Las Noticias de hoy 1 Agosto 2022

Enviado por adminideas el Lun, 01/08/2022 - 12:34

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Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    lunes, 01 de agosto de 2022       

Indice:

ROME REPORTS

El Papa: la codicia es una enfermedad que destruye a las personas

Nuevo llamamiento del Papa por Ucrania: Detenerse y negociar

SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO* : Francisco Fernandez Carbajal

Evangelio del lunes: Dios bendice nuestra generosidad

"¡Oh, Jesús! -Descanso en Ti" : San Josemaria

Agradar a Dios (I): en donde se oculta Dios. Santidad y monotonía :

Diego Zalbidea

«Dale gracias por todo, porque todo es bueno» : Carlos Ayxelà

Relativismo en el Magisterio de la Iglesia : +JOSEPH CARD. RATZINGER

Una exposición que permite vivir la experiencia de la Resurreción de Jesús en Jerusalén

Lázaro, Marta y María, los amigos de Betania : Enrique Cases

Así se benefician los niños cuando comparten con sus abuelos : Mente Maravilhosa

Cuando nuestros padres envejecen y se enferman: pautas para afrontarlo : LaFamilia.info

Enseña a tus hijos el valor del esfuerzo : Natalia Posada

España se quema : Jorge Hernández Mollar

Corrupción Política, ¿existe una solución? : Plinio Corrêa de Oliveira

La burbuja de la Ruta de la Seda : JD Mez Madrid

La pandemia en la vida familiar : Pedro García

El nuevo impuesto a los bancos : Domingo Martínez Madrid

“Herencias, heredades y herederos” : Antonio García Fuentes

 

ROME REPORTS

 

El Papa: la codicia es una enfermedad que destruye a las personas

En su alocución previa al rezo mariano del Ángelus, el Papa Francisco habla de la codicia por tener siempre más. Convirtiendo en esclavos y servidores del dinero a quienes persiguen enriquecerse siempre más, es adictiva. "En las guerras y los conflictos: el ansia de recursos y riqueza está casi siempre implicada. ¡Cuántos intereses hay detrás de una guerra! Sin duda, uno de ellos es el comercio de armas. Este comercio es un escándalo al que no debemos ni podemos resignarnos", dijo.

 

Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano

Servirse de las riquezas sí; servir a la riqueza no: es idolatría, es ofender a Dios, dijo el  Pontífice, y agregó que la vida no depende de lo se posee, depende de las buenas relaciones con Dios, con los demás y con los que tienen menos.

Es necesario preguntarnos cómo queremos enriquecernos, según Dios o mi codicia. Preguntarnos qué herencia queremos dejar, dinero en el banco o gente feliz a mi alrededor, buenas obras que no se olvidan, personas a las que he ayudado a crecer y madurar.  La codicia por tener siempre más. Convirtiendo en esclavos y servidores del dinero a quienes persiguen enriquecerse siempre más. Francisco dijo que la codicia es una enfermedad peligrosa para la sociedad: por su culpa, dijo, hemos llegado hoy a otras paradojas, a una injusticia como nunca antes en la historia, donde unos pocos tienen mucho y muchos tienen poco. "Pensemos también en las guerras y los conflictos: el ansia de recursos y riqueza está casi siempre implicada. ¡Cuántos intereses hay detrás de una guerra! Sin duda, uno de ellos es el comercio de armas", dijo.

"Maestro, dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo"

El Papa dio inicio a su alocución recordando el Evangelio de la Liturgia de hoy:

“un hombre dirige esta petición a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo" (Lc 12,13)”.

Al respecto, Bergoglio afirmó que es una situación muy común, problemas similares siguen estando a la orden del día, muchas familias se pelean por una herencia, y quizás ya no se hablan. Y retomando el Evangelio, Francisco dijo que Jesús, respondiendo al hombre, no entra en detalles, sino que va a la raíz de las divisiones causadas por la posesión de cosas, y dice:  "Guardaos de toda codicia " (v. 15).

La codicia

¿Qué es la codicia? se pregunta el Santo Padre, y nos dice que es la ambición desenfrenada por las posesiones, siempre queriendo enriquecerse. Es una enfermedad, afirmó,  que destruye a las personas, porque el hambre de posesiones es adictiva. Especialmente los que tienen mucho nunca están satisfechos: siempre quieren más, y sólo para ellos mismos.

Teniendo esta ambición desenfrenada, eliminamos nuestra libertad. Ya no somos libres, dijo el Papa, estamos apegados, somos esclavos de los que "paradójicamente" debería haber servido para vivir libres y serenos. en el afán de tener siempre más, servimos al dinero, afirmó, la codicia es peligrosa en la sociedad, por la codicia, muchos tienen poco, y pocos tienen mucho. En las guerras el "ansia de recursos y riqueza está casi siempre implicada", debido entre otros, al interés del comercio de armas. 

La codicia está en el corazón de todos

"Jesús nos enseña hoy que, en el fondo de todo esto, no hay sólo unos pocos poderosos o ciertos sistemas económicos: está la codicia que hay en el corazón de todos".De allí que Francisco nos cuestiona: ¿cómo es mi desprendimiento de las posesiones, de las riquezas? ¿Me quejo de lo que me falta o me conformo con lo que tengo? ¿Estoy tentado, en nombre del dinero y las oportunidades, a sacrificar las relaciones y el tiempo por los demás? Y de nuevo, ¿estoy tentado a sacrificar la legalidad y la honestidad en el altar de la codicia?

El altar de la codicia, porque señaló el Papa, los bienes materiales, el dinero, las riquezas pueden convertirse en un culto, en una verdadera idolatría. Por eso Jesús nos advierte con palabras fuertes, dijo, dice que no se puede servir a dos señores, y advierte Francisco, que tengamos cuidado, Jesús  "no dice Dios y el diablo, o el bien y el mal, sino Dios y las riquezas (cf. Lc 16,13). Servirse de las riquezas sí; servir a la riqueza no: es idolatría, es ofender a Dios".

Hacerse rico según Dios

El Papa nos aconseja buscar la riqueza, desear ser más ricos, "es justo desearlo, es bueno hacerse rico, ¡pero rico según Dios! Dios es el más rico de todos: es rico en compasión, en misericordia. Su riqueza no empobrece a nadie, no crea peleas ni divisiones".

Es una riqueza, dijo por último Francisco, que ama dar, distribuir, compartir. "Acumular bienes materiales no es suficiente para vivir bien, porque -repite Jesús- la vida no depende de lo que se posee (cf. Lc 12,15). En cambio, depende de las buenas relaciones: con Dios, con los demás y también con los que tienen menos. Entonces, nos preguntamos: ¿cómo quiero enriquecerme? ¿Según Dios o según mi codicia? Y volviendo al tema de la herencia, ¿qué herencia quiero dejar? ¿Dinero en el banco, cosas materiales, o gente feliz a mi alrededor, buenas obras que no se olvidan, personas a las que he ayudado a crecer y madurar?" Su alocución concluyó pidiendo a la Virgen que nos ayude a comprender cuáles son los verdaderos bienes de la vida, los que permanecen para siempre.

 

 

Nuevo llamamiento del Papa por Ucrania: Detenerse y negociar

El Papa en sus saludos después del rezo mariano del Ángelus, recordó que el miércoles durante la audiencia general hablará de su viaje apostólico en Canadá, y también felicita a los jesuitas en el día de San Ignacio de Loyola. Afirmó que en su viaje no dejó de rezar por Ucrania, es el momento de detenerse y negociar la paz, dijo.

 

Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano

“Ayer por la mañana regresé a Roma tras mi viaje apostólico de seis días a Canadá. Tengo previsto hablar de ello en la audiencia general del próximo miércoles”.

Con estas palabras, Francisco, recordó, que como es habitual después de un viaje apostólico, la audiencia sucesiva a su regreso, está dedicada a una reflexión de lo que fue su viaje. Mientras en sus saludos después del rezo mariano del Ángelus, el Papa agradeció a todos los que han hecho posible esta peregrinación penitencial, empezando, dijo,  por las autoridades civiles, los jefes de los pueblos indígenas y los obispos canadienses. Agradezco sinceramente a todos los que me acompañaron con sus oraciones, señaló.

Un pensamiento por Ucrania

El Santo Padre afirmó que durante los seis días de su viaje apostólico, no dejó de rear por  el pueblo ucraniano, "atacado y atormentado, pidiendo a Dios que lo librara del flagelo de la guerra".

"Si se mira la realidad con objetividad, teniendo en cuenta el daño que cada día de guerra supone para esa población pero también para el mundo entero, lo único razonable sería parar y negociar. Que la sabiduría inspire pasos concretos de paz".

Un saludo a los jesuitas en el día de San Ignacio de Loyola

Después, el Pontífice saludó a sus hermanos jesuitas, en su fiesta hoy, de San Ignacio de Loyola, extiendo, dijo, un afectuoso saludo a mis hermanos jesuitas, sigan caminando con celo, con alegría en el servicio del Señor. ¡Sean valientes!, exclamó Bergogio.

Por último saludó a los presentes, en particular, a las novicias Hijas de María Auxiliadora que están a punto de hacer su primera profesión religiosa; al grupo de Acción Católica de Barletta; a los jóvenes de la diócesis de Verona; a los jóvenes de la unidad pastoral "Pieve di Scandiano"; y a los del grupo "Gonzaga" de Carimate, Montesolaro, Figino y Novedrate, que han recorrido la Vía Francígena. 

 

SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO*

Memoria

— Su devoción a la Virgen.

— La mediación de Nuestra Señora.

— Eficacia de esta mediación.

I. El espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha consagrado con la unción, me ha mandado anunciar a los pobres la alegre noticia y a curar al que tiene el corazón herido1.

La larga vida de San Alfonso «estuvo llena de un trabajo incesante: trabajo de misionero, de obispo, de teólogo y de escritor espiritual, de fundador y superior de una congregación religiosa»2. Le tocó vivir un tiempo en que la descristianización iba en continuo aumento. Por eso, el Señor le llevó a entrar en contacto con el pueblo, culturalmente desatendido y espiritualmente necesitado, mediante las misiones populares. Predicó incansablemente, enseñando la doctrina y alentando a todos, con la palabra y con sus escritos, a la oración personal, «que devuelve a las almas la tranquilidad de la confianza y el optimismo de la salvación. Escribió entre otras cosas: “Dios no niega a nadie la gracia de la oración, con la cual se obtiene la ayuda para vencer toda concupiscencia y toda tentación. Y digo, y repito y repetiré siempre mientras tenga vida recalcaba el Santo, que toda nuestra salvación está en la oración”. De donde el famoso axioma: “El que reza se salva, el que no reza se condena”»3. La oración ha sido siempre el gran remedio de todos los males, la que nos abre la puerta del Cielo. Ha sido esta una enseñanza continua de las almas que han estado muy cerca de Dios.

San Alfonso procuró que los fieles cristianos centraran su vida en el Sagrario, con una piedad íntima hacia Jesús Sacramentado, dio una particular importancia a la Visita al Santísimo, y para facilitarla escribió un pequeño tratado4. Por la rectitud y hondura de su doctrina, especialmente en materia de Moral, fue declarado Doctor de la Iglesia5.

Este santo, tan preocupado por la formación de las conciencias, comprendió que el camino que lleva a la pérdida de la fe comienza en muchas ocasiones por la tibieza y frialdad en la devoción a la Virgen. Y, por el contrario, la vuelta a Jesús comienza por un gran amor a María. Por eso difundió su devoción por todas partes y preparó para los fieles, y en especial para los sacerdotes, un arsenal de «materiales para predicar y propagar la devoción a esta Madre divina». Siempre ha entendido la Iglesia que «un punto enteramente particular en la economía de la salvación es la devoción a la Virgen, Mediadora de las gracias y Corredentora, y por ello Madre, Abogada y Reina. En realidad afirma el Papa Juan Pablo II, Alfonso fue siempre todo de María, desde el comienzo de su vida hasta su muerte»6.

También cada uno de nosotros debe ser «todo de María», teniéndola presente en nuestros quehaceres ordinarios, por pequeños que sean. Y no olvidaremos jamás, y sobre todo si alguna vez hemos tenido la desgracia de alejarnos, que «a Jesús siempre se va y se “vuelve” por María»7. Ella nos conduce rápida y eficazmente a su Hijo.

II. San Alfonso murió muy anciano. Y los últimos años de su vida permitió el Señor que fueran de purificación. Entre las pruebas que padeció, una muy dolorosa fue la pérdida de la vista. Y el Santo distraía las horas rezando y haciendo que le leyeran algún libro piadoso. Se cuenta de él que un día, entusiasmado con el libro que le leían, y no recordando al autor de tales maravillas, preguntó quién había escrito tales cosas, tan llenas de piedad y de amor a Nuestra Señora. Por toda respuesta, quien le acompañaba abrió el libro por la portada y leyó: «Las glorias de María, por Alfonso María de Ligorio». El venerable anciano se cubrió el rostro con ambas manos, lamentando una vez más la perdida de la memoria8, pero alegrándose inmensamente de aquel testimonio de amor a la Virgen Santísima. Fue un gran consuelo que el Señor permitió, en medio de tanta oscuridad.

Los conocimientos teológicos del Santo y su experiencia personal le llevaron al convencimiento de que la vida espiritual y su restauración en las almas se ha de alcanzar, según el plan divino que Dios mismo ha preestablecido y realizado en la historia de la salvación, a través de la mediación de Nuestra Madre, por quien nos vino la Vida, y camino fácil de retorno al mismo Dios.

Dios quiere afirma el Santo que todos los bienes que de Él nos llegan, nos vengan por medio de la Virgen Santísima9. Y cita la conocida sentencia de San Bernardo: «que es voluntad de Dios que todo lo obtengamos por María»10. Ella es nuestra principal intercesora en el Cielo, la que nos consigue todo cuanto necesitamos. Es más, muchas veces se adelanta a nuestras peticiones, nos protege, sugiere en el fondo del alma esas santas inspiraciones que nos llevan a vivir con más delicadeza la caridad, a confesarnos con la regularidad que habíamos previsto; nos anima y da fuerzas en momentos de desaliento, sale en nuestra defensa en cuanto acudimos a Ella en las tentaciones... Es nuestra gran aliada en el apostolado: en concreto, permite que la torpeza de nuestras palabras encuentren eco en el corazón de nuestros amigos. Este fue con frecuencia el gran descubrimiento de muchos santos: con María se llega «antes, más y mejor» a las metas sobrenaturales que nos habíamos propuesto.

III. La función del mediador consiste en unir o poner en comunicación dos extremos entre los que se encuentra. Jesucristo es el Mediador único y perfecto entre Dios y los hombres11, porque siendo verdadero Dios y Hombre verdadero ha ofrecido un sacrificio de valor infinito su propia muerte- para reconciliar a los hombres con Dios12. Pero esto no impide que los santos y los ángeles, y de modo del todo singular Nuestra Señora, ejerzan esta función de mediadores. «La misión maternal de María hacia los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace de su beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo»13. La Virgen, por ser Madre espiritual de los hombres, es llamada especialmente Mediadora, ya que presenta al Señor nuestras oraciones y nuestras obras, y nos hace llegar los dones divinos.

