Las Noticias de hoy 26 Diciembre 2022

Enviado por adminideas el Lun, 26/12/2022 - 12:38

Belenes alternativos y diferentes, cambiando las tradiciones - La Guía GO!

Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    lunes, 26 de diciembre de 2022     

Indice:

ROME REPORTS

El Papa en Urbi et Orbi recordó las guerras y el hambre que sufre la humanidad

Ante el Príncipe de la paz que viene al mundo, depongamos toda arma de cualquier tipo

Francisco en Navidad: Jesús, ayúdanos a dar carne y vida a nuestra fe

SAN ESTEBAN, PROTOMÁRTIR  rancisco Fernandez Carbajal

de diciembre: San Esteban protomártir

“Jesús está buscando todavía posada” : San Josemaria

Muy humanos, muy divinos (XV): Sencillez, para ver claro el camino

Tres ayudas para acertar en el discernimiento

Tomás Alvira, Vida de un educador (1906-1992)

Las Cuatro Estaciones de la Navidad : Sheila Morataya

Navidad en familia: cómo tener la fiesta en paz : Mercedes Honrubia García de la Noceda

La Belleza de la Liturgia (24). ¿Para qué arrodillarse? : José Martínez Colín.

Ideología y religión : Mario Arroyo

“La cristianofobia” y sus consecuencias  : Raúl Espinoza.

El trabajo y la familia: hacia una síntesis

Ayuda a las familias : Domingo Martínez Madrid

Aborto y eugenesia : JD Mez Madrid

Estamos en Navidad…, : José Morales Martín

Que la Navidad del Señor : Pedro García

Los cunicultores dejan su actividad por la crisis :  Jesús Domingo Martínez

“La existencia de Dios. Otra perspectiva” : Tomás Trigo

 

ROME REPORTS

 

El Papa en Urbi et Orbi recordó las guerras y el hambre que sufre la humanidad

En su mensaje, el Papa dijo que estamos viviendo una grave carestía de paz: Ucrania, Siria, Israel, Palestina, Haití y Líbano, algunos escenarios “de esta tercera guerra mundial”. Recordó que toda guerra provoca hambre y usa la comida misma como arma, impidiendo su distribución a los pueblos que ya están sufriendo. Un pensamiento a los migrantes y refugiados. También en el corazón del Papa los marginados, las personas solas, los ancianos y huérfanos que corren el riesgo de ser descartados.

 

Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano

El Papa en su mensaje Urbi et Orbi recordó los conflictos que afectan a la humanidad y los países donde se muere de hambre. Al mencionar Ucrania, dijo que desde que comenzó allí la guerra muchos países especialmente en el Cuerno de África y Afganistán están en peligro de carestía. Pidió que hoy, mientras disfrutamos la alegría de encontrarnos con nuestros seres queridos, en una mesa bien preparada, pensemos en las familias que están más heridas por la vida, y en aquellas que, en este tiempo de crisis económica, tienen dificultades a causa de la falta de trabajo y de lo necesario para vivir. 

Jesús nace entre nosotros: es Dios con nosotros

Que el Señor Jesús, nacido de la Virgen María, traiga a todos ustedes el amor de Dios, fuente de fe y de esperanza; junto con el don de la paz, que los ángeles anunciaron a los pastores de Belén: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!» (Lc 2,14).

En este día de fiesta volvamos la mirada a Belén. El Señor vino al mundo en una gruta y fue recostado en un pesebre para los animales, porque sus padres no pudieron encontrar un albergue, a pesar de que a María le había llegado ya la hora del parto. Vino a estar entre nosotros en el silencio y en la oscuridad de la noche, porque el Verbo de Dios no necesita reflectores ni el clamor de voces humanas. Él mismo es la Palabra que da sentido a la existencia, la luz que alumbra el camino. «La luz verdadera, al venir a este mundo —dice el Evangelio—, ilumina a todo hombre» (Jn 1,9).

“Jesús nace entre nosotros, es Dios-con-nosotros. Viene para acompañar nuestra vida cotidiana, para compartir todo con nosotros, alegrías y dolores, esperanzas e inquietudes. Viene como un niño indefenso. Nace en el frío, pobre entre los pobres. Necesitado de todo, llama a la puerta de nuestro corazón para encontrar calor y amparo”.

Palabras del Papa Francisco en el mensaje Urbi et Orbi de este 25 de diciembre, donde nos pide que, como los pastores de Belén, dejemos que nos envuelva la luz y vayamos a ver el signo que Dios nos ha dado. Francisco nos pidió que venzamos el letargo del sueño espiritual y las falsas imágenes de la fiesta que hacen olvidar quién es el homenajeado, que salgamos del bullicio que anestesia el corazón y nos conduce a preparar adornos y regalos más que a contemplar el Acontecimiento: el Hijo de Dios que nació por nosotros.

Adoremos al Príncipe de la Paz

Jesús, es nuestra paz; esa paz que el mundo no puede dar y que Dios Padre dio a la humanidad enviando a su Hijo, recordó el Santo Padre mencionando además a  San León Magno, que tiene “una expresión que, en la concisión de la lengua latina, resume el mensaje de este día: «Natalis Domini, Natalis est pacis», «el Nacimiento del Señor es el Nacimiento de la paz» (Sermón 6,5)”.

Jesucristo es también el camino de la paz, dijo en su mensaje el Papa, Jesús con su encarnación, pasión, muerte y resurrección, abrió el paso de un mundo cerrado, oprimido por las tinieblas de la enemistad y de la guerra, a un mundo abierto, libre para vivir en la fraternidad y en la paz. Francisco nos pidió que sigamos esa senda, pero para ser capaces de seguir a Jesús “debemos despojarnos de las cargas que nos lo impiden y que nos mantienen bloqueados”.

Cargas que no nos permiten seguir a Jesús

Las cargas que nos impiden seguir al Príncipe de la Paz, son las mismas pasiones negativas que impidieron que el rey Herodes y su corte reconocieran y acogieran el nacimiento de Jesús, señaló Francisco: el apego al poder y al dinero, la soberbia, la hipocresía, la mentira.

“Estas cargas imposibilitan ir a Belén, excluyen de la gracia de la Navidad y cierran el acceso al camino de la paz. Y, en efecto, debemos constatar con dolor que, al mismo tiempo que se nos da el Príncipe de la paz, crudos vientos de guerra continúan soplando sobre la humanidad”.

Que sea la Navidad de Jesús y de la paz

“Si queremos que sea Navidad, la Navidad de Jesús y de la paz”, dijo el Papa, contemplemos a Belén y fijemos la mirada en el rostro del Niño que nos ha nacido:

“Y en ese pequeño semblante inocente reconozcamos el de los niños que en cada rincón del mundo anhelan la paz”.

Francisco una vez más recordó a Ucrania, pidió que nuestra mirada se llene de los rostros de los hermanos y hermanas ucranianos, que viven esta Navidad en la oscuridad, a la intemperie o lejos de sus hogares, a causa de la destrucción ocasionada por diez meses de guerra.

Que abramos el corazón a Dios y que permitamos que el Señor nos disponga a realizar gestos concretos de solidaridad para ayudar a quienes están sufriendo. Que Dios, dijo, ilumine las mentes de quienes tienen el poder de acallar las armas y poner fin inmediatamente a esta guerra insensata.

“Lamentablemente, se prefiere escuchar otras razones, dictadas por las lógicas del mundo. Pero la voz del Niño, ¿quién la escucha?”

El mundo necesita paz

En su mensaje Urbi et Orbi, el Papa Francisco recordó otros escenarios de conflictos, algunos que llevan tiempo, algunos han sido olvidados por la humanidad:

“Nuestro tiempo está viviendo una grave carestía de paz también en otras regiones, en otros escenarios de esta tercera guerra mundial. Pensemos en Siria, todavía martirizada por un conflicto que pasó a segundo plano pero que no ha acabado; pensemos también en Tierra Santa, donde durante los meses pasados aumentaron la violencia y los conflictos, con muertos y heridos. Imploremos al Señor para que allí, en la tierra que lo vio nacer, se retome el diálogo y la búsqueda de confianza recíproca entre israelíes y palestinos”.

Pidió que el Niño Jesús sostenga a las comunidades cristianas que viven en todo el Oriente Medio, para que en cada uno de esos países se pueda vivir “la belleza de la convivencia fraterna entre personas pertenecientes a diversos credos”. Francisco pidió al Niño Jesús que ayude al Líbano, para que, con el apoyo de la comunidad internacional y con la fuerza de la fraternidad y la solidaridad pueda recuperarse.

Que Dios ayude a la región del Sahel, donde la convivencia pacífica entre pueblos y tradiciones se ve perturbada por enfrentamientos y violencia. Pidió por una tregua en Yemen y hacia la reconciliación en Myanmar y en Irán, para que cese todo derramamiento de sangre.

América Latina también en el corazón del Papa, pidió al Niño Jesús, que inspire a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad en el continente americano, a esforzarse por pacificar las tensiones políticas y sociales que afectan a varios países, recordó a Haití que está sufriendo hace mucho tiempo.

La humanidad sufre de hambre

Francisco, pensando en este día, en el que se reúne la familia en una mesa “bien preparada”, pidió no desviar la mirada de Belén, que significa “casa del pan”, y cada uno piense en las personas que sufren hambre, sobre todo los niños. Recordó una vez más, que, mientras se desperdician grandes cantidades de alimentos y se derrochan bienes a cambio de armas, pueblos enteros sufren de hambre.

Desde que comenzó la guerra en Ucrania, poblaciones enteras en Afganistán y los países del Cuerno de África, están sufriendo la carestía. Las guerras provocan hambre, afirmó el Papa, y usan “la comida como arma, impidiendo su distribución a los pueblos que ya están sufriendo”.

Que, aprendiendo del Príncipe de la paz, afirmó, nos comprometámonos todos —en primer lugar, los que tienen responsabilidades políticas—, para que la comida no sea más que un instrumento de paz.

Un mundo enfermo de indiferencia

Francisco dijo por último, que, hoy como en ese entonces, Jesús, la luz verdadera, viene a un mundo enfermo de indiferencia, que no lo acoge, más bien lo rechaza, como ocurre hoy día con los extranjeros, o se le ignora a Jesús, como pasa con los pobres. 

"No nos olvidemos hoy de tantos migrantes y refugiados que llaman a nuestra puerta en busca de consuelo, calor y alimento. No nos olvidemos de los marginados, de las personas solas, de los huérfanos y de los ancianos que corren el riesgo de ser descartados; de los presos que miramos sólo por sus errores y no como seres humanos".

Belén, afirmó, muestra  la sencillez de Dios, que no se revela a los sabios y a los doctos, sino a los pequeños, a quienes tienen el corazón puro y abierto comolos pastores. Nos pide que como ellos, vayamos también nosotros sin demora y dejémonos maravillar por el acontecimiento impensable de Dios que se hace hombre para nuestra salvación.

"Aquel que es fuente de todo bien se hace pobre y pide como limosna nuestra pobre humanidad. Dejémonos conmover por el amor de Dios y sigamos a Jesús, que se despojó de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud. ¡Feliz Navidad a todos!"

 

Ante el Príncipe de la paz que viene al mundo, depongamos toda arma de cualquier tipo

Al recibir a los miembros de la Curia Romana con motivo de las felicitaciones navideñas, el Papa Francisco recordó que la cultura de la paz no sólo se construye entre los pueblos y las naciones, sino que comienza en el corazón de cada uno de nosotros.

 

Vatican News

Que la gratitud, la conversión y la paz sean los dones de esta Navidad. Fue el deseo expresado por el Papa Francisco a la Curia Romana, recibida en audiencia esta mañana en el Aula de las Bendiciones de la Basílica vaticana, con motivo de las felicitaciones navideñas.

Iniciando un extenso y rico discurso, el Papa recordó que la humildad del Hijo de Dios que viene en nuestra condición humana es para nosotros escuela de adhesión a la realidad, un llamado a volver a la esencialidad de la vida:

Así como Él elige la pobreza, que no es simplemente ausencia de bienes, sino esencialidad, del mismo modo cada uno de nosotros está llamado a volver a la esencialidad de la propia vida, para deshacerse de lo que es superfluo y que puede volverse un impedimento en el camino de santidad.

Agradecimiento y conversión

Al examinar la propia existencia, siempre es necesario tener como punto de partida la 'memoria del bien' que el Señor ha hecho por nosotros y en este sentido, la actitud interior a la que habríamos de dar más importancia es la gratitud, señaló.

Sin un ejercicio de gratitud constante sólo acabaremos por hacer la lista de nuestras caídas y opacaremos lo más importante, es decir, las gracias que el Señor nos concede cada día.  

Considerando las muchas cosas que sucedieron en este último año, en primer lugar, “queremos decir gracias al Señor por todos los beneficios que nos ha concedido” -  añadió el Santo Padre -  señalando que “entre todos estos beneficios esperamos que esté también nuestra conversión, que nunca es un discurso acabado. Lo peor que nos podría pasar es pensar que ya no necesitamos conversión, sea a nivel personal o comunitario”.

Convertirse es aprender a tomar cada vez más en serio el mensaje del Evangelio e intentar ponerlo en práctica en nuestra vida. No se trata sencillamente de tomar distancia del mal, sino de poner en práctica todo el bien posible.

Entre los acontecimientos que marcaron el 2022, Francisco recordó la celebración de los sesenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, que definió como "una gran ocasión de conversión para toda la Iglesia", una “oportunidad de comprender mejor el Evangelio, de hacerlo actual, vivo y operante en este momento histórico. La actual reflexión sobre la sinodalidad de la Iglesia nace precisamente de la convicción de que el itinerario de comprensión del mensaje de Cristo no tiene fin y continuamente nos desafía”.

Lo contrario a la conversión es el fijismo, es decir, la convicción oculta de no necesitar ninguna comprensión mayor del Evangelio. Es el error de querer cristalizar el mensaje de Jesús en una única forma válida siempre. En cambio, la forma debe poder cambiar para que la sustancia siga siendo siempre la misma. La herejía verdadera no consiste sólo en predicar otro Evangelio (cf. Ga 1,9), como nos recuerda Pablo, sino también en dejar de traducirlo a los lenguajes y modos actuales, que es lo que precisamente hizo el Apóstol de las gentes. Conservar significa mantener vivo y no aprisionar el mensaje de Cristo.

Nuestro problema es confiar demasiado en nosotros mismos

Francisco remarcó que el verdadero problema, que tantas veces olvidamos, es que la conversión no sólo nos hace caer en la cuenta del mal para hacernos elegir nuevamente el bien, sino que, al mismo tiempo, impulsa al mal a evolucionar, a volverse cada vez más insidioso, a enmascararse de manera nueva para que nos cueste reconocerlo”.

Nuestro primer gran problema es confiar demasiado en nosotros mismos, en nuestras estrategias, en nuestros programas. Es el espíritu pelagiano del que he hablado otras veces.

Necesaria una actitud de vigilancia

Además, recordó que “denunciar el mal, aun el que se propaga entre nosotros, es demasiado poco. Lo que se debe hacer ante ello es optar por una conversión”. No basta una simple denuncia que “puede hacernos creer que hemos resuelto el problema, pero en realidad lo importante es hacer cambios, de manera que no nos dejemos aprisionar más por las lógicas del mal, que muy a menudo son lógicas mundanas". Y en este sentido señaló que una de las virtudes más útiles que tenemos que practicar es la de la “vigilancia”, que nos llevará a reconocer y a desenmascarar a los “demonios educados”, que “entran con educación, sin que uno se dé cuenta. Sólo la práctica cotidiana del examen de conciencia puede hacer que nos demos cuenta”.

La tentación de pensar que estamos seguros

“Queridos hermanos y hermanas, a todos nosotros nos habrá pasado que nos hemos perdido como esa oveja o nos hemos alejado de Dios como el hijo menor”, constató el Pontífice. “Pero la mayor atención que debemos prestar en este momento de nuestra existencia es al hecho de que formalmente nuestra vida actual transcurre en casa, tras los muros de la institución, al servicio de la Santa Sede, en el corazón del cuerpo eclesial; y justamente por esto podríamos caer en la tentación de pensar que estamos seguros, que somos mejores, que ya no nos tenemos que convertir”.

El gran deseo de paz

Finalmente, el Papa dedicó la parte final de su discurso al tema de la paz:

“Nunca como en este momento sentimos un gran deseo de paz. Pienso en los mártires ucranianos, pero también en los numerosos conflictos en curso en diversas partes del mundo. La guerra y la violencia son siempre un fracaso. La religión no debe utilizarse para alimentar conflictos. El Evangelio es siempre el Evangelio de la paz, y en nombre de ningún Dios puede declararse 'santa' la guerra".

Dirigiendo su pensamiento a los que sufren, Francisco recordó que la cultura de la paz no sólo se construye entre los pueblos y las naciones, sino que comienza en el corazón de cada uno de nosotros.

Mientras sufrimos por los estragos que causan las guerras y la violencia, podemos y debemos dar nuestra contribución en favor de la paz tratando de extirpar de nuestro corazón toda raíz de odio y resentimiento respecto a los hermanos y las hermanas que viven junto a nosotros.

Construir la paz comenzando desde nosotros mismos

“Si es verdad que queremos que el clamor de la guerra cese dando lugar a la paz, entonces que cada uno comience desde sí mismo”, añadió, recordando las palabras de San Pablo que dice claramente que la benevolencia, la misericordia y el perdón son la medicina que tenemos para construir la paz. “La benevolencia es elegir siempre la modalidad del bien para relacionarnos entre nosotros”. “No existe sólo la violencia de las armas - recordó - existe la violencia verbal, la violencia psicológica, la violencia del abuso de poder, la violencia escondida de las habladurías”. De aquí su exhortación:

“Ante el Príncipe de la Paz, que viene al mundo, depongamos toda arma de cualquier tipo. Que ninguno saque provecho de la propia posición o del propio rol para mortificar al otro”

La misericordia – añadió el Papa - también es aceptar que el otro pueda tener sus límites. Incluso en este caso, es justo admitir que personas e instituciones, precisamente porque son humanas, son también limitadas.

Por último, señaló que perdón significa “conceder siempre otra oportunidad, es decir, comprender que uno se hace santo a base de intentos”. “Dios hace así con cada uno de nosotros, nos perdona siempre, vuelve a ponernos siempre en pie y nos da aún otra oportunidad. Entre nosotros debe ser así”.

Toda guerra, para que se extinga, necesita del perdón. De lo contrario, la justicia se convierte en venganza, y el amor sólo se reconoce como una forma de debilidad.

