Las Noticias de hoy 12 Diciembre 2022

Enviado por adminideas el Lun, 12/12/2022 - 11:40

Imagenes con frases de Adviento | Alos80.com

Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    lunes, 12 de diciembre de 2022        

Indice:

ROME REPORTS

El Papa en el Ángelus: Adviento, tiempo para salir de ciertos esquemas y prejuicios

El Papa bendice las imágenes del Niño Jesús y reza por los niños ucranianos

Este domingo el Papa bendecirá las imágenes del Niño Jesús en la Plaza de San Pedro

NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE* : Francisco Fernandez Carbajal

12 de diciembre, fiesta de la Virgen de Guadalupe

Javier Echevarría y los enfermos

“Todo puede y debe llevarnos a Dios” : San Josemaria

«Trabajar con una óptica cristiana cambia a la gente»

“¡Vale la pena!” (IV): De generación en generación

Los distintos planos de las relaciones entre la jerarquía y los fieles laicos : Juan  Ignacio  Arrieta

Diálogo sobre el aborto : Redacción de  uv.es/

El valor de la paciencia : Francisco Fernández Carvajal

¿Tienen alma los animales? : Gabriel Gonzáles Nares

¿Cómo afectan las pantallas a tu relación? : Empantallados.com 

Derechos humanos, inteligencia artificial y neuroderecho. De Karel Vasak a los derechos humanos 4.0 : David Guillem-Tatay

Nerón también pasó a la Historia : Jorge Hernández Mollar

Creados para ser felices : Domingo Martínez Madrid

Juventud y racismo :  Jesús D Mez Madrid

La queja no es solución : Jesús Domingo Martínez

La crisis espiritual de Europa: Joseph Weiler : María José Atienza.

 

ROME REPORTS

 

 

El Papa en el Ángelus: Adviento, tiempo para salir de ciertos esquemas y prejuicios

Este III Domingo de Adviento, en su alocución antes de rezar la oración del Ángelus, el Santo Padre invitó a los fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro que, “la Virgen nos tome de la mano en estos días de preparación a la Navidad y nos ayude a reconocer en la pequeñez del Niño la grandeza de Dios que viene”.

 

Renato Martinez – Ciudad del Vaticano

“Adviento es un tiempo en el que, preparando el pesebre para el Niño Jesús, aprendemos de nuevo quién es nuestro Señor; un tiempo en el que salir de ciertos esquemas y prejuicios hacia Dios y los hermanos”, lo dijo el Papa Francisco en su alocución antes de rezar la oración mariana del Ángelus, de este 11 de diciembre, III Domingo de Adviento, ante los fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro para rezar a la Madre de Dios.

«¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?»

Al comentar el Evangelio que la liturgia presenta este III Domingo de Adviento, el Santo Padre señaló que, el evangelista Mateo nos habla de Juan Bautista y de la crisis que atraviesa sobre la figura del Mesías, mientras estaba en la cárcel; por ello, manda a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?».

“De hecho, Juan, al oír hablar de las obras de Jesús, le asalta la duda de si realmente es Él el Mesías o no. Efectivamente, él pensaba en un Mesías severo que, al llegar, haría justica con poder castigando a los pecadores. Ahora, sin embargo, Jesús tiene palabras y gestos de compasión hacia todos, en el centro de su acción está la misericordia, por lo que «los ciegos ven y los cojos caminan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva»”.

No encerrar a Dios en nuestros esquemas

El Papa Francisco además indicó que, el Evangelio subraya que Juan se encuentra en la cárcel, y con ellos hace pensar no sólo al lugar físico, sino también a la situación interior que está viviendo: “en la cárcel hay la oscuridad, falta la posibilidad de ver claro y ver más allá”. De hecho, El Bautista ya no logra reconocer en Jesús al Mesías esperado y, asaltado por la duda, envía a los discípulos a verificar.

“Pero esto significa que también el creyente más grande atraviesa el túnel de la duda. Y no es un mal, es más, a veces es esencial para el crecimiento espiritual: nos ayuda a entender que Dios es siempre más grande de como lo imaginamos; las obras que realiza son sorprendentes respecto a nuestros cálculos; su acción es diferente, supera nuestras necesidades y nuestras expectativas; y por eso no debemos dejar nunca de buscarlo y de convertirnos a su verdadero rostro”.

Y citando a Henri de Lubac, el Pontífice afirmó que, a Dios «es necesario redescubrirlo a etapas… a veces creyendo perderlo». Así hace El Bautista: ante la duda, le busca una vez más, le interroga, “discute” con Él y finalmente le descubre.

“Juan, definido por Jesús el mayor entre los nacidos de mujer (cfr Mt 11,11), nos enseña a no encerrar a Dios en nuestros esquemas”

Incapaces de reconocer la novedad del Señor

En ese sentido, el Santo Padre indicó que también nosotros a veces podemos encontrarnos en la misma situación del Bautista, es decir, en una cárcel interior, incapaces de reconocer la novedad del Señor, que quizá tenemos prisionero de la presunción de saber ya mucho sobre Él.

“Quizá tenemos en la cabeza un Dios poderoso que hace lo que quiere, en vez del Dios de humilde mansedumbre, de la misericordia y del amor, que interviene siempre respetando nuestra libertad y nuestras elecciones. Quizá nos surge también a nosotros decirle: ‘¿Eres realmente Tú, tan humilde, el Dios que viene a salvarnos?’. Y puede sucedernos algo parecido también con los hermanos: tenemos nuestras ideas, nuestros prejuicios y ponemos a los demás -especialmente a quien sentimos diferente de nosotros– etiquetas rígidas”.

“Existe siempre el peligro, la tentación: de hacernos un Dios a nuestra medida, un Dios para usarlo. Y Dios es otra cosa ...”

Un tiempo para sorprendernos por la misericordia de Dios

Antes de concluir su alocución, el Papa Francisco recordó que, el Adviento, es un tiempo de inversión de perspectivas, un tiempo donde podemos dejarnos sorprender por la grandeza de la misericordia de Dios.

“Un tiempo en el que, preparando el pesebre para el Niño Jesús, aprendemos de nuevo quién es nuestro Señor; un tiempo en el que salir de ciertos esquemas y prejuicios hacia Dios y los hermanos; un tiempo en el que, en vez de pensar en regalos para nosotros, podemos donar palabras y gestos de consolación a quién está herido, como hizo Jesús con los ciegos, los sordos y los cojos”.

Y a los miles de fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro, y a todos aquellos que seguían el Ángelus a través de los medios de comunicación, el Santo Padre los invitó a dejarse guiar en este tiempo de Adviento por la Madre de Jesús. “La Virgen nos tome de la mano en estos días de preparación a la Navidad y nos ayude a reconocer en la pequeñez del Niño la grandeza de Dios que viene”.

 

 

El Papa bendice las imágenes del Niño Jesús y reza por los niños ucranianos

Este domingo después de la oración del Ángelus, el Papa Francisco dirigió su pensamiento a todos los niños del mundo, especialmente a los que viven "los terribles y oscuros días de la guerra". El Pontífice recordó a continuación que hoy es el Día Mundial de las Montañas, cuyo tema este año está dedicado a las mujeres.

 

Francesca Sabatinelli - Ciudad del Vaticano

La tradicional bendición del Papa “ai Bambinelli”, es decir, a las estatuillas del Niño Jesús que se colocarán en los nacimientos en esta Navidad, que fueron llevados este domingo por los más pequeños a la Plaza de San Pedro, fue el motivo del nuevo llamamiento del Papa Francisco por Ucrania tras el Ángelus:

“Los invito a rezar, delante del belén, para que la Navidad del Señor traiga un rayo de paz a los niños del mundo entero, especialmente a los que se ven obligados a vivir los días terribles y oscuros de la guerra, esta guerra en Ucrania que destruye tantas vidas, tantas vidas, y tantos niños”.

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El Día Mundial de las Montañas

El Santo Padre también recordó que hoy se celebra el Día Mundial de las Montañas, que "nos invita a reconocer la importancia de este maravilloso recurso para la vida del planeta y de la humanidad":

“El lema de este año, ‘Las mujeres mueven montañas’, es cierto. ¡Las mujeres mueven montañas! - nos recuerda el papel de las mujeres en el cuidado del medio ambiente y la conservación de las tradiciones de los pueblos de montaña. De la gente de montaña aprendemos el sentido de comunidad y de caminar juntos”.

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Saludos a los fieles y peregrinos

Por último, el saludo a los grupos de peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro, procedentes de distintas partes del mundo y de Italia, así como el pensamiento afectuoso a los reclusos de la cárcel "Due Palazzi" de Padua y a los "representantes de los ciudadanos que viven en las zonas más contaminadas de Italia, deseando una solución justa a sus graves problemas y a las enfermedades que provienen de este ambiente contaminado".

 

 

Este domingo el Papa bendecirá las imágenes del Niño Jesús en la Plaza de San Pedro

Este 11 de diciembre, III Domingo de Adviento, después del rezo de la oración mariana del Ángelus, el Santo Padre bendecirá “i Bambinelli”, es decir, las estatuillas del Niño Jesús que serán colocadas en los pesebres en esta Navidad. El evento es organizado por el Centro de Oratorios Romanos (COR).

 

Renato Martinez – Ciudad del Vaticano

“La fábrica de la alegría”, es el tema elegido este año por el Centro de Oratorios Romanos (COR), para la tradicional bendición “dei Bambinelli”, es decir, de las estatuillas del Niño Jesús que serán colocados en los nacimientos en esta Navidad. El Papa Francisco realizará la “bendición de los Niños” este domingo 11 de diciembre, en la Plaza de San Pedro, después de la oración mariana del Ángelus. En el evento participan niños y jóvenes de oratorios y parroquias de Roma, quienes junto a sus animadores celebrarán la Eucaristía en la Basílica de San Pedro, la misma que será presidida por el cardenal Mauro Gambetti.

Una tradición que se ha extendido por el mundo

Era el III Domingo de Adviento de 1969, el llamado "Domingo de Gaudete", cuando el Papa Pablo VI bendijo por primera vez durante el Ángelus “i Bambinelli”, es decir, las estatuillas del Niño Jesús que en la noche de Navidad se colocan en los belenes de las familias instaladas, según la tradición romana, el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. Desde entonces, la tradicional cita se repite cada año, con la participación no sólo de niños, sino también de catequistas, sacerdotes y familias. En los últimos años, esta costumbre se ha extendido también a muchas partes de Italia y del mundo, implicando a cientos de comunidades y diócesis donde obispos y sacerdotes eligen el III Domingo de Adviento para acoger a las familias, animadores y religiosos de las Iglesias locales y vivir juntos un momento de celebración y oración con la bendición de los Niños.

Una obra que nunca se ha detenido

"Elegimos como tema 'La fábrica de la alegría' – explica David Lo Bascio, presidente del Centro de Oratorios Romanos – precisamente para indicar que, después de todo, la formación de los niños ha continuado en las parroquias a pesar de la pandemia". Por fin después de dos años es posible volver a vivir este momento en su plenitud y para todos nosotros es una gran alegría. La obra nos recuerda un contexto laborioso, pero lleno de fe y alegría, en el que todo el mundo puede echar una mano para construir un belén, ya sea grande o pequeño".

 

NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE*

Memoria

— La aparición de la Virgen a Juan Diego.

— Nuestra Señora precede a todo apostolado y prepara las almas.

— La nueva evangelización. El Señor cuenta con nosotros. No desaprovechar las ocasiones.

I. La devoción a la Virgen de Guadalupe en México tiene su origen en los comienzos de su evangelización, cuando los creyentes eran aún muy pocos. Nuestra Señora se apareció en aquellos primeros años a un indio campesino, Juan Diego, y lo envió al Obispo del lugar para manifestarle el deseo de tener un templo dedicado a Ella en una colina próxima, llamada Tepeyac. Le dijo la Virgen en la primera aparición: «en este santuario le daré a las gentes todo mi amor personal, mi mirada compasiva, mi auxilio, mi salvación: porque Yo, en verdad, soy vuestra Madre compasiva, tuya y de todos los hombres... Allí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores»1.

El Obispo del lugar, antes de acceder a esta petición, pidió una señal. Y Juan Diego, por encargo de la Señora de los Cielos, fue a cortar un ramo de rosas, en el mes de diciembre, sobre la árida colina, a más de dos mil metros de altura. Habiendo encontrado, con la consiguiente sorpresa, las rosas, las llevó al Obispo. Juan Diego extendió su blanca tilma, en cuyo hueco había colocado las flores. Y cuando cayeron en el suelo «apareció de repente la Amada Imagen de la Virgen Santa María, Madre de Dios, en la forma y figura que ahora se encuentra»2. Esa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe quedó impresa en la rústica tilma del indio, tejida con fibras vegetales. Representa a la Virgen como una joven mujer de rostro moreno, rodeada por una luz radiante.

María dijo a Juan Diego, y lo repite a todos los cristianos: «¿No estoy Yo aquí, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás por ventura en mi regazo?». ¿Por qué hemos de temer, si Ella es Madre de Jesús y Madre de los hombres?

Con la aparición de María en el cerro del Tepeyac comenzó en todo el antiguo territorio azteca un movimiento excepcional de conversiones, que se extendió a toda América Centro-Meridional y llegó hasta el lejano archipiélago de Filipinas. «La Virgen de Guadalupe sigue siendo aún hoy el gran signo de la cercanía de Cristo, al invitar a todos los hombres a entrar en comunión con Él, para tener acceso al Padre. Al mismo tiempo, María es la voz que invita a los hombres a la comunión entre ellos...»3. La Virgen ha ido siempre por delante en la evangelización de los pueblos. No se entiende el apostolado sin María. Por eso, cuando el Papa, Vicario de Cristo en la tierra, pide a los fieles la recristianización de Europa y del mundo acudimos a Ella para que «indique a la Iglesia los caminos mejores que hay que recorrer para realizar una nueva evangelización, Le imploramos la gracia de servir a esta causa sublime con renovado espíritu misionero»4. Le suplicamos que nos señale a nosotros el modo de acercar a nuestros amigos a Dios y que Ella misma prepare sus almas para recibir la gracia.

II. «Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas... mira cuán grande es la mies, e intercede junto al Señor para que infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios...»5, que los fieles «caminen por los senderos de una intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas»6. Solo así –con una intensa vida cristiana, con amor y deseos de servir– podremos llevar a cabo esa nueva evangelización en todo el mundo, empezando por los más cercanos. ¡Cuánta mies sin brazos que la recojan!, gentes hambrientas de la verdad que no tienen quienes se la enseñen, personas de todo tipo y condición que desearían acercarse a Dios y no encuentran el camino. Cada uno de nosotros debe ser un indicador claro que señale, con el ejemplo y con la palabra, el camino derecho que, a través de María, termina en Cristo.

De Europa partió la primera llamarada que encendió la fe en el continente americano. ¡Cuántos hombres y mujeres, de razas tan diversas, han encontrado la puerta del Cielo, por la fe heroica y sacrificada de aquellos primeros evangelizadores! La Virgen les fue abriendo camino y, a pesar de las dificultades, con tesón, paciencia y sentido sobrenatural enseñaron por todas partes los misterios más profundos de la fe. «Ahora nos encontramos en una Europa en la que se hace cada vez más fuerte la tentación del ateísmo y del escepticismo; en la que arraiga una penosa incertidumbre moral con la disgregación de la familia y la degeneración de las costumbres; en la que domina un peligroso conflicto de ideas y movimientos»7. De estos países que fueron profundamente cristianos, algunos dan la impresión de estar en camino de volver al paganismo del que fueron sacados, muchas veces con la sangre del martirio y siempre con la ayuda eficaz de la Virgen. Toda una civilización cimentada sobre ideas cristianas parece encontrarse sin recursos para reaccionar. Y desde estas naciones, de donde salió en otros tiempos la luz de la fe para propalarse por todo el mundo, desgraciadamente «se envía al mundo entero la cizaña de un nuevo paganismo»8.

Los cristianos seguimos siendo fermento en medio del mundo. La fuerza de la levadura no ha perdido su vigor en estos veinte siglos, porque es sobrenatural y es siempre joven, nueva y eficaz. Por eso nosotros no nos quedaremos parados, como si nada pudiéramos hacer o como si las dimensiones del mal pudieran ahogar la pequeña simiente que somos cada uno de los que queremos seguir a Cristo. Si los primeros que llevaron la fe a tantos lugares se hubieran quedado paralizados ante la tarea ingente que se les presentaba, si solo hubieran confiado en sus fuerzas humanas, nada habrían llevado a cabo. El Señor nos alienta continuamente a no quedar rezagados en esta labor, que se presenta «fascinadora desde el punto sobrenatural y humano»9. Pensemos hoy ante Nuestra Señora de Guadalupe, una vez más, qué estamos haciendo a nuestro alrededor: el interés por acercar a Cristo a nuestros familiares y amigos, si aprovechamos todas las ocasiones, sin dejar ninguna, para hablar con valentía de la fe que llevamos en el corazón, si nos tomamos en serio nuestra propia formación, de la que depende la formación de otros, si prestamos nuestro tiempo, siempre escaso, en catequesis o en otras obras buenas, si colaboramos también económicamente en el sostenimiento de alguna tarea que tenga como fin la mejora sobrenatural y humana de las personas. No nos debe detener el pensar que en ocasiones es poco lo que tenemos a nuestro alcance, en medio de un trabajo profesional que llena el día y aún le faltan horas. Dios multiplica ese poco; y, además, muchos pocos cambian un país entero.

III. Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas10. Estas palabras del Señor son actuales en cada época y en todo tiempo, y no excluyen a ningún pueblo o civilización, a ninguna persona. Los Apóstoles recibieron este mandato de Jesucristo, y ahora lo recibimos nosotros. En un mundo que muchas veces se muestra como pagano en sus costumbres y modos de pensar, «se impone a los cristianos la dulcísima obligación de trabajar para que el mensaje divino de la revelación sea conocido por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra»11. Contamos con la asistencia siempre eficaz del Señor: Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos12.

Dios actúa directamente en el alma de cada persona por medio de la gracia, pero es voluntad del Señor, afirmada en muchos pasajes del Evangelio, que los hombres sean instrumento o vehículo de salvación para los demás hombres. Id, pues, a los caminos, y a cuantos encontréis llamadlos a las bodas13. Y comenta San Juan Crisóstomo: «Son caminos también todos los conocimientos humanos, como los de la filosofía, los de la milicia, y otros por el estilo. Dijo, pues: id a la salida de todos los caminos, para que llamen a la fe a todos los hombres, cualquiera que sea su condición»14. Los mismos viajes, de negocios o de descanso, son ocasiones que Dios pone muchas veces a nuestro alcance para dar a conocer a Cristo15. También los lazos familiares, la enfermedad, una visita de cortesía a casa de unos amigos, una felicitación de Navidad, una carta a un periódico... «Son innumerables las ocasiones que tienen los seglares para ejercitar el apostolado de la evangelización y de la santificación»16. Nosotros, cada uno, tendríamos que decir con Santa Teresa de Lisieux: «No podré descansar hasta el fin del mundo mientras haya almas que salvar»17. ¿Y cómo vamos a descansar, si además esas almas están en el mismo hogar, en el mismo trabajo, en la misma Facultad, en el vecindario? Hemos de pedir a la Virgen el deseo vivo y eficaz de ser almas valientes, audaces, atrevidas para sembrar el bien, procurando, sin respetos humanos, que no haya rincones de la sociedad en los que no se conozca a Cristo18. Es preciso desterrar el pesimismo de pensar que no se puede hacer nada, como si hubiera una predeterminación hacia el mal. Con la gracia del Señor, seremos como la piedra caída en el lago, que produce una onda, y esta otra más grande19, y no para hasta el fin de los tiempos. El Señor da una eficacia sobrenatural a nuestras palabras y obras que nosotros desconocemos la mayor parte de las veces.

Hoy pedimos a Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe que se muestre como Madre compasiva con nosotros, que nos haga anunciadores del Evangelio, que sepamos comprender a todos, participando de sus gozos y esperanzas, de todo lo que inquieta su vida, para que, siendo muy humanos, podamos elevar a nuestros amigos al plano sobrenatural de la fe. «¡Reina de los Apóstoles! Acepta nuestra prontitud para servir sin reserva a la causa de tu Hijo, la causa del Evangelio y la causa de la paz, basada sobre la justicia y el amor entre los hombres y entre los pueblos»20.

1 Nican Mopohua, según la traducción de M. Rojas, México 1981, nn. 28-32. — 2 Ibídem, nn. 181-183. — 3 Juan Pablo II, Ángelus 13-XII-1987. — 4 Ibídem. — 5 Cfr. ídem, Oración a la Virgen de Guadalupe, México 27-I-1979. — 6 Ibídem. — 7 ídem, Discurso 6-XI-1981. — 8 A. del Portillo, Carta pastoral 25-XII-1985. — 9 Ibídem. — 10 Mc 16, 1. — 11 Conc. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 3. — 12 Mt 28, 18. — 13 Mt 22. 9. — 14 San Juan Crisóstomo, en Catena Aurea, vol. III, p. 63. — 15 Cfr. Conc. Vat. II, loc. cit., 14. — 16 Ibídem, 6. — 17 Santa Teresa de Lisieux, Novissima verba, en Obras completas, Monte Carmelo, 5ª ed., Burgos 1980. — 18 Cfr. San Josemaría Escrivá, Forja, n. 716. — 19 Cfr. ídem, Camino, n. 831. — 20 Juan Pablo II, Homilía en Guadalupe, 27-I-1979.