Muchas de nuestras peticiones que no van del todo bien orientadas, Ella las endereza para que obtengan su fruto. Por su condición de Madre de Dios, Nuestra Señora entra a formar parte, de modo peculiar, en la Trinidad de Dios, y por su condición de Madre de los hombres tiene el encargo divino de cuidar de sus hijos que aún estamos como peregrinos que se dirigen a la Casa del Padre14. ¡Cuántas veces la hemos encontrado en el camino! ¡En cuántas ocasiones se hizo encontradiza, ofreciéndonos su ayuda y su consuelo! ¿Dónde estaríamos si Ella no nos hubiera tomado de la mano en circunstancias bien determinadas?

«¿Por qué tendrán tanta eficacia los ruegos de María ante Dios?», se pregunta San Alfonso. Y responde: «Las oraciones de los santos son oraciones de siervos, en tanto que las de María son oraciones de Madre, de donde procede su eficacia y carácter de autoridad; y como Jesús ama inmensamente a su Madre, no puede rogar sin ser atendida». Y para probarlo, recuerda las bodas de Caná, donde Jesús realizó su primer milagro por intercesión de Nuestra Señora: «Faltaba el vino, con el consiguiente apuro de los esposos. Nadie pide a la Santísima Virgen que interceda ante su Hijo en favor de los consternados esposos. Con todo, el corazón de María, que no puede menos de compadecer a los desgraciados ( ... ), la impulsó a encargarse por sí misma del oficio de intercesora y pedir al Hijo el milagro, a pesar de que nadie se lo pidiera». Y concluye el Santo: «Si la Señora obró así sin que se lo pidieran, ¿qué hubiera sido si le rogaran?»15. ¿Cómo no va a atender nuestras súplicas?

Pedimos hoy, en su fiesta, a San Alfonso Mª de Ligorio que nos alcance la gracia de amar a Nuestra Señora tanto como él la amó mientras estuvo aquí en la tierra, y nos aliente a difundir su devoción por todas partes. Aprendamos que con Ella llegamos antes, más y mejor a lo que solos no hubiéramos logrado jamás: metas apostólicas, defectos que debemos desarraigar, intimidad con su Hijo.

1 Antífona de Entrada de la Misa propia del Santo, Lc 4, 18; cfr. Is 61, 1. — 2 Juan Pablo II. Carta Apost. Spiritus Domini, en el II Centenario de la muerte de San Alfonso Mª de Ligorio, 1-VIII-1987. — 3 Ibídem. — 4 San Alfonso Mª de Ligorio. Visitas al Santísimo Sacramento, Rialp, Madrid 1965. — 5 Pío IX, Decr. Urbis et orbis, 23-III-1871. — 6 Juan Pablo II, loc. cit. — 7 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 495. — 8 P. Ramos, en el Prólogo a Las glorias de María, Perpetuo Socorro, Madrid 1941. — 9 Cfr. San Alfonso Mª de Ligorio, Las glorias de María, Rialp, Madrid 1977, V, 3-4. — 10 San Bernardo, Sermón sobre el Acueducto. — 11 Cfr. 1 Tim 2, 51. — 12 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 3, q. 26, a. 2. — 13 Conc. vat. II, Const. Lumen gentium, 60. — 14 Cfr. Ibídem, n. 62; Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 2-IV-1987, n. 40. — 15 San Alfonso Mª de Ligorio, Sermones abreviados, en Obras ascéticas de..., II, BAC, Madrid 1952, 48.

San Alfonso Mª de Ligorio nació en Nápoles el año 1696. Obtuvo el doctorado en Derecho civil y en Derecho canónico, recibió la ordenación sacerdotal y fundó la Congregación del Santísimo Redentor. Para fomentar la vida cristiana en el pueblo, se dedicó a la predicación y publicó diversas obras, especialmente sobre la Virgen, la Eucaristía, la vida cristiana, y de teología moral, materia por la que fue nombrado Doctor de la Iglesia. Su dilatada vida constituye un admirable ejemplo de trabajo, de sencillez, de espíritu de sacrificio y de preocupación por ayudar a los demás a conseguir la salvación eterna. Fue elegido obispo de Sant’Agata de Goli, pero algunos años después renunció a dicho cargo y murió entre los suyos, en Pagani, cerca de Nápoles, el año 1787.

 

Evangelio del lunes: Dios bendice nuestra generosidad

Comentario del lunes de la 18.ª semana de tiempo ordinario. “Dadles vosotros de comer”. Somos peregrinos necesitados de alimento para el camino. Jesús sabe lo que necesitamos y nos da alimento con generosidad, pero cuenta también con nuestra generosidad para que los demás tengan alimento de nuestra mano.

01/08/2022

Evangelio (Mt 14,13-21)

Al oírlo Jesús se alejó de allí en una barca hacia un lugar apartado él solo. Cuando la gente se enteró le siguió a pie desde las ciudades. Al desembarcar vio una gran muchedumbre y se llenó de compasión por ella y curó a los enfermos. Al atardecer se acercaron sus discípulos y le dijeron:

—Éste es un lugar apartado y ya ha pasado la hora; despide a la gente para que vayan a las aldeas a comprarse alimentos.

Pero Jesús les dijo:

—No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer.

Ellos le respondieron:

—Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.

Él les dijo:

—Traédmelos aquí.

Entonces mandó a la gente que se acomodara en la hierba. Tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos hasta que quedaron satisfechos, y de los trozos que sobraron recogieron doce cestos llenos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.


Comentario

El evangelio de la misa de hoy nos vuelve a presentar a Jesús buscando soledad para tratar al Padre. Nos acercamos a esa relación, que los evangelistas nos recuerdan antes de muchos milagros, con sigilo y, al mismo tiempo, con temor y temblor, porque se trata de acercarse a un abismo que no podemos escrutar. Es Jesús mismo el que nos invita a mirar: quiere que le veamos orar y que deseemos orar también nosotros con el Padre: que oremos como hijos (cfr. Mt 14,23; Mc 1,35; 11,24; Lc 5,16; 6,12; 9,18; 11,1). La “soledad” de Jesús al orar nos dice también que ahí, en el Padre, está todo lo que necesitamos, el alimento que nos perfecciona. Las personas que seguían a Jesús más de cerca estaban desconcertadas por su intimidad con el Padre. Sus corazones, llenos de su forma de comprender, pensaban en las necesidades que consideraban más imperiosas, y aun no podían entender que hubiera otras más profundas.

Jesús se fue a un lugar apartado en barca; los demás fueron desde las ciudades. Nuestro Señor sabe cómo “acercarse” al Padre, conoce el camino. Es el Camino. Nos muestra cuál es el verdadero alimento y dónde se encuentra. Jesús se acerca a ese alimento, la Voluntad del Padre, con un corazón lleno de Amor, sin pizca de egoísmo. Nuestros egoísmos hacen pequeños nuestros deseos, pero en Cristo son purificados y desvelados en toda su grandeza. El evangelio de la misa nos muestra a Jesús deseoso de darnos lo que necesitamos, pero también deseoso de hacerlo a través de lo que nos podemos ofrecer unos a otros, aunque pensemos que no tenemos gran cosa. Sea lo que sea lo que tengamos, aunque parezca poco, unos panes y unos peces, siempre será potenciado por Jesús mismo sirviéndose de la fe y el amor con que compartamos eso que somos y tenemos. Jesús bendice nuestra generosidad: tiempo, compañía, ropa, enseñanza, oración, una visita. Esos son nuestros panes y nuestros peces, los cuales, entregados por amor y con amor, son bendecidos como fueron bendecidas la tinaja de harina y la vasija de aceite de la viuda de Sarepta, que no se agotaban por mucho que se tomara de ellas (1R 17,8-24).

 

"¡Oh, Jesús! -Descanso en Ti"

Decaimiento físico. -Estás... derrumbado. -Descansa. Para esa actividad exterior. -Consulta al médico. Obedece, y despreocúpate. Pronto volverás a tu vida y mejorarás, si eres fiel, tus apostolados. (Camino, 706)

1 de agosto

Si no le dejas, Él no te dejará. (Camino, 730)

Espéralo todo de Jesús: tú no tienes nada, no vales nada, no puedes nada. -Él obrará, si en Él te abandonas. (Camino, 731)

¡Oh, Jesús! -Descanso en Ti. (Camino, 732)

¿Que te da todo igual? -No quieras engañarte. Ahora mismo, si yo te preguntara por personas y por empresas, en las que por Dios metiste tu alma, habrías de contestarme, ¡briosamente!, con el interés de quien habla de cosa propia.

No te da todo igual: es que no eres incansable..., y necesitas más tiempo para ti: tiempo que será también para tus obras, porque, a última hora, tú eres el instrumento. (Camino, 723)

 

Agradar a Dios (I): en donde se oculta Dios. Santidad y monotonía

En la discreción y en el silencio de los sacramentos nos espera Jesús para que le abramos libremente nuestra alma.

15/12/2020

Escucha el artículo «Agradar a Dios» (1): En donde se oculta Dios

Descarga el libro digital «Agradar a Dios» (Disponible en PDF, ePub y Mobi)


Hay un gran revuelo en las cercanías del Templo de Jerusalén. Un grupo de hombres trae a empujones a una mujer sorprendida con un hombre que no era su marido. Es fácil imaginar el dolor de Jesús pensando en el sufrimiento de esa pobre mujer y en la ceguera de esos hombres: ¡Qué poco conocen a su Padre Dios! En realidad la arrastran hasta allí para tender a Jesús una emboscada: «Moisés en la Ley nos mandó lapidar a mujeres así; ¿tú qué dices?» (Jn 8,5). En el fondo no les interesa la respuesta; aquellos hombres, utilizando las leyes de Dios, quieren una justificación a su personal sentencia ya dictada. Por eso no serán capaces de entender el primer gesto lleno de elocuencia que el Señor les ofrece: «Jesús, se agachó y se puso a escribir con el dedo en la tierra» (Jn 8,6). Después se incorpora y, con claridad, les dice: «El que de vosotros esté sin pecado que tire la piedra el primero» (Jn 8,7). Y, al final, vuelve a inclinarse y a escribir en el polvo que estaba bajo sus pies.

Discretas acciones y gestos

En este pasaje vemos que Jesús, aunque se pone de pie para hablar públicamente, cuando desea escribir algo que responda personalmente a la vida de aquella mujer lo hace inclinado en el suelo. Esa suele ser la forma mediante la cual se comunica con nosotros: agachado, escondido, como ocultando su divinidad en discretas acciones y pequeños gestos. A veces nos cuesta valorar lo que está escrito en la tierra; en numerosas ocasiones no somos capaces de reconocerle ahí. Aquello pasa tan desapercibido que el evangelista no nos ha contado ni siquiera lo que Jesús escribió. El Hijo de Dios aparece en la escena –de la misma manera como lo hace también en nuestra vida– pero no quiere imponer su presencia, ni su opinión, ni siquiera quiere especificar de manera indudable una correcta interpretación de la ley de Moisés, tal como se lo pedían. Jesús «no cambió la historia constriñendo a alguien o a fuerza de palabras, sino con el don de su vida. No esperó a que fuéramos buenos para amarnos, sino que se dio a nosotros gratuitamente. Y la santidad no es sino custodiar esta gratuidad»[1].

Quizá muchas veces nos hemos preguntado por qué Dios no se manifiesta más claramente, por qué no habla más alto. A lo mejor incluso hemos querido rebelarnos ante esta forma suya de ser e ingenuamente hemos buscado corregirla. Benedicto XVI nos prevenía ante aquella tentación, haciéndonos ver que se repite constantemente a lo largo de la historia: «Cansado de un camino con un Dios invisible, ahora que Moisés, el mediador, ha desaparecido, el pueblo pide una presencia tangible, palpable, del Señor, y encuentra en el becerro de metal fundido hecho por Aarón, un dios que se hace accesible, manipulable, a la mano del hombre. Esta es una tentación constante en el camino de la fe: eludir el misterio divino construyendo un dios comprensible, que corresponda a los propios esquemas, a los propios proyectos»[2].

Deseamos no sucumbir a esa tentación. Nos gustaría maravillarnos y adorar al Dios escondido en las situaciones que vivimos cada día, en las personas que nos rodean, en los sacramentos a los que acudimos con frecuencia como la confesión y la santa Misa. Queremos encontrar a Jesús en esta tierra nuestra donde escribe, con su propia mano, palabras de cariño y esperanza. Por eso le pedimos comprender sus razones para actuar de esa forma, le rogamos tener la sabiduría para valorar el misterio de ese respeto exquisito de nuestra libertad. En la escena evangélica vemos que Jesús no se enfada ni con la mujer que había pecado ni con los acusadores que le tendieron una trampa. Se pone en medio de ambos y toma consigo las piedras, los gritos, la condena. Nos puede venir a la mente lo que narra el libro de los Reyes cuando nos dice que Dios no está en el viento fuerte que parte las rocas, ni en el terremoto, ni en el fuego; Dios es un susurro de brisa suave. Ahí lo encontró Elías y ahí queremos descubrirlo nosotros (cfr. 1 R 19,11-13).

Cuando parece demasiado vulnerable

Puede suceder que esta forma de ser de Dios nos inquiete. Podemos pensar que ese silencio hace muy fácil que sus derechos sean pisoteados, nos puede venir la idea de que ese mecanismo resulta demasiado arriesgado, que lo hace demasiado vulnerable. Efectivamente, Dios nos ha dado un grado tan alto de libertad que podemos realmente escoger nuestros caminos, tan distintos unos de otros, usando la voluntad auxiliada por su gracia. Pero si podemos alguna vez ofender a Dios no es porque él sea demasiado susceptible. Al contrario, es muy confiado, muy libre en las relaciones que establece con nosotros. Puede parecer fácil pasar por encima del amor que en realidad merece, pero eso sucede porque ha querido poner su corazón en el suelo para que nosotros pisemos blando. El Señor no sufre ni se siente ofendido por lo que eso supone para sí, sino por el daño que nos hace a nosotros mismos. A las mujeres que lloraban camino al Calvario, Jesús les advierte: «No lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos» (Lc 23,28.31).

Sin embargo, lo más sorprendente es que el Señor no se queja, no se enfada, no se cansa. Incluso, si alguna vez le hemos dejado poco espacio en nuestro corazón, no se aleja dando un portazo. Dios siempre se queda cerca, sin hacer ruido, como oculto en los sacramentos, con la esperanza de que volvamos a permitirle hospedarse plenamente en nuestra alma cuanto antes.

Es verdad que, como Jesús nos ofrece una y otra vez su amor, pueden ser muchas las veces en que le fallamos. Pero a él no le preocupa lo inmensa que sea la llaga de su corazón si eso la convierte en la puerta para que entremos y descansemos en su amor. Dios no es ingenuo y, por eso, nos ha dicho que lo hace de mil amores: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,30). A los hombres, sin embargo, tanta bondad nos puede sobrepasar y podemos, incluso inconscientemente, reaccionar con cierto descreimiento. Podemos no llegar a comprender la verdadera magnitud de ese regalo. En palabras de san Josemaría, puede suceder que los hombres «rompen el yugo suave, arrojan de sí su carga, maravillosa carga de santidad y de justicia, de gracia, de amor y de paz. Rabian ante el amor, se ríen de la bondad inerme de un Dios que renuncia al uso de sus legiones de ángeles para defenderse»[3].

