Las Noticias de hoy 8 Agosto 2022

Enviado por adminideas el Lun, 08/08/2022 - 12:06

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Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    lunes, 08 de agosto de 2022       

Indice:

ROME REPORTS

Ángelus del Papa: Nuestra historia está firmemente en manos de Dios

El Video del Papa de agosto: Por los pequeños y medianos empresarios

SANTO DOMINGO DE GUZMÁN* : Francisco Fernandez Carbajal

Evangelio del lunes: el remedio es mirar a Cristo

“Grito mi amor a la libertad personal” :San Josemaria

“¡Vale la pena!” (I): Una fuerza que conquista el tiempo

Retiro de agosto #DesdeCasa (2022)

La vida de Jesús, una conversación siempre abierta

La ternura de Dios (II): “Anda y haz tú lo mismo”: la Ley de Dios y la misericordia : Carlos Ayxelá - Rodolfo Valdés

Como vencer al demonio : Jesús Ortiz

¿Para qué arreglarme si me quedo en casa? : Sheila Morataya

Supuestos biológicos de la libertad humana

LA FUERZA DE LA PALABRA DE DIOS: Pedro Beteta López

La belleza de la Liturgia (5). La alegría del encuentro : José Martínez Colín.

“La calor” : Jorge Hernández Mollar

Sin dejarse llevar por un ecologismo extemporáneo: Jesús Domingo

Buscando silencio : José Morales Martín

Los sufrimientos físicos y morales : JD Mez Madrid

El sentido del sufrimiento :  Juan García. 

La masificación o el hombre peor que los animales : Antonio García Fuentes

 

ROME REPORTS

 

Ángelus del Papa: Nuestra historia está firmemente en manos de Dios

En su reflexión sobre el Evangelio de este domingo, propone las dos claves para superar los miedos y la tentación de una vida pasiva: No temer y estar preparados, atentos a los demás, disponibles para escuchar y acoger, porque, también en las situaciones en las que no lo esperamos, el Señor viene.

 

Vatican News

El Papa Francisco introdujo el rezo mariano del Ángelus con una reflexión sobre las “dos palabras -clave” que propone el Evangelio de este domingo “para derrotar los miedos que a veces nos paralizan y para superar la tentación de una vida pasiva, adormecida”. Desde la ventana de su estudio y ante una Plaza de San Pedro repleta de fieles y peregrinos, el Pontífice retomó las palabras de Jesús a sus discípulos en las que los tranquiliza para aplacar sus miedos y los exhorta a estar alerta: la primera es “no temas, pequeño rebaño” (Lc 12,32); la segunda «” estén preparados” (v. 35).

No temer

El Santo Padre recuerda que Jesús al hablar a sus discípulos del cuidado amoroso del Padre los conmina a no afanarse y agitarse. “Nuestra historia está firmemente en las manos de Dios” afirma el Papa, y es por ellos que Jesús nos alienta a no temer:

“A veces, en efecto, nos sentimos presos de un sentimiento de desconfianza y de angustia: es el miedo a no lograrlo, a no ser reconocidos y amados, a no conseguir realizar nuestros proyectos, a no ser nunca felices…Y entonces nos afanamos buscando soluciones, para encontrar algún espacio en el que emerger, para acumular bienes y riquezas, para obtener seguridades; y terminamos viviendo en la ansiedad y en la preocupación constante”.

En cambio, asegura Francisco, Jesús nos tranquiliza y nos pide no temer, confiar en el Padre que ya nos ha donado a su Hijo, su Reino y siempre nos acompaña con su providencia.

“Pero saber que el Señor nos cuida con amor, no nos autoriza a dormir, a ¡dejarnos llevar por la pereza! Al contrario, debemos estar despiertos, vigilantes. En efecto, amar significa estar atento a los demás, darse cuenta de sus necesidades, estar disponibles para escuchar y acoger, estar preparados”.

Estar preparados

La segunda invitación de Jesús en el Evangelio es a estar preparados asegura el Obispo de Roma y recuerda unas palabras de San Agustín: "Tengo miedo de que el Señor pase y yo no me dé cuenta". De estar dormido y no notar que el Señor pasa.

“Es necesario estar despiertos, no dormirse, es decir, no estar distraídos, no ceder a la pereza interior, porque, también en las situaciones en las que no lo esperamos, el Señor viene”.

Francisco advierte que Dios “al final de nuestra vida nos pedirá cuentas de los bienes que nos ha encomendado”. Se trata también de “ser responsables, custodiar y administrar esos bienes con fidelidad”, desde nuestras familias o la fe, hasta nuestra ciudad y la Creación. De allí la exhortación de Francisco a preguntarnos si cuidamos ese patrimonio que el Señor nos ha dejado, si lo custodiamos o lo usamos con egoísmo o por conveniencia.

“Hermanos y hermanas -concluyó el Papa - caminemos sin miedo, en la certeza de que el Señor nos acompaña siempre. Y estemos despiertos, para que no nos durmamos mientras el Señor pasa”.

 

El Video del Papa de agosto: Por los pequeños y medianos empresarios

En su mensaje, el Santo Padre ensalza la responsabilidad social de los pequeños y medianos empresarios. Aquellos que, por ejemplo, tienen un taller o un comercio “invierten en la vida generando bienestar, oportunidades y trabajo”, dice, y subraya el impacto negativo que tienen las crisis en las pequeñas y medianas empresas.

 

El Video del Papa de agosto acaba de publicarse con la intención de oración que Francisco confía a toda la Iglesia Católica a través de la Red Mundial de Oración del Papa. Este mes, el Santo Padre pide “para que los pequeños y medianos empresarios, duramente afectados por la crisis económica y social, encuentren los medios necesarios para continuar su actividad al servicio de las comunidades en las que viven”.

La crisis que vivimos 

“Como consecuencia de la pandemia y las guerras, el mundo se enfrenta a una grave crisis socioeconómica”, dice el Papa y señala que los pequeños y medianos empresarios son unos de los principales afectados. Según datos del Banco Mundial de 2021, una de cada cuatro empresas perdió la mitad de su volumen de ventas a causa de la pandemia a nivel global. Además, las ayudas públicas son débiles precisamente donde más se necesitan: en los países pobres y para las pequeñas empresas. 

En este sentido, el Papa Francisco elogia a los que “con valor, esfuerzo y sacrificio, invierten en la vida generando bienestar, oportunidades y trabajo”. Entre los pequeños y medianos empresarios están incluidos los que regentan un comercio, un restaurante o un taller. Pero también aquellos que se dedican a tareas de limpieza o transporte, los artesanos, entre tantos otros. Ellos son “los que no salen en las listas de los más ricos y poderosos y, a pesar de las dificultades, crean puestos de trabajo manteniendo su responsabilidad social”. 

El comentario de P. Frédéric Fornos S.J.

El P. Frédéric Fornos S.J., Director Internacional de la Red Mundial de Oración del Papa, comentó a propósito de esta intención: “Las crisis que estamos viviendo, son -como dice el Papa- un ‘momento Noé’, una oportunidad para construir algo diferente. En este sentido son de gran importancia los pequeños y medianos empresarios, su fuerza creativa, su capacidad de aportar soluciones desde abajo. Sin ellos no hubiera sido posible atravesar la crisis del Covid y siguen siendo necesarios ahora. Por eso es importante rezar por ellos”.

(Por la Red Mundial de Oración del Papa).

 

SANTO DOMINGO DE GUZMÁN*

Memoria

— Necesidad de la sana doctrina. La ayuda de la Virgen.

— El Rosario, arma poderosa.

— La consideración de los misterios del Santo Rosario.

I. A principios del siglo xiii algunas sectas causaban estragos en la Iglesia, sobre todo en el Sur de Francia. Durante un viaje que realizó Santo Domingo, acompañando a su Obispo por esa región, pudo comprobar por sí mismo los daños que esas nuevas doctrinas originaban en el Pueblo de Dios, falto de formación como en tantas ocasiones. ¡Cuántos males ha causado la ignorancia! Durante su viaje, el Santo comprendió la necesidad de enseñar las verdades de la fe con claridad y sencillez, y con gran celo y amor a las almas se entregó del todo a este quehacer. Poco tiempo más tarde, se determinó a fundar una nueva Orden religiosa que tenía como fin la difusión de la doctrina cristiana y su defensa del error en cualquier parte de la Cristiandad. Así surgió la Orden de Predicadores, que tendría en el estudio de la Verdad uno de sus pilares fundamentales1. Desde entonces, «en cualquier actividad apostólica en servicio de la Iglesia pueden encontrarse dominicos ocupados en llevar la verdad a las inteligencias de sus hermanos, los hombres (...), actuando con el carisma peculiar, que es el mismo de su fundador: iluminar las conciencias con la luz de la palabra de Dios»2.

La tarea de enseñar a todos el contenido de la fe no ha sido solo una necesidad del pasado. En las circunstancias actuales, esta misión de la Iglesia entera se hace quizá más urgente que en épocas pretéritas. El Papa Juan Pablo II ha alertado ante esa situación de ignorancia generalizada de las verdades más elementales, y ante la difusión de muchos errores doctrinales, cuyas consecuencias no han tardado en hacerse notar en las almas: la falta de amor y de piedad hacia la Sagrada Eucaristía; el olvido de la Confesión, sacramento imprescindible para obtener el perdón de Dios y para formar la conciencia; el desconocimiento del fin trascendente al que hemos sido llamados...; arrinconar la fe al ámbito de la vida privada, sin que tenga manifestaciones públicas; el matrimonio parece haber sido privado en algunos casos de su íntimo y natural significado y valor; la introducción de la legislación permisiva del aborto es el triunfo del principio del bienestar material y del egoísmo sobre el valor más sacro, el de la vida humana; la disminución de la natalidad y la senectud demográfica han llevado a algún responsable europeo a hablar de un suicidio demográfico de Europa y aparece como el grave síntoma de un profundo empobrecimiento espiritual3. No es difícil darse cuenta de cómo en muchos se ha perdido el sentido de la amistad con Dios, del pecado, de la vida eterna, del sentido cristiano del dolor... A la vez, se puede comprobar cómo el mundo se hace menos humano en la medida en que deja de ser cristiano. Y esta ola de materialismo, de pérdida del sentido de lo sobrenatural, afecta también, y a veces en gran medida, a esas personas que todos los días vemos, y a las que quizá el Señor ha puesto a nuestro cuidado, por unas u otras razones.

Meditemos hoy junto al Señor si sentimos en nuestro corazón esa llamada del Papa a recristianizar el mundo que nos rodea, según nuestras fuerzas y con nuestro modo cristiano de estar en medio de la sociedad. Pensemos hoy junto al Señor si nos esforzamos por conocer a fondo la doctrina de Jesucristo, si ajustamos a ella nuestra conducta personal, familiar, profesional, social, política, etcétera; si nos empeñamos en difundirla; si procuramos mantener esos signos externos –que tanto empeño hay en eliminar– de religiosidad y sentido cristiano: el escapulario, la bendición de la mesa, de la nueva casa que habitamos, el tener alguna imagen del Señor o de la Virgen en nuestro hogar, en el lugar de trabajo...

II. Santo Domingo de Guzmán, como tantos otros después de él, contó además con un arma poderosa4 para vencer en esta batalla, que al principio parecía perdida, pues «emprendió con ánimo esforzado la guerra contra los enemigos de la Iglesia católica, no con la fuerza ni con las armas, sino con la más acendrada fe en la devoción del Santo Rosario, que fue el primero en propagar, y que personalmente y por sus hijos llevó a los cuatro ángulos del mundo»5. «Con razón, pues, mandó Domingo a sus hijos que, al predicar al pueblo la palabra de Dios, se entretuvieran con frecuencia y con cariño en inculcar en las almas de los oyentes esta manera de orar, de cuya utilidad tenía mucha experiencia. Pues sabía bien que María, por una parte, tenía tanta autoridad delante de su Hijo divino que las gracias que confiere a los hombres las provee siempre Ella como administradora y dispensadora; y, por otra parte, es de natural tan benigna y clemente que, habiendo acostumbrado a socorrer espontáneamente a los necesitados, no puede, en modo alguno, rehusar la ayuda a los que se la piden. Así, pues, la Iglesia, por medio principalmente del Rosario, siempre ha encontrado en Ella a la Madre de la gracia y a la Madre de la misericordia, como tiene costumbre de saludarla; por lo cual los romanos pontífices no dejaron pasar jamás ocasión alguna hasta el presente de ensalzar con las mayores alabanzas el Rosario mariano y de enriquecerlo con indulgencias apostólicas»6.

Los cristianos, por instinto filial y por esta recomendación expresa de los Papas, han acudido al rezo del Santo Rosario en los momentos ordinarios y en las circunstancias más difíciles (calamidades públicas, guerras, herejías, problemas familiares importantes...) y como medio excelente de acción de gracias. Los consejos de los últimos Papas han sido constantes, principalmente en lo que se refiere al Rosario en familia. El Concilio Vaticano II advertía a todos los fieles cristianos «que tengan muy en consideración las prácticas y los ejercicios piadosos hacia Ella recomendados por el Magisterio a lo largo de los Siglos»7. Y Pablo VI interpretaba auténticamente estas palabras como referidas al Santo Rosario8.

Examinemos nosotros hoy, cuando tantas necesidades padece la Humanidad, con qué amor y confianza acudimos a Nuestra Señora a través de esta devoción tan cargada de gracias. Pensemos si a la hora de difundir la sana doctrina a nuestro alrededor, y especialmente si vemos que alguno de los más cercanos a nosotros se va separando del Señor, acudimos con fe a nuestra Madre del Cielo.

III. Si procuramos rezar cada día con amor el Santo Rosario atraeremos, como Santo Domingo, muchas gracias sobre aquellos que queremos llevar hasta el Señor y sobre nuestra alma. En él, consideramos los principales misterios de nuestra salvación: desde la Anunciación de la Virgen hasta la Resurrección y Ascensión a los Cielos del Señor, pasando por su Pasión y Muerte.

Los cinco primeros, que llamamos de gozo, recogen la vida oculta de Jesús y de María y nos enseñan a santificar las realidades de la vida ordinaria. Los cinco siguientes, los misterios de dolor, nos permiten contemplar y vivir la Pasión y nos enseñan a santificar el dolor, la enfermedad, la cruz que se hace presente en la vida de cada hombre a su paso por este mundo. En los cinco últimos, los gloriosos, contemplamos el triunfo del Señor y de su Madre, y nos llenan de alegría y de esperanza al meditar la gloria que Dios nos tiene reservada si somos fieles.

En la consideración de estos misterios vamos a Jesús por María: gozamos con Cristo, al contemplarlo hecho Hombre como nosotros, nos dolemos con Cristo paciente, vivimos anticipadamente su gloria. Para que esa contemplación sea posible hemos de procurar rezar de tal manera «que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, a través del corazón de Aquella que estuvo cerca de Él, y que desvelen su insondable riqueza»9. Rezar así el Santo Rosario, «con la consideración de los misterios, la repetición del Padrenuestro y del Avemaría, las alabanzas a la Beatísima Trinidad y la constante invocación a la Madre de Dios, es un continuo acto de fe, de esperanza y amor, de adoración y reparación»10.