El día 9 de diciembre de 1531 se apareció la Virgen María a un indio llamado Juan Diego, en el cerro de Tepeyac, cerca de la ciudad de México, manifestándole sus deseos de que allí fuese erigido un templo. Después de sanar milagrosamente al indio Bernardino, tío de Juan Diego, el 12 de diciembre, cuando, por mandato de la Virgen, llevaba al Prelado unas flores, al dejarlas caer de su tilma, la imagen de la Señora apareció grabada en esa prenda, que se venera en la actualidad en el Santuario Basílica de Guadalupe, en México. Era la señal que había pedido el Obispo Juan de Zumárraga, que levantó una capilla en 1553.

Existen diversos documentos que testifican los hechos acaecidos. El más antiguo es el que recoge la declaración de un testigo presencial de la entrevista entre Zumárraga y Juan Diego, Se conserva en la Biblioteca Nacional de México.

 

 

12 de diciembre, fiesta de la Virgen de Guadalupe

En la festividad de la Virgen de Guadalupe, recordamos la historia de las apariciones de la Santísima Virgen al indio Juan Diego, en el cerro de Tepeyac, del siglo XVI.

11/12/2022

El relato más antiguo sobre las apariciones de la Santísima Virgen al indio Juan Diego, en el cerro de Tepeyac, es el llamado Nican Mopohua, compuesto en lengua náhuatl, a mediados del siglo XVI. 

El autor, contemporáneo a los hechos, reproduce los giros y tratamientos coloquiales típicos, reiterativos y candorosos, que Nuestra Señora sostiene con el vidente. Es la plática amorosa y confiada de un hombre sencillo con su madre.


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En este enlace, puedes ver en vivo a la Virgen de Guadalupe en la Villa. En el santuario se reza el Rosario de lunes a jueves a las 16.00 horas (de la Ciudad de México).


Relato de  las apariciones de la Virgen María en México, bajo la advocación de Guadalupe

La historia comienza en el mes de diciembre de 1531. Por entonces, cuenta el Nican Mopohua, diez años después de conquistada la ciudad de México, se suspendió la guerra y hubo paz en los pueblos, y así comenzó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. La evangelización avanzaba a grandes pasos.

Parecían ya lejanos aquellos ritos macabros que para contentar a sus ídolos sedientos de sangre se veían obligados a soportar, como un yugo pesadísimo, los buenos nativos.

La liberación del mal y del error que traían los sacramentos y la doctrina de Jesucristo cayó como un bálsamo en el corazón de aquel pueblo, y la gracia obró el maravilloso milagro de la conversión. A tan sólo diez años de la llegada de la fe al antiguo reino azteca, quiso Dios mostrar que ponía bajo el manto de la Medianera de todas las gracias, su Santísima Madre, la evangelización del nuevo continente.

Un indito de nombre Juan Diego

Y sucedió, se lee en el Nican Mopohua, que había un indito, un pobre hombre del pueblo, de nombre Juan Diego, según se dice, natural de Cuauhtitlán. 

Un sábado, a hora muy temprana, se encaminó a la ciudad de México para recibir la instrucción en la doctrina cristiana. Al pasar junto a un pequeño cerro llamado Tepeyac, oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros preciosos. Maravillado, aquel hombre creía hallarse en el paraíso. Y cuando cesó de pronto el canto, cuando se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: "Juanito, Juan Dieguito". Muy contento se dirigió a donde la voz procedía y vio a una noble Señora que allí estaba de pie y lo llamó para que se acercara a Ella. Llegando a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; y la piedra, el risco en el que estaba de pie, lanzaba rayos resplandecientes.

Juan Diego se postró y escuchó su palabra, sumamente agradable, muy cortés, como de quien lo atraía y estimaba mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?". Él respondió: "Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatelolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan nuestros sacerdotes, delegados de Nuestro Señor".

San Juan DiegoSan Juan Diego. Imagen: Dennis Jarvis from Halifax, Canada, CC BY-SA 2.0

Enseguida la Santísima Virgen comunicó a Juan Diego cuál era su voluntad: "Sabe y ten bien entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador de los hombres, del que está próximo y cerca, el Dueño del cielo el Señor del mundo. Deseo vivamente que aquí me levanten un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa; porque yo en verdad soy vuestra Madre compasiva, tuya y de todos vosotros que vivís unidos en esta tierra, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, que me invoquen, me busquen y en mí confíen; allí escucharé su llanto, su tristeza, para remediar y curar todas sus penas, miserias y dolores".

Después, Nuestra Señora le ordenó que se presentara ante el obispo fray Juan de Zumárraga, para hacerle saber su deseo y concluyó: "Y ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño; anda y pon todo tu esfuerzo".

Pero no fue creído el buen indio cuando reveló al prelado cuanto la Virgen le había dicho. Y muy compungido volvió al cerro de Tepeyac, para comunicar el fracaso de su embajada y pedir a la Santísima Virgen que enviara a alguien más digno: una persona principal y respetada a quien de seguro darían mayor crédito. Pero escuchó esta respuesta:

"Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad".

Confortado de este modo, reiteró Juan Diego su ofrecimiento de presentarse al obispo y así lo hizo al día siguiente. Después de ser interrogado, tampoco en esta ocasión fue creído. Fray Juan le pidió una señal inequívoca de que era la Reina del Cielo quien le enviaba. Juan Diego se presentó de nuevo a la Virgen en Tepeyac para dar sus explicaciones y la Señora le prometió entregarle una señal irrefutable al día siguiente.

¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿A dónde te diriges?

Pero Juan Diego no volvió porque, al regresar a su casa, encontró a su tío Juan Bernardino en trance de muerte. Buscó un médico, pero ya era inútil. Transcurrió esa jornada, y al llegar la noche, su tío le rogó que buscara a un sacerdote para confesarse y bien morir. El martes de madrugada, se puso Juan Diego en camino y, al llegar cerca del cerro de Tepeyac, decidió dar un rodeo para evitar encontrarse con la Señora. En su ingenuidad, pensaba que si se demoraba no llegaría a tiempo de que un sacerdote confortara a su tío.

Pero la Virgen le salió al encuentro y tuvo lugar ese encantador diálogo, que nos ha transmitido con toda su frescura el Nican Mopohua: le dijo: "¿qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿A dónde te diriges?".

Juan Diego, confuso y temeroso, le devolvió el saludo: "Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud, oh mi Señora y Niña mía?”.

Y explicó humildemente por qué se había apartado de la misión recibida. Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen:

"Oye y ten bien entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad ni otra alguna enfermedad o angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra y amparo? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo y entre mis brazos? ¿Qué más has menester?".

Es bien conocido el desenlace de la historia: el prodigio de las rosas florecidas en la cumbre del cerro, que fueron depositadas en la tilma de Juan Diego por la Virgen, y llevadas a fray Juan de Zumárraga, como prueba de las apariciones; y como, al desplegar Juan Diego su tosca prenda, apareció la maravillosa imagen, no pintada por mano de hombre, que todavía hoy se conserva y venera.

El tío de Juan Diego sanó y vio a la Santísima Virgen, que le pidió fuera también él a ver al obispo para revelar lo que vio y de qué manera milagrosa le había Ella sanado; y como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

La devoción a la Virgen de Guadalupe

Vivió Juan Diego hasta los setenta y cuatro años de edad, después de haber habitado cerca de tres lustros junto a la primera ermita construida para rendir culto a Santa María de Guadalupe. Falleció en 1548, al igual que obispo fray Juan de Zumárraga. El 31 de julio de 2002 tuvo lugar su canonización.

Villa de GuadalupeVilla de Guadalupe. Foto: Juan Carlos Fonseca Mata, CC BY-SA 4.0

En poco tiempo, la devoción a la Virgen de Guadalupe se extendió de manera prodigiosa. Su arraigo en el pueblo mexicano es un fenómeno que no tiene fácil comparación; puede verse su imagen por todas partes y se cuentan por millones los peregrinos que acuden con una fe maravillosa a poner sus intenciones a los pies de la milagrosa imagen en su Villa de México.

En toda América y en muchas otras naciones del mundo se invoca con fervor a la que por singular privilegio, en ningún otro caso otorgado, dejó su retrato como prenda de su amor.

 

 

Javier Echevarría y los enfermos

El 12 de diciembre de 2016 falleció en Roma Mons. Javier Echevarría, prelado del Opus Dei durante 22 años (desde 1994 hasta la fecha del fallecimiento). En este aniversario ofrecemos un breve recuerdo de Mons. Iñaki Celaya sobre don Javier.

12/12/2022

Se trata de un extracto de otro escrito más amplio sobre el anterior prelado. Don Iñaki vivió y trabajó estrechamente con él desde el año 1954: primero, como rector del Colegio Romano de la Santa Cruz y, más adelante, como director espiritual del Opus Dei.


El cariño, la preocupación y atención por los enfermos ocupó un lugar importante en la vida, oración y mortificación de don Javier: lo pudimos comprobar muy de cerca, especialmente a partir de su elección como prelado. 

No pasaba un día sin que, en las tertulias y conversaciones con sus hijos, no recordara a los enfermos de las distintas regiones, para que los encomendáramos y los cuidásemos como tesoros de la Obra. 

Era muy frecuente, casi a diario, que le llegaran noticias de algún enfermo en distintas partes del mundo: pedía oraciones, les escribía una carta (son miles las que se conservan), les hacía llegar su cariño y su bendición... y les pedía que ofrecieran la enfermedad por sus intenciones.


Gracias, Padre (Javier Echevarría, 1932 - 2016). Vídeo que se publicó a los pocos días de que falleciera.


Pedía a los directores que le tuvieran informado de la evolución de la enfermedad; visitaba personalmente a todos los que estuvieran enfermos en Roma o internados por una intervención quirúrgica: somos centenares los que tenemos un recuerdo lleno de agradecimiento por estas visitas y muchos tienen anotadas las palabras que les dirigió en esas ocasiones. 

En sus viajes apostólicos hizo lo mismo con los enfermos que hubiera en cada ciudad. Recuerdo muy particularmente uno de sus últimos viajes a Burgos: estuvo un largo rato con una persona que padecía una enfermedad degenerativa muy avanzada: no se sabe si entendía algo, le animó a vivir la enfermedad con amor de Dios y a ofrecer sus dolores por el Papa; varios que asistieron a la conversación quedaron impactados. 

Todas las veces que fue a Pamplona, por cuestiones médicas u otras razones, dedicó largos tiempos a visitar a los enfermos internados en la Clínica Universidad de Navarra y a agradecer el trabajo de los médicos y del personal sanitario.

También quienes le acompañaron más de cerca en los días previos a fallecer en el policlínico Campus Bio-Médico pudieron observar este rasgo marcado de su personalidad en su interés por los otros enfermos del hospital y por el personal médico y sanitario.


Todo puede y debe llevarnos a Dios”

Urge difundir la luz de la doctrina de Cristo. Atesora formación, llénate de claridad de ideas, de plenitud del mensaje cristiano, para poder después transmitirlo a los demás. No esperes unas iluminaciones de Dios, que no tiene por qué darte, cuando dispones de medios humanos concretos: el estudio, el trabajo. (Forja, 841)

12 de diciembre

El cristiano ha de tener hambre de saber. Desde el cultivo de los saberes más abstractos hasta las habilidades artesanas, todo puede y debe conducir a Dios. Porque no hay tarea humana que no sea santificable, motivo para la propia santificación y ocasión para colaborar con Dios en la santificación de los que nos rodean. La luz de los seguidores de Jesucristo no ha de estar en el fondo del valle, sino en la cumbre de la montaña, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo.

Trabajar así es oración. Estudiar así es oración. Investigar así es oración. No salimos nunca de lo mismo: todo es oración, todo puede y debe llevarnos a Dios, alimentar ese trato continuo con Él, de la mañana a la noche. Todo trabajo honrado puede ser oración; y todo trabajo, que es oración, es apostolado. De este modo el alma se enrecia en una unidad de vida sencilla y fuerte.

Hemos visto la realidad de la vocación cristiana; cómo el Señor ha confiado en nosotros para llevar almas a la santidad, para acercarlas a Él, unirlas a la Iglesia, extender el reino de Dios en todos los corazones. El Señor nos quiere entregados, fieles, delicados, amorosos. Nos quiere santos, muy suyos. (Es Cristo que pasa, nn. 10-11)

 

 

«Trabajar con una óptica cristiana cambia a la gente»

Un coloquio entre una médico y un escritor sobre la espiritualidad del trabajo, un cuadro de la Virgen de Guadalupe y otro del fundador del Opus Dei en la iglesia Catedral, y la bendición del Obispo sobre ese trabajo componen el panel de eventos celebrados por los 50 años de las tertulias de san Josemaría en Pozoalbero (Jerez de la Frontera).

12/12/2022

La doctora Alba María Sillero cuenta que, cuando era médico residente de primer año, recibió en urgencias a una paciente y, después de auscultarla, le recetó analgésicos para el fuerte dolor que sentía en un hombro. Por prudencia consultó a otro médico y éste, después de valorar el caso, decidió que la paciente debía quedar ingresada. Horas más tarde, las pruebas revelaron un diagnóstico fatal: tenía un cáncer avanzado y grave.

La doctora hubo de atender a la paciente y a su familia al día siguiente y durante las semanas posteriores. Apurada por su diagnóstico precoz, recapacitó sobre el mejor modo de atenderles, para lo cual recordó consejos propios de su profesión y algunas enseñanzas de san Josemaría aplicables a su trabajo: acabar bien cada tarea, tratar con amor a todas las personas, rezar por los pacientes y sus familiares, llevarles calor y consuelo en horas difíciles… Así trató de hacerlo, llegando a expresarle a aquella paciente que rezaba por ella y su curación. Sin embargo, fruto de la agresividad de la enfermedad, la paciente falleció al cabo de varias semanas.

Tres años más tarde, en el mismo hospital donde continuaba trabajando, otra paciente se le acercó de repente, le preguntó que si se acordaba de ella y se identificó como hija de aquella señora enferma de cáncer: “Tú atendiste a mi madre cuando fue ingresada. Quiero darte las gracias por cómo le cuidaste, porque murió muy tranquila sabiendo que tú rezabas por ella. Dios actúa a través de ti”.

Casa de retiros de Pozoalbero (Jerez de la Frontera)Casa de retiros de Pozoalbero (Jerez de la Frontera)

Alba Sillero es médico especializada en cuidados paliativos y Enrique García Máiquez es poeta y articulista. Ambos entablaron el 30 de noviembre una conversación pública en el salón de actos de la Fundación Cajasol, en Jerez, sobre “El influjo de la espiritualidad del trabajo según san Josemaría”, moderados por el periodista y mediacoach Eugenio Camacho. El motivo que les reunió fue la conmemoración de los 50 años de las tertulias de san Josemaría en la casa de retiros Pozoalbero, situada a las afueras de la ciudad.

Para la doctora, “aprender a santificar el trabajo cambió la perspectiva de mi vida y de mis ocupaciones. Yo venía construyendo una vida independiente de Dios porque pensaba que no tenía cabida en mi tarea como médico, pero una amiga me explicó que se puede santificar el trabajo, que podía encontrar a Dios en mi trabajo y en mi vida ordinaria”. Alba concluye que ahora su trabajo tiene más sentido si cabe, “porque con una óptica cristiana puedo ayudar a muchos pacientes dándoles los cuidados que necesitan y llevándoles el consuelo de Dios al final de sus vidas. Este modo de hacer cambia a la gente, aunque tú no quieras y aunque no lo pretendas”.

Por su parte, Enrique García Máiquez es poeta, profesor de instituto, crítico literario y articulista en varios medios de comunicación. En su intervención destacó y explicó algunas enseñanzas aprendidas de san Josemaría que influyen en el modo de afrontar su trabajo.

Destacó entre todas ellas la necesaria profesionalidad que ha de tener el trabajo para que resulte agradable a Dios; la unidad de vida que debe presidir todos los quehaceres; la libertad personal y la consecuente responsabilidad con la que cada cual ha de tomar sus decisiones; el examen de conciencia que le hace recapacitar sobre su modo de vivir y trabajar; el aprovechamiento del tiempo para gloria de Dios, y el respeto por todas las personas por muy distantes que estén respecto de las posiciones de uno.

El evento, que congregó a casi doscientas personas, contó también con la proyección del reportaje “La huella de un santo. Catequesis de san Josemaría en Andalucía”, editado por la productora Betafilms.

Un cuadro de la Virgen de Guadalupe y otro de san Josemaría

Dos días más tarde, el Obispo de Asidonia-Jerez, D. José Rico Pavés, presidió en la iglesia Catedral de Jerez la eucaristía al final de la cual fueron bendecidos dos cuadros: uno de la Virgen de Guadalupe, y otro de san Josemaría. 

Ambos cuadros son obra del pintor mexicano afincado en Valencia, José Antonio Ochoa. El cuadro representa a san Josemaría de pie rezando el rosario, y los cuadros han quedado ubicados en la capilla dedicada a san Juan Pablo II, justo a la entrada de la capilla del Santísimo.

Imágenes de la Virgen de Guadalupe y de san Josemaría, en la Catedral de Jerez de la FronteraImágenes de la Virgen de Guadalupe y de san Josemaría, en la Catedral de Jerez de la Frontera

En su homilía, D. José Rico Pavés comentó el tiempo litúrgico de Adviento como preparación para la venida del Señor, que es justamente lo que buscó san Josemaría con su vida y su labor pastoral: “promover un encuentro personal con Jesucristo, enseñar a muchas personas a encontrar a Jesucristo en su trabajo y en su vida ordinaria. El pintor ha recogido al pie del cuadro una frase de san Josemaría que busca reflejar este empeño del santo por conocer y dar a conocer a Jesucristo: “¡Que yo vea con tus ojos, Cristo mío!”.

Para uno de los promotores de esta propuesta, Ángel Heredia, “Jerez vuelve a contar con la presencia de san Josemaría entre nosotros, lo que permitirá a muchas personas evocar sus venidas a Jerez y, a otros, interesarse por aquellas tertulias inolvidables en Pozoalbero”, que contó con tanta belleza literaria el escritor José María Pemán en un artículo de prensa, expresando cómo Dios siempre busca la colaboración del hombre en su plan de salvación, busca causas segundas en las personas para hacer el bien que Él quiere hacer a través de ellas, y había encontrado en san Josemaría una causa segunda “¡que le había salido de primera!”.

 

“¡Vale la pena!” (IV): De generación en generación

Con el avance de los años y de las generaciones, la familia del Opus Dei está llamada a ser fiel al regalo que Dios hizo al mundo el 2 de octubre de 1928, un carisma «viejo como el Evangelio, y como el Evangelio nuevo».

10/11/2022

«El Señor anula los planes de las naciones, vuelve vanos los proyectos de los pueblos» (Sal 33,10). Este verso del salmista podría resultarnos un tanto severo, si pensamos en nuestros proyectos personales. Sin embargo, si prestamos atención, el salmo se refiere a la fragilidad de lo que se construye prescindiendo de Dios, poniendo los cimientos «sobre arena» (cfr. Mt 7,26). Por eso, continúa el salmista: «El designio del Señor se mantiene eternamente, los proyectos de su corazón, de generación en generación» (Sal 33,11). La Sagrada Escritura nos recuerda de muchas maneras la flaqueza de lo puramente humano, por fuerte que parezca, frente a la enorme solidez de cuanto Dios inicia en la historia, a pesar de su aparente fragilidad. Y el Opus Dei es precisamente uno de esos proyectos del corazón de Dios que, con el tiempo, se despliega de generación en generación.

Con la frescura del 2 de octubre de 1928

Si tuviésemos que resumir en una sola frase el gran «proyecto» del corazón de Dios que es el Opus Dei, lo podríamos hacer probablemente con aquellas palabras de Jesús que resonaron en el corazón de san Josemaría el 7 de agosto de 1931: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). En realidad, este proyecto del Señor es mucho más antiguo que la Obra: es un plan en curso desde hace más de dos mil años, que explica la razón de ser de la vida de toda la Iglesia; un proyecto al que son convocados hombres y mujeres de toda raza, lengua, época y condición para formar un solo pueblo. Sin embargo, el 2 de octubre de 1928 Dios quiso dar un nuevo impulso a ese proyecto, creando una nueva familia en el seno de su Iglesia. Así sintetizaba san Josemaría la intuición de aquel momento: «Que, en todos los lugares del mundo, haya cristianos con una dedicación personal y libérrima, que sean otros Cristos»[1].

La Obra es muy joven en comparación con la Iglesia y con tantas instituciones que han surgido a lo largo de su historia. Aun así, acercándonos a su primer centenario, y al percibir cómo han cambiado las circunstancias históricas respecto al momento fundacional, es lógico que nos preguntemos por el modo de seguir siendo fieles a ese carisma divino. «El centenario será un tiempo de reflexión sobre nuestra identidad, nuestra historia y nuestra misión»[2], ha escrito el prelado del Opus Dei. Nos llena de paz la idea de desplegar, al amparo de la Iglesia, esta inquietud por ser cada vez más fieles. El Espíritu Santo ha sabido hacer de su Iglesia un pueblo fiel en medio de tantas vicisitudes de la historia, alentándola para que no perdiera su frescura y su fecundidad. Por eso, es precisamente desde muy adentro de la Iglesia como podremos transmitir a las generaciones futuras el Opus Dei, «con la misma pujanza y frescura de espíritu que tenía nuestro Padre el 2 de octubre de 1928»[3]. Contribuir a esta fiel continuidad forma parte también de nuestro camino.