La cercanía de la confesión

Volvamos a la escena del Templo, donde habían tendido esa trampa a Jesús, podemos ver que aunque aquella mujer no se había respetado a sí misma, sus acusadores no han sido capaces de reconocer en ella a una hija de Dios. Pero Cristo la mira de otra forma. ¡Qué diferencia entre la mirada de Jesús y la nuestra! «A mí, a ti, a cada uno de nosotros, Él nos dice hoy: “Te amo y siempre te amaré, eres precioso a mis ojos”»[4]. Santa Teresa de Jesús, de alguna manera, experimentó esa mirada divina con frecuencia: «Considero yo muchas veces, Cristo mío, cuán sabrosos y cuán deleitosos se muestran vuestros ojos a quien os ama, y Vos, bien mío, queréis mirar con amor. Paréceme que una sola vez de este mirar tan suave a las almas que tenéis por vuestras, basta por premio de muchos años de servicio»[5]. La mirada de Cristo no es candorosa sino profunda y, por eso mismo, comprensiva, llena de futuro. «Oye cómo fuiste amado cuando no eras amable; oye cómo fuiste amado cuando eras torpe y feo; antes, en fin, de que hubiera en ti cosa digna de amor. Fuiste amado primero para que te hicieras digno de ser amado»[6].

En el sacramento de la confesión comprobamos que a Jesús le basta el arrepentimiento para creer firmemente que le amamos. Le bastó el de Pedro y le basta el nuestro: «Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero» (Jn 21,17). Al acercarnos al confesionario, en aquellas palabras y gestos que dan forma al sacramento, estamos diciendo a Jesús: «Te he ofendido de nuevo, he vuelto a buscar la felicidad fuera de ti, he despreciado tu cariño, pero Señor, sabes que te quiero». Entonces escuchamos nítidamente, como lo hizo aquella mujer: «Tampoco yo te condeno» (Jn 8,11). Y nos llenamos de paz. Si a veces podemos pensar que Dios ha tomado pocas precauciones para no ser ofendido por nosotros, todavía más fácil nos lo ha puesto para ser perdonados por él. Un padre de la Iglesia pone estas palabras en los labios de Jesús: «Esta cruz no es mi aguijón, sino el aguijón de la muerte. Estos clavos no me infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos, lo que hacen es introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser extendido en la cruz os acoge con un seno más dilatado pero no aumenta mi sufrimiento. Mi sangre no es para mí una pérdida, sino el pago de vuestro precio»[7].

Por todo esto, deseamos ser muy finos con esta delicadeza con la que nos trata Dios. Nos preocupa la mera posibilidad de abusar de tanta confianza. No nos gusta rebajar lo sagrado, transformarlo tan solo en una rutina para cumplir cada cierto tiempo. El sacramento de la confesión ha sido ganado con la sangre de Jesús y no queremos dejar de agradecerla, también con los hechos. Queremos escuchar siempre ese perdón divino, por lo que se nos hace fácil remover cualquier obstáculo para sabernos otra vez mirados y empujados hacia el futuro por Dios.

La Misa de Jesús es nuestra Misa

Santo Tomás de Aquino explica el valor que tiene la salvación obrada por Jesús en el Calvario: «Cristo, al padecer por caridad y por obediencia, presentó a Dios una ofrenda mayor que la exigida como recompensa por todas las ofensas del género humano»[8]. Y esa misma ofrenda sanadora la podemos ofrecer como si fuera nuestra propia ofrenda; Cristo nos la regala cada día en la celebración de la Eucaristía. Por eso a san Josemaría le gustaba decir que es «"nuestra" Misa»[9], de cada uno de nosotros y de Jesús. ¡Qué fácil es, si queremos, ser corredentores! ¡Qué fácil es cambiar el curso de la historia junto a él!

San Agustín, al contemplar la escena del evangelio que hemos meditado, notaba que «sólo dos se quedan allí: la miserable y la Misericordia. Cuando se marcharon todos y quedó sola la mujer, levantó los ojos y los fijó en ella. Ya hemos oído la voz de la justicia; oigamos ahora también la voz de la mansedumbre»[10]. Qué suavidad la de Jesús para invitarla a la santidad. Ya no va a estar sola en su lucha. Sabrá siempre que la mirada de Jesús la acompaña. Una vez que hemos gustado esa suavidad no queremos vivir de otra forma: «Te he paladeado y me muero de hambre y de sed»[11]. Qué natural es entonces tratar con esa suavidad y respeto a Jesús presente en la Eucaristía. No supone distancia, ni es mera educación o cortesía protocolaria; es cariño verdadero, hecho de libertad y de admiración. Hasta en la manera de acercarnos a comulgar, en el silencio ante el Sagrario o en las genuflexiones pausadas descubrimos una oportunidad de corresponder a tanto amor derramado por cada uno. No son más que muestras de la pureza interior que deseamos y que tantas veces habremos pedido a la Virgen rezando la comunión espiritual.

En la santa Misa comprobamos de manera especial que «cuando Él pide algo, en realidad está ofreciendo un don. No somos nosotros quienes le hacemos un favor: es Dios quien ilumina nuestra vida, llenándola de sentido»[12]. ¡Cuántas gracias nos gustaría darle a Dios por hacer tan asequible la santidad! Así es fácil vernos, como aquella mujer, lanzados hacia la esperanza por Jesús: «Vete y a partir de ahora no peques más» (Jn 8,11). Esa es la mejor noticia posible. Jesús la ha convencido de que el pecado no es inevitable, no es su destino, no es la última palabra. Hay una luz fuera del túnel que, en nuestro caso, llega vigorosamente a través de los sacramentos. Ya nadie la condena, ¿por qué habría de condenarse ella a sí misma? Ahora sabe que, fortalecida por Jesús, puede volver, hacer feliz a su marido, ser ella misma muy feliz.

Diego Zalbidea


[1] Francisco, Homilía en la Misa de Nochebuena 24-XII-2019.

[2] Benedicto XVI, Audiencia 1-VI-2011.

[3] San Josemaría,Es Cristo que pasa, n. 185.

[4] Francisco, Homilía en la Misa de Nochebuena 24-XII-2019.

[5] Santa Teresa de Jesús, Exclamaciones, 14.

[6] San Agustín, Sermón 142.

[7] San Pedro Crisólogo, Sermón 108: PL 52, 499-500.

[8] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 48, a. 2, co.

[9] San Josemaría, Camino, n. 533.

[10] San Agustín, Tratado sobre el evangelio de San Juan, 33, 5-6.

[11]San Agustín, Confesiones, X, 38.

[12] Fernando Ocáriz, Luz para ver y fuerza para querer, ABC, 18-IX-2018.

 

«Dale gracias por todo, porque todo es bueno»

Agradecer, ante lo bueno y ante lo malo, es saberse siempre querido por Dios: gracias por estar aquí a mi lado; gracias porque esto te importa.

01/02/2018

  • Acertar con la propia vida: dar con lo esencial, apreciar lo que vale, ver venir lo malo, dejar pasar lo irrelevante. «Si la riqueza es un bien deseable en la vida, ¿hay mayor riqueza que la sabiduría, que lo realiza todo?» (Sb 8,5). La sabiduría no tiene precio: todos la querrían para sí. Es un saber que no tiene que ver con las letras, sino con el sabor, con la capacidad de percibir cómo sabe el bien. Lo expresa de modo certero el término sapientia, traducción del griego sophia en los libros sapienciales. En su significado originario, sapientia denota buen gusto, buen olfato. El sabio tiene un paladar para saborear lo bueno. Da nobis recta sapere, le pedimos a Dios, con una antigua oración[1]: haz que saboreemos lo bueno.

«CUANDO PASEN TREINTA AÑOS, ECHARÉIS LA MIRADA ATRÁS Y OS PASMARÉIS. Y NO TENDRÉIS MÁS QUE ACABAR LA VIDA AGRADECIENDO, AGRADECIENDO…» (SAN JOSEMARÍA)

La Escritura presenta esta sabiduría como un conocimiento natural, que brota con facilidad: «la ven con facilidad los que la aman y quienes la buscan la encuentran. Se adelanta en manifestarse a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa, pues la encuentra sentada a su puerta» (Sb 6,12-14).Sin embargo, para adquirir esta connaturalidad es necesario buscarla, desearla, madrugar por ella. Con paciencia, con la insistencia del salmo: «Oh, Dios, Tú eres mi Dios, al alba te busco, / mi alma tiene sed de Ti; / por Ti mi carne desfallece, / en tierra desierta y seca, sin agua» (Sal 63,2). Y esta búsqueda es la tarea de una vida. Por eso, la sabiduría va llegando también con los años. La sabiduría, lo ha dicho el Papa tantas veces, haciéndose eco del Sirácide (cfr. Si 8,9), es lo más propio de los ancianos: ellos son «la reserva de sabiduría de nuestro pueblo»[2]. Es cierto que la edad también puede traer consigo inconvenientes como el arraigo de algunos defectos del carácter, cierta resistencia a aceptar las propias limitaciones, o dificultades para comprender a los jóvenes. Pero, por encima de todo eso, suele brillar la capacidad de apreciar, de saborear, lo verdaderamente importante. Y eso es, a fin de cuentas, la verdadera sabiduría.

A este saber se refería san Josemaría en una ocasión, hablando a un grupo de fieles de la Obra: «Cuando pasen treinta años, echaréis la mirada atrás y os pasmaréis. Y no tendréis más que acabar la vida agradeciendo, agradeciendo…»[3] A la vuelta de los años quedan, sobre todo, motivos de agradecimiento. Se desdibujan los contornos afilados de problemas y dificultades que quizá en su momento nos agitaron fuertemente, y se pasa a verlos con otros ojos, incluso con cierto humor. Se adquiere la perspectiva para ver cómo Dios le ha ido llevando a uno, cómo ha ido dando la vuelta a sus errores, cómo se ha servido de sus esfuerzos… Quienes convivían con el beato Álvaro recuerdan la frecuencia y la sencillez con que decía: «gracias a Dios». Esa convicción de que uno no tiene más que agradecer recoge, pues, un elemento esencial de la verdadera sabiduría. La que Dios va haciendo crecer en el alma de quienes le buscan, y que pueden decir, incluso antes de llegar a la vejez: «Tengo más discernimiento que los ancianos, porque guardo tus mandatos» (Sal 119,100).

Todo es bueno

Desde las estrecheces y angustias de su escondrijo en la Legación de Honduras, san Josemaría escribía en 1937 a los fieles de la Obra que estaban desperdigados por Madrid: «Mucho ánimo, ¿eh? Procurad que todos estén contentos: todo es para bien: todo es bueno»[4]. La misma tónica tiene otra carta, escrita al cabo de un mes, a los que estaban en Valencia: «Que os animéis. Que os alegréis, si, naturalmente, os habéis entristecido. Todo es para bien»[5].

«LAS MISERICORDIAS DE DIOS NOS ACOMPAÑAN DÍA A DÍA. BASTA TENER EL CORAZÓN VIGILANTE PARA PODERLAS PERCIBIR» (BENEDICTO XVI)

Todo es bueno, todo es para bien. En estas palabras se transparentan dos textos de la Escritura. De un lado, el crescendo de alegría de Dios durante la creación, que desemboca en la conclusión de que «todo lo que había hecho (…) era muy bueno» (Gn 1,31). Del otro, aquella máxima de san Pablo ―«todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios» (Rm 8,28)― que san Josemaría condensaba en una exclamación: «omnia in bonum!» Años antes, en la Navidad de 1931, esas dos fibras de la Escritura se entretejían en una anotación que daría lugar más tarde a un punto de Camino. Todo es bueno, todo es para bien. El reconocimiento por las cosas buenas y la esperanza de que Dios sabrá sacar un bien de lo que parece malo:

Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día. ―Porque te da esto y lo otro. ―Porque te han despreciado. ―Porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes.

Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya. ―Porque creó el Sol y la Luna y aquel animal y aquella otra planta. ―Porque hizo a aquel hombre elocuente y a ti te hizo premioso...

Dale gracias por todo, porque todo es bueno[6].

Como se puede observar a simple vista, la secuencia de los motivos de agradecimiento no sigue un orden particular: si todo es bueno, lo es la primera cosa que se nos presenta, y la siguiente, y la otra… todas son motivos de agradecimiento. «Porque creó el Sol y la Luna y aquel animal y aquella otra planta». Mira adonde quieras, parece decirnos san Josemaría: no encontrarás más que motivos de agradecimiento. Se refleja en estas líneas, en fin, una admiración que se desborda ante la bondad de Dios; un asombro que recuerda el cántico de las criaturas de san Francisco, en el que también todo es motivo de agradecimiento: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas (...). Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento y por el aire, y la nube y el cielo sereno, y todo tiempo, por todos ellos a tus criaturas das sustento (...). Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor»[7].

«Porque te da esto y lo otro». Cuántas cosas nos da Dios, y qué fácilmente nos acostumbramos a ellas. La salud, a la que se ha llamado «el silencio de los órganos», es quizá un ejemplo paradigmático: suele suceder que la damos por descontado hasta que el cuerpo empieza a hacerse notar; y quizá solo entonces valoramos, por su ausencia, lo que teníamos. El agradecimiento consiste aquí, en parte, en adelantarse; en afinar el oído para percibir el silencio, la discreción con la que Dios nos da tantas cosas. «Las misericordias de Dios nos acompañan día a día. Basta tener el corazón vigilante para poderlas percibir. Somos muy propensos a notar solo la fatiga diaria (…). Pero si abrimos nuestro corazón, entonces, aunque estemos sumergidos en ella, podemos constatar continuamente qué bueno es Dios con nosotros; cómo piensa en nosotros precisamente en las pequeñas cosas, ayudándonos así a alcanzar las grandes»[8].

AGRADECER A DIOS ES DISFRUTAR CON ÉL DE LAS COSAS BUENAS QUE NOS DA, PORQUE EN COMPAÑÍA DE LAS PERSONAS QUERIDAS SIEMPRE SE DISFRUTA MÁS

Sería empequeñecer este agradecimiento pensar que se trata simplemente de la respuesta a una deuda de gratitud. Es mucho más: precisamente porque consiste en saborear lo bueno, agradecer a Dios es disfrutar con Él de las cosas buenas que nos da, porque en compañía de las personas queridas siempre se disfruta más. Hasta lo más prosaico puede ser entonces motivo para pasarlo bien; para no tomarse demasiado en serio; para descubrir la alegría de vivir «en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: «Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien (…) No te prives de pasar un buen día» (Si 14,11.14). ¡Cuánta ternura paterna se intuye detrás de estas palabras!»[9]

Todo es para bien

Acordarse de agradecer las cosas buenas que Dios nos da es ya en sí mismo un reto. ¿Qué decir de las cosas menos agradables? «Porque te han despreciado»: porque te han tratado con frialdad, con indiferencia; porque te han humillado; porque no han valorado tus esfuerzos... «Porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes». Es cuando menos sorprendente la tranquilidad con la que tener y no tener aparecen aquí bajo el mismo signo. ¿Realmente es posible agradecer a Dios la falta de salud, trabajo, tranquilidad? Dar gracias porque te falta tiempo ―cuántas veces eso nos hace sufrir―; porque te faltan los ánimos, las fuerzas, las ideas; porque esto o aquello te ha salido mal… Pues sí: también entonces, nos dice san Josemaría, dale gracias a Dios.

