Las Noticias de hoy 16 Enero 2023

Enviado por adminideas el Lun, 16/01/2023 - 11:55

Si vas a defender algo hasta la muerte que sea a la familia" <3 | Frases  sabias, Frases verdaderas, Frases motivadoras

Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    lunes, 16 de enero de 2023    

Indice:

ROME REPORTS

Libertad de los apegos, cultivar la virtud de hacernos a un lado

El Papa. Elementos para formación sacerdotal: diálogo, comunión y misión

El 30 de septiembre Vigilia ecuménica "para confiar a Dios los trabajos del Sínodo"

SANTIDAD DE LA IGLESIA : Francisco Fernandez Carbajal

Evangelio del lunes: para disfrutar de la cercanía de Dios

“El dolor de corregir” : San Josemaria

«Conocerle y conocerte». La oración personal, lugar de encuentro con el Dios cercano

Agradar a Dios (II): lo normal, discreto y divino. Los sacramentos cotidianos : Diego Zalbidea

Por qué la sociedad te quiere infeliz, pero Jesús no : Luigi Maria Epicoco

El amor en el matrimonio : Carlos Rodríguez Amez

“UN HUMILDE TRABAJADOR”. EL LEGADO DE UN GRAN HOMBRE : José Martínez Colín

Cultura empresarial para un tiempo nuevo : Antonio Argandoña

Benedicto XVI y la necesidad de una nueva antropología de la educación : Luis Eduardo Martínez Bastardo

Cardenal Arizmendi: Benedicto XVI: Dios es Amor

Iñaki Gabilondo: “Los periodistas tenemos que construir territorios de confianza. La ética está en el principio y el fin de nuestra supervivencia”

El “antihumanismo” : José Morales Martín

En el debate sobre el aborto ¿Un derecho, el aborto? : Josefa Romo

Marcado por la alegría del evangelio : Jesús D Mez Madrid

La interacción de hombres y mujeres con el móvil : JD Mez Madrid

Escuchar la voz y el silencio de Dios : Martín Gelabert Ballester

 

 

ROME REPORTS

 

Libertad de los apegos, cultivar la virtud de hacernos a un lado

En su alocución previa al rezo mariano, Francisco explica la importancia de dejar de lado los apegos, cultivar la virtud del hacernos a un lado en el momento oportuno, testimoniando que el punto de referencia de la vida es Jesús.

Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano

El Papa Francisco, en su alocución de hoy previa al rezo mariano del Ángelus, ha reflexionado sobre el Evangelio de hoy que recoge el testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús después de haberlo bautizado en el río Jordán. Al respecto reflexionó sobre la importancia de ser libres de los apegos, de cultivar la virtud de hacerse a un lado.

Nos cuestionó si somos capaces de hacer sitio a los demás, de  escucharlos, de dejarlos libres, de no atarlos a nosotros pretendiendo gratitud. Francisco nos preguntó si somos capaces de atraer a los demás hacia Jesús o hacia nosotros mismos. Y siguiendo  el ejemplo de Juan, nos preguntó si sabemos  alegrarnos de que las personas emprendan su propio camino y sigan su llamada, incluso si eso implica un poco de desapego respecto a nosotros, si nos alegramos de sus logros, ¿con sinceridad y sin envidia?

Juan el Bautista

Juan el Bautista hablando de Jesús dice: «A Él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo» (vv. 29-30). Al respecto, Francisco, hablando de Juan el Bautista, explicó que esta declaración revela el espíritu de servicio de Juan. Él fue enviado a preparar el camino al Mesías, y lo hizo sin ahorrar esfuerzos, dijo el Papa.

“Humanamente, se podría pensar que le será entregado un “premio”, un puesto relevante en la vida pública de Jesús. En cambio, no. Una vez cumplida su misión, Juan sabe hacerse a un lado, se retira de la escena para dejar el sitio a Jesús. Ha visto al Espíritu descender sobre Él (cfr. vv. 33-34), lo ha señalado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y ahora se dispone a escucharlo humildemente”.

El signo del verdadero educador

Juan el Bautista, afirmó el Papa, predicó y reunió discípulos, los formó, y, sin embargo, señaló Francisco, no ata a nadie a sí. Este es el signo del verdadero educador remarcó, no atar a las personas a uno mismo.

“Juan pone a sus discípulos sobre las huellas de Jesús. No está interesado a tener seguidores, a obtener prestigio y éxito, sino que presenta su testimonio y luego da un paso atrás para que muchos tengan la alegría de encontrar a Jesús”.

La libertad respecto a los apegos

 

15/01/2023El 30 de septiembre Vigilia ecuménica "para confiar a Dios los trabajos del Sínodo"

Con este espíritu de servicio, con su capacidad de dejar sitio, Juan el Bautista nos enseña una cosa importante, enfatizó Francisco: la libertad respecto a los apegos. Sí, porque es fácil apegarse a roles y posiciones, a la necesidad de ser estimados, reconocidos y premiados.

Sin embargo, para el Santo Padre, este apego, aunque si es natural, no es bueno, porque como dijo el Papa, el servicio implica la gratuidad, el cuidar de los demás sin ventajas para uno mismo, sin segundos fines.

“Nos hará bien cultivar, como Juan, la virtud del hacernos a un lado en el momento oportuno, testimoniando que el punto de referencia de la vida es Jesús”.

Hacerse a un lado, aprender a despedirse: he cumplido esta misión, he tenido este encuentro, me hago a un lado y dejo lugar al Señor. Aprender a hacerse a un lado, a no tomar algo como una recompensa para nosotros.

Crecer en espíritu de servicio 

Libertad de los apegos, esto dijo el Papa es importante, para un sacerdote “que está llamado a predicar y celebrar no por afán de protagonismo o por interés, sino para acompañar a los demás hacia Jesús”. O en los padres de familia, que educan a sus hijos con sacrificios y luego los dejan libres para que sigan su propio camino en la vida. Al respecto, el Pontífice dijo que es justo que “los padres sigan asegurando su presencia diciendo a los hijos: «no los dejamos solos»; pero con discreción, sin intromisión”.

Liberarse de los apegos y hacerse a un lado cuesta recordó Francisco, pero es importante hacerlo siempre, en todo momento, en la amistad, en la vida de pareja, en la vida comunitaria: es el paso decisivo para crecer en el espíritu de servicio.

 

El Papa. Elementos para formación sacerdotal: diálogo, comunión y misión

Francisco al recibir a los miembros del Pontificio Colegio Norteamericano les dijo además que en este camino de escucha del Espíritu Santo y de unos con otros, es un reto y tarea a la que están llamados como sacerdotes al servicio pastoral.

Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano

El Papa Francisco recibió esta mañana a los sacerdotes, diáconos, seminaristas y personal del Pontificio Colegio Norteamericano, y les recordó su visita al Colegio en mayo de 2015 y la celebración de la Misa en la Capilla.

Un encuentro el del colegio norteamericano que coincide “con el camino sinodal que toda la Iglesia está emprendiendo actualmente, un camino de escucha del Espíritu Santo y de unos con otros, para discernir cómo ayudar a los miembros del pueblo santo de Dios a vivir el don de la comunión y a convertirse en discípulos misioneros”, les dijo, afirmando que este es también el reto y la tarea que están llamados a asumir mientras recorren juntos el camino hacia la ordenación sacerdotal y el servicio pastoral.

Tres elementos esenciales para la formación sacerdotal

Diálogo, comunión y misión son los tres elementos que Francisco consideró esenciales para la formación sacerdotal. Y se pueden apreciar, dijo, en el pasaje del Evangelio de San Juan que narra cómo Andrés y otro discípulo de Juan el Bautista se encuentran con Jesús, permanecen con Él durante un tiempo y luego conducen a otros, en particular a Simón Pedro, al encuentro del Señor (cf. Jn 1,35-42).

El diálogo

“Cuando Jesús se dio cuenta de que los discípulos le seguían, les preguntó qué buscaban. Cuando le preguntaron dónde se alojaba, les invitó: "Venid y lo veréis" (vv. 38-39)”.

Al respecto, Francisco les dijo que, en sus vidas sacerdotales, pero en especial en el “tiempo de formación seminarística, el Señor entra en un diálogo personal” con cada uno de ellos, y les pregunta, qué buscan, invitándolos seguidamente a "venir y ver", a hablar con Él, dijo el Papa, abriendo sus corazones y entregándose a “Él con confianza en la fe y en el amor”.

 Se trata, les afirmó, de cultivar una relación cotidiana con Jesús, alimentada sobre todo por la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la ayuda del acompañamiento espiritual y la escucha silenciosa ante el Sagrario.

"Es en estos momentos de relación familiar con el Señor cuando mejor podemos escuchar su voz y descubrir cómo servirle a Él y a su pueblo con generosidad y de todo corazón".

La comunión

"San Juan nos dice también que aquel día los discípulos "se quedaron con" Jesús (v. 39). He aquí el segundo elemento esencial: la comunión. Permaneciendo con Jesús, los discípulos empezaron a aprender, de sus palabras, de sus gestos e incluso de su mirada, lo que realmente le importaba y lo que el Padre le había enviado a anunciar".

Como los discípulos de Jesús aprendieron de sus palabras, de sus gestos, de su mirada, cuando se quedaron con Él, también el camino  de la formación sacerdotal exige una comunión constante, señaló: en primer lugar con Dios, pero también con los que están unidos en el cuerpo de Cristo, la Iglesia.

Francisco les invitó además, para que durante los años de estancia en Roma, que mantengan los "ojos abiertos tanto al misterio de la unidad de la Iglesia, manifestada en su legítima diversidad, pero vivida en la unicidad de la fe", estar alertas también, manteniendo losojos abiertos  al testimonio profético de caridad que la Iglesia, particularmente aquí en Roma, señaló, expresa a través de sus actos concretos de compartir y de ayuda a los necesitados. Con el objetivo, remarcó, de que estas experiencias les ayuden a desarrollar ese "amor fraterno capaz de ver la grandeza sagrada del prójimo, de encontrar a Dios en cada ser humano, de soportar en común los acosos de la vida (cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 92)".

La misión

Retomando el texto litúrgico, el Santo Padre, mencionando el último elemento, recordó que, después de quedarse con Jesús, Andrés fue a buscar a su hermano Simón y se lo llevó (cf. Jn 1,40-41).

"Aquí vemos cómo el testimonio, nacido del diálogo y de la comunión con Cristo, se convierte en misión: los discípulos, en cuanto son llamados, salen a atraer a los demás con su testimonio".

Y recordó a los sacerdotes, que cuando Jesús llama a hombres y mujeres, "lo hace para enviarlos", en particular a los más vulnerables y a los marginados de la sociedad, a quienes no sólo estamos llamados a servir, sino de quienes también podemos aprender mucho. Ante un mundo individualista, Francisco dijo que hoy día, la gente "necesita que se escuchen sus preguntas, sus angustias y sus sueños", para que podamos acompañarla mejor hacia el Señor, que reaviva la esperanza y renueva la vida de todos".

Por último, expresó su confianza, que, mientras los religiosos de este Colegio Pontificio llevan a cabo "las obras de misericordia espirituales y corporales a través de los diversos apostolados educativos y caritativos en los que ya están comprometidos, sean siempre signos de una Iglesia que sabe salir al encuentro (cf. Evangelii gaudium, 20), compartiendo la presencia, la compasión y el amor de Jesús con nuestros hermanos y hermanas." 

 

El 30 de septiembre Vigilia ecuménica "para confiar a Dios los trabajos del Sínodo"

Tras el rezo del Ángelus, el Papa recuerda la Semana de oración por la unidad de los cristianos, del 18 al 25 de enero, sobre el tema: "Aprendan a hacer el bien, busquen la justicia" y vincula el camino ecuménico al de la "conversión sinodal de la Iglesia". Nuevo llamamiento a no olvidar "al martirizado pueblo ucraniano que tanto sufre" con sentimientos, ayuda y oración

Alessandro Di Bussolo - Ciudad del Vaticano

Vigilia ecuménica de oración para confiar a Dios los trabajos de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, sobre el tema de la Sinodalidad, que tendrá lugar en octubre. El Papa Francisco lo anunció este domingo, tras el rezo del Ángelus, explicando que se organizará el sábado 30 de septiembre en la Plaza de San Pedro, y que "para los jóvenes que vendrán a la Vigilia habrá un programa especial durante todo ese fin de semana, organizado por la Comunidad de Taizé".

El Papa subrayó que "el camino para la unidad de los cristianos y el camino de la conversión sinodal de la Iglesia están unidos" y, de hecho, eligió anunciar este importante nombramiento después de haber recordado:

“Del 18 al 25 de enero se celebrará la tradicional Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El tema de este año está tomado del profeta Isaías: "Aprendan a hacer el bien, busquen la justicia". Agradezcamos al Señor, que con fidelidad y paciencia guía a su pueblo hacia la plena comunión, y pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine y sostenga con sus dones”

El pensamiento de Francisco se dirige a continuación a la amada y sufrida Ucrania:

“Hermanos y hermanas, no olvidemos al martirizado pueblo ucraniano que tanto sufre. Permanezcamos cerca de ellos con nuestros sentimientos, con nuestra ayuda, con nuestras oraciones”

Finalmente saludó a los fieles españoles de Murcia y a los de Sciacca en Sicilia, deseando que "la visita a la tumba de Pedro fortalezca su fe y su testimonio".

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15/01/2023Libertad de los apegos, cultivar la virtud de hacernos a un lado

 

 

 

SANTIDAD DE LA IGLESIA

— La Iglesia es santa y produce frutos de santidad.

— Santidad de la Iglesia y miembros pecadores.

— Ser buenos hijos de la Iglesia.

I. El Antiguo Testamento, de mil formas diferentes, anuncia y prefigura todo lo que tiene lugar en el Nuevo. Y este es plenitud y cumplimiento de aquel. Cristo muestra el contraste entre el espíritu que Él trae y el del judaísmo de su época. Este espíritu nuevo no será como una pieza añadida a lo viejo, sino un principio pleno y definitivo que sustituye las realidades provisionales e imperfectas de la antigua Revelación. La novedad del mensaje de Cristo, su plenitud, como un vino nuevo, no cabe ya en los moldes de la Antigua Ley. Nadie echa vino nuevo en odres viejos...1.

Quienes le escuchan entienden bien las imágenes que emplea el Señor para hablar del Reino de los Cielos. Nadie debe cometer el error de remendar un vestido viejo con un trozo de tela nueva, porque el paño nuevo encogerá al mojarse, desgarrando aún más el vestido viejo y pasado, con lo que se perderían los dos al mismo tiempo.

La Iglesia es el vestido nuevo, sin roturas; es la vasija nueva preparada para recibir el espíritu de Cristo, que llevará generosamente hasta los confines del mundo, y mientras existan hombres sobre la tierra, el mensaje y la fuerza salvífica de su Señor.

Con la Ascensión se cierra una etapa de la Revelación, y comienza en Pentecostés el tiempo de la Iglesia2, Cuerpo Místico de Cristo, que continúa la acción santificadora de Jesús, principalmente a través de los sacramentos, y nos consigue abundantes gracias por su intercesión, a través también de los sacramentos y de los ritos externos que Ella ha instituido: las bendiciones, el agua bendita...; su doctrina ilumina nuestra inteligencia, nos da a conocer al Señor, nos permite tratarlo y amarlo. Por eso, nuestra Madre la Iglesia jamás ha transigido con el error en la doctrina de fe, con la verdad parcial o deformada; se ha mantenido siempre vigilante para mantener la fe en toda su pureza, y la ha enseñado por el mundo entero. Gracias a su indefectible fidelidad, por la asistencia del Espíritu Santo, podemos nosotros conocer la doctrina que enseñó Jesucristo, y en su mismo sentido, sin cambio ni variación alguna. Desde los días de Pentecostés hasta hoy, se sigue escuchando la voz de Cristo.

Todo árbol bueno produce buenos frutos3, y la Iglesia da frutos de santidad4. Desde los primeros cristianos, que se llamaron entre sí santos, hasta nuestros días, han resplandecido los santos de toda edad, raza y condición. La santidad no está de ordinario en cosas llamativas, no hace ruido, es sobrenatural; pero trasciende enseguida, porque la caridad, que es la esencia de la santidad, tiene manifestaciones externas: en el modo de vivir todas las virtudes, en la forma de realizar el trabajo, en el afán apostólico... «Mirad cómo se aman», decían de los primeros cristianos5; y los habitantes de Jerusalén los contemplaban con admiración y respeto, porque advertían los signos de la acción del Espíritu Santo en ellos6.

Hoy, en este rato de oración y durante el día, podemos dar gracias al Señor por tantos bienes como hemos recibido a través de nuestra Madre la Iglesia. Son dones impagables. ¿Qué sería de nuestra vida sin esos medios de santificación que son los sacramentos? ¿Cómo podríamos conocer la Palabra de Jesús –¡palabras de vida eterna!– y sus enseñanzas si no hubieran sido guardadas con tanta fidelidad?

II. Desde el mismo momento de su fundación, el Señor ha tenido en su Iglesia un pueblo santo, lleno de buenas obras7. Puede afirmarse que en todos los tiempos «la Iglesia de Dios, sin dejar de ofrecer nunca a los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo»8. Santidad en su Cabeza, Cristo, y santidad en muchos de sus miembros también. Santidad por la práctica ejemplar de las virtudes humanas y las sobrenaturales. Santidad heroica es la de aquellos que «son de carne, pero no viven según la carne. Habitan en la tierra, pero su patria es el Cielo... Aman a los otros y los otros los persiguen. Se les calumnia y ellos bendicen. Se les injuria y ellos honran a sus detractores... Su actitud (...) es una manifestación del poder de Dios»9. Son innumerables los fieles que han vivido su fe heroicamente: todos están en el Cielo, aunque la Iglesia haya canonizado solo a unos pocos. Son también incontables, aquí en la tierra, las madres de familia que, llenas de fe, sacan adelante a su familia, con generosidad, sin pensar en ellas mismas; trabajadores de todas las profesiones que santifican su trabajo; estudiantes que realizan un apostolado eficaz y saben ir con alegría contra corriente; y tantos enfermos que ofrecen sus vidas en el hogar o en un hospital por sus hermanos en la fe, con gozo y paz...