Para ser milicia, cuidar la familia

San Josemaría utilizaba con frecuencia el binomio «familia y milicia» para describir la naturaleza íntima de la nueva realidad que Dios le había pedido fundar. Por ello, aquella fiel continuidad tiene mucho que ver con custodiar la actualidad de esta descripción, con mantener bien oxigenados estos dos pulmones. Recordar que la Obra ha sido querida por Dios como una familia nos ayudará, en primer lugar, a tener presente que los lazos que nos unen no son primariamente fruto de nuestra libre elección, sino de la aceptación de un don recibido, del mismo modo que no elegimos a nuestros padres ni a nuestros hermanos. El peso que puedan tener afinidades de carácter, de edad o de otro tipo es secundario: no es decisivo a la hora de ofrecer nuestro afecto. Por eso don Javier, segundo sucesor de san Josemaría, repetía con frecuencia: «Que os queráis». Es una invitación a redescubrir la vida de nuestros hermanos, a no excluir a nadie de nuestra amistad.

Este carácter de familia del Opus Dei tiene también, desde el principio, dos rasgos fundamentales que podríamos resumir así: somos un hogar y tenemos un aire de familia. El hogar es el espacio que permite la intimidad y el crecimiento en un clima agradable, de aprecio mutuo. Salta a la vista, entonces, la importancia que tiene para la continuidad fiel el trabajo de la Administración de los centros del Opus Dei –«apostolado de los apostolados», como lo llamaba san Josemaría–, y la necesidad del empeño de cada uno por hacer hogar.

A su vez, como sucede en todas las casas, tenemos también un aire de familia propio, único, reconocible en cualquier lugar, pero que presenta también toda la variedad de la extensión territorial de la Obra. Este aire está marcado por la secularidad –somos cristianos en medio del mundo iguales a los demás–, por la elegancia de quienes valoran la buena educación en la convivencia, y por nuestra propia historia. Las costumbres y tradiciones de la vida de familia, que nos vinculan con nuestro origen, nos ayudan a sabernos parte de algo que nos trasciende; nos dan una clave para situarnos en el mundo adecuadamente: no como individuos aislados, sino precisamente como miembros de una familia. Además, los centros del Opus Dei han sido siempre hogares abiertos a todos los que deseen participar en sus actividades; «deben ser lugares en los que muchas personas encuentren un amor sincero y aprendan a ser amigas de verdad»[4].

Por otro lado, recordar que el Opus Dei es milicia significa comprender nuestra vida en los mismos términos que la de Jesús. Puesto que «no es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor»[5], tampoco los cristianos podemos entender el apostolado como una mera actividad externa, sino como algo constitutivo: «No hacemos apostolado, somos apóstoles»[6]. En ese sentido, el Papa Francisco ha subrayado que «la nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo»[7]. La Obra ha sido y es milicia porque existe para llevar la felicidad de la vida con Dios a todos los hombres.

Del deslumbramiento al amor

El primer capítulo de Forja recoge muchas reflexiones de san Josemaría en torno a la vocación. El capítulo lleva como título «Deslumbramiento» porque una llamada de Dios, cuando es auténtica, supone una ampliación asombrosa de horizontes, una revelación del amor personalísimo de Dios por cada uno. El centro luminoso de este deslumbramiento no puede ser otro que Jesús, que es quien llama y aquel a quien respondemos. Sin embargo, todos hemos experimentado cómo Cristo se sirve de la atracción que suscitan los cristianos para darse a conocer: la Iglesia participa de su belleza (cfr. Ef 5,27). Por eso, la llamada de Cristo a seguirle en el Opus Dei va de la mano de un deslumbramiento ante la vida de esta familia: de un modo u otro, todos hemos intuido que este era nuestro lugar para vivir junto a Dios.

Si pensamos en nuestra vocación al Opus Dei desde la analogía con la experiencia del amor humano, podemos encontrar algunas luces para nuestro camino. En el amor entre esposos, el paso del tiempo permite progresar del enamoramiento hacia el amor. Se trata de un progreso –no de un retroceso– en el que puede decaer cierto entusiasmo, en el que aparecen ante nuestros ojos las debilidades de la persona amada. Pero es precisamente esa toma de tierra, ese contacto con la realidad, lo que permite que surja el amor verdadero: un amor por el que uno es capaz de entregarse a alguien que no es perfecto, con la convicción de que es quien da sentido a nuestra vida. En este progreso, ambos encontrarán cada vez más motivos para amarse, y su vida juntos adquirirá una solidez que no tenía en los primeros momentos. Si, en cambio, se dejan invadir por la tibieza y el desencanto, el amor retrocederá; no se producirá ese necesario paso del enamoramiento al amor. La tibieza, en efecto, es una enfermedad de la voluntad, que parece incapaz de moverse una vez pasado el entusiasmo; el desencanto, por su parte, es un defecto de la inteligencia, incapaz de asumir adecuadamente la imperfección propia y ajena. Se trata, pues, de dos enemigos que conviene desenmascarar para poder vivir de amor a lo largo de toda la vida.

Comprenderemos, en primer lugar, que un deslumbramiento por la Obra, como camino de unión con Jesús, constituye un signo de vocación del que no se puede prescindir en la labor de discernimiento. Sabremos, después, valorar lo positivo de pasar de ese deslumbramiento inicial a una consideración más serena de la realidad, a un deslumbramiento más profundo, más maduro, superando situaciones ideales que nos incapacitarían para amar. Finalmente, llegaremos a poder leer nuestra vida en la de aquellos hermanos y hermanas nuestros «que nos han precedido en el camino y nos han dejado un testimonio precioso de ese vale la pena»[8].

Acrecentar la herencia

Característico de una familia es dejar una herencia, muchas veces material, a la siguiente generación. De hecho, a lo largo de la historia, el acto de desheredar a un hijo ha sido considerado uno de los castigos más terribles que puede infligir un padre. A la vez, también es característico de la familia el deseo de acrecentar la herencia recibida, para pasarla, mejorada, a las generaciones sucesivas. Con el transcurrir de los años, los hombres y mujeres que se van incorporando al Opus Dei reciben una herencia acrecentada por quienes los precedieron. Así, al espíritu que Dios entregó a san Josemaría, herencia fundamental de la que la Obra no puede descapitalizarse, se suman tanto algunos modos de vivir nuestro espíritu, propios de cada momento, como algunas obras de apostolado corporativo, fruto de la magnanimidad de quienes nos han precedido. Tarea de cada generación será transmitir vivo y lozano el espíritu de la Obra, adaptando aquellas concreciones accidentales, fruto de cada tiempo, y renovando el impulso que requieran las distintas obras apostólicas corporativas.

Esta empresa de acrecentar la herencia del Opus Dei exige, en primer lugar, un importante empeño personal por formarnos en el espíritu de la Obra y por adentrarnos siempre más en la vida de san Josemaría, conscientes de que fue el transmisor de un carisma divino. Son las obras de Dios las que fecundan la historia, y no las ocurrencias humanas, por brillantes que puedan parecer a primera vista. Por eso, será cada vez más importante profundizar en la comprensión de lo que Dios quiso el 2 de octubre de 1928.

En segundo lugar, conviene que sintonicemos vitalmente con una convicción de san Josemaría que nos ayudará a «ser Opus Dei» en nuestras propias coordenadas espaciotemporales: la radical modernidad del Evangelio, y del espíritu de la Obra, respecto a las distintas culturas, siendo el primero el que vivifica a las segundas. De este modo, lo verdaderamente nuevo –el Evangelio, leído a la luz del carisma del Opus Dei– iluminará las sombras de algunas manifestaciones culturales, aparentemente modernas, que nacen de la confusión y de la mentira del pecado. Esto requiere distinguir con sabiduría y delicadeza lo que conforma el espíritu de lo que es una concreción que puede cambiar, y que efectivamente ha cambiado en el tiempo. En este ámbito, el Papa anima a todos los cristianos a no refugiarse en el «siempre se ha hecho así», porque esa actitud «mata la libertad, mata la alegría, mata la fidelidad al Espíritu Santo que siempre actúa hacia adelante, llevando adelante la Iglesia»[9].

San Josemaría resumía en frase redonda la novedad perenne del espíritu de la Obra: es, decía, «viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo»[10]. La conciencia serena de esta modernidad nos encamina hacia un apostolado libre y responsable, que se adapta a cada uno «como el guante a la mano», para poder transmitir el Evangelio en nuestro mundo. «Jesucristo ama especialmente a aquellos que buscan tener la vida que Él ha querido y predicado», escribió en una ocasión. «Y el Opus Dei, sin normas accidentales rígidas, para no entorpecer con disposiciones anticuadas la adaptabilidad de la Obra al tiempo, con realidades de unión, de paz y de caridad, crea una organización de católicos cultos y consecuentes para la actuación social y pública»[11].

Por último, acrecentar la herencia del Opus Dei requiere también –Dios y la Obra cuentan con ello– creatividad para, cuando resulte conveniente, revitalizar las obras de apostolado ya existentes, y para dar lugar a tantas otras nuevas, de muy diverso tipo. La fidelidad institucional nos llevará a veces a esforzarnos por mantener obras que otros pusieron en marcha, dándoles el vigor que cada época requiera. Mejorar lo que otros iniciaron es un signo de madurez en quienes forman parte de una institución que avanza en el tiempo.

Una paternidad que continúa

Aunque algunas voces en el debate cultural hayan postulado la «muerte del padre» como requisito para la emancipación del ser humano, las consecuencias de esta propuesta están a la vista de todos y se juzgan por sí mismas: las personas se encuentran más solas y, por ello, son más vulnerables. Lo que buscaba conducir a la libertad ha llevado a una mayor esclavitud. En una familia, el padre no es a fin de cuentas un obstáculo para la libertad, sino una condición necesaria para que la misma familia exista y cumpla su misión: capacitarnos para amar, ofrecernos un lugar seguro para crecer de manera saludable.

En el Opus Dei, la paternidad encomendada a nuestro Padre continúa en la figura de sus sucesores. Esta paternidad nos recuerda que somos hijos amados del Padre del cielo, anima nuestro amor a Dios y a los demás, nos sostiene en la fidelidad a las llamadas de Dios y a la herencia familiar ­–el espíritu de la Obra– que corresponde a todos cuidar. Que quede al prelado del Opus Dei, junto con los Consejos que le ayudan en su tarea de gobierno, el discernimiento de lo que pertenece al espíritu de la Obra y de lo que es mudable[12], no responde a unos criterios de organización institucional, sino a la naturaleza familiar del Opus Dei dentro de la Iglesia. La paternidad en la Obra es, por tanto, una prueba más de la misericordia de Dios con nosotros; es una manifestación de que «el cielo está empeñado en que se realice»[13].

«Pienso en la Obra y me quedo abobao»[14]. Estas palabras de san Josemaría no reflejan la emoción pasajera de un amor adolescente, incapaz de percibir las dificultades, y que anula la capacidad de mejora. Reflejan, más bien, el amor vivo de quien deja que la gracia de Dios trabaje en su corazón, año tras año. Para ser eslabones de esta cadena, en la historia que comenzó en 1928, necesitamos un corazón así.


[1] Cfr. A. Vázquez de Prada, El fundador del Opus Dei, 1, p. 380.

[2] Mons. F. Ocáriz, Mensaje, 10-VI-2021.

[3] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral 19-III-2022, n. 12.

[4] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 1-XI-2019, n. 6.

[5] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 122.

[6] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 9.

[7] Francisco, Ex. ap. Evangelii gaudium, n. 120.

[8] Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 5.

[9] Francisco, Homilía, 8-V-2017.

[10] San Josemaría, Conversaciones, n. 24.

[11] San Josemaría, Instrucción para la obra de San Gabriel, n. 14

[12] Cfr. Mons. F. Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 11.

[13] San Josemaría, Instrucción, 19-III-1934, n. 47.

[14] Cf. Mons. J. Echevarría, Carta pastoral, agosto 2014.

 

Los distintos planos de las relaciones entre la jerarquía y los fieles laicos

 

Escrito por Juan  Ignacio  Arrieta

Publicado: 24 Noviembre 2022

 

Uno de los puntos  claves  para  establecer  los  términos  formales en los que se plantea  la  función  que  tienen  asignada  los  laicos [1]  en la Iglesia se halla condensado en el n. 37 de la Constitución  dogmática «Lumen gentium», donde se alude a todo un conjunto de relaciones  que mantienen  los  miembros  de la  jerarquía  con los fieles laicos al llevar  a  cabo  la  misión  de  la  Iglesia [2]. Ahora  bien,  la naturaleza de esas relaciones es muy variada  es desde el punto de vista  canónico, en el sentido de que no se plantean en el mismo contexto jurí­ dico, ni toman bajo análoga perspectiva los dos términos de la relación: la  jerarquía  y el laico. De ahí que, para la comprensión misma de esas relaciones, sea de todo punto necesario advertir las particularidades propias de los distintos contextos jurídicos en que se pueden situar [3].

1.       Los ámbitos de actuación de la misión de la Iglesia

El Concilio Vaticano II presenta a la Iglesia como un Pueblo o sociedad de los bautizados que  ha  recibido  la  misión  de  dilatar  y dirigir a plenitud el Reino de Dios, bajo la guía de  los Sagrados Pastores (LG, 9, c. 204) [4]. Esos dos conceptos de sociedad y misión se hallan relacionados en cualquier realidad  societaria,  y también  lo están en  la  Iglesia,  pues  una  sociedad se auto-comprende en relación  con  la misión que debe cumplir.  Al  ser  elementos  conceptuales  autónomos, su análisis separado puede enriquecer el conocimiento de la realidad que aquí interesa exponer.

La sola consideración del primero de esos dos elementos -el societario- presenta a la Iglesia como estructura jurídicamente estable, constituida como sociedad en este mundo y  organizada  jerárquicamente, que subsiste en la Iglesia católica (cfr. c. 204  §  2).  La  componen aquellas personas  que  además  de  estar  incorporadas  a  Cristo por el Bautismo (c. 204  §  1)  se encuentran  en  plena  comunión  de fe, de sacramentos y de régimen eclesiástico (cfr. c. 205). En esta consideración de la Iglesia queda de relieve su aspecto  estructural-constitutivo, en cuyo marco  tiene  lugar  una  particular  vida  societaria  y en cuyo seno existe un reparto  de funciones  entre  sus  componentes  (LG 10, PO 2) [5].

Sin embargo, la descripción de lo que es la Iglesia resulta todavía demasiado pobre mientras no se añade a ese planteamiento intra-societario una referencia suficiente a la misión [6] que  tiene confiada  de realizar  el  proyecto   divino  de  dilatar  el  Reino  de  Dios  (AA  2).  Es preciso, entonces, considerar a la Iglesia también en su perspectiva dinámica: no sólo en cuanto realidad estable ya realizada estructuralmente, sino como realidad que está llamada a realizarse en el espacio y en el tiempo a impulsos del Espíritu Santo, y mediante  la  acción  de todos sus componentes.

Como señala el n. 9 de la Constitución «Lumen  gentium»,  aunque el Pueblo de Dios está ya incoado en este Pueblo mesiánico instituido para ser  comunión  de  vida, de caridad  y  de  verdad  -que es la sociedad de la Iglesia del c.  204  y  205-, Cristo  se  sirve  de  él para dilatar su Reino, y lo  envía  a  todo el  universo  como  luz  y sal de la tierra, e instrumento de Redención universal (cfr. GS 3). Aquí surge un nuevo ámbito, y un nuevo  tipo de relación entre la  jerarquía   y los demás fieles.

La «misión de la Iglesia» no se agota en el ámbito societario interno, sino que rebasa Íos límites  estructurales  de la sociedad  visible de la Iglesia. Ello supone que la única misión que Cristo asignó a su Iglesia, discurre a través de dos ámbitos de naturaleza distinta: el ámbito intra-societario, en cuyo marco opera el Derecho Canónico y la jurisdicción de la Iglesia en el sentido técnico preciso; y otro ámbito, externo a esa sociedad jerárquicamente delimitada [7] que está bajo el imperio formal de leyes diversas (cfr. GS 43) [8].

No se trata de dos misiones separables, ni diversas; sino de dos distintos ámbitos que al regirse por principios y leyes distintos, determinan modalidades también distintas de poner en práctica la misión universal de la Iglesia, que conllevan -y esto es  lo  importante  ahora- posiciones jurídicas relativas muy diferentes entre la jerarquía de la Iglesia y los fieles laicos.

2        Misión de la Iglesia y diversidad funcional

La Iglesia es un pueblo sacerdotal (LG 10, AA 2). La condición sacerdotal de sus miembros, que proviene de la configuración ontológica con el sacerdocio de Cristo producida en el Bautismo, es la base común que habilita [9] a todos los  fieles  para  realizar  la  única  misión de la Iglesia, y la que permite hablar de una  igual  responsabilidad de todos ellos en la consecución  de  esa  misma  tarea  (cfr. ce. 208 y 210).  Pero  junto  a  ese  elemento  de  igualdad  existe  asimismo un principio de variedad que determina en cada sujeto formas específicamente diversas de llevar a cabo la misión (LG 12, AA 2).

Por el Sacramento del Orden los bautizados que adquieren el sacerdocio ministerial asumen específicamente la misión oficial de asistir espiritualmente al entero Pueblo, así como los cometidos de su dirección y gobierno (PO 2), ejerciendo la potestad de vincular jurídicamente -«potestas regiminis» (c. 129)- dentro  de  los  ámbitos propios de la sociedad de la Iglesia (cfr. c. 227).

Para quienes no reciben ese  Sacramento,  o  no  adquieren  una nueva situación jurídica mediante un acto de consagración personal, la genérica misión recibida en el Bautismo no queda ulteriormente especificada canónicamente, sino que se predica de ellos  la  peculiar  nota de la secularidad (LG  31); es decir, el sencillo hecho de desarrollar las exigencias vocacionales inherentes al Bautismo en la corriente vida social y en el orden temporal.

Los fieles laicos realizarán por eso la misión de la Iglesia de acuerdo con la doble  componente  de  fieles  cristianos, de un lado, y de su condición secular, por otro [10]. Dentro del ámbito societario de la Iglesia lo hacen en calidad de «christifideles», sin una particular connotación ministerial -su participación en el sacerdocio de Cristo no es ministerial, como en cambio lo es la de los  presbíteros-, con la libertad propia de los hijos de Dios, y bajo el sometimiento a la jerarquía y a la disciplina canónica. Pero es en el ámbito de  la  sociedad civil donde esos fieles deben específicamente ejercer su sacerdocio real y establecer con su actuación las condiciones necesarias para  que  el Reino de Dios llegue a su efectivo cumplimiento [11].

3.       Estructura constitucional del Pueblo de Dios y cooperación en la misión de la Iglesia

No obstante esas diferencias de funciones y de  ámbitos  en  los que se plantea las relaciones entre la jerarquía y los fieles laicos, unos y otros están constitucionalmente llamados a cooperar entre sí (AG 21) [12]. Si, como decíamos antes, el Sacramento del Orden estructura jerárquicamente el Pueblo sacerdotal, éste actuará siempre  la misión que tiene confiada de acuerdo con la intrínseca ordenación  mutua de  los dos sacerdocios -el común y el  ministerial-  esencialmente  diversos (LG 10, AG 21), pero mutuamente ordenados el uno al otro.

a)       Estructura sacerdotal del Pueblo de Dios y subordinación jurídica

Dentro del orden societario de la Iglesia, la mutua ordenación del sacerdocio común y del sacerdocio ministerial comporta, en determinados aspectos, una subordinación de naturaleza jurídica: de jurisdicción que tiene confiada de modo específico la tutela del orden societario (cfr. PO 2).

En consecuencia, aquella parte de la misión salvífica que se despliega dentro del orden societario de la Iglesia posee, en el plano jurídico formal, la peculiar connotación de estar sometida -dentro de las respectivas competencias- a la jurisdicción de la jerarquía y merecer la atención del ordenamiento canónico; sin que eso signifique, como es obvio, que toda la misión de la Iglesia que se despliega  dentro del ámbito intra-societario sea una  misión  de la  jerarquía  (AA  6), o que la autonomía de la voluntad no tenga espacio alguno en ese terreno. Será misión jerárquica aquella  que  constituya  formalmente una tarea de formación -proclamación oficial de la Palabra de Dios, ejercicio del «munus sanctificandi», etc.- o de gobierno específicamente dependiente del sacerdocio ejercido «in persona Christi  Capitis» (c. 1008).

b)       Estructura sacerdotal del Pueblo de Dios y acción extra-societaria

Sin embargo, la actuación de la misión de la Iglesia se realiza también fuera de los límites societarios de la comunidad eclesiástica. Discurre entonces por unas vías en las que es preciso  tener  presente que «las cosas  creadas  y  la  sociedad  misma  gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear  y ordenar»  (GS 36), a los cuales -añadimos nosotros- debe necesariamente amoldarse, también respecto de las formas jurídicas, la realización de la misión de la Iglesia en la sociedad humana.

En este ámbito, la actuación de la Iglesia seguirá manifestándose bajo la intrínseca ordenación y cooperación mutua del sacerdocio ministerial y del real (AA 6); pero esa ordenación mutua no es configuradora aquí de un orden jurisdiccional -como en cambio sucedía dentro de la sociedad eclesiástica-, sino que necesita amoldarse al principio de autonomía propio de la ciudad terrena (GS 36). En ese ámbito no rige la jurisdicción eclesiástica, por lo que las relaciones que en un contexto intra-societario eran -como vimos- formalmente relaciones de jerarquía, se desenvuelven aquí en un plano de igualdad, que es presupuesto de las situaciones de libertad.