“Dios se hizo niño, y este niño, al hacerse grande, se dejó clavar en la cruz. No hay nada más débil que un hombre crucificado y, sin embargo, en esa debilidad se manifestó la omnipotencia de Dios”, concluyó, expresando su deseo que la gratitud, la conversión y la paz sean los dones de esta Navidad.

 

Francisco en Navidad: Jesús, ayúdanos a dar carne y vida a nuestra fe

El Papa presidió la Misa de Nochebuena en la Basílica de San Pedro. Su homilía fue una oportunidad para meditar sobre el significado del pesebre en el que Cristo nació en Belén, deteniéndose en tres palabras esenciales: la cercanía, la pobreza y lo concreto.

 

Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano

Son las siete y veinte de la tarde en Roma del sábado 24 de diciembre y la Basílica de San Pedro está engalanada con flores rosas y blancas para la Santa Misa de Nochebuena y Natividad del Señor, presidida por el Santo Padre. Son llevadas en procesión por 12 niños de Italia, India, Filipinas, México, El Salvador, Corea y Congo hasta el pesebre colocado en el templo. Por primera vez después de los dos años de pandemia, la capital del catolicismo recibe a peregrinos de todas partes sin restricciones sanitarias. Además de la Basílica (7.000 personas), en la Plaza unos 3.000 fieles siguen la ceremonia a través de las pantallas gigantes, en una noche serena y adornada con el árbol y el belén inaugurados el 3 de diciembre pasado.

Un grupo de niños presenta una ofrenda floral a los pies del Niño Dios.

“¿Qué es lo que le sigue diciendo esta noche a nuestras vidas?”. A partir de esta interrogante el Papa articula su homilía, en la que recuerda que, “después de dos milenios del nacimiento de Jesús, después de muchas Navidades festejadas entre adornos y regalos, después de todo el consumismo que ha envuelto el misterio que celebramos, hay un riesgo: sabemos muchas cosas sobre la Navidad, pero nos olvidamos del significado”.

Luego, se pregunta cómo encontrar de nuevo el sentido de la Navidad, dónde buscarlo y dice que “el Evangelio del nacimiento de Jesús parece estar escrito precisamente para esto, para tomarnos de la mano y llevarnos allí donde Dios quiere”.

En efecto, explica el Pontífice, “comienza con una situación parecida a la nuestra”, en un mar de ocupaciones, “disponiendo la realización de un importante evento, el gran censo, que exigía muchos preparativos”. En este sentido, insiste que “el clima de entonces era semejante al que rodea hoy la Navidad”. Pero acota que “la narración evangélica toma distancia de aquel escenario mundano; se separa de esa imagen para ir a encuadrar otra realidad, sobre la que insiste”. Es decir, “fija su atención en un pequeño objeto, aparentemente insignificante, que menciona tres veces y en el que convergen los protagonistas de la narración”: el pesebre.

En la Sala Marconi de Radio Vaticana se efectuó el tradicional briefing sobre las retransmisiones en Mundovisión de las celebraciones navideñas, en particular la Misa de esta noche ...

Hay que volver al pesebre

Para redescubrir el sentido de la Navidad, “hay que mirar allí, al pesebre”, afirma el Obispo de Roma, quien reflexiona sobre la relevancia de este elemento. “Es el signo —no casual—, asegura el Papa, con el que Cristo entra en la escena del mundo. Es el manifiesto con el que se presenta, el modo con el que Dios nace en la historia para hacer renacer la historia”.

Para ilustrar el mensaje del belén en el siglo XXI, Francisco selecciona tres aspectos: la cercanía, la pobreza y lo concreto.

La cercanía

"El pesebre sirve para llevar la comida cerca de la boca y consumirla más rápido. Puede así simbolizar un aspecto de la humanidad: la voracidad en el consumir”, según el Papa. “Mientras los animales en el establo consumen la comida, los hombres en el mundo, hambrientos de poder y de dinero, devoran de igual modo a sus vecinos, a sus hermanos”, añade.

Una vez más, como profeta de paz, Francisco exclama: “¡Cuántas guerras! Y en tantos lugares, todavía hoy, la dignidad y la libertad se pisotean”. “Y las principales víctimas de la voracidad humana siempre son los frágiles, los débiles”, subraya. Hoy como ayer, como le sucedió a Jesús, una “humanidad insaciable de dinero, poder y placer tampoco le hace sitio a los más pequeños, a tantos niños por nacer, a los pobres, a los olvidados”. Su mirada se dirige, en especial, a los niños devorados por las guerras, la pobreza y la injusticia.

“Pero Jesús llega precisamente allí, un niño en el pesebre del descarte y del rechazo. En Él, niño de Belén, está cada niño. Y está la invitación a mirar la vida, la política y la historia con los ojos de los niños”.

El Pontífice: "Te vemos tan cercano, que estás junto a nosotros por siempre. Gracias, Señor".

Precisamente, “en el pesebre del rechazo y de la incomodidad, Dios se acomoda, llega allí, porque allí está el problema de la humanidad, la indiferencia generada por la prisa voraz de poseer y consumir”.

“Cristo nace allí y en ese pesebre lo descubrimos cercano. Llega donde se devora la comida para hacerse nuestro alimento. Dios no es un padre que devora a sus hijos, sino el Padre que en Jesús nos hace sus hijos y nos nutre de ternura. Llega para tocarnos el corazón y decirnos que la única fuerza que cambia el curso de la historia es el amor. No permanece distante y potente, sino que se hace próximo y humilde; Él, que estaba sentado en el cielo, se deja recostar en un pesebre”.

Hablando al corazón de cada hombre y mujer del Santo Pueblo Fiel de Dios, el Sucesor de Pedro nos dice:

“Esta noche Dios se acerca a ti porque para Él eres importante. Desde el pesebre, como alimento para tu vida, te dice: “Si sientes que los acontecimientos te superan, si tu sentido de culpa y tu incapacidad te devoran, si tienes hambre de justicia, yo, Dios, estoy contigo. Sé lo que vives, lo he experimentado en el pesebre. Conozco tus miserias y tu historia. He nacido para decirte que estoy y estaré siempre cerca de ti”.

“El pesebre de Navidad, primer mensaje de un Dios niño, nos dice que Él está con nosotros, nos ama, nos busca”, sostiene el Papa, animándonos a no dejarnos vencer por el miedo, la resignación o el desánimo. Porque “Dios nace en un pesebre para hacerte renacer precisamente allí, donde pensabas que habías tocado fondo. No hay mal, no hay pecado del que Jesús no quiera y no pueda salvarte. Navidad quiere decir que Dios es cercano”. “¡Que renazca la confianza!”, pide.

El Obispo de Roma llama a renacer la caridad en Navidad.

La pobreza  

Desglosando la segunda clave de lectura del belén, el Papa describe su austera composición, sin muchas cosas a su alrededor: maleza, algún animal y poco más. “María, José y los pastores; todos eran pobres, unidos por el afecto y por el asombro; no por riquezas y grandes posibilidades”, asevera Bergoglio, quien reivindica que el humilde pesebre “saca a relucir las verdaderas riquezas de la vida: no el dinero y el poder, sino las relaciones y las personas”.

Y la primera persona, la primera riqueza, es Jesús. Sin embargo, “¿queremos estar a su lado? ¿Nos acercamos a Él, amamos su pobreza, o preferimos quedarnos cómodos en nuestros intereses? Sobre todo, ¿lo visitamos donde Él se encuentra, es decir, en los pobres pesebres de nuestro mundo?”, nos interpela el Pontífice. En los pobres Él está presente, deja claro el Papa, y nos recuerda que estamos llamados a ser una Iglesia que adora a Jesús pobre y sirve a Jesús en los pobres.

En su alocución, Francisco retoma el mensaje pastoral de Año Nuevo de San Óscar Arnulfo Romero, del 1º de enero de 1980: “La Iglesia apoya y bendice los esfuerzos por transformar estas estructuras de injusticia y solo pone una condición: que las transformaciones sociales, económicas y políticas redunden en verdadero beneficio de los pobres”. El Santo Padre reconoce que “no es fácil dejar la tibia calidez de la mundanidad para abrazar la belleza agreste de la gruta de Belén, pero recordemos que no es verdaderamente Navidad sin los pobres”. “Sin ellos se festeja la Navidad, pero no la de Jesús. Hermanos, hermanas, en Navidad, Dios es pobre. ¡Que renazca la caridad!”, prosigue.

Santa misa de Nochebuena en la Basílica de San Pedro.

Lo concreto

Un niño en un pesebre representa, para el Pontífice argentino, “una escena que impacta, hasta el punto de ser cruda”.

“Nos recuerda que Dios se ha hecho verdaderamente carne. De manera que, respecto a Él, no son suficientes las teorías, los pensamientos hermosos y los sentimientos piadosos”.

El Salvador, que nació pobre, “vivirá pobre y morirá pobre”, “no hizo muchos discursos sobre la pobreza, sino la vivió hasta las últimas consecuencias por nosotros”, expresa el Papa.

“Desde el pesebre hasta la cruz, su amor por nosotros fue tangible, concreto: desde su nacimiento hasta su muerte, el hijo del carpintero abrazó la aspereza del leño, la rudeza de nuestra existencia. No nos amó con palabras, no nos amó en broma”.

Jesucristo “no se conforma con apariencias”, aclara Su Santidad. Por el contrario, remarca que “busca una fe concreta, hecha de adoración y de caridad, no de palabrería y exterioridad”; “nos pide verdad, que vayamos a la verdad desnuda de las cosas, que depositemos a los pies del pesebre las excusas, las justificaciones y las hipocresías”. También, “quiere que nos revistamos de amor”.

El Sucesor de Pedro en la Misa de Nochebuena dice que, en nombre de Jesús, hagamos renacer un poco de esperanza a quien la ha perdido.

Los tres pedidos del Papa

Francisco exhorta a no dejar pasar esta Navidad sin hacer algo de bueno. Ya que es la fiesta, el cumpleaños del Mesías, "hagámosle a Él regalos que le agraden", sugiere. "En Navidad, Dios es concreto, en su nombre hagamos renacer un poco de esperanza a quien la ha perdido", aconseja.

La oración al final de la homilía

"Jesús, te miramos, acurrucado en el pesebre. Te vemos tan cercano, que estás junto a nosotros por siempre. Gracias, Señor. Te contemplamos pobre, enseñándonos que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en las personas, sobre todo en los pobres. Perdónanos, si no te hemos reconocido y servido en ellos. Te vemos concreto, porque concreto es tu amor por nosotros, ayúdanos a dar carne y vida a nuestra fe. Amén".

Por la erradicación de la violencia 

En las cinco oraciones de los fieles, junto a las de chino, francés, portugués y malayalam, destaca la invocación, en árabe, al "Padre de todos, que ama y da la paz, para que conceda a quienes tienen responsabilidades políticas, sociales y económicas el valor de rechazar la violencia y construir la amistad entre los pueblos". 

 

 

SAN ESTEBAN, PROTOMÁRTIR

— Calumnias y persecuciones de diversa naturaleza por seguir a Jesucristo.

— También hoy existe la persecución. Modo cristiano de reaccionar.

— El premio por haber padecido algún género de persecución por Jesucristo. Fomentar también la esperanza del Cielo.

I. Las puertas del Cielo se han abierto para Esteban, el primero de los mártires; por eso ha recibido el premio de la corona del triunfo1.

Apenas hemos celebrado el Nacimiento del Señor y ya la liturgia nos propone la fiesta del primero que dio su vida por ese Niño que acaba de nacer. «Ayer, Cristo fue envuelto en pañales por nosotros; hoy, cubre Él a Esteban con vestidura de inmortalidad. Ayer, la estrechez de un pesebre sostuvo a Cristo niño; hoy, la inmensidad del Cielo ha recibido a Esteban triunfante»2.

La Iglesia quiere recordar que la Cruz está siempre muy cerca de Jesús y de los suyos. En la lucha por la justicia plena –la santidad– el cristiano se encuentra con situaciones difíciles y acometidas de los enemigos de Dios en el mundo. El Señor nos previene: Si el mundo os odia, sabed que antes me ha odiado a mí... Acordaos de la palabra que os he dicho: no es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán3. Y desde el mismo comienzo de la Iglesia se ha cumplido esta profecía. También en nuestros días vamos a sufrir dificultades y persecución, en un grado u otro y en diferentes formas, por seguir de verdad al Señor. «Todos los tiempos son de martirio –nos dice San Agustín–. No se diga que los cristianos no sufren persecución, no puede fallar la sentencia del Apóstol (...): Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución (2 Tim 3, 12). Todos, dice, a nadie excluyó, a nadie exceptuó. Si quieres probar si es cierto ese dicho, empieza tú a vivir piadosamente y verás cuánta razón tuvo para decirlo»4.

 

En los mismos comienzos de la Iglesia, los primeros cristianos de Jerusalén sufrirán la persecución de las autoridades judías. Los Apóstoles fueron azotados por predicar a Cristo Jesús y lo sufrieron con alegría: salieron gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido hallados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús5.

Los Apóstoles recordarían, sin duda, las palabras del Señor: Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el Cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas que os precedieron6.

«No se dice que no sufrieron, sino que el sufrimiento les causó alegría. Lo podemos ver por la libertad que acto seguido usaron: inmediatamente después de la flagelación se entregaron a la predicación con admirable ardor»7.

 

Poco tiempo después, la sangre de Esteban8, derramada por Cristo, será la primera, y ya no ha cesado hasta nuestros días. De hecho, cuando Pablo llegó a Roma, los cristianos ya eran conocidos por el signo inconfundible de la Cruz y de la contradicción: de esta secta –dicen a Pablo los judíos romanos– lo único que sabemos es que por todas partes sufre contradicción9.

El Señor, cuando nos llama o nos pide algo, conoce bien nuestras limitaciones, y las dificultades que encontraremos en el camino. Jesús no deja de estar a nuestro lado cuando llega la hora de la dificultad, ayudándonos con su gracia: En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: Yo he vencido al mundo10, nos dice.

Nada nos debe extrañar si alguna vez en nuestro andar hacia la santidad hemos de sufrir alguna tribulación, pequeña o grande, por ser fieles a nuestro camino en un mundo con perfiles paganos. Pediremos entonces al Señor imitar a San Esteban en su fortaleza, en su alegría y en el afán de dar a conocer la verdad cristiana, también en esas circunstancias.

 

II. No siempre la persecución ha sido de la misma forma. Durante los primeros siglos se pretendió destruir la fe de los cristianos con la violencia física. En otras ocasiones, sin que esta desapareciera, los cristianos se han visto –se ven– oprimidos en sus derechos más elementales, o se trata de llevar la desorientación al pueblo sencillo con campañas dirigidas a minar su fe. Incluso en tierras de gran solera cristiana se ponen todo tipo de trabas y dificultades para educar cristianamente a los propios hijos, o se priva a los cristianos, por el mero hecho de serlo, de las justas oportunidades profesionales.

No es infrecuente que, en sociedades que se llaman libres, el cristiano tenga que vivir en un ambiente claramente adverso. Puede darse entonces la persecución solapada, con la ironía que trata de ridiculizar los valores cristianos o con la presión ambiental que pretende amedrentar a los más débiles: se trata de la dura persecución no sangrienta, que no infrecuentemente se vale de la calumnia y de la maledicencia. «En otros tiempos –dice San Agustín– se incitaba a los cristianos a renegar de Cristo; ahora se enseña a los mismos a negar a Cristo. Entonces se impelía, ahora se enseña; entonces se usaba de la violencia, ahora de insidias; entonces se oía rugir al enemigo; ahora, presentándose con mansedumbre insinuante y rondando, difícilmente se le advierte. Es cosa sabida de qué modo se violentaba a los cristianos a negar a Cristo: procuraban atraerlos a sí para que renegasen; pero ellos, confesando a Cristo, eran coronados. Ahora se enseña a negar a Cristo y, engañándolos, no quieren que parezca que se los aparta de Cristo»11. Parece que el santo hablara de nuestros días.

 

También quiso prevenir el Señor a los suyos para que no se desconcertaran ante la contradicción que viene no ya de los paganos, sino de los mismos hermanos en la fe, que con esa actuación injusta, movida ordinariamente por envidias, celotipias y faltas de rectitud de intención, piensan que hacen un servicio a Dios12. Todas las contradicciones, pero esas especialmente, hay que sobrellevarlas junto al Señor en el Sagrario; allí adquiere especial fecundidad el apostolado que estemos llevando a cabo entonces.

Esas circunstancias expresan una especial llamada del Señor a estar unidos a Él mediante la oración. Son momentos en los que se deben poner de manifiesto la fortaleza y la paciencia, sin devolver nunca mal por mal. Es más, nuestra vida interior necesita incluso de contradicciones y de obstáculos para ser fuerte y consistente. De esas pruebas, el alma, con la ayuda del Señor, sale más humilde y purificada. Gustaremos de una manera especial la alegría del Señor y podremos decir como San Pablo: Estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones13.

Señor, concédenos la gracia de imitar a tu mártir San Esteban, que oraba por los verdugos que le daban tormento, para que nosotros aprendamos a amar a nuestros enemigos14.

III. El cristiano que padece persecución por seguir a Jesús sacará de esta experiencia una gran capacidad de comprensión y el propósito firme de no herir, de no agraviar, de no maltratar. El Señor nos pide, además, que oremos por quienes nos persiguen15veritatem facientes in caritate16. Estas palabras de San Pablo nos llevan a enseñar la doctrina del Evangelio sin faltar a la caridad de Jesucristo.

 

La última de las Bienaventuranzas acaba con una promesa apasionada del Señor: Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y os calumnien por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo17. El Señor es siempre buen pagador.

Esteban fue el primer mártir del cristianismo y murió por proclamar la verdad. También nosotros hemos sido llamados para difundir la verdad de Cristo sin miedo, sin disimulos: no temáis a los que matan el cuerpo y no pueden matar el alma18. Por eso no podemos ceder ante los obstáculos, cuando se trata de proclamar la doctrina salvadora de Cristo, de forma que se nos pueda decir: «No tengas miedo a la verdad, aunque la verdad te acarree la muerte»19.

El día en que los cristianos son perseguidos, calumniados o maltratados por ser discípulos de Jesús, es para ellos un día de victoria y de ganancia: Vuestra recompensa será grande en los cielos. También en esta vida paga el Señor con creces, pero será en la otra donde nos espera, si somos fieles, un inmenso premio. Aquí la alegría no puede ser plena; pero cuando estamos cerca del Señor, por la oración y los sacramentos, gozamos de un anticipo de la felicidad eterna. Tengo por cierto, escribía San Pablo a los primeros cristianos de Roma, que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación de la gloria que ha de manifestarse en nosotros20.