Esta santidad radiante de la Iglesia queda velada en ocasiones por las miserias personales de los hombres que la componen. Aunque, por otra parte, esas mismas deslealtades y flaquezas contribuyen a manifestar, por contraste, como las sombras de un cuadro realzan la luz y los colores, la presencia santificadora del Espíritu Santo, que la sostiene limpia en medio de tantas debilidades.

Nadie echa vino nuevo en odres viejos: el licor divino de las enseñanzas del Señor, de la vida que nos ha dispensado al traernos a su Iglesia, se ha de contener en nuestra alma, un recipiente que debe ser digno, pero que es defectible, que puede fallar. Con fe y con amor entendemos que la Iglesia sea santa y que sus miembros tengan defectos, sean pecadores. En Ella «están reunidos buenos y malos. Está formada por diversidad de hijos, porque a todos engendra en la fe; pero de tal modo que no a todos, por culpa de ellos, logra conducir a la libertad de la gracia mediante la renovación de sus vidas»10. La misma Iglesia está constituida por hombres que alcanzaron ya su destino eterno –los santos del Cielo–, por otros que purgan en espera del premio definitivo, y también por los que aquí en la tierra han de luchar con sus defectos y malas inclinaciones para ser fieles a Cristo. No es razonable –y va contra la fe y contra la justicia– juzgar a la Iglesia por la conducta de algunos miembros suyos que no saben corresponder a la llamada de Dios; es una deformación grave e injusta, que olvida la entrega de Cristo, que amó a su Iglesia y se sacrificó por ella, para santificarla, limpiándola en el bautismo del agua, a fin de hacerla comparecer delante de Él llena de gloria, sin arruga ni cosa semejante, sino siendo santa e inmaculada11. No olvidemos a Santa María, a San José, a tantos mártires y santos; tengamos siempre presente la santidad de la doctrina y del culto y de los sacramentos y de la moral de la Iglesia; consideremos frecuentemente las virtudes cristianas y las obras de misericordia, que adornan y adornarán siempre la vida de tantos cristianos... Esto nos moverá a portarnos siempre como buenos hijos de la Iglesia, a amarla más y más, a rezar por aquellos hermanos nuestros que más lo necesitan.

III. La Iglesia no deja de ser santa por las debilidades de sus hijos, que son siempre estrictamente personales, aunque estas faltas tengan mucha influencia en el resto de sus hermanos. Por eso, un buen hijo no tolera los insultos a su Madre, ni que le achaquen defectos que no tiene, que la critiquen y maltraten.

Por otra parte, incluso en aquellos tiempos en que el verdadero rostro ha estado velado por la infidelidad de muchos que deberían haber sido fieles y cuando solo aparecen vidas de muy escasa piedad, en esos momentos –quizá ocultas a la mirada de las gentes– existen almas santas y heroicas. Aun en las épocas más oscurecidas por el materialismo, la sensualidad y el deseo de bienestar, hay hombres y mujeres fieles que en medio de sus quehaceres son la alegría de Dios en el mundo.

La Iglesia es Madre: su misión es la de «engendrar hijos, educarlos y regirlos, guiando con materno cuidado la vida de los individuos y los pueblos»12. Ella –santa y madre de todos nosotros13– nos proporciona todos los medios para adquirir la santidad. Nadie puede llegar a ser buen hijo de Dios si no vive con amor y piedad estos medios de santificación, porque «no puede tener a Dios como Padre, quien no tiene a la Iglesia como Madre»14. De aquí que no se concibe un gran amor a Dios sin un gran amor a la Iglesia.

Como el amor a Dios brota del amor que Él nos tiene –Él nos amó primero a nosotros15–, el amor a la Iglesia ha de nacer del agradecimiento por los medios que nos brinda para que alcancemos la santidad. Le debemos amor por el sacerdocio, por los sacramentos todos –y de modo muy particular por la Sagrada Eucaristía–, por la liturgia, por el tesoro de la fe que ha guardado fielmente a lo largo de los siglos... La miramos nosotros con ojos de fe y de amor, y la vemos santa, limpísima, sin arruga.

Si la Iglesia, por voluntad de Jesucristo, es Madre –una buena madre–, tengamos nosotros la actitud de unos buenos hijos. No permitamos que se la trate como si fuera una sociedad humana, olvidando el misterio profundo que en Ella se encierra; no queramos escuchar críticas contra sacerdotes, obispos... Y cuando veamos errores y defectos de quienes quizá tenían que ser más ejemplares, sepamos disculpar, resaltar otros aspectos positivos de esas personas, recemos por ellos... y, en su caso, ayudémosles con la corrección fraterna, si nos es posible. «Amor con amor se paga», un amor con obras, que sea notorio, por quienes habitualmente nos conocen y tratan.

Terminamos nuestra oración invocando a Santa María, Mater Ecclesiae, Madre de la Iglesia, para que nos enseñe a amarla cada día más.

1 Mc 2, 22. — 2 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 4.  3 Mt 7, 17. — 4 Cfr. Catecismo Romano, I, 10, n. 15. — 5 Tertuliano, Apologético, 39, 7. — 6 Cfr. Hech 2, 33. — 7 Tit 2, 14.  8 Pío XI, Enc. Quas primas, 11-XII-1925, 4.  9 Epístola a Diogneto, 5, 6, 16; 7, 9. — 10 San Gregorio Magno, Homilía 38, 7. — 11 Ef 5, 25-27. — 12 Juan XXIII, Enc. Mater et magistra, Introd. — 13 Cfr. San Cirilo de Jerusalén, Catequesis, 18, 26. — 14 San Cipriano, Sobre la unidad de la Iglesia Católica, 6. — 15 1 Jn 4, 10.

 

Evangelio del lunes: para disfrutar de la cercanía de Dios

Comentario del lunes de la 2.ª semana del tiempo ordinario. “Durante el tiempo en que tienen al esposo con ellos no pueden ayunar. Ya vendrán días en que les será arrebatado el esposo; entonces, en aquel día, ya ayunarán”: el camino hacia la santidad sabe pasar por abundancia y por estrechez, pero siempre con alegría, porque en todo momento el Señor está cerca de nosotros.

16/01/2023

Evangelio (Mc 2,18-22)

Los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno; y vinieron a decirle:

—¿Por qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan y, en cambio, tus discípulos no ayunan?

Jesús les respondió:

—¿Acaso pueden ayunar los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Durante el tiempo en que tienen al esposo con ellos no pueden ayunar. Ya vendrán días en que les será arrebatado el esposo; entonces, en aquel día, ya ayunarán.

»Nadie cose un remiendo de paño nuevo a un vestido viejo; porque entonces lo añadido tira de él, lo nuevo de lo viejo, y se produce un desgarrón peor. Tampoco echa nadie vino nuevo en odres viejos; porque entonces el vino hace reventar los odres, y se pierden el vino y los odres. Para vino nuevo, odres nuevos.


Comentario

El ayuno es un modo de rezar con el cuerpo: a través del “vacío” que experimentamos en nuestra dimensión orgánica nos acordamos de que el “vacío” más crítico es el de la ausencia de Dios. El ayuno –y en general todo tipo de abstinencia– es como un impulso para desear más intensamente la presencia del Señor en nuestra vida, para que apaguemos solo en Él nuestras ansias de plenitud.

Un ayuno que nos impida disfrutar de la cercanía de Dios no tendría sentido: eso es lo que Jesús hace ver hoy en el Evangelio. Por eso sus discípulos no ayunan de la misma manera que los de Juan Bautista y de los fariseos: los discípulos de Jesús gozan ya de la alegría de convivir con el Hijo de Dios, mientras que los otros todavía no lo han descubierto.

Una señal de la llegada de los tiempos mesiánicos era precisamente la abundancia: lo vemos, por ejemplo, en el delicioso vino de las bodas de Caná, o en la gran cantidad de panes y peces que Jesús ofreció a la multitud. Era bueno para los discípulos de Cristo que experimentaran también esa sensación de bienestar cuando estaban con Él. Es lo mismo que hacemos hoy los cristianos cuando celebramos las fiestas de una manera magnánima, en la belleza del culto, en la alegría del festejo y en el sabor de la mesa.

Pero el Señor añade que «Ya vendrán días en que les será arrebatado el esposo; entonces, en aquel día, ya ayunarán». En la vida cristiana también hay momentos de penitencia, de sujetar al cuerpo para despertar más los deseos de Dios. La santidad tiene esa riqueza de pasar por estrechez y por abundancia, pero siempre con alegría, porque en todo momento el Señor está cerca de nosotros.

Cuando nos mortificamos no olvidamos que Cristo ya ha triunfado y que su vida está en nosotros. Por eso, la mortificación se practica con flexibilidad: «La santidad tiene la flexibilidad de los músculos sueltos. El que quiere ser santo sabe desenvolverse de tal manera que, mientras hace una cosa que le mortifica, omite —si no es ofensa a Dios— otra que también le cuesta y da gracias al Señor por esta comodidad. (…) La santidad no tiene la rigidez del cartón: sabe sonreír, ceder, esperar. Es vida: vida sobrenatural» (san Josemaría, Forja, n. 156).

 

 

“El dolor de corregir”

Se esconde una gran comodidad –y a veces una gran falta de responsabilidad– en quienes, constituidos en autoridad, huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros. Se ahorran quizá disgustos en esta vida..., pero ponen en juego la felicidad eterna –suya y de los otros– por sus omisiones, que son verdaderos pecados. (Forja, 577)

16 de enero

El santo, para la vida de tantos, es "incómodo". Pero eso no significa que haya de ser insoportable.

–Su celo nunca debe ser amargo; su corrección nunca debe ser hiriente; su ejemplo nunca debe ser una bofetada moral, arrogante, en la cara del prójimo. (Forja, 578)

Por lo tanto, cuando en nuestra vida personal o en la de los otros advirtamos algo que no va, algo que necesita del auxilio espiritual y humano que podemos y debemos prestar los hijos de Dios, una manifestación clara de prudencia consistirá en poner el remedio oportuno, a fondo, con caridad y con fortaleza, con sinceridad. No caben las inhibiciones. Es equivocado pensar que con omisiones o con retrasos se resuelven los problemas.

La prudencia exige que, siempre que la situación lo requiera, se emplee la medicina, totalmente y sin paliativos, después de dejar al descubierto la llaga. Al notar los menores síntomas del mal, sed sencillos, veraces, tanto si habéis de curar como si habéis de recibir esa asistencia. En esos casos se ha de permitir, al que se encuentra en condiciones de sanar en nombre de Dios, que apriete desde lejos, y a continuación más cerca, y más cerca, hasta que salga todo el pus, de modo que el foco de infección acabe bien limpio. En primer lugar hemos de proceder así con nosotros mismos, y con quienes, por motivos de justicia o de caridad, tenemos obligación de ayudar: encomiendo especialmente a los padres, y a los que se dedican a tareas de formación y de enseñanza. (Amigos de Dios, 157)

 

 

«Conocerle y conocerte». La oración personal, lugar de encuentro con el Dios cercano

Libro con doce contribuciones de otros tantos autores, que forman un itinerario para caminar junto a Jesús y llegar a contemplar a Dios en nuestra vida ordinaria. También está disponible en formato audio.

«Conocerle y conocerte». La oración personal, lugar de encuentro con el Dios cercano

17/02/2022

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La oración es un impulso, es una invocación que va más allá de nosotros mismos: algo que nace en lo más profundo de nuestra persona y llega, porque siente la nostalgia de un encuentro. Esa nostalgia, que es (...) más que una necesidad: es un camino. La oración es la voz de un “yo” que va a tientas, que procede a tientas, en busca de un “tú”. El encuentro entre el “yo” y el “tú” no se puede hacer con calculadoras: es un encuentro humano y muchas veces procedemos a tientas para encontrar el “tú” que mi “yo” está buscando.

Este libro recoge doce contribuciones de otros tantos autores, que forman un itinerario para caminar junto a Jesús y llegar a contemplar a Dios en nuestra vida ordinaria. Su objetivo es facilitar ese encuentro con quien nos ama desde la eternidad, para que transforme nuestras vidas y nos permita dar un fruto que, aunque se encuentra fuera de nuestro alcance, está hecho a la medida de nuestro corazón. 

La oración es un don que Dios quiere entregarnos a todos. De cada uno de nosotros depende tan solo remover los obstáculos que nos impiden acogerlo con los brazos abiertos. Ojalá estos textos, escritos desde la aspiración a rezar más y mejor, nos ayuden a anhelar, a pedir y a cultivar esa relación que transformará nuestras vidas en lo que Dios ha soñado para ellas.

El editor del libro es Rubén Herce Sacerdote. Trabaja con universitarios desde hace más de una década. Es subdirector del Instituto Core Curriculum y del grupo Ciencia, Razón y Fe (CRYF) de la Universidad de Navarra y también codirige la revista Scientia et Fides.


1. Robar el corazón a Cristo. Tantas personas, tantas formas de rezar.

El buen ladrón con una palabra robó el corazón a Cristo y abrió las puertas del Cielo. Así es la oración: una palabra que roba el corazón a Jesús y nos permite vivir, desde ese momento, junto a Él.

2. De labios de Jesús. Orar desde la palabra de Dios. 

En este segundo editorial de la serie se considera la iniciativa de Dios en la oración, que acude al encuentro del hombre y educa su corazón para que pueda entrar en relación con Él y descubra su condición de hijo amado de Dios.

3. En compañía de los santos. Maestros y compañeros de oración.

Para aprender a orar pueden servirnos de ayuda aquellos hombres y mujeres que lo hicieron durante su vida: los santos. De manera especial, santa María.

4. Cuando sabemos ponernos a la escucha. El silencio interior. 

La vida de Moisés nos enseña que, para cumplir la misión a la que estamos llamados, necesitamos ser transformados por el Espíritu Santo a través de la escucha de Dios en el diálogo filial con Él.

5. Cómo nos habla Dios. Algunas pistas para descubrir su lenguaje. 

El lenguaje de la oración es misterioso: no podemos controlarlo pero, poco a poco, experimentamos que cambia nuestro corazón.

5. (b) Un lenguaje más poderoso.

 Dios habla en voz baja, pero constantemente; en la Sagrada Escritura -especialmente en los Evangelios- y también a través de nuestro interior.

6. Buscando la conexión. La oración a cámara lenta. 

Las palabras que utilizaba san Josemaría al iniciar o terminar su oración pueden también servirnos de guía para la nuestra.

7. En el tiempo oportuno. La oración que hace memoria.

Dios nos hace experimentar nuestra oración de la manera que más nos conviene en cada momento. Santa Isabel es un testimonio de cómo la paciencia y la constancia se transforman en una plena alegría.

8. No temas, que yo estoy contigo. Las dificultades en la oración.

A lo largo de nuestra vida de oración también aparecerán dificultades o dudas. Hay muchas razones para pensar que en esos momentos Dios está especialmente cerca.

9. Jesús está muy cerca. De la oración a la vida, y de la vida a la oración.

San Josemaría hablaba de un "quid divinum" -algo divino- que podemos descubrir a nuestro alrededor y en las cosas que hacemos. Entonces, se nos abre una nueva dimensión en la que compartimos todo con Dios.

10. Sois una carta de Cristo. Una amistad que nos transforma.

La relación con Dios en nuestra oración está íntimamente unida a todas nuestras acciones en la vida cotidiana. Lo señaló Jesús en su predicación y lo recordaba siempre san Josemaría.

11. Almas de oración litúrgica. Orando con toda la iglesia.

Algunas consideraciones de san Josemaría que nos puede ayudar a unirnos más a Dios y a la Iglesia en las distintas acciones litúrgicas.

12. No se discurre, ¡se mira! La oración contemplativa.

La oración contemplativa desarrolla una nueva manera de mirar todo lo que sucede a nuestro alrededor. Es un don que satisface nuestro deseo natural de unirnos a Dios en las circunstancias más diversas.

 

Agradar a Dios (II): lo normal, discreto y divino. Los sacramentos cotidianos

Algunos paisanos de Jesús dudaron de que el poder de Dios pueda manifestarse en alguien "tan normal". El Señor quiere seguirnos encontrando en lo cotidiano, tejido por sencillas normas de piedad que procuramos vivir.

15/02/2021

Escucha el artículo «Agradar a Dios» (2): Lo normal, discreto y divino.

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Es sábado. Jesús está en la sinagoga de Nazaret. Quizás vienen a su mente muchos recuerdos entrañables de infancia y juventud. ¡Cuántas veces habrá escuchado allí la palabra de Dios! A sus paisanos, que le conocen desde hace mucho tiempo, les han ido llegando varias noticias sobre los milagros que ha hecho en ciudades vecinas. Y esto da lugar a algo extraño: la familiaridad con Jesús se convierte para ellos en un obstáculo. «¿De dónde le viene a este esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano?» (Mt 13,54-55), se preguntan. Les sorprende que la salvación pueda venir de alguien a quien han visto crecer día a día. No creen que el Mesías pueda haber vivido entre ellos de una manera tan discreta y desapercibida.

Como los paisanos de Jesús

Los habitantes de Nazaret creen conocer bien a Jesús. Están seguros de que las cosas que se cuentan de él no pueden ser ciertas. «¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no viven todas entre nosotros? ¿Pues de dónde le viene todo esto?» (Mt 13,56). En un pueblo que no hace representaciones de Dios, que ni siquiera pronuncia su nombre, uno de sus compatriotas afirma que es el Mesías… Imposible. Es más, conocen su origen, conocen a sus padres, conocen su casa: «Era una familia sencilla, cercana a todos, integrada con normalidad en el pueblo»[1]. No se explican cómo alguien tan similar a ellos puede hacer milagros. «La normalidad de Jesús, el trabajador de provincia, no parece tener misterio alguno. Su proveniencia lo muestra como uno igual a todos los demás»[2]. El hijo de Dios trabajaba con José en su taller; «la mayor parte de su vida fue consagrada a esa tarea, en una existencia sencilla que no despertaba admiración alguna»[3]. ¿Por qué la normalidad de la vida de Jesús pudo ser un motivo para no creer en su divinidad?