4.       La correlación de las  específicas  misiones de clérigos y laicos

En este punto, parece necesario considerar algunas características más que posee la ordenación mutua entre sacerdocio real y sacerdocio ministerial.

a)       La subsidiariedad respecto de las funciones específicas del sacerdocio real y del sacerdocio ministerial

La primera es el carácter subsidiario que cada uno de esos dos sacerdocios -esencialmente diversos- tiene respecto de las funciones específicamente confiadas al otro. En efecto, como la misión de la Iglesia ha sido confiada genéricamente al entero Pueblo sacerdotal de Dios, la consiguiente responsabilidad puede llevar, en determina­ das ocasiones, a tener que asumir como deber funciones que específicamente no son propias: a que fieles laicos tengan que realizar funciones que propiamente corresponden a los ministros sagrados (LG 33, c. 228 § 1), o incluso a que estos últimos deban  afrontar algunas que ciertamente son propias de los laicos.

En estos casos puede hablarse de una actuación «subsidiaria»  que  es de «suplencia», y que además de seguir las reglas propias de la subsidiariedad, tiene dos limitaciones importantes. La primera es de carácter sacramental: nadie puede llevar a cabo tareas para las que ontológicamente carece de capacidad. La segunda es de orden disciplinar: ni los laicos ni los clérigos podrán desempeñar  funciones  que les estén prohibidas por la ley [13].

b)       La cooperación orgánica de sacerdotes y laicos

Otra observación que es también consecuencia de  la  estructuración sacerdotal del Pueblo de Dios se refiere a la cooperación  orgánica entre sacerdocio real y sacerdocio ministerial, a la que alude el n. 11 de la Constitución «Lumen gentium». La ordenación mutua de esos dos sacerdocios, y la corresponsabilidad común -por el Bautismo- en la  realización  de la  misión  de la  Iglesia, hace que el ejercicio de las funciones específicas de cada uno no pueda desligarse por completo del otro, sino que exige una mutua cooperación entre ellos. Para que se dé cooperación y no asunción,  es de todo  punto  necesario que todos, sacerdotes y laicos, ejerciten las funciones que les son específicas de cada cual [14].

La cooperación no consiste en que el laico ayude al clérigo a realizar las funciones clericales, ni en que el clérigo ayude al laico a desempeñar las funciones laicales; sino en que uno y otro cooperen entre sí, cada uno del modo que le es propio, para realizar la misión universal de la  Iglesia [15]. En esos  términos,  tal «cooperación» no supone realizar función alguna  de  suplencia,  porque  cada  fiel  realiza la misión que específicamente le corresponde.

5.       La misión del laico en la sociedad eclesial

Aunque específicamente corresponda a los ministros sagrados su dirección y gobierno, la misión de conducir a plenitud la sociedad eclesiástica está, como vimos, confiada al entero Pueblo sacerdotal. Por ello, la función  que ahí cumplan  los  fieles laicos la realizan no  en base a  lo  que les  especifica  como laicos  -la  secularidad-, sino con arreglo a la facultad y responsabilidad de quien es fiel.

a)       La actuación supletoria del laico en la sociedad eclesiástica

Razones de suplencia pueden en ocasiones determinar que laicos realicen tareas específicamente propias de los ministros sagrados (LG 35). Por ejemplo, puede pensarse en cierto grado de intervención en funciones litúrgicas (cfr. ce. 517 § 943, 1168), en algunos sacramentos (cfr. ce. 861 § 1, 910 § 2, 1112), en el ejercicio oficial del «ministerium Verbi» (cfr. ce. 759, 766, 776, 1064), etc. [16]. No siendo esas funciones típicas del sacerdocio común, su desempeño por fieles laicos será legítimo en los términos que imponen las reglas de la  subsidiariedad: a causa de la imposibilidad o grave dificultad  de que  un  ministro sagrado realice dichas tareas. La legitimidad de la suplencia decae cuando esa misión pueda  realizarla  quien  específicamente la tiene asignada [17].

b)       Actividades no supletorias

De todos modos, nuevamente se impone aquí una  precisión.  Parece importante distinguir ese tipo  de  actividades que, siendo propias de los clérigos, por razones de suplencia  en  ocasiones puede realizar un fiel laico, de otro tipo de actuaciones en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia que nada tienen que ver con la suplencia, sino que son ejercicio del sacerdocio real de los fieles: las describe el n. 11 de la Constitución dogmática «Lumen gentium».

Téngase además en cuenta que, muchas veces, la actuación de los laicos en la Iglesia es sólo una manifestación de la cooperación orgánica debida en razón del sacerdocio común. Cuando en  este contexto los fieles laicos cooperan con la jerarquía -con su consejo, su  opinión, su pericia profesional, etc.- no están desempeñando con carácter subsidiario una función jerárquica, sino que están ejerciendo su sacerdocio real, que les hace también corresponsables de las tareas propias del sacerdocio ministerial. Piénsese, concretamente, en  las tareas de gestión o de consejo a través de cauces institucionalizados, como los consejos pastorales (cfr. ce. 512, 536), o de asuntos económicos (cfr. ce. 492 § 1,  537);  o mejor  aún, en  el  asesoramiento  que se realiza por vías no institucionalizadas y que claramente responde a una obligación inherente al sacerdocio común (cfr. c. 212 § 3).

c)       Ejercicio del sacerdocio común en la sociedad eclesiástica

En calidad de fiel el laico debe cooperar  a  vivificar  la  sociedad  de la Iglesia en un cuadro de  libertad  y  de  autonomía,  cumpliendo los deberes y ejercitando los derechos que corresponden al sacerdocio común (LG 11) y  que  reconoce  el ordenamiento  canónico,  tanto en el plano del perfeccionamiento individual como en el de la realización colectiva, en los ce. 208 y ss., al tratar de los derechos  y  obligacio­nes de todos los fieles.

Esas manifestaciones del sacerdocio común, desarrolladas dentro del orden societario, guardan una subordinación jerárquica  dentro de  la disciplina de la Iglesia, ya que a los pastores  corresponde  moderar el ejercicio de los derechos (c. 223 § 1), que se tienen por el Bautismo, no por concesión de la autoridad. En una sociedad que tiene por condición la libertad de los hijos  de  Dios, existe  subordinación  ante la autoridad legítima y ante el legítimo ejercicio de la autoridad que,  por consiguiente, parece que deba ser reglado: delimitado por el Derecho, que es parte integrante de la Iglesia como sociedad.

6.       La misión bautismal del laico en la sociedad civil

Pero la misión del Pueblo sacerdotal de Dios rebasa el contorno social que el Bautismo y la comunión de fe, de sacramentos y de régimen determinan, y alcanza también al orden secular. Como  toda actuación de la misión redentora, esa es una tarea que corresponde genéricamente al entero Pueblo de  Dios  pero  que  de  un modo específico la llevan a cabo aquellos fieles en los que no se ha alterado la condición secular que poseían  en  el  momento  del  Bautismo (LG 31) [18]. La secularidad no  es  simplemente una nota  teológica del laico,  sino que es la nota teológica de todo fiel cristiano en el momento bautismal, como consecuencia del  hecho  que  por el  Bautismo la persona empieza a desenvolverse en dos sociedades de convivencia compartida: la Iglesia y la sociedad civil. De ahí que  teológicamente no sea  posible  disociar  el  concepto de laico  del  de  fiel  cristiano: se trata de una diferencia formal; y tampoco tratar de individuar unas notas teológicas en el laico que no sean las de cualquier fiel en el momento original del Bautismo.

La actividad de aquellos fieles que en razón de su vocación bautismal poseen el ámbito secular como natural terreno  de  realizar  la misión de la Iglesia, no  es  distinta  ni  separable  de  la  que  realizan dentro del orden intra-societario de la Iglesia. Se trata en realidad de una actuación no sólo dependiente de la primera, sino real y efectivamente subsiguiente respecto de ella, ya que  constituye  «una  actividad  elevada desde dentro por la gracia de Cristo» (LG 36), lo cual sólo  es posible cuando se ha asumido la responsabilidad que como fiel le corresponde [19].

Ahora bien, como al realizar la misión salvífica en la sociedad secular, la estructura  sacerdotal que manifiesta el Pueblo de  Dios  y la cooperación orgánica que le  es  inherente,  está  desprovista  formalmente de la componente de subordinación jurisdiccional,  la   actuación de los  fieles queda situada en un  plano  jurídico de igualdad (LG  37) y de libertad. Formalmente considerada como tal, la actuación específicamente jerárquica concluye dentro de los límites societarios de la Iglesia que establece la comunión de fe, sacramentos y régimen  de  gobierno (c. 205), aunque la exacta fijación de tales límites corresponde al ordenamiento canónico, también valorando las circunstancias  concretas que puedan perturbar la comunión (cfr. c. 747 § 2).

Por ello, como recoge la Constitución «Gaudium et spes», en ese tipo de actividades por las que discurre la específica misión de los laicos la actuación de éstos debe guiarse por los  dictámenes de la recta conciencia cristiana, iluminada por las enseñanzas del  Magisterio de la Iglesia (GS 43). Se reconoce que en esas áreas las relaciones con la jerarquía se plantean en el plano moral de la conciencia, donde el Magisterio ilustra a todos loli hombres, y especialmente a los  hijos  fieles  de  la  Iglesia  [20].

Todo eso da por supuesto que no corresponde a la misión de la Iglesia el suministrar soluciones concretas a los problemas de la sociedad humana, donde los  fieles  deben  buscarlos  guiados  por su fe (GS 11). Y da por supuesto  también que, en la  mayoría  de  los casos, no existen respuestas unívocas en el plano temporal a las propias creencias, no siendo lícito por tanto invocar el apoyo jerárquico para avalar opciones personales (GS 43, c. 337).

El ámbito temporal  es  así  un  campo  de responsabilidad  personal de los fieles laicos, en el que desarrollarán la específica misión que el Bautismo les asigna sin comprometer a la estructura eclesiástica [21]. Esto último es manifiesto en el nuevo Código, cuando  establece, por ejemplo, cautelas contra el indiscriminado uso del término «católico», para calificar actividades de ese género (cfr. cc.  216,  300,  803  § 3,  808). Así se pretende que los laicos asuman personalmente en el mundo la responsabilidad de sus propias iniciativas, lo que congruentemente parece tener por contrapartida el que la jerarquía sepa también auto-controlar su intervención en las opciones  libres de los fieles  (cfr. DH  14). En este sentido, una actitud demasiado tendente a establecer «controles» -no    ya simples «orientaciones»- sobre  las  iniciativas de  los fieles en el campo secular, además de  invocar  una  jurisdicción  de la que en ese ámbito se carece, supondría ignorar tanto las exigencias de la autonomía del orden temporal, como las del específico carácter que la condición laical posee en la Iglesia.

7.       Jerarquía y misión específica del laico

Cuanto  hemos  señalado  no  supone  que   el  influjo  de  la  actuación  de la jerarquía quede limitada en términos absolutos a  lo  que  denominamos ámbito  societario.  Sólo  en  ese  ámbito  su  actuación  es  de índole jurisdiccional; pero además están las actividades de iniciativa jerárquica en el orden de la sociedad civil,  con  ocasión  de  una  insuficiente o insatisfactoria actuación de los fieles laicos, bien porque son actividades que resultan ligadas a su mensaje de caridad o al fin institucional de algunas de sus asociaciones. Aquí   deberían   incluirse por ejemplo, iniciativas benéficas, docentes, asistenciales, o de promoción humana, que muchas veces exigen niveles de altruismo que rayan el ejercicio heroico de las virtudes cristianas. El ordenamiento canónico afirma  el  derecho  nativo  de  la  Iglesia  a  intervenir  en  estos  campos, y  la  historia  es  palmario  ejemplo  del  servicio  que  se  ha  prestado así a la sociedad civil. De ellas, sin embargo, no nos ocupamos aquí.

Necesariamente la actuación de la jerarquía llega también fuera de los límites intra-societarios, en razón de la cooperación y subsidiariedad recíprocas que en el ejercicio de sus respectivas misiones corresponde a quienes participan del sacerdocio real y del sacerdocio ministerial. Dediquemos a este punto la última parte de la presente comunicación.

a)       Cooperación en la específica misión de los laicos

En primer lugar, la principal manifestación de la cooperación se traducirá en prestar a los fieles laicos la  asistencia  espiritual  en cada caso necesaria para que iluminen con la fe  las  realidades  temporales (GS 43).

La  asistencia  se  concreta  ante  todo  en  la  necesidad   de  organizar del mejor  modo  posible  la  actividad pastoral. No sólo supone  organizar y establecer estructuras   pastorales   adecuadas  [22], sino también fijar horarios y tiempos de atención pastoral de acuerdo con  las  necesidades de los fieles laicos. Es también este el modo en que pueden cooperar en la «formación» del laico (AG 21): haciendo que posea la formación de un buen fiel cristiano, para que con recta conciencia acierte a encarnar las exigencias de su fe en la realidad terrena. El resto de la formación del laico obviamente la proporciona la profesión, las relaciones sociales, la familia, etc. [23]. Corresponde a la jerarquía mantener en la Iglesia las condiciones necesarias para que los fieles laicos lleven a cabo la misión específica que les corresponde; alentarles para que asuman sus responsabilidades sociales; sugerirles iniciativas, e impulsarles a vivificar en coherencia con su fe las variadas situaciones de la sociedad civil. En esta actividad motora no se ejerce jurisdicción, pues así como en muchos casos las obligaciones del fiel pueden ser formalmente conminadas, las específicas obligaciones laicales no pueden, en cambio, ser jurídicamente impuestas. Además, los clérigos cooperan también en la específica misión de los laicos cuando auxilian sus iniciativas actualizando su sacerdocio ministerial. El capellán de un hospital o el profesor de religión de una institución docente, cooperan en iniciativas de carácter secular, ejerciendo su ministerio de un modo que «formalmente» necesita seguir las peculiares leyes que rigen la actividad secular, y sus manifestaciones de estatus social, cualificación profesional, nivel retributivo, etc. b) Vinculaciones jurídicas y vinculaciones morales En el campo por donde discurre la específica acción cristiana de los laicos en el mundo, no existen vinculaciones jurídicas formalmente tales con la jerarquía. Cada fiel ha de guiarse según el dictado de su conciencia rectamente formada, y a la jerarquía corresponde a su vez el deber de formar y de iluminar las conciencias de los fieles con su Magisterio [24]. Esa función magisterial se mueve en el campo moral, y no dentro del derecho, salvo en los casos del c. 747 § 2, cuando la función magisterial se ejerce jurisdiccionalmente con un juicio particularizado acerca de soluciones concretas que amenazan la comunión. Pero, en términos generales, y prescindiendo de esos casos concretas, la actividad del Magisterio guiando la actuación en el orden temporal, presente la paradoja de que sin tener la fuerza vinculante de un acto jurisdiccional, posee en cambio un ámbito subjetivo de aplicación incomparablemente mayor, pues no sólo guía la actuación en conciencia de los fieles, sino la de toda persona humana de buena fe (GS 46).

En resumen, una de las principales reglas de actuación de la jerarquía respecto de la actividad de los laicos es, sin duda, la de respetar cuanto resulta específico de la condición secular que les es connatural, tanto a esos fieles como a sus iniciativas. Ello implica una adecuada comprensión -bajo la guía del Vaticano II- del misterio de la Iglesia y de la misión que Cristo le ha confiado. El respeto de lo específicamente laical pondrá de relieve que los fieles laicos sólo raramente, y en casos excepcionales, habrán de asumir funciones que propiamente están confiadas a los clérigos; y que entender su actuación eclesial en términos de intervención sustitutiva en funciones litúrgicas, sacramentales, etc. [25], no sólo supondría prescindir de la peculiar condición de los fieles laicos, sino que sería también distorsionar la realidad de la Iglesia, y oscurecer la misión que tiene asignada en el mundo.

Juan  Ignacio  Arrieta, en dadun.unav.edu

Notas:

1.  Para  una  exposición  sistemática  y  de  conjunto,  vid.  A.  DEL  PORTILLO,  Fieles y laicos en la Iglesia, 2.ª  ed.,  Pamplona  1981;  P.  J. VILADRICH,  Teoría  de  los  derechos fundamentales del fiel, Pamplona 1969; F. RETAMAL, La igualdad fundamental de  los  fieles  en  la  Iglesia  según  la   Constitución   dogmática   «Lumen   gentium»,   Santiago de Chile 1980.

2.   La  doctrina  canónica  ya  ha  señalado,  por  ejemplo,  el  peligro  de  entender  que el contenido del c. 212, § 1, pueda ser erróneamente interpretado como un  mandato jerárquico  de  animación  del  orden  temporal.  En  este  sentido,  cfr.  M.  CONDORELLI, l,  fedeli  ne!   nuovo   Codex   Iuris   Canonici,   en   «11   Diritto   Ecclesiastico»,   4,   1984, pp. 803-804; O. FuMAGALLI, I laici nella normativa del nuovo Codice, en «Monitor Ecclesiasticus», CVII,  1982,  p.  499.  Recuérdese, en ese contexto, que cuando se redactó en la forma actual el párrafo final de LG 33, se dejó constancia de que «in apostolatu generico laici expectare non debent 'mandata' Hierarchiae, sed suam responsabilitatem sponte adsumere» (AS, 111, I, p. 284).

3.   Sobre el particular, vid. entre otros, A. DEL PORTILLO, El Obispo diocesano y la vocación de los laicos, en VV.AA. «Episcopale munus.  Recueil d'études  sur  le ministere épiscopal offertes en hommage a Sua  Excellence  MGR.  J. Gijsen», Assen 1982, pp. 189-206; J. M.  GoNZÁLEZ  DEL  VALLE,  Jerarquía   eclesiástica  y autonomía pastoral,  en  «Ius  Canonícum»,  XIII,  1973,  pp.  73-103;  J.  HERRANZ,   Il  sacerdote e !a  vocazione  specifica  dei  laici,  en  «Studí  Cattolicí»,  1966,  pp.  14-26;  P.  LOMBARDÍ.\, El estatuto personal en el ordenamiento canónico, en «Aspectos del  Derecho  Admi­ nistrativo  Canónico»,  Salamanca  1964,  pp.  51-66;  lBrn.,  Los  laicos  en  el  Derecho  de la Iglesia, en «Ius Canonícum», VI,  1966,  pp.  339-374;  lBrn.,  Los  laicos,  en  «Il  Di­ ritto Ecclesíastíco, 1972-I, pp. 286-312.

4.   Como ha señalado la Comisión  Teológica  internacional,  «aliís  denominationibus praefuit locutío 'Populus Dei' ut magís apta ad exprímendam illam realítatem sacramentalem,  omnibus  baptízatis  communem,  quae  insimul dignitatem in Ecclesia et responsabilitatem in mundo secumferat» (Commíssío Theologíca Internatíonalis, «Themata selecta de ecclesíología, occasíone XX aníversaríí conclusionís Concílíí Oecumenici Vaticani II», Documenta 13, Librería Editrice Vaticana, 1985, p.  15.  En  lo sucesivo será citada como «Themata selecta de ecclesíologia»).

5.   Cfr. Sínodo <leí Vescoví, «Vocazíone e míssione <leí laici nella Chíesa e ne! mondo a vent'anni da! Concilio Vaticano II», Lineamenta. Librería  Edítríce  Vaticana, 1985, n. 19 (citado por «Lineamenta»).

6.   Cfr. «Lineamenta», cit., n. 18.

7.   Cfr. «Lineamenta», cit., nn. 27 y ss.

8.   En estos casos se actúa en un ámbito que «sfugge, a rigore, al controllo dell'ordínamento giuridico della Chiesa» (S.  TURINI, La dottrina del laicato come  dimensione informatrice del Rapporto Chiesa-Mondo nel Concilio Vaticano II, en «lus Canonicum», XI,  1972,  p.  63; en  el  mismo sentido, vid. DEL PORTILLO,  El  Obispo…, cit., p. 203.

9.   «La vocazione  dei  laici  all'apostolato  si  radica  nei  Sacramenti  che  configurano i credenti a  Gesu  Cristo  sacerdote,  profeta  e  re,  e  che  li  abilitano  a  condividerne nella Chiesa la Missione di Salvezza» ( «Linamen ta», cit., n. 27).

10.    Sobre esta perspectiva propia de los laicos, vid. «Lineamenta», cit., nn. 22-24.

11.    «Laici omnes suum munus adimpleant in Ecclesia et in quotidianis adiunctis, uti  sunt  familia,  officina,  activitas  saecularis et otium, ut  ita mundum lumine et vita Christi penetrent  et  transforment»  (Synodus  Episcoporum,  «Ecclesia  sub  Verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi». Rclatio Finalis, Typis Polyglotis Vaticanis, 8-XIl-1985. Citada como «Relatio Finalis»).

12.    «Sacerdotium commune fidelium et sacerdotium ministeriale seu hierarchicum inter se referantur... Ad expansionem vitae in Ecclesia, Corpore Christi, sacerdotium  commune  fidelium  et  sacerdotium   ministeriale   seu   hierarchicum   necessario ese debent complementaria, id  est,  necessario  «ad  invicem...  ordinantur»  («Themata selecta de ecclesiologia», cit., pp. 40-41). En el mismo sentido, vid. «Lineamenta», cit., n. 4.

13.    Por ejemplo, los ce. 278 §  3,  285, 286,  287  §  2, en  lo  relativo  a  la  disciplina del clero, pueden negativamente suministrar  un  primer  contorno  de  lo  que  en  la disciplina canónica habría que entender por «ámbito secular».