Esta actitud nos devuelve a las contradicciones que san Josemaría atravesaba cuando escribía esas cartas desde la legación de Honduras, y al contexto de sufrimiento del que surgió la anotación que está en el origen de este punto de Camino[10]. La invitación a agradecer lo malo, que aparece de un modo más explícito páginas adelante, tiene su origen en una anotación de cinco días antes: «Paradojas de un alma pequeña. ―Cuando Jesús te envíe sucesos que el mundo llama buenos, llora en tu corazón, considerando la bondad de Él y la malicia tuya: cuando Jesús te envíe sucesos que la gente califica de malos, alégrate en tu corazón, porque Él te da siempre lo que conviene y entonces es la hermosa hora de querer la Cruz»[11].

A pesar de su cercanía en el tiempo, esta consideración se sitúa en el marco de otro capítulo de Camino, uno de los dos que versan sobre la infancia espiritual. Sale así a la luz una clave desde la que se puede comprender el clima espiritual de esa disposición a dar gracias a Dios «por todo, porque todo es bueno». Si el agradecimiento es un signo de la sabiduría que acompaña a la edad y a la cercanía con Dios, solo surge donde hay una actitud de «abandono esperanzado»[12] en las manos de Dios; una actitud que san Josemaría descubrió por la vía de la infancia espiritual: «¿Has presenciado el agradecimiento de los niños? —Imítalos diciendo, como ellos, a Jesús, ante lo favorable y ante lo adverso: «¡Qué bueno eres! ¡Qué bueno!...»[13]

Agradecer lo malo no es, desde luego, algo que surja espontáneamente. De hecho, al principio puede parecer incluso algo teatral o incluso ingenuo: como si negáramos la realidad, como si buscáramos consolación en… un cuento para niños. Sin embargo, agradecer en esas situaciones no es dejar de ver, sino ver más allá. Nos resistimos a agradecer porque percibimos la pérdida, la contrariedad, el desgarro. Nuestra mirada está todavía muy pegada a la tierra, como sucede al niño a quien le parece que se hunde el mundo porque se le ha roto un juguete, porque se ha tropezado, o porque querría seguir jugando. En el momento es un pequeño drama, pero al rato seguramente se le pasa. «En la vida interior, nos conviene a todos ser (…) como esos pequeñines, que parecen de goma, que disfrutan hasta con sus trastazos porque enseguida se ponen de pie y continúan sus correteos; y porque tampoco les falta ―cuando resulta preciso― el consuelo de sus padres»[14].

AGRADECER LO MALO NO ES DEJAR DE VER, SINO VER MÁS ALLÁ

El agradecimiento del que nos habla san Josemaría no es una especie de manto que cubre lo desagradable, como por arte de magia, sino un gesto por el que levantamos la mirada a nuestro Padre Dios, que nos sonríe. Se abre paso así a la confianza, un abandono que pone en un segundo plano la contrariedad, aunque nos siga pesando. Agradecer cuando algo nos duele significa aceptar«La mejor manera de expresar gratitud a Dios y a las personas es aceptarlo todo con alegría»[15]. Seguramente lo primero que sale no es un grito de alegría; quizá todo lo contrario. Aun así, aunque el alma se rebele, agradecer: «Señor, no es posible… no puede ser… pero gracias»; aceptar: «yo querría tener más tiempo, más fuerzas… yo querría que esta persona me tratara mejor… yo querría no tener esta dificultad, este defecto. Pero Tú sabes más». Pediremos a Dios que arregle las cosas como nos parece que deberían ser, pero desde la serenidad de que Él sabe lo que hace, y de que saca bienes de donde quizá solo vemos males.

Agradecer lo malo, siempre con palabras de la misma temporada del «gracias por todo», supone «creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños»[16]. Más allá de la forma particular que tome ese abandono en la vida interior de cada uno, esta actitud delinea la convicción de que ante Dios somos muy pequeños, y que así son nuestras cosas. Y, a pesar de eso, a Dios le importan, y más que a nadie en el mundo. De ahí surge en realidad el agradecimiento de saberse querido: gracias por estar aquí a mi lado; gracias porque esto te importa. En medio de la aparente lejanía de Dios, percibimos entonces su cercanía: le contemplamos en medio de la vida ordinaria, porque los problemas forman parte de la vida ordinaria. Bajo las cuerdas de la adversidad, surge así el motivo más profundo por el que agradecemos lo bueno y lo malo: gracias, porque encuentro el Amor por todas partes. El verdadero motivo de acción de gracias, la raíz misma de la acción de gracias, es que Dios me quiere, y que todo en mi vida son ocasiones de amar y de saberme amado.

En el sufrimiento por lo que nos falta, por la frialdad, las carencias, las consecuencias de nuestros errores… se esconden, pues, oportunidades para recordar, para despertarnos al Amor de Dios. Caemos en la cuenta de que, aunque nos cueste renunciar a algo, aunque nos cueste aceptar el dolor o la limitación, ¿qué es lo que nos quita eso, después de todo, si tenemos el Amor de Dios? «¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, o la persecución, o el hambre, o la desnudez, o el peligro, o la espada?» (Rm 8,35).

«LA MEJOR MANERA DE EXPRESAR GRATITUD A DIOS Y A LAS PERSONAS ES ACEPTARLO TODO CON ALEGRÍA» (SANTA TERESA DE CALCUTA)

Resulta posible, así, dar «gracias por todo, porque todo es bueno». La locura cristiana de agradecerlo todo tiene su origen en la filiación divina. Quien se ha dado cuenta de que tiene un Padre que le quiere no necesita, en realidad, nada más. A un Padre bueno, sobre todo, se le agradece. Así es el amor de Jesús por su Padre: Jesús es todo Él agradecimiento, porque lo ha recibido todo de su Padre. Y ser cristiano es entrar en ese amor, en ese agradecimiento: Te doy gracias, Padre, porque siempre me escuchas (cfr. Jn 11,41-42).

No te olvides de agradecer

«Bendice, alma mía, al Señor, no olvides ninguno de sus beneficios» (Sal 103,2). En la Escritura, Dios nos invita con frecuencia a recordar, porque sabe que vivimos habitualmente en el olvido, como los niños que andan con sus juegos y no se acuerdan de su padre. Dios lo sabe, y lo comprende. Pero nos atrae suavemente a sus brazos, y nos susurra de mil modos: recuerda. Agradecer es también, pues, una cuestión de memoria. Por eso el Papa habla con frecuencia de «memoria agradecida»[17].

La disposición a agradecer lo que nos contraría, asombrosa como pueda ser, facilita de hecho acordarse de dar gracias a Dios ante las cosas agradables. Por lo demás, la vida de cada día nos brinda muchas ocasiones para hacer memoria: detenerse un instante a bendecir la mesa, a agradecer que Dios nos da algo que llevarnos a la boca; dedicar un tiempo de la acción de gracias de la Misa o de nuestra oración personal a darle gracias por las cosas ordinarias de la vida, para descubrir lo que tienen de extraordinario: un trabajo, un techo, personas que nos quieren; agradecer las alegrías de los demás; ver un don de Dios, y otro, y otro, en las personas que nos prestan un servicio... También hay momentos en que la vida nos sale al encuentro con una chispa de belleza: la luz de un atardecer, una atención inesperada hacia nosotros, una sorpresa agradable… Son ocasiones para ver, entre las fibras a veces un poco grises de la vida diaria, el color del Amor de Dios.

Desde muy antiguo, las culturas del mundo han visto en el avance del día hacia la noche una imagen de la vida. La vida es como un día, y un día es como la vida. Por eso, si el agradecimiento es propio de la sabiduría de quien ha vivido mucho, qué bueno es acabar el día agradeciendo. Al detenerse en la presencia de Dios a sopesar la jornada, Dios agradecerá que le agradezcamos tantas cosas, «etiam ignotis»[18]: también las que desconocemos; e incluso que le pidamos perdón, con confianza de hijos, por no haber agradecido suficiente.

Carlos Ayxelà


[1] Oración «Veni Sancte Spiritus», recogida en Misal Romano, Misa votiva del Espíritu Santo (A), oración colecta.

[2] Francisco, Audiencia, 4-III-2015.

[3] San Josemaría, notas de una reunión familiar, 21-I-1955, citado en Crónica, VII-55, p. 28 (AGP, biblioteca, P01).

[4] San Josemaría, Carta, 17-V-1937, citada en Camino, ed. crítico-histórica, comentario al n. 268.

[5] San Josemaría, Carta, 15-VI-1937; citada en Ibid.

[6] San Josemaría, Camino, n. 268. La anotación original corresponde al 28 de diciembre de 1931.

[7] San Francisco de Asís, Cántico de las criaturas, en Fonti Francescane, n. 263.

[8] Benedicto XVI, Homilía, 15-IV-2007.

[9] Francisco, Ex. Ap. Evangelii gaudium, 24-XI-2013, n. 4.

[10] Cf. Camino, edición crítico-histórica, comentario a los nn. 267 y 268.

[11] Camino, n. 873. La anotación original es del 23 de diciembre de 1931.

[12] F. Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 8.

[13] Camino, n. 894. El texto parte también de una anotación del 23 de diciembre de 1931.

[14] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 146.

[15] Santa Teresa de Calcuta, El amor más grande, Urano, Barcelona 1997, p. 51.

[16] Santo Rosario, Al lector. Este texto pertenece al manuscrito original que san Josemaría redactó «de un tirón» durante la novena a la Inmaculada de 1931; cfr. edición crítico-histórica, facsímiles y fotografías, n. 4.

[17] Cfr. p. ej. Francisco, Evangelii gaudium, n. 13; Homilía, 18-VI-2017; Homilía, 12-XII-2017.

[18] San Josemaría, “En las manos de Dios” (2-X-1971), En diálogo con el Señor, edición crítico-histórica, Rialp, 2017, p. 307.

 

 

Relativismo en el Magisterio de la Iglesia

 

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

NOTA DOCTRINAL sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política

La Congregación para la Doctrina de la Fe, oído el parecer del Pontificio Consejo para los Laicos, ha estimado oportuno publicar la presente Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política. La Nota se dirige a los Obispos de la Iglesia Católica y, de especial modo, a los políticos católicos y a todos los fieles laicos llamados a la participación en la vida pública y política en las sociedades democráticas.

I. Una enseñanza constante

 

1. El compromiso del cristiano en el mundo, en dos mil años de historia, se ha expresado en diferentes modos. Uno de ellos ha sido el de la participación en la acción política: Los cristianos, afirmaba un escritor eclesiástico de los primeros siglos, «cumplen todos sus deberes de ciudadanos».[1] La Iglesia venera entre sus Santos a numerosos hombres y mujeres que han servido a Dios a través de su generoso compromiso en las actividades políticas y de gobierno. Entre ellos, Santo Tomás Moro, proclamado Patrón de los Gobernantes y Políticos, que supo testimoniar hasta el martirio la «inalienable dignidad de la conciencia»[2]. Aunque sometido a diversas formas de presión psicológica, rechazó toda componenda, y sin abandonar «la constante fidelidad a la autoridad y a las instituciones»que lo distinguía, afirmó con su vida y su muerte que«el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral»[3].

Las actuales sociedades democráticas, en las que loablemente[4] todos son hechos partícipes de la gestión de la cosa pública en un clima de verdadera libertad, exigen nuevas y más amplias formas de participación en la vida pública por parte de los ciudadanos, cristianos y no cristianos. En efecto, todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes y, a través de varios modos, a la formación de las orientaciones políticas y las opciones legislativas que, según ellos, favorecen mayormente el bien común.[5] La vida en un sistema político democrático no podría desarrollarse provechosamente sin la activa, responsable y generosa participación de todos, «si bien con diversidad y complementariedad de formas, niveles, tareas yresponsabilidades»[6].

Mediante el cumplimiento de los deberes civiles comunes, «de acuerdo con su conciencia cristiana»,[7] en conformidad con los valores que son congruentes con ella, los fieles laicos desarrollan también sus tareas propias de animar cristianamente el orden temporal, respetando su naturaleza y legítima autonomía,[8] y cooperando con los demás, ciudadanos según la competencia específica y bajo la propia responsabilidad.[9] Consecuencia de esta fundamental enseñanza del Concilio Vaticano II es que «los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la “política”; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común»,[10] que comprende la promoción y defensa de bienes tales como el orden público y la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana y el ambiente, la justicia, la solidaridad, etc.

La presente Nota no pretende reproponer la entera enseñanza de la Iglesia en esta materia, resumida por otra parte, en sus líneas esenciales, en el Catecismo de la Iglesia Católica, sino solamente recordar algunos principios propios de la conciencia cristiana, que inspiran el compromiso social y político de los católicos en las sociedades democráticas.[11] Y ello porque, en estos últimos tiempos, a menudo por la urgencia de los acontecimientos, han aparecido orientaciones ambiguas y posiciones discutibles, que hacen oportuna la clarificación de aspectos y dimensiones importantes de la cuestión.

II. Algunos puntos críticos en el actual debate cultural y político

2. La sociedad civil se encuentra hoy dentro de un complejo proceso cultural que marca el fin de una época y la incertidumbre por la nueva que emerge al horizonte. Las grandes conquistas de las que somos espectadores nos impulsan a comprobar el camino positivo que la humanidad ha realizado en el progreso y la adquisición de condiciones de vida más humanas. La mayor responsabilidad hacia Países en vías de desarrollo es ciertamente una señal de gran relieve, que muestra la creciente sensibilidad por el bien común. Junto a ello, no es posible callar, por otra parte, sobre los graves peligros hacia los que algunas tendencias culturales tratan de orientar las legislaciones y, por consiguiente, los comportamientos de las futuras generaciones.

Se puede verificar hoy un cierto relativismo cultural, que se hace evidente en la teorización y defensa del pluralismo ético, que determina la decadencia y disolución de la razón y los principios de la ley moral natural. Desafortunadamente, como consecuencia de esta tendencia, no es extraño hallar en declaraciones públicas afirmaciones según las cuales tal pluralismo ético es la condición de posibilidad de la democracia[12]. Ocurre así que, por una parte, los ciudadanos reivindican la más completa autonomía para sus propias preferencias morales, mientras que, por otra parte, los legisladores creen que respetan esa libertad formulando leyes que prescinden de los principios de la ética natural, limitándose a la condescendencia con ciertas orientaciones culturales o morales transitorias,[13] como si todas las posibles concepciones de la vida tuvieran igual valor. Al mismo tiempo, invocando engañosamente la tolerancia, se pide a una buena parte de los ciudadanos – incluidos los católicos – que renuncien a contribuir a la vida social y política de sus propios Países, según la concepción de la persona y del bien común que consideran humanamente verdadera y justa, a través de los medios lícitos que el orden jurídico democrático pone a disposición de todos los miembros de la comunidad política. La historia del siglo XX es prueba suficiente de que la razón está de la parte de aquellos ciudadanos que consideran falsa la tesis relativista, según la cual no existe una norma moral, arraigada en la naturaleza misma del ser humano, a cuyo juicio se tiene que someter toda concepción del hombre, del bien común y del Estado.