La historia de la Iglesia muestra que a veces las tribulaciones hacen que una persona se acobarde y enfríe su trato con Dios; y en otras ocasiones, por el contrario, hacen madurar a las almas santas, que cargan con la cruz de cada día y siguen a Cristo identificados con Él. Vemos constantemente esa doble posibilidad: una misma dificultad –una enfermedad, incomprensiones, etcétera–, tiene distinto efecto según las disposiciones del alma. Si queremos ser santos es claro que nuestras disposiciones han de ser las de seguir siempre de cerca al Señor, a pesar de todos los obstáculos.

 

En momentos de contrariedades es de gran ayuda fomentar la esperanza del Cielo. Nos ayudará a ser firmes en la fe ante cualquier género de persecución o de intento de desorientación. «Y con ir siempre con esta determinación de antes morir que dejar de llegar al fin del camino, si os llevare el Señor con alguna sed en este camino de la vida, daros ha de beber con toda abundancia en la otra y sin temor de que os haya de faltar»21.

En épocas de dificultades externas hemos de ayudar a nuestros hermanos en la fe a ser firmes ante esas contrariedades. Les prestaremos una gran ayuda con nuestro ejemplo, con nuestra palabra, con nuestra alegría, con nuestra fidelidad y nuestra oración; y hemos de poner especial delicadeza al vivir con ellos la caridad fraterna en esos momentos, porque el hermano, ayudado por su hermano, es como una ciudad amurallada22; es inexpugnable.

La Virgen, Nuestra Madre, está particularmente cerca en todas las circunstancias difíciles. Hoy nos encomendamos también de modo especial al primer mártir que dio su vida por Cristo, para que seamos fuertes en todas nuestras tribulaciones.

1 Antífona de entrada de la Misa. — 2 San Fulgencio, Sermón, 3. — 3 Jn 15, 18-20. — 4 San Agustín, Sermón, 6, 2. — 5 Hech 5, 41. — 6 Mt 5, 11-12. — 7 San Juan Crisóstomo, Hom. sobre los Hechos de los Apóstoles, 14. — 8 Cfr. Hech 7, 54-60.  9 Hech 28, 22. — 10 Jn 16, 33.  11 San Agustín, Comentarios sobre salmos, 39, 1.  12 Jn 16, 2. — 13 2 Cor 7, 4. — 14 Oración colecta de la Misa. — 15 Cfr. Mt 5, 44. — 16 Ef 4, 15. — 17 Mt 5, 11. — 18 Mt 10, 28. — 19 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 34.  20 Rom 8, 18. — 21 Santa Teresa, Camino de perfección, 20, 2. — 22 Prov 18, 19.

 

 

26 de diciembre: San Esteban protomártir

Comentario de la fiesta de san Esteban protomártir.

26/12/2022

Evangelio (Mt 10,17-22)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en sus sinagogas, y seréis llevados ante los gobernadores y reyes por causa mía, para que deis testimonio ante ellos y los gentiles. Pero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué debéis decir; porque en aquel momento se os comunicará lo que vais a decir. Pues no sois vosotros los que vais a hablar, sino que será el Espíritu de vuestro Padre quien hable en vosotros. Entonces el hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres para hacerles morir. Y todos os odiarán a causa de mi nombre; pero quien persevere hasta el fin, ése se salvará.


Comentario

Todavía con el corazón rebosante de gozo por el nacimiento del Salvador, nos encontramos hoy con estas palabras de Jesús, que anuncia a sus discípulos persecuciones por causa de su nombre. Luz y cruz, gozo y dolor se unen en la vida del cristiano que quiere seguir al Maestro con perseverancia, confiando en la fortaleza que viene del Espíritu Santo, para resistir ante las amenazas de los enemigos de Dios y de su Iglesia.

El evangelio de hoy refleja la fidelidad del primer discípulo de Jesús que dio testimonio de él ante los hombres. Fidelidad significa semejanza, identificación con el Maestro. Igual que Jesús, Esteban predicaba a sus hermanos de raza, lleno de la sabiduría del Espíritu Santo, y hacía grandes prodigios en favor de su pueblo; como Jesús, fue llevado fuera de la ciudad y allí fue lapidado, mientras él perdonaba a sus verdugos y entregaba su espíritu al Señor (cf. Hechos de los Apóstoles, 6,8-10; 7,54-60).

Pero podemos reclamar a Jesús: ¿cómo no preocuparnos cuando se siente la amenaza de un ambiente hostil al Evangelio? ¿Cómo desatender la tentación del miedo o del respeto humano, para evitar tener que resistir? Más aún, cuando esa hostilidad surge en el propio ambiente familiar, algo que ya vaticinó el profeta: “Porque el hijo ultraja al padre, la hija se alza contra su madre, la nuera, contra su suegra: los enemigos del hombre son los de su propia casa” (Miqueas, 7,6). Es cierto que Jesús no nos da una técnica para salir ilesos ante la persecución. Nos da mucho más: la asistencia del Espíritu Santo para hablar y perseverar en el bien, dando así un fiel testimonio del amor de Dios por toda la humanidad, también por los perseguidores. En este primer día de la Octava de Navidad sigue habiendo espacio para la alegría, puesto que lo que más queremos, lo que más nos hace felices no es nuestra propia seguridad, sino la salvación para todos.

 

 

“Jesús está buscando todavía posada”

Jesús nació en una gruta de Belén, dice la Escritura, “porque no hubo lugar para ellos en el mesón”. –No me aparto de la verdad teológica, si te digo que Jesús está buscando todavía posada en tu corazón. (Forja, 274)

26 de diciembre

No me aparto de la verdad más rigurosa, si os digo que Jesús sigue buscando ahora posada en nuestro corazón. Hemos de pedirle perdón por nuestra ceguera personal, por nuestra ingratitud. Hemos de pedirle la gracia de no cerrarle nunca más la puerta de nuestras almas.

No nos oculta el Señor que esa obediencia rendida a la voluntad de Dios exige renuncia y entrega, porque el Amor no pide derechos: quiere servir. Él ha recorrido primero el camino. Jesús, ¿cómo obedeciste tú? Usque ad mortem, mortem autem crucis, hasta la muerte y muerte de la cruz. Hay que salir de uno mismo, complicarse la vida, perderla por amor de Dios y de las almas. He aquí que tú querías vivir, y no querías que nada te sucediera; pero Dios quiso otra cosa. Existen dos voluntades: tu voluntad debe ser corregida, para identificarse con la voluntad de Dios; y no la de Dios torcida, para acomodarse a la tuya.

Yo he visto con gozo a muchas almas que se han jugado la vida ‑como tú, Señor, usque ad mortem‑, al cumplir lo que la voluntad de Dios les pedía: han dedicado sus afanes y su trabajo profesional al servicio de la Iglesia, por el bien de todos los hombres.

Aprendamos a obedecer, aprendamos a servir: no hay mejor señorío que querer entregarse voluntariamente a ser útil a los demás. Cuando sentimos el orgullo que barbota dentro de nosotros, la soberbia que nos hace pensar que somos superhombres, es el momento de decir que no, de decir que nuestro único triunfo ha de ser el de la humildad. Así nos identificaremos con Cristo en la Cruz, no molestos o inquietos o con mala gracia, sino alegres: porque esa alegría, en el olvido de sí mismo, es la mejor prueba de amor.(Es Cristo que pasa, 19)

 

 

Muy humanos, muy divinos (XV): Sencillez, para ver claro el camino

Sabernos mirados por Dios y vivir en el presente: dos actitudes para hacer crecer en nuestra vida la sencillez.

24/12/2022

«¡Buscad lo suficiente, buscad lo que basta! Lo demás es agobio, no alivio; apesadumbra, no levanta»[1]. Así es: la vida cristiana nos lleva a buscar la intimidad con Dios y a desprendernos de lo que no nos lleva hacia Él. Se trata de un viaje interior en el que nos esforzamos a cada paso por identificar y escoger «lo que basta», aquella sola cosa necesaria que no nos será quitada (cfr. Lc 10,42).
 

La experiencia nos muestra, sin embargo, que esa búsqueda puede ser compleja. Hay épocas en que la vida se convierte en una especie de laberinto: momentos de confusión interior y de caos exterior, jornadas en que tenemos la cabeza llena y el corazón vacío. Puede ocurrir también que, por nuestra manera de ser o porque atravesamos periodos difíciles, tendamos a complicar las cosas, analizando una y mil veces la realidad. En esos momentos, cualquier decisión nos puede paralizar, y quizá no logramos sintonizar con la voluntad del Señor. Desearíamos entonces que la vida fuese más simple y nuestros razonamientos más directos. Anhelamos poseer esa sencillez que es capaz de iluminar la mente y de aligerar el alma.

¿Cómo discernir en cada ocasión la voluntad de Dios? ¿Cómo aceptar con serenidad los acontecimientos de la vida ordinaria? ¿Cómo relacionarnos con quienes nos rodean sin juzgar o retorcer sus intenciones? Conviene reflexionar en primer lugar sobre las raíces de nuestra tendencia a la complicación. Desde ahí descubriremos dos disposiciones que nos pueden ayudar a deshacer la madeja de nuestra alma: la humildad y el abandono.

El Creador de la vida y el “creador” del miedo

Todo artista deja su huella en sus obras. También Dios ha dejado en la creación uno de los rasgos más profundos de su esencia: la unidad. Él es Unidad en la Trinidad, y la armonía y la belleza del paraíso muestran cómo en su creación no faltaba nada y no sobraba nada (cfr. Gn 2,1). El mundo y el hombre habían surgido del Amor, porque solo el Amor es capaz de crear, y el Amor los mantenía unidos.

Sin embargo, frente al Dios de la afirmación, del sí, del «sea» (cfr. Gn 1,3), surge la voz del tentador. Como el diablo no puede crear, se dedica en cierto modo a descrear, y sugestiona al hombre con una lectura desfigurada de la realidad. Desde aquel primer episodio con Adán y Eva, el diablo juega con nuestros miedos para que nos angustiemos con el futuro o para que imaginemos intenciones rebuscadas en las palabras o en las acciones de los demás. Así, nos transforma poco a poco en almas inseguras, calculadoras y preocupadas.

«¿De modo que os ha mandado Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?», pregunta el diablo (Gn 3,1). El enemigo se propone que fijemos la atención en el árbol prohibido y que dejemos de apreciar el resto de dones de Dios: plantas, animales, otros seres humanos, una vida en estado de gracia... Comenzamos entonces a ver el mundo con sospecha, con ojos complicados. Satanás nos hace creer que nos falta algo, que Dios no es sincero, que nos esconde cosas. El Qohelet lo explica así: «Mira lo único que he descubierto: Que Dios hizo al hombre sencillo pero ellos se buscan infinitas complicaciones» (Qo 7,29).

Y la complicación prepara para el pecado. El hombre ya no dialoga ni pasea con Dios… y acaba por esconderse de él (cfr. Gn 3,8), por miedo a ser visto desnudo, desarmado, que es a fin de cuentas como la criatura se encuentra siempre ante su Creador. Al diablo no le basta con hacernos caer: vuelve enseguida con otra sugestión, otra «no-creación», que nos aleja aún más de Dios. Al perderse la confianza entre Creador y criatura, al querer escondernos de su mirada, entran en el mundo el ansia y la fatiga (cfr. Gn 3,16-17). El hombre y la mujer viven entonces con temor al futuro[2]; su corazón termina agotándose, y se convierte así en un terreno fértil para la tristeza, esa gran aliada del enemigo.

La complicación que el pecado trae consigo nos ha hecho difícil percibir dónde está el bien y tomar decisiones que nos conduzcan a Dios. El libro de los Proverbios lo dice sin rodeos: «el de corazón retorcido no encontrará el bien» (Pr 17,20). Pero añoramos la armonía de nuestro pasado junto a Dios, y es precisamente esa especie de recuerdo, esa nostalgia que quedó en el alma lo que nos sigue atrayendo hacia el Señor. La liturgia del Viernes Santo lo expresa así: «Dios todopoderoso y eterno, [Tú] creaste a todos los hombres para que, deseándote siempre, te busquen, y cuando te encuentren, descansen en ti»[3].

Humildad: sabernos mirados por Dios

Para vernos y para ver el mundo con ojos sencillos, es necesario en primer lugar encontrar nuestro descanso en la mirada de Dios. Sabernos mirados por Él nos da mucha seguridad: entendemos que Dios nos quiere en nuestra verdad y que todo lo demás tiene una importancia muy relativa. Al margen de esa mirada, en cambio, sentimos la necesidad de proteger nuestra fragilidad y nos encerramos en nosotros mismos, o nos quedamos paralizados por el miedo. Quien se refugia en esa mirada de amor goza de la serenidad de los sencillos, porque no depende de circunstancias que a fin de cuentas escapan a su control. «Somos de la verdad —dice san Juan— y en su presencia tranquilizaremos nuestro corazón» (1 Jn 3,19).

Podemos pensar en Simón Pedro, que era un hombre bueno, pero con un corazón a veces complicado. En su amor al Señor se mezclan la duda con la decisión, la obediencia con la rebeldía, el coraje con el miedo... Su momento de confusión más grande se da en el patio de Ananías, durante la Pasión del Señor (cfr. Lc 22,65-72). Podemos imaginar cómo, mientras Jesús es interrogado, la angustia del discípulo crece por momentos: quiere ser fiel, pero no comprende lo que está ocurriendo; los hechos lo desbordan. Le gustaría regresar a esas caminatas con el Maestro por los campos de Galilea, cuando su voz resonaba clara y los problemas se resolvían con un gesto o una palabra del Señor. En aquellos días, era fácil creer en las promesas. El futuro era espléndido, nítido.

Ahora no tiene al Señor para sacarle del agua, y el miedo se apodera de él. Pedro cede a la presión y niega conocer al Maestro. Cuenta el evangelio que, poco después, sus miradas se cruzan: «El Señor se volvió y miró a Pedro. Y recordó Pedro las palabras que el Señor le había dicho: “Antes que el gallo cante hoy, me negarás tres veces”. Y salió afuera y lloró amargamente» (Lc 22,61-62). La mirada de Jesús desatasca la confusión de Pedro. Al mirarle el Señor, Pedro logra verse a sí mismo en su verdad, con los ojos de Dios. «Mírame —pedía el futuro Benedicto XVI en un Viernes santo— como lo hiciste con Pedro después de la negación. Que tu mirada penetre en nuestras almas y nos indique el camino en nuestra vida»[4].

Vernos como somos, ver claramente nuestra propia realidad, puede hacernos llorar amargamente como a Pedro. Pero es el único modo de tocar suelo firme y de abandonar el ansia que nos produce pretender ser quienes no somos. Necesitamos mirarnos con los ojos de Dios y ser capaces de decirnos: «soy como soy, y así me ha querido Dios, para algo grande».

San Josemaría resumía en dos palabras los muchos motivos que tiene un cristiano para hacer oración: «conocerle y conocerte»[5]. En efecto, nuestros ratos de conversación con Dios son el momento adecuado para obtener una serena visión de los problemas y de nosotros mismos, para que el ovillo de nuestros pensamientos se pueda deshacer con la gracia de Dios. También nos ayudarán las orientaciones que podamos recibir en la dirección espiritual o en los medios de formación. Confiar en alguien que nos conoce puede servirnos para descomplicar la realidad y para restar importancia a esa voz interior que se empeña en revolver nuestros pensamientos. De hecho, san Josemaría señalaba cómo el objetivo de la formación cristiana que se ofrece en el Opus Dei es la sencillez: «nuestra ascética tiene la sencillez del evangelio. La complicaríamos si fuéramos complicados, si dejáramos el corazón oscuro»[6]. Por eso, a veces, un primer paso para ganar en sencillez será simplemente acoger con buena disposición un consejo y ver en la presencia de Dios cómo ponerlo en práctica.

Abandono: ahora es el tiempo del amor

La dificultad para abandonarse en Dios puede tener muchas causas: un cierto complejo de inferioridad, una autoestima débil, la dificultad para convivir con los propios errores... Por otro lado, el ritmo de trabajo actual tiende a complicar la vida y, en ocasiones, el carácter: al poder hacer más cosas cada día, las decisiones que tenemos que tomar aumentan; las prioridades no siempre se presentan con una claridad neta; la competitividad social nos pone presión e introduce ambiciones que acaban pesando en el alma… Desearíamos vivir una vida sencilla, pero la realidad es demasiado complicada para permitírnoslo.

Ante este panorama, san Josemaría nos invita a ocuparnos del presente, que es el kairós, el tiempo oportuno de nuestra santidad. Al fin y al cabo, el ahora es el único tiempo en el que podemos recibir la gracia de Dios: «Pórtate bien “ahora”, sin acordarte de “ayer”, que ya pasó, y sin preocuparte de “mañana”, que no sabes si llegará para ti»[7]. En efecto, el pasado o el futuro pueden acabar convirtiéndose en pesos que nos impiden discernir claramente la voluntad del Señor. Él mismo nos dice: «no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad» (Mt 6,33). Concentrarnos en una tarea, sin detenernos excesivamente a valorar qué pensarán los demás o qué efectos tendrá en nuestra vida, nos ayudará a enfocar nuestra voluntad y a sacar mayor partido de nuestros talentos. Sin duda, es necesario sopesar los acontecimientos vividos y planificar el futuro, pero eso no debe impedir que, de la mano de Dios, nos concentremos en amar aquí y ahora, porque el amor solo lo podemos dar y recibir en este instante.

Cuando se presenta por primera vez a los apóstoles con su cuerpo glorioso, el Señor resucitado percibe su agitación: «¿Por qué os asustáis, y por qué admitís esos pensamientos en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies: soy yo mismo» (Lc 24,38). Los acontecimientos que sus discípulos han vivido en los días pasados entran en colisión con lo que ven; el escándalo de la Pasión pesa aún demasiado en sus corazones; si quien tienen delante es verdaderamente Jesús, de repente el futuro se abre de par en par... Son tantas las emociones, que el Señor tiene que devolverlos al presente con una amigable pregunta: «¿Tenéis aquí algo que comer?» (Lc 24,41).

Jesús vuelve sobre una escena tantas veces vivida, cuando se sentaban juntos a comer, y eso saca a sus discípulos de la confusión. De igual modo, empeñarnos por servir a los demás en lo concreto y por desarrollar con esmero y por amor las ocupaciones de la vida ordinaria, abandonando en Dios aquellos problemas que escapan a nuestro control, será el modo más habitual de evitar enredarnos en la confusión y de volvernos, cada vez más, «sencillos como palomas» (Mt 10,16).