Aunque puede parecernos algo muy ajeno, reservado a aquellos que convivieron con Cristo, en realidad nosotros también muchas veces sospechamos de la normalidad. Nos atrae lo especial, lo llamativo, lo extraordinario; nos encanta romper el ritmo. Suele suceder que vemos adormecida nuestra capacidad de asombro, damos por supuesto que suceden muchas cosas, nos encerramos en ciertas rutinas, pasando por alto los milagros que están detrás de lo normal. Sin ir más lejos, muchas veces nos acostumbramos incluso al mayor de todos ellos, a la presencia del Hijo de Dios en la Eucaristía. Pero lo mismo nos puede pasar con nuestro encuentro personal con Cristo en la oración, con esa serenata de jaculatorias a la Virgen que es el rezo del santo rosario o con aquellos momentos en los que queremos llenar nuestra mente y nuestros afectos con la doctrina cristiana a través de la lectura espiritual. Tal vez nos hemos habituado a tener a nuestro creador tan a la mano. El dispensador de todas las gracias, el amor que colma cualquier deseo, está encerrado en infinidad de sagrarios repartidos por todo el globo. Dios ha querido hacer presente toda su omnipotencia en los espacios que le ofrece la normalidad. Obra desde allí. Así, muchas veces sin brillo, surgen innumerables milagros a nuestro alrededor.

Entre los bastidores de lo cotidiano

Nos puede desconcertar aquella normalidad de Dios porque la contraponemos a una espontaneidad que quizá juzgamos como elemento esencial de una relación. Lo normal nos puede parecer demasiado previsible porque allí aparentemente falta la creatividad, el factor sorpresa, la pasión del amor verdadero. Quizá echamos en falta algo distintivo que haga de nuestra relación con Dios una aventura inigualable, única e irrepetible, un testimonio espectacular que pueda incluso remover a otras personas. Podemos pensar que la normalidad uniforma y desaprovecha la aportación que cada uno puede hacer. Es verdad que, ante lo que siempre es igual, la reacción comprensible es el acostumbramiento.

Sin embargo, sabemos que Dios nos invita a encontrarle en lo más ordinario, en lo de cada día. Así es también el amor humano, que crece y se profundiza no solo valiéndose de grandes momentos especiales, sino en esos silencios, cansancios e incomprensiones de las jornadas compartidas; simplemente al estar juntos. «Hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes»[4] que nos encantaría descubrir. Sucede que, aunque nuestra relación con Dios ocurra en medio de la normalidad, la procesión va por dentro. Su amor apasionado se puede mover muy cómodamente entre los bastidores de la normalidad, en el hoy sin espectáculo, sin fuegos artificiales pero con brasas ardientes. La razón es que nos sabemos, en cada momento, mirados con un cariño nuevo. A Dios no le importa lo normal que sea mi vida: es mía y eso es suficiente para él. Dios, de hecho, nos ofrece la oportunidad de hacer de nuestra vida algo excepcionalmente singular y especial; él no sabe contar más que de uno en uno. Nunca hace comparaciones entre sus hijos. Nos ha llamado a cada uno desde antes de la creación del mundo (cfr. Ef 1,4): no hay nadie igual a mí y, por eso, soy inimitable y absolutamente amable para Dios.

Los mimos parecen monótonos

Ese espacio de normalidad en el que el Señor actúa hace posible que nuestra vida esté, como dice san Pablo, «escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3); llena de días iguales en los que aparentemente no pasa nada y, sin embargo, está sucediendo lo más inaudito. «En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad “de la puerta de al lado”»[5]. Desde fuera podría parecer que la monotonía se ha apoderado de quien busca vivir esa santidad en las cosas ordinarias. Sin embargo, para desenmascarar esa visión superficial, san Josemaría comparaba las pequeñas y constantes costumbres de piedad de esa alma con los mimos que una madre tiene con su hijo pequeño: «Plan de vida: ¿monotonía? Los mimos de la madre, ¿monótonos? ¿No se dicen siempre lo mismo los que se aman?»[6]. Al mismo tiempo, Dios está concentrado en nosotros y no deja de pensar en nosotros ni de amarnos en ningún instante; no importa qué tan normal es nuestra vida, sino qué tan excepcional es para Él.

San Bernardo de Claraval le escribía al Papa Eugenio III, gran amigo suyo que fue beatificado después, para animarle a que no descuidara la vida de oración constante y evitar así que le absorbieran las actividades que debía cumplir en su nuevo ministerio: «Sustráete de las ocupaciones al menos algún tiempo. Cualquier cosa menos permitirles que te arrastren y te lleven a donde tú no quieras. ¿Quieres saber a dónde? A la dureza del corazón»[7]. Sin unas costumbres de piedad concretas, diarias, el corazón tiene el peligro de cerrarse al amor de Dios y volverse duro. Sin su cariño, hasta lo más santo puede perder el sentido. Sin él a nuestro lado, enseguida nos quedamos sin fuerzas.

En mayo de 1936, san Josemaría daba una plática y propuso a los que le escuchaban que cada uno pidiera la «gracia para cumplir mi plan de vida de tal modo que aproveche bien el tiempo. ¿Por qué me acuesto y me levanto fuera de hora?»[8]. Y puede surgir en nosotros la pregunta: ¿qué tiene que ver el amor de Dios con la hora de irse a descansar? Esa es la maravilla de la normalidad de Dios. A él le importa, y mucho, nuestro sueño, nuestra salud, nuestros planes. Y, sobre todo, quiere que no nos asalte a última hora la inquietud por hacer más cosas de las que el día ha permitido, porque quien obra es siempre Dios.

Para garantizar nuestra libertad

Al comenzar su pontificado, Benedicto XVI nos alertaba ante un peligro constante y que quizá también estaba presente en aquella sinagoga de Nazaret que mencionamos al principio: «El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres»[9]. La normalidad nos parece también demasiado lenta, podemos pensar que llega tarde. Nosotros deseamos que las cosas buenas y santas sean realidad cuanto antes. A veces nos resulta difícil entender por qué el bien tarda tanto en llegar, por qué el Mesías se toma tanto tiempo que incluso «comienza estando en el seno de su Madre nueve meses, como todo hombre, con una naturalidad extrema»[10].

En realidad, bajo esa forma de presentarse, lo que Dios busca tal vez sea garantizar la libertad de los hombres, estar seguro de que nosotros también queremos estar con él, ya sea al orar unos cuantos minutos, al detener nuestra jornada para dedicar unas palabras a María o al hacer cualquier otra cosa. Si Dios se manifestase de una manera diversa, la respuesta nuestra tendría que ser indiscutible. Por eso vemos que Jesús parece feliz pasando desapercibido en las escenas del evangelio. Los magos, por ejemplo, debieron de quedar sorprendidos al ver al rey de los judíos sostenido por los brazos de una mujer joven, en un lugar tan sencillo. Dios no quiere avasallar a los hombres. La personalidad de su Hijo es tan atractiva que Dios ha elegido manifestarse en la normalidad para darnos un espacio de libertad. Quiere hijos libres, no deslumbrados. Sabe que nada nos estimula tanto como el descubrimiento personal de un tesoro escondido. Agradecer y disfrutar de esa libertad –con todas sus luces y sus sombras– nos ayuda a compartir su paciencia ante tantas cosas que, a primera vista, nos pueden parecer un obstáculo para la redención y, sin embargo, son el camino ordinario a través del cual Dios se manifiesta.

Por eso mismo, también sus mandamientos y sus normas son un don y una invitación. Se puede resumir esta realidad recurriendo a dos de los más grandes pensadores de la tradición cristiana: «En esta línea, Tomás de Aquino pudo decir: “La nueva ley es la misma gracia del Espíritu Santo”, no una norma nueva, sino la nueva interioridad dada por el mismo Espíritu de Dios. Agustín pudo resumir al final esta experiencia espiritual de la verdadera novedad en el cristianismo en la famosa fórmula: “Da quod iubes et iube quod vis”, “dame lo que mandas y manda lo que quieras”»[11]. Entonces se entienden bien algunos párrafos encendidos del salmista que pueden servirnos para agradecer esta libertad a Dios: «Con mis labios proclamo todas las normas de tu boca. En el camino de tus preceptos me deleito más que en todas las riquezas. Quiero meditar en tus mandatos, y fijar la vista en tus senderos» (Sal 119,13-15).

En lo normal está Dios

Vivimos en una época de fenómenos de masas, con personas que tienen millones de seguidores, fotos o vídeos que se hacen virales en pocos minutos. Ante este panorama, ¿qué vigencia tiene lo que hemos dicho sobre la normalidad en la que obra el Señor? Sabemos bien que Dios es paciente y nos ha dicho que su acción es como la levadura: no es posible distinguirla de la masa y, a pesar de cualquier circunstancia, llega hasta el último rincón. Es Dios el primer interesado en salvar al mundo, mucho más que nosotros. De hecho, es él quien empuja, quien enciende y quien sostiene. Nosotros, principalmente, nos sumamos a ese movimiento de santidad: «Con la maravillosa normalidad de lo divino, el alma contemplativa se desborda en afán apostólico»[12].

El Papa Francisco nos invita precisamente a dejarnos invadir por la vibración apasionada de la gracia: «Cuánto bien nos hace, como Simeón, tener al Señor “en brazos” (Lc 2,28). No solo en la cabeza y en el corazón, sino en las manos, en todo lo que hacemos: en la oración, en el trabajo, en la comida, al teléfono, en la escuela, con los pobres, en todas partes. Tener al Señor en las manos es el antídoto contra el misticismo aislado y el activismo desenfrenado, porque el encuentro real con Jesús endereza tanto al devoto sentimental como al frenético factótum. Vivir el encuentro con Jesús es también el remedio para la parálisis de la normalidad, es abrirse a la cotidiana agitación de la gracia»[13]. Con Cristo queremos liberarnos de la parálisis de pensar que en lo normal no está Dios.

«María santifica lo más menudo –nos hacía notar san Josemaría–, lo que muchos consideran erróneamente como intrascendente y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de atención hacia las personas queridas, las conversaciones y las visitas con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita normalidad, que puede estar llena de tanto amor de Dios!»[14].

Diego Zalbidea


[1] Francisco, ex. ap. Amoris laetitia, n. 182.

[2] Benedicto XVI, La infancia de Jesús, Editorial Planeta, Barcelona, 2012, p. 11.

[3] Francisco, encíclica Laudato si’, n. 98.

[4] San Josemaría, Conversaciones, n. 113.

[5] Francisco, ex. ap. Gaudete et exultate, n. 7.

[6] San Josemaría, Guion de una plática, 22-VIII-1938. Citado en Pedro Rodríguez, Camino, edición crítico-histórica, Rialp, Madrid, 2004, p. 288.

[7] San Bernardo de Claraval, Carta al Papa Beato Eugenio III.

[8] San Josemaría, Guion de una plática, V-1936. Citado en Camino, edición crítico-histórica, p. 288.

[9] Benedicto XVI, Homilía, 24-IV-2005.

[10] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 18.

[11] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret II, Ediciones Encuentro, Madrid, 2011, p. 83.

[12] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 120.

[13] Francisco, Homilía, 2-II-2018.

[14] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 148.

 

Por qué la sociedad te quiere infeliz, pero Jesús no

Velar y orar significa practicar el estar en el presente, vivir con conciencia del momento… Una iluminadora reflexión de Luigi Maria Epicoco

Seamos realistas, nuestra sociedad se basa en el principio de la disipación, la distracción, la preocupación y la alienación.

Y todo por una razón muy simple: cuando vives así eres infeliz, y solo los infelices consumen compulsivamente.

La creencia oculta de nuestra cultura es que ninguna economía podría prosperar si tuviera personas felices en su base.

El remedio a la infelicidad

«Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros».

Lucas 21,34

Jesús parece estar diciendo exactamente lo contrario: es decir, que para vivir nuestra fe debemos deshacernos de todas las cosas que nos dejan en una situación de alienación, distracción o infelicidad. El antídoto que nos ofrece es:

«Estad vigilantes en todo momento y orad para que tengáis la fuerza para escapar de las tribulaciones que son inminentes y para estar de pie ante el Hijo del Hombre».

Velar y orar significa practicar el estar en el presente, vivir con conciencia del momento y al mismo tiempo aprender a entrar y cultivar una relación personal con el Señor.

La conciencia del presente y la relación con el Señor son el gran remedio para la infelicidad contemporánea. 

Pero por lo general buscamos en cambio formas de escapar de nuestras responsabilidades y de nuestro presente, y confundimos la oración con un razonamiento tortuoso dentro de nuestra propia mente.

Un hermoso regalo que podemos pedir hoy: tener los ojos bien abiertos y el corazón aún más.

Prof. Luigi Maria Epicoco

 

 

El amor en el matrimonio

¿Qué papel juega el amor dentro del matrimonio? La clave del éxito matrimonial.

A mi me encanta la figura del Papa actual Juan Pablo II. En su encíclica “VERITATIS SPLENDOR” sobre la moralidad de los actos humanos dirigida a los católicos y a toda la humanidad, empieza diciendo que “ El esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, pues la verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre, ya que el poder de decidir sobre el bien o el mal no pertenece al hombre sino a Dios. Inteligencia iluminada por la ley natural que “no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios ha donado esta luz y esta ley en la creación.” (Definición de ley natural de Sto Tomás de Aquino).

Vamos a dejar durante toda la charla este concepto contenido en la Encíclica y sacado del GÉNESIS: brilla especialmente en el hombre hecho a imagen y semejanza de Dios…

Cuando a Dios se le ocurre crear al hombre, lo deja solo en el Paraíso y estaría vagando, cansado y aburrido de tantas cosas buenas y llegaría un momento en que se dormiría y cuando nuestro Padre Dios Creador le vio en esa situación pensaría “esto no puede seguir así”.. sacó la costilla e hizo la mujer.. creó la historia, porque el hombre unido a la mujer creó una familia, se pone a trabajar… la aventura de la manzana que nos permite esforzarnos sino sería la beatitud desde el principio hasta el final. Lo bonito de la creación es que cuando Dios crea a Eva lo hace en igualdad de condiciones: igual a.. igualmente amada por si misma, por Dios, acto de amor y para que sea compañera de Adán. Es un regalo que Dios da a Adán: Te doy una mujer, no otra cosa. La mujer el regado del hombre. Adan cuando despierta se queda asombrado, admirado.. Ah! esta si que es carne de mi carne y hueso de mi hueso.. esta es igual a mi, con esta sí puedo hablar.. comunicación.

Adán la coge, la recibe como lo que es, como un regalo y cuando a una cosa, a una persona se la ve, se la acoge como un regalo SE LA ESTA VALORANDO, se la está aupando y Eva que siente esta admiración hace suyo el don de Dios y ella responde a la acogida de Adán YO QUIERO SER TU REGADO. Es un modelo de amor humano: Adán ama a Eva y Eva ama a Adán y antes Dios amó a Adán y a Eva.

Lo primero en el AMOR es la DONACIÓN, la salida de sí, lo segundo la espera de que tú me des tambien, te me des tambien. Es el dialogo del amor que empieza por dar y sigue por recibir pero no a la inversa. Si se hace a la inversa ocurre como a los malversadores, los defraudadores que pasan al cobro letras sin haber hecho previamente provisión de fondos.

Esta es la raíz del amor. El primer amor humano fue en la historia un amor conyugal: está en la raíz del amor humano.

Amor CONYUGAL: está presente en el GÉNESIS, en la creación del Genero Humano, en la creación del primer hombre y que Dios eligió como modelo para simbolizar la unión de Cristo con la Iglesia. Un amor ESPONSAL y que los hombres eligiéremos como modelo para expresar la intimidad del hombre con Dios: Así las bodas místicas, el cántico del esposo de San Juan de la Cruz.

Semejanza del amor conyugal con el amor de Dios:

Un ser espiritual tiene dos operaciones: conocer y querer. La 1ª operación vital de Dios es el acto del conocimiento: por este acto Dios produce un concepto perfecto de lo que El conoce perfectamente, es decir de El mismo. El acto de la voluntad produce en el que quiere una nueva realidad y en Dios la 3ª Persona: el amor, los frutos del Espiritu Santo. Dios se reconoce en el Hijo y del amor del Padre y del Hijo procede el Espíritu Santo.

Pues en el hombre, cuando Adán ve a Eva: esta si que es… se reconoce a si mismo y del acto de amor del hombre y la mujer nacen los hijos, los frutos.

Matrimonio= Munus matris= don de la madre, pero en realidad viene a significar que en esa conjunctio de los esposos, es el quehacer fundamental de la mujer como madre, como cuidado de los hijos, del marido, de la casa…

Hay dos expresiones, dos conceptos en el texto bíblico que van a marcar desde el momento inicial a la primera pareja:

Que no estén solos…comunicación

Creced y multiplicaos… procreación, apertura a la vida

Podríamos decir que es como la estructura de lo que Dios nos dejó explícitamente instruido. Sin embargo nada nos ordenó sobre si esa unión debería ser permanente o podría variar a gusto del consumidor. El Creador se calla por una razón muy sencilla y es que en aquel momento ni Adán ni Eva tenían posibilidad de elegir y no es costumbre descubrir problemas en circunstancias en que aún no existen y parece que tampoco se vislumbran.

Matrimonio= Munus matris= don de la madre, pero en realidad viene a significar que en esa conjunctio de los esposos, es el quehacer fundamental de la mujer como madre, como cuidado de los hijos, del marido , de la casa…

Se me ha ocurrido pensar, para empezar, en algo que ya es muy conocido de todos: el principio. A veces cuando a uno le dicen, por donde empezamos? Y se queda sin saber qué responder. Pues una vez más ese por donde va a ser de nuevo el principio. Vamos a echar un vistazo a los orígenes.

Si hojeamos la Biblia nos encontramos con expresiones o situaciones que nos pueden hasta sorprender y éso es verdad porque gran parte de su contenido se recibió por tradicción, es decir, de viva voz, (que ésto significa tradicción: del verbo latino trado, entregar) hasta que alguien, no recuerdo quien, se puso a escribir y lo hizo con el mismo criterio y para las mismas personas en que se venía haciendo oralmente: para el pueblo de Israel, que eran nómadas, gitanos.

