspecto negativo de cualquier fenómeno, cuyo aspecto positivo es la responsabilidad». Si cree vd. que a los menores no se les puede exigir responsabilidad penal, no les conceda libertades para los que la naturaleza todavía no los ha preparado. Porque la libertad, para ser real y no mera fantasía adolescente, debe estar enmarcada por los límites de nuestra propia naturaleza, de nuestros compromisos sociales y de la moral natural. Y nuestra naturaleza es evolutiva; las personas atravesamos distintos momentos de desarrollo, que nos capacitan progresivamente para la finalización de acciones que, en origen, son posibles sólo como potencia, pero no como acto.
Sra. ministra, sus palabras le desacreditan, y con ellas puede usted hacer mucho daño. Además, un cargo público no debería sostener ideologías que ya fueron definitivamente desarticuladas en el último cuarto del pasado siglo. No juegue usted con la integridad física y moral de los niños para intentar resucitar ideas ya superadas. Es indecente. Con todo, usted ostenta un cargo de libre designación, y, en consecuencia, mantenerle en su cargo desacredita, principalmente, a aquel que la designó para el mismo.
Tanto uno como el otro deberían hacemos un favor: gobiernen con más ciencia y menos ideología. Asesórense bien. Este Observatorio, con toda su calidad académica y su talento intelectual, les podría ayudar a ello.
Enrique Burguete Miguel
Observatorio de Bioética
Cuando se pierde la memoria pero no el afecto
Recientemente, Jacinto Bátiz Cantera, director del Instituto para Cuidar Mejor del Hospital San Juan de Dios de Santurce (Vizcaya) y responsable del Grupo de Bioética de la SEMG, ha publicado un artículo que alude la importancia de la familia-cuidador de aquellas personas con Alzheimer.
Jacinto Bátiz afirma “esta enfermedad va destruyendo poco a poco la memoria de la persona que la padece, pero no consigue anular el afecto… no podrá recordar lo que le decimos, lo que ha hecho hace unos instantes, tal vez no nos reconozca, pero sí sentirá nuestras muestras de cariño porque su afecto está intacto”.
En relación con lo mencionado sobre la importancia del papel de la familia, Bátiz Cantera, define esta enfermedad como “la enfermedad de los dos pacientes”. “Cuidar a la persona en la etapa avanzada de la enfermedad es una tarea difícil para los familiares”.
Además de la carga psicológica que supone tener una persona cercana enferma, sin cura y con una evolución inminente; la familia- cuidador tiene un papel trascendental en la calidad de vida y transcurso de la enfermedad. “El enfermo ha perdido la cabeza, pero no el corazón. El corazón no se pierde hasta la muerte. Mientras el corazón bombee la sangre, nos mantendremos vivos, permanecerá viva nuestra identidad, seguiremos siendo quienes somos; pero serán otros, los cuidadores, los que nos dirán quiénes somos en cada gesto o palabra dirigida a nuestro corazón con pequeños gestos, muestras de cariño, besos, cuidados llenos de ternura… que no caerán en saco roto. Bien es cierto que no llegarán a estimular las neuronas del enfermo, pero sí se depositarán en su corazón. Por eso nunca serán estériles, nunca estarán de más”.
Por tanto, Jacinto Bátiz, defiende que “lo único que puede despojar de dignidad al enfermo con deterioro cognitivo es la indiferencia… Mantener la cercanía con el enfermo, evitar las distancias afectivas, es la mejor terapia para conservar viva la memoria del corazón”.
La ausencia de gestos de amor y la percepción de estímulos agradables, aun siendo inconsciente, va creando un vacío grande en la persona. Por ello, sostener y nutrir esa cercanía, evitando el distanciamiento afectivo, se convierte en un soporte incuestionable para el enfermo, a la vez que la Ciencia Médica busca caminos para detectar, aliviar y tratar lo más precoz y eficazmente esta enfermedad.
El origen del sacerdocio cristiano
Nadie es sacerdote a título propio sino que participa del sacerdocio de Cristo
¿Cómo se explica que Jesús nunca se refieriera a sí mismo como «Sacerdote»?