3. Esta concepción relativista del pluralismo no tiene nada que ver con la legítima libertad de los ciudadanos católicos de elegir, entre las opiniones políticas compatibles con la fe y la ley moral natural, aquella que, según el propio criterio, se conforma mejor a las exigencias del bien común. La libertad política no está ni puede estar basada en la idea relativista según la cual todas las concepciones sobre el bien del hombre son igualmente verdaderas y tienen el mismo valor, sino sobre el hecho de que las actividades políticas apuntan caso por caso hacia la realización extremadamente concreta del verdadero bien humano y social en un contexto histórico, geográfico, económico, tecnológico y cultural bien determinado. La pluralidad de las orientaciones y soluciones, que deben ser en todo caso moralmente aceptables, surge precisamente de la concreción de los hechos particulares y de la diversidad de las circunstancias. No es tarea de la Iglesia formular soluciones concretas – y menos todavía soluciones únicas – para cuestiones temporales, que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada uno. Sin embargo, la Iglesia tiene el derecho y el deber de pronunciar juicios morales sobre realidades temporales cuando lo exija la fe o la ley moral.[14] Si el cristiano debe «reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales»,[15] también está llamado a disentir de una concepción del pluralismo en clave de relativismo moral, nociva para la misma vida democrática, pues ésta tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son “negociables”.

En el plano de la militancia política concreta, es importante hacer notar que el carácter contingente de algunas opciones en materia social, el hecho de que a menudo sean moralmente posibles diversas estrategias para realizar o garantizar un mismo valor sustancial de fondo, la posibilidad de interpretar de manera diferente algunos principios básicos de la teoría política, y la complejidad técnica de buena parte de los problemas políticos, explican el hecho de que generalmente pueda darse una pluralidad de partidos en los cuales puedan militar los católicos para ejercitar – particularmente por la representación parlamentaria – su derecho-deber de participar en la construcción de la vida civil de su País.[16] Esta obvia constatación no puede ser confundida, sin embargo, con un indistinto pluralismo en la elección de los principios morales y los valores sustanciales a los cuales se hace referencia. La legítima pluralidad de opciones temporales mantiene íntegra la matriz de la que proviene el compromiso de los católicos en la política, que hace referencia directa a la doctrina moral y social cristiana. Sobre esta enseñanza los laicos católicos están obligados a confrontarse siempre para tener la certeza de que la propia participación en la vida política esté caracterizada por una coherente responsabilidad hacia las realidades temporales.

La Iglesia es consciente de que la vía de la democracia, aunque sin duda expresa mejor la participación directa de los ciudadanos en las opciones políticas, sólo se hace posible en la medida en que se funda sobre una recta concepción de la persona.[17] Se trata de un principio sobre el que los católicos no pueden admitir componendas, pues de lo contrario se menoscabaría el testimonio de la fe cristiana en el mundo y la unidad y coherencia interior de los mismos fieles. La estructura democrática sobre la cual un Estado moderno pretende construirse sería sumamente frágil si no pusiera como fundamento propio la centralidad de la persona. El respeto de la persona es, por lo demás, lo que hace posible la participación democrática. Como enseña el Concilio Vaticano II, la tutela «de los derechos de la persona es condición necesaria para que los ciudadanos, como individuos o como miembros de asociaciones, puedan participar activamente en la vida y en el gobierno de la cosa pública»[18].

4. A partir de aquí se extiende la compleja red de problemáticas actuales, que no pueden compararse con las temáticas tratadas en siglos pasados. La conquista científica, en efecto, ha permitido alcanzar objetivos que sacuden la conciencia e imponen la necesidad de encontrar soluciones capaces de respetar, de manera coherente y sólida, los principios éticos. Se asiste, en cambio, a tentativos legislativos que, sin preocuparse de las consecuencias que se derivan para la existencia y el futuro de los pueblos en la formación de la cultura y los comportamientos sociales, se proponen destruir el principio de la intangibilidad de la vida humana. Los católicos, en esta grave circunstancia, tienen el derecho y el deber de intervenir para recordar el sentido más profundo de la vida y la responsabilidad que todos tienen ante ella. Juan Pablo II, en línea con la enseñanza constante de la Iglesia, ha reiterado muchas veces que quienes se comprometen directamente en la acción legislativa tienen la «precisa obligación de oponerse» a toda ley que atente contra la vida humana. Para ellos, como para todo católico, vale la imposibilidad de participar en campañas de opinión a favor de semejantes leyes, y a ninguno de ellos les está permitido apoyarlas con el propio voto.[19] Esto no impide, como enseña Juan Pablo II en la Encíclica Evangelium vitae a propósito del caso en que no fuera posible evitar o abrogar completamente una ley abortista en vigor o que está por ser sometida a votación, que «un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, pueda lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública».[20]

En tal contexto, hay que añadir que la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. Ya que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica. El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad. Ni tampoco el católico puede delegar en otros el compromiso cristiano que proviene del evangelio de Jesucristo, para que la verdad sobre el hombre y el mundo pueda ser anunciada y realizada.

Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia (que no hay que confundir con la renuncia al ensañamiento terapéutico, que es moralmente legítima), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural. Del mismo modo, hay que insistir en el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salvaguardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal. Así también, la libertad de los padres en la educación de sus hijos es un derecho inalienable, reconocido además en las Declaraciones internacionales de los derechos humanos. Del mismo modo, se debe pensar en la tutela social de los menores y en la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (piénsese, por ejemplo, en la droga y la explotación de la prostitución). No puede quedar fuera de este elenco el derecho a la libertad religiosa y el desarrollo de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, en el respeto de la justicia social, del principio de solidaridad humana y de subsidiariedad, según el cual deben ser reconocidos, respetados y promovidos «los derechos de las personas, de las familias y de las asociaciones, así como su ejercicio».[21] Finalmente, cómo no contemplar entre los citados ejemplos el gran tema de la paz. Una visión irenista e ideológica tiende a veces a secularizar el valor de la paz mientras, en otros casos, se cede a un juicio ético sumario, olvidando la complejidad de las razones en cuestión. La paz es siempre «obra de la justicia y efecto de la caridad»;[22] exige el rechazo radical y absoluto de la violencia y el terrorismo, y requiere un compromiso constante y vigilante por parte de los que tienen la responsabilidad política.

III. Principios de la doctrina católica acerca del laicismo y el pluralismo

5. Ante estas problemáticas, si bien es lícito pensar en la utilización de una pluralidad de metodologías que reflejen sensibilidades y culturas diferentes, ningún fiel puede, sin embargo, apelar al principio del pluralismo y autonomía de los laicos en política, para favorecer soluciones que comprometan o menoscaben la salvaguardia de las exigencias éticas fundamentales para el bien común de la sociedad. No se trata en sí de “valores confesionales”, pues tales exigencias éticas están radicadas en el ser humano y pertenecen a la ley moral natural. Éstas no exigen de suyo en quien las defiende una profesión de fe cristiana, si bien la doctrina de la Iglesia las confirma y tutela siempre y en todas partes, como servicio desinteresado a la verdad sobre el hombre y el bien común de la sociedad civil. Por lo demás, no se puede negar que la política debe hacer también referencia a principios dotados de valor absoluto, precisamente porque están al servicio de la dignidad de la persona y del verdadero progreso humano.

6. La frecuentemente referencia a la “laicidad”, que debería guiar el compromiso de los católicos, requiere una clarificación no solamente terminológica. La promoción en conciencia del bien común de la sociedad política no tiene nada qué ver con la “confesionalidad” o la intolerancia religiosa. Para la doctrina moral católica, la laicidad, entendida como autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica – nunca de la esfera moral –, es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia, y pertenece al patrimonio de civilización alcanzado.[23] Juan Pablo II ha puesto varias veces en guardia contra los peligros derivados de cualquier tipo de confusión entre la esfera religiosa y la esfera política. «Son particularmente delicadas las situaciones en las que una norma específicamente religiosa se convierte o tiende a convertirse en ley del Estado, sin que se tenga en debida cuenta la distinción entre las competencias de la religión y las de la sociedad política. Identificar la ley religiosa con la civil puede, de hecho, sofocar la libertad religiosa e incluso limitar o negar otros derechos humanos inalienables».[24] Todos los fieles son bien conscientes de que los actos específicamente religiosos (profesión de fe, cumplimiento de actos de culto y sacramentos, doctrinas teológicas, comunicación recíproca entre las autoridades religiosas y los fieles, etc.) quedan fuera de la competencia del Estado, el cual no debe entrometerse ni para exigirlos o para impedirlos, salvo por razones de orden público. El reconocimiento de los derechos civiles y políticos, y la administración de servicios públicos no pueden ser condicionados por convicciones o prestaciones de naturaleza religiosa por parte de los ciudadanos.

Una cuestión completamente diferente es el derecho-deber que tienen los ciudadanos católicos, como todos los demás, de buscar sinceramente la verdad y promover y defender, con medios lícitos, las verdades morales sobre la vida social, la justicia, la libertad, el respeto a la vida y todos los demás derechos de la persona. El hecho de que algunas de estas verdades también sean enseñadas por la Iglesia, no disminuye la legitimidad civil y la “laicidad” del compromiso de quienes se identifican con ellas, independientemente del papel que la búsqueda racional y la confirmación procedente de la fe hayan desarrollado en la adquisición de tales convicciones. En efecto, la “laicidad” indica en primer lugar la actitud de quien respeta las verdades que emanan del conocimiento natural sobre el hombre que vive en sociedad, aunque tales verdades sean enseñadas al mismo tiempo por una religión específica, pues la verdad es una. Sería un error confundir la justa autonomía que los católicos deben asumir en política, con la reivindicación de un principio que prescinda de la enseñanza moral y social de la Iglesia.

Con su intervención en este ámbito, el Magisterio de la Iglesia no quiere ejercer un poder político ni eliminar la libertad de opinión de los católicos sobre cuestiones contingentes. Busca, en cambio –en cumplimiento de su deber– instruir e iluminar la conciencia de los fieles, sobre todo de los que están comprometidos en la vida política, para que su acción esté siempre al servicio de la promoción integral de la persona y del bien común. La enseñanza social de la Iglesia no es una intromisión en el gobierno de los diferentes Países. Plantea ciertamente, en la conciencia única y unitaria de los fieles laicos, un deber moral de coherencia. «En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida “espiritual”, con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida “secular”, esto es, la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura. El sarmiento, arraigado en la vid que es Cristo, da fruto en cada sector de la acción y de la existencia. En efecto, todos los campos de la vida laical entran en el designio de Dios, que los quiere como el “lugar histórico” de la manifestación y realización de la caridad de Jesucristo para gloria del Padre y servicio a los hermanos. Toda actividad, situación, esfuerzo concreto –como por ejemplo la competencia profesional y la solidaridad en el trabajo, el amor y la entrega a la familia y a la educación de los hijos, el servicio social y político, la propuesta de la verdad en el ámbito de la cultura– constituye una ocasión providencial para un “continuo ejercicio de la fe, de la esperanza y de la caridad”».[25] Vivir y actuar políticamente en conformidad con la propia conciencia no es un acomodarse en posiciones extrañas al compromiso político o en una forma de confesionalidad, sino expresión de la aportación de los cristianos para que, a través de la política, se instaure un ordenamiento social más justo y coherente con la dignidad de la persona humana.

En las sociedades democráticas todas las propuestas son discutidas y examinadas libremente. Aquellos que, en nombre del respeto de la conciencia individual, pretendieran ver en el deber moral de los cristianos de ser coherentes con la propia conciencia un motivo para descalificarlos políticamente, negándoles la legitimidad de actuar en política de acuerdo con las propias convicciones acerca del bien común, incurrirían en una forma de laicismo intolerante. En esta perspectiva, en efecto, se quiere negar no sólo la relevancia política y cultural de la fe cristiana, sino hasta la misma posibilidad de una ética natural. Si así fuera, se abriría el camino a una anarquía moral, que no podría identificarse nunca con forma alguna de legítimo pluralismo. El abuso del más fuerte sobre el débil sería la consecuencia obvia de esta actitud. La marginalización del Cristianismo, por otra parte, no favorecería ciertamente el futuro de proyecto alguno de sociedad ni la concordia entre los pueblos, sino que pondría más bien en peligro los mismos fundamentos espirituales y culturales de la civilización.[26]

IV. Consideraciones sobre aspectos particulares

7. En circunstancias recientes ha ocurrido que, incluso en el seno de algunas asociaciones u organizaciones de inspiración católica, han surgido orientaciones de apoyo a fuerzas y movimientos políticos que han expresado posiciones contrarias a la enseñanza moral y social de la Iglesia en cuestiones éticas fundamentales. Tales opciones y posiciones, siendo contradictorios con los principios básicos de la conciencia cristiana, son incompatibles con la pertenencia a asociaciones u organizaciones que se definen católicas. Análogamente, hay que hacer notar que en ciertos países algunas revistas y periódicos católicos, en ocasión de toma de decisiones políticas, han orientado a los lectores de manera ambigua e incoherente, induciendo a error acerca del sentido de la autonomía de los católicos en política y sin tener en consideración los principios a los que se ha hecho referencia.

La fe en Jesucristo, que se ha definido a sí mismo «camino, verdad y vida» (Jn 14,6), exige a los cristianos el esfuerzo de entregarse con mayor diligencia en la construcción de una cultura que, inspirada en el Evangelio, reproponga el patrimonio de valores y contenidos de la Tradición católica. La necesidad de presentar en términos culturales modernos el fruto de la herencia espiritual, intelectual y moral del catolicismo se presenta hoy con urgencia impostergable, para evitar además, entre otras cosas, una diáspora cultural de los católicos. Por otra parte, el espesor cultural alcanzado y la madura experiencia de compromiso político que los católicos han sabido desarrollar en distintos países, especialmente en los decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, no deben provocar complejo alguno de inferioridad frente a otras propuestas que la historia reciente ha demostrado débiles o radicalmente fallidas. Es insuficiente y reductivo pensar que el compromiso social de los católicos se deba limitar a una simple transformación de las estructuras, pues si en la base no hay una cultura capaz de acoger, justificar y proyectar las instancias que derivan de la fe y la moral, las transformaciones se apoyarán siempre sobre fundamentos frágiles.

La fe nunca ha pretendido encerrar los contenidos socio-políticos en un esquema rígido, conciente de que la dimensión histórica en la que el hombre vive impone verificar la presencia de situaciones imperfectas y a menudo rápidamente mutables. Bajo este aspecto deben ser rechazadas las posiciones políticas y los comportamientos que se inspiran en una visión utópica, la cual, cambiando la tradición de la fe bíblica en una especie de profetismo sin Dios, instrumentaliza el mensaje religioso, dirigiendo la conciencia hacia una esperanza solamente terrena, que anula o redimensiona la tensión cristiana hacia la vida eterna.

Al mismo tiempo, la Iglesia enseña que la auténtica libertad no existe sin la verdad. «Verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente», ha escrito Juan Pablo II.[27] En una sociedad donde no se llama la atención sobre la verdad ni se la trata de alcanzar, se debilita toda forma de ejercicio auténtico de la libertad, abriendo el camino al libertinaje y al individualismo, perjudiciales para la tutela del bien de la persona y de la entera sociedad.