Y así para entender una gran parte de su contenido se necesita de téc-nicos, exégetas para que nos expliquen qué es lo que quieren decir determinados textos, teniendo en cuenta la idiosincrasia del pueblo que lo recibía y, por supuesto, el ambiente social.

Pues bien hay un pasaje en el Génesis que nos habla de la Creación y nos cuenta como Dios va creando las cosas y a medida que va apareciendo la obra creada, como si Dios no tuviese bastante consigo mismo, se va como deleitando de lo que van viendo sus ojos y da la impresión de como si Dios cambiase de expresión a medida que se le aparecen las cosas: “y vió Dios que era bueno”, dice el autor sagrado y así se va repitiendo en cada escena de la creación hasta que llega al hombre,a quien crea a su imagen y semejanza, dotandole de inteligencia, un chispazo de la inteligencia divina: de ahí nuestra soberbia, de ahí la soberbia de los angeles que son más inteligentes que el hombre: quien como Lucifer / quien como Dios (Referencia igualmente al MAGNIFICAT: “Quia respexit humilitatem”… y está ante el Trono de Dios “ut loquaris pro nobis bona”. A su vez le dota de libertad, poder de tomar decisiones, para que se gobierne a su libre albedrío. Y, llegado este momento, retomamos el estribillo: y vio Dios que bueno…¡Pues no! No es bueno que el varón esté solo, vamos a darle una compañera. (He hecho esta introduc-ción para tener como un plano de guía, para saber las características iniciales de aquello de que vamos a tratar). Llegado a este punto, podríamos decir que este es el motivo de encontrarnos aquí: el que Dios en su plan de la creación decidiese que el hombre y la mujer no estuviesen solos, que fuesen el uno para el otro. El misterio de la razón de ser el hombre y la mujer, como pareja: capaces de establecer relaciones sociales y cooperadores de Dios en la creación del genero humano, de tal forma que a partir de ese momento, Dios se ha atado las manos a la voluntad del hombre para el nacimiento futuro de nuestros congéneres.

A mi me resulta chocante el comprobar que cuando se acaba la creación del hombre y la mujer, el autor sagrado no repite “y vio Dios que bueno”. Da la impresión de que llegado a esta fase de la creación y ha-biendo dotado a los seres humanos de inteligencia y libertad pospusiera el juicio de lo bueno o malo en cuanto a la creación del hombre para el final de los tiempos y en función de lo que el genero humano fuese a conseguir, así queda abierto un paréntesis que se cerrará individual-mente arrancándole a Dios el “qué bueno” si al final nuestro quehacer se ha adaptado al plan de Dios.

Como es este proyecto divino? Se trata de una pareja con posibilidad de desparejarse y volverse a emparejar según su libre albedrío y capricho o por el contrario es para un hombre y una mujer concreta para que se desarrollen como tales en esa unión durante toda la vida?

El texto sagrado nada nos dice al respecto pero da la impresión de que ese proyecto de Dios está como gravado en la propia naturaleza, pues no tenemos más que fijarnos en otras culturas no cristianas para ver con que respeto, veneración y misterio sienten hacia el matrimonio y por otra parte con qué solemnidad lo celebran y festejan.

Pero aunque el texto bíblico no desarrolla expresamente el proyecto de Dios, el comportamiento de la sociedad refleja lo que se transmite en esa tradición y que en el recorrer de la historia y depués de muchos siglos lo vamos a tener perfectamente explicitado en el N. Testamento por voca de San Marcos (10,1-12) y San Mateo (19,1-9): Le preguntan los fariseos al Señor, para tentarle, si le está permitido al marido repu-diar a su mujer. Jesucristo no les responde, les devuelve la pregunta:

Qué os mandó Moisés? Moisés permitió prescribir el libelo de repudio, contestaron. Pero Jesús les dijo: Por la dureza de vuestro corazón os escribió Moisés este precepto, pero al principio de la creación, Dios los hizo varón y hembra….de manera que ya no son dos, sino una sola carne, etc…el texto es bien conocido.

Por consiguiente el tema ha quedado perfectamente definido: ese hombre es para ésa mujer y esa mujer es para ése hombre. No es algo que se ha inventado Jesucristo, que se haya sacado de la manga, aunque podía haberlo hecho perfectamente pues es la Segunda Persona de la Santisima Trinidad hecha Hombre, es decir Dios mismo; NO! se limita a restaurar en toda su pureza la indisolubilidad original del matrimonio como institución natural de origen divino, REPITO, institución natural de origen divino, no de origen eclesiastico o de cualquier otro derecho positivo. Lo que quiere decir que el matrimonio es así por voluntad expresa de Dios y además lo es en su aspecto sexual:(creced y multiplicaos…)

Por consiguiente en ese buscar el proyecto de Dios para esa pareja: hombre y mujer, por si antes quedaba flotando alguna nebulosa, el texto del Evangelista Marcos, ha venido a aclararnos las posibles dudas o deformaciones que la transmisión verbal de generación en generación hubiese producido en la interpretación del criterio divino.

Pero este proyecto divino había que coronarlo y esta acción corresponde a Jesucristo intitucionandole con categoría de sacramento.

Bien es verdad que en el Evangelio no aparece clara y expresamente definido (para los no expertos, para los exégetas sí pues aparece determinado por varios Padres de la Iglesia) pero bien: para nosotros, los profanos, que si es en la bodas de Caná… que si en los textos de San Marcos y San Mateo citados… Pero lo que si está claro es que San Pablo lo llama SACRAMENTUM MAGNUM, Sacramento Grande, (en su carta a los Corintios) no un sacramento cualquiera ¡NO! un sacramento grande. Posiblemente se viese obligado a enfatizar la grandeza de este sacramento por el carácter pagano de la sociedad en que vivía y en la que los primeros cristianos trabajaban.

San Pablo no participó visual y auditivamente de las enseñanzas de Jesucristo, sino que lo que enseñó lo recibió por revelación divina, como él mismo dejó escrito. Pero como hombre cauto y prudente, llegó a pensar si lo que él creía que era revelación divina, no podría ser deformación personal y para salir de dudas, se fue a Jerusalén a consultar a Pedro, el primer Papa, la autoridad de la Iglesia, el que ostenta la prerrogativa de no equivocarse en asuntos de fe y de moral. San Pablo regresa contento a Roma y lo escribe: contrastado lo que yo enseño con lo de Pedro, la doctrina es la misma.

Pues bien de este acto de relación de hombre y mujer que Dios constituyó y que proyectó como forma de vida solamente quiere una sola cosa: que seamos felices. Es imposible, iría contra el ser mismo de Dios, pensar lo contrario o tan siquiera algo distinto. No podemos afirmar, como quieren los filósofos pesimistas alemanes del siglo pasado, que este mundo es obra de un demonio que goza viendo sufrir a sus súbditos o que es un paréntesis entre dos nadas. Es la maravilla divina plasmada en el hombre y la mujer como los seres más perfectos de la creación con capacidad de relacionarse y con orden de continuar la creación empezada por Dios. (hacer alusión al único medio para la procreación pues cuando vienen fuera del matrimonio se avergüenzan y dentro se enorgullecen).

Recapitulando en breves palabras: Dios constituye a la mujer y al hombre para que vivan en sociedad, juntos y este proyecto queda abierto al transcurrir de los siglos para ser completado por los millones y millones de hombres y mujeres que van a decir sí a ese plan de Dios, hasta la consumación de los siglos, un sí que implica unidad de pareja y que como consecuencia de su elevación al carácter sacramental van a recibir la gracia especifica de su estado a través de ese signo sensible eficaz de la gracia para santificación de nuestras almas, como se define el sacramento. Sacramento matrimonial que siendo uno en cuanto sacramento, no puede existir si no se da la confluencia de dos voluntades en el mismo acto de aceptación (y sin embargo cada contrayente lo recibe integro, no la mitad). Alguien ha dicho que si por un momento nos fuesen quitados los ojos físicos y sustituidos por los ojos del espíritu, veríamos las almas de los que han recibido el matrimonio tan unidas entre sí y tan entremezcladas, que más que dos nos parecerían una sola alma.

Así eso que anda por ahí y que está en la mente de todos, ese ente que se llama matrimonio, cuando yo lo asumo para vivir la vida con la mujer o el hombre que he elegido, pierde el caracter general y se convierte en mi forma de vida, de tal manera que “mi matrimonio” es mi vocación y tendré que luchar con todas mis fuerzas para defender y conservar esa unión anímica que se ha visto antes porque es mi llamada, mi forma de vida. Las expresiones: “Mi matrimonio, mi mujer, mi marido”, yo diría que son sinónimos, afirman algo que está dentro de mí, algo que me pertenece como siendo yo mismo.

Como se constituye este matrimonio? Solo y exclusivamente por amor, a través de amor y con amor y es que su procedencia es un acto de amor de Dios, y que siendo Amor, transmite hacia afuera. De ahí que todo matrimonio que no sigue estos pasos, se dice matrimonio de conveniencia. El amor matrimonial es la expresión humana del amor que Dios tiene a las criaturas en cuanto acto de creación. Por eso el amor entre hombre y mujer, dentro de ese proyecto de Dios, no solamente es bueno, querido y deseado por Dios, sino tambien un medio para darle gloria, cuando se despoja del egoísmo personal y la entregase proyecta fuera de sí y queda abierta a la vida (vease el caso de Yolanda y peligros para el hombre cuando la mujer se niega). E N T R E G A

Todos hemos oído decir que hay que amar y posiblemente tengamos muy claros los conceptos, pero tambien corremos el riesgo de que a fuerza de oír con criterio adulterado tanto el sustantivo AMOR como el verbo AMAR quedamos atrapados en esta vorágine que, como una magma, va invadiendo la sociedad y como por ósmosis entrando en nuestras conciencias. El amor no es la sexualidad y esto debe de estar tan claro y es tan verdad esa negación como lo es el decir que el hombre, el ser humano, no es un animal. La sexualidad en el hombre/mujer es un acto humano y como tal debe de ser libre e inteligente. Libre, en cuanto a su capacidad de elegir e inteligente por lo que se refiere al conocimiento de su obrar. Ser humano: un espíritu animalizado o un animal dotado de espíritu. Esa unidad cuerpo + espíritu = hombre, no podemos desligarla de la sexualidad porque la diferencia entre hombre y mujer radica en la sexualidad hasta tal punto que si pudiésemos trasladarnos al acto de concepción del ser humano, podríamos preguntarnos, una mujer o un hombre por qué es mujer u hombre, porque Dios infundió sobre un cuerpo ya varón un alma masculina o ha sido exactamente al revés? Se configura un cuerpo hembra porque Dios ha infundido ya un alma femenina? Y como el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios y por lo tanto para ser feliz, quiere decir que para la mayoría de mujeres/hombres será el medio normal de alcanzarla aquí y en la otra vida.

Cuenta un Nobel californiano, neurocirujano, que no se explicaba por qué el cerebro del hombre reaccionaba de distinta forma al de varios animales, cuando en realidad eran prácticamente iguales. Solamente hay una respuesta: la frontera de la fe y la no fe y que enseña la existencia del alma que vivifica a ese ser.

Si prescindimos del alma, lo convertimos en un ser que busca el placer por el placer con lo que le embrutecemos, le degradamos y le desviamos del camino propio como ser humano. Y si nos olvidamos de su cuerpo tenderíamos a convertirlo en un ángel. He aquí otro de los enigmas del ser humano: sintiéndose “animal” en el cumplimiento de su naturaleza, tiene que escuchar el dictado de su razón para encaminar sus actos hacia el bien, que es el único motivo por el cual actúa la voluntad (del verbo latino volo, querer).(Se puede hacer referencia a S. Juan, cuando de viejecito y en la isla de Patmos decía a sus discípulos “non diligatis lingua sed opere et veritatis”. Nosotros decidimos hacer una cosa porque pensamos que es buena y esa cualidad de bien es el entendimiento quien se lo presenta a la voluntad. El entendimiento alumbra y la voluntad decide en función de lo que se la muestra. De ahí la gran importancia y responsabilidad de que nuestra conciencia (consciencia= cum scientia) esté ajustada a la realidad objetiva de las cosas y no a lo que a nosotros nos conviene o nos gusta en cada momento (igual que la moral que no puede ser subjetiva).

Recuerdo en una conferencia a la que yo asistí siendo un muchacho y que se hablaba del amor matrimonial, que uno de los ponentes, apuntaba que un matrimonio tendría humanamente asegurada su continuidad superando los problemas que la convivencia lleva consigo si había un buen entendimiento en su aspecto afectivo-sexual, pues a su juicio el 80% de los conflictos solían estar en ese entorno. Yo no tengo opinión sobre esta idea, pero siempre me ha parecido digno de tenerla en cuenta y con ese criterio se lo transmito.

Pero este concepto de sexualidad que se está tratando se contrapone radicalmente al que se “ve” y se “oye” en los medios de comunicación y que yo me atrevería a calificar de una autentica agresión sexual.

Lo que está invadiendo continuamente nuestros sentidos e imaginación es la expresión hecha realidad en el quehacer diario del significado de la palabra inglesa “feeling” y que los americanos, que son los grandes experimentadores, han comercializado muy bien y que tiene su origen remoto en el psicoanálisis de Freud: “Si siento te amo, si no siento no te amo” “Como ya no tengo feeling, te abandono”. Traducción del silogismo cartesiano “Pienso luego existo” “Siento luego te amo”.

Esto nos lleva de la mano a los conceptos de enamorarse y amar.

Evidentemente nadie debe de casarse si no está, si no se siente enamorado, pero también es verdad que enamorarse NO ES AMAR. Yo diría que el estar enamorado es razón imprescindible pero no suficiente para casarse

Hay gente que está enamorada y está incapacitada para amar porque no saben dar.

Cuando alguien se enamora (con independencia de la edad: poner ejemplo de GENTE MAYOR) se le revuelven todas sus fibras nerviosas: es algo que entra por mis sentidos, algo externo y con frecuencia incrementado por el sentido interno de nuestra imaginación.

Esta situación produce un efecto de cegar la inteligencia, de ahí que es frecuente oír la expresión: “cuando se le abran los ojos…” (EXPLICAR ESTO). En la persona que están ocurriendo estos procesos se está desarrollando lo comentado anteriormente: la inteligencia muestra el bien a la voluntad y ésta solo se decide por el bien, pero ahora como por efecto del enamoramiento se ciega el entendimiento, la parte sensitiva de nuestro ser pisotea al intelecto, no le deja funcionar y, sin ser correcto pero para mejor aclaración, nuestra parte sensible física y material sustituye a la función del entendimiento y ese es el bien que a la voluntad se le presenta.

El enamorarse facilita el amor, pero NO ES EL AMOR, de la misma forma que la moda y el ver creaciones artísticas desarrollan más el gusto de quien de por sí tiene propensión para esas actividades.

El amor es UN ACTO DE LA VOLUNTAD que tiene su origen y razón de ser en la LIBERTAD. Solamente el ser que es libre ama: Yo puedo amar en tanto en cuanto soy libre. Un animal no ama, actúa por instinto y sensibilidad.

Esta forma de ser libre, esta manera de obrar que un día nos guió para decir: me caso contigo porque te quiero, será la misma que en el transcurso del tiempo nos haga decir: te quiero porque me he casado contigo. Expresión que conlleva la madurez de dos personas que han sido consecuentes del compromiso que un día adquirieron y que a través del tiempo han defendido el “mi matrimonio”. Caso de Yolanda, le pregunta a su marido inválido : Cuánto valgo? Un valer Por quién estás? Por ti: busca su matrimonio.

Lamentablemente hoy existe poco el compromiso, prometer con…, y la consecuencia de ello es la falta de consecuencia (perdón por la tautología). Hoy privan las expresiones: “vamos a probar”, “ya veremos”, “deja a ver”…dijo el ciego y nunca vio, qué dirían en mi pueblo ¡Bendita sabiduría de nuestros antepasados!

La persona madura se compromete con un compromiso que se traduce en hechos y esa madurez es fruto de la virtud de la fortaleza que sigue el mismo proceso que la fruta en el reino vegetal: para madurar necesita sol, pero también agua, frío, vientos, heladas, etc. y cuando solo recibe calor esa fruta se “agosta”.

Pues la madurez en el matrimonio la conseguiremos si luchamos para defender contra viento y marea “eso” que un día nos hemos comprometido a constituir. Recuerdo que un día me contaron lo que un novelista de la generación del 98 y ya siendo anciano decía respecto a su mujer (no sé si era Pío Baroja o quien): “no siento nada por mi mujer, pero si a ella le pasara algo, como cortarla un brazo, tendría yo más dolor que ella misma, sentiría que es mi brazo el que cortaban en vez de ella.

Amando porque soy libre, en ese momento estoy cediendo mi libertad, estoy renunciando a mi libertad y es que el don mas grande que tiene el ser humano solamente puede ser cambiado por otro de una jerarquía superior, que es el amor: A mi entender comete una gran equivocación quien pretenda amar o decir que ama y no sepa renunciar a determinados grados de libertad. El precio de amar y ser amado es la renuncia al yo para convertirse en nosotros y esa renuncia irá igualmente dirigida a la defensa de “mi matrimonio”, porque en último término es mi vocación, mi llamada principal en esta vida a través de la cual debo desarrollarme. Es difícil de entender que defendamos en un muchacho/a, con ahínco, lo que quiere ser en la vida, su profesión, su trabajo y que no hagamos lo mismo con el matrimonio. Yo tengo vocación de casado, no de padre. No existe vocación de padre/madre y no conozco a nadie que tenga tal vocación. Yo me caso porque amo y como consecuencia de ese amor, como fruto de ese amor puedo ser padre/madre y seré tanto mejor padre cuanto más y mejor cuide “mi matrimonio”. No se pueden trabucar los términos o invertir los conceptos: en donde hay que poner verdadero énfasis es en hacer progresos en el matrimonio porque si éste madura, los hijos serán una maravilla. Cuando se ven algunas cosas raras en la relación matrimonio/hijos yo pienso inmediatamente: que le pasaría a las peras de un peral, por ejemplo, si el agricultor en vez de regar el árbol, podarle, etc. se dedicase a hacer esos menesteres con las peras?