El sacerdote es, ante todo, un mediador entre Dios y los hombres. Alguien que hace presente a Dios entre las personas, y a la vez, alguien que presenta ante Dios las necesidades de todos e intercede por ellos. Jesús, que es Dios y hombre verdadero, es el más auténtico sacerdote.
Sin embargo, conociendo los derroteros que había tomado el sacerdocio israelita en su época, limitado a la realización de unas ceremonias en las que se sacrificaban unos animales en el Templo, pero con el corazón más atento de ordinario a las intrigas políticas y al afán de poder personal, no sorprende que Jesús nunca se presentara como sacerdote.
El suyo no era un sacerdocio como el que se veía en los sacerdotes del Templo de Jerusalén. Además, a sus contemporáneos parecía evidente que no lo era, ya que según la Ley el sacerdocio estaba reservado a los miembros de la tribu de Leví y Jesús era de la tribu de Judá.
Su figura era mucho más próxima a la de los antiguos profetas, que predicaban la fidelidad a Dios (y en algunos casos como Elías y Eliseo realizaron milagros), o sobre todo, de la figura de los maestros itinerantes que iban por ciudades y aldeas rodeados con un grupo de discípulos a los que enseñaban y a cuyas sesiones de instrucción permitían acercarse a la gente. De hecho, los Evangelios reflejan que cuando la gente hablaba a Jesús se dirigían a él llamándolo “Rabbí” o “Maestro”.
Ordenación de los primeros sacerdotes del Opus Dei: José María Hernández Garnica, Álvaro del Portillo y José Luis Múzquiz
Pero Jesús, ¿Realizó tareas propiamente Sacerdotales?
Desde luego. Es propio del sacerdote acercar Dios a la gente, y a la vez ofrecer sacrificios a favor de los hombres. La cercanía de Jesús a la humanidad necesitada de salvación y su intercesión para que pudiésemos alcanzar la misericordia de Dios culmina en el sacrificio de la Cruz.
Precisamente ahí surge un nuevo choque con la práctica del sacerdocio propia de aquel momento. La crucifixión no podía ser considerada por aquellos hombres como una ofrenda sacerdotal, sino todo lo contrario. Lo esencial del sacrificio no eran los sufrimientos de la víctima, ni su propia muerte, sino la realización de un rito en las condiciones establecidas, en el Templo de Jerusalén.
La muerte de Jesús se presentaba ante sus ojos de un modo muy distinto: como la ejecución de un condenado a muerte, realizada fuera de los muros de Jerusalén, y que en vez de atraer la benevolencia divina se consideraba –sacando de contexto un texto del Deuteronomio (Dt 21,23)- que era objeto de maldición.
¿Se empezó a hablar de «Sacerdotes» ya desde los comienzos de la Iglesia?
En los momentos que siguieron a la Resurrección y Ascensión de Jesús a los cielos, tras la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, los Apóstoles comenzaron a predicar, y con el paso del tiempo fueron asociando colaboradores a su tarea. Pero si el mismo Jesucristo no se había designado nunca como sacerdote, era lógico que tal denominación ni se les ocurriera utilizarla a sus discípulos para hablar de sí mismos en esos primeros momentos.
De hecho, las tareas que realizaban tenían poco que ver con las que los sacerdotes judíos desempeñaban en el Templo. Por eso utilizaron otros nombres que designaran más descriptivamente sus funciones en las primeras comunidades cristianas: apóstolos que significa “enviado”, epíscopos que significa “inspector”, presbýteros “anciano” o diákonos “servidor, ayudante”, entre otros.
No obstante, al reflexionar y explicar las tareas de esos “ministros” que son los Apóstoles o que ellos mismos fueron instituyendo, se percibe que se trata de funciones realmente sacerdotales, aunque tienen un sentido diverso de lo que había sido característico del sacerdocio israelita.
¿Cuál es ese «Sentido Nuevo» del Sacerdocio Cristiano?