8. En tal sentido, es bueno recordar una verdad que hoy la opinión pública corriente no siempre percibe o formula con exactitud: El derecho a la libertad de conciencia, y en especial a la libertad religiosa, proclamada por la Declaración Dignitatis humanæ del Concilio Vaticano II, se basa en la dignidad ontológica de la persona humana, y de ningún modo en una inexistente igualdad entre las religiones y los sistemas culturales.[28] En esta línea, el Papa Pablo VI ha afirmado que «el Concilio de ningún modo funda este derecho a la libertad religiosa sobre el supuesto hecho de que todas las religiones y todas las doctrinas, incluso erróneas, tendrían un valor más o menos igual; lo funda en cambio sobre la dignidad de la persona humana, la cual exige no ser sometida a contradicciones externas, que tienden a oprimir la conciencia en la búsqueda de la verdadera religión y en la adhesión a ella».[29] La afirmación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa, por lo tanto, no contradice en nada la condena del indiferentísimo y del relativismo religioso por parte de la doctrina católica,[30] sino que le es plenamente coherente.

V. Conclusión

9. Las orientaciones contenidas en la presente Nota quieren iluminar uno de los aspectos más importantes de la unidad de vida que caracteriza al cristiano: La coherencia entre fe y vida, entre evangelio y cultura, recordada por el Concilio Vaticano II. Éste exhorta a los fieles a «cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno». Alégrense los fieles cristianos«de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios».[31]

El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia del 21 de noviembre de 2002, ha aprobado la presente Nota, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado que sea publicada.

Dado en Roma, en la sede de la Congregación por la Doctrina de la Fe, el 24 de noviembre de 2002, Solemnidad de N. S Jesús Cristo, Rey del universo.

+JOSEPH CARD. RATZINGER

Prefecto

+TARCISIO BERTONE, S.D.B.

Arzobispo emérito de Vercelli

Secretario

Notas

[1]CARTA A DIOGNETO, 5, 5, Cfr. Ver también Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2240.

 

[2]JUAN PABLO II, Carta Encíclica Motu Proprio dada para la proclamación de Santo Tomás Moro Patrón de los Gobernantes y Políticos, n. 1, AAS 93 (2001) 76-80.

 

[3]JUAN PABLO II, Carta Encíclica Motu Proprio dada para la proclamación de Santo Tomás Moro Patrón de los Gobernantes y Políticos, n. 4.

 

[4]Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 31; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1915.

 

[5]Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 75.

 

[6]JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 42, AAS 81 (1989) 393-521. Esta nota doctrinal se refiere obviamente al compromiso político de los fieles laicos. Los Pastores tienen el derecho y el deber de proponer los principios morales también en el orden social; «sin embargo, la participación activa en los partidos políticos está reservada a los laicos» (JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 69). Cfr. Ver también CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 31-I-1994, n. 33.

 

[7]CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 76.

 

[8]Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 36.

 

[9]Cfr. CONCILIO VATICANO II, Decreto Apostolicam actuositatem, 7; Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 36 y Constitución Pastoral Gaudium et spes, nn. 31 y 43.

 

[10]JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 42.

 

[11]En los últimos dos siglos, muchas veces el Magisterio Pontificio se ha ocupado de las cuestiones principales acerca del orden social y político. Cfr. LEÓN XIII, Carta Encíclica Diuturnum illud, ASS 20 (1881/82) 4ss; Carta Encíclica Immortale Dei, ASS 18 (1885/86) 162ss, Carta Encíclica Libertas præstantissimum, ASS 20 (1887/88) 593ss; Carta Encíclica Rerum novarum, ASS 23 (1890/91) 643ss; BENEDICTO XV, Carta Encíclica Pacem Dei munus pulcherrimum, AAS 12 (1920) 209ss; PÍO XI, Carta Encíclica Quadragesimo anno, AAS 23 (1931) 190ss; Carta Encíclica Mit brennender Sorge, AAS 29 (1937) 145-167; Carta Encíclica Divini Redemptoris, AAS 29 (1937) 78ss; PÍO XII, Carta Encíclica Summi Pontificatus, AAS 31 (1939) 423ss; Radiomessaggi natalizi 1941-1944; JUAN XXIII, Carta Encíclica Mater et magistra, AAS 53 (1961) 401-464; Carta Encíclica Pacem in terris AAS 55 (1963) 257-304; PABLO VI, Carta Encíclica Populorum progressio, AAS 59 (1967) 257-299; Carta Apostólica Octogesima adveniens, AAS 63 (1971) 401-441.

 

[12]Cfr. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Centesimus annus, n. 46, AAS 83 (1991) 793-867; Carta Encíclica Veritatis splendor, n. 101, AAS 85 (1993) 1133-1228; Discurso al Parlamento Italiano en sesión pública conjunta, en L’Osservatore Romano, n. 5, 14-XI-2002.

 

[13]Cfr. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Evangelium vitæ, n. 22, AAS 87 (1995) 401-522.

 

[14]Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 76.

 

[15]CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 75.

 

[16]Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, nn. 43 y 75.

 

[17]Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 25.

 

[18]CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 73.

 

[19]Cfr. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Evangelium vitæ, n. 73.

 

[20]JUAN PABLO II, Carta Encíclica Evangelium vitæ, n. 73.

 

[21]CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 75.

 

[22]Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2304

 

[23]Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 76.

 

[24]JUAN PABLO II, Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz 1991: “Si quieres la paz, respeta la conciencia de cada hombre”, IV, AAS 83 (1991) 410-421.

 

[25]JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 59. La citación interna proviene del Concilio Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, n. 4

 

[26]Cfr. JUAN PABLO II, Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, en L’Osservatore Romano, 11 de enero de 2002.

 

[27]JUAN PABLO II, Carta Encíclica Fides et ratio, n. 90, AAS 91 (1999) 5-88.

 

[28]Cfr. CONCILIO VATICANO II, Declaración Dignitatis humanae, n. 1: «En primer lugar, profesa el sagrado Concilio que Dios manifestó al género humano el camino por el que, sirviéndole, pueden los hombres salvarse y ser felices en Cristo. Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica». Eso no quita que la Iglesia considere con sincero respeto las varias tradiciones religiosas, más bien reconoce «todo lo bueno y verdadero» presentes en ellas. Cfr. CONCILIO VATICANO II,Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 16; Decreto Ad gentes, n. 11; Declaración Nostra ætate, n. 2; JUAN PABLOII, Carta Encíclica Redemptoris missio, n. 55, AAS 83 (1991) 249-340; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, DeclaraciónDominus Iesus, nn. 2; 8; 21, AAS 92 (2000) 742-765.

 

[29]PABLO VI, Discurso al Sacro Colegio y a la Prelatura Romana, en «Insegnamenti di Paolo VI» 14 (1976), 1088-1089).

 

[30]Cfr. PÍO IX, Carta Encíclica Quanta cura, ASS 3 (1867) 162; LEÓN XIII, Carta Enclica Immortale Dei, ASS 18 (1885) 170-171; PÍO XI, Carta Encíclica Quas prmas, AAS 17 (1925) 604-605; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2108; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración Dominus Iesus, n. 22.

[31]CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n 43. Cfr. también JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, n. 59.

 

Una exposición que permite vivir la experiencia de la Resurreción de Jesús en Jerusalén

 

Conocer mejor cómo era Jerusalén en aquella época y sus cambios a lo largo de dos siglos

Tras cinco años de trabajo, el 2 de julio, Fr. Francesco Patton, custodio de Tierra Santa, inauguró la exposición multimedia “La experiencia de la resurrección”, alojada de forma permanente en las instalaciones del Christian Information Center de la Custodia de Tierra Santa, ubicadas cerca de la Puerta de Jaffa, en Jerusalén.

 

https://cmcterrasanta-eu.s3.amazonaws.com/2022/3d329f10-1ddf-4820-b34c-a00855d66539.mp4

 

Fr. FRANCESCO PATTON, ofm Custodio de Tierra Santa

La idea de esta exposición es ofrecer a los peregrinos más información sobre la ciudad de Jerusalén en la época de Jesús y sus transformaciones a lo largo de la historia, con especial atención a la Basílica de la Resurrección.

 

Fr. TOMASZ FRANCISZEK DUBIEL, ofm Director del Christian Information Center – Jerusalén

La exposición está organizada en seis salas multimedia. Dos de ellas ilustran a los peregrinos los acontecimientos hasta la resurrección de Jesús y otros tres explican lo que sucedió después de la resurrección. En la última sala hay una reproducción del sepulcro de Jesús. Los visitantes tienen la oportunidad de escuchar la explicación en trece idiomas. En la primera sala hay una maqueta de Jerusalén, tal y como era en tiempos de Jesús. De esta forma también es posible conocer la posición de algunos lugares como el Templo, la sede de Poncio Pilatos, el Huerto de los Olivos y el Gólgota.

La segunda sala, gracias a la realidad virtual, lleva a los espectadores al Huerto de los Olivos, luego al lugar donde Pedro niega a Jesús y finalmente al Gólgota. Los visitantes pueden moverse y ver a su alrededor en 360 grados, experimentando una inmersión en estos lugares y experimentando la atmósfera de los acontecimientos.

En la tercera sala se proyecta una película sobre la historia de Jerusalén, mostrando los personajes y hechos más importantes que han influido en la vida cotidiana de la ciudad, desde la época del Imperio Romano hasta la actualidad, incluyendo la llegada de San Francisco. En la cuarta sala se ilustra la historia del Santo Sepulcro, a través de las distintas etapas de demolición y reconstrucción.

La quinta sala explica el “statu quo”, que regula la propiedad, el uso de los espacios y los tiempos de oración de las comunidades cristianas en algunos Santos Lugares. En la sexta sala hay una reproducción del sepulcro en el que fue colocado Jesús. Además, el uso de efectos sonoros ayuda a vivir la experiencia de este lugar.

 

 

MATTEO Peregrino – Italia

¡Es realmente genial, es muy hermoso y realista!” Esta exposición permite experimentar la atmósfera y “tocar” los lugares de la época en la que vivió Jesús, para ayudar a los visitantes a abrir su corazón al Dios de Jesucristo.

 

Fr. FRANCESCO PATTON, ofm Custodio de Tierra Santa

Debemos mirar al sepulcro vacío como las mujeres, como san Pedro y san Juan, para convertirnos en testigos de Jesucristo, el Señor resucitado, que es el Salvador del mundo entero.

 

https://www.cmc-terrasanta.com/es

 

Lázaro, Marta y María, los amigos de Betania

 

Lázaro, Marta y María, los amigos de Betania

Jesús y sus amigos

Tres hermanos que tienen una gran amistad con Jesús. Su casa será en aquellos meses un lugar de hospitalidad y reposo.

 

Betania

Cerca de Jerusalén -a tres kilómetros- está Betania. Allí viven Lázaro, Marta y María. Tres hermanos que tienen una gran amistad con Jesús. Su casa será en aquellos meses un lugar de hospitalidad y reposo para los días que le esperan.

En el trayecto a Jerusalén Jesús pasa por Betania. La actividad de los días anteriores había sido intensa. El camino que lleva de Jericó a Betania es empinado, requiere una ascensión continua y transcurre por terreno desértico. Jesús y los suyos debieron llegar cansados. Allí fue recibido por Lázaro, Marta y María.

 

La amistad

Hay amistad con Jesús en aquella casa. Quizá tenga que ver con la conversión de María unos meses antes. Lo cierto es que todos actúan con naturalidad.

 

No se percibe ni el envaramiento previsible en las visitas de algún personaje importante, ni la curiosidad o el recelo ante el desconocido, menos aún la frialdad ante la presencia de alguien que se considera inoportuno. Marta y María actúan y se mueven con sencillez; no se dice nada de Lázaro en esta ocasión, pero es normal pensar que estaba allí.

 

Los tres hermanos son diferentes

No es infrecuente que los hermanos se parezcan y al mismo tiempo sean muy distintos. Marta es activa, diligente, hacendosa, está en todo; es una buena ama de casa, con ella se puede encontrar una casa que es ese hogar donde todo está en su sitio.

María es más apasionada: todo corazón, sensible, en su vida no caben medias tintas, sino entrega sin condiciones. Sabe querer. Los temperamentos de las dos hermanas son ocasión para que Jesús deje una joya preciosa de sus enseñanzas, casi como de pasada. Sus palabras parecen dichas al vuelo.

 

El desarrollo de los acontecimientos

Los hechos transcurrieron así:

“una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María que, sentada también a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

Marta estaba afanada en los múltiples quehaceres de la casa y poniéndose delante dijo: Señor, ¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude. Pero el Señor le respondió: Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria. Así, pues, María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada”.

 

La importancia de la oración

Jesús aprovechó la sencillez y la confianza de Marta para dejar sentado el orden de lo necesario y lo superfluo. Primero la oración y, unida a ella, el trabajo, lo demás puede esperar. Jesús revela como la oración es el núcleo y la raíz de toda actividad para que de ésta resulte algo vivo y sano.

 

La queja de Marta

Es fácil comprender la actitud de Marta. Es una mujer responsable. Está en los detalles, se ocupa en algo necesario que alguien tiene que hacer: dar de comer y beber a mucha gente, procurar que descansen. No cuesta verla subir y bajar, mandar y ordenar. Es en medio de esa actividad cuando una inquietud empieza a dibujarse en su interior. Primero sería una mirada furtiva a su hermana. Poco a poco iría juzgándola con severidad creciente.

Decididamente no comprende a María; tenía razones, pero le faltaba darse cuenta de que la inactividad de María es sólo aparente. Por otra parte se le está ocultando que su actividad es un servicio que permite a los demás gozar de las palabras del Maestro, también su hermana. Hasta que llega un momento en que no puede más, se planta delante del Señor, le interrumpe ante un público verdaderamente absorto en sus palabras, y se queja.

La sencillez de la queja de Marta es encantadora, confiada, aunque revele falta de caridad; y con toda espontaneidad le dice al Maestro: “¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude”. Su queja va contra María, pero también afecta al mismo Jesús, que no se da cuenta de que ella era una mártir y su hermana una comodona.

Es la explosión de algo que ha ido incubándose poco a poco, y estalla de repente. Está realmente enfadada; ha perdido la calma y en ella se ha introducido el espíritu crítico falta a la caridad y la humildad. Sus buenos deseos de servir se han visto enturbiados por el enfado creciente, agresor de la paz de su alma.

 

La respuesta de Jesús

El tono de la respuesta de Jesús se puede deducir del modo con que empieza a hablarle: Marta, Marta, ¡cuánto cariño hay en la repetición de este nombre!. Es como decirle: “Mujer, calma”, “claro que te comprendo, pero te has puesto nerviosa”. Es una contestación que revela amor y buen humor; le recuerda su carácter, y hace que reflexione un poco. No la riñe, sino que le hace reflexionar. Primero sobre sí misma: tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas.

Luego, Jesús le aclara la conducta de María y el camino que debe seguir para no perder los estribos con sus quejas. Y le dice: “En verdad una sola cosa es necesaria”. Cosas importantes hay muchas en la vida, y Marta estaba haciendo una de ellas: procurar servir alimento y descanso. Pero conviene tener bien dispuesto el orden de los valores.

Lo necesario siempre será lo más importante, y sólo amar a Dios sobre todas las cosas lo es; al lado de lo necesario todo lo que llamamos importante pasa a un segundo lugar. ¿Quiere decir esto que está mal la actividad de Marta? No. Quiere decir que debe trabajar de una manera distinta, con una paz, respaldada por la oración. Y en caso de dudar sobre qué es más urgente, elegir primero la oración.