Iríamos corriendo a decirle: Oiga! riegue Ud. el árbol porque si lo hace con las peras, éstas en vez de crecer se van podrir.

Esto nos lleva a los derechos del matrimonio y lo que a mí en términos muy corrientes de la calle, me gusta llamarlo robos y ladrones. Cuando el amor de uno de los cónyuges pasa por encima del otro para dárselo, incluso a un hijo: se produce un robo y mirad cuando se roba el amor tiene el mismo efecto que un hurto físico: no se perdona si no se devuelve. No es cuestión de extenderse en detalles en este tema, pero Uds. mismos pueden repasar su experiencia personal: las relaciones entre los esposos y los padres políticos…es un dolor que va con uno, hasta el final de la vida; solo si se restituye se perdona y olvida. Piensen en el caso de Yolanda, Oscar la robó el derecho de pasar la tarde juntos y no hubo reconciliación hasta que Oscar la buscó, se rindió ante ella, se presentó con sus mejores galas: su flamante coche y la demostró que ella estaba por encima de sus amigos y ella lo recordará toda su vida y con gozo como un gran gesto del que un día sería su marido.

Es una cuestión de principio por partida doble: a) el matrimonio me pertenece, es algo mío (nuestro), soy el propietario. Los hijos son una consecuencia de.., no son propiedad mía, solamente tengo una responsabilidad y b) la caridad empieza por un mismo y por consiguiente el matrimonio tiene que estar por encima de todo lo que está a mi alrededor.

La entrega en el matrimonio tiene que ser total y entonces es sinónimo de felicidad, pero cuando se habla de entrega, por favor, no se trata de entregar el cuerpo, el cuerpo es una parte del yo, hay que entregar la persona y solo cuando la donación es de la persona, se produce en profundidad el amor. Claro que hay que que dar el cuerpo, pero si nos limitamos a ésto convertiríamos el amor en la dulce expresión que le han dado los franceses, han copiado los ingleses y nosotros que somos tan modernos no nos quedamos atrás llamándolo “hacer el amor” que si lo tuviésemos que incluir en el diccionario de la Real Academia quizás lo definiríamos diciendo que es un acto mecánico-fisiológico entre dos personas que las produce placer: NO MAS.

Así pues lo que se entrega es la persona, es ese yo inmanente, es ese subsistir distinto del otro de naturaleza racional, es ese “yo” que a todos y a cada uno nos suena y nos remite a un sentido transcendente de la vida: Yo.. cuando era niño, yo.. cuando era joven, yo.. cuando soy adulto maduro, yo…cuando físicamente me voy sintiendo menos joven. Y sin embargo es el mismo yo, pero con vivencias distintas porque se va enriqueciendo. Y cuando lo que se entrega es este yo (y en éllo está incluido la sexualidad ), se produce una comunicación, un hacer común de algo que siendo de uno se le da al otro y a su vez el otro al uno. Esto nos lleva de la mano a la sinceridad. Infinidad de veces se ha dicho y hemos oído que los funerales del matrimonio son la falta de comunión. Yo disiento totalmente y al mismo tiempo respeto con el mismo grado la opinión en contra, pero pienso que la falta de comunicación es una consecuencia de la falta de sinceridad y en este sentido no se puede decir a un matrimonio: es que no os comunicáis, hay que buscar el origen.

Leyendo el libro RELATOS DE UNA MADRE de la inglesa VICTORIA GILLICK, yo casi me estremecía con la sencillez y diría que brutal sinceridad con que contaba sus sentimientos y me parece que en una ocasión se expresaba más o menos de la siguiente forma: “John, vamos a la cama porque tengo ganas de revolcarme contigo”. (Perdonen la expresión).

La sinceridad es una virtud humana (virtus= fortaleza, hábito de algo que se ha conseguido con esfuerzo) y como toda virtud requiere una lucha, un esfuerzo por conseguirla. La sinceridad está totalmente entroncada con la lealtad: ser fieles, leales a unos principios en determinados momentos, cuesta mucho; porque ser sinceros es desnudarse un poco ante los demás, día a día, hora a hora, requiere una heroicidad, una virtud. Claro que ese desnudarse interior que exige la sinceridad tiene unos límites que vienen dados por la práctica de otra virtud también humana que se llama Dña. Prudencia y también la caridad. No se puede ser brutalmente sinceros, sino prudentemente sinceros. La prudencia es el fiel de la balanza, es como el director de orquesta que con su batuta va indicando por dónde tiene que ir ese conjunto armónico. Cuando no hay sinceridad, cuando no hay lealtad, se produce la falta de comunicación que es lo que aparentemente vemos, pero el origen viene de atrás y entonces entra el demonio mudo y a éste tipo de “caballeros” son los más difíciles de echar porque ni se les vé ni se les oye ni se les siente, solamente se notan sus consecuencias.

Cuando al Fundador de la Obra, en las diferentes tertulias públicas o semipúblicas, alguien le preguntaba: Padre, cuál es la virtud que Ud. prefiere para sus hijos? Siempre respondía lo mismo ¡LA SINCERIDAD! Si sois sinceros perseverareis porque es señal de siempre estareís dispuestos a que se os ayude en vuestros problemas.

Así pues se producen una serie de hechos concatenados: la sinceridad produce la comunicación, ésta la confianza y entre ambas la comprensión y engrasándolo todo con el mismo efecto que el aceite del motor de un coche en todos sus elementos, se encuentra la entrega que es fruto de la lucha, del sacrificio, del dolor.. y tiene una compensación que es la alegría, no como algo humano sino como virtud típicamente cristiana es el premio de haber renunciado a nosotros, del yo para pensar en el tú. (Se puede dibuja esto como pirámide de base cuadrangular, en cada punto: S=sinceridad, C1=comunicación, C2=confianza y C3=comprensión, una circunferencia tocando a los cuatro vértices y que representa la entrega y en el vértice de la pirámide una A= alegría, virtud cristiana que tiene sus raíces en “forma de cruz”: el dolor que supone la lucha de la sinceridad,… de la entrega.

Evidentemente hay cosas que están fuera de nuestro alcance por eso hay que introducir determinados factores constantes a los que recurrir. Esos factores no los llamo constantes en el sentido matemático sino en el aspecto armónico y dinámico de la vida de tal forma que sean como el cauce a través de cuál se desarrolla nuestra quehacer diario. Mi mujer no puede, yo no puedo, nosotros no podemos, pero Dios si puede. Si la mujer reza por el marido y éste por su mujer y ambos ponen a Dios en su conversación.. ocurrirá que nos acostumbraremos a ver como los milagros se volverán a realizar cada día, porque éstos se dan, pero no los vemos porque no tenemos silencio en nuestras almas y llamamos Dios a nuestro trabajo profesional, a nuestros conocimientos científicos… hemos dado una patada a Dios y le hemos dicho “yo soy mi dios”, este es mi “becerro de oro”.

He empezado haciendo una apología de la mujer en el concepto del matrimonio, me gustaría terminar transmitiéndoles las palabras del Cardenal RATZINGER y rematadas por la frase de una teóloga alemana GERTRUD VON LE FORT que además de teóloga debía ser piadosa o si quieren mejor: utilizaba sus conocimientos teológicos para la piedad. Porque si un teólogo no es piadoso de poco le sirven sus grandes conocimientos.. a veces para hacer daño a las gentes sencillas. Habla de la crisis de la feminidad…… el Cardenal RATZINGER.

“Todo lo cual tiene como telón de fondo que algunas mujeres no quieran ser tales, que es lo que son y en cambio pretendan ser hombres, que es lo que no son ni podrán ser nunca. El resultado no puede ser más trágico: se avergüenzan de ser lo que son, quieren ser lo que nunca podrán llegar a ser y en consecuencia en el plano personal se encuentran inmersas en un clima de frustración, de inquietud… en el plano social, tanto civil como eclesiástico, las consecuencias no pueden ser más funestas porque, añade la teóloga alemana, cuando cae el varón, cae el varón; pero cuando cae la mujer cae todo un pueblo. . . . . .

Fuente: Carlos Rodríguez Amez es Orientador Familiar por la Universidad de Navarra

 

 

“UN HUMILDE TRABAJADOR”. EL LEGADO DE UN GRAN HOMBRE

José Martínez Colín

1)  Para saber

Gran pesar causó en todo el mundo el fallecimiento del Papa Emérito Benedicto XVI, a la edad de 95 años. Terminó la vida de quien, como él mismo se nombró el día de su elección como papa, fue: “un humilde trabajador en la viña del Señor”. En su funeral, el papa Francisco elogió su entrega agradecida y orante de servicio al Señor y a su Pueblo. Por ello renunció al pontificado el 11 de febrero de 2013 diciendo que no podía seguir sirviendo a la Iglesia por su avanzada edad y falta de fuerzas. Así mostró una gran humildad y fortaleza.

Joseph Aloisius Ratzinger fue elegido papa en abril de 2005. Antes había servido como sacerdote, obispo, teólogo, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal y uno de los más cercanos colaboradores de San Juan Pablo II. Ha sido reconocido como uno de los más grandes teólogos del siglo XX. Se reconoce su fortaleza por defender la verdad, compromiso que era con Dios, quien es la verdad. Como se recuerda, advirtió de la “dictadura del relativismo”, lo cual no agradó a todos.

El papa Francisco destacó su legado: “Con conmoción recordamos su persona tan noble, tan gentil. Y sentimos tanta gratitud en el corazón: gratitud a Dios por haberlo donado a la Iglesia y al mundo; gratitud a él, por todo el bien que realizó, y sobre todo por su testimonio de fe y de oración… Solo Dios conoce el valor y la fuerza de su intercesión, de sus sacrificios ofrecidos por el bien de la Iglesia”.

2)  Para pensar

Algunos han compartido cuánto le deben en su proceso de conversión. Por ejemplo, Luz Stella Bojacá contó en Twitter: “Benedicto XVI fue vital en mi proceso de conversión cuando entendí que solo el amor a Dios podía reunir a tantos jóvenes y a este noble Papa en medio de la tormenta”. También Ángel Heredia comentó: “Benedicto XVI fue alguien que marcó mi vida, hizo despertar en mí la búsqueda de razones a mi fe, descubrir que la Fe puede ser razonada, valorar lo antiguo y lo nuevo”.

Un testimonio que ha impactado es el de Sohrab Ahmari, musulmán, fundador y editor de la revista “The American Conservative”. Él era de religión chiita, una de las principales ramas del Islam. En un artículo publicado por The New York Times, Ahmari recordó que el discurso que Benedicto XVI dio en la Universidad de Ratisbona en 2006, suscitó violencia en sectores del mundo musulmán, pero en cambio para él, que era “un ateo nacido de chiítas”, esa ponencia la ayudó en su comprensión, de tal modo que “una década después del alboroto de Ratisbona, fui recibido en la plena comunión con la Iglesia Romana, una decisión que fue en buena parte inspirada por los escritos de Benedicto”.

3)  Para vivir

El secretario de Benedicto XVI, el Arzobispo alemán Georg Gänswein, declaró que el enfermero del papa, que no sabe alemán, le contó cuáles fueron sus últimas palabras. Eran cerca de las 3 de la mañana del 31 de diciembre, que pronunció en italiano: “¡Signore, ti amo!” (Señor, te amo).

Es muy significativo y podemos decir que de la misma manera que vivió, así murió: amando al Señor. Ahora goza del amor de Dios en plenitud. Una lección para que procuremos vivir amando al Señor y diciéndoselo. 

 

 

Cultura empresarial para un tiempo nuevo

El camino de la integridad personal es el mejor camino para tener empresas socialmente responsables

 

(C) Pexels

(C) Pexels

Los tiempos que nos toca vivir son, ciertamente, nuevos. La globalización nos trae vientos que, en más de una ocasión, nos despeinan y esquilman la economía. El Perú mismo tiene un entorno social, político y económico inédito. En medio de estas aguas revueltas navegamos, ciudadanos de a pie y empresas. Tiempos nuevos y agitados que piden al empresario una virtud moral que, precisamente, lo define como emprendedor: la virtud de la fortaleza. Una virtud cuyos tres componentes son necesarios para hacer empresa. En primer lugar, la capacidad de afrontar los riesgos y amenazas. El entorno no es fácil, hay obstáculos. Con la fortaleza le damos cara a los problemas. No se huye, se afronta.

Encarar los problemas no lo es todo. La virtud de la fortaleza otorga una segunda capacidad, la de emprender. El empresario emprende proyectos, asume los riesgos, se crece ante los problemas, lo suyo no es la parálisis; por el contrario, abre caminos en medio de la maraña de dificultades. Genera valor, puestos de trabajo, pone en movimiento la economía. Finalmente, hay que darle continuidad a la empresa y para eso la virtud de la fortaleza despliega una tercera capacidad en el talante del empresario: resistencia. Ánimo templado para sostener en el tiempo el emprendimiento y sortear los obstáculos previsibles e imprevisibles de toda gestión empresarial.

El nuevo tiempo que nos toca vivir requiere, por tanto, un claro afán de logro otorgado por la virtud de la fortaleza, condición necesaria para todo emprendimiento, pero no suficiente para ganar legitimidad o licencia social (en sentido amplio del término). Para esto último, la nueva cultura pide al empresario un nítido afán de servicio. Esto significa que el empresario ha de cultivar las virtudes de la magnanimidad y la solidaridad. Ambas, suponen a la virtud de la justicia (dar a cada cual lo suyo: salarios justos, productos y servicios de calidad, pago de impuestos), pero la superan por elevación. Son ingredientes que moderan la codicia del emprendedor e incentivan su vocación de servicio para cumplir cabalmente con todos los stakeholders de la empresa.

La nueva cultura empresarial requiere de emprendedores fuertes, justos, solidarios y magnánimos; afán de logro y afán de servicio a la vez. Ganancia y servicio se complementan, no están reñidos. Sin afán de logro no hay creación de valor, sin afán de servicio sólo queda la codicia descarada. Para este update (puesta al día, actualización) de la nueva cultura empresarial reclamada por la sociedad es muy aleccionador el libro del profesor Antonio Argandoña: La empresa, una comunidad de personas. Cultura empresarial para un tiempo nuevo (Plataforma, Barcelona 2021. Kindle edition). Un libro que para muchos les será familiar, pues sigue la estela marcada por el profesor Juan Antonio Pérez-López. La empresa es vista por Argandoña en sus dimensiones funcionales y personales. Vuelca en el libro su experiencia como consultor de empresas y profesor en los campos de la dirección, estrategia, dirección, cultura y ética empresarial.

“Una empresa -dice Argandoña- que ha hecho una reflexión profunda sobre el propósito está en condiciones de señalar claramente lo que quiere ser y lo que quiere hacer. Convertir eso en realidad no será tarea fácil, pero será aún más difícil para la empresa que va tomando decisiones según se presentan los problemas, sin otro indicador que su cuenta de resultados” (p. 62).  Importa, desde luego, tener en azul las cuentas; pero como recuerda nuestro autor, la empresa es esencialmente una comunidad de personas abiertas al servicio de personas, de ahí que el empresario ha de estar volcado en su gente, día a día, procurando comprender sus necesidades, expectativas. Sí, dirigir exige capacidad de sacrificio.

“Una empresa ética -continúa diciendo Argandoña- no es una empresa técnica y económicamente exitosa, a la que se han añadido algunos valores sociales y éticos, o que dispone de instrumentos como un código de buena conducta, o que cumple los requisitos señalados por un estándar, certificable o no, sobre aspectos sociales, medioambientales y de gobernanza. La calidad ética no consiste en añadir un plus moralizante a una estrategia elaborada para conseguir otros objetivos. La estrategia de una empresa ética debe arrancar de su propósito y de sus valores, debe ser ética desde su mismo origen, desde la descripción de su misión y de su visión hasta su implementación y su evaluación final” (p. 201).

La ética no es un barniz en las operaciones de la empresa, es el alma de la organización y de su cultura. El camino de la integridad personal es el mejor camino para tener empresas socialmente responsables.

 

 

Benedicto XVI y la necesidad de una nueva antropología de la educación

La libertad del hombre siempre es nueva y, por tanto, cada persona y cada generación debe tomar de nuevo, personalmente, sus decisiones

 

El Papa educador

El hilo conductor durante la vida y ministerio del Papa Ratzinger se llama docencia, oficio íntimamente unido al hermoso y sagrado deber de educar. Abundan las biografías que ponen de manifiesto la faceta del maestro de teología, a quien podemos llamar “Doctor” en teología,   apelativo seguramente adosado la Iglesia a para elogiar su agudeza intelectual y su aporte a la historia del discurso lógico racional tanto desde los saberes teológicos como desde la filosofía. Incluso cuando recibió del Papa Polaco el encargo de mostrar la verdad de la fe católica en la Congregación para la Doctrina de la Fe, su única condición fue no apartarse de la investigación teológica y mantener su tarea de buscar la verdad y manifestarla, condición a la que el gran Juan Pablo II no se negó. Su pluma y el pensamiento de Cardenal bávaro serían de proyección y alance inusitado.

Se definió como un buscador de la verdad. En su escudo episcopal reposada el lei motiv de su trabajo apostólico: “cooperatores veritatis”. La devoción del Papa Benedicto XVI a San Agustín de Hipona fue siempre evidente y permanente. A propósito de la verdad, como cooperador y buscador, el mismo Agustín se reconoce servidor de la verdad. Frente al cuestionamiento de algunos filósofos de su época quienes le reclamaban el hecho de llamarse cristiano y buscar la verdad, en virtud de que los cristianos ya la han encontrado, Agustín respondía desde su deber el cual era ahora era mostrarla a los demás fin de poder ser encontrada por ellos.

La mejor manera de mostrar la verdad para el Papa alemán fue a través de la profesión docente. Su relación con los clásicos y la lectura asidua de sus obras le recordarían las palabras de Marco Tulio Cicerón: “si quieres aprender, enseña”. Es innegable la amplísima experiencia académica de este hombre brillante por demás. Una actividad que ejerció en todo lugar y en cada momento. El Mozart de la Teología, como lo llamó Meisner en el 2005, fue sin duda un gran maestro. Su trabajo fue la enseñanza de la teología. Desde la cátedra de Pedro, afirma: “al teólogo no le interesaba conocer algo o multitud de cosas; (quiere) conocer la verdad de Dios y la verdad sobre el hombre, descubrir qué significaba la visión cristiana del mundo”. Incluso aquí se puede encontrar una influencia del pensamiento agustiniano.