Al leer los evangelios, podemos descubrirnos lejos de la fe de los sencillos: la fe del pueblo que, quizá sin mucho conocimiento de la Ley de Dios, aceptó de buen grado el mensaje de Jesús. Esa aceptación sencilla de la Palabra del Señor puede contrastar con nuestra dificultad para confiar en Él. Quizá la nuestra sea más bien a veces la fe de los complicados

Con todo, Dios no deja de invitarnos en cada instante a recuperar esa armonía perdida, esa sencillez que es «como la sal de la perfección»[8]. Necesitamos ver con claridad el camino de vuelta a casa, al paraíso. Por la vía de la sencillez, nos elevaremos por encima de los problemas con la ligereza que da el amor: llevados por la gracia, lograremos contemplar la realidad con los ojos de Dios.


[1] San Agustín, Sermón 85, 5.6.

[2] Cfr. Qo 6,12, Mt 6,25-34.

[3] Misal Romano, Viernes Santo, Oración universal.

[4] Card. Joseph Ratzinger, Via Crucis, 2005, 1ª estación.

[5] San Josemaría, Camino, n. 91.

[6] Cfr. Cuadernos 3, p. 149 (AGP, biblioteca, P07).

[7] Camino, n. 253.

[8] Camino, n. 305.

 

 

Tres ayudas para acertar en el discernimiento

En la última catequesis antes de la Navidad, el Papa Francisco explicó tres elementos más que son importantes en el discernimiento: conocer la Biblia, vivir una relación afectiva con Jesús y acoger al Espíritu Santo.

21/12/2022

Queridos hermanos y hermanas:

Continuamos ―están terminando― las catequesis sobre el discernimiento, y quien ha seguido hasta ahora estas catequesis podría quizá pensar: pero ¡qué complicado es discernir! En realidad, es la vida la que es complicada y, si no aprendemos a leerla, complicada como es, corremos el riesgo de malgastarla, llevándola adelante con trucos que terminan por desalentarnos.

En nuestro primer encuentro habíamos visto que siempre, cada día, lo queramos o no, realizamos actos de discernimiento, en lo que comemos, leemos, en el trabajo, en las relaciones, en todo. La vida nos pone siempre frente a elecciones, y si no las realizamos de forma consciente, al final es la vida la que elige por nosotros, llevándonos donde no quisiéramos.

Pero el discernimiento no lo hacemos solos. Hoy entramos más concretamente en algunas ayudas que pueden facilitar este ejercicio del discernimiento, indispensable de la vida espiritual, aunque de alguna manera ya las hemos visto en el transcurso de estas catequesis. Pero un resumen nos ayudará mucho.

Una primera ayuda indispensable es la confrontación con la Palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia. Estas nos ayudan a leer lo que se mueve en el corazón, aprendiendo a reconocer la voz de Dios y a distinguirla entre otras voces, que parecen imponerse a nuestra atención, pero que al final nos dejan confundidos. 

La Biblia nos advierte que la voz de Dios resuena en la calma, en la atención, en el silencio. Pensemos en la experiencia del profeta Elías: el Señor le habla no en el viento que rompe las piedras, no en el fuego o en el terremoto, sino que le habla en una brisa suave (cfr. 1 Re 19,11-12). Es una imagen muy hermosa que nos hace entender cómo habla Dios. 

La voz de Dios no se impone, la voz de Dios es discreta, respetuosa, yo me permitiría decir que la voz de Dios es humilde, y precisamente por esto es pacificadora. Y solo en la paz podemos entrar en lo profundo de nosotros mismos y reconocer los auténticos deseos que el Señor ha puesto en nuestro corazón. 

Y muchas veces no es fácil entrar en esa paz del corazón, porque estamos ocupados en muchas cosas todo el día… Pero por favor, cálmate un poco, entra en ti mismo, en ti misma. Dos minutos, párate. Mira qué siente tu corazón. Hagamos esto, hermanos y hermanas, nos ayudará mucho, porque en ese momento de calma sentimos enseguida la voz de Dios que nos dice: “Mira, es bueno lo que estás haciendo…”. Dejemos que en la calma venga enseguida la voz de Dios. Nos espera por esto.

Para el creyente, la Palabra de Dios no es simplemente un texto que hay que leer, la Palabra de Dios es una presencia viva, es una obra del Espíritu Santo que conforta, instruye, da luz, fuerza, descanso y gusto por vivir. Leer la Biblia, leer un fragmento, uno o dos fragmentos de la Biblia, son como pequeños telegramas de Dios que te llegan enseguida al corazón. 

La Palabra de Dios es un poco ―y no exagero―, es un poco como un auténtico anticipo de paraíso. Y lo había comprendido bien un gran santo y pastor, Ambrosio, obispo de Milán, que escribía: «Cuando leo la divina Escritura, Dios vuelve a pasear en el paraíso terrestre» (Epist., 49,3). Con la Biblia nosotros abrimos la puerta a Dios que pasea. Interesante…

Esta relación afectiva con la Biblia, con la Escritura, con el Evangelio, lleva a vivir una relación afectiva con el Señor Jesús: ¡no tener miedo de esto! El corazón habla al corazón, y esta es otra ayuda indispensable y no descontada. 

Muchas veces podemos tener una idea distorsionada de Dios, considerándolo como un juez hosco, un juez severo, preparado para vernos fallar. Jesús, al contrario, nos revela un Dios lleno de compasión y de ternura, dispuesto a sacrificarse a sí mismo para salir a nuestro encuentro, precisamente como el padre de la parábola del hijo pródigo (cfr. Lc 15,11-32). 

Una vez, alguien le preguntó ―no sé si a su madre o a su abuela, me lo contaron― “¿qué debo hacer, en este momento?” ― “Escucha a Dios, Él te dirá qué debes hacer. Abre el corazón a Dios”: un buen consejo. Recuerdo una vez, durante una peregrinación de jóvenes que se hace una vez al año en el Santuario de Luján, a 70 kilómetros de Buenos Aires: se hace toda la jornada para llegar allí; yo tenía la costumbre de confesar durante la noche. Se acercó un joven, unos 22 años, todo lleno de tatuajes. “Dios mío ―pensé yo― ¿qué será este?”. Y me dijo: “Sabe usted, he venido porque tengo un problema grave y se lo he contado a mi madre y mi madre me ha dicho: ‘Ve donde la Virgen, haz la peregrinación, y la Virgen te dirá’. Y he venido. He tenido contacto con la Biblia, aquí, he escuchado la Palabra de Dios y me ha tocado el corazón y debo hacer esto, esto, esto, esto, esto”. La Palabra de Dios te toca el corazón y te cambia la vida. 

Lo he visto muchas veces, esto, muchas veces. Porque Dios no quiere destruirnos, Dios quiere que seamos más fuertes, más buenos cada día. Quien permanece ante el Crucifijo advierte una paz nueva, aprende a no tener miedo de Dios, porque Jesús en la cruz no da miedo a nadie, es la imagen de la impotencia total y a la vez del amor más pleno, capaz de afrontar cualquier prueba por nosotros. 

Los santos siempre han tenido una predilección por Jesús Crucificado. La historia de la Pasión de Jesús es el camino maestro para confrontarnos con el mal sin dejarse abrumar por él; en ella no hay juicio ni tampoco resignación, porque está atravesada por una luz mayor, la luz de la Pascua, que permite ver un designio mayor en esas terribles acciones, que ningún impedimento, obstáculo o fracaso puede frustrar. 

La Palabra de Dios siempre te hace mirar al otro lado: es decir, está la cruz, aquí, es terrible, pero hay otra cosa, una esperanza, una resurrección. La Palabra de Dios te abre todas las puertas, porque Él, el Señor, es la puerta. Tomemos el Evangelio, tomemos la Biblia en la mano: cinco minutos al día, no más. 

Llevad un Evangelio de bolsillo con vosotros, en el bolso, y cuando estéis de viaje tomadlo y leed un poco, durante el día, un fragmento, dejar que la Palabra de Dios se acerque al corazón. Haced esto y veréis cómo cambiará vuestra vida con la cercanía a la Palabra de Dios. “Sí, Padre, pero yo estoy acostumbrado a leer la Vida de los Santos”: esto hace bien, hace bien, pero no dejar la Palabra de Dios. Toma el Evangelio contigo, y léelo también solo un minuto al día.

Es muy hermoso pensar en la vida con el Señor como una relación de amistad que crece día tras día. ¿Habéis pensado en esto? ¡Es el camino! Pensemos en Dios que nos ama, ¡nos quiere amigos! La amistad con Dios tiene la capacidad de cambiar el corazón; es uno de los grandes dones del Espíritu Santo, la piedad, que nos hace capaces de reconocer la paternidad de Dios. Tenemos un Padre tierno, un Padre afectuoso, un Padre que nos ama, que nos ha amado desde siempre: cuando se experimenta, el corazón se derrite y caen dudas, miedos, sensaciones de indignidad. Nada puede oponerse a este amor del encuentro con el Señor.

Y esto nos recuerda otra gran ayuda, el don del Espíritu Santo, que está presente en nosotros, y que nos instruye, hace viva la Palabra de Dios que leemos, sugiere significados nuevos, abre puertas que parecían cerradas, indica sendas de vida allí donde parecía que hubiera solo oscuridad y confusión. Yo os pregunto: ¿vosotros rezáis al Espíritu Santo? ¿Pero quién es este gran Desconocido? Nosotros rezamos al Padre, sí, el Padre Nuestro, rezamos a Jesús, ¡pero olvidamos al Espíritu! Una vez, haciendo la catequesis a los niños, hice una pregunta: “¿Quién de vosotros sabe quién es el Espíritu Santo?”. Y un niño: “¡Yo lo sé!” ― “¿Y quién es?” – “El paralítico” ¡me dijo! Él había oído “el Paráclito”, y pensaba que era un paralítico. Y muchas veces ―esto me ha hecho pensar― para nosotros el Espíritu Santo está ahí, como si fuera una Persona que no cuenta. ¡El Espíritu Santo es el que te da vida al alma! Dejadle entrar. Hablad con el Espíritu, así como habláis con el Padre, como habláis con el Hijo: hablad con el Espíritu Santo ―¡que no tienen nada de paralítico!―. En Él está la fuerza de la Iglesia, es el que te lleva adelante. El Espíritu Santo es discernimiento en acción, presencia de Dios en nosotros, es el don, el regalo más grande que el Padre asegura a aquellos que lo piden (cfr. Lc 11,13). ¿Y Jesús cómo lo llama? “El don”: “Permaneced aquí en Jerusalén esperando el don de Dios”, que es el Espíritu Santo. Es interesante llevar la vida en amistad con el Espíritu Santo: Él te cambia, Él te hace crecer.

La Liturgia de las Horas hace iniciar los principales momentos de oración de la jornada con esta invocación: «Dios mío, ven en mi auxilio. Señordate prisa en socorrerme». “¡Señor, ayúdame!”, porque solo no puedo ir adelante, no puedo amar, no puedo vivir… Esta invocación de salvación es la petición irreprimible que brota de lo profundo de nuestro ser. 

El discernimiento tiene el objetivo de reconocer la salvación que el Señor ha obrado en mi vida, me recuerda que nunca estoy solo y que, si estoy luchando, es porque lo que está en juego es importante. El Espíritu siempre está con nosotros. “Oh, Padre, he hecho algo malo, tengo que ir a confesarme, no puedo hacer nada…”. Pero, ¿has hecho una cosa mala? Habla con el Espíritu que está contigo y dile: “Ayúdame, he hecho esto que está muy mal”. Pero no cancelar el diálogo con el Espíritu Santo. “Padre, estoy en pecado mortal”: no importa, habla con Él así te ayuda a recibir el perdón. No dejar nunca este diálogo con el Espíritu Santo. Y con estas ayudas, que el Señor nos da, no debemos temer. ¡Adelante, ánimo y con alegría!

 

 

Tomás Alvira, Vida de un educador (1906-1992)

Entrevista con Alfredo Méndiz, autor de la nueva biografía sobre Tomás Alvira, pedagogo español, padre de nueve hijos y uno de los tres primeros supernumerarios del Opus Dei. Se ha iniciado su proceso de beatificación. El libro ya está disponible en papel y en formato electrónico.

19/12/2022

¿Quién es Tomás Alvira?

Lo dice el título del libro: un educador. Concebía que su misión no era enseñar o instruir, sino educar, que es mucho más: ayudar a crecer, le gustaba decir; formar a la persona, a cada persona, para que sea ella misma −distinta de las demás− en su integridad, es decir, en el pleno desarrollo de todas sus dimensiones: inteligencia, voluntad, afectividad, sociabilidad, etc.

¿A quién puede inspirar Tomás Alvira hoy?

Tomás Alvira puede inspirar a cualquier persona pues su vida, humanamente considerada, atrae: es una vida que estimula y desafía, con independencia de la posición de cada uno respecto a la fe o a la dimensión espiritual de la persona. Más directamente, puede ser un modelo especialmente inspirador para profesores y para esposos y padres de familia.

¿Qué le impulsó a escribir este libro?

Al inicio, me atrajo la idea de explorar el modo de vivir de uno de los primeros supernumerarios del Opus Dei, y de una persona laica con fama de santidad.

También me impulsó la disponibilidad de la familia Alvira, es decir, de los hijos de Tomás Alvira, facilitando toda la documentación sobre su padre conservada en el archivo familiar. Ya existía una biografía escrita por su amigo y colaborador Antonio Vázquez, pero me pareció que, por medio de la consulta de ese y de otros archivos y de varias entrevistas, era posible ofrecer una visión más completa del personaje.

Antonio Vázquez, a quien he entrevistado en el curso de la redacción del libro, falleció hace unos meses, en junio. Siento que no haya podido conocer aquí en la tierra el resultado de mi trabajo.

¿Cómo se estructura el libro?

Lo he dividido en cinco partes. La primera, sobre la infancia y juventud en Zaragoza, llega hasta la muerte de su padre en 1927. Era un maestro de gran prestigio: hoy en Zaragoza existe la Escuela Tomás Alvira, en memoria de él.

La segunda se cierra en 1939, con el final de la guerra civil española y la boda de Tomás con Paquita Domínguez. Son los años del noviazgo con la mujer de su vida, del comienzo de su actividad docente, de su descubrimiento del Opus Dei en la persona del fundador, etc.

En la tercera parte, que llega hasta 1950, nos trasladamos a Madrid y al Instituto Ramiro de Maeztu, donde Tomás trabajó desde 1939, primero como profesor contratado y luego como catedrático de Ciencias. Asistimos al dolor por la muerte de su primer hijo, a su incorporación al Opus Dei y a sus esfuerzos por construirse un currículum científico de la mano de José María Albareda, su gran amigo de los tiempos de la guerra, y en el campo de la pedagogía como colaborador de Víctor García Hoz.

La cuarta parte se abre con los siete años en que fue director del Colegio Infanta María Teresa para huérfanos de la Guardia Civil y se cierra con su jubilación en 1976. Profesionalmente, es su momento de plenitud. Asumió brillantemente tareas directivas, primero en el Infanta María Teresa, después en el Ramiro de Maeztu y desde 1965 también en Fomento de Centros de Enseñanza.

La quinta parte, “Últimas batallas”, va de 1976 a 1992, año de su muerte. Su jubilación fue un dato oficial, más que real: simplemente cambió de trabajo. En esa época puso en marcha la Escuela de Profesorado de Fomento de Centros de Enseñanza.

Hoy sorprende ver familias con más de tres hijos. La familia Alvira Domínguez tuvo nueve. Podríamos decir que tuvieron tres veces más experiencias en la educación de los hijos. ¿Qué hizo Tomás como padre y esposo para santificar las necesidades de una familia grande?

Tomás Alvira, ciertamente, era un educador con conciencia clara de serlo no solo en el ámbito de la escuela, sino también en el de la familia, donde educar un hijo es bastante más que enseñar o criarlo.

En la educación de los hijos me ha parecido reconocer dos grandes principios generales que le han guiado: ejemplaridad y libertad. En definitiva, según él los hijos se forman cuando ven en sus padres un buen modelo de vida y se sienten libres para ponerlo en práctica no por imposición, aunque naturalmente la ayuda y la orientación externa sean necesarias, sino por propia convicción.

¿Habrá un libro dedicado a Paquita? ¿Qué se cuenta de ella en el libro?

Valdría la pena intentarlo. Si puedo entrar a la trampa de las comparaciones, diría que se lo merece más que él.

En mi libro sale poco, pero sale. Una hermana suya que llegó a centenaria contaba con mucha gracia, después de su muerte, cómo habían seguido en su casa –su madre viuda, muy pobre, y sus hermanos− los prolegómenos del noviazgo: por ejemplo, si Tomás se hacía el encontradizo con Paquita en la calle Alfonso, en Zaragoza, ella lo contaba enseguida. Para la familia no era un asunto privado: era como una telenovela con la que vibraban todos.

Paquita era inteligente y decidida. Hizo la carrera de magisterio con notas brillantes, y con 22 años ya era directora de una escuela rural en Sástago, en la provincia de Zaragoza. Al casarse dejó la profesión por la familia, pero no se encerró en casa. Me ha sorprendido descubrir la enorme red de relaciones sociales que tejió en Madrid, la gran cantidad de personas que se confiaban con ella y que en sus consejos, en su generosidad, en su comprensión, encontraban paz y seguridad.

Sobrevivió a su marido solo dos años, que en buena parte pasó inmovilizada a causa de un infarto cerebral (los últimos cuatro meses, inconsciente y en coma). Durante esos años, a veces se le veía alicaída. «Soy “media”, era una con papá», le dijo un día a una de sus hijas. Tenía que moverse en silla de ruedas: «el BMW», la llamaba. No había perdido el sentido del humor.

También ella era del Opus Dei, desde pocos años después que su marido: desde 1952.

Tomás está en proceso de canonización, ¿podría contarnos algún evento de su vida que refleje esa unión con Dios?

Hay un proverbio que él usó alguna vez para mostrar gráficamente el cariño con que el educador debe llevar a cabo su tarea: “No es el martillo el que deja perfectos los guijarros, sino el agua con su danza y su canción”. Yo creo que él se sentía tratado así, suavemente, amorosamente, por Dios Padre, que poco a poco le iba 'educando', iba sacando de él la forma armoniosa que estaba llamado a alcanzar.

De su vida de fe, quizá una dimensión evidente es su amor a la Virgen. Cuando se casó, regaló a su mujer un libro sobre la Virgen en el que escribió una dedicatoria: «Que la Madre de Jesús sea tu guía y no tendrá asperezas el camino que hoy emprendemos juntos». Poco después hizo unos ejercicios espirituales con san Josemaría y sacó, que sepamos, dos propósitos, los dos en relación con la Virgen: dar limosna los sábados y poner a todos los hijos que fuera a tener, junto con el nombre de cada uno, el de María. Hay muchos otros detalles de este tipo en su vida. Tengo la impresión de que la Virgen le daba mucha seguridad. Tenía una conciencia muy acusada de ser hijo suyo.