Ese “sentido nuevo” se puede apreciar ya, por ejemplo, cuando San Pablo habla de sus propias tareas al servicio de la Iglesia. En sus cartas, para describir su ministerio emplea un vocabulario que es claramente sacerdotal, pero que no se refiere a un sacerdocio con personalidad propia, sino a una participación del Sumo Sacerdocio de Cristo Jesús.
En este sentido, San Pablo no pretende asemejarse a los sacerdotes de la Antigua Alianza, pues su tarea no consiste en quemar sobre el fuego del altar el cadáver de un animal para sustraerlo —“santificándolo” en su sentido ritual— de este mundo, sino en “santificar” —en otro sentido, ayudándoles a alcanzar la “perfección” al introducirlos en el ámbito de Dios— a unos hombres vivos con el fuego del Espíritu Santo, prendido en sus corazones mediante la predicación del Evangelio.
Del mismo modo, cuando escribe a los Corintios, San Pablo hace notar que ha perdonado los pecados no en su nombre, sino in persona Christi (cf. 2 Co 2,10). No se trata de una simple representación ni de una actuación “en lugar de” Jesús, pues el mismo Cristo es quien actúa con sus ministros y mediante ellos.
Se puede afirmar, por tanto, que en la primtiva Iglesia hay ministros cuyo ministerio tiene un carácter verdaderamente sacerdotal, que desempeñan diversas tareas al servicio de las comunidades cristianas, pero con un elemento común decisivo: ninguno de ellos son «sacerdotes» a título propio -ni por tanto gozan de autonomía para desempeñar un «sacerdocio» a su aire, con su sello personal-, sino que participan del sacerdocio de Cristo.
Don Francisco Varo Pineda
La nueva estrategia de la UE en favor de los bosques para 2030
Los bosques y el sector forestal son una parte esencial de la transición europea hacia una economía moderna, climáticamente neutra, competitiva y eficiente en el uso de los recursos, según la nueva estrategia de la UE en favor de los bosques para 2030, aprobada en el Pleno del Parlamento Europeo. La estrategia establece una visión y acciones concretas para mejorar la cantidad y calidad de los bosques de la UE, así como para fortalecer su protección, restauración y resiliencia. Cabe insistir en que es necesario actuar para garantizar que estos objetivos se alcancen realmente, que “solo se lograrán si se integran los aspectos económicos y sociales”.
El texto apuesta por el desarrollo de unos bosques sanos, diversos y resilientes, "que contribuyan a nuestras ambiciones en materia de clima y biodiversidad, a la creación de empleo y oportunidades de futuro en las zonas rurales y a la promoción de una bioeconomía forestal sostenible", ha afirmado la eurodiputada Clara Aguilera, quien ha mostrado su apoyo al desarrollo de una bioeconomia circular, “fundamental en la transición ecológica y para el desarrollo de las zonas rurales”. Además, cabe ensalzar la bioenergía de origen forestal, “un producto fundamental para el sector forestal”. “Se debe promover su uso sostenible y cercano al lugar donde se produce”.
Se ha puesto en valor el papel de la silvicultura sostenible “para favorecer la protección de la biodiversidad, la resilencia y la mitigación del cambio climático, sin excluir las especies autóctonas dada por la diversidad”. En este sentido, la estrategia reconoce el papel central de los bosques, los silvicultores y toda la cadena de valor forestal para cumplir con los objetivos del Pacto Verde Europeo.
Parece que falta que no se mencionen “cuestiones medioambientales de gran relevancia para Europa, como la desertificación o el abandono de tierras forestales, además de temas como los incendios forestales o las plagas, que deberían haber tenido más atención y concreción”.
Jesús Domingo Martínez
El gesto del Estado francés de prohibir la difusión de un video en el que una madre, sonriendo, abraza a su hijo con síndrome Down, que también sonríe; además de ser una aberración legal, supera los límites del campo de la acción legal de cualquier Estado.
Una prohibición semejante me parece que va más allá de todo poder de un Gobierno, salvo un gobierno que se declare a sí mismo dictatorial y totalitario. Se olvida con demasiada frecuencia que, en las sociedades constituidas por hombres y mujeres, el poder tiene su sentido y su función en la medida que es un servicio al bien común de los ciudadanos. Si no es un servicio, es muy fácil que acabe siendo una banda de ladrones, de hombres corruptos, etc. etc.