14.    Con el principio de corresponsabilidad de los laicos se extraen las consecuencias de la «communio» al campo de la misión, haciendo  desaparecer la concepción jerarcológica de la Iglesia. Cfr. E. CORECCO, I presuposti culturali  ed  ecclesiologici del  nuovo  Codex,  en  AAVV,  «Il  nuovo  Codice  di  Diritto  Canonico»,  a  cura di S. Ferrari, Bologna 1983, p. 50. Sobre la misión de los fieles, vid. concretamente lo que señala VILADRICH, Teoría ... , cit., p. 313. Sobre esta responsabilidad común a todo fiel, vid. también «Themata selecta de ecclesiologia», cit., p. 22: «soda­ libus Populi Dei, ... secundum diversitatem vocationum, omnes debent assumere solidari responsabilitate».

15.    Es en este sentido  como  se  entiende  la  acción  pastoral  orgánica  de  que  habla el n. 38 de los «Lineamenta», cit.

16.    Vid. los estudios de P. CIPROTTI, Il laici nel nuovo Codice di  Diritto Canonico, en VV. AA., «Il nuovo Codice di Diritto Canonico», Roma 1983, pp. 107-117; G. DALLA TORRE, La collaborazione dei laici alle funzioni sacerdotale, profe'tica e regale dei minzstri sacri, en «Monitor Ecclesiasticus», CIX, 1984, pp. 140-165; P. VALDRINI, Fidele et pouvoir, en «Praxis juridique et religión», l. 2, 1984, pp. 177-193.

17.    Cfr. S. BERLINGO, I laici: presenza e valore ne'lla Chiesa pos/conciliare, en «Vivarium», 4 (1980-1983) p. 165.

18.    «I  Laici,  che  la  ]oro  vocazione  specifica  pone  in   mezzo   al   mondo  e   alla guida dei piu  svariati  campi  temporali,  devono  esercitare  con cío  stesso  una  forma singolare dí evangelizzazíone» (Exhort. Ap. «Evangelii nuntiandi», n. 70, cit. En «Lineamenta», ctí., n. 5; vid. ibid., n. 24.

19.    Por eso dice  el n. 43 de la Constitución  Gaudium  et  spes  que  «chrístianus, offícia  sua  temporalía  negligens,  officía  sua  erga  proximum,  immo  et  ipsum   Deum neglígit  suamquae  aeternam  salutem  in  discrimen  adducit». Lo  cual no   puede  desligarse  del  contenido  del n. 33   de   la   Constitución   Lumen   gentium,   cuando   recuerda que   a   través  de  los  Sacramentos,  y  especialmente   de  la  Eucaristía,  los  laicos  comunican a los hombres el amor a Dios.

20.    «El   orden temporal  goza de una legítima autonomía, y  su  edificación  no está  sometida  en  cuanto  tal   a   la  potestad de  régimen de  la jerarquía eclesiástica, por lo que debe concluirse que el ministerio rector del Obispo diocesano afectará fundamentalmente a la acción  de  los  laicos  en  lo  temporal  no  tanto  en  forma  de jurisdicción, como mediante consejos, exhortaciones y ejemplo, que muevan a los laicos  a  un  cumplimiento  fiel de sus deberes  y  a  un  ejercicio  íntegro  de   sus  derechos,  teniendo  siempre  presente  el  bien  común  y  formando  personalmente  sus  decisiones a la luz del Magisterio de la Iglesia, para así santificarse y ejercer el apostolado» (DEL PORTILLO, El Obispo ... , cit., p. 203).

21.    Para este punto particular, vid. DEL PORTILLO, Derechos..., cit., p. 68-72.

22.    Cfr. A. DEL PORTILLO, Dinamicidad y funcionalidad de las estructuras pas­ torales, en «Ius Canonicum», IX, 1969, pp. 305-329.

23.    Cfr. A. DEL PORTILLO, Dinamicidad y funcionalidad de las estructuras pastorales, en «Ius Canonicum», IX, 1969, pp. 305-329.

24.    En  este  sentido,  vid.  Lincamenta, cit., nn.  39-42, en  relación  con  los  nn. 31-34 del mismo documento. Vid. también, «Relatio Finalis», cit., p. 10.

25.    Sobre  este  particular,  es  ilustrativo  que  en  la  redacción   del  último   párrafo de! n. 24 del decreto «Apostolicam actuositatem», se acogió un  voto  que  proponía sustituir la expresión «applicare» por «docere», «ut vitetur periculum ingerentiae in quaestiones politicas» (AS IV, VI, p. 110).

 

 

 

Diálogo sobre el aborto

 

Escrito por Redacción de  uv.es

Publicado: 11 Diciembre 2022

 

Xavier: ¿Qué vocerío es aquel que se oye allí abajo en la calle?

Pedro: Parece una manifestación de grupos católicos que se oponen a la despenalización legal del aborto.

Julián: Es un asunto serio. La aceptación social del aborto es una de las cosas más lamentables del siglo XX. Siempre ha existido en la historia antigua el infanticidio, los abortos provocados o la exposición de niños abandonados en las calles o en la puerta de cualquier hospicio. Pero la difusión del cristianismo hizo posible que estos hechos, pecados en sí mismos, fueran considerados también como delitos castigados por la ley. Las penas inhiben o frenan, ya que no todos los actos malos, una parte importante de los crímenes. Y aunque no sirvan los castigos para evitar todos los delitos, si quedan impunes se incita o favorece la comisión de ellos. ¡Salen gratis! Y ahora se nos propone una vuelta atrás hacia la barbarie, un retroceso en la civilización que no solamente es cristiana sino humana...

Pedro: Ciertamente el aborto es la comisión de una acción violenta sobre un organismo, un ser biológico que no se puede defender de la agresión. Ese ser vivo, si no se actúa en su contra, crece independientemente de la voluntad de la madre hasta el mismo alumbramiento. Y no es cierto que el embrión sea, como una uña o el cabello, meras prolongaciones de un cuerpo materno que decide sobre sí mismo con absoluta libertad; o como un tumor, una enfermedad maligna que se debe extirpar desde la raíz... El verdadero mal es el egoísmo de los hombres. Ese es el auténtico cáncer. Y entiéndase bien: el pecado no es “exclusivo” de aquella mujer que decide abortar, ya sea en solitario o acompañada por el varón y un grupo de simpatizantes abortistas. Sin duda que hay un pecado “individual” cuya responsabilidad o atenuantes es mayor o menor según cada caso concreto. Pero también hay un pecado “social”, ya sea por permitir legalmente el aborto o bien por mantener aquellas condiciones sociales que empujan a ciertas mujeres hacia el aborto. Una adolescente me decía: “Las monjas me  dicen  que  abortar  es  un  pecado  contra  Dios;  la  trabajadora  social  que  es un derecho de la mujer. Las dos tienen casa, comida, luz, gas, trabajo y ... muchos consejos o palabras para darme.”

Julián: Es cierto que existe, mezclada con la pasión política sectaria, el maniqueísmo y muchas simplificaciones intelectuales, bastante hipocresía social en este asunto complejo, que no puede analizarse con la brocha gorda de las burdas descalificaciones. Vemos que quienes se oponen a la despenalización y secundan manifestaciones al grito de ¡Asesinos! se quedan luego con los brazos en el bolsillo cuando tienen en su poder la posibilidad de derogar determinadas leyes. Yo entiendo que no siempre es posible. Una discutida intervención en un monumento arqueológico puede ser muy costosa, arriesgada o provocar males mayores si se pretende enmendar la restauración. A veces es preciso dejar las cosas así como están para no empeorarlas aún más. Pero quienes piensan que está en juego la vida del “nasciturus” ¿no se manchan las manos también con su omisión cuando tienen el BOE y el bolígrafo que firma las leyes? Y en otro lado vemos que la vida de las ballenas o de los toros de lidia suscita una acogida más calurosa que la defensa de los cachorros humanos, vista ésta posición como algo propio de carcas, curas pre­conciliares y retrógrados...

¿Qué opinas de todo esto, Xavier?

Xavier: Creo sinceramente que corremos aquí el peligro de caer en lo accesorio, en lo secundario, en los detalles o casos particulares. Debemos saltar por encima de todo ello hacia lo esencial. El debate es complejo; tiene aspectos que se fundan en la ciencia, en la ética, en la política, en el derecho, en la religión e, incluso, en la misma economía... Quizá debamos comenzar preguntándonos algo que parece banal, sobradamente conocido: ¿cuando “nace” de veras un hombre, la persona humana?

Julián: Tradicionalmente se entiende por “nacer” el alumbramiento, el momento en el que el recién nacido se desprende de la madre al cortar el cordón umbilical. Entonces hay “dos” vidas, una dependiente de la otra pero diferenciada biológicamente de ella. Sin embargo, es evidente que un “nanosegundo” antes de cortar las amarras ese ser vivo ya “es”, tiene una vida “humana”. Y si retrocedemos de un instante a otro instante, saltando como la ardilla de rama en rama, llegamos a un punto inicial de todo el proceso biológico: el momento de la concepción. Antes no había nada más que un óvulo a la espera, ahora hay una célula germinal.

Xavier: Tienes razón, pero nuestros juicios éticos deben fundarse en los hallazgos de la misma ciencia que pule en cada instante sus lentes para ver más claramente la realidad de lo que se puede ver con la mirada sencilla de un realismo ingenuo. Una mente tradicional entiende que la célula germinal es ya un “hombrecito” pequeño alojado en el cuerpo de la madre hasta el día en que se suelta de su atadura biológica. Pero ¿qué sucede si esa célula o embrión se escinde un tiempo después produciendo gemelos, dos seres individuales distintos. ¿Diremos que la sustancia del alma humana se ha partido en dos?

Pedro: Ese hecho que planteas arroja una duda razonable. Como en el caso de los electrones de un átomo no podemos determinar con precisión su estado en un momento dado. Ahora bien: o el electrón está en una posición determinada, aunque no podamos saber cuál sea, o bien se halla en varios lugares al mismo tiempo, como una onda. En cualquier caso, ya se trate de un corpúsculo o una onda, podemos hablar de una presencia; también el embrión es una forma de vida “humana” presente proyectada en el tiempo. Tal vez no sepamos bien dónde comienza la historia del embrión y dónde acaba su prehistoria. Podemos suponer aquí un proceso de “hominización”, pero en algún momento preciso debe “nacer” el hombre.

¿Cuándo un antropoide, Lucy, es ya una Eva? ¿Cuándo el óvulo fecundado se transforma en una sustantividad, en un “individuo” humano? ¿Qué criterios puede manejar la ciencia que sean seguros?

Xavier: Hablamos de la muerte cuando se produce la llamada “muerte cerebral”, pero éste es un criterio lógico de la ciencia médica basado en la experiencia de que la parada del corazón o la interrupción temporal de la respiración no son datos suficientes para declarar la muerte física, la cual determina la muerte “legal”. Todas las células del cuerpo no cesan su actividad cuando el cerebro deja de ejercer la suya. Legalmente se concede un plazo de un día para enterrar un cadáver para prevenir así las muertes “aparentes”. ¡Buen susto nos produciría un muerto resucitando como Lázaro en el cementerio! Ahora bien, los hombres primitivos, sin nuestra ciencia moderna, creerían que una persona en “coma” no está “dormida” sino muerta. ¡Nadie duerme varios años! O quizás morir y soñar son una misma cosa. Los cristianos creemos que la muerte física es un “coma” ortográfico, una pausa, nunca el punto final, un puente hacia la orilla del vacío absoluto o la nada. Y hombres nada necios como Platón o Pitágoras parecen creer en la existencia de la transmigración de las almas hacia seres inferiores y de una existencia anterior a unirse al cuerpo. ¡Qué sabemos y qué podemos saber! Toda creencia se asoma a un abismo de ignorancia. El hombre es un forjador de mitos y la ciencia misma se convierte en un mito superior barnizado de prestigio. Unos dicen Big­bang donde otros dicen Yahvé, logos o Verbo. De tejas (o Texas) abajo lo que importa al mejicano o al gachupín es saber si la Bella durmiente (como la ninfa Dafne o un paciente en coma) despertará con el beso de un príncipe. Y para ello debemos conocer el principio del cuento saltando detrás de la tapia y volviendo luego para contarlo. Pero ¿quién le pone el cascabel al gato de la Parca?

Julián: Aquí se han planteado dudas razonables, pero cuando se duda lo más razonable es siempre atenernos a lo más seguro y desechar lo que tan solamente es probable. Puede que el embrión en una fase imprecisa de delimitar con certeza no sea “aún” una sustancia, un “hombre”;  pero puede también que sí lo sea. Y en ese caso, ante la duda, lo más razonable es no correr el riesgo de acabar violentamente con una vida humana en su estado inicial. Por otro lado, todo el debate sobre los plazos es una cortina de humo, un medio de ganar un tiempo para hacer posible el aborto. Sin embargo, es preciso establecer por fuerza un límite temporal, un “hasta aquí” hemos llegado. Y ese límite no puede ser nunca arbitrario, sino fundamentado en razones científicas; la ciencia no es una “mayoría democrática”. ¿Cuántas semanas hacen que “algo” sea “alguien”? ¿Qué sucederá si cada Estado tiene plazos distintos y en éste es un crimen lo que no es en aquel otro? Y cuando circunstancias sobrevenidas después del plazo legal –ruptura matrimonial, desempleo, enfermedad grave, etc.– hagan que una mujer cambie de idea y aborte clandestinamente ya pasado ese periodo “tolerado” por la ley, ¿no será forzoso que la ley castigue lo que antes se negaba a penalizar?

Pedro: De la teoría intelectual debemos pasar a la “praxis” social. La Constitución afirma que “todos” tienen derecho a la vida, pero no sabemos bien la extensión de ese “todos”. ¿Todas las formas vivientes? ¿Quién es el “sujeto” de tal derecho? ¿Tienen ese “derecho humano” los animales o las plantas? ¿El derecho a la vida se funda en una asamblea soberana o en algo que está allende de la voluntad humana? Y si esto es así ¿cómo justificar la pena de muerte en sociedades autoritarias o democráticas? ¿Y la doctrina tradicional de la “guerra justa” aunque muchos inocentes caigan injustamente como “daño colateral”. ¿No es ésta última expresión un eufemismo como decir “interrupción voluntaria del embarazo”?

¿Debemos dejar de sacrificar toros o corderos para alimentarnos todos del pan y del vino?

Xavier: Hemos sacado la teoría a la puerta y ésta se nos vuelve a introducir por la ventana abierta. En el aborto debemos siempre escribir en la arena con la mirada puesta en las estrellas. Solamente se llega a una consecuencia desde un principio. El Tribunal constitucional es, como el Papa para los católicos, quien dice siempre la última palabra en una sociedad civil. Y ha dicho que el aborto no es contrario a la Constitución, lo cual no significa que la penalización del aborto no sea también posible dentro de la Constitución. Ante la duda sobre el fondo del asunto deja a los ciudadanos la elección de penalizar o despenalizar un acto y, si lo despenaliza, la elección de ejecutar dicho acto al amparo de la ley o negarse a ejercer tal derecho legal en nombre de una determinada moral que no se funda en el consenso ético de la sociedad.

Julián: Pero la ley civil debe tener como su fuente y fundamento el derecho natural. De no ser así todo derecho humano se trasforma en una mera convención jurídica, un derecho positivo relativo según cada Estado particular. ¿No sería posible que todos los ordenamientos legales de cada país tuvieran un núcleo común que hiciera posible una justicia universal?

Xavier: El derecho “natural” ¿es el derecho de la naturaleza? ¿o el  derecho de la historia? ¿o el derecho de la Razón universal? La naturaleza no siempre hace todo a derechas y nunca hace nada contra  natura, contra  sí misma. Dios se complace en escribir a veces con algunos renglones torcidos y hace anotaciones, incomprensibles para nuestra miopía, en los márgenes estrechos de la realidad. La libertad humana no conduce “necesariamente” al pecado contra Dios, como teme con buenas razones el pesimismo antropológico; pero la libertad hace posible ese mismo pecado, cosa que no desconocen los optimistas y, por supuesto, todos los libertinos. Y, sin embargo, Dios, que está en su Derecho, permite al hombre el pecado. El mundo humano goza de autonomía plena porque, sin ella, se asemejaría a una piedra o al instinto de los animales que saben siempre lo que se debe hacer en cada instante. Para el bien y para el mal, el hombre es libre. Solamente los hombres pecan y solamente los hombres se arrepienten de hacerlo ante el único magistrado que los puede juzgar. Dios es el Supremo, no el juez de primera instancia. Ahora bien, la ley civil, según santo Tomás, no tiene como su objeto propio castigar todas las faltas cometidas contra Dios sino solamente aquellas conductas dañinas que hacen imposible mantener la convivencia entre los hombres. Hubo un tiempo en que mientras el adulterio y las deudas se castigaban con la cárcel se toleraban los duelos a pistola para salvar el honor mancillado. Y nadie puede decir que tales actos sean éticos. La ley civil se acomoda a los tiempos, a las diversas sociedades, pero en cualquier tiempo y en cualquier lugar es posible cumplir la ley moral al cristiano al que nada obliga en conciencia sino solamente Dios.

Julián: Ciertamente, aunque la ley permita practicar el aborto, no puede obligar al médico a realizarlo apelando a su condición de “funcionario” estatal. Debe contemplarse y quedar regulada también la objeción de conciencia. Ante la duda de si el embrión es o no es un “hombre”, un sujeto de derechos legales, el cristiano hace muy bien en respetar la vida desde el mismo instante de la concepción.

Xavier: Y ante la duda razonable de si la célula germinal es un “hombre” sujeto de derechos, sin pruebas “concluyentes” que no se funden en la creencia muy respetable de un grupo de la sociedad sino en una moral social “consensuada” ¿qué debe hacer la justicia de los hombres? ¿O soltar al posible criminal o castigar al posible inocente? El juez, como Pilatos, se lava las manos y remite al reo a una instancia superior: “Que el cielo la juzgue”. Y pensemos bien que sin el relativismo escéptico de Pilatos sobre qué es la verdad; sin la decisión “democrática” de la muchedumbre que prefiere liberar al reo Barrabás; sin la pena de muerte legal de la crucifixión romana, sin todo ello, no existiría el cristianismo histórico ni la redención sobrenatural.

Pedro: No olvidemos que la penalización del aborto solamente tendría un sentido si evita un nuevo aborto, si salva una vida humana. Si se castiga el homicidio común es para que el homicida no cometa más crímenes mientras está preso en la cárcel y, luego, se lo piense mucho a la hora de reincidir una vez libre. Añadir una pena legal a posteriori, apene a quien apene, no salva por sí misma ninguna vida. Se puede restituir lo robado, incluso con intereses, pero no se puede “dar la vida” quitada hurtando el cuerpo de la circulación entre los hombres libres. Claro está que sin el castigo nada sería más fácil que afirmar: “no lo haré más”. La pena tiene una función preventiva y correctiva además de “purificadora”. La voz “castigo” significa “hacer casto”, devolver la pureza que ha sido mancillada o manchada por el pecado.

Xavier: Creo que tantas pecas no nos dejan ver con sus manchas  el pecado fundamental. Es preciso podar algunas ramas de los árboles para ver bien al desnudo la totalidad del bosque. La cuestión esencial es saber si el embrión es ya un “hombre” y no una forma biológica potencialmente humana. Todo lo que se dice sobre una célula germinal puede aplicarse igualmente a los embriones congelados en la fecundación artificial.

¿Podemos destruirlos? ¿Es lícito usar de ellos como un material orgánico para investigar o salvar otras vidas humanas? Se habla despectivamente de “bebes­medicamento” sin reparar que un hombre, tal vez,  el Hombre,  vino al mundo y se ofreció a morir – nos dio su vida ­ para sanar a todos los hombres enfermos moralmente de un mal congénito, una mancha heredada de sus primeros padres según la carne.

Julián: Las posibilidades de investigación que abre la moderna biología genética son fascinantes, pero también aterradoras. Podemos convertir al hombre en una “cosa” para el hombre, en un objeto de estudio. ¿No llevará la ciencia moderna a trasformar en una máquina o en un robot a un ser cuya naturaleza es espiritual? ¿Podemos evitar esa deshumanización o despersonalización de la técnica humana?

Xavier: Siempre ha existido una pugna “teológica” entre quienes ven el conocimiento de la ciencia como una osadía o atrevimiento del hombre que se rebela ante Dios al grito de “Queremos  saber” y aquellos otros que ven  en la ampliación del saber una forma de aproximarse a Dios, de ser sus “colaboradores” divinos en la creación. “Ser como dios” es una señal de orgullo diabólico y, al mismo tiempo, de ambiciosa humildad evangélica: “sed perfectos como el Padre”. La investigación biológica  nos  confronta frente a nuevos problemas éticos, antes insospechados, que nos obligan a reconsiderar la evidencia de nuestros postulados morales. No se trata de “cambiar de principios”, sino de hacer retroceder esos principios a su más profundo principio comprobando que no eran radicales.