 

Portada de la biografía “Tomás Alvira, Vida de un educador (1906-1992)”


Sobre el autor

Alfredo Méndiz (Barcelona, 1960) es doctor en Historia, subdirector del Istituto Storico San Josemaría Escrivá y autor de varias publicaciones sobre san Josemaría y sobre Historia de la Iglesia.

Libro disponible en formato digital y en papel a través de Rialp, Amazon y otras librerias

Documental sobre Tomás Alvira y Paquita Domínguez

 

 

Las Cuatro Estaciones de la Navidad

Cuatro puntos de reflexión para adentrarnos mejor en el sentido de Adviento y Navidad, y recibir con más cariño al Niño Jesús

La navidad es esa época que tu y yo esperamos y celebramos con ansias cada año. Sin embargo, aparte de los regalos, fiestas y luces en los centros comerciales, el verdadero significado de la navidad se esconde en ese re-encuentro que tú y yo tenemos con cada uno de los miembros de la sagrada familia. Es el re-descubrimiento del divino niño Jesús. Si, celebramos un año más la navidad, el momento tan esperada por tantos en el mundo, es también la invitación que Dios te hace a manifestar el amor verdadero que en realidad no tiene nada que ver con dar regalos y preparar fiestas elaboradas. Son 12 días previos de ejercicios espirituales que te pueden llevar a pedir perdón a alguien; de ascética del corazón, que puede obligarte a visitar a los enfermos en los hospitales; días en los que es preciso hacer una revisión profunda en la propia conciencia para encontrarte si has amado a lo largo del año como Jesús lo pide. Creo que hay cuatro estaciones que pueden ayudarte a profundizar en su mensaje y llamado para tu vida.

El viaje a Belén Lucas 2:1-5

“Por aquel tiempo, el emperador Augusto ordenó que se hiciera un censo de todo el mundo. Este primer censo fue hecho siendo Cirenio gobernador de Siria. Todos tenía que ir a inscribirse a su propio pueblo. Por esto, José salió del pueblo de Nazaret, de la región de Galilea, y se fue a Belén, en Judea, donde había nacido el rey David, porque José era descendiente de David. Fue allá a inscribirse, junto con María, que estaba comprometida para casarse con él y se encontraba en cinta”.

José llevando a María con el niño en su vientre. José buscando formas de protegerle a los dos. José atento, fiel, noble y generoso. José volcado en su mujer y en el niño Salvador del Mundo por nacer. ¡Que hermoso pasaje de la escritura! Este es tiempo de adviento, Dios Padre, te hace la invitación a seguir de cerca a José y sus actitudes antes de que el más esperado de los nacimientos suceda. ¿Cómo estas protegiendo este sagrado tiempo de apertura del corazón a Dios de las luces y materialismo que hay en el mundo?

Es que el tiempo de Navidad tan esperado por todos para celebrar fiestas, dar y recibir regalos puede perder su verdadero y profundo sentido si no estás atenta desde el comienzo al llamado del regalo de Dios para tu vida. Jesús, su nacimiento es el verdadero regalo. José es el instrumento para que este regalo llegue a las manos de cada uno, María su madre es la esclava del amor que se olvida de sí misma para dárselo al mundo. Tú puedes reflejarte en la figura de José y de María caminando junto a ellos hacia Belén. Tu hogar, ¿refleja la decoración sencilla de que el Niño va a nacer? ¿Lo saben tus hijos y esperan con emoción su nacimiento?

La Navidad Lucas 2:6-7

“Y sucedió que mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz. Y allí nació su primer hijo, y lo envolvió en pañales y lo acostó en el establo, porque no había alojamiento para ellos en el mesón”.

La pobreza material de la sagrada familia puede que haya sido el mayor obstáculo para que les abrieran las puertas de alguna casa. Trata de visualizar a esta pareja santa por un momento. Millas y millas de viaje a pie, José cansado y con la barba crecida; María cubierta con humildes vestidos, me imagino que al mirarla estarías descubriendo a la humildad y sencillez misma, esas virtudes que las mujeres de hoy muchas veces confundimos con pobreza, cuando en realidad son ellas las que te ayudan a ser grande y eterna. Sin embargo, José y María tocaron, insistieron, rogaron y una y otra vez. Sin embargo el orgullo humano cerraba las puertas en sus santos rostros. ¡El establo! Debe haber pensado José, -vamos y esperemos ahí- a los animales no les importara que estemos en su territorio-. Y ahí, en medio de animales sin inteligencia, con ese olor a establo que ni a ti ni a mí nos agrada, nace Nuestro Rey. El envoltorio es sencillo, una simple frazada que no alcanza a ser tan gruesa para protegerle del terrible frío. Llora, llora una y otra vez buscando el amor de José y María. Ellos ya se han ofrendado al amor mismo. Y tú, ¿vas a darle tu amor al niño? ¿Crees que podrías visitar un establo? Recibirás entonces el más hermoso de los regalos, el amor sublime de Cristo que no puede compararse al amor humano. Que sacia, que llena, que realiza, que abraza y que no cansa.

La Adoración San Mateo 2:10-11

“Cuando los sabios vieron la estrella, se alegraron mucho. Luego entraron en la casa, y vieron al niño con María, su madre; y arrodillándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra”..

La escritura Santa se refiere a los Reyes Magos como los sabios. Es que para poder ver lo que puede hacer Jesús por tu vida se necesita ese tipo de sabiduría sobrenatural. La que te lleva a no quedarte con los ojos pegados en la tierra. Es la sabiduría que como mujer reconoce que sin el soplo del amor divino no eres nada, que le necesitas todos los días de la vida para vivir como hija de Dios y para amar como verdadera discípula de Jesús. ¿Has visto la estrella?, ¿Meditas en su significado para tu vida?. Los regalos de los reyes eran de un enorme valor y significado para su tiempo, ¿Qué regalo le llevas tú al niño este año?. Yo quisiera llevarle pobreza de espíritu, inteligencia obediente, amor sin límites. Creo que esos regalos representarían oro, incienso y mirra, ¡Ah! E irán envueltos en ese gran regalo que te da a ti y a mí después de la vida. Tu corazón, ¡Que cofre más hermoso!

La huída a Egipto San Mateo 2:13-15

“Cuando ya los sabios se habían ido, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José, y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”.

Escucha cómo tu ángel custodio te habla cada día de Navidad al oído. No permitas que la calle con árboles y luces te deslumbren. Carga al niño, aférralo a ti como solo una madre podría hacerlo. Y huye del mundo y la falsedad de sus regalos. No dejes que maten al niño que vino a dar la vida por ti, que llora insistentemente para que le des tu amor. Quiero pensar que aunque es el Rey de Reyes, nos necesita y espera tu respuesta generosa y la mía. Huye, huye y espera la Navidad con tu familia en la Iglesia, en el silencio de la liturgia. El niño, el niño, ¡que nos ha nacido!

Sheila Morataya

 

Navidad en familia: cómo tener la fiesta en paz

Se acercan días muy especiales, en los que las familias se reúnen alrededor del belén para poder celebrar el Nacimiento del Niño Jesús.

Estos días de gran alegría para los cristianos, pueden convertirse en un verdadero dolor de cabeza cuando las cenas o comidas son con las familias de origen.

Es muy frecuente que a estas alturas dónde comeremos o cenaremos los días de Nochebuena y Navidad o Fin de año y año nuevo ya estén decididos y que haya un reparto entre los matrimonios para pasar de una manera más o menos equilibrada las fiestas.

En el Instituto Coincidir no son pocos los conflictos familiares en los que trabajamos este tipo de situaciones. Lo hacemos precisamente para llegar a acuerdos y vivir las relaciones de manera más constructiva. La clave en la que incidimos es en entender al otro en su necesidad  y en ver cómo podemos dejar de interpretar esos gestos a veces no muy acertados de tu suegra, tu cuñado o tu nuera, atribuyéndoles una intención positiva.

Verle la intención positiva

No se trata de hacer como si no pasara nada, sino de saber mirar hacia el interior de cada uno, descubriendo la intención positiva que cada gesto, acto o reacción conlleva.

Esa intención positiva por la que cada uno actúa o reacciona de una determinada manera, no es otra que la de proteger, prevenir o servir.

Si somos capaces de descubrir en el otro esa intención positiva, podremos disfrutar de una manera mucho más consciente y plena de estas fiestas.

¿Y por qué pueden surgir esas dificultades?

Cada uno tendrá su propia historia y experiencia personal, esa circunstancia que le ha podido herir en un momento determinado y que guarda en su mochila. Esas heridas normalmente han sido provocadas por nuestros amores primarios. Hacen que con el transcurso del tiempo, en fechas tan señaladas, los corazones se remuevan y afloren sentimientos que pueden estar encontrados en el interior de cada uno.

Otras habrá sido por un mal gesto, una mala palabra en un momento determinado que nos ha hecho sentir desplazado o poco valorado en la familia política.

Otras…., (cada uno que piense junto al Nacimiento).

El ser consciente de ello nos permitirá captar la esencia de la Navidad. Así descubriremos lo que es verdaderamente importante, sabiendo mirar hacia otro lado como hacía la Virgen María.

“Y María  guardaba  todas esas cosas y las meditaba en su corazón” . (San Lucas 2, 16-21).

Para poder disfrutar de una manera diferente aquí van unos consejos prácticos:

1.- Buscar el verdadero sentido de la celebración. A veces no se tratará de defender a rajatabla un “me toca” con una familia o “me toca” con la otra familia. Las circunstancias han podido cambiar y más estos dos últimos años. Quizás, se puede hacer algo diferente que fomente la unión entre las familias, siempre que sea posible. Aquí estará la imaginación y  creatividad de cada matrimonio.

2.- No ir predispuesto a escuchar lo que sabemos que no nos gusta escuchar. Esa predisposición es como la profecía autocumplida, porque si te predispones a lo negativo seguro que acabas encontrando eso negativo que estás buscando.

3.- Propiciar un cambio de registro en tu interior, para enfocarnos en buscar oportunidades.Igual si tu cuñada no es la más simpática, puedes aprovechar para buscar un sitio que te permita levantarte y echar una mano a la anfitriona. Así, entre plato y plato mientras ayudas, no tienes que estar en la conversación. A lo mejor, en ese ir y venir a la cocina, te encuentras con una sonrisa de tu suegra o un gracias de corazón que sale de su boca y te sorprendes.

4.- Pactar con tu pareja algún código que sólo vosotros conozcáis, por si tenéis  que echaros  un cable el uno al otro si la situación se pone incómoda. Otras veces, se podrá celebrar una de las fiestas con nuestra familia nuclear, la que estamos haciendo el matrimonio. De esta manera, vamos creando nuestras propias tradiciones familiares.

5.- Pensar que son fechas difíciles para quienes han sufrido alguna pérdida. En estos momentos más que nunca un abrazo, una mirada, una sonrisa o un escuchar atentamente provoca una sensación de acogimiento caluroso.

6.- Cantar villancicos y bailar. El disfrutar de los pequeños momentos son esos placeres que la vida te regala y no cuesta dinero. Sacar el niño que todos llevamos dentro.

7.- En estos días de Adviento,  leer algún pasaje de la Familia de Nazaret.

8.- Como este año que termina es el Año de San José, leer algún libro relacionado con su figura nos ayudará a conocer mejor su papel en la historia. Seguro que encontramos algún aspecto práctico de su vida que podemos aplicar a la nuestra. ( El libro “La sombra del Padre: Historia de José de Nazaret” de Jan Dobraczynsky ilustra muy bien su persona).

9.- Pensar que si las cosas se tuercen o surgen tensiones familiares, seguramente es que hay un corazón herido que lo que pide es un poco de cariño. Sepamos mirar más allá y preguntémonos con sinceridad qué aprendizaje podemos sacar de esa situación.

10.- Pedírselo a la Virgen María, Ella es maestra de paciencia, de cariño y de servicio. En Ella tenemos el mejor ejemplo para vivir en familia una Navidad diferente.

Por Mercedes Honrubia García de la Noceda

 

La Belleza de la Liturgia (24). ¿Para qué arrodillarse?

Escrito por José Martínez Colín.

La persona nunca es tan grande como cuando se arrodilla”, decía san Juan XXIII. Arrodillarse es una postura humilde de quien se sabe poca cosa ante quien lo es todo, ante Dios.

1) Para saber

“La persona nunca es tan grande como cuando se arrodilla”, decía san Juan XXIII. Arrodillarse es una postura humilde de quien se sabe poca cosa ante quien lo es todo, ante Dios.

Habiéndose encarnado Dios, tomando la naturaleza humana, dice san Pablo que ante el “nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor” (Fil 2, 10).

El gesto de arrodillarse, dice el Papa Francisco en su carta sobre Liturgia, debe hacerse con plena conciencia de su significado simbólico y de la necesidad que tenemos de expresar, mediante este gesto, nuestro modo de estar en presencia del Señor (cfr. n.53).

Un mismo gesto puede tener varios significados. Por ejemplo, podemos arrodillarnos para adorar a Dios, para pedirle perdón por nuestros pecados, para humillar nuestro orgullo, para entregar a Dios nuestro dolor por ofenderle; para suplicarle su intervención; para agradecerle un don recibido. Aunque se trate de la misma postura puede significar algo distinto cada vez, es un acto nuevo. Por eso importa darse cuenta del por qué se hacen dichos gestos.

2) Para pensar

En Belén, en el lugar donde nació Jesús, se halla actualmente una iglesia, cuya entrada es una pequeña abertura de un metro y medio de altura. Para entrar hay que inclinarse. Antes era muy grande, de más de cinco metros de altura, pero la tapiaron para proteger el lugar de los asaltos y evitar que la profanaran entrando con todo y caballo a la casa de Dios.

El adviento nos invita a humillarnos. Como decía el Papa Benedicto XVI: “si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón ‘ilustrada’. Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios”.

Pensemos si fomentamos una actitud humilde en estos días alrededor de la Navidad para facilitar el encuentro con Jesús.

3) Para vivir

Se cuenta que un día se presentó a san Vicente Ferrer un famoso asaltador de caminos y le suplicó de rodillas que lo confesara. El santo, encontrándolo verdaderamente arrepentido, le dio la absolución y le impuso una penitencia de siete años. El asesino le dijo que consideraba que era poca la penitencia por todos sus pecados, que eran muchos. Entonces le dijo: “Bueno, haz sólo tres días de ayuno”. El bandido se sorprendió. “¿Cómo? ¿Me la disminuye?”, y rompió en amargo llanto. Viendo el santo qué grande era su contrición, le añadió: “Reza sólo un Padrenuestro y un Avemaría, sin más”. Entonces fue tal el arrepentimiento de aquel asesino, que, apenas hubo rezado el padrenuestro, cayó muerto a los pies del confesor.

A los pocos días, el alma de aquel afortunado penitente se apareció al santo y le dijo que ya estaba en el Cielo porque había tenido un dolor perfecto y sumo, y que se le aparecía para que lo contase y les sirviera de aliento a muchos.

Arrodillarse, decía Benedicto XVI, es la representación corporal más conmovedora de la piedad cristiana, en la que, por una parte, miramos alzando la vista hacia Él, y por otra, permanecemos inclinados.

 

 

Ideología y religión

Escrito por Mario Arroyo.

Tanto la ideología como la religión tienen dogmas, la diferencia es que la religión es franca y los reconoce, mientras que la ideología los oculta.

¿En qué se diferencia la ideología de la religión? Preguntó cierta persona durante una conferencia. ¿Por qué la ideología tiene un cariz peyorativo, mientras que la religión no?, ¿puede una religión ser ideología? La verdad es que las preguntas en su propia formulación definían bastante bien lo que es una ideología: una religión inconfesada; un discurso racional que copia las formas y los esquemas religiosos subrepticiamente, sin reconocerlo, encerrando por ello cierta incitación al engaño. Tanto la ideología como la religión tienen dogmas, la diferencia es que la religión es franca y los reconoce, mientras que la ideología los oculta. Por eso, puede definirse como una forma secularizada de la religión, que muchas veces quiere ocupar su lugar, ofreciendo una esperanza sucedánea de la religión, y por ello mismo, una esperanza falaz, habitualmente intramundana.

La religión tiene dogmas, y su razonamiento, la teología, parte de ellos. Los dogmas se aceptan por fe. Uno tiene fe, por ejemplo, en que Jesucristo es Dios y Hombre. No lo puede demostrar, sencillamente lo cree, siendo ese el punto de partida del discurso teológico, el cual muestra cómo no es absurdo, cómo es congruente, conveniente, cuáles consecuencias se desprenden de ese hecho, cómo afecta a nuestra vida, a nuestra cultura, etcétera.

La ideología por su parte también tiene dogmas, pero no es honesta, no los reconoce, y se muestra cómo un discurso puramente racional, como pensamiento puro, sin postulados de partida, como una aproximación exclusivamente filosófica a la realidad. Esta falta de honestidad intelectual revela una ausencia grave, el carecer de un auténtico amor a la verdad. La ideología no es humilde, no busca la verdad, quiere en cambio manipular la realidad para que se acomode a sus esquemas preestablecidos, a sus postulados. Por eso hace violencia a la realidad: si la realidad no coincide con ella, peor para ella, se la presenta del modo adecuado para coincida, en lugar de reformular el propio punto de partida, como exigiría una auténtica búsqueda de la verdad.

Algunos ejemplos de dogmas no reconocidos que sirven como punto de partida de las diversas ideologías, postulados en los que en realidad creen sin admitirlo:

Ilustración: Parte de la confianza ciega en que únicamente el progreso del hombre y la capacidad de su razón le proporcionarán la felicidad. La razón progresa siempre linealmente y excluye por principio todo elemento externo de corte sobrenatural, por no necesitarlo. Sólo la razón humana basta para construir el paraíso aquí en la Tierra.

Cientificismo: Únicamente la ciencia proporciona un conocimiento válido y adecuado de la realidad. La única racionalidad reconocida es la científica, todo conocimiento que no sea ciencia carece de valor, no es auténtico conocimiento, sino un engaño.

Positivismo: Emparentado con el anterior extremo, sólo reconoce como auténticos y verdaderos los conocimientos adquiridos a través de la experimentación, los cuales deben ser verificables empíricamente. Paradójicamente, este último postulado no es verificable.