En tiempos de Santo Domingo se saludaba a la Virgen con el título de rosa, símbolo de la alegría. Se adornaban ya las imágenes con una corona de rosas, y se cantaba a María como jardín de rosas (en latín medieval Rosarium). Y de ahí parece provenir el nombre que ha llegado hasta nosotros11. No olvidemos que cada Avemaría es como una rosa que ofrecemos a Nuestra Madre del Cielo. No dejemos que, por falta de interés o de atención, salga marchita de nuestros labios. No dejemos de emplear esta arma poderosa ante tantos obstáculos como en ocasiones encontramos. Acudamos también a Nuestra Señora, a través de esta devoción, cuando sintamos más el peso de nuestras flaquezas: «“Virgen Inmaculada, bien sé que soy un pobre miserable, que no hago más que aumentar todos los días el número de mis pecados...”. Me has dicho que así hablabas con Nuestra Madre, el otro día.

»Y te aconsejé, seguro, que rezaras el Santo Rosario: ¡bendita monotonía de avemarías que purifica la monotonía de tus pecados!»12.

1 Cfr. J. M. Macías, Santo Domingo de Guzmán, BAC, Madrid 1979, pp. 230 ss. — 2 Ibídem, p. 260. — 3 Cfr. Juan Pablo II, Alocución 11-X-1985. — 4 Cfr. San Josemaría Escrivá, Santo Rosario, Rialp, 24.ª ed., Madrid 1979, p. 7. — 5 León XIII, Enc. Supremi apostolatus, I-IX-1883. — 6 Benedicto XV, Enc. Fausto appetente, 29-VI-1921. — 7 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 67. — 8 Cfr. Pablo VI, Enc. Christi Matri Rosarii, 15-IX-1966; Exhort. Apost. Marialis cultus, 2-II-1974. — 9 ídem, Exhort. Apost. Marialis cultus, cit., 46. — 10 San Josemaría Escrivá, o. c., p. 9. — 11 J. Corominas-J. A. Pascual, Diccionario crítico etimológico, Gredos, Madrid 1986, vol. V, voz Rosa. — 12 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 475.

Santo Domingo de Guzmán nació en Caleruega, alrededor del año 1170. Combatió con su predicación y su vida ejemplar la herejía albigense. Fundó la Orden de Predicadores (Dominicos) y extendió la devoción del Santo Rosario. Murió en Bolonia el 6 de agosto de 1221.

 

Evangelio del lunes: el remedio es mirar a Cristo

Comentario del lunes de la 19.ª semana del tiempo ordinario. “El primer pez que pique sujétalo, ábrele la boca y encontrarás un estáter; lo tomas y lo das por mí y por ti”. Ante las dificultades, dolores o sufrimientos, el remedio es siempre mirar a Cristo.

08/08/2022

Evangelio (Mt 17, 22-27)

Cuando estaban en Galilea les dijo Jesús:

—El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, pero al tercer día resucitará.

Y se pusieron muy tristes.

Al llegar a Cafarnaún, se acercaron a Pedro los recaudadores del tributo y le dijeron:

—¿No va a pagar vuestro Maestro el tributo?

—Sí —respondió.

Al entrar en la casa se anticipó Jesús y le dijo:

—¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes reciben tributo o censo los reyes de la tierra: de sus hijos o de los extraños?

Al responderle que de los extraños, le dijo Jesús:

—Luego los hijos están exentos; pero para no escandalizarlos, vete al mar, echa el anzuelo y el primer pez que pique sujétalo, ábrele la boca y encontrarás un estáter; lo tomas y lo das por mí y por ti.


Comentario

El Evangelio comienza con el anuncio de la futura pasión, muerte y resurrección de Jesús y concluye mostrando el poder de Jesús mediante un milagro.

Este es el segundo anuncio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Los discípulos se entristecieron mucho, no quieren perder al maestro. El dolor es una de las experiencias más comunes de la vida. Muchas veces nos encontramos sufriendo profundamente por motivos y razones que nunca esperamos. Nosotros, como los discípulos, también podemos desanimarnos en nuestro día a día a causa de la cruz: nos entristecemos por una injusticia, por algo que no sale como esperamos, por una dificultad. Esto nos puede llevar a sufrir. San Josemaría decía «Si sabes que esos dolores —físicos o morales— son purificación y merecimiento, bendícelos» (Camino, 219)

El evangelio continúa con la pregunta sobre el tributo al Templo. Sabemos que muchos de los sacerdotes del Templo, en tiempos de Jesús, estaban exentos de pagar el tributo. Jesús es el Hijo de Dios y Señor del Templo, por tanto, tenía más motivos que nadie para no pagar el tributo. Sin embargo, el Señor le manda pagar a Pedro, «para no escandalizarlos». Paga un estáter que valía cuatro denarios. El tributo al Templo era de dos denarios por persona, es por tanto la cantidad justa para pagar lo de Pedro y lo de Jesús. En el milagro, se refleja la cuidadosa providencia del Señor con los suyos. También a nosotros nos invita el Señor a cumplir nuestros deberes sociales, a no hacer uso de privilegios y a cumplir con nuestras obligaciones.

El Señor enlaza los dos acontecimientos. Por un lado, vemos el sufrimiento y por otro lado vemos el poder de Dios que vence toda dificultad. La enseñanza es clara, en nuestra vida sufriremos por muchas cosas, pero si ponemos nuestra confianza en el Señor, él solucionará los problemas más importantes de nuestra vida. San Josemaría lo recordaba así: “Si —ante la realidad del sufrimiento— sentís alguna vez que vacila vuestra alma, el remedio es mirar a Cristo” (Es Cristo que pasa, n. 168). Pongamos nuestra confianza en el Señor.

 

“Grito mi amor a la libertad personal”

Libertad de conciencia: ¡no! –Cuántos males ha traído a los pueblos y a las personas este lamentable error, que permite actuar en contra de los propios dictados íntimos. Libertad “de las conciencias”, sí: que significa el deber de seguir ese imperativo interior..., ¡ah, pero después de haber recibido una seria formación! (Surco, 389)

8 de agosto

Cuando, durante mis años de sacerdocio, no diré que predico, sino que grito mi amor a la libertad personal, noto en algunos un gesto de desconfianza, como si sospechasen que la defensa de la libertad entrañara un peligro para la fe. Que se tranquilicen esos pusilánimes. Exclusivamente atenta contra la fe una equivocada interpretación de la libertad, una libertad sin fin alguno, sin norma objetiva, sin ley, sin responsabilidad. En una palabra: el libertinaje. Desgraciadamente, es eso lo que algunos propugnan; esta reivindicación sí que constituye un atentado a la fe.

Por eso no es exacto hablar de libertad de conciencia, que equivale a valorar como de buena categoría moral que el hombre rechace a Dios. Ya hemos recordado que podemos oponernos a los designios salvadores del Señor; podemos, pero no debemos hacerlo. Y si alguno tomase esa postura deliberadamente, pecaría al transgredir el primero y fundamental entre los mandamientos: amarás a Yavé, con todo tu corazón.

Yo defiendo con todas mis fuerzas la libertad de las conciencias, que denota que a nadie le es lícito impedir que la criatura tribute culto a Dios. Hay que respetar las legítimas ansias de verdad: el hombre tiene obligación grave de buscar al Señor, de conocerle y de adorarle, pero nadie en la tierra debe permitirse imponer al prójimo la práctica de una fe de la que carece; lo mismo que nadie puede arrogarse el derecho de hacer daño al que la ha recibido de Dios.

Nuestra Santa Madre la Iglesia se ha pronunciado siempre por la libertad, y ha rechazado todos los fatalismos, antiguos y menos antiguos. Ha señalado que cada alma es dueña de su destino, para bien o para mal: y los que no se apartaron del bien irán a la vida eterna; los que cometieron el mal, al fuego eterno(Amigos de Dios, 32-33)

 

“¡Vale la pena!” (I): Una fuerza que conquista el tiempo

La fidelidad es la virtud que surge en medio de las relaciones entre personas –y por eso también con Dios– cuando una confía en el amor de la otra.

01/08/2022

«¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece? ¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla? ¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?». Estas preguntas se hacía un poeta inglés del siglo XVII al reconocer que dirigimos nuestra atención hacia aquellos sucesos –como el firmamento o la música– no como algo impersonal, como si surgiera del azar. Al detectar que detrás de todas esas experiencias siempre hay alguien, un otro involucrado, al vislumbrar que siempre esconden una relación, al menos ofrecida, concluía: «Ningún hombre es una isla entera por sí mismo (…). Por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti»[1].

Espiral que es elevada entre dos

Todos componemos un tejido de relaciones que nos ha acogido y nos ha sostenido en este mundo. Y es precisamente allí, en esos vínculos personales, en donde la fidelidad puede surgir. Aunque el término fidelidad sea utilizado a niveles muy distintos, «especialmente relevante –escribe el Prelado del Opus Dei– es considerar la fidelidad en la relación entre personas, en su aspecto más humanamente profundo»[2]. Nos necesitamos unos a otros no solo para la supervivencia material, sino para ser felices. «Por el hecho de ser animal social, un hombre le debe naturalmente a otro todo aquello sin lo cual la conservación de la sociedad sería imposible», empieza diciendo santo Tomás de Aquino. Es verdad que el primer apoyo que requerimos suele ser de tipo material, o de supervivencia, pero necesitamos también sostenernos mutuamente en nuestro camino hacia el futuro, sabernos parte de una misma cadena que se extiende hacia adelante con esperanza. Por eso, continúa el santo: «La convivencia humana no sería posible si los unos no se fían de los otros»[3].

Se ha dicho que nuestra época se caracteriza más por la búsqueda personal de una autonomía total que por reconocer que nuestras acciones están ligadas a quienes nos rodean; se ha dicho también que preferimos la ilusión de ser totalmente autosuficientes, antes que reconocernos necesitados de los demás. Las actitudes que nos empujan hacia el aislamiento –y que encontramos en mayor o menor medida dentro de nosotros– son una primera grieta que debemos sortear al hablar de fidelidad.

Porque, aunque existen algunas virtudes que no están inmediatamente involucradas en la relación directa con otras personas, como pueden ser la fortaleza o la templanza, existen virtudes que se dan solo en las relaciones. La fidelidad, en particular, es una de ellas, ya que se trata de un movimiento de ida y vuelta entre dos: supone, de un lado, creer que la otra persona, situada de frente, tiene buenas intenciones hacia mí; supone construir la propia vida con la convicción de que esa otra persona me quiere ahora y lo seguirá haciendo en el futuro. En ese sentido, nace en un primer momento en el otro, no depende inicialmente de nosotros mismos; y una virtud así rompe con nuestra tendencia hacia la autosuficiencia, invitándonos a una apertura humilde que, como señala el Papa Francisco, «siempre tiene una cuota de riesgo y de osada apuesta»[4]. Surge entonces un movimiento que, entre dos, poco a poco, se eleva en espiral hacia una vida compartida y feliz. Quien entra en esta dinámica de la fidelidad está muy lejos de haber llegado a la quietud de un destino; más bien, inicia el vértigo de lo vivo, el movimiento de quien está en camino, pero tiene al lado a alguien de quien fiarse cuando lo necesite. «La fidelidad es como una fuerza que conquista el tiempo, no por rigidez o inercia, sino de un modo creativo»[5].

Teresa de Jesús y Jesús de Teresa

Al seguir los medios de comunicación, al revisar alguna encuesta o al considerar nuestras propias experiencias, quizás nos veamos impulsados a considerar como urgente el reto de redescubrir la belleza de la fidelidad, el bien humano que esta aporta, la felicidad de la que es portadora. Notamos la necesidad de redescubrirla en el matrimonio, en la familia, en la relación con Dios y, en general, en cualquier tipo de relación personal[6]. Para hacerlo, contamos, por un lado, con la ayuda del Señor. Y, por otro, con el anhelo de una fidelidad creativa que detectamos en tantas personas, también en nosotros mismos; «una fidelidad que es libre correspondencia a la gracia de Dios, vivida con alegría y también con buen humor»[7]. Nuestro corazón no se satisface con una vida absolutamente autónoma, en soledad, ya que «ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con otras vidas. Ninguna persona es un verso suelto»[8]; y tampoco con una vida estática, previsible, impropia de lo que está vivo.

En ocasiones, todo esto puede parecernos un deseo casi inalcanzable, algo que está por encima de nuestras fuerzas. Y no nos falta algo de razón: cada uno, si cuenta solamente consigo mismo, es débil, pues tenemos los pies de barro; además de que la fidelidad solo puede surgir entre dos. Pero es precisamente la experiencia de nuestra debilidad la que nos previene de fiarnos únicamente de nuestros buenos deseos o talentos. Vienen en nuestra ayuda aquellas palabras de san Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4,13). Dios, con su amor ofrecido a nosotros antes de que podamos pedirlo, pase lo que pase y hagamos lo que hagamos, se entrega como fuente de nuestra fidelidad a él y a las demás personas.

Sin embargo, si pensamos en la experiencia de la fidelidad de Dios en nuestra vida y en la vida de tantas personas, podríamos decir que sí podemos confiar en nosotros mismos. Cuántas veces, quizás sobre todo en momentos difíciles, vienen a nuestra memoria recuerdos de la confianza que ha tenido el Señor en nosotros, empezando por nuestro nacimiento –que estemos vivos es una elección suya–, para seguir con nuestro bautismo y con todas las veces que Dios nos ha mostrado su amor, su cercanía y su luz en nuestro camino. Si bien la elección por parte de Dios ha sido eterna, su confianza depositada en nosotros se va realizando en el tiempo: en nuestro interior va madurando la conciencia que tenemos de aquel privilegio.

Cuando, en cambio, queremos ser fieles solo con nuestras fuerzas, cuando ponemos distancia en aquella relación que alberga la fidelidad, dejamos de experimentar esa confianza de Dios. Entonces perdemos la memoria de los dones recibidos, como aquellos viñadores que olvidaron que trabajaban porque el dueño salió a buscarles, y no por méritos propios (cfr. Mt 21,33-46). Nos concentramos, entonces, en lo costoso e insuficiente de nuestros esfuerzos. Poco a poco pueden ir apareciendo las quejas, breves huidas, infidelidad en lo pequeño. O aquella distancia puede también insinuarse de modo más solapado en el acostumbramiento a la vida con el Señor, en una lucha que busca tranquilizar la conciencia, en la tibieza. Se pierde la novedad del otro, la sorpresa de su rostro, la creatividad que siempre porta un ser personal.

En definitiva, podemos ser fieles porque Dios confía en nosotros. Así es como han sido fieles los santos. De santa Teresa de Ávila se cuenta que un día, cuando estaba en el Monasterio de la Encarnación, al bajar por las escaleras se topó con un niño que le sonreía. Sorprendida por ver a un pequeño dentro del convento, le preguntó: «¿Y tú quién eres?». A lo que el niño respondió con otra pregunta: «¿Y quién eres tú?». La santa, admirada, replicó: «Yo soy Teresa de Jesús». Y el niño, con una sonrisa, le dijo: «Pues yo soy Jesús de Teresa». Una relación así, entre dos personas, es el ambiente en el que surge la fidelidad, también la nuestra de frente a Dios: «El cristiano no es nunca un hombre solitario, puesto que vive en un trato continuo con Dios, que está junto a nosotros y en los cielos»[9].

Fidelidad de hijos de Dios

«La virtud de la fidelidad está profundamente unida al don sobrenatural de la fe, llegando a ser expresión de la solidez que caracteriza a quien ha puesto en Dios el fundamento de toda su vida», dice Benedicto XVI. Y continúa: «En la fe encontramos de hecho la única garantía de nuestra estabilidad (cfr. Is 7,9), y solo a partir de ella podemos también nosotros ser verdaderamente fieles»[10]. Habiendo considerado la fidelidad de Dios, que antecede a la que queremos para nosotros, podemos enunciar tres ámbitos en los cuales podemos fortalecer nuestra fidelidad: experimentar la alegría de pertenecer al Padre, en Cristo, como personas libres; hacer cada vez más profunda nuestra identificación personal con su voluntad, también personal, que es siempre un regalo para nosotros; y vivir la relación fraterna que surge entre quienes quieren ser fieles.