Pedro: Creo que el respeto a la “vida” humana desde su primera fase, sea lo que sea el sentido en que entendamos esta expresión, es preferible desde un punto de vista ético, más que jurídico, a la violencia ejercida sobre el embrión humano, siempre que ésta acción no se justifique en un bien superior o para evitar un mal mayor. Sin embargo, también creo que los hombres no pueden suplantar a Dios. Y esto es posible en una doble dirección: desde la ley civil o penal que dictamina dogmáticamente qué es un ser vivo y desde el laboratorio que no se plantea que la verdad está al servicio del bien. Ya sé que se puede argumentar que del átomo salen la bomba H y la energía que da calor a toda una ciudad, del mismo modo que de la filosofía ilustrada brota la doble cornamenta del terror y la guillotina o la democracia liberal y los derechos del hombre. Ahora bien, si fuese “técnicamente” posible crear un monstruo “híbrido” de una mujer y un chimpancé, ¿sería lícito hacerlo sin ningún escrúpulo moral? ¿Debemos hacer todo lo que podemos hacer? ¿No existen líneas rojas que no debemos traspasar o bien cruzarlas con sumo cuidado y respeto? Chesterton decía, que antes de abrir una puerta cerrada con una tranca, debemos averiguar las razones por las que el dueño ha puesto una tranca. Creo que ésta es la lección de los griegos que nos han brindado juntos el logos racional y el mito de la caja de Pandora.

Julián: Antes se ha identificado la vida del “embrión” alojado en la matriz del cuerpo de la madre y los “embriones” congelados resultado de una fecundación artificial en la probeta de un laboratorio. Pero ¿no incurrimos aquí en un cierto “materialismo” espiritualista al hacer semejantes la materia orgánica – el medio físico ­ sin contemplar la “idea”, la intencionalidad o “finalidad” del proyecto global que es la vida humana. La misma doctrina de la Iglesia rechaza el uso del preservativo porque “la finalidad del acto sexual mismo es la procreación”, y el placer sexual se ve solamente como un anexo, un epifenómeno, el dulzor inseparable de la medicina cuyo fin no es agradar el paladar. Sin embargo, concede que los esposos puedan unirse en aquellos días en que la mujer no es fértil. Se rechaza, con criterio elástico, la goma o condón porque son “materia” interpuesta, aunque la “intención” anticonceptiva de los cónyuges sea la misma en ambos casos. La vida humana es un “hecho” material pero también es una “hacienda” ideal. Una vez “hecho” el embrión da lo mismo que haya sido concebido de facto en una probeta por deseo de los padres estériles o en el vientre como resultado de una violación o la casualidad del azar en una relación sexual.

Xavier: El control de la sexualidad o de la natalidad se inscriben dentro del control de la naturaleza física por parte del hombre. Podemos alterar o modificar los ciclos ovulatorios de la mujer con pastillas, podemos desviar el curso natural de los ríos con grandes palas excavadoras, podemos bajar las montañas, abrir en canal la tierra de un istmo para que así se comuniquen los océanos; podemos modificar todo aquello que nos ha sido “dado” tal cual por las manos divinas del Creador. Pero esa alteración o modificación de la naturaleza únicamente es posible porque en la misma naturaleza humana se da la facultad de crear la novedad con los viejos materiales originales. La cuestión que nos debemos plantear es: ¿para qué? ¿con qué fin? ¿qué beneficio o perjuicio resulta de ello? ¿qué hay detrás? Si podemos evitar la fecundación indeseada, usando medidas anticonceptivas eficaces, la cuestión del aborto resulta entonces superflua. Solamente se plantea la posibilidad de abortar cuando las medidas preventivas han fallado. ¿Y por qué fallan? ¿Cómo se puede explicar que se prefiera la amputación de los dedos estando en la mano el guantelete de hierro que hace imposible la herida gangrenada?

Pedro: En una sociedad “tradicional” el aborto es tan difícil o imposible como el uso de medios anticonceptivos. El Antiguo Testamento condena a Onan, verter el semen fuera de la mujer. Se recurre a hierbas o pócimas supuestamente abortivas, poco eficaces, o bien a prácticas quirúrgicas carniceras que suponen un grave riesgo para la vida de la madre. Por otro lado, la mortandad elevada, los abortos naturales, la pobreza misma y la necesidad de que algún hijo sobreviva para atender la vejez de los padres, son razones suficientes para que una mujer alumbre muchos hijos en su vida. Pero si la tasa de mortalidad se reduce como consecuencia de la higiene y la medicina, la prole numerosa se convierte entonces en una carga pesada. Y aquí se vuelve a plantear de nuevo el problema del infanticidio, la exposición de niños abandonados para ser cuidados en orfanatos o por familias acomodadas...

Julián: En cierto modo, el aborto es solamente un problema para las sociedades más ricas. Al reducirse la tasa de mortalidad, también se hace precisa la limitación consecuente de la tasa de natalidad, el control de la sexualidad. Los animales tienen un periodo de celo que les limita en el tiempo el apareamiento. Y, si proliferan, otros depredadores acaban con los “excedentes” tan pronto como invaden su territorio natural en competencia por unos recursos escasos. Pero el hombre puede sentir el deseo sexual y aparearse en cualquier época del año, no está condicionado biológicamente en este aspecto como el hermano lobo. Solamente las guerras o las epidemias diezman su población. En los países pobres las hambrunas y las enfermedades endémicas acaban con la vida de muchos niños antes de llegar a los tres años. ¿Cómo va a ser el aborto un problema serio en una sociedad donde la presencia de la muerte infantil es un hecho cotidiano y la dificultad se encuentra más bien en llegar el hombre a una edad madura?

Xavier: Vemos que incluso un debate “ético” y “científico”, como es el caso del aborto, no puede sustraerse totalmente de ser visto también desde una perspectiva “sociológica”: la clase social, la edad de la madre, la situación laboral, la adscripción o no a un credo religioso, etc. Si un presidiario sale libre de la cárcel y nadie le ofrece trabajo ¿dejará de sentir hambre? Y si entonces robase ¿deberá volver a la cárcel? En el ámbito sexual hemos conocido etapas en las que se prohibía la fabricación, distribución y venta pública de preservativos o de la “pildora” mientras se castigaba con la pena de prisión el embarazo no deseado. La doctrina oficial de la Iglesia en este tema no tiene en cuenta que la obligación moral de traer hijos al mundo (de la que se libera a quien se le impone el celibato) se proyecta en todo el tiempo de la vida marital, no en cada acto sexual individual. Y la Biblia nada establece sobre el número concreto, el cual depende de otro deber moral superior: la formación de personas integradas en la sociedad, no solamente cuerpos, material biológico. Y eso supone rechazar tanto el egoísmo de tener menos hijos de los que se pueden criar adecuadamente como la irresponsabilidad de dar a luz más hijos de aquellos que  se pueden mantener. Cada familia tiene una situación social distinta y ¿las normas relativas a la sexualidad deben ser siempre las mismas para un burgués acomodado que para un obrero en paro? ¿O no se pueden adaptar tal vez a las distintas fases de la vida?

Pedro: La castidad o la continencia sexual y los medios anticonceptivos artificiales no se excluyen forzosamente. O bien se dirigen a públicos distintos (creyentes unos, secularizados otros) o bien se dirigen a unas mismas personas en las circunstancias diversas de su propia vida sexual. La moral del Opus Dei y las campañas en favor del uso del preservativo  son “complementarias” y convergen ambas en un objetivo común: evitar un embarazo no deseado. ¿Por qué acudir al aborto cuando libremente se puede evitar? Unos porque no practican el sexo; otros porque practican el sexo seguro.

Julián: Creo que si el problema moral del aborto se aborda en un punto anterior a la fecundación, la prevención, podemos hallar una zona común donde todos los hombres, sean católicos o no, podamos remar juntos en una misma dirección. Pero eso exige dos cosas: una, que los católicos acepten la legitimidad de ejercer la propia sexualidad libremente usando las medidas anticonceptivas; otra, que quienes no sean católicos respeten sin burla el derecho a la virginidad o castidad anterior al matrimonio. En psicología se usa una figura que podría llamarse “gato-perro”, un animal indefinido que puede ser visto tanto como perro o como gato. Al añadir ciertos rasgos mínimos en dibujos sucesivos, a la izquierda o a la derecha del “gato-perro”, se nos muestra cada vez con más evidencia la imagen distinta de un perro o de un gato. Podemos extremar las posiciones en conflicto para ver más claramente. Si tuviésemos que optar o elegir entre dos extremos: una sociedad cuya ley nos permite el aborto pero apenas se recurre a la interrupción del embarazo y otra sociedad que lo prohíbe pero se practica abundantemente de una manera clandestina ¿qué opción sería preferible? El cristiano debe iluminar con su fe las conciencias, las leyes son secundarias. Sin embargo, tengo una duda: ¿las leyes buenas sirven para hacer mejores a los hombres? ¿O son los hombres mejores los que mejoran las leyes malas? La ley de plazos que permite el aborto libre no resuelve definitivamente el fondo del problema en todos aquellos casos que sobrepasan, sea cual sea la causa, el plazo tolerado; y, por otro lado, ¿reducirá de veras el número de los abortos ilegales o ampliará los legales al “relajar” la prevención del embarazo? ¡Qué más da usar un preservativo si todo tiene un arreglo posterior! Si podemos suspender una asignatura en junio, en septiembre y, en diciembre, y pasar de curso, y nunca hay un límite apremiante... ¿para qué estudiar? ¿De qué sirve el esfuerzo? La práctica del sexo “seguro” solamente es necesaria cuando la “inseguridad” (o sea, el riesgo probable) conlleva también la obligación de hacernos responsables de nuestra propia irresponsabilidad.

Pedro: Quede aquí la cuestión colgada en el alero para otra ocasión. Podríamos resumir toda esta discusión formulando una ética de mínimos, un programa común que lleve al plano concreto de la acción política y social los presupuestos teóricos implícitos en las distintas posturas en conflicto. Todos estamos de acuerdo en que:

a)       el aborto es un mal en sí mismo o la demostración palpable de un fracaso rotundo en la educación sexual;

b)       debemos trabajar en favor de una mentalidad contraria al aborto, ya sea desde la prevención por medios anticonceptivos o desde una moral que privilegie la castidad.

c)       A pesar de todo, si la mujer queda embarazada, podría legalmente abortar en un plazo suficientemente corto y en el cual la embriogénesis no aclare la sustantividad o individuación de la célula germinal.

d)       Los católicos no estarían en ningún caso obligados a practicar el aborto ni a participar en él quedando regulada legalmente la objeción de conciencia.

e)       Sin ejercer ninguna presión disuasoria, todos los católicos están legitimados para apoyar moral, económica y socialmente a las madres embarazadas que deseen suspender el aborto.

f)        El Estado debe proporcionar los medios precisos para realizar el aborto y también, especialmente, todas las ayudas o medidas necesarias para aquellas mujeres que deseen suspenderlo y culminar el embarazo más allá del plazo legal para abortar.

g)       El Estado no juzga ni penaliza a las mujeres que abortan según la ley ni tampoco los católicos sustituyen la Justicia y la Misericordia divinas “criminalizando” y señalando públicamente a los médicos y a las clínicas abortistas que cumplen con la ley.

Redacción de  uv.es/

 

 

 

El valor de la paciencia

La paciencia no es pasividad ante el sufrimiento, no reaccionar o un simple aguantarse: es fortaleza para aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, como venidos del amor de Dios.

I. Los textos de la Misa recogen una parte del discurso del Señor en el que hace referencia a los acontecimientos finales de la historia. En esta larga alocución se entremezclan diversas cuestiones relacionadas entre sí: la destrucción de Jerusalén -ocurrida cuarenta años después-, el final del mundo y la segunda venida de Cristo, llena de gloria y majestad. Jesús anuncia también las persecuciones que sufrirá la Iglesia y las tribulaciones de sus discípulos. Este es el pasaje que nos propone el Evangelio [1], al final del cual el Señor nos exhorta a la paciencia, a la perseverancia, a pesar de los obstáculos que se puedan presentar: In patientia vestra possidebitis animas vestras, con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas.

Los Apóstoles recordarían más tarde la advertencia del Señor: No es el siervo mayor que su señor. Si me han perseguido a Mí también a vosotros os perseguirán [2]. Con todo, estas tribulaciones no escapan a la Providencia divina. Dios las permite porque serán ocasión de bienes mayores. La Iglesia se enriqueció en el amor a Dios y salió siempre vencedora y fortalecida en todas sus adversidades, como lo había anunciado el Señor: en el mundo tendréis grandes tribulaciones; pero tened confianza, Yo he vencido al mundo [3].

En este caminar en que consiste la vida vamos a sufrir pruebas diversas, unas que parecen grandes y otras de poco relieve, en las cuales el alma debe salir fortalecida, con la ayuda de la gracia. Estas contradicciones vendrán unas veces de fuera, con ataques directos o velados, de quienes no comprenden la vocación cristiana, de un ambiente paganizado adverso o de quienes expresan una verdadera oposición a todo lo que a Dios se refiere; en otras ocasiones, surgirán de las limitaciones propias de la naturaleza humana, que no permiten, ¡tantas veces!, alcanzar un objetivo si no es a base de un empeño continuado, de sacrificio, de tiempo… Pueden venir dificultades económicas, familiares … ; pueden llegar la enfermedad, el cansancio, el desaliento… La paciencia es necesaria para perseverar, para estar alegres por encima de cualquier circunstancia; esto será posible porque tenemos la mirada puesta en Cristo, que nos alienta a seguir adelante, sin fijarnos demasiado en lo que querría quitarnos la paz. Sabemos que, en todas las situaciones, la victoria está de nuestra parte.

La paciencia, según San Agustín, es «la virtud por la que soportamos con ánimo sereno los males». Y añadía: «no sea que por perder la serenidad del alma abandonemos bienes que nos han de llevar a conseguir otros mayores» [4]. Esta virtud lleva a soportar con buen ánimo, por amor a Dios, sin quejas, los sufrimientos físicos y morales de la vida. Frecuentemente tendremos que ejercerla sobre todo en lo ordinario, quizá en cosas que parecen triviales: un defecto que no se acaba de vencer, aceptar que las cosas no salgan como nosotros querríamos, los imprevistos que surgen, el carácter de una persona con la que hemos de convivir en el trabajo, gentes bien dispuestas pero que no entienden, aglomeraciones en el tráfico, retraso de los medios públicos de transporte, llamadas imprevistas que impiden terminar el trabajo a su hora, olvidos… Son ocasiones para afirmar la humildad, para hacer más fina la caridad.

II. La paciencia es una virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no reaccionar, ni un simple aguantarse: es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas, como venidos del amor de Dios. Identificamos entonces nuestra voluntad con la del Señor, y eso nos permite mantener la fidelidad en medio de las persecuciones y pruebas, y es el fundamento de la grandeza de ánimo y de la alegría de quien está seguro de recibir unos bienes futuros mayores [5].

Son diversos los campos en los que el cristiano debe ejercitar esta virtud. En primer lugar consigo mismo, puesto que es fácil desalentarse ante los propios defectos que se repiten una y otra vez, sin lograr superarlos del todo. Es necesario saber esperar y luchar con perseverancia, convencidos de que, mientras nos mantengamos en el combate, estamos amando a Dios. La superación de un defecto o la adquisición de una virtud, de ordinario, no se logra a base de violentos esfuerzos, sino de humildad, de confianza en Dios, de petición de más gracias, de una mayor docilidad. San Francisco de Sales afirmaba que es necesario tener paciencia con todo el mundo, pero, en primer lugar, con uno mismo [6].

Paciencia también con quienes nos relacionamos más a menudo, sobre todo si, por cualquier motivo, hemos de ayudarles en su formación, en su enfermedad… Hay que contar con los defectos de las personas que tratamos -muchas veces están luchando con empeño por superarlos-, quizá con su mal genio, con faltas de educación, suspicacias… que, sobre todo cuando se repiten con frecuencia, podrían hacernos faltar a la caridad, romper la convivencia o hacer ineficaz nuestro interés en socorrerles. La caridad nos ayudará a ser pacientes, sin dejar de corregir cuando sea el momento más indicado y oportuno. Esperar un tiempo, sonreír, dar una buena contestación ante una impertinencia puede hacer que nuestras palabras lleguen al corazón de esas personas, y siempre llegan al Corazón del Señor, que nos mirará con especial aprecio y amistad.

Paciencia con aquellos acontecimientos que llegan y que nos son contrarios: la enfermedad, la pobreza, el excesivo calor o frío…. los diversos infortunios que se presentan en un día corriente: el teléfono que no funciona o no deja de comunicar, el excesivo tráfico que nos hace llegar tarde a una cita importante, el olvido del material de trabajo, una visita que se presenta en el momento menos oportuno… Son las adversidades, quizá no muy trascendentales, que nos llevarían a reaccionar quizá con falta de paz. Ahí nos espera el Señor; en esos pequeños sucesos se ha de poner la paciencia, manifestación del ánimo fuerte de un cristiano que ha aprendido a santificar todas las menudas incidencias de un día cualquiera.

III. Caritas patiens est [7], la caridad está llena de paciencia. Y al mismo tiempo esta virtud es el gran soporte de la caridad, sin el cual no podría subsistir. Para el apostolado, singular manifestación de la caridad, la paciencia es absolutamente imprescindible. El Señor quiere que tengamos la calma del sembrador que echa su semilla sobre el terreno que ha preparado previamente y sigue los ritmos de las estaciones, esperando el momento oportuno, sin desánimos, con la confianza puesta en que aquel pequeño tallo que acaba de aparecer será un día espiga granada.

El Señor nos da ejemplo de una paciencia indecible. De las muchedumbres que se le acercan dice en ocasiones que viendo no miran, y oyendo no escuchan, ni entienden [9]; a pesar de todo le vemos incansable en su predicación y dedicación a las gentes, recorriendo siempre los caminos de Palestina. Ni siquiera los Doce que le acompañan en todo momento demuestran un gran aprovechamiento: aún tengo muchas cosas que enseñaros -les dice la víspera de su partida-, pero por ahora no podéis comprenderlas [10]. El Señor contaba con sus defectos, con su manera de ser, y no se desalienta. Más tarde, cada uno a su manera, será un testigo fiel de Cristo y del Evangelio.

La paciencia y la constancia son imprescindibles en esta labor que, en colaboración con el Espíritu Santo, hemos de llevar a cabo en nuestra propia alma y en las de nuestros amigos y familiares que queremos acercar al Señor. La paciencia va de la mano de la humildad, se acomoda al ser de las cosas y respeta el tiempo y el momento de las mismas, sin romperlas; cuenta con las limitaciones propias y las de los demás. «Un cristiano que viva la virtud recia de la paciencia, no se desconcertará al advertir que quienes le rodean dan

muestra de indiferencia por las cosas de Dios.

Sabemos que hay hombres que, en las capas subterráneas, guardan como en la bodega los buenos vinos- unas ansias incontenibles de Dios que tenemos el deber de desenterrar. Ocurre, sin embargo, que las almas -la nuestra también- tienen sus ritmos de tiempo, su hora, a la que hay que acomodarse como el labrador a las estaciones y al terruño. ¿No ha dicho el Maestro que el reino de Dios es semejante a un amo que salió a distintas horas del día a contratar obreros a su viña (Mt 20, 1-7)?» [11]. ¿Y cómo no vamos a ser pacientes con los demás, si el Señor ha derrochado tanta paciencia con nosotros y sigue haciéndolo? Caritas omnia suffet, omnia credit, omnia sperat, omnia sustinet [12], la caridad a todo se acomoda, cree todo, todo lo espera y todo lo soporta, enseñó San Pablo. Y también lo escribió para nosotros.

Si tenemos paciencia, seremos fieles, salvaremos nuestras almas y también las de muchos otros que la Virgen Nuestra Madre pone constantemente en nuestro camino.

Por Francisco Fernández Carvajal


[1] Lc 21, 12- 19.

[2] Jn 15, 20.

[3] Jn 16, 33.

[4] SAN AGUSTÍN. Sobre la paciencia, 2.

[5] Cfr. SANTO TOMÁS, Comentario a la Epístola a los Hebreos, 10, 35.

[6] Cfr. SAN FRANCISCO DE SALES, Epistolario, frag. 139, en Obras selectas de…. p. 774.

[7] 1 Cor 13, 4.

[8] Cfr. SAN CIPRIANO, Sobre el bien de la paciencia, 15, en Folletos M. C., no. 321.

[9] Mt 13, 13.

[10] Jn 16, 12.

[11] J. L. R. SÁNCHEZ DE ALVA, El Evangelio de San Juan, Palabra, 3ª ed.- Madrid 1987, nota 4, 1-44.

[12] 1 Cor 13, 7

 

 

 

¿Tienen alma los animales?

Por alma entendemos el acto de un cuerpo que tiene vida. En tanto a su organización compleja de fuerza de vida propia los animales tienen alma, incluso memoria, imaginación y apetitos. El alma de los animales no es como la de los seres humanos, porque no tiene una tendencia la vida espiritual, de reconocimiento personal de Dios.

Una cuestión antigua

¿Quién no ha disfrutado de la compañía y lealtad de un perro? En los momentos en que disfrutamos de un animal estamos casi seguros de  que tiene un alma semejante a la nuestra. No se puede ocultar que hay cierta comunicación no verbal entre hombre y animales, más si son animales queridos. Esto impulsa a creer que, los animales tienen alma semejante a la nuestra.

¿Tienen alma los animales? Para resolver esta pregunta es necesario hacer un estudio profundo sobre el concepto de alma y sus capacidades. Si el hombre dice tener alma, entonces habrá que encontrar algunas capacidades semejantes entre hombre y animales, aunque no siempre las mismas. Veremos que el concepto de alma no es cerrado, sino flexible, y si bien, los animales tienen alma, no la tienen en el mismo sentido que los hombres.

Esta cuestión es tan antigua que los primeros filósofos griegos que la analizaron recibieron datos de tradiciones tan milenarias como la egipcia o la mesopotámica. Sin embargo fueron los griegos quienes, por primera vez forjaron un concepto más claro sobre el alma y sus facultades.