El influjo de los grandes maestros del Papa Ratzinger en la construcción de su pensamiento le hizo establecer conceptos fundamentales sólidos. Su perspectiva del mundo, conocedor de todas las realidades y dramas, la acuciosidad y manejo de los más crónicos problemas doctrinales dentro de la Iglesia le exigió tener claridad de conceptos, definiciones claras, doctrina segura y bien fundamentada a fin de responder a las desviaciones de la fe. El enseñar teología le demandaba implícitamente amplitud del pensamiento. No en vano afirmó de la teología como «la perenne actualidad de la relación entre la fe y el mundo».

La educación como método de desarrollo humano

A través del ejercicio docente es que se puede comunicar estos conceptos. Y la solidez la proporciona el fundamento antropológico. En la carta encíclica llamada Caritas in veritate, sostiene el Papa Benedicto XVI (2009): “con el término «educación» no nos referimos sólo a la instrucción o a la formación para el trabajo, que son dos causas importantes para el desarrollo, sino a la formación completa de la persona. A este respecto, se ha de subrayar un aspecto problemático: para educar es preciso saber quién es la persona humana, conocer su naturaleza. Al afianzarse una visión relativista de dicha naturaleza plantea serios problemas a la educación, sobre todo a la educación moral, comprometiendo su difusión universal

No se trata solo de transmitir conocimientos, no es la sesión simple de una transacción práctico-cogntiva que habilita operativamente a quien la recibe. Benedicto concede a la educación el necesario estatuto antropológico.  Para educar es preciso “saber quién es la persona humana, conocer su naturaleza”. Esta es la razón de toda acción en la sociedad y en el mundo. Conocer la persona humana es el ethos del fallecido Papa. Son varios los conceptos que conforman la antropología benedictina, vinculados a persona y existencia. Se trata de los hilos dorados de su pensamiento. En sus escritos encontramos los rasgos propios de la antropología.

En la magistral homilía pronunciado el 18 de abril de 2005, ante el colegio cardenalicio del cual Ratzinger fue decano, afirmó lo siguiente: “¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14). (…) el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos”. Se cernía sobre la humanidad la dictadura del relativismo, cargada de una oscura antropología la cual desempolvaba ideologías pasadas y proyectaba algunas nuevas. La nueva antropología debe responder, desde la educación a las preguntas fundamentales del hombre.

La tarea urgente de educar

Lo primero a clarificar es que, en el discurso antropológico del Papa alemán, Hombre y Persona humana están en perfecta identidad. En el discurso dirigido a la Diócesis de Roma sobre la tarea urgente de educar, el Papa Ratzinger (2008), dice: “la libertad del hombre siempre es nueva y, por tanto, cada persona y cada generación debe tomar de nuevo, personalmente, sus decisiones”. La libertad entendida como una dimensión ontológica forma parte del Hombre y por consiguiente de la Persona. La defensa de este argumento, perfectamente verificable, también se hace evidente en otros discursos. A lo largo de su magisterio la antropología es un tema común.

La última navidad de Benedicto como Papa reinante fue en el año 2012. Justamente en el Buon Natale propio de ese año a la Curia Romana, Ratzinger sostuvo: “Veo sobre todo tres campos de diálogo para la Iglesia en nuestro tiempo, en los cuales ella debe estar presente en la lucha por el hombre y por lo que significa ser persona humana: el diálogo con los Estados, el diálogo con la sociedad –incluyendo en él el diálogo con las culturas y la ciencia– y el diálogo con las religiones”. El diálogo como bello camino para exponer la verdad es un oficio propio de quien propone y defiende desde la razón. Los tres estadios aludidos evidencian lo urgente de una clara antropología y su correcto fundamento metafísico; además, de la necesidad de mostrarlo con toda la luz necesaria. De esto se trata la verdad. De una condición innegable de la persona humana, del hombre no contradictoria, antes bien, lo planifica y reafirma su naturaleza.

Pbro. Msc. Luis Eduardo Martínez Bastardo

 

 

Cardenal Arizmendi: Benedicto XVI: Dios es Amor

Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí

 

Benedicto XVI © Cathopic

El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Benedicto XVI: Dios es Amor”.

***

MIRAR

Sigo reflexionando en el gran regalo que ha significado el difunto Papa Benedicto XVI para la Iglesia y para el mundo, y lamento que muchísimos no lo conozcan a profundidad, sino que se dejan llevar por juicios parciales, o por descalificaciones de quienes no estuvieron de acuerdo con su modo de ser, de pensar y de actuar. Por mi parte, estoy convencido de que el Espíritu Santo guía a su Iglesia y nos concedió un Pontífice según las necesidades del momento.

Con frecuencia se le calificó de serio, frío, seco, cuadrado, lejano de la realidad de los pobres, como si para él lo importante fuera lo doctrinal, lo académico, la tradición y la ley. Sin embargo, la primera de sus tres encíclicas versa precisamente sobre el amor, a partir de la fuente original, que es el amor de Dios, manifestado plenamente en la entrega generosa de Jesús por nosotros en la cruz, y que nos toca continuar hoy ante tanto dolor humano.

Selecciono sólo algunas frases de su encíclica Deus caritas est (Dios es amor), publicada el 25 de diciembre de 2005, primer año de su ministerio petrino. Insiste en la esencialidad del amor, aunque su forma de vivirlo sea con un estilo diferente al del Papa Francisco.

DISCERNIR

«Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera Carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él».

 Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna» (cf. 3, 16). La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud… Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás” (1).

“La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito… Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar” (12).

“La «mística» del Sacramento (la Eucaristía) tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: «El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan», dice san Pablo (1 Co 10, 17). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos «un cuerpo», aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí… Fe, culto y ethos se compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el agapé de Dios. Así, la contraposición usual entre culto y ética simplemente desaparece. En el «culto» mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma. Viceversa, el «mandamiento» del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser «mandado» porque antes es dado” (14).

“Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora. La Iglesia tiene siempre el deber de interpretar cada vez esta relación entre lejanía y proximidad, con vistas a la vida práctica de sus miembros. En fin, se ha de recordar de modo particular la gran parábola del Juicio final (cf. Mt 25, 31-46), en el cual el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Jesús se identifica con los pobres: los hambrientos y sedientos, los forasteros, los desnudos, enfermos o encarcelados. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios” (15).

“La Primera Carta de Juan subraya la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo. Ambos están tan estrechamente entrelazados, que la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia… El amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios” (16).

“El amor al prójimo consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo… Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita. En esto se manifiesta la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo, de la que habla con tanta insistencia la Primera Carta de Juan. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación «correcta», pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama… Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un «mandamiento» externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor. El amor es «divino» porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea «todo para todos» (cf. 1 Co 15, 28)” (18).

“El ejercicio de la caridad pertenece a la esencia de la Iglesia tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio. La Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la Palabra” (22).

ACTUAR

En vez de desgastarnos y destruirnos en discusiones intraeclesiales, pidamos al Espíritu Santo que nos inflame de amor a Dios y a los demás, sobre todo a quienes más sufren, incluso a los enemigos.

 

 

Iñaki Gabilondo: “Los periodistas tenemos que construir territorios de confianza. La ética está en el principio y el fin de nuestra supervivencia”

El periodista ha intervenido en la sesión “El futuro de la comunicación en un sociedad polarizada” organizada por la Facultad de Comunicación


FotoManuel Castells/El periodista Iñaki Gabilondo en un momento de su intervención

10 | 01 | 2023

El periodista Iñaki Gabilondo ha protagonizado un encuentro con alumnos, profesores y alumni de la Universidad de Navarra, dentro del ciclo Back to basics organizado por la Facultad de Comunicación. En una sesión titulada “El futuro de la comunicación en una sociedad polarizada”, Iñaki Gabilondo ha hablado sobre cómo ejercer el periodismo con mayúscula, guiado en todo momento por que los profesionales de la comunicación sean referentes de solvencia para el resto de la ciudadanía. “Los periodistas tenemos que construir territorios de confianza. La ética está en el principio y el fin de nuestra supervivencia”, ha afirmado. “El periodismo nace con un compromiso inexorable con la sociedad y la democracia, como el cirujano con la vida de su paciente, sea de un centro público o privado. Somos servidores públicos porque cumplimos con un mandamiento que es el derecho a la información”.  

Iñaki Gabilondo ha señalado que los periodistas tienen la obligación de contar con lo que el ciudadano tiene derecho a saber y, ante los que defienden un periodismo ‘activista’, ha reconocido que el mundo actual “no sabe todavía colocarse con corrección entre la afinidad y la independencia ideológica ". “Lo malo que tiene una sociedad ultrapolarizada es que no ahorra al periodista su compromiso con su ética profesional, pero se lo pone mucho más difícil. ¿Hay una manera de ejercer el periodismo en una sociedad polarizada? No. El periodismo es el de siempre solo que resulta más difícil ejercerlo. La verdad acostumbra a moverse muy incómoda en territorios de radicalidad”, ha asegurado. 

Iñaki Gabilondo ha animado a los alumnos a “vivir como periodistas, con los poros de la vida abiertos”. Y, ante la avalancha de nuevas tecnologías y nuevos formatos que hay que ir “reaprendiendo”, ha comentado: “Lo que hay que hacer es periodismo: con decencia, calidad e independencia, lo que siempre queda”. Iñaki Gabilondo ha añadido que el periodismo aporta material informativo para entender la realidad, contextualizarla, ordenarla “y, jugando limpio, hacerla inteligible”. 

Ha señalado también la necesidad de que los profesionales de la comunicación sean exigentes y rigurosos y que trabajen con solvencia, lo que requiere decencia y tiempo: “En la sociedad que vivimos ahora cada vez se insiste más en la trazabilidad de los productos, saber de dónde vienen, sus ingredientes… Muchas veces con la información no somos tan exigentes, pero deberíamos serlo incluso más, pues el periodismo afecta a tu visión de la vida y la procedencia de esa información importa”. 

Iñaki Gabilondo, antiguo alumno de la Universidad de Navarra,  ha querido impregnar su intervención con una dosis de optimismo ante los estudiantes de comunicación. “Habéis elegido el oficio adecuado, solo que estamos ante un momento de enorme transformación en el que resulta difícil hacer un diagnóstico de la situación”. Ha animado también a los alumnos a buscar nuevos modos de contar y a solucionar muchos de los problemas que ahora hay en la comunicación. “El mundo está lleno de oportunidades: las que hay y las que vosotros vais a construir. El futuro se construye con lo que hagáis, con lo que no hagáis y con lo que permitís que se haga”, ha concluido. 

 

El “antihumanismo”

Al llegar a la cifra “mágica” de los 8.000 millones de humanos sí han tenido más eco los discursos “antihumanistas”. Por sorprendente que parezca, hay quien defiende que “el hombre debe desaparecer como un rostro dibujado en la arena de una playa”. La fórmula la postulan ecologistas radicales y algunas empresas de Silicon Valley. Hay quien señala que “la preocupación porque la humanidad no exista en el futuro es un síntoma de arrogancia y sentimentalismo”. Para ellos la desaparición de los hombres no significaría gran pérdida.

El “antihumanismo”, así formulado, seguramente es una extravagancia de intelectuales, pero refleja algo que está en el aire: un resentimiento hacia el yo personal. Parece que el único yo posible es el yo político, el de una identidad fragmentada, de derechas o de izquierdas, que se concibe como protagonista de alguna forma de hegemonía o de subordinación. Estamos ante una buena oportunidad para plantearnos una vez más qué es el ser humano y cuál es su valor.

José Morales Martín

 

En el debate sobre el aborto ¿Un derecho, el aborto?

A raíz de una polémica surgida por declaraciones en la Comunidad de Castilla y León sobre el aborto, el presidente de la nación ha dicho que no permitirá "que haya un retroceso en el derecho de las mujeres a decidir libremente cuándo ser madres o no". La Presidenta de la Asociación Asociación Voz Postabort, Esperanza Puente, pregona: la mujer embarazada ya es madre y seguirá siéndolo de un hijo vivo o de un hijo muerto. Esta sociedad tan moderna que invita a decidir sobre tu cuerpo, pero la realidad cuando abortas es de silencio y abandono”.

Soy mujer y madre. Siempre fui consciente de mi responsabilidad sobre la vida y salud de mis hijos. Un derecho al aborto sólo puede considerarse desde el abuso de quienes, teniendo autoridad, emplean su poder para destruir vidas, por ambición política o económica, o por una perversa ideología neomaltusiana equivocada que pretende reducir drásticamente la población.  

Conocí y traté a una mujer emigrante que pensó abortar por motivos económicos. Cuando se vio con ayudas y apoyo emocional positivo, empezó a soñar con su “príncipe”, la alegría de su vida. ¿Recordamos la entrevista al Papa Francisco en el programa Salvados, de la Sexta (31/03/2019), cuando Évole le preguntó sobre un caso de embarazo por violación? El Pontífice respondido con dos preguntas: "¿Es lícito eliminar una vida humana para resolver un problema? ¿Es lícito alquilar un sicario que la elimine?  Aunque la entendería a ella en su desesperación, no se puede eliminar una vida humana para resolver un problema. Tampoco la puedes dejar en la calle". Añadió: “Hay chicas solas que van a ser madres y se ha desplegado todo un trabajo de acompañamiento, de dignificación, una cosa muy grande". Pues eso.

Josefa Romo

 

Marcado por la alegría del evangelio

En una entrevista, concedida en exclusiva unos días antes de la Navidad, el Papa Francisco revelaba que ha firmado ya su renuncia en caso de impedimento médico para poder seguir al frente de la sede de Pedro; algo que, siendo relevante y novedoso en este momento, no es nuevo en la vida de la Iglesia y ha de verse con total normalidad.

En la entrevista, el Papa abordaba un buen número de cuestiones candentes, como las relacionadas con la situación política mundial, aprovechando para volver a pedir el fin de las guerras. También condenaba una vez más de forma contundente la lacra de los abusos, en general y en particular la de aquellos que se producen en el seno de la propia Iglesia.

El Papa habló de los peligros de los populismos, también para la Europa actual, que no está libre del riesgo de dirigentes que, accediendo al poder democráticamente, tengan la tentación de pervertir las reglas del juego y aprovecharse para perpetuarse en ese poder.

Jesús D Mez Madrid

 

La interacción de hombres y mujeres con el móvil

Algunos expertos aconsejan que en vacaciones limitemos el uso del móvil, para disfrutar de otras cosas buenas, de nuestro alrededor, y que nos perdemos por pasar demasiado tiempo con la vista pegados al móvil. Fruto de la fascinación por la tecnología que nos acecha, sin duda ésta es buena, pero también es cierto que hay que racionalizar su uso, ya que el uso abusivo de la tecnología nos aleja de la realidad.

El móvil nos empuja a estar hiperconectados, lo que no significa que estemos más acompañados, sino todo lo contrario. Uno se puede llegar a sentir solo, aunque tenga cientos de contactos y hable cada día con ellos, ya que esa relación no está basada en el conocimiento mutuo, más bien, los conectados son unos desconocidos.

Todos hemos sido espectadores de reuniones familiares o de amigos en las que varias de esas personas se comunican enviándose WhatsApp. Estas y otras situaciones nos interpelan a “levantar la vista” del teléfono móvil, para vivir el presente, para disfrutar de las personas que están a nuestro alrededor, para mirarlas a la cara, para enriquecernos y crecer al relacionarnos directamente con ellas, ya que las relaciones sociales son consubstanciales al ser humano. “Levantar la vista” para mirar y admirar, lo bueno y lo bello de este mundo.

La interacción de hombres y mujeres con el móvil es una constante en todos los países, en cualquier sitio y a cualquier hora, para ellos es una adicción que los lleva a entrar en redes o internet porque no saben hacer otra cosa, tienen “mono tecnológico”, muchas veces éstos buscan no sentirse solos. Ya no pueden -o, lo que es peor, ya no saben- relacionarse con los demás, tener amigos de verdad, vivir reposadamente la propia vida en vez de una vida ficticia y agitada en el mundo virtual. Han perdido la capacidad de escucha, de diálogo, de debate, etc., necesarias en toda relación de amistad.

JD Mez Madrid

 

Escuchar la voz y el silencio de Dios

Escrito por Martín Gelabert Ballester

Publicado: 14 Enero 2023

El cristianismo (y el judaísmo) tienen su origen en una Palabra que Dios dirige al ser humano. Por eso, al contrario de lo que ocurre en otras religiones en las que importan los visionarios, en el cristianismo (y el judaísmo) importan los oyentes. Según el Nuevo Testamento la fe, o sea, la respuesta a la Palabra de Dios, nace de la escucha: fides ex auditu (Rm 10, 17). De ahí la permanente exhortación que se le hace al pueblo creyente: «Escucha Israel» (Dt 6, 4; Dt 9,1); exhortación que también encontramos en boca de Jesús: «escuchad» (Mc 4, 3, Mt 13, 18). Pero, además de invitar a la escucha, Jesús añadía: «quien tenga oídos para oír que oiga» (Mc 4, 9). La escucha requiere una cierta calidad del oído. De ahí que con frecuencia haya quienes «por mucho que oigan no entiendan» (Mc 4, 12). Según Jesús ese es el pecado de los judíos: «vosotros no podéis escuchar mi palabra» (Jn 8, 43). No podían porque se hallaban bajo la obediencia del diablo. Y la escucha de la Palabra de Dios requiere «la obediencia de la fe» (Rm 1, 5; Rm 16, 26).