 

Lo mejor no es lo contrario de lo malo

María ha escogido la mejor parte. Cuando Jesús dice que la oración es lo mejor, conviene recordar que lo mejor no es lo contrario de lo malo, sino de algo menos bueno. La bondad de las diversas actividades dependerá del amor a Dios que sean capaces de acoger. “No le será quitada la mejor parte”. La oración es así hacer actos de amor. No se pierde ninguno. Todo acto de amor a Dios permanece en el seno del Amante, que es Dios.

Por:  Enrique Cases

 

Así se benefician los niños cuando comparten con sus abuelos

Por LaFamilia.info 

Foto: Freepik

El 25 de julio es la festividad de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María y abuelos de Jesús, aprovechamos esta fecha para hablar de la importancia de los abuelos en la vida familiar.

En los abuelos está la representación más pura del amor filial, ese lazo que se forma con los nietos es realmente especial; ambos se nutren del amor que expresan. Los nietos se convierten en fuente de vida y les enseñan a los abuelos a ver con los ojos de la alegría y la esperanza. Al mismo tiempo, los nietos experimentan una vivencia única con sus abuelos, sin duda, ellos dejan una huella muy importante en sus vidas. 

Beneficios educativos y afectivos para los niños

El modo como los abuelos educan trae importantes beneficios a los niños. De ahí que los abuelos tiendan a: 

Tener más paciencia y estresarse menos en lo cotidiano. Eso les permite ser más afectuosos con los niños y mostrarles de manera constante un interés afectivo a través de una relación empática.

La comunicación emocional es un pilar básico que permite a los nietos sentirse mucho más comprendidos por sus abuelos que por sus padres.

Corregir con sus nietos los errores que cometieron con sus hijos y, por lo tanto dar una visión a los padres sobre ciertos aspectos.

Al mismo tiempo, los abuelos son mucho menos críticos y se enfocan más en las cosas buenas que en las malas, destacando así los puntos fuertes del niño más que los puntos débiles.

Otra bonita característica del modo de educar de los abuelos es que ayudan a los nietos a adquirir independencia de los padres, así como a socializar con personas de diferentes edades.

Muchas veces, los abuelos hacen el papel de "abogados" de los niños, sirviendo así de puente para validar sentimientos y resolver complicaciones que crean obstáculos en la convivencia y en la comunicación entre padres e hijos.

Frente a una situación de crisis e inestabilidad familiar como puede ser una separación o muerte de los padres, los abuelos son un apoyo emocional indispensable para los nietos.

Así que como padres tenemos la tarea de propender por crear lazos fuertes y armoniosos entre nuestros hijos y los abuelos, además brindarles un trato en el marco del respeto, de la comprensión y del afecto. ¡Feliz día queridos abuelos!

 

Fuente: Mente Maravilhosa

 

Cuando nuestros padres envejecen y se enferman: pautas para afrontarlo

Por LaFamilia.info

Foto: Freepik 

Llega un momento de la vida, en que los hijos nos convertimos en los padres de nuestros padres, por vejez o enfermedad de éstos.

Asumir esta etapa no siempre es fácil, pues estamos acostumbrados a verlos llenos de vitalidad, energía e independencia. Cómo prepararse para esta situación o cómo afrontarla si ya está presente, es lo que se abordaremos en esta nota.

La responsabilidad como hijos adultos, es velar por el bienestar de los padres. Aunque no se debiera tomar como una forma de recompensarles todo lo que han hecho por nosotros, sí es un compromiso que deja la tranquilidad del deber cumplido, habiendo entregado todo el amor que durante tantos años se recibió de ellos. Por eso, cuando llega la vejez, es cuando mejor hijo se debe ser, es el verdadero momento de servirles, de ser su apoyo y su mayor fuente de afecto.

Una nueva etapa

Son dos choques a los que nos veremos enfrentados: el primero, es aceptar que los padres ya no son los mismos de antes, ahora probablemente están enfermos, comienzan a tener pequeños olvidos, se quejan de algunas dolencias físicas y se pueden volver algo obstinados, lo que demandará cada vez más, los cuidados de la familia; ya no son ellos quienes sirven a los hijos, sino los hijos a ellos. Así que habrá un cambio de rol, ahora serán sus padres.

“Los hijos están acostumbrados a ser hijos: no sabemos cómo se hace, no terminamos de tener claro si tenemos que tomar decisiones por ellos o no y, a la vez, en muchos casos los padres toman decisiones que nos involucran como insistir en seguir viviendo solos, mientras muchas veces el hijo se preocupa porque les suceda algo que ponga en riesgo sus vidas”, dice Elia Toppelberg, psicóloga especializada en tercera edad.

Este cambio de mentalidad, es decir, la asimilación del envejecimiento de los padres, puede ser una realidad difícil de aceptar para algunas personas, haciéndose manifiesto mediante rabia, impaciencia, reclamos a los padres con frases fuertes como por ejemplo: “mamá no te acuerdas que ya te había dicho…”, “ya no puedes salir sola, no entiendes?”…

El otro punto y reto a seguir, es que la situación obliga a conciliar la propia vida -cónyuge, hijos, trabajo, hogar- con los nuevos requerimientos de los padres. Esta demanda de tiempo por parte de los padres, puede provocar problemas en el propio núcleo familiar del hijo(a). Así que será necesario reunirse con el cónyuge e igualmente con los hijos, y dependiendo de su edad, exponerles la situación de los abuelos. Habrá que explicarles que ahora ellos lo(a) necesitan, tanto como lo hace un bebé, dejándoles muy claro que no los abandonará y que su rol de padre seguirá siendo el mismo de siempre. También es importante pedirles su apoyo, pues esta situación será dolorosa y agotadora. Igualmente, habrá que buscar el equilibrio sin desatender ninguna de las dos familias.

Formas de prepararse y/o afrontar la situación

1. La vejez de los padres requiere un trabajo conjunto de toda la familia. Los hijos deben unirse y hacer un ajuste en el rol de cada integrante evaluando su disponibilidad para este fin, logrando así que todos tomen parte activa; la responsabilidad no debe caer en uno solo.

2. Si fuera necesario, también se pueden revisar las posibilidades económicas para buscar ayudas extras (enfermeras, auxiliares, etc.) que sirvan de soporte, pero que de ninguna forma suplirán las responsabilidades de los hijos.

3. Algunos estudios señalan que la carga emocional que acarrea cuidar padres mayores podría tener repercusiones negativas de una u otra forma. Por tanto, se recomienda generar espacios de esparcimiento, en donde el cuidador se pueda desestresar aislándose por unos minutos de este escenario.

4. Si aparecen señales que lo ameriten, puede ser importante consultar con un profesional especializado en estos casos, como psicólogo, psiquiatra, geriatra, que dará apoyo y orientación para la toma de decisiones, será sostén emocional y contribuirá a aclarar las dudas en tan difícil y delicada situación.

Fuentes: enplenitud.com, vejezyvida.com

 

 

 

Enseña a tus hijos el valor del esfuerzo

Por Natalia Posada - LaFamilia.info 

Foto: Pixabay 

Si hay algo que forme el carácter, la autonomía y fomente la seguridad en una persona, ese es el valor del esfuerzo.

Lo cual no significa que todo sea difícil o costoso; al contrario, debemos aprender a disfrutar de aquello que debemos hacer. Tú, como papá o mamá tienes un gran trabajo en este tema. Les damos las claves para hacerlo.

Nada en la vida llega de buenas a primeras, todo requiere un esfuerzo y tú como adulto lo sabes, pero es posible que el amor de padre te impida exigir un poco a los hijos porque no quieres verlos pasar por ninguna dificultad -lo que es completamente natural-. Sin embargo, esta actitud sobreprotectora podría tener el efecto contrario: “Cuando los padres hacemos lo posible por facilitarles la vida a los hijos, lo que logramos es complicársela” dice Ángela Marulanda, la reconocida autora y educadora familiar.

Así que no les facilites el camino, enséñales mejor a levantarse cuando caigan, así estarán preparados para afrontar el mundo real, y esto requiere no hacer por tu hijo/a lo que él o ella estén en capacidad de hacer, lo cual aplica a ¡todas las edades!

El esfuerzo, plataforma de virtudes y valores

¿Qué se entiende por esfuerzo? Antes de entrar en materia, es preciso tener claro el término. El coach Regino Navarro lo define como el “Comportamiento del ser humano que lleva a superar la tendencia a lo fácil y lo cómodo. Además es el convencimiento traducido en obras, de que todo lo que vale la pena sólo se consigue esforzándose”.

Vemos entonces que al enseñar esfuerzo, se están transmitiendo intrínsecamente otros valores primordiales en la formación humana. Los más relacionados son: generosidad, colaboración, desprendimiento, disciplina, fortaleza, lucha, obediencia, paciencia, perseverancia, sacrificio, sufrimiento, templanza, tolerancia y autocontrol.

Enseñarles a los hijos las ventajas de esforzarse por sus deseos y motivaciones, es una tarea que debe comenzar desde los primeros meses de vida y más ahora cuando la sociedad se rige por el placer, la comodidad, el “tener” primero que el “ser”, y en donde el esfuerzo parece no tener cabida.

“Los padres tienen que dar ejemplo, predicando y practicando continuamente la virtud del esfuerzo, incluso navegando contracorriente en las actividades normales de la vida, para poder dejar cara al futuro, una marca indeleble en los hijos”. Sugiere el autor Francisco Gras en su Blog Escuela de Padres.

El esfuerzo trae consigo muchas ventajas para la formación del carácter y desenvolvimiento en la edad adulta. Por ejemplo, el esfuerzo prepara a la persona para valerse por sí misma en las situaciones adversas, otorgándole así una mayor tolerancia al fracaso y una mejor aptitud ante los entornos que requieren retos y dificultades. Además, el esfuerzo brinda seguridad en la persona, autoestima y autoaceptación. Esta última, debido a que la comparación con los demás es inútil, ya que el esfuerzo produce la satisfacción de lo que ha logrado es fruto de su propia valentía. Además se es consciente que el camino fácil siempre deja un sinsabor.

10 Claves para educar en el esfuerzo

Para que los hijos vivan el esfuerzo hay que evitar la sobreprotección y practicar la autoridad asertiva que no es otra cosa que poner límites con amor. Las siguientes son diez ideas para poner en práctica:

1. Dales responsabilidades además de los deberes escolares. Puede ser algún encargo de la casa como el arreglo de su habitación, la organización de su ropa o la colaboración en las comidas, pero que sea acorde a su edad. 

2. Actividades que impliquen concentración. Surge muy buen efecto invitarlos a realizar actividades lúdicas que requieran concentración y perseverancia por un tiempo prolongado, como son los rompecabezas o juegos de raciocinio.

3. El deporte es una de las mejores escuelas del esfuerzo; es vivirlo en carne propia. Lo más importante es que los niños lo disfruten y no sea una imposición de los padres. 

4. Enséñales el buen uso del dinero una vez tengan la edad para comprender el concepto. El dinero es además una herramienta para practicar el desprendimiento y la generosidad, un buen ejercicio sería donar parte de su mesada a una causa social.

5. Invítalos a conocer otros estilos de vida. Por ejemplo que hay niños que tienen menos juguetes que ellos, incluso no tienen unos padres ni una escuela como la suya. Todo esto les hace ver la vida desde otra perspectiva; a valorar lo que tienen.

6. Motívalos a proponerse metas de cualquier índole, y a disfrutar del proceso para conseguirlas.

7. Sé firme en los límites y hábitos. Es la única forma de crearles consciencia y disciplina.

8. No repongas lo que han dañado o perdido. A cierta edad ya deberían tener la precaución de velar por sus pertenencias (juguetes, útiles escolares, ropa) y si cada que las pierden o las dañan los papás las consiguen de nuevo, no aprenderán la lección y seguirán haciéndolo sin recato.

9. ¡No les des todo! Así tengas los medios para hacerlo. Esa moderación se aprende en casa.

10. Por último, el ámbito escolar es un escenario perfecto para desarrollar este valor, pues continuamente se presentan oportunidades que deben ser aprovechadas para reiterar la importancia de esforzarse por un buen objetivo.

Educar en el valor del esfuerzo es uno de los mejores regalos que los padres les pueden dar a sus hijos, así les están preparando para que sean adultos exitosos y felices. 

 

 

España se quema

Lo que necesitamos los españoles ahora no es que se nos adoctrine con la religión climática.

España se quema por los cuatro costados. Ya se han arrasado más de 80.000 hectáreas, con el trágico balance de dos personas fallecidas en Losacio, ( Zamora) donde el fuego calcinó 30.000 hectáreas, además de las de Aragón, Andalucía o Galicia.

 

Hace diez años como representante del Gobierno en Málaga, tuve  la responsabilidad de enfrentarme junto a otras administraciones y organismos, al efecto devastador de un fuego forestal, que alcanzó a seis municipios de la Costa del Sol y que una vez controlado, dejó el triste escenario no solo de la destrucción de todo tipo de vegetación sino también de la fauna, el suelo y los bienes materiales e inmateriales de las personas, cuando no su propia vida. Comprendo, pues, la desolación de tantos ciudadanos y familias afectadas por estos incendios.

 

Lo que es sorprendente es que el Presidente del Gobierno diga sin empacho alguno en su turné con posado incluido por las regiones afectadas, que la causa de tantos incendios es el cambio climático, cuando al mismo tiempo una empresa internacional de reforestación llamada Land Life,  reconoce haber causado el de Ateca (Zaragoza) o en Andalucía se investiga si el incendio de Mijas fue intencionado o a causa de una negligencia.

 

Ante una catástrofe medio ambiental y humana como la que estamos sufriendo estos días en toda España, lo relevante es hacer un reconocimiento expreso y un gesto de agradecimiento a todos los hombres y mujeres, funcionarios públicos o voluntarios que se dejan la piel e incluso la vida por defender ese bien tan preciado que es nuestra naturaleza, regalo de Dios, como dice el Papa Francisco y de la que el hombre es su vigilante y administrador.

 

Lo verdaderamente esperanzador es el poder de recuperación de la propia naturaleza, como así lo demuestran los aproximadamente más de 4.500 millones de años de la tierra donde se han combinado numerosas eras glaciales o de sequía y que son consecuencia de diversos fenómenos climáticos que los expertos los describen científicamente. Otra cuestión es la actuación degradante e incluso delictiva del hombre que a veces influye notablemente en los efectos perniciosos que producen incendios o inundaciones como los que estamos padeciendo estos últimos años.

 

Es por eso que lo que menos necesitamos los españoles ahora  es que se nos adoctrine una vez más con la agobiante religión climática en lugar de anunciar  medidas inmediatas para prevenir y luchar contra los incendios forestales,; mejorar la gestión y coordinación competencial entre todas las administraciones o dotar de todos los medios económicos y humanos necesarios a todos los servicios  centrales, autonómicos o locales implicados en este grave problema. Dejar que por incompetencia o impunidad de los causantes se queme la España forestal, nos lo demandarán las futuras generaciones.

 

Jorge Hernández Mollar

 

 

Corrupción Política, ¿existe una solución?

Plinio Corrêa de Oliveira, durante una conferencia

 

Es necesario restaurar las élites – élites morales, antes que nada – pero élites por excelencia, de familias en las cuales todavía alguna cosa se conserva por el recuerdo de sus mayores que fueron célebres por su honestidad.