Una de las aportaciones griegas más importantes para el estudio de la naturaleza del alma es deja en claro que ella mismo es principio de vida, o sea, de automovimiento. Revisemos brevemente el desarrollo de este concepto para poderlo entender mejor.

La psiché griega: el principio de automovimiento

Los primeros filósofos como Tales, Heráclito, Anaximandro, entre otros pensaron que la materia tenía una animación propia, semejante al modo de la vida. Por esto pensaron que los animales, que a su decir, estaban hechos de 4 diferentes elementos, tenían alma, pues estaban animados por los elementos.

Platón, al recibir la herencia de estos filósofos pensó que el alma no se conocía sólo por las actividades propias del cuerpo, sino por las actividades de la mente. Este filósofo fue el que planteó que el alma tiene diferentes capacidades más o menos relacionadas al cuerpo pero que no son sólo cuerpo. De este modo hay una gradación entre las facultades del alma: hay una facultad que se ocupa de la supervivencia y la nutrición; otra, la voluntad, se encarga de desear el bien para obtenerlo; otra, el intelecto, se encarga de contemplar el bien para conocerlo y después, por voluntad, obtenerlo.

Aristóteles, como heredero de Platón, profundizó en este esquema y definió las capacidades de cada facultad del alma, así como los organismos en los que se podían encontrar. En este sentido, por la graduación de las facultades de la vida: nutrición, deseo y entendimiento, dice Aristóteles que los organismos vivos tienen un alma con más o menos capacidades.

Según este planteamiento razonable, los animales tienen alma, pues poseen en sí mismos su principio de movimiento y pueden sentir, moverse, imaginar, y desear por sí mismos. Los animales son seres vivos y creaturas de Dios. Por tanto tienen una dignidad en tanto a su naturaleza. Esta dignidad debe ser respetada, pero no debe pretenderse dar a los animales una dignidad impropia de su naturaleza.

¿Tienen un alma semejante seres humanos y animales?

Hemos visto que los animales tienen alma porque en ellos mismos está su principio de movimiento y tienen facultades que no son sólo el cuerpo, sino del cuerpo como la nutrición, la sensación, imaginación, etc. Recordemos que los animales están animados. Ambas palabras, «animales» y «animación» provienen del latín, anima que se traduce como alma.

Por estas facultades seres humanos y animales tienen alma. Sin embargo, el alma humana se abre el desarrollo espiritual, mientras que el alma de los animales no. Es verdad que el hombre tiene un alma que tiene bases animales, sin embrago su desarrollo más alto está en la esfera espiritual.

La perfección del hombre está en desarrollarse  plenamente como un ser hecho de cuerpo, alma y espíritu. Éste último, el espíritu, nos permite tener un alto grado de autoconciencia, intelecto y capacidad de reflexión. El espíritu está más separado de la materia que otras facultades del alma. Es decir, el espíritu es inmaterial porque no es sólo una facultad del alma que se liga directamente a un órgano corporal. Claro está que en el cerebro suceden los procesos mentales, pero estos no se pueden completar sólo por los cambios del órgano. Algunas pruebas de la inmaterialidad del alma humana son:

  • la capacidad de negación. Decir «no» implica separar con la mente una cosa que no existe en la realidad material. Por ejemplo, si decimos: «la blusa no es roja», lo «no rojo» no existe en la realidad, sino que lo nota la mente.
  • la capacidad de abstracción. Esto significa notar una característica que trasciende a los objetos particulares. Por ejemplo: el concepto de silla como mueble para sentarse. Reconocer esta naturaleza trasciende a la silla de montar, a la silla de paja, de madera, de oro, de piedra, etc.
  • la capacidad de reflexión: Reflexionar es volver sobre sí mismo. Cuando hacemos un ejercicio de reflexión nos vemos a nosotros mismos desde una distancia tomada con la mente. Así somos capaces de autoevaluarnos y de hacer una recapitulación del pasado y una proyección del futuro.
  • La búsqueda y reconocimiento de Dios. Cuando buscamos a Dios, no buscamos algo material, sino a la Causa de todas las cosas, a un Dios personal, con inteligencia y voluntad. Esta búsqueda de lo inmaterial denota la inmaterialidad del alma humana.

En suma digamos que el alma humana es de naturaleza espiritual, mientras que el alma de los animales no lo es. Este reconocimiento no demerita a los animales como compañeros leales y creaturas útiles al hombre. Más bien nos mueve a reflexionar sobre las actitudes exageradas que se toman con los animales. Si bien muchos de ellos pueden ser nuestros compañeros leales, esto no significa que sean idénticos a nosotros y que deban recibir las mismas atenciones espirituales que un ser humano.

El católico actúa de forma respetuosa y considerada con los animales porque sabe que sienten y pueden sufrir, pues tienen alma y una dignidad como creaturas de Dios. Además de esto sabe que un animal no tiene la misma dignidad, en cuanto a facultades espirituales, que un ser humano. Esto es porque el hombre es espíritu y cuerpo animado, mientras que los animales son cuerpos animados que no han alcanzado un desarrollo espiritual.

Algunos filósofos contemporáneos han planteado la pregunta siguiente: ¿Qué pasaría con los animales que, en cierto grado de evolución llegaran a tener un desarrollo mental como el de los seres humanos y se abrieran a la vida espiritual? En este caso, parece, tendrían facultades semejantes a las de los seres humanos y tendrían la dignidad humana según su naturaleza de facultades espirituales. El debate continúa y el diálgo entre filósofos, teólogos y científicos se aviva cada vez más.

Por Gabriel Gonzáles Nares

 

 

¿Cómo afectan las pantallas a tu relación?

Por Empantallados.com 

Foto: Freepik 

Un estudio de la Universidad Baylor, en Texas, revela que el 46% de los encuestados afirman haber sufrido phubbing por parte de su pareja.

Es decir, se han sentido ignoradas por la persona con la que están, en este caso su pareja, que está absorto en su pantalla. El término phubbing es un mix de las palabras phone (teléfono) y snubbing (despreciar). ¿Te resulta familiar esta situación?

El 22 % reconoce que este fenómeno causó problemas de relación con su pareja, y el 36 % afirma que esto le hizo sentir deprimido durante un tiempo. No parece un asunto que pueda tomarse a la ligera. En tu relación de pareja puede haber entrado un tercero: ¡el móvil!

Empieza por la mirada

Tu pareja piensa así: “si estás conmigo, espero que estés verdaderamente y que, en estos momentos, soy lo más importante. Necesito sentir que me escuchas, que no estoy en un segundo plano”.

¿Cómo podemos conseguirlo? Con la mirada. Si tu mirada, en lugar de estar en tu pareja, está en la pantalla, seguramente se va a sentir en un segundo plano. A menudo, tener tanta confianza con nuestra pareja nos lleva a cometer este error con más frecuencia. Recupera la mirada cuando te hable. Aléjala en ese momento de las pantallas.

El móvil, un "chupete" emocional

Hay determinadas personas que utilizan las pantallas en esta época para evitar determinadas conversaciones. A veces utilizamos el móvil como un chupete emocional. Con él evitamos enfrentarnos a nuestras emociones e incluso hacer el ejercicio de pararnos y hacer introspección. Las pantallas nos ayudan a evadirnos de nuestra realidad y eso, claramente, puede afectar a la pareja. 

Díselo a la cara

Hablar con tu pareja durante el día a través del móvil tiene la parte positiva de demostrar al otro que nos acordamos de él. Pero al mismo tiempo favorece que nos perdamos la comunicación no verbal: nos faltan un montón de matices, lo que puede llevar a provocar infinidad de malentendidos.

WhatsApp puede estar muy bien para momentos puntuales pero cuando se trata de una conversación importante es necesario afrontarla de otra manera. En esas situaciones puede ser muy necesario una llamada, verle cara a cara o estar presente para darle un abrazo en el momento adecuado.

¡A poner objetivos reales!

1. Fijen momentos específicos del día para conversar sin pantallas. Puede que, al principio, si la relación de pareja no está en su mejor momento, sea un poco forzado pero poco a poco podrán recuperar la conversación.

2. Recuperar la mirada. Volver a las conversaciones y a los momentos en que las miradas están conectadas el uno con el otro.  

3. Volver a la ilusión de cuando se conocieron. 

4. Recuperar cosas que antes hacían.

5. Salir de la rutina del día a día.

En definitiva, las pantallas bien utilizadas pueden jugar un papel importante con un “te quiero”, “te echo de menos”, etc.; pero hay temas que es mejor afrontar cara a cara, y recuerda ¡no solo las utilices para los asuntos logísticos! Busca todo aquello que te enamoró de tu pareja porque seguro que hay muchas cosas que siguen estando ahí. Pon de nuevo el foco en todo eso y pasen tiempo juntos. 

 

Derechos humanos, inteligencia artificial y neuroderecho. De Karel Vasak a los derechos humanos 4.0

Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|29 noviembre, 2022|BIOÉTICA PRESSTop News

INTRODUCCIÓN

Pérez Luño (2010, p. 50) define los derechos humanos como “un conjunto de facultades e instituciones que, en cada momento histórico, concretan las exigencias de la dignidad, la libertad y la igualdad humanas, las cuales deben ser reconocidas positivamente por los ordenamientos jurídicos a nivel nacional e internacional”.

De esa definición nos interesa resaltar su referencia a la historia, o como mejor expresión de Pérez Luño, a “cada momento histórico”, toda vez que la propia evolución de la vida y de la sociedad, concretada en este caso en los avances científicos y tecnológicos, a lo primero que afecta, a modo de atrio jurídico, es a los derechos humanos.

Precisamente, atendiendo a dicha evolución, el objeto de investigación del presente artículo es la nueva tecnología y la historia de los derechos humanos.

El criterio que hemos elegido para investigarla es la conocida clasificación de los mismos, elaborada por Karel Vasak en 1979, en tres generaciones de derechos humanos, clasificación cuyo criterio taxonómico viene dado por los tres principios de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad (o solidaridad).

La propia historia ha demostrado que esa clasificación es necesariamente abierta, puesto que a medida que los avances de toda índole, y por lo que aquí respecta los de naturaleza científica y tecnológica, progresan, tal avance influye en los derechos humanos.

De ahí que las preguntas de investigación vayan en la siguiente dirección: 1) ¿En qué medida el progreso científico y, sobre todo hoy, tecnológico y biotecnológico, afecta a los derechos humanos? 2) Si afecta, ¿tal afectación pude ser negativa y, por tanto, pone en riesgo algún derecho humano más que otro? 3) En tal caso, ¿cuál o cuáles en concreto?

La metodología es necesariamente cualitativa, basada en la observación indirecta y en la inferencia, método que no está exento de un análisis descriptivo, explicativo y exploratorio/confirmatorio.

El objetivo general es averiguar, en efecto, si la tecnología más avanzada, más en concreto la Inteligencia Artificial (en adelante, IA) y la Neurociencia, vulneran o pueden vulnerar la esfera de los derechos humanos.

Los objetivos específicos coinciden con los apartados del presente artículo.

Todo esto es lo que tratamos de analizar en este trabajo científico.

1.  KAREL VASAK: TRES GENERACIONES DE DERECHOS HUMANOS

Como acabamos de decir, la división de los derechos humanos en tres generaciones fue propuesta por primera vez por Karel Vasak en 1979. Cada una se asocia a uno de los grandes valores proclamados en la Revolución Francesalibertad, igualdad, fraternidad.

Los derechos civiles y políticos de primera generación, son aquellos que inciden sobre la expresión de libertad de los individuos. Con ellos se pretendió limitar el poder del Estado (absolutismo monárquico) frente a los individuos, intentando evitar la ilegítima injerencia del poder político en las conciencias y otros terrenos privativos del ciudadano.

Podemos marcar su comienzo en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, de 4 de julio de 1776; y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, fruto de la Revolución Francesa.

Según unos autores, Bustamante (2001), fue el constitucionalismo y el liberalismo progresista quienes impulsaron la inclusión de dichos derechos en las Constituciones de los Estados nacionales europeos a finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX, favoreciendo así la universalización de los derechos civiles y políticos básicos.

Sin embargo, es más común reconocer el mérito al iusnaturalismo de corte racionalista, algo anterior a esa época, que entiende los derechos humanos como derechos naturales porque “concibe la existencia de un Derecho Natural como un código de normas generales, universales e inmutables, [y que] tiene una repercusión histórica muy concreta en la aparición de los derechos humanos como derechos inherentes al hombre que el Estado reconoce y garantiza” (E. Bea en De Lucas, 1997, p. 328).

El derecho a la intimidad de la persona, a su libertad frente al Estado, su integridad física o las garantías procesales, son derechos que tienen como soporte el iusnaturalismo, la filosofía de la ilustración y las teorías del contrato social: Grocio, Pufendorf, Locke, Rousseau, …

Los derechos económicos, sociales y culturales de segunda generación se incorporan a partir de una tradición de pensamiento humanista y socialista, en concreto a partir de finales del siglo XIX y primera mitad del XX. Impulsores son Marx, Engels o la Constitución de la República de Weimar. Son, como decimos, de naturaleza económica y social, e inciden sobre la expresión de igualdad de los individuos.

Los derechos de primera generación defendían a los ciudadanos frente al poder del Estado, pero ahora se exige cierta intervención de éste para garantizar un acceso igualitario a los derechos que de forma autónoma no se pueden alcanzar (o no todos los pueden alcanzar).

Se pedía así que el Estado garantice el acceso a la educación, el trabajo, la salud, la protección social, la vivienda, el salario, el descanso, el sufragio, etc.

Los llamados derechos de la solidaridad constituyen una tercera generación que se concreta históricamente en la segunda mitad del siglo XX, fundamentalmente después de la Segunda Guerra Mundial.

Según Bustamante (2001), esta vez, su motor impulsor será la acción de determinados colectivos que reclaman legítimos derechos. Se comienzan a configurar en forma de declaraciones sectoriales que protegen los derechos de colectivos discriminados: grupos de edad, minorías étnicas o religiosas, parados, países del Tercer Mundo, que se ven afectados por alguna de las múltiples manifestaciones que cobra la discriminación económica y/o social.

Con ellos se trata de luchar contra la alienación del individuo (Ballesteros, 1992, pp. 137 y ss.).

Continúa Bustamante diciendo que comienzan a reivindicarse con fuerza los derechos a la paz y a una justicia internacional, a poder intervenir desde instituciones de carácter supranacional en los conflictos armados locales, imponiendo la paz desde una fuerza legítima. El derecho a escoger modelos de desarrollo sostenible que garanticen la diversidad y que permitan preservar el medio ambiente natural, así como el patrimonio cultural de la humanidad.

2.  INFORMÁTICA Y DERECHOS HUMANOS

Con la irrupción de la informática en nuestras vidas y de los avances biotecnológicos en el campo de las ciencias de la vida y de la salud, se estuvo pidiendo por parte de algunos estudiosos en la materia una nueva generación de derechos humanos.

No vamos a hablar de la influencia de la informática en nuestra vida diaria. Todos la vivimos en nuestra cotidianidad y, por tanto, no vamos a descubrir nada en este sentido.

Ahora bien, tal avance informático, por ejemplo, ha dado lugar en la investigación y la docencia a los llamados Recursos 3.0, es decir, el manejo de nuevas herramientas utilizadas como recursos para impartir las clases o para la investigación científica (artículos 26, 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos), como audiovisuales o buscadores, muy útiles y habituales hoy, pero que en ocasiones pueden vulnerar, ponemos por caso, derechos de propiedad intelectual. De ahí el cuidado que debe tenerse en la utilización de los mismos.

Por otro lado, la compraventa o publicación de bienes de ocio a través de Internet, la utilización de redes sociales, además de la aparición de nuevos delitos, ahora informáticos, tiene como consecuencia repensar determinados derechos que pueden ser vulnerados, como los económicos (extorsión, artículo 243; estafa, artículos 248 y siguientes, todos ellos del Código Penal), o que se tenga que salvaguardar mejor la protección de los datos de carácter personal (como la Ley Orgánica 3/18 de protección de datos personales y garantía de los derechos digitales y la Ley Orgánica 7/21 de protección de datos personales tratados para fines de prevención, detección, investigación y enjuiciamiento de infracciones penales y de ejecución de sanciones penales).

El artículo 18.4 de nuestra Constitución (regulación legislativa del uso de la informática), los artículos 8.1 de la Carta Europea de Derechos Fundamentales y 16.1 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (protección de datos de carácter personal) adquieren hoy más importancia que nunca.

Aparecen, pues, los derechos digitales.

Por su parte, los avances biotecnológicos hacen que conceptos clásicos del derecho tengan que revisarse, “reinventarse” o “reclasificarse”. Sin ir más lejos, piénsese en los efectos del diagnóstico genético preimplantacional en el derecho a la vida o, en su caso, la FIV o la Maternidad Subrogada en el derecho de familia.

Pues bien, dando un paso más, ¿podemos hablar ya de una nueva generación de derechos humanos 4.0?

3.  DERECHOS HUMANOS 4.0

Las tecnologías más avanzadas están influyendo en nuestra vida cotidiana: desde dispositivos móviles, incluso a modo de relojes, hasta automóviles que se conducen de modo autónomo; apps donde podemos operar gestiones rutinarias, incluso bancarias. Términos y conceptos que ya utilizamos en nuestro día a día sin darles más importancia, como la Inteligencia Artificial o el Big data.

Si están utilizándose en la vida diaria, tenía que llegar también a otros campos más especializados, sobre todo profesionalmente: Marketing, Economía, Medicina y, desde luego, Derecho.

Pero lo que ocurre en el Derecho, como venimos diciendo, es que siempre que se abren nuevos campos sociales, surge la pregunta de si hay que adaptar el Derecho ya construido a las novedades, en este caso tecnológicas, o bien se han de crear nuevos derechos.

Y tal cuestionamiento continúa siendo lógico, porque, como decíamos supra, todo evoluciona y los cambios en las tecnologías y biotecnologías acaban influyendo en los derechos que, en cualquier caso, hay que proteger: como todo cambio o, más bien, toda novedad, no deja de tener la característica de la ambigüedad, de tal modo que dependiendo de la intención o finalidad de su utilización, ésta puede vulnerar derechos y, por ende y antes que nada, derechos humanos.

Pero es que en este caso, su mera utilización ya genera el deber de su regulación: ¿a quién no le ha ocurrido comprobar con sorpresa, o ya sin sorpresa, la invitación repentina a incluir en nuestros TL nuevos contactos o nuevos temas simplemente por dar “likes” en Twitter o Facebook, todo ello producto de los algoritmos, la IA y el Big data?

Esa situación tiene consecuencias en nuestra esfera íntima, lo que ocurre es que al ser tan cotidiana, ni nos damos cuenta ni le damos importancia. Inocentemente, estamos dando información no ya sobre nuestros gustos, sino sobre nuestras preferencias y nuestras opciones vitales, sabiéndose incluso hasta cómo pensamos y sobre qué.

Si eso ocurre a diario, excusamos decir cuando tales avances se aplican al campo de la Medicina.

La cita de Barona (2022, pp. 28-29) que ahora recogemos es larga, pero de necesaria lectura:

«Baste pensar en las piernas biónicas, las manos artificiales con sentido de tacto, el marcapasos del corazón y sobre todo el marcapasos cerebral que se muestra como la salvación a las enfermedades degenerativas cerebrales, sin olvidar los avances de la nanotecnología que de forma reciente ofrecen los nanorobots para introducir en el cuerpo humano para eliminar las secuelas de los organismos con COVID…; son todos ellos avances en los que la tecnología de última generación ofrecen una indiscutible mejora del bienestar humano. Debe fijarse los límites de su extensión, que está provocando la conversión de la Humanidad en una Tecnohumanidad, una humanidad aumentada o hibridada, posición defendida por los transhumanistas, que avizoran la desaparición del ser humano y abogan por la superación de la creatura humana por el Cyborg (híbrido)».

De ahí que el Libro Blanco sobre la Inteligencia Artificial de la Unión Europea, elaborado por la Comisión Europea, haga esta rotunda afirmación (2020, p. 13):

«Aunque la IA puede ofrecer muchas ventajas, por ejemplo, mejorando la seguridad de los productos y los procedimientos, también puede resultar nociva. Los daños pueden ser tanto materiales (para la seguridad y la salud de las personas, con consecuencias como la muerte, y menoscabos al patrimonio) como inmateriales (pérdida de privacidad, limitaciones del derecho de libertad de expresión, dignidad humana, discriminación en el acceso al empleo, etc.) y pueden estar vinculados a una gran variedad de riesgos. El marco regulador debe centrarse en cómo minimizar los distintos riesgos de sufrir daños, especialmente los más significativos.

Los principales riesgos relacionados con el uso de la inteligencia artificial afectan a la aplicación de las normas diseñadas para proteger los derechos fundamentales (como la protección de los datos personales y la privacidad, o la no discriminación) y la seguridad, así como a las cuestiones relativas a la responsabilidad civil».

Así como también la elaboración de normas internacionales como el Reglamento (UE) 2017/745 sobre productos sanitarios. Por no hablar de la influencia de la informática y la tecnología en los derechos de los pacientes, como por ejemplo es el caso del consentimiento informado o la historia clínica; o por la posible Responsabilidad Civil Sanitaria por los daños que pueda ocasionar la elaboración de una defectuosa tecnología y/o la aplicación de la misma con mala praxis.