En el video, la madre y el hijo sonríen, y transmiten la dicha de vivir y de estar en familia felizmente.
¿Quiere el Estado francés quitar la ciudadanía a los nacidos en Francia con síndrome Down? ¿Por qué no prohíbe –y lo haría entonces con una cierta base legal- la difusión de videos calumniosos, difamatorios, pornográficos, blasfemos, etc., etc.?
Y en esta aberración legal el Tribunal Europeo de Derechos Humanos se ha unido al Estado francés al negarse a intervenir en el contencioso que enfrenta, por esa prohibición, el Estado francés con la Fundación Jerome Lejeune. Y lo ha hecho argumentando que “los demandantes –la Fundación- no pueden ser considerados víctimas en el sentido del Convenido Europeo de Derechos Humanos”. ¿Desde cuándo los que defienden los derechos de unas personas tienen que ser víctimas de las ofensas que esas personas han recibido?
Jesús D Mez Madrid
Son sin duda reales los problemas ecológicos
El ecologismo se configura cada vez más como un retorno al paganismo, con su culto a los animales e incluso a los árboles.
Son sin duda reales los problemas ecológicos. Estos deben ser abordados y tratados de resolver desde una óptica científica, pero muchos van más allá: se ha convertido en una religión ecológica, con sus dogmas, sus anatemas, incluso sus sacerdotes y sus profetas y teólogos, sustituyendo al pensamiento científico. Muchos son los ejemplos. Entre ellos que se impida hablar y se hostigue a quienes se muestran escépticos ante determinadas interpretaciones del cambio climático, o que una chiquilla como Greta Thunberg sea asimilable a las sacerdotisas o profetas y provoque con algunas ideas simples una convulsión mundial.
En una óptica similar puede situarse el desarrollo del veganismo. Va más allá del simple rechazo a comer carne.
Todo está en la línea de que cuando se deja de creer en Dios se cree en cualquier cosa, como decía Chesterton. En todos o casi todos los tiempos ha habido intentos de sustituir a Dios. En unas ocasiones ha sido la ciencia, en otros la revolución, el progreso, el comunismo… Para algunos, a nivel más individual, es el dinero, el placer, el éxito.
El cristiano no puede dejar de tener en cuenta la preservación del planeta y participar activamente en su conservación y mejora, para bien de toda la humanidad y por ser el lugar en que Dios nos ha puesto para que nos desarrollemos y cuidemos, pero no convertirlo en el sustituto del propio Dios. Muy bien lo expone al Papa Francisco en la Laudato Si'. Promueve el cuidado del entorno natural, pero enmarcado en la relación del hombre con Dios y con los demás seres humanos.
Juan García.
Como han dicho los prelados etíopes, ante la grave situación en que se encuentra su país, hay que hacer todo lo posible por abandonar de una vez las armas, dar prioridad al diálogo y a aquellas opciones de paz que puedan poner fin al sufrimiento de los ciudadanos. Los obispos, que conocen bien la situación sobre el terreno, hablan de los miles de inocentes que sufren hambre, enfermedades y daños psicológicos; de aquellos que han sido desplazados de sus hogares y de una nación, sumida en una profunda crisis, que se debate bajo la presión del coste de la vida.
Es para ellos una auténtica cuestión de vida o muerte. Ni podemos ni debemos mirar para otro lado, aunque a veces nos cueste entender, incluso en un mundo hiperconectado, que nada de lo humano nos es ajeno y que, de estos rostros concretos, de estos hermanos con nombres y apellidos que tanto sufren, habla también el Papa Francisco cuando nos pide que no seamos cómplices de la cultura del descarte y de la indiferencia.
Pedro García
Los cinco lenguajes del amor que ayudarán a tu matrimonio
LaFamilia.info
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El amor es un lenguaje que tiene muchos matices. Por ejemplo, podemos expresar el amor de una forma diferente a la de nuestro esposo(a) y sigue siendo amor, aunque muchas veces no lo identifiquemos así.