 

Fe y recomposición moral de las élites: la solución para el gravísimo problema de la corrupción que se extiende, dejando al país en una dramática situación y al pueblo escandalizado.

En tesis, que una persona rica contribuya para obtener la elección de un candidato, no es en sí un acto deshonesto. Pero si ella contribuye financieramente porque, por ejemplo, el candidato a la presidencia de la República se compromete a darle tales o cuales negocios, eso se transforma en un acuerdo al menos sospechoso de ser ilegal. Esto equivale a que se contrate para un negocio público, no al más competente, sino a aquel que facilitó la ascensión del candidato. Ahí comienza a aparecer el lado espurio.

Un hecho que en sí mismo no tiene nada censurable, puede entretanto, dadas las circunstancias, ser una operación francamente ilícita.

Además de lo cual, no solo aquel que contribuyó con dinero tiene facilidades para recibir el negocio, sino también para ampliarlo. O sea, él puede cobrar al Estado una cantidad mucho mayor que la que cobraría alguien que no prestó ayuda al candidato. Eso sería deshonesto. Puede realizar el trabajo de modo insuficiente, y el Poder Público no reclama. Y entonces tenemos en escena una operación ilícita.

Es necesario restaurar las élites. El Marqués de Comillas (1853-1925) fue conocido como «el mayor limosnero de España»

Son variantes mayores o menores de un mismo pensamiento central, que se podría describir en torno de la sentencia del Derecho Romano: » Do ut des, facio ut des, do ut facias, facio ut facias» (Yo te doy para que tú me des, hago para que me des, doy para que hagas, hago para que hagas). (1)

Es un acuerdo que puede ser un robo o algo honesto.

La cuestión en su eje, en lo que ella tiene de más central, no está en la forma de gobierno ni en la forma de la economía, ella está en el grado de moralidad pública.

Muchas personas ven que la falta de religión es la raíz de todo mal, pero no quieren en absoluto propagarla para crear un ambiente de moralidad. Porque las obligaría a no ser ladronas. Ahora bien, ellas pueden concordar en que el robo es un acto despreciable, pero deducir de esto que ellas no robarán, es una cosa muy diferente.

Para eliminar la corrupción es necesario que haya un apostolado de carácter esencialmente religioso, por el cual se torne presente el auxilio de la gracia de Dios, que mueva las almas, las inteligencias y las voluntades, de manera que ellas se conviertan, y a partir de esta conversión alguna cosa se consiga. Tal conversión es evidentemente dificilísima en épocas de inmoralidad generalizada.

 

La religión ambientalista vista por un profesor de filosofía

 

Siendo así, es necesario si se quisiere descender a lo más recóndito del problema, que haya apóstoles – como los recomienda Dom Chautard (2) – de vida interior auténtica, deseosos verdaderamente del Reino de Dios antes de todo, y de que se haga la voluntad de Dios así en la Tierra como en el Cielo. Practicando ellos mismos tales virtudes, e incitando con el ejemplo y con la palabra – como también por la represión del Estado en alguna medida- a las personas a mudar de comportamiento.

Si no hubiere esto, no se consigue nada. El soborno se extiende como una mancha de aceite que cae sobre una hoja de papel: va penetrando y se esparce por toda la superficie del papel.

En cierto momento el número de ladrones puede tornarse tan grande, que se vuelve prácticamente imposible reprimir el crimen sin colocar a la nación entera en la cárcel. En esas circunstancias surge una necesidad: hay que encontrar una solución.

¿Cuál es la solución? Un acuerdo: el individuo podrá sobornar y no irá a prisión, sólo tendrá que pagar una cierta multa. Es el robo generalizado que continúa, con precios todavía más altos. Es la oficialización del robo.

Un ladrón de gallinas sorprendido saltando el muro de madrugada con dos o tres gallinas en la mano será preso. Irá a la prisión y quedará desmoralizado. El otro que arregló el negocio sucio, no queda desmoralizado, no es apresado, todo acaba en un arreglo y él gana más dinero.

Conclusión: todos roban a todos; el robo se establece como costumbre oficial; el trabajo pierde su prestigio y la competencia pierde su influencia.

*   *   *

De ese modo cualquier régimen, sea comunista o capitalista, se hunde en el robo y se deshace; resulta una «robolandia», en que una minoría de ladrones acaba dominando el país.

Se deshace la sociedad y se adultera la polémica. Unos se dicen socialistas; algunos comunistas; y otros capitalistas. Los comunistas acusan a los capitalistas porque en el régimen capitalista el robo se generaliza en todas sus formas. Los capitalistas acusan a los comunistas porque en el régimen comunista el robo se instala de todas las formas. Todo el mundo acusa a todo el mundo de ladrón, todos son ladrones. Y al final la situación se precipita hacia la anarquía y el caos.

Así vamos caminando hacia un orden de cosas en el que la discusión capitalismo-comunismo pierde su consistencia. El comunismo es capitalismo; el capitalismo es comunismo; todo el mundo es ladrón, a no ser una media docena de personas que todavía creen verdaderamente en Dios.

Se trata de un deterioro gradual, y en cuanto no hubiere una conversión religiosa, las instituciones van pudriéndose. En ese cuadro nadie puede tener una ilusión al respecto. Llevándose una vida común, que a primera vista puede parecer tranquila, la corrupción de las mentes es todavía peor que la de la economía. Y todo el mundo acaba acostumbrándose a esa situación.

Pero entonces, ¿cuál es el remedio para eso?

Es necesario restaurar las élites – élites morales, antes que nada – pero élites por excelencia, de familias en las cuales todavía alguna cosa se conserva por el recuerdo de sus mayores que fueron célebres por su honestidad, etc. O se trabaja para restaurar las verdaderas élites, o no hay solución. El remedio es restablecer el orden jerárquico en la sociedad.

Plinio Corrêa de Oliveira

 

La burbuja de la Ruta de la Seda

La situación de la economía mundial recuerda a la crisis de los 80 en los países emergentes, aunque con diferencias significativas. Una es el peso que ha adquirido China como acreedor global, especialmente entre los países de bajos ingresos. La lógica aconsejaría un entendimiento con Occidente para buscar soluciones que ahorren sufrimientos a estas poblaciones. Con el clima político actual es complicado que esto suceda. Además, la Ruta de la Seda, el gran programa chino de inversión en infraestructuras, se ha basado en acuerdos bilaterales a menudo opacos, hasta el punto de que a veces ni siquiera se conocen las cuantías reales de los créditos.

Sin negar la utilidad de algunos proyectos, otros son derrochadores, como las Torres Lotus de la capital de Sri Lanka, blanco de la ira popular. Va a ser difícil que Beijing se avenga a colaborar con Occidente o las instituciones multilaterales. Supondría reconocer errores, y este no es precisamente el punto fuerte del presidente Xi Jinping.

JD Mez Madrid

 

La pandemia en la vida familiar

Durante los últimos meses han proliferado por doquier los informes sobre los efectos de la pandemia en las economías familiares. Pero faltaba un estudio sobre cómo ha afectado a la comprensión de la vida familiar, a su capacidad de resiliencia y a sus dinámicas de relación. Patrocinado por la madrileña Fundación Casa de la Familia, la Cátedra Amoris Laetitia, de la Universidad Pontificia Comillas, ha presentado los resultados de una investigación sociológica que viene a llenar este hueco en el conocimiento de las consecuencias de la pandemia en la vida doméstica y que, a mi entender, tiene interés para muchos lectores.

Entre las conclusiones de esta investigación destaca que el 80% de los encuestados confiesa que la pandemia los ha llevado a valorar más la dimensión familiar. Para más del 70% les ha hecho aprender algo esencial para la vida, y el 59,3% de los padres y madres de familia dicen que van a esforzarse por transmitir más valores a sus hijos.

Pedro García

 

El nuevo impuesto a los bancos

Es la misma dinámica que anima el nuevo impuesto a los bancos. La agresiva subida de tipos de interés decidida la pasada semana por el Banco Central Europeo (BCE) va a encarecer de media las hipotecas 750 euros al año. Es precisamente el objetivo de una política monetaria destinada a luchar contra la inflación reduciendo la masa monetaria. A esto habrá que sumar los costes del nuevo impuesto que, inevitablemente, la banca repercutirá en los clientes. Hace unos meses un grupo de expertos elaboró un libro blanco con recomendaciones sobre la reforma fiscal pendiente desde hace tiempo. No se hablaba en ese libro de un impuesto específico para cierto sector empresarial. El BCE se ha manifestado en contra de los impuestos a la banca salvo que sea para rescatar algunas entidades. De hecho, es una medida que no ha tomado ningún país de nuestro entorno.

Domingo Martínez Madrid

 

“Herencias, heredades y herederos”

 

                                De mis muchas lecturas, quizá demasiadas, puede que lo más contundente que ahora recuerdo, de un pensamiento, escrito por “un destacado mono humano contemporáneo mío y español”, es el siguiente… “Yo soy yo y mis circunstancias”; lo escribió Ortega y Gasset (1); y en el mismo, se encuentra claramente para mí, lo que somos “ese mono humano que habita este minúsculo planeta”; o sea que en realidad, “no somos nada” y esa nada, sólo tiene “la vigencia o si se quiere importancia”, que da su propia existencia; “del antes no sabemos nada y del después, sólo llega la desaparición total y el olvido más o menos piadoso o indiferente si se quiere; y el que alcanza a todos, y reitero, todos, y “por grandes que se considerasen ellos mismos o sus contemporáneos en su momento de vida”, pues esa es otra verdad, ¿qué es nuestra vida en el tiempo? Sólo es eso, un momento o un instante de la eternidad; que después de “esa chispa de vida”, anula todo lo demás. Por ello, mejor buscar en la calma y meditación, “la medicina para vivir esa vida mucho mejor y sin hacer daño a nadie y menos a uno mismo”.

                     Es por lo que, “preocuparse o hacer planes para después de muerto, no deja de ser una ilusión, puesto que tras tu cadáver no tienes ni puta idea, de lo que van a hacer tus herederos, que en mayoría, sólo se preocuparán de llevarse lo más que puedan de tus bienes “sanos y limpios”; y ni les preocuparán las deudas que dejes (que también las heredan: ver diccionario de la RAE) y todo ello, “se lo tragará el tiempo en un piadoso olvido que alcanza a todos y a todo”.

                     Recuerdo mientras escribo a “un poderoso y el más rico de su tiempo y que vivió en el pasado siglo”; se llamó Aristóteles-Sócrates Onassis; tuvo dos hijos (hijo e hija); su “ojo derecho y sucesor”, era su hijo, al que costeó de “todo” como inmensamente rico que era, pero el que al final, se le muere y lo pierde, “ya criado y en edad adulta”; después muere el padre y deja a la hija como única heredera; la que muere después; y el total de su inmensa fortuna, al final la recibe, una nieta que ni llegó a conocer. Al final su herencia (para mí) son las terribles palabras que pronunciara, debido a las, “experiencias que vivió en su agitada vida llena de ambiciones”… “En este mundo todo se compra con dinero; y lo que no se compra con dinero, se compra con… más dinero”.  Indudablemente, todo ello mueve a meditaciones infinitas, ¿no creen?

                     Remontémonos en el tiempo y analicemos el que puede ser, “el individuo más famoso, ambicioso, incluso “guapo”; y que en pocos años conquista un fabuloso imperio, considerando igualmente y “con la mentalidad de este planeta”, que fue el único que llegó a, “tener de todo y por todo y en la plenitud de su vida pues vivió solo 33 años”; y está en la Historia como “Alejandro Magno o el Grande” (2). Veamos un resumen.

                     “Murió el 10 de junio del 323 a.C. Alejandro dejaba dos herederos “débiles”¸ un hermanastro al que consideraban idiota y un hijo aún no nacido y en el vientre de una de sus tres esposas. Todo ello traería lo que vino después. La mujer preñada asesina a las otras dos viudas, para asegurarse que el hijo en su barriga, no pudiese tener otro competidor que “apareciera de improviso”. Los generales o lugartenientes del muerto, se dedicaron a combatirse mutuamente para repartirse la herencia, matando de paso a toda la familia que aún vivía y como tal posibles herederos en liza; mataron incluso a la madre de Alejandro; igualmente al hijo que ya nacido, no llegó a vivir los doce años. Las luchas fueron largas y ocupan un buen espacio en la historia “del mono humano”. Seleuco, uno de los lugartenientes de Alejandro, vendió los territorios conquistados en la hoy India, a un caudillo nativo, por “quinientos elefantes de guerra y para emplearlos contra el resto de litigantes”. Al final de tanta lucha y de “montañas de cadáveres”, sólo quedan tres “cabecillas”; Seleuco en Asia, Antígono en Macedonia y Ptolomeo, en Egipto; que dicho sea de paso, es el que consolida la nueva “serie de faraones”, que terminará con el reinado de la famosa Cleopatra. Mucho antes y en el año de su muerte, el cadáver “del magno”, debidamente embalsamado con “miel y otros ungüentos”, y metido en un ataúd de oro macizo, sale de Babilonia y en procesión dicen llevarlo a su tierra natal (Macedonia) pero Ptolomeo se interpone en el camino, y se lo lleva a donde él imperó como faraón, llevándolo a la ciudad que fundara y que es la única que hoy lleva su nombre (Alejandría el resto que son varias docenas, hoy son denominadas de otra manera) donde le dedicó una suntuosa tumba, donde el cadáver momificado, fue puesto para veneración de “las masas” (o sea lo mismo que los comunistas hicieron en Moscú con la momia de Lenin, que aún sigue como escaparate de aquel desastre mundial)        ; momia que llega a ver hasta el primer emperador romano (Augusto); pero que luego desaparece; se dice que “hecha trocitos como reliquia de santos”; igualmente aquella ostentosa tumba, hoy desaparecida totalmente, puesto que no encuentran ni indicios de ella.

                     Y así acaba la historia, del que se considera, “el más grande de los grandes de este perro mundo”; lo que es  toda una lección para el inteligente “mono humano”, que aún piensa y define, las realidades de la vida en la Tierra.  

                                Así es que, mejor pensar en las realidades y no soñar imposibles y por ejemplo, entrar en mi Web o en la Biblia de San Mateo y leer, “El Sermón del monte o la montaña, que es la Constitución del verdadero Cristianismo y que según el evangelista, la dictó el propio profeta en un discurso, en el que hay que “echarle bemoles”, para leerlo y releerlo despacio, antes de considerarse cristiano: Amén.

NOTAS

(1) “Yo soy yo y mis circunstancias”: Esta expresión se ha convertido en todo un referente del pensamiento español y pertenece a un gran ensayista y filósofo como fue José Ortega y Gasset, en

 ella se explica de manera acertada que la vida se compone del yo más las circunstancias, dos ingredientes; Yo soy yo y mi medio, no puedo separar el medio del que vivo, de mi yo.

 

(2) Alejandro III de Macedonia (Pela20 o 21 de julio de, 356 a.C. y Babilonia10 u 11 de junio de 323 a. C.), más conocido como Alejandro Magno (romanizaciónMégas Aléxandros) o Alejandro el Grande, fue rey de Macedonia (desde 336 a. C.), hegemón de Grecia, faraón de Egipto (332 a. C) y Gran rey de Media y Persia (331 a. C), hasta la fecha de su muerte.

 

Antonio García Fuentes

                                                       (Escritor y filósofo)              

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