Llegando incluso a aparecer un nuevo Derecho, el Neuroderecho (con los consiguientes neuroderechos), que al decir de Lolas & Cornejo (2017, p. 67) “es la traducción del anglicismo neurolaw, que no es más que la interfaz entre todas aquellas disciplinas aglutinadas bajo el rótulo de neurociencias y derecho”.

  1. CONCLUSIONES

Con la Bioética y el Bioderecho a los juristas se nos exigió un esfuerzo en el estudio de disciplinas que antes eran ajenas al Derecho. Es más, ¿los juristas teníamos derecho a ejercer una acción que no era otra cosa que un intrusismo? ¿Ese intrusismo era bien intencionado, sobre todo teniendo en cuenta que las Leyes permiten, pero también obligan y prohíben, es decir, imponen límites?

Aparisi (2007, p. 74) ya lo advertía al decir: “También a nivel fáctico, se advierte una cierta reticencia en los juristas para adentrarse en problemas que, a primera vista, pueden parecer más propios de los científicos o de los filósofos morales. Otro posible obstáculo a salvar por el bioderecho es la «novedad» y especificidad que implican los conflictos bioéticos, el tipo de razonamiento que conllevan, así como su ya mencionada interdisciplinariedad.”

En su comienzo, tales disciplinas se residenciaban en la Biología y en la Medicina.

Álvarez (2004, pp. 2-3), por su parte, hablaba de problemas nuevos y de Nueva Medicina: “Las decisiones morales se han tornado decisiones de gran complejidad durante el pasado siglo XX, por varias razones: por un lado, la gran dificultad intrínseca de los problemas nuevos que se nos plantean: manipulación genética, diagnóstico prenatal, técnicas de reproducción asistida, consentimiento informado, muerte cerebral, trasplante de órganos, limitación del esfuerzo terapéutico, etc. Por otro lado, el ámbito donde se plantean estos problemas se ha transformado. La creciente complejidad de las relaciones asistenciales, debido al desarrollo de la Nueva Medicina, (…).”

Pero en estos momentos, los nuevos avances en tecnología y biotecnología han generado ¿nuevos derechos? ¿Nuevas disciplinas? ¿Sub-disciplinas? ¿Simplemente, especialización? Y ha sido así por la influencia de las mismas en el Derecho que le obligan a regularlas, al ser esta la ciencia adecuada, precisamente, para proteger los derechos de las personas que pueden verse vulnerados por los daños ocasionados a causa de la elaboración y/o aplicación de tales avances.

Esas nuevas tecnologías deben dar confianza, motivo por el cual la seguridad jurídica (artículo 9.3 de la Constitución Española) debe ser uno de los principios jurídicos fundamentales en este campo.

Inteligencia Artificial, Big data, algoritmos, Neurociencia, Neuroderecho, Metaverso… todo un mundo nuevo que es necesario y hasta perentorio investigar. Si recordamos las palabras de Barona, no es exagerado afirmar que hay mucho en juego.

David Guillem-Tatay

Observatorio de Bioética de la UCV

 

 

Nerón también pasó a la Historia

“Los narcisistas no escuchan a los demás porque no les importa nada”

“Una de las cosas por las que pasaré a la Historia es por haber exhumado al dictador de un gran monumento como el que construyó en el Valle de los Caídos”, ha asegurado Pedro Sánchez durante su participación en un homenaje a la escritora Almudena Grandes.

 No he conocido nunca a ningún líder político nacional o internacional que se haya  atrevido a   pronunciarse públicamente con este sorprendente grado de autoalabanza personal. “El patrón de conducta se vertebra sobre la impresión de grandeza suprema de su persona y la necesidad de reconocimiento por parte de la gente del entorno. Hay en él presunción, engreimiento, soberbia descomunal y fatua, jactancia y petulancia” Esta descripción que tan acertadamente hace el prestigioso psiquiatra Enrique Rojas sobre un narcisista, define a la perfección la personalidad de quien hoy preside el gobierno de España

En el propio diario El País el psicólogo sanitario José Elías Fernández en un reportaje del año 2018  afirmaba que  “el mundo de los narcisistas es pequeño, se limita a los que ellos piensan y hacen, en su cabeza solo caben ecos de sus propios pensamientos. No escuchan a los demás porque no les importa nada”. Es decir que tienen la misma capacidad de escuchar que las piedras. La coincidencia de ambos profesionales, no ofrece dudas sobre el personaje.

Si todo se quedara en rasgos más o menos acusados de un gobernante al uso, su paso por el gobierno de la nación se recordaría precisamente por todo lo contrario de su casi enfermiza autocomplacencia y caería en el olvido. Pero desgraciadamente no va a ser así. Pasará a la historia como pasó Nerón, que quemó Roma y culpó a los cristianos mientras tocaba la lira y era aplaudido por sus serviles pelotas y súbditos romanos.

Pero entre todos los incendios que está propagando Pedro Sánchez en la sociedad española, el más alarmante es el que está calcinando la libertad. El descubrimiento de tener a 47 millones de españoles enclaustrados en sus hogares a causa de la pandemia excitó su espíritu totalitario y a partir de ese momento utilizó el gobierno, el parlamento y las principales instituciones del Estado para demoler todo el modelo constitucional que los españoles nos habíamos dado en 1978 en aras a garantizar nuestras libertades.

Asaltar el Tribunal Constitucional y expulsar de la tribuna de oradores a una diputada, como recientemente ha ocurrido en el Congreso, es el signo más evidente de la deriva dictatorial del nuevo régimen. Al secuestrar el templo de la palabra e intentar someter al guardián de las libertades, no hace más  que reeditarse en el dictador de quien se ha ufanado haber desenterrado. “La dictadura, devoción fetichista por un hombre, es una cosa efímera, un estado de la sociedad en el que no puede expresarse los propios pensamientos, un estado semejante no puede durar mucho tiempo” (Winston Churchill)

Jorge Hernández Mollar

 

Creados para ser felices

Los hombres hemos sido creados para algo, para ser felices junto a Dios. Por eso lo que nos ayuda siempre es tener la referencia correcta, que es lo que Dios quiere para mí en este asunto concreto. Y eso es actuar en conciencia. Por eso Rosini nos dice: “Si eres cristiano y haces muchas cosas, pero dejas la oración, es como pretender ir en coche bajo la lluvia sin limpiaparabrisas”. Es la importancia de parar, con frecuencia, para reflexionar sobre el camino correcto en mi vida. Para eso está la oración, que es hablar con Dios.

De la misma manera que quien va de viaje, en la medida en que hay alguna duda sobre el camino adecuado tiene la prudencia de echar un vistazo en el “Google Maps” o similares, así en nuestra vida hay que mirar a Dios, buscar la luz necesaria en lo que enseña la Iglesia, preguntar al experto que puede dirigir mi alma. Hacer oración. Y rezaremos tanto mejor cuanto más profundamente esté enraizada en nuestra alma la orientación hacia Dios. Cuanto más sea esta el fundamento de nuestra existencia, más seremos hombres de paz. Seremos más capaces de soportar el dolor, de comprender a los demás y de abrirnos a ellos. Esta orientación que impregna toda nuestra conciencia, a la presencia silenciosa de Dios en el fondo de nuestro pensar, meditar y ser, nosotros la llamamos "oración continua".

Domingo Martínez Madrid

 

Juventud y racismo

Hace unos días leía que uno de cada cuatro jóvenes españoles confiesa que es racista, y uno de cada siete admite haber ejercido comportamientos xenófobos. Además, la mitad de los jóvenes españoles acusan a los inmigrantes de no adaptarse a las culturas distintas de las suyas. Estos datos, procedentes de la última investigación del Centro Reina Sofía sobre adolescencia y juventud, de la Fundación de Ayuda a la Drogadicción, suponen el fracaso de las políticas de integración al uso, y debieran hacer sonar las alarmas sobre cuál es el nivel moral de comprensión y aceptación del otro en la juventud española.

En un mundo globalizado, en el que las culturas se mezclan, sorprende que un número no desdeñable de jóvenes españoles mantengan actitudes discriminatorias por causa de la raza o de la procedencia cultural o social, actitudes que fácilmente se convierten en violencia.

Jesús D Mez Madrid

 

La queja no es solución

La Confederación Española de Centros de Enseñanza (CECE) ha celebrado, a mediados del pasado noviembre, su 49º Congreso en Alicante.

Esta patronal del sector educativo reúne a miles de centros privados y concertados de toda España, con el pluralismo como insignia, pues representa a centros privados y concertados, de titularidad laica y religiosa.

En la enseñanza, o si se prefiere utilizar el término de “educación”, todo esfuerzo y cualquier avance constituyen un multiplicador. Si hay un sector que es y debe ser inconformista, atento a los cambios sociales, es el de la enseñanza.

La enseñanza en España tiene las deficiencias que ya conocemos, y algunas dificultades de más entidad que en otros países de nuestro entorno. Se nos llena la boca con la palabra “libertad”, pero la LOMLOE es un claro ejemplo de imposición, no dialogar, tal vez aprovechándose de que nuestra sociedad está agobiada o narcotizada, que tal vez es las dos cosas a la vez, fruto de la crisis económica.

Me parece muy positivo que el presidente de CECE a nivel nacional, insistiera durante el Congreso en que la queja no es solución para los problemas de la enseñanza. Nos llegan frecuentes quejas: de profesores hacia los alumnos y hacia los padres; de padres que lamentan el poco nivel de los profesores o la falta de comprensión hacia sus hijos; y así podríamos continuar.

Jesús Domingo Martínez

 

La crisis espiritual de Europa: Joseph Weiler

La Navidad cristiana es la fiesta del amor y la alegría, de la esperanza, de la reconciliación, de la justicia y de la paz. Todos estos sentimientos, serán reales si dejamos que Jesús nazca en nuestros corazones y los ilumine. Porque, como dijo Benedicto XVI, “si no se reconoce que Dios se hizo hombre, ¿qué sentido tiene celebrar la Navidad? La celebración se vacía”Joseph Weiler, Premio Ratzinger de Teología 2022, ha sido el ponente del Foro Omnes-CARF sobre La crisis espiritual de Europa. En un Aula Magna rebosante en el Edificio Masters de la Universidad de Navarra, en Madrid, el constitucionalista americano ha compartido las claves y reflexiones sobre el pensamiento europeo actual.

 

«Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios».

Papa Francisco

 

 

«Vemos las consecuencias de una sociedad llena de derechos pero sin responsabilidad personal»

El Aula Magna de la sede de la Universidad de Navarra en Madrid ha acogido el Foro Omnes-CARF sobre «La crisis espiritual de Europa». Un tema que ha suscitado una gran expectación traducida en el amplio público que se ha dado cita en este encuentro.

Alfonso Riobó, director de Omnes, ha abierto este Foro Omnes-CARF agradeciendo a ponentes y asistentes su presencia y destacando el nivel intelectual y humano del profesor Weiler que se convierte en el tercer galardonado con el Premio Ratzinger que acude a un Foro Omnes-CARF. Asimismo, el director de Omnes agradeció a los patrocinadores, el Banco Sabadell y la sección de Turismo Religioso y Peregrinaciones de Viajes el Corte Inglés su apoyo en este Foro como también al Máster de Cristianismo y Cultura de la Universidad de Navarra.

La catedrática María José Roca ha sido la encargada de moderar la sesión y presentar a Joseph Weiler. Roca ha señalado la defensa de «que sea posible en Europa una pluralidad de visiones dentro de un contexto de respeto a los derechos» que encarna el profesor Weiler quien representó a Italia ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en el Caso Lautsi vs. Italia, que falló a favor de la libertad de la presencia de crucifijos en las escuelas públicas italianas.

La «trinidad europea»

Weiler ha comenzado su disertación destacando cómo «la crisis que vive Europa no es sólo política, defensiva o económica. Es una crisis, sobre todo de valores». En este ámbito, Weiler ha explicado los valores que, a su juicio, sustentan el pensamiento europeo y que ha denominado «la trinidad europea»: «el valor de la democracia, la defensa de los derechos humanos y el estado de derecho».

Estos tres principios son la base de los estados europeos, y son indispensables. No queremos vivir en una sociedad que no respeta esos valores, mantuvo Weiler, «pero tienen un problema, están vacíos, pueden ir en una dirección buena o en una dirección mala».

Weiler ha explicado esta vaciedad de los principios: la democracia es una tecnología de gobierno; está vacía, porque si hay una sociedad donde la mayor parte fueran personas malas, habría una democracia mala. «Al igual, los derechos fundamentales indispensables nos dan libertades, pero ¿qué hacemos con esa libertad? Según lo que hagamos se puede hacer bien o mal; por ejemplo, podemos hacer mucho mal protegidos por la libertad de expresión».

Por último, ha apuntado Weiler, lo mismo ocurre con el estado de derecho si las leyes que emana son injustas.

El vacío europeo

Ante esta realidad, Weiler ha defendido su postulado: el ser humano busca «dar un significado de nuestra vida que va más allá de nuestro interés personal».

Antes de la II Guerra Mundial, ha continuado el profesor, «este deseo humano se cubría con tres elementos: familia, Iglesia y patria. Tras la contienda, estos elementos desaparecen; y se entiende, si se tiene en cuenta la connotación con, y abuso por parte de, los regímenes fascistas. Europa se vuelve secular, las iglesias se vacían, desaparece la noción de patriotismo y la familia se desintegra. Todo ello da lugar a un vacío». De aquí deviene esa crisis espiritual de Europa: «sus valores, ‘la santa trinidad europea’ son indispensables, pero no colman la busca de significado de vida. Los valores del pasado: familia, iglesia y patria ya no existen. Se produce, pues un vacío espiritual».

Ciertamente no queremos regresar a una Europa fascista. Pero, tomando como ejemplo el patriotismo, en la versión fascista el individuo pertenece al Estado; en la versión democrático-republicana, el Estado pertenece al individuo.

Europa ¿cristiana?

El experto constitucionalista se ha preguntado en la conferencia si es posible una Europa no cristiana. Ante esta pregunta, ha continuado Weiler, podemos responder según como se defina la Europa cristiana. Si miramos «el arte, la arquitectura, la música, y también la cultura política, es imposible negar el profundo impacto que la tradición cristiana, han tenido en la cultura actual de Europa».

Pero la raíz cristiana no es la única que ha influido en la concepción de Europa: «en las raíces culturales de Europa hay también una influencia importante de Atenas. Europa culturalmente hablando es una síntesis entere Jerusalén y Atenas».

Weiler ha apuntado que junto a esto, es muy significativo que hace veinte años, «en la gran discusión sobre el preámbulo de la Constitución Europea, ésta empezaba con una cita de Pericles (Atenas) y hablaba sobre la razón iluminista y se rechazó la idea de incluir una mención a las raíces cristianas». Aunque este rechazo no cambia la realidad, demuestra la actitud con la que la clase política europea aborda este tema de las raíces cristianas de Europa.

Otra posible definición de Europa cristiana sería si hubiera «al menos una masa crítica que sean cristianos practicantes. Si no tenemos esta mayoría es difícil hablar de Europa cristiana. «Es una Europa con un pasado cristiano», ha destacado el jurista. «En la actualidad nos encontramos en una sociedad postConstantino. Ahora», ha afirmado Weiler, «la Iglesia (y los creyentes: la minoría creativa) deben buscar otra manera de influir en la sociedad». 

 

 

Alfonso Riobó, Joseph Weiler y María José Roca

Alfonso Riobó, Joseph Weiler y María José Roca.  ©Rafael Martín

Los tres peligros de la crisis espiritual de Europa

Joseph Weiler ha apuntado tres puntos clave en esta crisis espiritual de Europa: la idea de que la fe es algo relativo al ámbito privado, una falsa concepción de la neutralidad que es, en realidad, una opción por la laicidad, y la concepción del individuo como sujeto únicamente de derechos y no de deberes:

1. Considerar la fe como algo privado.

Weiler ha expuesto, con clarividencia cómo los europeos somos «hijos de la Revolución francesa y veo muchos colegas cristianos que han asumido esta idea de que la religión es algo privado. Personas que bendicen la mesa pero que no lo hacen con sus colegas de trabajo por esta idea de que es algo privado».

En este punto, Weiler ha recordado las palabras del profeta Miqueas: «Hombre, se te ha hecho saber lo que es bueno, lo que el Señor quiere de ti: tan solo practicar el derecho, amar la bondad, y caminar humildemente con tu Dios» (Miqueas 6, 8) y ha apuntado que «no dice camina en secreto, sino humildemente. No es lo mismo caminar humildemente que caminar a escondidas. En la sociedad postconstantiniana, me pregunto si es una buena política esconder la fe, porque hay un deber de testimonio».

2. La falsa concepción de la neutralidad

En este punto, Weiler ha señalado esta otra «herencia de la Revolución francesa». Weiler ha ilustrado este peligro poniendo como ejemplo el ámbito de la educación. Un punto en el que, «americanos y franceses están en la misma cama. Piensan que el estado tiene la obligación de ser neutral, es decir no puede mostrar una preferencia a una u otra religión. Y eso lleva a pensar que la escuela pública debe ser laica, secular, porque si es religiosa sería una violación de la neutralidad.

¿Qué significa esto? Que familia laica, que quiere una educación laica para sus hijos puede enviar a sus hijos a la escuela pública, financiada por el estado pero una familia católica que quiere una educación católica debe pagar porque es privada. Es una falsa concepción de la neutralidad, porque opta por una opción: la laica.

Se puede demostrar con el ejemplo de Países Bajos y Gran Bretaña. Estas naciones han entendido que la ruptura social de ahora no se da entre protestantes y católicos, por ejemplo, sino entre religiosos y no religiosos. Los estados financian escuelas laicas, escuelas católicas, escuelas protestantes, escuelas judías, escuelas musulmanas… porque financiar sólo escuelas seculares es mostrar una preferencia por la opción secular».

«Dios nos pide caminar humildemente, no caminar a escondidas», Joseph Weiler, Premio Ratzinger 2022.

3. Derechos sin deberes

La última parte de la conferencia del profesor Weiler se detiene en lo que él denomina como «una consecuencia evidente de la secularización de Europa: la nueva fe son la conquista de derechos».

Aunque, como ha defendido, si el derecho pone al hombre en el centro es bueno. El problema es que nadie habla de deberes y poco a poco, se «convierte a este individuo en un individuo autocentrado. Todo empieza y termina en mí mismo, lleno de derechos y sin responsabilidades».

Ha explicado: «No juzgo a una persona según su religión. Conozco a personas religiosas que creen en Dios y que son, al mismo tiempo, horribles seres humanos. Conozco a ateos que son nobles. Pero como sociedad algo ha desaparecido cuando se ha perdido una poderosa voz religiosa».

Pero «en la Europa no secularizada», ha explicado Weiler, «cada domingo había una voz, en todos lados, que hablaba de deberes y era una voz legítima e importante. Esta era la voz de la Iglesia. Ahora ningún político de Europa podría repetir el famoso discurso de Kennedy. Podremos ver las consecuencias espirituales de una sociedad que está llena de derechos pero no hay deberes, ni responsabilidad personal».

Recuperar el sentido de responsabilidad

Ante la preguntas sobre qué valores debería recuperar la sociedad europea para evitar este colapso, Weiler ha apelado, en primer lugar a «la responsabilidad personal, sin ella las implicaciones son muy importantes». Weiler ha defendido los valores cristianos en la creación de la Unión Europea: «posiblemente más importante que el mercado, en la creación de la Unión Europea fue la paz».

Weiler ha defendido que «de una parte fue una decisión política y estratégica muy sabia, pero no sólo eso. Los padres fundadores: Jean Monet, Schumman, Adenauer, De Gasperi… católicos convencidos, hicieron un acto que mostraba la fe en el perdón y en la redención. Sin estos sentimientos, ¿pensáis que cinco años después de la Segunda Guerra Mundial se hubieran dado la mano franceses y alemanes?, ¿de dónde han venido estos sentimientos y este convencimiento en la redención y el perdón si no es de la tradición cristiana católica? Es el éxito más importante de la Unión Europea».

Joseph Weiler

Norteamericano de origen judío, nació en Johannesburgo en 1951 y ha vivido en diversos lugares de Israel así como en Gran Bretaña, donde estudió en las universidades de Sussex y Cambridge. Posteriormente se trasladó a los Estados Unidos donde ha ejercido como profesor en la Universidad de Michigan, luego en la Harvard Law School, y en la Universidad de Nueva York.

Weiler es un renombrado experto en Derecho de la Unión Europea. De religión judía, Joseph Weiler, casado y padre de cinco hijos, es miembro de la American Academy of Arts and Sciences y, en nuestro país, ha recibido el doctorado honoris causa por la Universidad de Navarra y por CEU San Pablo.​

Representó a Italia ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en el Caso Lautsi vs. Italia, en el que su defensa de la presencia de los crucifijos en lugares públicos reviste un particular interés por la clarividencia de sus argumentos, la facilidad de sus analogías, y sobre todo, por el nivel de los razonamientos presentados ante en Tribunal, afirmando, por ejemplo, que «el mensaje de tolerancia hacia los otros no debe traducirse en un mensaje de intolerancia hacia la propia identidad».

En su argumentación Weiler puso además de manifiesto la importancia de un equilibrio real entre las libertades individuales, propias de las naciones europeas, tradicionalmente cristianas que «demuestra a los países que creen que la democracia les obligaría a despojarse de su identidad religiosa que eso no es cierto».

El próximo 1 de diciembre, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, el Santo Padre Francisco entregará el Premio Ratzinger 2022 al Padre Michel Fédou y al Profesor Joseph Halevi Horowitz Weiler.

María José Atienza.