Evolucionismo: Toma un determinado aspecto de la ciencia, en este caso la evolución biológica, y la convierte en metafísica, es decir, en la ciencia última de la realidad. Se extrapolan las consecuencias legítimas de la evolución y se extienden abusivamente a todos los ámbitos de la realidad: la ética, la religión, el arte, serían también resultado del proceso evolutivo y se explicarían únicamente por evolución.

Es propio de la ideología pretender ser la explicación última de la realidad y extender las consecuencias de un determinado saber más allá de su ámbito propio. Es lo que Aristóteles llama “apaideusía”, es decir, falta de educación, por ignorar los límites inherentes al propio campo de conocimiento. Este deseo de ser la explicación última de la realidad revela su emulación del fenómeno religioso, cuyas explicaciones últimas de la realidad obtiene por revelación divina.

 

“La cristianofobia” y sus consecuencias

Escrito por Raúl Espinoza.

“La Cristianofobia” significa “miedo irracional”. Es decir, un comportamiento hostil, agresivo e intolerante ante cualquier manifestación de cristianismo.

En estos días que hemos estado meditando la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, me parece oportuno abordar el tema de “La Cristianofobia”. Es un neologismo formado por los términos “cristiano” y, del griego “phobos”, que significa “miedo irracional”. Es decir, un comportamiento hostil, agresivo e intolerante ante cualquier manifestación de cristianismo.

En tiempos en que estaba en su auge “El Positivismo” iniciado por el filósofo francés Augusto Comte (1798-1857), el General y Presidente Porfirio Díaz, envió a destacados profesores y pedagogos mexicanos para que fueran capacitados en esta corriente de pensamiento.

El Positivismo hereda muchos conceptos de la Revolución Francesa, en forma particular, considerar a la Religión como obsoleta y dentro de una etapa inferior del ser humano.

¿Qué significa en esencia “El Positivismo”? Sostienen la tesis que sólo lo que es demostrable en un laboratorio es verdadero. Fuera de eso, nada es verdad sino superstición o fantasía. De modo que se sobrevalora la razón humana, al punto que considera superado todo lo Sagrado.

Ellos dicen no necesitar de Dios o del Absoluto. Y, por tanto, se debe de considerar como un “fanatismo” o “producto de la ignorancia” tanto a la Moral como a la Religión cristiana. Lo curioso es que muchos de estos positivistas acudían a sesiones espiritistas, a la magia o a que les predijeran su futuro.

Con esta filosofía muchos intelectuales, profesionales y profesores mexicanos perdieron la fe en el siglo XIX. O bien, comenzaron a dudar de todo lo sobrenatural. Son los llamados “Escépticos” o “Librepensadores”.

Su más notable exponente y divulgador fue el maestro, filósofo y médico, Gabino Barreda, Director General de la Escuela Nacional Preparatoria. Impartió numerosas conferencias sobre esta corriente de pensamiento. En una de tantas, escuchaba con atención el Presidente Benito Juárez.

A continuación, algunos de estos profesores viajaron a los estados de la república y durante algún tiempo dieron cursos de capacitación sobre el Positivismo. En Hermosillo, Sonora, asistió a varias conferencias, el joven profesor Plutarco Elías Calles.

Este antecedente puede ayudar a comprender un poco más, el anticlericalismo radical de Benito Juárez y la Guerra Cristera de 1926 a 1929 emprendida por el Presidente Elías Calles.

Conocí a un historiador amigo mío que ya falleció era el menor de 14 hermanos. Me comentó que su padre estudió, a fines del siglo XIX, en la Escuela Nacional de Minería. Se graduó como geólogo y se vio muy influenciado por el Positivismo hasta el punto de perder la fe y no querer educar a ninguno de sus hijos en la religión Católica.

Sólo este amigo y su hermana, un poco mayor que él, tuvieron una conversión hacia la fe, siendo ya personas mayores. Y este historiador me comentaba con pena que la gran mayoría de la generación de Geólogos, egresados de esta Escuela, habían dejado de creer en Dios.

Desde sus inicios, el cristianismo ha sufrido persecuciones. Muchos fueron llevados al martirio en tiempos de los emperadores romanos. Con el paso de los siglos, nunca han faltado autoridades que se han propuesto -según ellos- acabar con la semilla del cristianismo.

Como aquellos bárbaros que procedían del Este Europeo o del centro de Asia durante la Edad Antigua o Media. Otros, introduciendo en el seno de la cristiandad la división y la discordia, como han sido las numerosas herejías y apostasías.

Pero siempre los Romanos Pontífices han difundido los conceptos claros sobre la verdadera fe católica. Se han tenido numerosos concilios del Papa con los Obispos para rectificar desviaciones y ratificar aspectos fundamentales del Dogma Católico.

La Revolución Francesa pretendió en vano eliminar la fe de Jesucristo, lo mismo que el Liberalismo del siglo XIX.

En el siglo XX, varias dictaduras han pretendido echar fuera a Dios de sus proyectos generales como el Nazismo o el Comunismo. O bien, el “Populismo”, variante demagoga del Comunismo.

Actualmente ha surgido “La Ideología de Género” que muchos intelectuales la equiparan con el marxismo porque lleva intrínseca la lucha de sexos, además de rechazar el matrimonio entre un hombre y una mujer y toda noción de vida humana. Eso explica, en parte, porqué jóvenes proaborto escriben blasfemias con ofensas graves a Dios o a la Virgen María en las puertas de las Iglesias o pretenden asaltar Sagrarios y arremeter contra las Hostias.

También el pragmatismo o el galopante hedonismo contemporáneo no contemplan dentro de sus ideologías tan cerradas al espíritu, la existencia de Dios. Para ellos, lo útil, lo práctico o lo que proporciona placer inmediato “aquí y ahora” es lo único bueno y verdadero.

Como consecuencia de ello, comprendemos la enorme crisis del vacío existencial de muchas personas que dicen sufrir en sus vidas y comentan con amargura que su existencia no tiene ningún sentido y se dejan llevar por los vicios (drogas, alcohol, sexo) o se suicidan.

En este siglo XXI, considero que hay un retorno a la fe, a la esperanza. Como comenta el papa Francisco: “Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor Redentor”.

 

 

El trabajo y la familia: hacia una síntesis

Ambos se complementan, para nada se obstaculizan

 

(C) Pexels

La profesión es el medio a través del cual se pone en juego la inteligencia, las aptitudes natas y las adquiridas con los estudios y en la vida. El trabajo profesional, en tanto posición estructurada dentro de una organización, no simplemente pone en juego las capacidades; presenta retos que las configuran (nuevas) o las reconfiguran, en la medida en que se involucre y participe con seriedad y eficiencia en su trabajo. Pero no solamente quien labora se hace mejor profesional, sino que simultáneamente mejora su quehacer, que mejorado hará lo propio con su autor y así sucesivamente. Por este camino se llega a la realización profesional y a la recolección de sus frutos: reconocimiento, mayores ingresos económicos, estatus, prestigio, pero sirviendo a los demás.

El quehacer profesional fatiga, es cierto, pero ¡vaya que tiene sus compensaciones y no pocas gratificaciones! Precisamente por sus virtualidades personales y sociales, la profesión ejerce tal atractivo y sortilegio que puede surgir el riesgo de que su perfección -sumada a la dedicación en tiempo en ese empeño- sea lograda a expensas de la plenitud personal, es decir, que el trabajo termine eclipsando a la persona.

El trabajo profesional, para el que uno se prepara estudiando más de un lustro y luego dedica no pocas horas al día, constituye una porción significativa en el crecimiento de una persona. Sin embargo, el proyecto de vida no se agota exclusivamente en la esfera laboral. Conjuntamente con ella, otras dimensiones solicitan de la persona atención diligente: la familia, las relaciones sociales, la cultura, el ámbito de las creencias religiosas, el esparcimiento, los deberes de ciudadanos, los amigos, las acciones de solidaridad… para lograr la plenitud de su realización. Una persona debe poder -está capacitado para ello- atender con equidad, prudencia y proporcionalidad dichos ámbitos.

La familia, al igual que la profesión, exige presencia y continuidad, a la par que compromiso y lealtad; ambas reclaman lo mejor de la persona a tal punto que puede dar la sensación de que cada una jala para su lado generando una suerte de conflicto cuya extrema solución es el privilegiar la atención en un ámbito en perjuicio del otro. La naturaleza de las cosas no se contradice. Una persona puede con soltura y eficiencia llevar intensa y simultáneamente tanto el trabajo como la familia. La condición es dar a cada ámbito lo suyo, sin confundir roles ni funciones, jerarquizando los deberes y sin dejarse seducir por las compensaciones y gratificaciones del trabajo profesional.

El trabajo ayuda al sostenimiento y desarrollo de la familia. Por su parte, en la familia el hombre es acogido y querido en lo que tiene de singular e irrepetible; en el amor y cariño por sus miembros, encuentra motivos valederos para encarar el trabajo con ilusión, empeño y calidad. Ambos se complementan, para nada se obstaculizan. Miradas las cosas desde una perspectiva integral de la persona, inserta en una sociedad extremadamente competitiva e individualista, pensar en la familia como proyecto de vida, sin duda, es también parte fundamental de una acertada elección profesional.

 

Ayuda a las familias

El Gobierno está ultimando el anteproyecto de ley de las familias. En ese anteproyecto hay dos cuestiones implicadas. Una se refiere a las ayudas a las familias, otra es la cuestión ideológica. A pesar de que la familia sigue siendo una realidad que vertebra nuestra sociedad y es un ámbito en el que se acumula mucho capital social, las políticas familiares nunca han ocupado un lugar relevante en España. El proyecto del Gobierno incluye nuevas ayudas, por ejemplo, un permiso de cinco días al año que será retribuido y del que los trabajadores podrán disponer para el cuidado de familiares como abuelos, nietos o hermanos. Otra de las ayudas es la ampliación de la prestación de 100 euros al mes para madres con niños de 0 a 3 años. Todo lo que se haga para acercar las políticas familiares de nuestro país a las de nuestro entorno es un avance. Francia, por ejemplo, ha conseguido un aumento de la natalidad por el éxito de sus políticas familiares.

Domingo Martínez Madrid

 

 

Aborto y eugenesia

El Tribunal británico de Apelación ha confirmado la legislación que permite el aborto de personas con síndrome de Down hasta el momento de su nacimiento. Los jueces han llegado a sostener que la ley no interfiere con los derechos de los discapacitados vivos, como si los que aún no han nacido, y se encuentran en el seno materno, no estuvieran vivos, y como si fuera posible que aprobar la extinción de facto de estas personas no fuera estigmatizar de por vida a quienes teniendo síndrome de Down han tenido la gran suerte de nacer.

Hay quienes, ahora con este caso, se rasgan las vestiduras, o lo hacen de igual forma con la legislación que se está pergeñando en Francia, tratando de convertir el aborto en un supuesto derecho constitucional, o con los aberrantes postulados de algunos científicos utilitaristas radicales que hablan incluso de la necesidad de contemplar un aborto postparto, o con el despropósito legislativo que en Canadá postula la eutanasia para niños que padecen enfermedades mentales, sin la necesidad siquiera de la autorización de los padres.

JD Mez Madrid

 

 

Estamos en Navidad…,

Estamos en Navidad…, una ocasión muy buena para llenarnos de esperanza y confiar en que, en medio de los problemas sociales y morales que nos rodean, sin embargo, un mundo mejor es posible, si nos dejamos llenar del amor del Niño Dios con el que Él nos ama.

Ese es el motivo  por el que viene el mundo. Como dice San Juan, Dios es amor (1 Ju 4,7-8), y se nos manifiesta haciéndose hombre igual a nosotros menos en el  pecado, sin dejar de ser Dios. Viene para salvarnos, asumiendo todas las circunstancias humanas por las que podamos pasar los hombres, por duras, difíciles e injustas que sean, para hacerlas suyas y redimirlas pagando con su propia vida el precio que nosotros merecíamos por nuestras infidelidades y pecados.

Su amor le lleva a hacernos partícipes de su misma vida a través de la gracia que recibimos en los sacramentos, y nos enseña el programa esencial de vida que debemos seguir, la norma suprema de nuestra vida, la señal que ha de distinguirnos como cristianos: “que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Ju 13,34-35).

José Morales Martín

 

 

Que la Navidad del Señor

Y junto a las palabras, “la guerra es siempre, también en Ucrania, una derrota para toda la humanidad”, el Papa Francisco ha querido también tener un recuerdo especial para Sudán del Sur, azotado en estos días por violentos enfrentamientos. El Estado africano cumple ahora sus primeros años de existencia, con una guerra civil que tiene al país abierto en canal, con interminables disputas interétnicas, una hambruna galopante y el dudoso honor de liderar los rankings de mayor corrupción en el mundo, en lo que compone un triste retrato de lo que es, en realidad, un Estado fallido.

Necesitamos, ciertamente, como ha clamado el Papa Francisco no olvidar a tantos hermanos que sufren el flagelo de la guerra y pedir, encarecidamente, para que la Navidad del Señor lleve un rayo de paz a tantas personas, muy especialmente a los niños, que son obligados a vivir los días oscuros de la guerra.

Pedro García

 

 

Los cunicultores dejan su actividad por la crisis

Debido a la subida de costes de producción, el 45% de los cunicultores ha echado el cierre en lo que va de año. Esta subida les ha impedido obtener rentabilidad de su explotación.

Al cunicultor le han pagado el kilo de conejo a cerca de 2,55 euros pero producir ese kilo le ha costado más de 2,70 euros. Uno de los principales insumos en estas explotaciones es el de los piensos cuyo precio ha subido más de un 61% entre enero y julio respecto a la media de los últimos cinco años.

De esta forma, el precio de la tonelada del pienso para engordar conejos ha estado a 378,40 euros en los primeros siete meses de 2022 frente a los 234,66 euros/tonelada de media del último lustro.

Todo ello ha desembocado en ese cierre masivo de granjas y en un descenso de la producción de esta carne de un 23,4 % en los últimos cinco años. Además, en el período enero-julio se produjeron 25.477 toneladas frente a las 28.167 toneladas en el mismo periodo del año anterior (-9,55 %).

Y a todo ello no le acompaña el consumo de esta carne porque en los siete primeros meses de este año se redujo un 14,61 % frente al mismo tramo de 2021 cuando el consumo per cápita fue de 0,84 kilos.

Además la factura de la luz se les ha triplicado a los cunicultores en un año y ha puesto contra las cuerdas la viabilidad de las explotaciones, algunas de ellas a punto de cerrar. Con esas facturas es “imposible” continuar porque “llevamos un año y medio por debajo de la rentabilidad”.

Un “drama” porque tras un cierre hay “muchas inversiones” que se dejan y que aún no están pagadas, y eso es una “ruina para muchas familias”.

Jesús Domingo Martínez

 

 

“La existencia de Dios. Otra perspectiva”

«Si tú me dices: muéstrame a tu Dios; yo te diré a mi vez: muéstrame tú a al hombre que hay en ti y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven y si oyen los oídos de tu corazón»
(S. Teófilo de Antioquía)

 

Recientes acontecimientos que, en algunos casos no pasan de ser anécdotas con una corta fecha de caducidad, han puesto en el primer plano la cuestión de Dios. En un tiempo tan paradójicamente centrado en lo periférico, este interés por lo esencial resulta estimulante.

Las preguntas, naturalmente, son: ¿Dios existe? ¿Cómo puedo tener una certeza fundada sobre la existencia de Dios? Quien se plantee estas preguntas debe evitar una tentación difícil de resistir en un mundo, como el nuestro, de respuestas inmediatas. Debe evitar la precipitación, el deseo de resolver la cuestión de un plumazo y sin más complicaciones. Como decía la famosa (y humorística) ley de Jenkinson que acompaña al principio de Murphy, «para toda cuestión difícil existe una respuesta fácil, rápida… y equivocada». Y cualquier persona sensata que se plantee honradamente la pregunta por Dios, no como ejercicio de agudeza mental, sabe que para acercarse a una respuesta necesita atención y examen, serenidad, sinceridad e interés.

El Catecismo de la Iglesia Católica avisa de esto cuando afirma que la búsqueda de Dios «exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, “un corazón recto”, y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios» .

Cuando una persona busca a Dios, es necesario que se pregunte, antes de nada, por su implicación personal en dicha búsqueda, es decir, si está dispuesta a correr el riesgo de ser alcanzada por la verdad, porque ésta no se impone por sí misma, sino que requiere “un corazón recto” y una voluntad bien dispuesta. O dicho con otras palabras, la búsqueda de Dios no es ajena, más aún, depende esencialmente de esa cualidad específica del hombre que viene determinada por las virtudes morales.

1. La influencia de la voluntad en el entendimiento

El hecho de que la tendencia a la búsqueda de la verdad sea propia del hombre en cuanto ser racional, no quiere decir que se realice exclusivamente con la razón. Si bien la persona conoce por medio de su entendimiento, quien conoce es la persona, y esta no solo posee entendimiento, sino también afectividad: voluntad, pasiones y sentimientos. Todas las facultades de la persona –cabeza y corazón- se relacionan de algún modo con la verdad. De ahí que el conocimiento intelectual implique problemas de moralidad .

Cuando una verdad se presenta al entendimiento, entra en juego la voluntad, que puede amar esa verdad o rechazarla. Si la voluntad está bien dispuesta por las virtudes, la acepta como conveniente, e incluso puede mandar al entendimiento que la considere más a fondo, que busque otras verdades que la corroboren, y, por último, si es necesario, ordena la conducta de acuerdo con esa verdad.

Por el contrario, si la voluntad está mal dispuesta, tiene mayor dificultad para aceptar la verdad y puede incluso rechazarla como odiosa. En efecto, una verdad particular puede resultar repulsiva cuando aceptarla impide a la persona gozar de algo que desea. «Es el caso de los que querrían no conocer la verdad de la fe para pecar libremente, a quienes el libro de Job hace decir: “No queremos la ciencia de tus caminos”» . Cuando esto sucede, es fácil que la voluntad incline al entendimiento a pensar en otra cosa, o a ver los aspectos negativos de la verdad que considera. El resultado es que la persona no “ve” la verdad porque no quiere verla.

La importancia de las disposiciones de la voluntad para acceder a la verdad es tanto mayor cuanto más relevante sea para la persona la verdad en cuestión, como sucede con la verdad sobre la existencia de Dios. La proposición de esta verdad provoca en la persona que la escucha una actitud radicalmente distinta de la que puede suscitar, por ejemplo, una verdad matemática. La primera tiene una relación más íntima con la vida personal: la persona no permanece indiferente ante ella, se siente interpelada, y experimenta que le exige una respuesta. Pues bien, esta respuesta dependerá, en gran parte, de las disposiciones morales de la persona, es decir, de sus virtudes morales.