Así, pues, la escucha es la condición ineludible de la acogida de la Palabra de Dios. Pero la escucha no es un movimiento espontáneo, algo que acontece quieras que no cuando se emite un sonido. Requiere una serie de condiciones, ambientales y personales. Más aún, si de lo que se trata es de escuchar una Palabra que procede de Dios, además de las condiciones inherentes a toda escucha, habrá que preguntarse si el ser humano está en condiciones de acoger y comprender esta palabra. En efecto, una palabra, para poder ser escuchada, debe adaptarse a las condiciones del oyente. Pero si la palabra de Dios se hace humana, ¿estamos escuchando de verdad la palabra de Dios? Además convendrá plantear si el ser humano desea escucharla. En efecto, hoy el ser humano pretende bastarse solo. No necesita de nadie. Quiere ser señor de su vida. ¿No será alienante pedirle que escuche una palabra que viene de más allá? Son muchos los problemas que a propósito de la escucha se plantean. En esta reflexión que aquí les ofrezco voy a referirme a alguno de esos problemas. Comienzo haciendo una reflexión sobre el hombre moderno y las características que lo hacen diferente al de otras épocas. Pues él es el que hoy está llamado a escuchar desde su cultura, sus valores, sus anhelos y sus dificultades.

1.       Una soledad poblada de aullidos

Una imagen bíblica podría servir para describir la situación en la que se encuentran muchos de nuestros contemporáneos: la «soledad poblada de aullidos» (Dt 32, 10), con la que el libro del Deuteronomio recuerda la travesía del pueblo de Dios por el desierto del Sinaí. Ya sé que una buena descripción de la persona actual no puede limitarse a unas cuantas frases o imágenes. Entre otras cosas porque lo que existen son individuos concretos, complejos y distintos. Hablar de hombre moderno (o postmoderno) es una abstracción, que no existe en ninguna parte. Pero sí que es posible evocar algún rasgo en el que, de una u otra manera, podamos reconocer aspectos, sentimientos, preocupaciones o problemas que caracterizan y marcan a bastantes de las mujeres y varones que hoy vivimos en esta sociedad occidental. Uno de ellos es la soledad, que va estrechamente unida a la autosuficiencia.

En cierto modo, la soledad es consustancial a la condición  humana. El fondo último de cada persona es único e irrepetible y escapa a toda comprensión exhaustiva. Somos, como decía Unamuno,  «especies únicas». Nacemos solos y morimos solos. Hay lugares donde nadie puede acompañarnos. Pero cuando digo que la soledad es característica del hombre moderno occidental me refiero a otra cosa, a las dificultades que tiene este ser humano para convivir con los demás, a su proclividad a la depresión, a su egoísmo, a su ensimismamiento, a la superficialidad con la que maneja las relaciones humanas, a su falta de compromisos estables y, sobre todo, al profundo vacío existencial que le embarga. No se trata únicamente de que seamos únicos, se trata de que nos sentimos solos. Y ese sentimiento, por una parte es resultado de nuestro deseo de libertad egoísta, de que no soportamos ningún tipo de dependencia (ideológica, económica, jerárquica, afectiva); y, por otra, es un sentimiento que no nos satisface, que nos produce dolor. El tipo de ser que ha forjado la mentalidad moderna es el de un yo solo y solitario.

Sin embargo, el ser humano no puede vivir en soledad. Está hecho para la comunión. Los cristianos sabemos el motivo: la persona humana es imagen de un Dios que es Amor Trinitario y Comunión de Vida. Un Dios único, pero no solitario; un Dios que no es soledad, sino compañía. Creado a su imagen, incluso aunque no lo sepa, «el ser humano no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra  con el amor,  si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente» [1]. De estas palabras quedémonos con esta idea: para comprenderse a sí mismo, el ser humano necesita que se le revele el amor. ¿Estará el ser humano en disposición de escucharle, caso de que esto acontezca?

El remedio de la soledad es el amor. Pero el hombre moderno no sabe amar. Y, por tanto, no está capacitado para escuchar las palabras del amor: oblación, desinterés, entrega, don de sí, perdón incondicional, esas palabras de las que habla el capítulo 13 de la primera carta a los Corintios. Las personas modernas tienen una gran incapacidad para amar. Son muy egoístas. No piensan en el otro. En ellas no hay rastro del «nosotros». Las relaciones amorosas son en muchas ocasiones efímeras y neuróticas. El ser humano no está dispuesto a dar y en lugar de buscar el bien del otro, termina por utilizarlo. No se le ha enseñado a amar. De joven cree que ama, pero más bien son las hormonas las que le confunden. La libido es más fuerte mientras más grande sea el vacío existencial. No sabe lo que es amor verdadero y las relaciones que establece, sin ninguna trascendencia, lo van dejando cada vez más vacío, más solo. No conoce la palabra compromiso. No está dispuesto a jugársela por el otro. Sólo busca el placer y la aventura. Se trata de relaciones superficiales, fácilmente sustituibles.

Para remediar su dolencia, a falta de amor, se buscan sucedáneos del amor, tales como el sexo (en ocasiones incluso sexo virtual, u orgías con desconocidos a los que nunca más se volverá a encontrar); alcohol y drogas (que producen una sensación de euforia, hacen olvidar la soledad y hasta parece que facilitan la relación). Y también sucedáneos menos fuertes, pero no menos aditivos, como el Chat (se trata de una compañía virtual, de una relación sin más realidad que la pantalla), o el pasarse el día pegado al teléfono móvil, sin establecer una verdadera comunicación personal, conversando de superficialidades. Más aún, se da la paradoja de que el intercambio que se establece con una persona conocida a través del teléfono móvil o incluso del correo electrónico, a veces no se es capaz de mantenerla en el cara a cara.

¿No estamos ante relaciones falsas? Si es así, no pueden llenar el vacío que reaparece en cuanto se apagan los aparatos electrónicos.

Otro modo de sentirse acompañado estando sólo, es huir del silencio. Nada mejor, pues, que buscar la estridencia, el ruido y el furor. Mucha gente tiene la televisión puesta sin prestarle atención. Esa televisión que se ha convertido en un concurso de gritos, de voces sin contenido. O se pasa el día con los auriculares puestos. Cualquier cosa antes que estar en silencio. El ser humano postmoderno no sabe estar consigo mismo. No sabe dialogar con su interior. Le teme a la soledad. Quizá en el fondo le da miedo enfrentarse a preguntas como estas: ¿quién soy?, ¿a dónde voy?, ¿qué estoy haciendo con mi vida? En estas condiciones es difícil, cuando no imposible, escuchar otra cosa que el vacío del propio yo. Es difícil encontrar un verdadero otro que no sea virtual, otro realmente distinto, que me interpele y me saque de mi mismo. En una soledad poblada de aullidos es difícil escuchar la voz de Dios, caso de que se dé.

2.       Si hoy escucháis su voz

          2.1.    La escucha como arte

La escucha no es algo espontáneo. Es un arte. Y bíblicamente hablando, es también obediencia [2], es fe. Como arte, la escucha requiere ejercicio, aprendizaje, tiempo, paciencia y, sobre todo, una serie de condiciones. Me detengo en estas tres: estar interesado, hacer silencio y reconocer la propia limitación.

1.       Mientras oír es, en primera instancia, percibir sonidos (cosa que puede hacerse aunque uno no quiera), escuchar es prestar atención a lo que se oye. Y solo se presta atención a quien dice algo que me interesa, algo que me resulta bueno, que está en sintonía con mis anhelos, con mis pensamientos, con mi vida. Mientras se oye sin atender, no se escucha sin atender. Se comprende ahora porque la Palabra de Dios se presenta como una buena noticia. Si no fuera así, no podría interesar ni ser escuchada [3]. El interés despierta el oído. De ahí que el orante pide al Señor que despierte su oído, para poder escuchar, como un buen discípulo (Is 50, 4). Cuando está limitado el interés, también lo está el conocimiento. Hay conocimientos que sólo llegan cuando se los desea: «el deseo capacita y prepara al que desea para conseguir lo deseado», dice Tomás de Aquino [4]. El cuarto evangelio dice que Dios se da a conocer al que le ama (Jn 14, 21), pues hay una sabiduría que sólo es hallada por los que la buscan y la desean (Sb  6, 12-13) Escuchar requiere percibir lo que se me dice como interesante y bueno para mí.

2.       Nótese el matiz: interesante para mí. Pues para interesar a alguien  no basta con darle buenas noticias. Es necesario que las perciba como tales. En ocasiones algunas buenas noticias se perciben como malas. Bien explica Tomás de Aquino que «el bien espiritual les parece a algunos malo, en cuanto es contrario al deleite carnal, en cuya concupiscencia están asentados» [5]. Hay posturas, situaciones, lugares, que impiden o, al menos dificultan, determinadas escuchas. Ni todos los lugares están preparados, ni todas las personas están capacitadas para escuchar determinadas noticias, por muy buenas e interesantes que sean. Además del interés se necesitan unas circunstancias favorables que posibiliten la audición. Cuando las circunstancias que dificultan son personales, se necesita una conversión. El apóstol Pablo advertía que cuando se está instalado en los «dioses de este mundo» el entendimiento se ciega y no le resulta posible percibir «el resplandor glorioso del Evangelio de Cristo» (2Co 4, 4). De ahí la necesidad del silencio exterior, pero sobre todo del silencio interior, para poder escuchar. No hay que interrumpir al que habla antes de que concluya. Hay que dejar a un lado el ruido de tantas preocupaciones para concentrarse en lo que de veras vale la pena.

3.       Una tercera condición para la escucha es el reconocimiento de la propia limitación. No somos poseedores de la verdad, no lo sabemos todo, no tenemos siempre toda la razón. Hay mucho que aprender, mucho que recibir de los otros. Siempre nos falta algo. Quien piensa que todo lo sabe, que los demás son incapaces de aportarle nada, no está en disposición de escuchar nada. La paciencia, el deseo de aprender y, sobre todo, la humildad, la capacidad de autocrítica, son condiciones esenciales de toda escucha. Dicho de otro modo: para escuchar es necesario ser bien consciente de que uno no es Dios. Relacionado con esta actitud está el dejar que el otro sea otro, no seleccionar sólo aquellas opiniones que coinciden con las nuestras, no evaluar lo que el otro dice desde nuestros propios esquemas. Escuchar es también dejarse sorprender, ponerse en lugar de los demás, dejar a un lado los propios paradigmas y asumir que otros pueden ver las cosas de manera diferente. Escuchar, en definitiva, es estar dispuesto a convertirse, a cambiar.

          2.2.    La escucha como obediencia

Que escuchar sea estar dispuesto a cambiar, enlaza con la dimensión creyente de la escucha. Pues para el creyente, además de un arte, la escucha es obediencia. De hecho, la palabra latina obedio (de ob = por, a causa de, y audio = oír) significa dar oídos a alguno, escucharlo, seguir sus consejos. También el alemán gehorchen (= obedecer, responder) es un derivado de horchen (= escuchar). Escuchar es obedecer. No se trata de una obediencia opresora y temerosa, como la del esclavo con su amo, sino de una obediencia que brota de la confianza que me provoca el que habla. Si escuchar es obedecer, obedecer es creer, fiarse, como muy bien indica la palabra catalana creure (que significa, a la vez, obedecer y creer). El creyente está siempre buscando la voz de Dios, que se manifiesta de muchas maneras, porque está convencido de que Dios es de fiar, no puede engañar, «es imposible que mienta» (Hb 6, 18), y es fiel a lo que promete (Hb 10, 23). Y si sabe más, este saber está siempre orientado al bien de la persona. El saber de Dios me pone en el buen camino.

A la luz de lo dicho se comprende la exhortación del salmista: «si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón». Bíblicamente hablando el corazón es la intimidad de la persona, el centro del que brota lo que la define como buena o como mala: del corazón «salen las intenciones malas» (Mc 7, 21), pero también las buenas; del corazón brota la sensatez y la insensatez, la cordura y la locura. La persona que se resiste a convertirse, a escuchar con atención y amor la voz del Señor, que se empecina en su mal camino, tiene un corazón endurecido. Para escuchar a Dios se necesita un mínimo de apertura, disponibilidad y acogida de su gracia. Para encontrarle y oír su voz hace falta «abrirle las puertas» de nuestra casa. En este espacio de silencio que hay en mí, donde nadie puede entrar sino yo, no estoy yo solo, «me acompaña, en vela, la pura eternidad de cuanto amo» [6]. Invito a Dios a entrar, y estar conmigo, y conducir mi vida. Me dispongo a obedecerle porque me fío de Él.

La escucha de la voz del Señor no va en dirección única. Es dialogal. De ahí que la libertad es condición de la escucha. No hay peor sordo que el que no quiere oír. Hay una sordera cuya causa es la libertad del que se niega a oír. A esta sordera se refiere la Escritura cuando habla de sordos que no quieren oír (Mt 13, 13). De esta sordera vino a curarnos Cristo. La Iglesia es bien consciente de ello cuando, en el bautismo, recordando la palabra effetá (= abrete) que pronunció Jesús en la curación de un sordo (cfr. Mc 7, 34), dice tocando los oídos del recién bautizado: «el Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escucha su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre».

El libro de los Hechos describe a los que apedreaban a Esteban como gritando fuertemente y además tapándose sus oídos (Hch 7, 57). Esta posibilidad de no oír porque uno no quiere muestra que la libertad es condición esencial de la escucha. Y por tanto que la obediencia del que se decide a escuchar es libre. Se trata de una obediencia que no oprime, que no menoscaba la autonomía del que escucha, una obediencia que mueve a través de la libertad: «con correas de amor los atraía» (Os 11, 4).

3.       El deseo de la escucha

Tenemos que plantearnos ahora algunos de los problemas que surgen cuando hablamos de escuchar la Palabra de Dios.

La persona contemporánea parece solamente interesada en escucharse a sí misma. Toda su vida está centrada en el propio yo: yo escojo a mis amigos, yo decido mis estudios, yo busco mi pareja, yo construyo mi futuro, yo soy bueno, yo reivindico mi autonomía. Se resiste a que nadie le diga lo que tiene que hacer. Aspira a ser señor de sí mismo y a convertirse en norma de todas las cosas. A la teología actual se la plantea el problema de cómo hacer desear al ser humano el deseo de escuchar una palabra divina, una palabra que viene de más allá de uno mismo y me saca de mí mismo. Pues sólo si esta palabra responde a un deseo tendrá sentido para el ser humano.

¿Cómo interesar al hombre, cómo hacerle desear la Palabra de Dios? ¿Por qué debería interesarme escuchar una palabra proveniente de más allá de lo humano? Sólo sería digna de ser escuchada esta palabra si respondiera a los más profundos deseos de mi corazón, si me dijera quién soy, iluminándome a mí mismo, si me orientara hacia una vida feliz y eternamente dichosa.

Precisamente la gran tragedia del ser humano radica en que ni él mismo sabe para qué ha nacido. Apenas es consciente de que existe cuando ya se percata de que su vida termina con la muerte. La perspectiva de haber nacido para morir no le satisface, y por eso protesta en todos los tonos: «Con razón, sin razón o contra ella no me da la gana de morirme… Como no llegue a perder la cabeza, o mejor aún que la cabeza el corazón, yo no dimito de la vida; se me destituirá de ella» [7]. «La no existencia no es apetecible», afirma Tomás de Aquino [8]. No puede el hombre aceptar que su vida sea un rayo de luz entre dos eternidades de tinieblas. De ahí que sueñe con un destino más halagüeño para su vida.

El ser humano busca  imperiosamente  una  salida  al  problema  que le plantea la muerte. Las soluciones parciales, búsqueda de una vida más longeva, dejar huella en hijos, obra o fama, no acaban de satisfacerle. Por eso, ante la muerte la inteligencia no descansa. Miguel de Unamuno dice que «en el punto de partida de toda filosofía hay un para qué», provocado por el hecho de que el filósofo «necesita vivir», «no quiere morirse del todo y quiere saber si ha de morirse o no definitivamente» [9]. Puesto que el filósofo, todo ser humano en realidad, quiere saber, la muerte da que pensar y provoca la búsqueda de respuestas de todo tipo: racionales, religiosas e incluso imaginativas (calificadas normalmente de científicas, en realidad pseudo-racionales y pseudo-religiosas). Como dice Fernando Savater, desde posiciones agnósticas, «la evidencia de la muerte no sólo le deja a uno pensativo, sino que le vuelve a uno pensador» [10]. Pensador, buscador, porque la muerte plantea una pregunta inevitable (pues, de un modo u otro, en algún momento de su existencia, todo ser humano se la hace), y decisiva (puesto que en ella se trata de lo más propio de cada uno), a saber: ¿tiene sentido la vida?

Hay dos tipos de respuestas a la cuestión del sentido de la vida, las racionales y las religiosas. Desde la razón empírica, materialista y autosuficiente, la respuesta es tajante: la vida no tiene sentido, salida o finalidad alguna, acaba definitivamente con la muerte. La razón, segura de sí misma, llega al punto de pretender probar la mortalidad del alma [11]. Una razón más crítica y cauta ofrece una respuesta más matizada: la muerte no es lo que parece, es un no saber, es lo desconocido. Con la muerte no sabemos a dónde vamos. La muerte es el «sin respuesta» [12]. La razón bien responde negativamente; bien, en el mejor de los casos, no responde. Así puede conducir a la desesperación, a la resignación, a la protesta, en todo caso a la inconformidad.

Detengámonos en la respuesta religiosa. A veces, de forma precipitada, muchos consideran que la aceptación de la existencia de Dios lleva por sí misma a una respuesta satisfactoria ante la muerte. Examinado el asunto más de cerca, resulta que no es así. De hecho, la Escritura judeo-cristiana, en sus primeros libros, muestra a unos hombres justos, temerosos de Dios, convencidos de su existencia y de su amor, y, sin embargo, convencidos también de que la vida terminaba definitivamente con la muerte. El Nuevo Testamento recuerda como los saduceos, buenos intérpretes de la tradición bíblica y creyentes en Yahveh, negaban que hubiera resurrección de los muertos (cfr. Mt 22, 23).