Primero, pertenecemos a Dios; pero no como algo inerte, sino como seres vivos, como personas libres, capaces tanto de amar como de abrirse al amor de otro. Y Dios se nos ha dado también personalmente, en su amor trinitario. Entonces deseamos conocer cada vez más al Señor y a nosotros mismos para, así, gozar, padecer, trabajar y relacionarnos con los demás empapados de esa filiación divina. Como en el sueño de la escala de Jacob, según la interpretación de san Juan de la Cruz, cuanto más subimos en nuestro conocimiento y amor de Dios, más descendemos en las profundidades de nuestra alma[11]. Conocer cada vez más a Dios nos acerca a nosotros mismos, que somos obra de su mano; y, al mismo tiempo, conocer mejor su creación, sobre todo en nosotros mismos, nos puede llenar de asombro y amor hacia el creador. De ahí que sigamos con gusto el consejo de san Josemaría en el último punto de Camino: «Enamórate, y no le dejarás»[12], que el beato Álvaro complementaba, dándole la vuelta: «No le dejes, y te enamorarás»[13]. Al Señor le basta nuestro deseo de seguirle de cerca, algunas veces a contrapelo, para infundir en nosotros renovados deseos de mantener nuestro corazón enamorado.

Después, en segundo lugar, sabemos que amar a Dios es, en realidad, un camino de identificación con Jesucristo, de dejar que fructifique en nosotros su confianza. Ahora bien, para lograrlo necesitamos asimismo su ayuda. En efecto, nadie puede llamar Padre a Dios, ni considerarse hijo suyo, si no es en Jesucristo. Pero, aunque todos participemos de la misma vida de Jesús, cada uno lo hace de forma personal. Dios nos ha concedido talentos y virtudes particulares a cada uno, una personalidad única, un modo de ver el mundo que es solamente nuestro. Por eso, la fidelidad de cada uno a Dios no es algo uniforme, como sacada de un molde, sino que es personal, única, forjada en la propia vida. De ahí que no tenga sentido compararnos con nadie, ni sentirnos juzgados por nadie a partir de esquemas fijos. «La fidelidad es fidelidad a un compromiso de amor, y es el amor a Dios el sentido último de la libertad (…): “Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera (Mt 11,29-30)”»[14].

Por último, como hijos de Dios, todos somos hermanos; y como parte de su providencia ordinaria –la manera en la cual nos cuida– todos participamos igualmente de su paternidad divina: todos damos una mano a Dios al ser buenos padres y buenas madres de los demás. En realidad, no podemos ser autores solitarios de nuestra vida, sino que somos coautores con quienes nos rodean; somos los protagonistas de nuestra historia y formamos parte, a la vez, de las de los demás, en el gran libro de la vida. Entendemos así que la fidelidad de quien nos rodea depende de la nuestra. Y viceversa: para contrarrestar nuestra debilidad, está la fortaleza de los demás. Esta atención y cuidado se puede dirigir, por tanto, en primer lugar, a las personas de nuestra propia familia, natural y sobrenatural, para extenderse después a los demás miembros de la Iglesia. Y puesto que «de cien almas nos interesan las cien»[15], se dirige a la santidad de todos los que el Señor pone en nuestro camino: ese es el mejor modo de asegurar la propia fidelidad, como tuerca y contratuerca.


[1] John Donne, Devociones para ocasiones emergentes, Meditación XVII.

[2] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 1.

[3] Santo Tomás de Aquino, Suma de teología, II-II, c. 109, r. 1.

[4] Francisco, ex. ap. Amoris laetitia, n. 132.

[5] Guillaume Derville, «En la fiesta de san José: una fidelidad que se renueva», en opusdei.org.

[6] Se suele asimilar la «lealtad» a la «fidelidad»; no obstante, aquella primera no necesariamente se basa en la confianza fundada en el amor de otro, sino en aspectos más cercanos a la justicia; por eso la «lealtad» no siempre se refiere a otra persona, sino a ideas, valores o instituciones.

[7] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 4.

[8] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 111.

[9] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 116.

[10] Benedicto XVI, Discurso, 11-VI-2012.

[11] Cfr. San Juan de la Cruz, Noche oscura del alma, II, 8, 5.

[12] San Josemaría, Camino, n. 999.

[13] Beato Álvaro del Portillo, Carta pastoral, 19-III-1992, n. 50.

[14] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 8.

[15] Cfr. san Josemaría, Amigos de Dios, n. 9.

 

 

Retiro de agosto #DesdeCasa (2022)

Esta guía es una ayuda para hacer por tu cuenta el retiro mensual, allí dónde te encuentres, especialmente en caso de dificultad de asistir en el oratorio o iglesia donde habitualmente nos reunimos para orar.

Retiro mensual agosto 2022

01/08/2022

∙ Descarga el retiro mensual #DesdeCasa (PDF)
1. Introducción.
2. Meditación I. La Asunción de la Virgen.
3. Meditación II. El hijo pródigo.
4. Charla.
5. Lectura espiritual.
6. Examen de conciencia.

Retiro de agosto #DesdeCasa (2022) from Opus Dei

 


 

 

Introducción

Horarios difíciles de compatibilizar, distancias largas, exceso de trabajo… ¡Stop! El verano ofrece a las familias la oportunidad de hacer planes juntos y aprovechar para conocerse y tratarse más. ¡Es tiempo también de aprender otras cosas! Se ofrecen ocho claves para aprovechar el verano en familia, llenando de amor de Dios el caminar cotidiano de estas fechas.

1. Tener flexibilidad, dentro de un orden básico. Porque, aunque estemos de vacaciones, no conviene perder los hábitos adquiridos durante el invierno. Para eso, tener un cierto horario, con flexibilidad y dando margen ya que estamos en una nueva situación, en otro contexto. Aprender a ser felices con los imprevistos que surgen.

2. Hacer actividades en familia y salidas culturales. Aunque cada uno tendrá sus gustos y sus planes, es importante encontrar tiempo para hacer cosas todos juntos: cocinar, pasear, ir en bici, hacer excursiones, visitar nuestra ciudad… Educar el gusto de los más pequeños no tiene por qué ser aburrido si se elige y se prepara bien: estudia las posibilidades culturales de tu zona y visitad algunos museos, monumentos o exposiciones. Aprender a cultivar el espíritu.

3. Gratitud: el ambiente relajado del verano es perfecto para impulsar el agradecimiento, que a veces con las prisas queda un poco en el olvido. Saber dar las gracias a los demás por los detalles, por los planes o por haberlo pasado bien juntos. Sobre todo dar gracias a Dios por los buenos ratos juntos, descubriendo maneras sencillas de cuidar la piedad de los hijos, la asistencia a la santa Misa y la recepción de otros sacramentos. Aprender a practicar esa “memoria del corazón” que es el agradecimiento.

4. Disfrutar de pequeñas cosas. El plan perfecto no tiene por qué ser caro o extravagante. Hay que enseñar desde niños a disfrutar con las cosas pequeñas como, por ejemplo, ver una puesta de sol, tomar un helado, un postre rico, un paseo nocturno a ver estrellas, los juegos de mesa en familia, ver una película, etc. Aprender a reconocer el amor que Dios nos tiene en las alegrías que nos pone “al alcance de la mano”.

5. Abrirse a los demás. Estar todo el día “nosotros con nosotros mismos” resulta poco enriquecedor. El verano es la época perfecta para abrirnos a los demás: ve por delante invitando a tus parientes y amigos a casa, y enseña a tus hijos a hacer lo mismo. Aprender la alegría de servir a los demás, compartiendo nuestra conversación, hospitalidad, tiempo.

6. Saca un tiempo para leer. La lectura es un viaje gratis que alimenta las neuronas de grandes y pequeños: novelas de aventuras, biografías, cuentos… Los libros nos llevan a otros lugares, momentos y experiencias. Nos despiertan la curiosidad y alimentan la imaginación, nos adentran en nuevos mundos, nos enseñan crear caminos alternativos. Todo eso favorece las habilidades de conversación y las relaciones con los demás. No te lo pierdas, busca una biblioteca cercana o lleva algunos libros de casa y ¡a elegir!

7. Visita a quienes se encuentran solos o no se pueden desplazar con facilidad. Durante el año, bien por tiempo o por distancias, a veces es difícil visitar a la familia: abuelos, primos, tíos… Además, también pueden hacerse visitas a personas enfermas o más necesitadas. Aprender y practicar esa obra de misericordia de visitar a los enfermos o los mayores.

8. Idiomas: Deja de lado los formatos más académicos y acostumbra a toda la familia a ver series o películas en versión original, ¡a ver quién entiende antes!

Primera meditación

Opción 1. Meditación: La Asunción de la Virgen.

Opción 2. La Virgen Santa, causa de nuestra alegría. Homilía de san Josemaría en la fiesta de la Asunción. (Audio y texto)

Segunda meditación

Opción 1. Meditación: El hijo pródigo.

Opción 2. El hijo pródigo. Textos de san Josemaría sobre esta escena del Evangelio. (Audio y texto)

Charla

El documento de identidad del cristiano. Siete consejos del Papa Francisco a los jóvenes.

Lectura

Los santos de la puerta de al lado. Papa Francisco, Exhort. Apost. Gaudete et exultate, nn. 6-18.

Examen de conciencia

Acto de presencia de Dios

1. «Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna a sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas» (Ap 12, 1). ¿La Asunción y coronación de la Virgen como reina del cielo y de la tierra es una señal de esperanza para mí, pues ella está asociada a la victoria de su Hijo?

2. ¿Confío a la mediación materna de María mi vida y la de mi familia? ¿Le pido que en ella surjan vocaciones para la Iglesia y para la Obra?

3. «Concédenos que, aspirando siempre a las realidades divinas, lleguemos a participar con ella de su misma gloria» (Colecta de la Misa de la Asunción). ¿Procuro vivir de tal modo que los frutos de mi actuar contribuyan a la gloria de Dios?

4. «Un hombre tenía dos hijos. El más joven de ellos le dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde”» (Lc 15, 11-12). Contemplando la historia del hijo pródigo, ¿me doy cuenta de que el pecado me roba la felicidad y me aleja de Dios?

5. «Recapacitando, se dijo…» (Lc 15, 17). ¿Pido al Espíritu Santo luces para ver la realidad de mi vida con la perspectiva de la fe? ¿Acudo a la confesión con la seguridad de que él me está esperando y me acoge con alegría?

6. El hijo mayor «se indignó y no quería entrar, pero su padre salió a convencerle» (Lc 15, 28). Mis propias carencias, ¿me ayudan a comprender y perdonar a los demás y a no juzgar? ¿Trato de dialogar con mi cónyuge, evitando discusiones que solo nos llevan a distanciarnos? ¿Corrijo a mis hijos con cariño y con paciencia?

7. El padre de la parábola respondió: «Ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (Lc 15, 31). ¿Le pido al Señor un corazón grande en el que entren todas las personas, también aquellas que más me cuesta tratar o las que me han hecho daño? ¿Me dan alegría los logros de los demás: materiales, humanos, espirituales…?

Acto de contrición

 

La vida de Jesús, una conversación siempre abierta

El anuncio del Evangelio toma acentos distintos en cada momento histórico concreto. Contemplar algunas actitudes de Cristo nos puede ayudar en nuestra tarea.

01/05/2022

«¿A qué se parece el Reino de Dios y con qué lo compararé?» (Lc 13,18). Esta pregunta que Jesús se hace en voz alta, antes de relatar algunas parábolas, es probablemente algo más que un recurso retórico. Quizás refleje lo que él mismo consideraba en su interior con frecuencia, al menos cada vez que quería transmitir su mensaje en los distintos ambientes por los que se movía. Esta actitud puede resonar en nosotros, también en forma de pregunta: ¿cómo testimoniar el amor de Dios aquí y ahora? ¿Cuál es la mejor manera de compartir su luz en cada momento histórico particular, con unas personas concretas, que tienen su propia manera de ver la vida?

Si nos acercamos al Evangelio con esta clave, vemos, por ejemplo, que el Señor se interesa por la cultura que daba forma al mundo que le rodeaba: alguna vez utiliza una canción popular para remover las disposiciones de quienes le escuchaban (cfr. Mt 11,16-17), o toma pie de una noticia conocida por todos –la caída accidental de una torre, en la que murieron dieciocho personas– para ayudar a sus oyentes a perfilar mejor la idea que tenían de Dios (cfr. Lc 13,4). Cristo, además, está siempre abierto a todo tipo de preguntas, especialmente las de quienes parecen hostiles a su persona o a su predicación: su anuncio, que evade inteligentemente polémicas estériles, llega a colmar un vacío, una insatisfacción. Y esta apertura no cambia cuando sabe que las intenciones de quien pregunta no son demasiado honestas (cfr. Mt 22,15-22; Mc 12,13; Lc 20,20).

Por otro lado, en no pocas ocasiones, busca tiempos prolongados de intimidad para considerar lo que la otra persona está verdaderamente comprendiendo, como aquella noche con Nicodemo (cfr. Jn 3), el encuentro con la samaritana junto al pozo (cfr. Jn 4), con los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35) o en tantos paseos con otros discípulos. Jesús sabe que, por un lado, está lo que ha predicado; pero, por otro, está lo que cada uno ha comprendido personalmente, encarnado en su historia concreta, su modo de vida, sus talentos y limitaciones.

Si la fe es «el encuentro con un acontecimiento, con una Persona»[1], mirar con atención estas actitudes de Cristo puede ser un buen camino para comunicar mejor ese mismo encuentro que transforma nuestra vida. Porque «toda la vida de Jesús –decía san Josemaría– no es más que un maravilloso diálogo, hijos míos, una estupenda conversación con los hombres»[2].

Todo momento es único y bueno para Dios

Cada época está modelada por una cultura, unas convicciones compartidas, unos anhelos propios… y por eso la evangelización adquiere con el tiempo modos distintos. Benedicto XVI observaba que cuando los cristianos se preocupan por las consecuencias sociales de su fe, frecuentemente lo hacen «considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común». Sin embargo, continuaba, hoy «este presupuesto no solo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así»[3].

Benedicto XVI no se proponía transmitir una radiografía pesimista del presente, ya que para Dios no hay tiempos mejores ni peores. Simplemente arrojaba luz sobre esta nueva situación en la que anunciamos a Jesús: un momento en el que muchas personas no han escuchado hablar de su mensaje o consideran irrelevante lo que han oído; un momento en el que a muchos todavía nadie les ha llevado la Buena Noticia del amor de Dios. Esto supone la necesidad de afinar nuevamente los términos, de encontrar caminos adecuados para encender la imaginación y el corazón de quienes nos rodean. Es verdad que no es difícil identificar manifestaciones culturales o artísticas que han surgido de un espíritu cristiano, pero muchas veces estas permanecen aisladas, sin conexión con el gran evento que les dio vida o con los designios misericordiosos de Dios para cada persona. Una maravillosa obra de arte o la valorización de un derecho humano pueden resultar retazos bellos, pero inconexos, de un gran mensaje desconocido.