La voluntad puede estar bien o mal dispuesta de modo pasajero, por una pasión; o de modo más estable, por una virtud o un vicio. En un momento de enfado, por ejemplo, la ira impide que se realice un juicio tan objetivo como el que se realizaría en un estado de serenidad. Esto sucede porque la pasión mueve a la voluntad a querer o a odiar algo, y si la voluntad se deja dominar por la pasión, ejerce su influencia sobre el entendimiento para que juzgue de un modo o de otro . Por eso, para ver la verdad es necesario hacer el silencio en las pasiones desordenadas.

Si un desorden pasajero de la pasión nos impide ver la verdad, mucho más los vicios, que son cualidades permanentes de una voluntad esclava de las pasiones. Es verdad, como decía Lope en uno de sus innumerables dramas, «que los vicios ponen a los ojos vendas». Las virtudes, en cambio, dan a la voluntad el dominio sobre las pasiones, le proporcionan connaturalidad con el bien, una predisposición afectiva gracias a la cual la voluntad está pronta para amar el bien, y de ese modo influye positivamente sobre el entendimiento en su búsqueda de la verdad.

Al mismo tiempo que se va cegando para ver la verdad, puede suceder que la persona trate de justificar con falsos razonamientos su opción por el rechazo de la existencia de Dios, adaptando así su pensamiento a su modo de vivir, pues experimentamos necesidad psicológica de coherencia entre el pensamiento y la vida.

2. Las disposiciones morales y el conocimiento de Dios

a) La razón y el conocimiento de la existencia de Dios

En el debate actual sobre la existencia de Dios hay una posición frecuente sobre la que es preciso reflexionar. Me refiero a la de quienes afirman que la existencia de Dios es “una cuestión de fe”, queriendo expresar con ello que se trata de una idea que no puede basarse en argumentos racionales ciertos y seguros, sino en otras motivaciones de tipo emocional, cultural, etc. Se trataría de una cuestión de sentimientos y de voluntad, de una opción libre, en el sentido de una apuesta, pero de ninguna manera una verdad racionalmente argumentable.

Según este planteamiento, unos optarían a favor de la existencia de Dios y de la vida eterna: ya sea porque les parece una idea reconfortante, una especie de analgésico, un consuelo ante las desgracias de la vida; ya sea porque piensan que es un principio eficaz en el que fundamentar el orden social, etc. Otros, en cambio, optarían por lo contrario, pues opinan que si la existencia de Dios no es un dato cierto, que si lo más probable es que no exista, como afirman incluso algunos científicos, no es lógico vivir como si existiese: la sociedad debe buscar otros principios de ordenación, y si alguien necesita un analgésico para las desgracias de la vida, la medicina puede ofrecer remedios eficaces.

En ambos casos, se da por supuesto que la razón no tiene nada que decir al respecto, por la sencilla razón de que “no puede” decir nada sobre una supuesta realidad que no es evidente. No se confía en la razón como fuente de conocimiento cierto en cuestiones que no son empíricas, experimentables.

La verdad de la existencia de Dios no es una cuestión de fe en el sentido arriba mencionado. Ni siquiera es una cuestión de fe en el sentido propio de la palabra (aceptar como verdadero algo que alguien nos dice, con garantías de veracidad), porque cuando se sabe que algo es verdadero, no es necesario creerlo.

¿Por qué se da por supuesto que la razón no puede conocer con certeza la existencia de Dios? Sin duda pesa demasiado una larga corriente del pensamiento moderno, desde Lutero, que maldecía a la razón, hasta las recientes teorías nihilistas, pasando por Kant, en quien gran parte de la cultura occidental parece haber hecho un verdadero acto de fe.

Tal vez la mejor manera de saber hasta dónde puede llegar la razón es seguir la famosa exhortación de Horacio, difundida, precisamente, por el filósofo de Königsberg: Sapere aude!, atrévete a saber, decídete a pensar, ten el valor de emplear tu razón y libérate de los prejuicios que la desautorizan para alcanzar la verdad, aunque estén avalados por el prestigio de Kant.

Ante esa tarea, sin embargo, es necesario tener en cuenta una experiencia frecuente. Cuando se trata de buscar la existencia de Dios, la razón sola no basta para ver con claridad. Necesita la ayuda de la buena voluntad. Si uno no está dispuesto a reconocer a Dios, es muy difícil que lo encuentre. D.H. Kerler, en una carta a Max Scheler, escribía: «Incluso si se pudiese probar matemáticamente la existencia de Dios, no quiero que exista, porque me limitaría en mi grandeza». Es evidente que una persona con tales disposiciones, por muy inteligente que sea, se cierra a sí misma el camino. «Nadie está tan dispuesto a creer que Dios no existe –afirmaba F. Bacon- como aquel a quien le gustaría que no existiese» .

Si la persona quiere, por encima de todo, la grandeza de su yo o cualquier otro tipo de egocentrismo, su razón tendrá los ojos muy abiertos para obtener lo que desea, pero su voluntad tratará de cerrárselos a fin de que no encuentre a Dios, porque encontrarlo sería –si es coherente- la sentencia de muerte de su egoísmo y de su orgullo.

En el acceso a la verdad sobre Dios, las disposiciones de la voluntad son especialmente importantes, porque se trata a la vez de una cuestión especulativa y práctica. El camino hacia la sabiduría no es un proceso exclusivamente intelectual, sino sobre todo volitivo, moral. No se busca a Dios solo con la razón (que tiene capacidad para conocer la verdad, pero también cierta dificultad), sino también con el corazón. Y éste puede abrirse al amor del bien o replegarse sobre sí mismo por la soberbia y el egoísmo.

En la adquisición de la sabiduría, la libertad o la esclavitud de la voluntad respecto a las pasiones, tiene un papel de primer orden. Para que la voluntad mande al entendimiento indagar sobre la Verdad última, es necesario que esté rectamente inclinada al bien. Por eso afirma San Agustín que el principio de la sabiduría es la bona voluntas, la buena voluntad . Y está tanto más inclinada al bien cuanto más arraigadas estén en ella las virtudes. En caso contrario, inclina al entendimiento a que cese en su búsqueda de la Verdad.

La necesidad de las buenas disposiciones de la voluntad para conocer a Dios, tema frecuente en los Padres de la Iglesia, aparece reflejada de modo muy expresivo en unas palabras de S. Teófilo, obispo de Antioquía, con las que encabezamos este trabajo. Veamos ahora el texto completo: «Si tú me dices: muéstrame a tu Dios; yo te diré a mi vez: muéstrame tú a tu hombre y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, por tanto, si los ojos de tu mente ven y si oyen los oídos de tu corazón (…). Porque a Dios le ven los que son capaces de mirarle, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque aunque todo el mundo tiene ojos, algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismo y a sus propios ojos. De la misma manera tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones. El alma del hombre tiene que ser pura, como un espejo brillante. Cuando en el espejo se produce el orín, no se puede ver el rostro de una persona; de la misma manera cuando el pecado está en el hombre, el hombre ya no puede contemplar a Dios» .

b) Las disposiciones morales y el acceso a la fe

La buena voluntad es también necesaria para que la razón se abra a la fe en Cristo. «La voluntad es uno de los principales órganos de la creencia; no porque ella la forme, sino porque las cosas son verdaderas o falsas según la faz por la que se las mire. La voluntad que se complace más en la una que en la otra, desvía al espíritu de la consideración de cualidades que ella no gusta de ver; y de este modo, el espíritu, marchando conjunto con la voluntad, se detiene a mirar la faz que a ella le gusta; y así juzga por lo que él ve» .

El evangelio de San Juan presenta a Cristo, desde el primer momento, como la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (cf. Jn 1,9), pero esa Luz es recibida por unos, y ven; y rechazada por otros, y permanecen ciegos. La causa de tan diferentes actitudes ante la Luz la explica el mismo San Juan: «Vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra mal odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no le acusen. Pero el que obra según la verdad viene a la luz, para que sus obras se pongan de manifiesto, porque han sido hechas según Dios» (Jn 3, 19–21).

El problema, por tanto, no es sólo intelectual, sino sobre todo moral: «Porque sus obran eran malas». Las obras malas, puestas a la luz de Cristo, acusan al que las realiza. Puede suceder que, con la ayuda de la gracia, el pecador se enfrente a la realidad de su vida, muestre sus malas obras a la Luz, se humille y se convierta. Pero puede suceder también que “quiera” mantenerse en sus obras, y entonces se niega a sacarlas a la luz, a ver la verdad de sus obras, para no sentirse acusado. Y ante la posibilidad de ser iluminado, odia la luz, siente miedo y se niega incluso a oír hablar de Dios. En cambio, al que obra según la verdad no le importa que sus obras se vean, porque han sido hechas según Dios. Están dispuestos a recibir  la Luz, a Cristo, la Verdad .

Una de esas “obras malas” que ciegan de modo especial para “ver” a Dios y para creer en Él, es la soberbia, la búsqueda de la propia gloria. En el mismo Evangelio se San Juan, el Señor atribuye a este pecado la causa de la incredulidad: «¿Cómo podéis creer vosotros, que recibís gloria unos de otros, y no queréis la gloria que procede del único Dios?» (Jn 5, 44).

Un caso especialmente claro en el que se puede apreciar la incapacidad de ciertas personas para reconocer la divinidad de Cristo y la facilidad de otras para creer, es la curación del ciego de nacimiento, descrita en el capítulo 9 de San Juan. Llama la atención el esfuerzo que ponen los que se consideran sabios para negar la realidad. No acaban de aceptar que aquel hombre había sido ciego, preguntan a sus padres, le preguntan de nuevo a él, y se encuentran siempre con una realidad que no admite ser deformada, pero que se niegan a reconocer. La razón de su conducta es que han dicho un no a Cristo desde el principio, porque creer en Él, acoger la luz, sería permitir que sus malas obras fueran descubiertas. No se plantean estudiar con objetividad los hechos, con el deseo sincero de aceptar a Jesús en el caso de que hubiese realizado semejante milagro. Por el contrario, buscan por todos los medios alguna razón que les sirva para rechazar a Jesús. Y por eso se centran en el hecho de que el milagro tuvo lugar en sá
bado, despreciando al mismo tiempo las opiniones, llenas de sentido común, del que había sido ciego de nacimiento, porque no podía tener razón quien, según ellos, había nacido en pecado.

Las palabras de Jesús se refieren específicamente a la ceguera de los fariseos: «Dijo Jesús: Yo he venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos. Algunos de los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: ¿Es que nosotros también somos ciegos? Les dijo Jesús: Si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero ahora decís: “Nosotros vemos”; por eso vuestro pecado permanece» (Jn 9, 39-41). La ceguera de los fariseos es provocada por la soberbia, y es también la soberbia la que les impide reconocer que son ciegos. Piensan que ven, que no tienen necesidad de médico, y permanecen ciegos.

La negación de la verdad sobre la existencia de Dios (así como, en otro plano, la decisión de no creer en la divinidad de Cristo), aparece, por tanto, no como consecuencia de un proceso puramente intelectual, sino de la propia mala voluntad, que tuerce los ojos de la razón para que mire hacia otro lado, o para que fije su atención en todo aquello que parece contradecir aquellas verdades. 

c) El conocimiento propio, punto de partida para el conocimiento de Dios

En la perspectiva que estamos considerando, el punto de partida para el conocimiento Dios es conocerse a uno mismo. «La sabiduría consiste –afirmaba Bossuet- en conocer a Dios y en conocerse a sí mismo. El conocimiento de nosotros mismos ha de elevarnos al conocimiento de Dios» .

Se trata de uno de los conocimientos más difíciles, porque lo entorpece la soberbia o, mejor dicho, la imagen que de nosotros mismos nos hemos forjado con nuestra soberbia y vanidad. Y tal conocimiento exige librarse, precisamente, de esa imagen a fin de poder ver el yo que detrás se oculta. De ahí la importancia, en esta tarea, de la ayuda que pueden prestarnos otras personas que nos conozcan bien, pues nadie suele ser buen juez en causa propia.

El conocimiento propio debe conllevar la disposición a “reconocer” las propias culpas, a “aceptarse” y rechazar falsas justificaciones. Y así, «al desvanecerse las ilusiones sobre uno mismo, al des¬pertarnos de nuestros autoengaños, al superar el agarrotamiento de no querer ver muchas cosas, ya hacemos un gran progreso, ya subimos un nuevo escalón hacia la libertad. Esta liberación de nuestro orgullo que siempre trata de engañarnos, es algo que nos hace felices y nos eleva» .

Este conocimiento será constructivo y fecundo -y no destructivo y deprimente-, nos acercará a Dios, si va acompañado de la decisión de cambiar, es decir, de purificar el corazón. Solo entonces los ojos del corazón recobran de nuevo la capacidad de ver.

Pascal expresa muy acertadamente en uno de sus pensamientos esta necesidad del cambio interior para poder conocer a Dios y creer en Él: «“Yo hubiera abandonado enseguida los placeres si hubiera tenido fe” -Y yo te digo: “Hubieras poseído la fe si hubieras abandonado los placeres”. Ahora bien, eres tú el que debes comenzar. Si yo pudiera, te daría la fe. No puedo hacerlo, ni, por consiguiente, comprobar la verdad de lo que dices. Pero tú bien puedes abandonar los placeres y comprobar si lo que yo digo es verdad» .

Este cambio es siempre posible, porque Dios no deja de ayudar con su gracia al hombre que lo busca sinceramente.

2. La influencia de algunas virtudes en el conocimiento de la verdad sobre Dios

a) La necesidad de la humildad

Frente a la verdad, el hombre puede adoptar dos actitudes tan básicas como antiguas: reconocerla como un don y subordinarse a ella, o pretender que dependa de la propia voluntad. Este fue el núcleo de la primera tentación y también del primer pecado .

A partir de entonces, el hombre experimenta esta misma tentación (a veces, obsesión) de autonomía ante la verdad y, explícita o implícitamente, ante Dios. Y cuando cede a esa tentación y decide ser totalmente autónomo —ejercer una libertad plena al servicio de su propio egoísmo, sin depender de nada ni de nadie—, rechaza la verdad que se le ofrece junto con su Autor y termina por convertirse en creador de “su verdad” y de “sus valores”. En lugar de buscar a Dios y vivir de acuerdo con su Voluntad (en eso consiste la verdadera libertad), decide liberarse Dios y convertir en verdadero y bueno lo que a él le conviene.

«¿De dónde nace esta gravísima enfermedad espiritual? –se pregunta Juan Pablo II, refiriéndose a la indiferencia por la verdad-. Su origen último es el orgullo en el que reside la raíz de cualquier mal, según dice toda la Tradición ética de la Iglesia. El orgullo lleva al hombre a atribuirse el poder de decidir, cual árbitro supremo, lo que es verdadero y lo que es falso, o sea, a negar la trascendencia de la verdad respecto de nuestra inteligencia creada y a contestar, en consecuencia, el deber de abrirse a ella y recibirla cual don que le ha hecho la luz increada y no cual invención propia» .

Las personas que se dejan arrastrar por la soberbia no reconocen la existencia de un Dios personal porque no quieren someterse a Él. Algunas están dispuestas tal vez a reconocer un absoluto apersonal, con el que pueden relacionarse como partes de un todo, pero no a una persona absoluta, «pues mientras no se encuentran frente a frente con la persona absoluta, resulta que: primero no tienen que ceder su extrema soberanía, y  segundo, siendo parte de un todo absoluto, participan de él. El extremo afán de autoglorificación sólo se aniquila por la confrontación con el Dios personal, en la que nos concienciamos plenamente de nuestra condición de criaturas (…). El valor específico de la humildad aparece con toda claridad cuando lo contraponemos a esta forma de soberbia. La humildad implica el reconocimiento de nuestra condición de criaturas, la clara conciencia de que todo lo hemos recibido de Dios» .

De ahí que la humildad sea la virtud más necesaria para buscar la verdad, pues extirpa la soberbia, que es la raíz de todos los vicios morales y en especial de los que de un modo más directo se oponen al conocimiento de la verdad sobre Dios y sobre el bien moral .

La humildad es necesaria, en primer lugar, para reconocer a Dios como ser Absoluto y personal y a nosotros como criaturas de Dios, y, en consecuencia, para aceptar que la verdad sobre nuestro obrar –la verdad moral- depende también de Él. La persona humilde acoge esa verdad con agradecimiento, como un don divino no manipulable, y la toma como guía de su existencia. Reconoce en la ley moral (la verdad sobre el bien) una ayuda inestimable para alcanzar la perfección y la felicidad, un don que  permite ser libre. La persona soberbia, en cambio, ve en Dios un obstáculo para su afirmación personal, y en la ley moral una imposición contraria a su dignidad, una coacción de su libertad y, en lugar de obedecer a Dios, se convierte en dios para sí mismo y crea su propia ley.

La virtud de la humildad, que implica el conocimiento y aceptación de las propias limitaciones, lleva a admitir con sencillez que en la búsqueda de la verdad necesitamos la ayuda de los demás. La humildad proporciona la apertura a la verdad y la facilidad para aceptarla y rectificar, pues la persona humilde no se deja guiar por el deseo de independencia, sino por al amor a la verdad.

La soberbia, en cambio, conduce al error, «primero, porque los soberbios se quieren alzar hasta lo que no son capaces de alcanzar, y así es necesario que se equivoquen y fracasen (…). En segundo lugar, porque no quieren someterse a la inteligencia de otros, sino que se apoyan en su sola prudencia, y así se niegan a obedecer…» .

La humildad capacita a la persona para respetar la realidad y subordinar a ella el entendimiento. La actitud soberbia, en cambio, tiende a rechazar todo aquello que sea independiente de la propia voluntad. Y lo más independiente es la realidad y la verdad correspondiente, que exigen someter el entendimiento al ser e implícitamente a Dios. Por eso, el soberbio prefiere una irrealidad que sea su propia creación y la fuente de su propia verdad. Pero lo que no puede evitar es que la realidad esté ahí, frente a él, denunciando su error. Y esto hace que sienta cada vez más fastidio por la excelencia de la verdad .

La realidad más inmediata es la realidad personal. El contraste entre lo que el soberbio quiere ser y lo que realmente es, no puede dejar de herirle y, con frecuencia, la solución que adopta es ocultar y deformar la verdad sobre sí mismo. En cambio, la humildad permite que la persona se conozca como es, y ese conocimiento propio, a su vez, la lleva a crecer en humildad.