Lo cierto es que conocer nuestro lenguaje y el de nuestra pareja, hará más fuerte el vínculo y nos evitará más de un mal momento.
El antropólogo Gary Chapman, se dedicó a estudiar este tema y a partir de eso escribió el exitoso libro “Los 5 lenguajes del amor”, el cual brinda numerosas herramientas para comprender mejor nuestra forma de dar y recibir amor a nivel personal, matrimonial y familiar. El autor describe diferentes situaciones que se presentan en la pareja y cómo influye el tipo de comunicación que usamos.
“Mantenga lleno el tanque del amor, que hay una temporalidad de ese amor que la gente siente cuando está enamorado. Es una euforia casi ciega (por no decir totalmente ciega) que nos impide ver algún defecto en la persona. Pero ese tipo de amor no dura mucho (en algunos más en otros menos) y debe dar paso a otro amor más maduro”, comenta el doctor Chapman. ¿Por qué muchos cónyuges se portan mal y buscan beber de otras fuentes? ¿Qué se debe hacer para lograr un matrimonio duradero? La respuesta que da el doctor Chapman es que aprendamos a mantener lleno el tanque del amor de nuestro cónyuge.
Ahora, ¡vamos a la práctica! Debemos convertirnos en unos excelentes comunicadores para hacer que nuestro mensaje siempre llegue de forma efectiva y en el instante preciso a nuestro destinatario, en este caso el cónyuge. Además, debemos conocer y estar dispuestos a aprender el lenguaje amoroso de nuestra pareja.
Estos son los 5 lenguajes que describe Gary Chapman:
1. Palabras de afirmación
Son los elogios verbales, palabras de aprecio y reconocimiento. Son aquellas palabras poderosas que inspiran y transmiten valor, seguridad y confianza a la persona amada. Esta habilidad requiere empatía. Se concentra en lo que se está diciendo con palabras a la pareja.
2. Actos de servicio
Son aquellas cosas que hacemos por la persona amada, porque sabemos que lo apreciará, que le gusta, aunque a nosotros quizá no tanto. Puede ser ordenar la casa antes de que llegue, organizar una cena con sus amistades, ayudarle en un proyecto suyo... Requieren planificación, tiempo, energía y que se haga por amor, no por sola presión u obligación. Expresa respeto a lo que el otro valora.
3. Toque físico
Este lenguaje de amor incluye desde el sexo hasta una simple caricia, tomarse de las manos, un masaje, abrazarse, sentarse juntos a leer un libro...
4. Regalos
No se trata de "grandes y caros regalos" sino de gestos, como una notita, un mensaje, una flor silvestre. Significa que piensas en la otra persona. Es un símbolo visual del amor con gran valor emocional para los que disfrutan con este lenguaje.
5. Tiempo de calidad
Es el tiempo compartido de calidad y unión. No se trata de estar en el mismo espacio físico, de simple proximidad, de estar haciendo dos cosas diferentes a la vez; sino de estar en unión y atención plena entre las dos personas que somos. Las actividades compartidas son el vehículo para crear el sentido de unión, de proyección conjunta. A menudo basta con un café, juntos, solos, hablando. Las conversaciones de calidad, que expresan pensamientos, sentimientos, frustraciones y deseos con respeto y escucha atenta, se incluyen en este tiempo de calidad.
Distintas personas con distintos lenguajes
Para recibir y transmitir amor, en la pareja, pero también en la familia, con nuestros hijos y padres, es bueno entender que distintas personas tienen distintos "lenguajes del amor". Quizá estemos dando regalos a alguien que no los aprecia, que lo que desea es tiempo de calidad. Quizá esa persona ni siquiera entiende que con los regalos tratamos de expresar nuestro amor. He aquí un tema que las familias pueden aprender a trabajar para mejorar sus relaciones.
¿Con cuál te identificas? ¿cuál es tu lenguaje para dar amor y cuál para recibirlo? ¿Cuál deberías reforzar?
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