El hecho de que la fe no sea «un presupuesto obvio de la vida común» no hace sino más desafiante, e incluso más bonita, la tarea de compartir el Evangelio. Al no dar nada por sabido, somos nosotros los primeros que tendremos que descubrir la esencia de lo que nos trajo Jesús: descender hasta las raíces de esta nueva vida, apuntar hacia lo más importante. Por momentos, la situación será semejante a la de los primeros cristianos, que anunciaban una novedad destinada a llenar de esperanza los corazones y a colmar ese vacío que dejaban las corrientes del momento. Por eso, como Jesús, queremos encontrar la mejor manera para hablar sobre el Reino de Dios con quienes nos rodean. «Es hermoso –dice el Papa Francisco– ver personas que se afanan en elegir con cuidado las palabras y los gestos para superar las incomprensiones, curar la memoria herida y construir paz»[4].

El cristianismo pide un anuncio sinfónico

La carencia de ese «tejido cultural unitario» es algo que habitualmente no depende de la responsabilidad de las personas concretas. Es un punto de partida del que conviene tomar conciencia, porque para transmitir algunos aspectos particulares del mensaje evangélico –que pueden ser de carácter dogmático, moral, etc.– es necesario haber anunciado abundantemente el marco general que les da sentido, el corazón que les da vida. No es extraño que Jesús haya querido dejar claro, para que no hubiera confusiones, que el mandamiento al amor está por encima de todo lo demás (cfr. Mt 22,37-39). Solamente sobre esta base sus enseñanzas adquieren armonía, orden y comprensibilidad. Así sucede normalmente también cuando una persona quiere apreciar un cuadro: no se acerca para ver primero la esquina del lienzo, porque eso no permite percibir la composición en su conjunto, sino que la observa primero entera. De la misma manera, si el anuncio cristiano se redujera a uno o dos temas particulares, se correría el riesgo de no exponer nunca la obra auténtica, que da sentido integral y belleza a cada uno de sus elementos.

Por esto, la riqueza del cristianismo pide ser expresada a modo de sinfonía, haciendo resonar, al mismo tiempo, tanto los sonidos bajos que dan consistencia a la orquesta, como el virtuosismo de cada instrumento particular. Si una trompeta se lanza a sonar por encima de los violines o de la percusión que marca el ritmo, podrá quizás proponer una melodía comprensible para especialistas, pero sin duda no entusiasmará a la variada multitud que llena la sala. «Cada verdad se comprende mejor si se la pone en relación con la armoniosa totalidad del mensaje cristiano, y en ese contexto todas las verdades tienen su importancia y se iluminan unas a otras»[5]. Con respecto a esta iluminación recíproca, y haciéndose eco del Concilio Vaticano II, el Papa ha subrayado que los distintos aspectos del anuncio cristiano no son todos iguales en importancia; no todos expresan con igual intensidad el corazón del Evangelio, el kerygma[6]: «En este núcleo fundamental lo que resplandece es el amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado»[7].

En esa misma dirección, san Juan Pablo II reconocía, en la pregunta del joven rico a Jesús sobre cómo alcanzar la vida eterna (cfr. Mt 19,16), algo distinto de una duda sobre las reglas a cumplir, o de una búsqueda de soluciones parciales. En la inquietud de este joven latía más bien «una pregunta de pleno significado para la vida»[8]. Lo que aquel joven manifestaba era su experiencia del «eco de la llamada de Dios»[9]. Así se termina de formar el gran marco, ese gran anuncio dentro del cual pueden ser plenamente comprensibles todas las demás verdades cristianas: el amor de un Dios misericordioso que, en Jesucristo, nos busca a todos. Los instrumentos aislados –uno u otro aspecto doctrinal concreto– solo se unirán a la melodía si todos los sonidos de la orquesta, especialmente los más importantes, se activan de manera sinfónica.

En definitiva, es importante recordar que, al dar testimonio de nuestra fe, cuenta más la música que la otra persona escucha, entiende e interioriza, que lo que nosotros pensamos haber dicho de una manera satisfactoria. «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?», pregunta Jesús. «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? (Mt 16,13.15)». El Señor quiere cerciorarse, y sobre todo quiere que lo hagan sus discípulos, de cuánto camino han recorrido en el conocimiento de su Maestro.

Existe mucho terreno compartido

Cristo acaba de cruzar el Jordán, desde Galilea hasta Judea. Vuela como el viento la fama de su predicación y de los milagros que ha realizado, así que un grupo grande de gente no tarda en acudir a encontrarlo. Entre ellos, un buen número de fariseos, estudiosos de la ley. Uno le pregunta rápidamente sobre el divorcio. Jesús explica la indisolubilidad del matrimonio, recurriendo a las palabras del Génesis. Aunque no sabemos en qué medida les convence esa explicación, sí vemos que los propios discípulos, de entrada mejor dispuestos a acoger sus enseñanzas, se quedan desconcertados: «Si esa es la condición del hombre con respecto a su mujer, no trae cuenta casarse» (Mt 19,10). Algo similar sucede cuando Cristo anuncia, esta vez a los saduceos, la resurrección futura de nuestro cuerpo, ante un retorcido caso hipotético que ellos le habían planteado, sirviéndose incluso de las palabras de Moisés (cfr. Mt 22,23-33).

En cada momento histórico existen también aspectos de las enseñanzas de la Iglesia que, por razones culturales, encuentran mayor dificultad para ser comprendidos. La solución no es hacer como si esas cuestiones no existieran, ya que eso manifestaría desentenderse de la felicidad de los demás; las enseñanzas de la Iglesia nos hacen bien y por eso las necesitamos. El verdadero servicio a los demás consistirá más bien en procurar hacerlas comprensibles; mostrar un camino transitable, progresivo, haciéndonos cargo de su situación. Para eso, puede ser bueno apoyarse en elementos que los demás ya comparten con el anuncio cristiano: construir sobre un terreno común. Así, en los dos casos anteriores, Jesús recurre a pasajes de la Escritura que sus interlocutores aceptan como revelados por Dios. También en nuestro tiempo, existen muchos aspectos del cristianismo que son ampliamente compartidos: el amor y la búsqueda de la verdad, la promoción de la libertad religiosa, la lucha contra todo tipo de esclavitud o pobreza, el impulso de la paz, el cuidado del medio ambiente, la especial atención a personas con alguna discapacidad, etc.

Cuantas más dificultades se encuentran en el anuncio, más se debe afirmar lo esencial del mensaje cristiano y más conviene promover las convicciones compartidas. La verdad se puede comparar a una piedra preciosa: hiere si la arrojamos a la cara del otro, pero si la colocamos con delicadeza en sus manos, compartiendo su tiempo y su espacio, podrá ejercer un atractivo divino. Por eso la amistad es el mejor contexto para la comunicación de la fe en un mundo plural y cambiante. En esos términos se planteaba su misión apostólica la beata Guadalupe Ortiz de Landázuri; le ilusionaba «tender puentes y ofrecer su amistad a personas de todo tipo: gente alejada de la fe, gente de países muy distintos y de edades muy variadas»[10].

Transformar los conflictos en eslabones

«Dará órdenes a sus ángeles sobre ti para que te protejan y te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra» (Lc 4,11). Son palabras del salmo 91 que el demonio manipula para poner a prueba a Jesús en el desierto. Lo que busca el tentador es que el Señor sobrevuele los caminos terrenos mostrando su poder divino, sin someterse a las lógicas propias de lo histórico. Santo Tomás de Aquino ve en esta tentación la vanagloria que puede cruzarse en el recorrido de quienes ya han emprendido una senda cristiana[11]. ¿No es verdad que a veces quisiéramos no encontrar ninguna piedra en nuestro apostolado y que la Buena Noticia se transmitiera por todo el mundo como una especie de irresistible melodía angélica?

Sabemos bien que el cristianismo no se resume en una serie de conceptos, sino que consiste fundamentalmente en el encuentro con Jesús. Sin embargo, puede suceder que a veces tengamos la tentación de reducir la propuesta de ese encuentro a la satisfacción de una discusión vencedora, a tener siempre los mejores argumentos frente a las dudas de los demás. ¿De qué nos sirve «ganar» en una disputa si se pierde a la otra persona? En ese caso estaríamos de hecho pasando de largo frente al otro, como el levita y el sacerdote de la parábola, que pasaron al lado del que estaba herido en el camino (cfr. Lc 10,31-32). Ser buen samaritano supone en cambio «sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso»[12]. San Josemaría, durante el último año de su vida, solía repetir: «Dios ha derrochado mucha paciencia conmigo»[13]. Y en esa realidad encontraba la razón para ser muy paciente con los demás.

En este sentido, es importante también distinguir los contextos en los que conversamos. Una cosa es defender ciertos valores en un proceso legislativo o intervenir en debates sobre las políticas de un gobierno, pero otra muy distinta es querer compartir la alegría de la propia fe con un amigo. Sin embargo, las redes sociales han hecho que muchas veces se confundan los planos y el debate público termine invadiendo el terreno íntimo, en donde los desacuerdos deberían ser superados por el cariño mutuo. «El que recurre a la violencia para defender sus ideas –decía el fundador del Opus Dei– demuestra con eso mismo que carece de razón». Y concluía: «No discutáis»[14]. En situaciones de polarización –que es la enfermedad del sano y normal pluralismo– a veces convendrá abandonar el terreno que se ha convertido en un campo de batalla para, así, optar por fortalecer la relación antes que minarla tal vez para siempre. En un ambiente polarizado en el que no hay contacto abierto con quien piensa distinto, cuando desaparece la conversación, las legítimas diferencias pueden deslizarse poco a poco hacia un desprecio más o menos encubierto, o hacia una manifiesta descalificación. Todo ello es profundamente contrario al espíritu cristiano.

En una de las primeras ocasiones en la que Jesús anuncia que es el Mesías esperado por tanto tiempo, encuentra una dura oposición: «Todos en la sinagoga se llenaron de ira y se levantaron, lo echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cima del monte sobre el que estaba edificada su ciudad para despeñarlo» (Lc 4,28-29). El clímax del conflicto llega aquí muy rápidamente, incluso con peligro de muerte. Jesús se da cuenta de que, en ese contexto, no tiene mucho margen para sumar algo positivo. Así que, sorprendentemente, decide marcharse en silencio, pasando por en medio de ellos. Muchas veces, como Cristo, lo mejor será optar por un silencio que dé paso a la obra del Espíritu Santo: la fuerza de Dios no es ruidosa, fructifica en silencio y a su tiempo.

Llenar nuestra comunicación con el Evangelio

No nos cansaremos de contemplar las respuestas de Jesús a quienes le abren el corazón, a quienes buscan en él luz y sosiego. A la mujer samaritana, por ejemplo, Jesús le anuncia el agua viva que calmará su sed más profunda (cfr. Jn 4,10). A Nicodemo, por su parte, le hace ver que para entrar al Reino de Dios tiene que nacer de nuevo, esta vez del Espíritu (cfr. Jn 3,5). Y a los discípulos de Emaús les explica cómo los profetas habían anunciado desde antiguo todo lo que tenía que pasar el Mesías (cfr. Lc 24,26-27). Es bueno darse cuenta de que en ninguno de estos casos se trata simplemente de una exposición sobre la fe. En los tres pasajes, junto a los aspectos doctrinales que Jesús expone, hay otras dimensiones de la verdad que esas conversaciones manifiestan, que quizás son menos perceptibles, pero igualmente importantes: la verdad sobre cuánto valora el Señor aquella relación personal; sobre quién es Jesucristo mismo y quiénes son verdaderamente ellos. Es la verdad del encuentro, la verdad como inspiración de un vínculo que está llamado a ser duradero.

Jesús no tiene prisa, no aleja a las personas: las recibe a cualquier hora y las acompaña en el camino. Jesús comunica mucho más que lo que dicen sus palabras: él hace, con su sola presencia, que cada uno se sienta hijo de Dios. Esta es la principal verdad que las personas se llevan tras un encuentro con él. Nuestro desafío es llenar todos los niveles de nuestro testimonio –el contenido de la fe, la relación de amistad y el despliegue mismo de nuestra personalidad– con el espíritu del Evangelio: «Lo que decimos y cómo lo decimos, cada palabra y cada gesto debería expresar la compasión, la ternura y el perdón de Dios para con todos»[15].

[1] Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 1.

[2] San Josemaría, Cartas 37, n. 7.

[3] Benedicto XVI, Porta fidei, n. 2.

[4] Francisco, Mensaje para la 50 jornada mundial de las comunicaciones sociales, 24-I-2016.

[5] Francisco,Evangelii gaudium, n. 39.

[6] La palabra griega kerygma significa anuncio o proclamación. Se la utiliza como resumen del anuncio cristiano.

[7] Evangelii Gaudium, n. 36.

[8] San Juan Pablo II, Veritatis Splendor, n. 7.

[9] Ibíd.

[10] Mons. Fernando Ocáriz, Homilía en la Misa de acción de gracias por su beatificación, 19-V-2019.

[11] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma de teología, III, c. 41, a. 4, r.

[12] Evangelii gaudium, n. 227.

[13] San Josemaría, Notas tomadas de una reunión familiar, 10-VII-1974.

[14] San Josemaría, Notas tomadas de una reunión familiar, 7-IV-1968.

[15] Francisco, Mensaje para la 50 jornada mundial de las comunicaciones sociales, 24-I-2016.

 

La ternura de Dios (II): “Anda y haz tú lo mismo”: la Ley de Dios y la misericordia

¿Quién es mi prójimo? El Señor responde a esta pregunta de un doctor de la Ley con la parábola del buen samaritano. Abre así ante él, y ante nosotros, el horizonte de las bienaventuranzas, que muestran la profundidad de la Ley de Dios. Nuevo editorial sobre la misericordia.

16/05/2016

Un doctor de la Ley se acercó en cierta ocasión a preguntar al Señor qué debía hacer para conseguir la vida eterna. En realidad, quería poner a prueba la ortodoxia de ese Rabí de Nazaret, de quien al parecer no sabía qué pensar[1]. Pero el Señor no se molesta; acepta el diálogo, y le devuelve la pregunta: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees tú?»[2] El doctor responde con unas palabras del Shemá Israel, Escucha Israel, que todo israelita aprendía desde niño: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente»[3]; y apostilla, con el libro del Levítico: «y a tu prójimo como a ti mismo»[4] En esas dos fórmulas se sintetizan toda la Ley y los Profetas[5], de modo que el Señor dice: «has respondido bien: haz esto y vivirás»[6]. El doctor no esperaba que su pregunta se resolviera con esa sencillez desarmante. «Queriendo justificarse»[7], insiste entonces con una nueva cuestión: «¿Y quién es mi prójimo?»[8] No se rinde el Señor, que quiere ganarse la confianza de su interlocutor. Le habla entonces al corazón, y con él a los hombres y mujeres de todos los tiempos, con su lenguaje a un tiempo llano y solemne: es la parábola del buen samaritano.

“Hacerse prójimo”

EN EL POBRE HOMBRE ASALTADO EN EL CAMINO DE JERUSALÉN A JERICÓ, LOS PADRES DE LA IGLESIA VEÍAN A ADÁN, Y CON ÉL A LA HUMANIDAD MALTRATADA POR SU PROPIO PECADO, POR NUESTRO PROPIO PECADO.