Por todo ello, la verdadera sabiduría, que consiste en ver las cosas como son, sólo es accesible al humilde. El soberbio, el que se cree sabio, no puede alcanzar la verdad porque ha decidido cerrarse en sí mismo, y ve la realidad no como es sino como quiere que sea.

b) La templanza o limpieza de corazón

Para ver la verdad sobre Dios se requiere un corazón limpio. «A los “limpios de corazón” se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a Él. La pureza de corazón es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir al otro como un “prójimo”; nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina» .

En este sentido es muy sugerente la interpretación que nos ofrece R. Guardini de Mt 5, 8: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios», poniendo estas palabras del Señor en relación con Rm 1, 19-20: «Porque lo cognoscible de Dios les es manifiesto: Dios se lo manifestó. Pues lo invisible de Él es conocido desde la creación del mundo mediante las criaturas: su eterno poder y divinidad, de modo que son inexcusables». Puesto que “el ojo ve desde el corazón”, la limpieza del corazón, según Guardini, es el presupuesto que nos permite ver en las personas y en las cosas su condición de creaturas y, por tanto, de testigos de Dios. «El carácter de criatura, creada por el “eterno poder y la divinidad”, ¿no es lo primero que el hombre ve en el mundo? ¿No es esto lo primero, presuponiendo, naturalmente, que tenga un “corazón puro” y esté dispuesto al amor y a la obediencia? ¿No percibe el hombre todas las cosas únicamente en el hecho de la autotestificación divina que en todas partes se da? (…). El alma, la figura básica corpóreo-espiritual, es lo primero y auténtico. Sin embargo, el ser humano puede orientarse de tal manera hacia lo práctico, lo útil, lo realista, que ya no la vea, y en adelante tome a los hombres únicamente como datos fijos, económicos o biológicos o de cualquier otro género. De igual manera, un prolongado no-querer, un ensuciamiento del corazón, una culpa que se extiende a lo largo de la vida puede tener como consecuencia que al hombre se le torne problemático lo más evidente y seguro, es decir, el autoatestiguamiento de Dios en las cosas» .

Más concretamente, las virtudes de la castidad y la abstinencia, tan necesarias para la limpieza del corazón «disponen óptimamente –afirma Santo Tomás- para la perfección de la operación intelectual. Y por eso dice el libro de Daniel, 1,17, que a ciertos jóvenes, abstinentes y continentes, les dio Dios la ciencia y la disciplina para comprender todo libro y sabiduría» . La razón es que «el alma, cuando deja de ocuparse del propio cuerpo, se convierte en más hábil para entender lo más alto; por eso la virtud de la templanza, que distrae al alma de los deleites corporales, convierte principalmente a los hombres en más aptos para entender» .

En la misma dirección opera la virtud del desprendimiento, que es también parte de la templanza. La persona apegada a los bienes materiales y, por tanto, excesivamente preocupada por ellos, es esclava de esos bienes y, en lugar de buscar la verdad sobre Dios, tiende a fijar su atención sólo en aquellas verdades cuyo conocimiento puede resultar útil para conservar y acrecentar los bienes materiales . Se entiende así que el afán de tener y consumir, tan fomentado a través de la publicidad, contribuya también a la disminución del interés por la verdad.

«El hombre animal no percibe las cosas del espíritu» (1 Co 2, 14). En el apartado anterior, se ha visto que la soberbia ciega porque la persona busca su propia excelencia por encima de todo, incluso por encima de la verdad, a la que no quiere reconocer ni subordinarse. Los vicios de la sensualidad, en cambio, ciegan de un modo diferente, no porque el hombre quiera elevarse, sino porque se sumerge en los placeres.

Sobre la incapacidad para percibir las cosas del espíritu, Santo Tomás distingue entre el embotamiento del sentido intelectual y la ceguera del espíritu . Tiene embotado el sentido intelectual aquel que no llega a conocer la verdad sobre los bienes espirituales más que por medio de múltiples explicaciones, y aun entonces no ve perfectamente todo lo que se refiere a su naturaleza. Es ciego de espíritu, en cambio, el que está totalmente privado del conocimiento de esos bienes. 

Santo Tomás, siguiendo a S. Gregorio, afirma que el embotamiento del sentido intelectual tiene su origen en la gula, y la ceguera de la mente, en la lujuria . La razón es que los placeres de la gula y de la lujuria llenan el alma de sensaciones embriagantes, de imaginaciones, recuerdos y deseos, y, en medio de todo ello, el entendimiento no es libre para poder elevarse a la consideración de las cosas del espíritu . En esta situación, además, la persona no aspira a elevarse, pues tiene su corazón donde cree tener su tesoro. Por el contrario, ante la necesidad de atender a los asuntos del espíritu, la persona esclavizada por la sensualidad siente molestia, malestar y tristeza. «El bien espiritual les parece a algunos malo, en cuanto es contrario al deleite carnal, en cuya concupiscencia están asentados»  .

c) Valentía, fortaleza

La verdad es un bien ante el cual podemos sentir miedo. La sola consideración de la verdad hace que se ponga de relieve inmediatamente la falsedad que habíamos aceptado en nuestra vida práctica. El hombre que oculta sus malas obras cuando debería confesarlas, el que se niega a escuchar la voz acusadora de su conciencia, el que no quiere aceptar la corrección de sus errores, ¿no actúa de este modo por miedo a enfrentarse con la verdad y sus derechos? La fortaleza es, pues, necesaria para escuchar, aceptar y acoger el bien de la verdad cuando producen temor sus exigencias .

La verdad no solo ilumina, sino que también impugna, al descubrir las obras malas . Si el hombre acoge la verdad y permite que ilumine su conciencia, enseguida quedan al descubierto sus defectos y errores. La actitud que exige entonces la verdad es la conversión de la conducta, que se presenta a la persona como algo arduo y doloroso. Para afrontar esa situación se necesita la virtud de la fortaleza.

La verdad sobre Dios es un bien ante el cual el hombre puede sentir temor, porque reclama una respuesta positiva, no sólo teórica, sino también práctica, es decir, exige ser aceptada por el entendimiento y por la voluntad. Esto significa que el hombre que acepta esta verdad tiene ante sí la tarea de superar las dificultades que encuentre para adaptar a ella su vida. En este sentido, aceptar la existencia de Dios supone decidirse a luchar contra la soberbia, la ambición, el egoísmo y las demás pasiones desordenadas. Por eso, «el respeto a la verdad no es cosa de cobardes y débiles, sino que exige corazones fuertes y puros que sepan rechazar y vencer todos los obstáculos nacidos de las bajas pasiones (…) La docilidad a la verdad exige el valor para la verdad» .

Uno de los argumentos que suelen emplearse para rechazar la existencia de Dios es que la idea de un ser superior que nos puede conceder una vida eterna constituye un recurso fácil para las mentes débiles, un engaño con el que algunas personas –los creyentes- consiguen vivir con cierto sentido una vida que en sí misma es absurda, porque no se atreven a afrontar la realidad. No se trata, como es obvio, de un argumento que demuestre la no existencia de Dios, sino más bien de una afirmación que parte de la voluntaria negación de su existencia. De todas formas, el reconocimiento de la trascendencia es todo lo contrario de una solución fácil. «Tal reconocimiento constituye la más terrible amenaza contra mi voluntad de pertenencia y de suficiencia. Introduce en mi vida el amor y sus inmensas molestias. No es una seguridad contra la aventura, sino la aceptación de la aventura. Por eso la temo. Los más despiertos lo reconocen. Reclaman una dilación para decidirse. El peso de la gloria divina les parece demasiado duro de llevar. Defienden celosamente un mundo a su medida, un mundo humano y no ese mundo divino, desproporcionado e inhumano» .

A pesar de su extensión, pienso que vale la pena transcribir un texto de Carlos Cardona en el que explica el porqué del miedo a la verdad:

«La Verdad da siempre un poco de miedo. Nos desnuda delante de Dios. Nos despoja de esos disfraces con que nos escondemos y rasga nuestras máscaras de cartón pintado. Diga lo que quiera la ingeniería gnoseológica, la Verdad no es un mero asunto de circuitos y engranajes mentales. Es asunto del hombre entero y singular. Con esa misteriosa libertad que, siendo tan divina, Dios ha querido que fuese con Él nuestra mejor semejanza.

»También dice Kierkegaard, y no le faltaba razón, que los hombres tienen más miedo a la verdad que a la muerte; que lo que hay en el fondo de las charlatanerías e hipocresías de quienes proclaman la verdad y estar muy dispuestos a abrazarla…, siempre que consigan comprenderla, es el miedo a la verdad. Se diría que el hombre tiene naturalmente más miedo a la verdad que a la muerte, y es explicable, porque la verdad repugna a la naturaleza herida por el pecado de origen, más aún que la misma muerte. ¿Por qué? Pues porque la verdad es como la sentencia de muerte de la soberbia, de la ambición y de la lujuria y de los demás desórdenes de las pasiones; de ahí que quien se obstina en vivir en la “triple concupiscencia” de la que hablara el apóstol Juan, tenga horror a la verdad y la rehúya siempre. Pero incluso sin esa obstinación, la verdad, decía, asusta siempre un poco porque compromete personalmente. La verdad tiene consecuencias prácticas, y eso da miedo, porque no se sabe bien a dónde me puede llevar, qué sacrificios me puede exigir, qué renuncias me puede imponer. Pero en ella nos jugamos la vida temporal y la eterna. Por eso Juan Pablo II comenzó su ministerio apostólico gritándonos: “¡No tengáis miedo!”» .

La fortaleza es necesaria también para acoger y vivir la verdad sobre Dios sin  ceder al temor de no ser aceptados por los demás. Una de las causas más frecuentes del miedo a la verdad es perder “el buen concepto” de los otros sobre uno mismo. Cuanto más pobre es el propio ser, más importa vivir en la opinión ajena y llega un momento en el que la persona ya no se valora a sí misma por lo que es, sino por lo que aparenta. En tal caso, lo que más teme es que cambie el concepto que los demás tienen de ella y, para que eso no suceda, adopta como criterio de pensamiento y de conducta el criterio ajeno; deja de vivir en sí misma y pasa a “ser vivida” por los otros. Se trata de una tiranía voluntaria y sutil pero esclavizante, que lleva a actuar de modo irracional y supone una importante dificultad para aceptar una verdad que –como la existencia de Dios- implique el cambio de la conducta. «El hombre tiene más miedo de la cercana apariencia del humano poder de la opinión que de la lejana e inerme luz de la verdad –afirma J. Ratzinger-. Y se doblega al poder de la opinión, convirtiéndose en su aliado, en uno de sus portadores. Se hace esclavo de la apariencia. Si en algún momento ha empezado a confiar en ella, después no tendrá más remedio que seguirla paso a paso. Ya no puede romper la red de la deformación común. En sus acciones ya no se orienta según la realidad, sino según las presumibles reacciones de los otros» .

No pocas veces, tras la actitud de arrogancia o de indiferencia frente a la verdad sobre Dios se esconde una cierta cobardía: el temor a las dificultades que lleva consigo adaptar la conducta a la verdad encontrada. El que tiene miedo a afrontar los obstáculos que ese cambio implica, no presta atención a la verdad, la rehuye, no quiere dejarse iluminar por ella. Pero reconocer que se ha cedido al miedo es aceptar una verdad que hiere el propio orgullo. Por eso es fácil que la persona, en esas circunstancias, busque el modo de esconder su cobardía bajo las apariencias de autosuficiencia, autonomía, independencia o madurez intelectual.

d) El amor

La capacidad para conocer la verdad depende  en gran parte del amor. El corazón encerrado en sí mismo se torna ciego. El egoísmo y el odio le impiden ver a Dios, que es Amor.

En la primera carta de San Juan se subraya de modo especial la relación del amor a los hermanos con la luz, y del odio con la ceguera del corazón: «Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está todavía en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no corre peligro de tropezar. En cambio, quien aborrece a su hermano está en las tinieblas y camina por ellas, sin saber adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos» (1 Jn 2, 9-11). Un poco más adelante, San Juan señala la relación del amor a los demás con el conocimiento de Dios: «Queridísimos: amémonos unos a otros, porque el amor procede de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama no ha llegado a conocer a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4, 7-8).

Por eso, puede decirse que una persona que, en la medida de sus posibilidades, lucha contra su egoísmo y trata de amar y darse a los demás rectamente, está preparando su corazón para abrirse al conocimiento de Dios.

3. Los “argumentos” contra la existencia de Dios

¿Qué sucede cuando la persona que se pregunta por la existencia de Dios se niega a resolver los conflictos de su propio corazón? Los diversos “argumentos” que se esgrimen para negar la existencia de Dios, ¿no serán en muchos casos la consecuencia o la “tapadera” de esa opción por el yo?

Hay una especie de rastro de razones contra Dios: el sufrimiento de los inocentes y los niños, las catástrofes naturales, la maldad de los hombres, la existencia de personas creyentes cuya vida no es coherente con su fe, las conclusiones de algunos científicos, etc. Pero cabe preguntarse: ¿son estas razones las que llevan a algunas personas a negar a Dios, o es la decisión personal a favor del propio orgullo y del propio egoísmo lo que lleva a negar a Dios y a recurrir después esas razones a modo de justificación?

De todas formas y a pesar de todas las justificaciones que puedan buscarse, permanece siempre en el hombre un sentimiento de inseguridad, una inquietud en lo más íntimo su corazón que no se calma hasta que no encuentra el único fundamento sobre el cual se puede construir con certeza la propia vida: la verdad.

El sentimiento de inseguridad y la inquietud del corazón pueden también desoírse y ahogarse, y para ello puede el hombre buscar múltiples formas de aturdimiento o alienación, que lo convierten en un ser ajeno a sí mismo. En muchas ocasiones, es esta la causa de que vuelque toda su atención en actividades exteriores, desde el deporte hasta el trabajo profesional, evitando como fastidioso y molesto todo aquello que le invite a entrar en sí mismo, en “el hombre interior”, donde reside la verdad con la que debe enfrentarse .

Oponerse sistemáticamente a la verdad, cerrar los ojos a la luz, conduce a la autodestrucción; abrirse a la verdad es el camino de la realización personal y de la felicidad. Del mismo modo que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, que es Amor, y no se realiza como persona si no se convierte en don para los demás, tampoco puede realizarse como persona si no vive en la verdad, pues ha sido creado a imagen de la Verdad, que es Cristo.

Tomás Trigo
Facultad de Teología
Universidad de Navarra
 

1.  Catecismo de la Iglesia Católica (CEC), n. 30.
2. Cf. E. GILSON, El amor a la sabiduría, AYSE, Caracas 1974, 49.
3. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae (S.Th.), II–II, q. 25, a. 5, ad 2.
4. Cf. S.Th., I-II, q. 9, a. 2c.
5. F. BACON, Ensayos, XVI: Sobre el ateísmo.
6. Cf. S. AGUSTÍN, De libero arbitrio, I, 12.
7. S. TEÓFILO DE ANTIOQUÍA, Carta a Autólico (Lib. 1, 2.7).
8. PASCAL, Pensamientos, II, 472, Ed. Aguilar, Madrid-Buenos Aires-Méjico 1967.
9. «Es un hecho —afirma S. Atanasio— que la enseñanza de la verdad es diferentemente recibida según las disposiciones de los oyentes. El Verbo presenta a todos el bien y el mal; de modo que uno, bien dispuesto hacia lo que se le anuncia, tiene su alma en la luz, y el otro, dispuesto en sentido contrario y no decidido a fijar la mirada del alma en la luz de la verdad, permanece en las tinieblas de la ignorancia» (S. ATANASIO, De vita Moysis, II, 65).
10. Citado por E. GILSON, El espíritu de la filosofía medieval, Rialp, Madrid 1981, 230.
11. D. von HILDEBRAND, Nuestra transformación en Cristo, Ed. Encuentro, Madrid 1996, 40.
12. PASCAL, Pensamientos, o.c., II, 457. (Nos hemos permitido modificar ligeramente la traducción).
13. Cf. S.Th., II-II, q. 163, a. 2.
14. JUAN PABLO II, Audiencia general, 24-VIII-1983.
15. D. von HILDEBRAND, Nuestra transformación en Cristo, o.c., 109-110.
16. Cf. A. MILLÁN PUELLES, El interés por la verdad, Rialp, Madrid 1997, 139–140.
17. TOMÁS DE AQUINO, In Epistulam Pauli ad Timoheum, I, cap. 6, lect. 1.
18. «Los soberbios, deleitándose en la propia excelencia, acaban por sentir fastidio de la excelencia de la verdad» (S.Th., II-II, q. 162, a. 3, ad 1).
19. CEC, n. 2519.
20. R. GUARDINI, Los sentidos y el conocimiento religioso, Cristiandad, Madrid 1965, 149. «Cada cosa encierra y esconde en el fondo de sí misma una señal de su origen divino. Quien llega a divisar esa señal ve que esta y todas las demás cosas son buenas, más allá de cualquier “comprensión”. Lo ve y es feliz. He aquí toda la doctrina sobre la contemplación de los seres terrenales, creados por Dios» (J. PIEPER, Antología, Herder, Barcelona 1984, 160).
21. S.Th., II-II, q. 15, a. 3c.
22. S. TOMÁS DE AQUINO, Summa contra gentes, lib. II, caps. 80 y 81.
23. Cf. A. MILLÁN PUELLES, El interés por la verdad, o.c., 149.
24. Cf. S.Th., II-II, q. 15, a. 2 c.
25. Cf. S.Th., II-II, q. 15, a. 3.
26. Ibidem. Véase también S.Th., II-II, q. 46, donde trata Santo Tomás de la stultitia, cuya causa es asimismo la inmersión del hombre en los vicios de la sensualidad, especialmente en la lujuria, de modo que el hombre se vuelve incapaz de percibir las cosas divinas. Las consecuencias de la stultitia son el odio hacia Dios y hacia sus dones, y la desesperación respecto a la vida eterna.
27. TOMÁS DE AQUINO, De caritate, 12.
28. Cf. JUAN PABLO II, Encíclica Fides et ratio, n. 28.
29. Sobre esta característica de la verdad, cf. R. BRAGUE, «The angst of Reason», en TIMOTHY L. SMITH (ed.), Fait and Reason. The Notre Dame Symposium 1999, St. Agustine’s Press, South Bend (In.) 2001, pp. 241-242.
30. A. LANG, Teología fundamental, I, Rialp, Madrid 1966, 152–153.
31. J. DANIÉLOU, Escándalo de la verdad, Ediciones Guadarrama, Madrid 1962, 34.
32. C. CARDONA, Querer la verdad, Escritos Arvo, n. 128, Salamanca 1992.
33. J. RATZINGER, Mirar a Cristo, Ed. Edicep, Valencia 1990, 91.
34. «No quieras salir fuera, entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad» (S. AGUSTÍN, De vera religione, c. 39, n. 72).