En parte de la revelación bíblica, la muerte es el fin total del hombre (Pr, Job, Qo 9, 2-6.10; Sal 39; Sal 49; Sal 88; Sal 90; Si 16, 27-Si 17,1; Si 38, 16-Si 33; Si 41, 1-4), el camino de toda la tierra (Jos 23, 14), la cita de todos los vivientes (Jb 30,23). Para los patriarcas, la muerte pertenece a la condición normal, natural del hombre. Esto es lo sensato, lo sabio, lo racional. Ninguna revelación ha desvelado aún el misterio. Todo lo que se desea es que la muerte llegue al cabo de una larga y dichosa vida. De ahí el escándalo de los justos del Antiguo Testamento cuando ven prosperar a los malos y morir precozmente a los buenos: ellos sabían de Dios y de su amor, se esforzaban en agradarle, pero esperaban la recompensa para esta vida, puesto que no conocían otra.

El proceder de la Escritura nos confirma que de la creencia en Dios no se deduce, sin más, la fe en una vida post-mortal. ¿Dónde encontrar, pues, una respuesta a este problema? El número 18 de la Gaudium et Spes nos indica una dirección. Comienza constatando la exigencia vital y la protesta ante la muerte de la que antes hablábamos: por una inspiración justa de su corazón, el hombre rechaza la ruina total y el definitivo fracaso de su persona. Pues bien: a esta inspiración justa del corazón del hombre, el Concilio responde con la revelación divina. Hay un lazo entre la pregunta por el destino y la pregunta por la revelación, por la Palabra de Dios, por el deseo de escucharle [13]. La línea del Concilio nos está indicando que la pregunta por el para qué de la existencia sólo tiene respuesta adecuada un paso más allá de la afirmación de la existencia de Dios. La respuesta viene de la palabra (o del silencio) de Dios, de la posibilidad de una revelación divina.

Fue precisamente el deseo profundo de tener una respuesta clara y tranquilizadora al ansia de trascendencia humana lo que constituyó la fuente y el motor de todas las religiones. Pues «siempre deseará el hombre saber, al menos confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de su muerte» [14]. Esta fue la razón por la que los hombres desearon que la divinidad se revelara. Si el hombre no podía resolver su propio enigma, los dioses le ayudarían a resolverlo, pues eran conocedores del futuro y de los secretos más ocultos: «los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana, que hoy como ayer conmueven íntimamente su corazón» [15].

El origen vital del preguntarse por la posibilidad de una revelación divina radica en que el ser humano no acepta la muerte como algo definitivo ni quiere dar de lado al problema que su trascendencia deseada plantea, sino que busca desesperadamente una solución. El ansia de responder a este problema de acuerdo con sus aspiraciones más profundas es lo que hace que la persona se pregunte por la posibilidad de escuchar una revelación que, al menos, le saque de la duda en que vive.

4.       La sacramentalidad de toda revelación

Otro problema que surge a propósito de la escucha de la Palabra de Dios es el de la posibilidad de que esta Palabra pueda llegar hasta nosotros. ¿Es posible la escucha? ¿Qué es en realidad lo que escuchamos cuando oímos la llamada «palabra» de Dios?

La revelación, si se da, tiene que acomodarse necesariamente al modo de ser del hombre, pues toda comunicación está condicionada por el receptor. Yo sólo puedo hacerme entender si me adapto a las condiciones de quién me escucha. Sin esta adaptación no hay comunicación posible. Más aún: la comunicación no sólo está condicionada por la capacidad del receptor, sino también por los medios de expresión de que dispongo para hacerle llegar mi pensamiento y por la manera como el receptor comprende estos medios de expresión. Ya Tomás de Aquino notaba que todo conocimiento se ajusta a la naturaleza del que conoce [16].

Dada la finitud del ser humano, Dios debe revelarse en estructuras finitas, lo que, desde nuestro punto de vista, implica la coexistencia de la revelación (puesto que Dios se manifiesta) y el ocultamiento de Dios (puesto que se manifiesta en formas limitadas, incapaces de contener totalmente al Infinito). O dicho de otro modo: el Dios que se desvela se vela al mismo tiempo,  al estar condicionado, en primer lugar, por unos medios de expresión que siempre son inadecuados para expresar su grandeza; y, en segundo lugar, por la limitada capacidad de comprensión de la persona humana.

El modo como Dios se revela deberá respetar tanto su trascendencia inabarcable como la finitud humana y su captación necesariamente limitada.

Por una parte, Dios es infinito, inabarcable, nada finito puede contenerlo. Por otra, el ser humano conoce por medio de los sentidos y de la experiencia sensible. De ahí que Tomás de Aquino notase que «en las divinas Escrituras lo divino es descrito metafóricamente con realidades sensibles» [17]. El problema que entonces se plantea podría formularse así: Si Dios se da a conocer tal cual es, ¿cómo puede el ser humano entenderle? Si se adapta a nuestro modo de conocer, ¿conocemos en realidad a Dios? Y la respuesta sonaría así: cuando Dios se manifiesta, el hombre le entiende como entiende todas las cosas, a saber, al modo humano. Y si Dios se adapta a nuestro modo de entender, nos encontramos ante una manifestación de su inmenso amor y de su infinita sabiduría. Para resguardar su trascendencia, garantizar su intimidad y moderar su fuerza, Dios se expresa a nuestra manera. En este sentido, que el misterio sea accesible por medio de adaptaciones, resulta expresión de amor y plenitud más que de defecto.

Dios, para adaptarse y hacerse entender, utiliza mediaciones. En realidad, todo encuentro con Dios desde nuestra condición humana, se da a través de mediaciones. Jesús es el modo humano de ser y de actuar de Dios, es la mediación de Dios por excelencia en las condiciones de nuestra humanidad. Quien le ve a él, ve a Dios, quien a Jesús oye, oye a Dios. El es el que pronuncia las palabras de Dios: «la gente se agolpaba a su alrededor para oír la palabra de Dios» (Lc 5, 1). Ahora bien, Jesús ya no está entre nosotros, está resucitado, a la derecha de Dios. Sigue presente entre nosotros, pero de un modo nuevo, distinto. Está presente por medio del Espíritu. El encuentro con Jesús resucitado se realiza también a través de mediaciones, fundamentalmente la mediación de la Iglesia. En el Nuevo Testamento encontramos algunos textos muy significativos que se refieren a nuestro encuentro con Dios a través de la mediación de Jesús y de nuestro encuentro con Jesús a través de una mediación humana: «quien acoja al que yo envíe, me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a aquel que me ha enviado» (Jn 13, 20); «el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado» (Mc 9, 37). De mediación en mediación nos encontramos con Dios. Así ocurre también en la escucha de su palabra. Para nosotros, la Escritura es la mediación humana que permite escuchar la palabra de Dios.

Esta mediación, teológicamente hay que calificarla de sacramental. El sacramento es una realidad creada, finita. Pero es también realidad simbólica, que remite más allá de sí misma; es transparencia hacia Dios. Puesto que lo finito a quién pone límites es al hombre y no a Dios, Dios puede hacerse presente en lo finito. Pero cuando Dios se hace presente en lo finito, el ser humano le capta «en espejo, en enigma» (1Co 13, 12; cfr. St 1, 23 en donde se compara la Palabra de Dios con un espejo). Podría entonces entenderse el sacramento como un espejo en el que Dios se refleja, y en el que el hombre ve un enigma; por ver un enigma necesita para entenderlo cabalmente una palabra que lo interprete. El que tiene las claves de acceso al espejo –el que posee el Espíritu de Cristo, el que lee la Escritura en Iglesia– escucha la palabra de Dios en forma humana.

Debemos descartar la falsa ilusión de conocer divinamente. Conocemos humanamente, pero conocemos de verdad a Dios. El conocimiento de Dios, por muy absoluto y divino que sea, toma la forma de un enunciado humano y, por tanto, está sometido a la debilidad, complejidad, lentitud, perfectibilidad y desarrollo del conocimiento humano. Nuestro conocimiento de Dios está sometido a las mismas condiciones que cualquier otro conocimiento. Cuando Dios se revela en formas humanas nos encontramos ante la mayor aproximación a lo divino que permite nuestro estado actual: se trata de la verdad en la medida en que nuestra mente puede recibirla; la verdad hasta cierto punto y bajo las condiciones impuestas por la debilidad humana [18].

El Dios infinito toma proporciones humanas cuando decide intervenir en el mundo de los hombres. Su Palabra debe abreviarse sin que por eso disminuya. Los escritores judíos y de la antigüedad cristiana se complacen en destacar la condescendencia de Dios, su pedagogía, la manera cómo se adapta a nuestra naturaleza. Un comentario judío a Ex 25, 22, dice así:

«Un samaritano dijo a R. Méir: ¿Cómo es posible que Aquel del que está escrito: ‘¿los cielos y la tierra no los lleno yo?’ (Jr 23, 24) haya hablado a Moisés entre las dos barras del arca? – Tráeme un gran espejo, le dijo. Lo trajo. – Mira tu retrato. Era grande. – Tráeme ahora un espejo pequeño. Lo trajo. – Mira tu retrato. Era pequeño. Entonces R. Méir replico: Si tú, que eres carne y sangre, puedes cambiarte como quieres, con cuánta más razón podrá Aquel que por su Palabra ha creado el mundo. Así, cuando El lo desea, llena el cielo y la tierra y, cuando lo desea, habla a Moisés entre las dos barras del arca» [19].

La condescendencia de Dios culmina en la Encarnación de Jesús: «En los últimos tiempos, cuando todo lo recapituló en él, nuestro Señor vino a nosotros, no tal como el podía venir, sino tal como nosotros éramos capaces de verlo… Fue su venida como hombre» [20]. Si Dios envió su Verbo fue para que los seres humanos escucharan su palabra. Cuando Dios habla quiere un interlocutor que comprenda su mensaje. Para  que esto fuera posible su Palabra se hizo carne (Jn 1, 14). Jesús es el sacramento, el necesario sacramento de Dios. El es el que permite en nuestra circunstancia humana lo que humanamente resulta imposible: escuchar esa voz que en sí misma resulta ininteligible y sólo mediada por Jesús puede entenderse (cfr. Ex 20, 19).

5.       Escuchar el silencio de Dios

Acabamos nuestra reflexión fijándonos en un problema al que es muy sensible el hombre contemporáneo, incluso muchos creyentes: en realidad, más que la Palabra de Dios, lo que muchos escuchan hoy es el silencio de Dios. Creyentes y no creyentes se quejan de este silencio y preguntan, a la vista de situaciones intolerables e indignas del ser humano, dónde está Dios. Si hay Dios y si se interesa de verdad por nosotros, sobre todo por las víctimas y los desheredados, ¿cómo es posible que no reaccione? No podemos tocar ahora el espinoso problema del mal, porque eso nos desviaría de nuestro tema [21]. Pero sí queremos ofrecer una interpretación del silencio de Dios.

El tema del silencio de Dios tiene muchas vertientes. Fundamentalmente está relacionado con la pregunta de si resulta coherente y con sentido un «mundo sin Dios». Entiéndase bien: desde el punto de vista creyente no se trata de sostener que Dios no existe o que no resulta razonable su afirmación, sino de no ignorar la posibilidad de comprender racionalmente la realidad de un mundo sin Dios. No podemos considerar esta posibilidad como absurda. Tiene una coherencia racional suficiente y puede tener su sentido. En esta perspectiva, la experiencia del silencio de Dios puede ser reconocida como la inevitable consecuencia de la renuncia de Dios a imponer su presencia. De hecho, no se perciben signos evidentes de su completo dominio sobre las cosas. Es preciso caer en la cuenta que si estuviera presente en el mundo como Dios, su presencia se impondría de modo ineludible. El hombre no tendría más alternativa que someterse. La afirmación de la existencia de Dios no sería libre, sino impuesta. La sumisión a Dios sería la condición inevitable de la existencia humana.

Pero la situación no es esta, porque Dios ha querido abrir un espacio de libertad para el hombre. Ha dejado en el mundo signos suficientes de su existencia. Pero ha renunciado a imponer su presencia, al precio de dejar abierta la posibilidad racional de negar su existencia y vivir como si no existiera. La existencia de un verdadero espacio de libertad para el hombre, es inseparable de la posibilidad racional de comprender la realidad como mundo sin Dios. Por todo ello la experiencia del silencio de Dios adquiere un profundo sentido. Es la consecuencia de una acción de Dios a favor del ser humano, la acción que otorga al hombre una verdadera libertad [22].

Ahora bien, en la perspectiva de nuestra reflexión este silencio tiene otro sentido. Pues, al menos para el creyente, puede ser un silencio elocuente. Es un silencio hablante, que el creyente está invitado a escuchar e interpretar adecuadamente. No es sólo resultado del hecho de que Dios no quiere imponerse. Es también el modo como Dios escucha con atención vigilante nuestra palabra y nos deja decirla con acierto, después de haberla reflexionado. Pues él, como dice 1P 5, 7, se interesa por nosotros. El silencio no es simplemente callar. Es también atender al otro, escucharle, comprender su problema.

El silencio de Dios es expresión de su gran respeto por el ser humano. El respeta lo que tenemos que decirle y deja que nos expliquemos hasta el final: nuestra vida, toda entera, eso es lo que tenemos que decirle y él escucha con atención, sin interrumpir, de modo que su silencio facilita nuestra explicación y nuestra palabra. Nuestra vida es el momento de nuestro hablar en este coloquio de amor que desde siempre Él establece con nosotros. Por eso, el silencio de Dios es el silencio del que deja hablar. Se trata de un silencio hablante, cargado de sentido, «pues el que calla para examinar al discípulo también habla; y el que se calla para probar al amado también habla; y el que se calla para facilitar una comprensión más profunda cuando llegue el momento, también habla». El silencio de Dios no es un silencio vacío, «sólo es el momento del silencio en la profundidad misma del coloquio». Por eso, Dios «ya calle o ya hable, siempre es el mismo padre; el mismo corazón paterno, cuando nos guía con su voz o nos eleva con su silencio» [23].

Con su silencio, Dios nos pregunta personalmente: ¿qué haces por mí, qué haces por los hermanos?, ¿qué dices de mí, qué dices de tus hermanos? Y él escucha con mucha atención. ¿Sabremos nosotros escuchar este silencio?

6.       Palabras finales

En resumen, la escucha es una actitud fundamental de todo ser humano y de todo cristiano. El cristiano está llamado a escuchar la voz de Dios. Pero las mujeres y varones de hoy no parecen estar preparados para esta escucha. El mundo está lleno de ruido y de furor y el hombre contemporáneo es fundamentalmente egoísta. Nada de esto facilita la escucha. Hay que aprender a escuchar, ejercitarse en el arte de escuchar. Y, para el cristiano, hay que abrirse a Dios con confianza, pues sin fe no es posible escuchar la posible Palabra de Dios.

Plantear a la mentalidad actual la escucha de una Palabra que provenga de Dios requiere resolver una serie de problemas, precisamente para mostrar que esta escucha no es alienante y no es un absurdo racional. Es lo que hemos buscado hacer en nuestros epígrafes sobre el deseo de la escucha y la sacramentalidad de la revelación.

Nuestra reflexión termina preguntándose si además de la Palabra no deberá también el ser humano estar en disposición de escuchar el silencio de Dios y sobre el sentido que ese silencio tiene para el creyente.

Martín Gelabert Ballester, en dialnet.unirioja.es/

Notas:

1      JUAN PABLO II: Redemptor Hominis, 10.

2      Cabría hacer un paralelismo con el amor, que también es arte y mandamiento. Cfr. M. GELABERT: Vivir en el amor. Amar y ser amado. San Pablo, Madrid 2005, 26- 63.

3      Hay ahí una seria advertencia para la Iglesia y los encargados de transmitir esta Palabra: si no la presentan como buena noticia, dejará de interesar. Y el hecho de que hoy parezca no interesar a mucha gente tiene que llevar a la Iglesia a preguntarse por su propia credibilidad y por los motivos por los que su predicación no es percibida como buena. Con todo, este es un problema complejo que no puede resolverse apelando únicamente a la culpabilidad de los mensajeros. No podemos desarrollarlo aquí. Lo hemos hecho en M. GELABERT: “Actitudes del evangelizador en una sociedad post-cristiana”, en Teología Espiritual (2005), 265-280.

4      Suma de Teología, I, 12, 6.

5      De caritate, 12.

6      Himno de la liturgia de Vísperas del jueves de la semana II.

7      M. DE UNAMUNO: Obras completas (ed. preparada por Manuel García Blanco), Escélicer, Madrid, 1966 ss., t. VII, 186.

8      Suma de Teología I, 5, 2, ad 3; cfr. De malo 5, 5: «La muerte y la corrupción es para nosotros contra naturaleza».

9      O. c. en nota 7, págs. 126 y 129.

10      F. SAVATER: Las preguntas de la vida. Ariel, Barcelona 1999, 31.

11      «No hay manera alguna de probar racionalmente la inmortalidad del alma. Hay, en cambio, modos de probar racionalmente su mortalidad», M. DE UNAMUNO: o. c. en nota 7, 156.

12      Cfr. E. LEVINAS: Dios, la muerte y el tiempo. Ediciones Cátedra, Madrid 1993, 19 y 25.

13      También el Vaticano I relaciona la necesidad de la revelación con la cuestión del destino del hombre a la felicidad eterna (DS 3005).

14      Y por esa razón el ser humano «nunca jamás es del todo indiferente ante el problema religioso» (Gaudium et Spes, 41).

15      Nostra aetate, 1.

16      Suma de Teología, I, 12, 4

17      Suma de Teología, I, 12, 3, ad 3.

18      Cfr. J. H. NEWMAN: Teoría del desarrollo doctrinal (traducción de Aureli Boix, introducción de Josep Vives, Cuadernos “Institut de Teologia Fonamental”, nº 16), nn. 32-35 y 43 b.

19      Cfr. F. MANNS: L’Israël de Dieu. Essais sur le christianisme primitif. Franciscan Printing Press, Jerusalem, 1996, 43-44

20      SAN IRENEO, Adv. Haer. 4, 38, 1.

21      Sobre el problema del mal, puede verse M. GELABERT: “El mal como estigma teológico”, en Moralia (1999), 191-222.

22      A este respecto resulta muy útil leer a JOSÉ M. MILLÁS: La fe cristiana en un mundo secular. Cuadernos “Institut de Teologia Fonamental”, San Cugat del Vallès, nº 43.

23      S. KIERKEGAARD: Diario, VII A 131.