En el pobre hombre asaltado en el camino de Jerusalén a Jericó, los Padres de la Iglesia veían a Adán, y con él -porque Adán significa precisamente “hombre”- a la humanidad maltratada por su propio pecado, por nuestro propio pecado. En el buen samaritano reconocían a Jesús, que viene con paciencia a curarnos, después de que pasaran de largo quienes en realidad no eran capaces de traer al mundo la salvación. Él, en cambio, sí puede, y quiere. Así imagina una antigua y venerable homilía su encuentro con Adán -que es también encuentro con cada uno de nosotros- en su descenso a los infiernos: «Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: “Salid”, y a los que se encuentran en las tinieblas: “Iluminaos”, y a los que duermen: “Levantaos”»[9]. Con Jesús, son llamados a llevar su salvación -a ser buenos samaritanos- sus ungidos: los cristianos. Como su Señor, también ellos deben vendar las heridas de los hombres y echar en ellas aceite y vino[10]: deben ser buenos posaderos hasta la vuelta del Samaritano. «Esa posada, si lo advertís, es la Iglesia. Ahora es posada, porque nuestra vida es un ir de paso; será casa que nunca abandonaremos, una vez que hayamos llegado sanos al reino de los cielos. Mientras tanto, aceptamos gustosos la cura en la posada»[11].

Este es el horizonte que el Señor quiere abrir al doctor de la Ley, y con él a todos los cristianos, y a todos los hombres. No le reprocha su estrechez: le hace pensar primero, y después, soñar: «Pues anda (…), y haz tú lo mismo»[12] Como sucede con frecuencia en los Evangelios, es bueno no pasar demasiado deprisa sobre la concisión del relato. La respuesta a la pregunta de Jesús -«¿quién fue su prójimo?»- resulta ciertamente obvia: «el que tuvo misericordia con él»[13]. Lo que no es evidente, en cambio, es por qué el Señor hace esa pregunta, que da la vuelta al planteamiento del doctor de la Ley: «Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro»[14]. Ante una actitud estrecha, que delimita el campo de acción para hacer el bien -sopesando por ejemplo si los demás pertenecen a mi grupo, o me devolverán después el favor-, el Señor responde invitando a levantar la vista, a ser él mismo prójimo.

La palabra prójimo pasa así, de calificar a un tipo de personas que merecerían mi atención, a convertirse en una cualidad del corazón. Pedagogía de Dios, que da la vuelta a la pregunta ¿a quién hacer el bien?, y así la transfigura: lo que era materia de discusión y casuística en las escuelas rabínicas -dónde estaba el límite, hasta dónde tenía que compadecerme de los demás- se convierte en un reto audaz. El cristiano, decía san Juan Pablo II, «no se pregunta a quién debe amar, porque preguntarse “¿quién es mi prójimo?” ya implica poner límites y condiciones (…) La pregunta legítima no es “¿quién es mi prójimo?”, sino “¿de quién debo hacerme prójimo?”. Y la respuesta es: “cualquiera que sufra necesidad, aunque me sea desconocido, se convierte para mí en prójimo, al que debo ayudar”»[15]. Es la projimidad[16], neologismo del Papa Francisco que nos recuerda nuestra vocación a ser próximos a nuestro prójimo, a ser «islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia»[17].

El camino hacia la plenitud de la Ley

CON JESÚS, SON LLAMADOS A LLEVAR SU SALVACIÓN -A SER BUENOS SAMARITANOS- SUS UNGIDOS: LOS CRISTIANOS. COMO SU SEÑOR, TAMBIÉN ELLOS DEBEN VENDAR LAS HERIDAS DE LOS HOMBRES Y ECHAR EN ELLAS ACEITE Y VINO.

Se podría decir que este diálogo con el doctor de la Ley compendia el camino que lleva desde las enseñanzas morales del Antiguo Testamento hasta la plenitud de la vida moral en Cristo. Y es que, como recuerda san Pablo, la Ley del Pueblo Elegido es buena y santa[18], pero no definitiva. Se ordenaba, sobre todo, a preparar los corazones para la llegada de Nuestro Señor.

La pregunta del fariseo -«¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»[19]- parece reflejar cierto agobio ante la multitud de preceptos que, con una visión legalista, se habían ido introduciendo en la vida religiosa israelita. En otro momento, Jesucristo se queja de los doctores de la Ley «porque imponéis a los hombres cargas insoportables, pero vosotros ni con uno de vuestros dedos las tocáis»[20] Aún más, en ocasiones las tradiciones humanas habían acabado por ser una excusa para no sujetarse a un mandato divino: así, el Señor denuncia la actitud de quienes se escudaban con las ofrendas del Templo para no ayudar a sus padres[21]

Por eso, Jesucristo apunta a lo fundamental: el Amor a Dios y al prójimo. De este modo, se cumple lo que dice de Él mismo: que no ha venido «a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud»[22]. La Alianza que Dios había celebrado con su Pueblo incluía unas prescripciones que no tenían el sentido original de imponerles cargas sino, muy al contrario, el de llevarles por caminos de libertad: «Hoy pongo ante ti la vida y el bien, o la muerte y el mal. Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que yo te ordeno hoy (…), entonces vivirás y te multiplicarás: el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra que vas a tomar en posesión»[23]

La tierra prometida a los hebreos es una figura de la tierra interior en la que los hombres y mujeres de todos los tiempos podemos entrar, si vivimos en su auténtico sentido los mandamientos del Señor. Son una puerta para llegar a la comunión con Dios, porque fuera de ella cualquier otra tierra resulta inhóspita: «lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado»[24].

Si los preceptos rituales y legales del Pueblo de Israel cesaron con la venida de Jesucristo, los Diez Mandamientos, conocidos también como el Decálogo, son perennes: recogen los principios fundamentales para poder amar a Dios -poniéndolo por encima de todo, respetando su nombre santo, dedicándole los días de fiesta, como hacemos los cristianos el domingo- y a los demás -fomentando el cariño y reverencia a los padres, protegiendo la vida, la pureza de corazón, etc.- ¡Cuántas generaciones de israelitas meditaron la verdad y la solicitud de Padre que entrañan esas diez palabras! «Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón»[25], una muestra de la misericordia divina, que no quiere que nos extraviemos, que desea que tengamos una vida plena. El mundo puede rebelarse a veces contra los Mandamientos, como si fueran imposiciones trasnochadas, propias de un estadio infantil de la humanidad; pero no faltan ejemplos de cómo se desmoronan las sociedades y las personas cuando creen que pueden ignorarlos. Las diez palabras del Señor son las constantes del universo interior del hombre; si se alteran, su corazón se desfigura.

Para que seáis hijos de vuestro Padre

«PROJIMIDAD»: CON ESTE NEOLOGISMO, EL PAPA FRANCISCO NOS RECUERDA NUESTRA VOCACIÓN A SER PRÓXIMOS A NUESTRO PRÓJIMO, A SER «ISLAS DE MISERICORDIA EN MEDIO DEL MAR DE LA INDIFERENCIA».

El Decálogo queda como englobado en la Nueva Ley que Jesucristo ha instaurado al salvarnos dando su vida en la Cruz. Esta Ley Nueva es la gracia del Espíritu Santo dada mediante la fe en Cristo[26]. Ahora, por tanto, ya no tenemos solo un horizonte moral al que aspirar: se trata de vivir en Jesús, de parecernos cada vez más a Él, dejando que el Espíritu Santo nos transforme, para cumplir así sus mandamientos.

¿Cómo ser más parecidos a Jesucristo? ¿Dónde podemos ver su modo de ser? Dice el Catecismo que «Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad»[27] En esas enseñanzas que recogen los evangelios, vemos el retrato de Nuestro Señor, su rostro que revela el amor compasivo del Padre hacia todos los hombres. Estas recogen las promesas hechas al Pueblo Elegido, pero las perfeccionan ordenándolas no ya a la posesión de la tierra, sino al Reino de los Cielos[28].

En el evangelio de Mateo, las primeras cuatro bienaventuranzas se refieren a una actitud o forma de ser que se centra en las palabras de Jesús[29]: «Bienaventurados los pobres de espíritu», «los que lloran», «los mansos», «los que tienen hambre y sed de justicia». Invitan a confiar totalmente en Dios y no en nuestros recursos humanos, a enfrentar con sentido cristiano los sufrimientos, a ser pacientes día a día. A estas bienaventuranzas se añaden otras que ponen el acento en la acción: «Bienaventurados los misericordiosos», «los limpios de corazón», «los pacíficos», y otras más que advierten que para seguir a Jesús hemos de sufrir algunas contradicciones[30], siempre con alegría, pues «la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra»[31]

EL MUNDO PUEDE REBELARSE A VECES CONTRA LOS MANDAMIENTOS, COMO SI FUERAN IMPOSICIONES TRASNOCHADAS, PROPIAS DE UN ESTADIO INFANTIL DE LA HUMANIDAD; PERO NO FALTAN EJEMPLOS DE CÓMO SE DESMORONAN LAS SOCIEDADES Y LAS PERSONAS CUANDO CREEN QUE PUEDEN IGNORARLOS.

Las bienaventuranzas ciertamente manifiestan la misericordia de Dios, que se empeña en dar un gozo sin límites a quienes lo siguen: «Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo»[32]. No son, sin embargo, una colección de aforismos para imaginar un utópico mundo mejor que alguien se ocupará de hacer posible, o para consolarse falsamente ante las dificultades del momento Por eso, las bienaventuranzas son también llamadas exigentes de Dios al corazón de cada hombre, que empujan a comprometerse a trabajar por el bien y la justicia ya en esta tierra.

Considerar con frecuencia las bienaventuranzas, quizás en la oración personal, ayuda a saber cómo aplicarlas en la vida diaria. Por ejemplo, la mansedumbre se concreta tantas veces en «la sonrisa amable para quien te molesta; aquel silencio ante la acusación injusta; tu bondadosa conversación con los cargantes y los inoportunos; el pasar por alto cada día, a las personas que conviven contigo, un detalle y otro fastidiosos e impertinentes...»[33].

Al mismo tiempo, quien procura vivir según el espíritu de las bienaventuranzas, va incorporando a su personalidad unas actitudes y modos de juzgar las cosas que le dan mayor facilidad para cumplir los mandamientos. La limpieza de corazón le permite ver la imagen de Dios en cada persona, considerándola como alguien digna de respeto y no como objeto para satisfacer unos deseos retorcidos. Ser pacíficos nos lleva a vivir como hijos de Dios, y a reconocer a los demás como hijos suyos, siguiendo ese «camino más excelente»[34] de la caridad, que «todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta»[35], transformando los agravios en una ocasión de amar y rezar por quienes hacen daño[36]. En definitiva, amoldar nuestro corazón según los contornos que trazan las bienaventuranzas hace realidad el ideal que Jesucristo nos propone de ser «misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso»[37] Nos transformamos en portadores del amor de Dios, aprendemos a ver en los demás a ese prójimo que necesita nuestra ayuda; somos en Cristo ese buen samaritano que sabe conducirse por la misericordia para cumplir en plenitud la ley de la caridad. Nuestro corazón se ensancha entonces, como ocurrió con el de la Virgen Santísima.

Carlos Ayxelá - Rodolfo Valdés


[1] Cfr. Lc 10, 25.

[2] Lc 10, 26.

[3] Dt 6, 5.

[4] Lv 19, 18.

[5] Mt 22, 40.

[6] Lc 10, 28.

[7] Lc 10, 29.

[8] Lc 10, 29.

[9] Homilía sobre el grande y santo Sábado (PG 43, 462).

[10] Lc 10, 34.

[11] San Agustín, Sermón 131, 6.

[12] Lc 10, 37.

[13] Lc 10, 37.

[14] Francisco, Mensaje, 24-I-2014.

[15] San Juan Pablo II, Mensaje, 2-II-1999.

[16] Francisco, Ex. Ap. Evangelii Gaudium (24-XI-2013), n. 169.

[17] Francisco, Mensaje, 4-X-2014.

[18] Cfr. Rm 7, 12.

[19] Mt 22, 36.

[20] Lc 11, 46.

[21] Mt 15, 3-6.

[22] Mt 5, 17.

[23] Dt 30, 15-18.

[24] San Josemaría, Surco, 795.

[25] Sal 119 (118), 111.

[26] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, I-II, q. 106, a. 1, c. y ad 2, cit. en San Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, 6-VIII-1993, n. 24.

[27] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1717.

[28] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1716.

[29] Cfr. Mt 5, 3-12.

[30] Cfr. Mt 5, 10-12.

[31] San Josemaría, Forja, n. 1005.

[32] Mt 5, 12.

[33] San Josemaría, Camino, n. 173.

[34] 1 Co 12, 31.

[35] 1 Co 13, 7.

[36] Cfr. Mt 5, 44-45.

[37] Lc 6, 36.

 

Como vencer al demonio

En esta última parte vemos cómo actúa el Diablo como serpiente y como león, según convenga a sus propósitos destructivos de nuestra imagen divina. Pero es preciso conocer al Adversario, el que pone zancadillas, el que siempre niega.

 Una cosa es la tentación

En sentido genérico se entiende por tentación toda solicitación de la voluntad para que realice un acto contrario a la virtud. La tentación procede del mundo en cuanto se opone a Dios en diversa medida, del demonio o tentador (cfr 1 Thes 3, 5) y de la carne o concupiscencia; sin embargo, ninguno de ellos puede obligar a la voluntad a pecar: no podemos eludir la responsabilidad personal en nuestros pecados.

La tentación actúa como en tres momentos que los moralistas llaman con diversos nombres:

1) sugestión involuntaria, que es una mera representación del mal y no encierra pecado alguno, pudiendo incluso ser camino para progresar en la virtud;

2) advertencia del entendimiento, al cual se presenta la cosa primero como apetecible y después como contraria a la ley moral; de ese doble conocimiento procede la lucha interna entre el placer y el deber, pero aún no hay pecado aunque se corre el riesgo si la voluntad no decide, con prontitud, rechazar la tentación;

3) decisión de la voluntad, cuando se verifica efectivamente el pecado o el acto virtuoso. De modo que mientras no prestes tu consentimiento – decir que sí – a la tentación no cometerás pecado, pero si la admites o provocas, incurrirás en pecado grave o leve según su objeto.

Ante la tentación hemos de reaccionar con la serenidad de un hijo de Dios, aprovechándola para crecer en humildad y en caridad. Sería necio negar que el demonio puede causar graves molestias, pero también lo sería entregarse como un conejo aterrorizado, porque no puede dominar a los que sinceramente viven para Dios; puede, sí, combatirlos, pero no derrotarlos porque con la gracia divina vencen y se santifican.

a) El tendador como serpiente

El demonio viene a tentar unas veces como serpiente, cuando siembra dudas e inquietud en nuestra inteligencia, para que se quede en tinieblas sin la luz de la fe. Entonces has de reaccionar con prontitud haciendo actos de fe: “Creo en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo”, o bien “Sé que estás en la Eucaristía con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad”; “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”; “Santa María, Auxilio de los Cristianos, ruega por mí”, etc.

Éste es el testimonio de su alma santa, Francisca Javiera del Valle, que sufrió la dura prueba de la tentación contra la fe pero no consistió lo más mínimo: “Según enseñanzas de nuestro inolvidable Maestro, (el demonio) se propone arrancar de nosotros las virtudes teologales. Pero donde va directamente a poner el blanco es en la fe, porque conseguida ésta, fácil cosa en conseguir las otras dos; porque la fe es como el fundamento donde se levanta todo el edificio espiritual, que él quiere y desea y pretende destruir (…). Cuando Satanás ya se acerca a la pelea, lo primero que echamos de menos es la luz clara y hermosa que nos había Dios dado, para con ella conocer la verdad. (…) ¿A qué compararé yo este estado? Nada hallo, si no es a esas noches de verano, en que se levantan de repente esos nublados tan fuertes y horribles, que por su oscuridad tenebrosa nada se ve, sino relámpagos que asustan, truenos que dejan a uno temblando, aires huracanados, que recuerdan la justicia de Dios al fin del mundo, el granizo y piedra, que parece que todo lo va a destruir.

“No hallo cosas a qué poderlo comparar: sola, sin su Dios, siente venir a ella como un ejército furioso, que la gritan que está engañada, que no hay Dios, y la cercan por todas partes, llenos de retórica que la dan conferencias, sin ella quererlo, pero no la dejan un punto, y con razonamientos tan fuertes y violentos, que a la fuerza la quieren hacer creer que no hay Dios (…), así el alma sin voz, y tartamudeando, como que atinó a decir: me uno a las creencias todas de mi Madre la Iglesia y no quiero creer ninguna cosa más.

“(…) Tenía dieciocho años cuando esto pasó por mí y cuando tanto yo sufría y lloraba sin consuelo la pérdida de mi fe, he aquí que amaneció para mí el día claro y luminoso.

“Y así como yo, sin saber nada, en este estado me vi que me metieron, también ahora vi y sentí que de él me sacaron. Y cuando yo tanto lloraba la pérdida de mi fe, me vi de ella hermosamente vestida” .

b) El tentador como león

“Sed sobrios y estad en vela: porque vuestro enemigo el diablo anda rodando como león rugiente alrededor de vosotros, en busca de presa que devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que la misma tribulación padecen vuestros hermanos, cuantos hay en el mundo” (1 P 5, 8-9).

Otras veces experimentarás que Satanás ataca más fuerte como un león rugiente agitando las pasiones, sublevando la soberbia o la impureza…, y es preciso entonces rechazar con firmeza esa tentación, sin dialogar ni concederse nada. Es el momento de impedir un juicio temerario, de apartar la vista o cortar tajantemente la sensación impura, o frenar la indignación y la ira. Consiste ese rechazo generoso en levantarse, aprovechar bien el tiempo, poner los cinco sentidos en lo que haces, en buscar compañía, en marcharse de un sitio…, siempre acudiendo a la intercesión de la Santísima Virgen; “Ama a la Señora. Y Ella te obtendrá gracia abundante para vencer en esta lucha cotidiana. – Y no servirán de nada al maldito esas cosas perversas, que suben y suben, hirviendo dentro de ti, hasta querer anegar con su podredumbre bienoliente los grandes ideales, los mandatos sublimes que Cristo mismo ha puesto en tu corazón. – Serviam!”.

Otra cosa es el consentimiento

Pero ¿y si las tentaciones vienen porque yo las busco? Porque puede ocurrir que una persona sea cómplice del comienzo mismo de la tentación, cuando ya sabe el peligro que corre y no hace caso de malas experiencias anteriores. Porque podría constituir una ocasión próxima y voluntaria de pecado, que ya es pecado. Además una actitud semejante revelaría síntomas de tibieza espiritual, que viene a ser como una obstrucción de los caminos del alma producida por la acumulación de pecados de omisión no confesados y faltas de generosidad, que impiden circular por ella libremente las aguas limpias y refrigerantes de la gracia. Por eso el demonio suele poner más empeño en apartar a la gente piadosa de la virtud que en arrastrarlas abiertamente al vicio.

La complicidad de que hablamos puede venir también de falta de sinceridad con uno mismo, autoengañándose en lo principal de las intenciones y deseos con peligro de que la propia conciencia se vaya deformando, hasta afirmar descaradamente que no es pecado lo que sí es pecado. Finalmente, la complicidad puede proceder de la soberbia de quien no quiere reconocerse muy débil y hecho del mismo barro que los más miserables de los mortales. Por ello debería sentirse necesitado de cautelas y cuidar no romperse derramando la gracia recibida.

Considerando más en particular las tentaciones contra la castidad, y la posible complicidad interior, es fácil hacer un breve resumen de las armas aconsejadas para ser muy breve resumen de las armas aconsejadas para ser muy sinceros y vencer en estas batallas: “deben emplear los fieles los medios que la Iglesia ha recomendado siempre para mantener una vida casta: disciplina de los sentidos y la mente, prudencia atenta a evitar las ocasiones de caídas, guarda del pudor, moderación en las diversiones, ocupación sana, recurso frecuente a la oración y a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Los jóvenes, sobre todo, deben empeñarse en fomentar su devoción a la Inmaculada Madre de Dios y proponerse como modelo la vida de los santos y de aquellos otros fieles cristianos, particularmente jóvenes, que se señalaron en la práctica de la castidad “ (Declaración Persona humana, n. 12).

La Iglesia exhorta siempre a cada uno para que asuma la responsabilidad de las obras buenas y de las malas. Sin atribuir éstas sólo a la acción diabólica. El Señor explicó bien que la causa del pecado está en la voluntad:

“Lo que del hombre sale, eso es lo que mancha al hombre, porque dentro del corazón del hombre proceden los pensamientos malos, las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las maldades, el fraude, la impureza, la envidia, la blasfemia, la altivez, la insensatez. Todas estas maldades del hombre proceden y manchan al hombre” (Mc 7, 20-30).

La milicia cristiana

“Echad mano de la armadura de Dios – escribe San Pablo –, para que podáis resisitr en el día malo, y, tras haber vencido todo, os mantengáis firmes. Estad, pues, firmes, ciñendo la cintura con la verdad, y poniéndoos la coraza de la justicia, y calzándoos los pies, prontos para el evangelio de la paz; embrazando en todo momento el escudo de la fe, con el cual podáis apagar todos los dardos inflamados del maligno. Tomad el casco de la salvación y la espada del Espíritu, esto es, la palabra de Dios. Con toda clase de oraciones y súplicas, orad en toda ocasión en el espíritu, y velad unánimemente con toda constancia” (Ef 6, 13-18). Las tentaciones vencidas no son tiempo perdido sino manifestación de amor de Dios y méritos para la vida eterna. Nos ayudan a probar el temple de nuestra lucha interior por alcanzar de veras la santidad a la que estamos llamados.

Para vencer en esta lucha el Señor nos enseñó a pedir todos los días en el Padrenuestro el “líbranos del mal”: y así el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que: “En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. “El ‘diablo’ (‘dia-bolos’) es aquel que ‘se atraviesa’ en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo”.

a) Con la gracia de Dios

Con la tentación que insidia el demonio, y que a veces facilitan nuestras concupiscencias, Dios envía siempre gracias más que abundantes para vencer en contienda espiritual, que siempre habrá de mantener con serenidad y fortaleza. También Dios está contigo cuando arrecia la tentación: por los medios sin caer en tontas ingenuidades y vencerás. El gran Apóstol de Jesucristo que ha sido vaso de elección divina para extender el Evangelio por Occidente nos ha dejado el testimonio imponente de lo cerca que tenía a Dios a la hora de la tentación: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (…) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre (…) fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que al hombre no le es lícito pronunciar: De este tal me glorificaré, pero de mí mismo no me gloriaré, si no es de mis flaquezas (…). Por lo cual, para que no me engría, me fue clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás, para que me abofetee y no me engría. Por esto, rogué tres veces al Señor que lo apartase de mí, pero Él me dijo: Te basta mi gracia, porque la fuerza resplandece en la flaqueza. Por eso, con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por lo cual me complazco en las flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y angustias, por Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12, 1-10).

b) El uso del agua bendita

La gracia divina no falta cuando ponemos los medios adecuados, aunque para los ojos humanos parezcan insignificantes. Para librarse del influjo diabólico los santos han empleado también el agua bendita, que es un sacramental. Santa Teresa decía que “De muchas veces tengo experiencia que no hay cosa con que hayan más (los demonios),para no tornar: Debe ser grande la virtud del agua bendita; para mí es particular y muy conocida consolidación que siente mi alma cuando la toma (la utiliza). (…) Estando en un oratorio, habiendo rezado un nocturno y diciendo unas oraciones muy devotas, que están al fin de él, el demonio se me puso sobre el libro para que no acabase la oración; yo me santigüé y fuese. Volviendo a comenzar, tornóse. Creo fueron tres veces las que la comencé, y hasta que eché agua bendita no puede acabar”.

El agua ritualmente bendecida nos recuerda a Jesucristo que se dio a sí mismo el apelativo de “agua viva” (cfr Jn 7, 39), instituyó para nosotros el bautismo de Salvación, y también expulsó con plena autoridad a los demonios. El agua puede bendecirla el sacerdote con esta oración: “Bendito seas, Señor, Dios todopoderoso, que te han dignado bendecirnos y transformarnos interiormente en Cristo, agua viva de nuestra Salvación; haz, te pedimos, que los que nos protegemos con la aspersión o el uso de esta agua sintamos, por la fuerza del Espíritu santo, renovada la juventud de nuestra alma y adelantemos siempre en una vida nueva. Por Jesucristo, nuestro Señor”.

c) Oración a San Miguel Arcángel

La fe hará que nos mantengamos seguros en medio de cualquier tentación, firmemente apoyados en la solidez inexpunable de la Iglesia, que lucha eficazmente contra el poder del diablo. Mucho puede ayudarnos la oración al Arcángel San Miguel, compuesta por el Papa León XIII en circunstancias verdaderamente especiales, según expresaba un colaborador suyo:

Una mañana el gran Pontífice León XIII había celebrado la Misa y estaba asistiendo a obra de acción de gracias, como solía hacer. De repente se le vio enderezar enérgicamente la cabeza y luego mirar fijamente por encima de la cabeza del celebrante. Miraba fijamente, sin parpadear pero con una expresión de maravilla y de terror, cambiando de color y de expresión. Alguna cosa extraña y grande le sucedía… Finalmente, como volviendo en sí y dando un ligero pero enérgico toque de manos, se alza. Se lo ve dirigirse hacia su estudio privado. Sus familiares lo siguen con ansia y con premura. Le dicen con voz queda: “¿Santo Padre, no se siente bien? ¿Necesita alguna cosa?” Él responde: “Nada, nada.” Y se encierra dentro. Después de una media hora hace llamar al Secretario de la Congregación de los Ritos y dándole una hoja, le ordena estamparla y enviarla a todos los Obispos del mundo. ¿Qué cosa contenía? La oración que recitamos al final de la Misa junto al pueblo, con la súplica a María y la fogosa invocación al Príncipe de las milicias celestiales, implorando a Dios que arroje a Satanás al infierno” .

Y la oración reza así: “Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha. Ayúdanos contra la maldad y las insidias del demonio. Pedimos suplicantes que Dios lo someta a su imperio; y tú, Príncipe de la milicia celestial, encadena en el infierno, con el poder divino, a Satanás y a los demás espíritus malvados que van por el mundo para perdición de las almas. Amén”.

Confianza

La protección de Santa María asegura también la victoria contra el Maligno. Después del pecado original cometido por Adán y Eva, Dios había dicho a la serpiente. “Por cuanto hiciste esto, maldita tú eres entre todos los animales y bestias de la tierra: andarás arrastrándote sobre tu pecho, y tierra comerás todos los días de tu vida. Yo pongo enemistad perpetua entre ti y la mujer, y entre tu raza y la descendencia suya: ella quebrantará tu cabeza” (Gen 3, 14-15). Esta mujer es María, “una mujer revestida de sol, y la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas” (Apc 12, 1), que, llena de gracia, ha dado a luz según la humanidad al verdadero Hijo de dios y ha vencido al demonio.

Por ello “con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligro y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por esto motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” .

Toda esta doctrina cierta sobre la existencia, el poder y la acción del demonio no es para un cristiano ocasión de temores enfermizos, pero sí de prudencia. Será antídoto contra optimismos falsos y estímulo eficaz para una firme vigilancia en la fe y para una vibrante acción apóstolica que anule la labor destructiva del diablo en los hombres y en la sociedad, mientras llega el día grande en que se instaurará definitivamente el Reino de Dios.

Por Jesús Ortiz

 

¿Para qué arreglarme si me quedo en casa?

Tu estilo habla del concepto que tienes de ti, de tu autoestima, pero también de tu «pulso» espiritual

¿Por qué debería arreglarme despampanante si solo estoy en mi casa? Esta es una pregunta de una lectora que me ha llegado a mi correo de Facebook y que me inspira a dar respuesta por medio de esta columna.

El arreglo personal y su práctica o no, está relacionado con una variante de la autoestima.

Cuando hablo de autoestima me refiero en este sentido a ese auto cuidado personal que cada hombre y cada mujer se brindan para mantenerse saludable y proyectar siempre un aspecto positivo a los demás.

Dentro de mi experiencia en el campo de la psicoterapia y gracias a que antes de ejercer esta profesión me dedicaba al modelaje profesional y a la consultoría de imagen con la banca, el comercio y el gobierno, puedo decir que desarrollé una habilidad muy especial para saber casi de inmediato, cómo está la autoestima de la persona que tengo delante de mí.

Esta persona puede ser alguien destacado como ejecutivo o ejecutiva de empresas o puede ser un ama de casa que se queda al cuidado de sus hijos.

Autoestima, seguridad, poder personal, gestos y movimientos determinan la percepción que tienes de ti mismo o de ti misma, también de tu «pulso» espiritual: si te sientes o no hijo o hija amado de Dios.

El arreglo y el cuidado personal se van transformando a través de cada década.

Si te cuidas desde que eres muy joven y aprendes a destacar lo mejor de ti, es muy probable que te conviertas en una mujer que con el pasar de los años se convierta en un referente para los demás.

A continuación te doy algunas de las reflexiones que vinieron a mi mente al leer el planteamiento de esta lectora:

1 ERES UN ESPEJO PARA TUS HIJOS Y PARA OTROS

Tengo muchos años de trabajar con mis pacientes utilizando un espejo para ayudarles a mejorar su auto imagen, auto estima y aceptación personal.

Cuando empecé a utilizar el espejo y comentarlo entre mis colegas algunas veces esto les provocaba risas y cuando llegué a la televisión nacional en los Estados Unidos para presentar este método del espejo, el resultado fue que gané un contrato para escribir mi último libro Yo soy único e irrepetible .

Al momento de escribir este artículo ya se están haciendo investigaciones y pruebas de laboratorio utilizando un espejo para ayudar a las personas a ir más allá de la imagen que ves en él.

Esto es particularmente importante porque estoy segura, que tendrás hijos pequeños y que ellos te imitan en todo o en casi todo lo que ven en ti.

Hábitos, vicios, formas de mirar  y de moverse, en fin, eres un espejo para tus hijos y por lo mismo es importante que cuando te mires en él te guste lo que ves, te ames tal y como eres y te aceptes. Esto se transmitirá inconscientemente en tus hijos una autoestima saludable.

2 DEBES ARREGLARTE PORQUE NUNCA SABES QUIÉN TOCARÁ A TU PUERTA

Esto es para animarte. Vivo en los Estados Unidos, esto quiere decir que las personas de clase media no tienen por general una persona que les auxilie en su casa diariamente.

De manera que así como trabajamos fuera, así lavamos la ropa, cocinamos y llevamos y traemos a los niños. Una termina agotada.

Sin embargo, y si bien escribo porque nunca sabes quién tocará a tu puerta, es importante que lo hagas porque te estimas a ti misma y es una forma de conectarte con la alta dignidad que posees: la de persona.  

3 CUANDO TE DISCIPLINAS EN TU ARREGLO PERSONAL, VAS DESARROLLANDO UN ESTILO QUE ES COHERENTE CON TU PERSONALIDAD Y ESTILO DE VIDA

Así como convertirse en una excelente cocinera requiere práctica, así requiere práctica perfeccionar el maquillaje, vestir el cuerpo con lo que mejor le siente o encontrar ese corte de cabello que destacará lo mejor de tu rostro.

4 EL ARREGLO PERSONAL INFLUYE EN LA MENTE

Dentro de mi práctica como psicoterapeuta sigo también con mis pacientes lo que yo denomino “la terapia del arreglo personal”.

Esto quiere decir que les voy enseñando a escoger una buena base de maquillaje, a aplicarse adecuadamente los colores en el rostro.

Además utilizo una tabla de colores con los que vamos encontrando qué colores son los que les van mejor.

Por último nos vamos de compras y elegimos aquel vestuario que no sólo sea coherente con su cuerpo sino con su estilo de vida también.

Después de unas semanas de vivir el proceso, no sólo su sonrisa es maravillosa, sino toda la presencia de esta persona que me dice : ¡me siento feliz y llena de energía!

Pero por supuesto ¡tu mentalidad ha cambiado! En palabras de la cantante Karen Peris del grupo  “The Innocence Mission”: vives la vida con los brazos abiertos.

Mirando a los ojos al hablar,

Entrando en las habitaciones gritando de alegría, 

Feliz del encuentro…

Tan brillante como el amarillo….. 

Exactamente tan brillante como el amarillo que llevas puesto y con la felicidad que da convertirse en tu propia musa.

Sheila Morataya

 

 

Supuestos biológicos de la libertad humana

La persona humana se diferencia del resto de los seres vivos por ser una criatura hecha para la libertad

La naturaleza humana esta diseñada para tener órganos que sean el soporte biológico de las potencias o facultades espirituales y de la vida del alma o espiritual, que es principio unitario que vivifica enteramente el cuerpo y del que dimanan todas las facultades o potencias que contribuyen a que el cuerpo sea un organismo. Materia y forma se copertenecen, aunque las facultades espirituales rebasen a las corporales (sobrante formal) y le posibilitan a abrirse a la libertad, gracias a la indeterminación que posee su naturaleza y a la apertura hacia su intimidad en un primer momento y después hacia los demás.

La persona humana se diferencia del resto de los seres vivos por ser una criatura hecha para la libertad. A través de la evolución fue adquiriendo las características necesarias para este fin:

• El hombre no se rige por los instintos, que controlan la conducta animal, sino por su inteligencia que le permite descubrir la verdad y naturaleza de las cosas y por su voluntad que lo mueve hacia lo bueno. Así la acción propiamente humana es la que decide sobre sus actos y se hace responsable de ellos.

• El ser humano no se concibe a si mismo como parte del cosmos, es una realidad superior, con capacidad de comprender y de transformar la creación para cubrir sus necesidades, es decir que no se adapta al medio, sino que adapta el medio a él, a través del pensamiento concreto y abstracto.

• Toda su biología indeterminada nos habla de su apertura al mundo que le rodea:

– Su piel sin una cubierta natural que lo proteja.

– Unas manos capaces se realizar los múltiples proyectos de la creatividad humana, herramientas eficientes para expresar al espíritu humano.

– Sus pies y piernas, que le permiten caminar erguido sin una especialización particular que no sea la de desplazarse con equilibrio y suavidad y dejar las manos libres.

– Su rostro, expresión del alma. (ojos y boca expresivos).

– Su cabeza sobre el resto del cuerpo, dando importancia a lo que ve de frente y arriba y restando importancia a lo de abajo y al bulbo olfativo.

– Un aparato fonador capaz del habla para la comunicación.

– Un ser humano indefenso y prematuro desde su nacimiento que le obliga a la dependencia de otros para su sobreviviencia y educación, y de la relacionalidad y de la cultura para el aprendizaje.

– Un cerebro capaz de ser conciente de sí mismo, de que piensa, de la realidad que le rodea; continuamente inquieto por encontrar la verdad de las cosas del mundo que le rodea; donde no sólo se almacena la información recibida sino que se clasifica y se interpreta, para posibilitar una respuesta informada, libre y conciente a los estímulos externos; con un pensamiento secuencial, relacional y lógico que le permite crear ideas; con zonas específicas para los diversos procesos necesarios para la socialización y la comunicación.

• Conciencia de sí mismo y de su interioridad.

• Conciencia de la forma en que el tiempo influye en él y de cómo puede hacerse dueño de éste a través del compromiso.

• Una actividad sexual que supera la finalidad procreativa y que se convierte en signo del amor y la donación personal.

• Un aparato digestivo que digiere de todo, que incorporó proteínas a su dieta favoreciendo la hominización.

• Un cuerpo que no posee instrumentos de ataque o de defensa.

• El cuerpo humano abierto, no cerrado en su biología, en su “pobreza” de especialización por indeterminación biológica, es presupuesto biológico para un ser libre. En su libertad radical es capaz de resolver con técnica lo que la “biología” le ha negado: Potencia con hábitos la inteligencia, la capacidad creativa, hace cultural su forma de vivir. El carácter de la vida, lo relacional, la apertura, lo afectivo, no sólo se manifiesta en la corporalidad, sino que la determinan.

 

 

LA FUERZA DE LA PALABRA DE DIOS

 

La palabra es como el reflejo de la vida, su sombra, su silueta y debajo de cada palabra se esconde silenciosa una idea que le da sentido. Dios Padre se nos da a conocer en la Palabra, en el Verbo. Con la palabra se labran las almas y se amansan los corazones. Con la palabra se encauzan las voluntades y se normalizan las conductas. La palabra es la herramienta del hombre, el arma del que ama la vida y en su pelear con el tiempo éste da muerte al presente y da a luz a la historia. Las palabras levantan acta del amor y de la paz que –consecuencia de la guerra– da la paz.

 

En estos días está teniendo lugar en Roma la Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, dedicada a la reflexión de la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. Benedicto XVI nos insiste en que la identificación con Cristo a la que debemos aspirar es mucho más que parecerse a Él y, al indicar el sendero que lleva a esa meta, no cesa de hacer hincapié en el ejercicio de la lectio divina. Posiblemente, el Sínodo de estos días era muy deseado desde hacía tiempo.

 

Al poco de ser elegido Papa ya manifestaba este deseo. Afirmaba que para alcanzar la identificación con Cristo “… podemos hacerlo leyendo la sagrada Escritura, en la que los pensamientos de Cristo son Palabra, nos hablan. En este sentido, deberíamos ejercitarnos en la lectio divina, descubrir en las Escrituras el pensamiento de Cristo, aprender a pensar con Cristo, a pensar con el pensamiento de Cristo para tener los mismos sentimientos de Cristo, para poder dar a los demás también el pensamiento de Cristo, los sentimientos de Cristo[1].

 

La historia llega a ser el arte de ordenar –como el poeta los versos en diversas métricas– los eventos particulares que da lugar a la biografía, o los acontecimientos más amplios que muestra la historia sucedida en épocas y lugares más grandes. La palabra nos desvela los arcanos tesoros que esconde el alma humana, disipa las nieblas que ocultan sus pensamientos. La palabra acerca lo lejano hasta hacer tocar y sentir el amor de Dios por su criatura predilecta.

 

El silencio es la palabra muda y elocuente cuando proviene de quien habla sólo cuando debe y lo que debe. La Palabra se hizo Hombre y nos enseñó con sus gestos, acciones y palabras el Camino que hemos de recorrer para ser divinos cómo Él. Ante Herodes que quiere ver milagros, calla; ante las acusaciones toscas y provocadoras de los fariseos, guarda silencio; cuando nace en Belén la Palabra viviente no es capaz de hablar con sonidos pero su humildad es un poema bien elocuente; y así podíamos seguir mostrando tantos ejemplos del Maestro.

 

Aprovechando que estamos en el mes del Rosario, miremos a María, como reza, como pasa inadvertida. Ella “nos recuerda aquí que la oración, intensa y humilde, confiada y perseverante debe tener un puesto central en nuestra vida cristiana”[2]. Su Madre –comunicativa como mujer, como madre, como esposa, como vecina y como amiga– sin embargo, nos ha dejado sólo siete palabras en el Evangelio: ¿Cómo ha de ser esto pues no conozco varón? Hágase en mí según tu palabra. El Magnificat. Hijo, ¿por qué te has portado así? Mira cómo tu padre y yo –apenados– andábamos buscándote. Hijo, ¡no tienen vino! Haced lo que Él os diga.

 

María calla, saluda sonriente a su prima Isabel, nos acoge en el Calvario en silencio amoroso. Dice el Papa: “Mediante la luz que brota de su rostro, se trasparenta la misericordia de Dios. Dejemos que su mirada nos acaricie y nos diga que Dios nos ama y nunca nos abandona” [3]. “La señal de la Cruz es de alguna forma el compendio de nuestra fe, porque nos dice cuánto nos ha amado Dios; nos dice que, en el mundo, hay un amor más fuerte que la muerte, más fuerte que nuestras debilidades y pecados. El poder del amor es más fuerte que el mal que nos amenaza”[4].

 

El hombre de todos los tiempos, pero en el actual sobre todo, necesita más del silencio. Justamente para dar espacio a la escucha de la Palabra. No es una pérdida de tiempo rezar porque no hay tema más humano que tratar con Dios y hablar de Él. “Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción”[5]. Dejarse absorber por las actividades entraña el riesgo de quitar de la plegaria su especificad cristiana y su verdadera eficacia. En el Rosario, decía el Papa, “se concentra la profundidad del mensaje evangélico”. Nos introduce en la contemplación del rostro de Cristo.

Benedicto XVI, hablando de los requisitos que configuran al discípulo de Cristo, cita su comportamiento ejemplar con la doctrina, el testimonio de sus obras y con sus palabras. Mira como San Pablo afirma que “el título de apóstol no es y no puede ser honorífico; compromete concreta y dramáticamente toda la existencia de la persona que lo lleva” [6].

“En definitiva, es el Señor el que constituye a uno en apóstol, no la propia presunción. El apóstol no se hace a sí mismo; es el Señor quien lo hace; por tanto, necesita referirse constantemente al Señor”[7].

Es necesario secundar al Papa difundiendo la buena doctrina, sus enseñanzas con ocasión y sin ella[8], como hizo San Pablo. Así, tras habernos esforzado en la propagación del Evangelio, podremos exclamar con el Apóstol al final de nuestra vida: he peleado el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la merecida corona que el Señor, el Justo Juez, me entregará aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que han deseado con amor su venida[9].

La Iglesia debe renovarse siempre y rejuvenecer y la Palabra de Dios, que no envejece nunca ni se agota, es el medio privilegiado para este objetivo. De hecho, la Palabra de Dios, a través del Espíritu Santo, nos guía siempre de nuevo hacia la verdad plena.

En este contexto evocaba y recomendaba el Papa la antigua tradición de la lectio divina: la lectura asidua de la Sagrada Escritura acompañada por la oración permite ese íntimo diálogo en el que, a través de la lectura, se escucha a Dios que habla, y a través de la oración, se le responde con una confiada apertura del corazón. Si se promueve esta práctica con eficacia, estoy convencido de que producirá una nueva primavera espiritual en la Iglesia. Como punto firme de la pastoral bíblica, la lectio divina tiene que ser ulteriormente impulsada, incluso mediante nuevos métodos, atentamente ponderados, adaptados a los tiempos. No hay que olvidar nunca que la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino[10].

 

 

Pedro Beteta López

Doctor en Teología

 


[1] BENEDICTO XV, Meditación en la apertura de la Primera Congregación General del Sínodo, 3-X-2005

[2] BENEDICTO XVI, Homilía en 150 aniversario de las Apariciones de Lourdes, 14-IX-2008

[3] Ibídem.

[4] Ibídem.

[5] Carta Encíclica Deus caritas est, n. 36

[6] BENEDICTO XVI, Audiencia general, 10-IX-2008

[7] Ibídem.

[8] Cfr. 2 Tm 4, 2.

[9] 2 Tm 4, 7-8.

[10] Cfr. BENEDICTO XVI, Discurso con motivo del XL aniversario de la publicación de la “Dei Verbum”, 16-IX-2005.

 

La belleza de la Liturgia (5). La alegría del encuentro

Escrito por José Martínez Colín.

Lo maravilloso de la Liturgia es que nos garantiza la posibilidad de un verdadero encuentro con nuestro Señor.

1) Para saber

Hace pocos días, el conocido actor Russell Crowe, ganador del Oscar con la película Gladiador, visitó junto con su familia la Capilla Sixtina, en la Ciudad del Vaticano. Comentó que ha sido un privilegio y la experiencia más especial de su vida. El actor pronto interpretará al P. Gabriele Amorth, el exorcista más famoso del mundo. Crowe quedó muy asombrado y agradecido. Publicó varias fotografías en su Twitter en las que se le ve visitando los Museos Vaticanos. También compartió una emotiva historia en su paso por la Capilla Sixtina, en que recordó a su padre ya fallecido.

Es innegable la belleza que contiene la Capilla Sixtina. Así como hay belleza en algunas obras de arte, también hay otras realidades que nos transmiten otro tipo de belleza. Una de ellas se da en la liturgia. Por ejemplo, cuando se celebra una Santa Misa, independientemente de la belleza que pudiera tener el templo o los objetos que se utilizan, hay una belleza mayor que es preciso descubrir. A ella se refiere el papa Francisco en su última carta. Se trata de la belleza del encuentro con alguien: el encuentro con Cristo. Aquí está toda la poderosa belleza de la Liturgia comenta el Pontífice. Gracias a que el Hijo de Dios se hizo hombre, a su Encarnación, nos es posible unirnos a Dios. Por eso Cristo es el Camino: es el camino para entrar en comunión con Dios mismo.

2) Para pensar

Muchas de las obras del músico Joseph Haydn (1732-1809) están impregnadas de gran alegría. Se cuenta que en una ocasión alguien lo criticó porque las misas que componía eran demasiado alegres. Haydn se limitó a contestar: «No puedo evitar que al pensar en Dios mi corazón salte de alegría».

Tenía mucha razón el compositor, porque cuando hay amor a alguien, su encuentro conlleva alegría. Si Cristo es nuestro máximo amor, el encuentro real con Cristo habría de traernos la máxima alegría. Comentaba Haydn: «Cuando pienso en Dios, mis notas surgen copiosas como el agua de una fuente; si Dios ha querido darme un corazón alegre, me perdonará que le sirva alegremente».

Podríamos decir que la alegría al participar en una ceremonia litúrgica irá en proporción al deseo de tener ese encuentro amoroso con Cristo. Pensemos cuánta alegría nos causa ese encuentro.

3) Para vivir

Lo maravilloso de la Liturgia es que nos garantiza la posibilidad de un verdadero encuentro con nuestro Señor. Aquello que era visible de Jesús, lo que se podía ver con los ojos y tocar con las manos, sus palabras y sus gestos, ha pasado a la celebración de los sacramentos.

La Eucaristía, por ejemplo, no se trata de un vago recuerdo de la Última Cena, sino que nos hace estar presentes en aquella Cena, poder escuchar su voz, comer su Cuerpo y beber su Sangre, comenta el Papa. En la Eucaristía y en todos los Sacramentos nos encontrarnos con Jesús y somos alcanzados por el poder de su Pascua. A veces podemos perder la conciencia de ese encuentro y entonces deja de tener sentido la ceremonia, llegándola a ver sólo como un acontecimiento puramente social. Nos estaríamos perdiendo lo esencial de la celebración. Es deseo del Papa que vivamos la Liturgia con un mayor sentido y de esa manera la vivamos con alegría.

 

“La calor”

Del confinamiento anticonstitucional hemos pasado al dudoso racionamiento energético.

 Para evitar que las insufribles feministas del Ministerio de Igualdad que padecemos, me tachen de ·”machista” por masculinizar la abrasadora canícula que nos devora este verano, he escogido la versión femenina que acepta la RAE  para describir el sofocante calor que está torturando nuestros cuerpos y mentes en estas noches de casi obligado insomnio.

 

El calor que padecemos al igual que el frío, nos produce unas sensaciones térmicas que las mitigamos con una disminución o aumento de la temperatura ambiental. Cuando no existía el aire acondicionado o la calefacción, eran los abanicos, los ventiladores o el simple fuego, alumbrado con materias orgánicas como el carbón o la madera, con los que combatíamos las intemperancias climáticas.

 

Pero gracias al descubrimiento de nuevas fuentes de energía como el gas, el petróleo, la nuclear o las renovables, se  ha conseguido dominar las oleadas de calor o frío que en ocasiones nos agobian  durante los cambios estacionales. Lo cierto es que todos los españolitos de a pie estábamos tan contentos, porque  confiábamos en esos 22º o 23º con los que todos los veranos disfrutábamos de una agradable temperatura en restaurantes, centros comerciales o locales cerrados, gracias a la energía eléctrica que alimentan los acondicionadores de aire.

 

Pero cuando el verano empieza a proporcionar a pesar de “la caló”, como decimos en Andalucía, una alegría a nuestros hoteleros, restauradores, comercios, y en general a los trabajadores duramente castigados desde la pandemia, viene Pedro Sánchez y se descuelga una vez más, con un Real Decreto-ley, rectificado como es habitual, para amargarnos de nuevo la vida a los españoles, enredar las relaciones institucionales con las CCAA y sembrar la duda y la confusión como ocurrió con la pandemia. Es decir del confinamiento inconstitucional  hemos pasado al dudoso racionamiento energético. Groucho Marx, actor y cómico norteamericano,  decía que “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.”

 

Por eso no parece preocuparle la oleada de incendios que todavía asola España y que  la mayoría de sus orígenes desmienten su absurda y obsesiva  apelación al cambio climático, ni la alarmante sequía que deseca los embalses. Sequía a la que nos condenó su mentor y padrino Rodríguez Zapatero al rechazar el Plan Hidrológico Nacional financiado por la UE, causando un grave perjuicio a la agricultura y al uso general de tan preciada fuente de riqueza como es el agua. No podrá tampoco controlar las temperaturas, ni los alumbrados públicos, ni que los bancos y las empresas de electricidad nos trasladen a los ciudadanos ese nuevo impuesto sobre los “ricos” que pagaremos al final los que no lo somos. ¡Que disfrute en La Mareta  Sr. Presidente! y vigile la temperatura que el hielo no le faltará…

 

Jorge Hernández Mollar

 

Sin dejarse llevar por un ecologismo extemporáneo

 

Según los datos del Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales, en lo que va de año, ya han ardido cerca de 230.000 hectáreas, con más de 350 siniestros, superando la cifra de 2012 que hasta ahora había sido el año peor de la serie histórica.

 

Las olas de calor extremo, agravadas por la sequía y el cambio climático, el estado de los bosques y montes y, en muchas ocasiones, la mano humana, han desencadenado terribles incendios por todo el mapa hispano ocasionando daños irreparables.

 

Desde algunas organizaciones, entre ellas Unión de Uniones, critican a la Administración el excesivo celo impuesto, provocadas por un ecologismo extemporáneo, para las autorizaciones de quemas agrícolas y de restos vegetales cuando son acciones muy útiles destinadas a limpiar material susceptible de arder accidentalmente.

 

En este sentido, han criticado que la nueva ley estatal de residuos y suelos contaminados para una economía circular establezca una prohibición general para la eliminación de restos agrícolas y selvícolas mediante la quema controlada y fuera de las épocas de máximo riesgo de incendio, salvo excepciones muy medidas. La eliminación por otros medios es costosa y complicada en muchos casos, lo que repercute en gastos adicionales para el agricultor o ganadero.

 

Este hecho afectaría de manera directa a más de 900.000 explotaciones agrarias, del orden de 12 millones de hectáreas de superficies arables de cultivos herbáceos y casi 5 millones de hectáreas de cultivos permanentes y leñosos, lo que supondría un nuevo palo en las ruedas para los agricultores.

 

La organización insiste en que con quemas localizadas y perimetradas el peligro es menor en comparación con el de no hacerlas. “Cuando se produce un incendio hace falta una chispa, pero no es lo mismo que esta se produzca en un monte limpio”; comentan desde la organización. “Las tareas de prevención no se corrigen solo con ayudas a las ovejas bomberas, sino dejando hacer la buena labor de reducción de material combustible que hasta ahora veníamos haciendo”, añaden.

 

Jesús Domingo

 

 

 

 

 

Buscando silencio

 

 

 

Más de una vez habremos observado que hay muchas personas, especialmente jóvenes, que necesitan el bullicio, los gritos, la música a tope. Esas personas tienen una sensación rara en un ambiente de silencio. Tienen miedo y ese miedo tiene una lógica porque el silencio supone soledad casi siempre, aunque en la liturgia hay momentos de silencio y en ciertos espacios de trabajo también, como puede ser la biblioteca de la universidad.

Tienen miedo porque es una situación no habitual que los lleva a la reflexión. Y precisamente por eso, porque nos ayuda a reflexionar el silencio es de gran ayuda, pero no saben cómo gestionarlo. Hay miedo a entrar en el propio yo, en la propia conciencia, y por eso hay poca experiencia de lo que supone buscar el silencio. Buscarlo para algo productivo, no solo para un descanso nocturno o una buena siesta. Necesitamos el silencio para pensar. Pero son muchos quienes llevan el móvil conectado en todos los momentos del día.

“El mero callar no procura por sí mismo silencio, -escribe Ratzinger- pues bien puede ocurrir que un hombre exteriormente mudo se halle interiormente desgarrado por la inquietud que le producen las cosas. Alguien puede callar y tener un ruido intranquilizador dentro de sí. Encontrar el silencio significa descubrir un nuevo orden interior”[1]. Y esta es la cuestión pendiente, lo que realmente preocupa, observar a tantas personas que necesitan ruido, tienen miedo a la reflexión.

Muchos no saben ni siquiera que es eso del silencio, porque aunque esté callado en su casa, casi siempre hay un vecino con la televisión demasiado alta o, aunque sea hora de dormir, tenemos un aparato doméstico sonando toda la noche. El concepto de silencio se adquiere en la soledad de la naturaleza. En la montaña hay momentos sobrecogedores, maravillosos, porque se oye el silencio. Es una experiencia que no se puede explicar.

José Morales Martín

 

 

 

 

 

Los sufrimientos físicos y morales

La gran mayoría de los sufrimientos físicos y morales que padecemos son provocados por la actuación de otros seres humanos. Y es esta una realidad que los cristianos hemos padecido a lo largo de los siglos y, en estos momentos padecemos, de una forma muy particular: el martirio, y la blasfemia.

Sobre la cruz vivida y resucitada de los mártires que han muerto perdonando a sus asesinos y rezando por ellos, la Iglesia Católica ha caminado a lo largo de los siglos; y seguirá caminando e iluminando al mundo. Los mártires llenan de sentido el sufrimiento por un mal que unos hombres provocan a otros en odio a la fe, en odio a Cristo, en odio a Dios.

Y los mártires nos dan esperanza, y espíritu, a todos los demás cristianos que hemos de dar testimonio de nuestra Fe en los quehaceres ordinarios de nuestro vivir, para que vivamos el dolor y el sufrimiento con serenidad, rezando por la conversión de los enemigos de la Fe: perdonándolos como hizo Cristo en la Cruz, y rezando para que se arrepientan del mal que hacen, del crimen, del pecado que cometen.

JD Mez Madrid

 

El sentido del sufrimiento

El sufrir forma parte de la vida de todos los seres humanos. Con más intensidad o con menos; física, corporal o moralmente y en el espíritu; ya sea nuestra vida un ejemplo precioso de generosidad y de entrega a los demás, o una lamentable manifestación de egoísmo suicida. El sufrir nos puede dar paz, o una intranquilidad difícil de calmar y serenar. De algo estamos seguros: el sufrimiento físico y moral no abandonará al hombre a lo largo de su caminar sobre la tierra.

Y sufrimos todos: cristianos y no cristianos; creyentes y no creyentes; ateos, agnósticos, etc., etc., ya vivamos en nuestras casas, o estemos recluidos en cárceles y campos de concentración; ya soportemos las heridas de enfermedades incurables; o vivamos la muerte de seres queridos; o el desprecio de conocidos, de amigos y hasta familiares.

¿Cómo reaccionamos los cristianos ante el sufrimiento? Cristo, que sufrió y padeció toda clase de dolores y desprecios, nos indica el camino. Cristo crucificado es la roca sobre la que se eleva toda la Fe cristiana. Crucificado y Resucitado. Él nos descubre el sentido de nuestro vivir, y nos invita a unir nuestros dolores y sufrimientos físicos y morales a su Cruz, para redimir el mal que todos los hombres nos podemos hacer viviendo en el pecado.

Los cristianos, y tantos otros hombres y mujeres, luchamos, y con muy buen corazón, para aliviar el sufrimiento físico de los que padecen enfermedades, hambres, privaciones, de cualquier tipo. Seguimos el actuar de Cristo que curó a tantos enfermos en los años de su vida pública, y les devolvió las condiciones necesarias para un vivir humano y sereno. Procuramos ahogar el mal físico en abundancia de bien, de medicamentos, de consuelos, de compañía humana y cristiana.

Somos conscientes, sin embargo, de que en esta tierra nunca conseguiremos erradicar el dolor y el sufrimiento. Los cristianos vivimos esos momentos mirando cara a cara a Cristo en la Cruz, y estamos convencidos de que Él nos acompaña en todo nuestro vivir, en nuestro padecer, en nuestro sonreír en el dolor.

Juan García. 

 

La masificación o el hombre peor que los animales

 

                                ¿Qué ha ocurrido y qué sigue ocurriendo? El “mono humano” se ha convertido en masa; pareciera como si es que tiene miedo a la comunicación, a la verdadera comunicación, que sólo se logra con pocos intervinientes y como máximo en el verdadero diálogo entre dos “personas”; hoy desaparecido; “todo eso de los modernos aparatitos de entrar en grupos “fantasmas” y donde y en general, entran como bólidos, y cada cual, “suelta su chorrada y sale pitando”, pero sigue hipnotizado en ese “absurdo apretar botones”; y ni piensa en una verdadera reunión y en persona y con personas, para dialogar o incluso mantener discusión “civilizada con el congénere que sea”; no; todo se ha masificado y las masas se han dejado convertir en inmensos rebaños, que la propaganda lleva a donde quiere, pero las consecuencias es que al individuo lo dejan vacío de su principal valor cuál es la verdadera individualidad independiente, para optar a lo que de verdad conviene a ésta, que nunca será, “el moderno hormiguero humano, que nos ha proporcionado esta incivilización que padecemos”.

                                El “libro de la vida” (en el que a mi entender está escrito todo) y al que me he referido muchas veces, nos muestra la individualidad más extrema, cuál puede ser la del oso polar; la del grupo organizado, cuál puede ser el del lobo y algunos otros cánidos; y así hasta el hormiguero, colmena o termitero, que son las masificaciones animales, pero que en realidad son “individualidades”, monstruosas, donde la organización absorbe al individuo y lo convierte en un insignificante número, cuyo nacimiento y fin está controlado totalmente.

                                Incluso en nuestro pariente más próximo o “cuasi hermano”, que es el chimpancé (sólo nos separa un uno por ciento de genes); los grupos son organizaciones generalmente no muy numerosas y donde la jerarquía impera; pero el orden de convivencia, aunque sea, “a viva fuerza”, pero esta obliga a las hembras a salir del grupo, puesto que así se evita la endogamia; lo que mantiene al grupo más puro y organizado, puesto que de igual forma, recibe bien a las hembras de otros grupos. En este grupo hay otro más pacífico, cuál es el de los “Bonobos”, que no es precisamente la violencia la que practican, sino los placeres de la vida y que no cito, puesto que los habrán visto en esos magníficos documentales que constantemente transmiten, las mejores emisoras de la por otra parte, tan corrompida televisión.

                                La masificación en el hormiguero, termitero o en la colmena; es algo que también controla la naturaleza, puesto que llegado el momento, de su interior tienen que salir, los componentes, que aislados (hormigas o termitas) o en numeroso grupo o “enjambre” (abejas) tienen que buscar nuevos lugares para establecerse. Y así es todo en la verdadera vida natural, todo es orden y jerarquía; y todo funciona bien, y mejor aún si no lo estropea el ser humano, que en gran medida lo hizo y lo hace.

                                Pero el ser humano, no encuentra sus ubicaciones idóneas, y como ocurre aquí mismo en España, mientras cada vez más, se abandonan tierras y pueblos dejando abandonados inmensos campos, que al final luego, “arden como este verano lo están haciendo ya como plaga, o se desertizan por ese abandono total, puesto que los nuevos habitantes, no encontraron atractivo en quedarse en ellos y todos terminan en los nuevos monstruos urbanos, que como enfermedad, se siguen construyendo en el mundo; pero los que en realidad, se convierten en las nuevas, “selvas o maniguas de hormigón y asfalto”, donde esos huidos de la naturaleza, vegetan o viven la vida de “la gran ciudad”; a la que yo y ya hace muchos años, les dedique más de un artículo, bajo los titulares de, “El infierno de las grandes ciudades”; artículos que se encuentran en mi Web y que por tanto allí se indica la fecha y argumentaciones a esas masificaciones, donde no sólo son monstruosas, en su horizontalidad, sino igualmente o peor aún, en su verticalidad, donde y como cuenta la Biblia, con “la torre de Babel”; los últimos “monos arquitectos”, quieren llegar al cielo, con sus techos, aunque eso cueste las ingentes cantidades de dinero que se gasta, en esos, “engendros” que como tales, son inútiles para la vida y comodidad del que de verdad, “ha llegado a ser humano”.

                                Yo desde luego, nunca he pensado en vivir en algo similar y ni por asomo, pensé nunca en salir del lugar donde nací y vivo; hoy en un barrio, ya antiguo y donde lo que domina, es la casa familiar de dos o tres plantas a lo sumo; y aun así tiene sus defectos, puesto que la convivencia y charlas vecinales, casi han desaparecido, así como los niños de sus calles y donde de chico, yo he jugado con docenas de los demás.

                                Ya incluso mi ciudad (Jaén) va resultando incómoda, pese a que sólo tiene un poco más de cien mil habitantes; puesto que la incomodidad se inicia en una población, simplemente cuando aparecen la necesidad, del autobús urbano o incluso la del taxi; la comodidad es cuando, todo o casi todo, “lo puedes hacer a pie y andando tranquilamente, sin prisas ni agobios absurdos”; pero que hoy ese es el verdadero lujo de los pocos, “monos humanos o ya sin ser monos”, que lo logran hoy.

                               

 

Antonio García Fuentes

(Escritor y filósofo)

www.jaen-ciudad.es (Aquí mucho más)