Las Noticias de hoy 3 Octubre 2022

Enviado por adminideas el Lun, 03/10/2022 - 13:27

El trabajo de los pescadores

Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    lunes, 03 de octubre de 2022    

Indice:

ROME REPORTS

El Papa: Putin detenga la guerra. Zelensky ábrase a serias propuestas de paz

Fe y razón están en armonía. Superar ideologías y fanatismo

Y CUIDÓ DE ÉL : Francisco Fernandez Carbajal

Evangelio del lunes: amar como Dios ama

“En el Evangelio, como un personaje más” : San Josemaria

“¡Vale la pena!” (II): Bendito quien confía en el Señor

Muy humanos, muy divinos (I): Jesús, ¿qué debemos hacer? : Paul O'Callaghan

Octubre mes del Rosario – Historia del Rosario

CARTA APOSTÓLICA ROSARIUM VIRGINIS MARIAE : JUAN PABLO II

Los centros abortistas en España, condenados por el Supremo por publicidad engañosa : Julio Tudela, Cristina Castillo

La Asociación Española de Farmacia Social AEFAS, en contra de la eliminación de prescripción médica para la dispensación de las píldoras contraceptivas : Julio Tudela

Monseñor Darwin, obispo de Honduras habla para CARF : Marta Santín 

 Dios, patria y familia : Jorge Hernández Mollar

Cáritas y lo que el Papa le dijo : Jesús D Mez Madrid

Los pastores de las diócesis cubanas : Jesús D Mez Madrid

Autoridad ética mundial : Jesús Domingo Martínez

Amor de abuelos : Ángel Cabrero Ugarte

 

 

ROME REPORTS

 

El Papa: Putin detenga la guerra. Zelensky ábrase a serias propuestas de paz

Francisco, preocupado por la amenaza nuclear y la escalada militar del conflicto en Ucrania, dedica todo el Ángelus a hacer un fuerte llamamiento al alto el fuego. Lamenta las anexiones, recomienda respetar la integridad territorial de cada país y los derechos de las minorías. Se lamenta por los miles de víctimas, "especialmente entre los niños".

 

Vatican News

Un llamado directo del Papa al presidente de Rusia, Vladimir Putin para que detenga la guerra, uno al presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky para abrirse a propuestas de paz seria, un profundo dolor por la sangre derramada y una firme condena al riesgo de una escalada nuclear de consecuencias catastróficas. La alocución de Francisco antes del Ángelus no fue dedicada como de costumbre a una reflexión sobre el Evangelio del día, sino a un consistente y amplio llamamiento para poner fin a la guerra, la de Ucrania, “una herida terrible e inconcebible” que amenaza con la destrucción total, “un error y un horror”. 

Este enésimo llamamiento del Sucesor de Pedro no es el corolario de una audiencia general de los miércoles o el habitual llamamiento después del rezo mariano dominical, es un apremiante apelo a los implicados en esta guerra, pero también a la comunidad internacional para que “busque negociaciones capaces de conducir a soluciones no impuestas por la fuerza, sino consensuadas, justas y estables”. Una preocupación del Santo Padre por el futuro de la humanidad, por las jóvenes generaciones, para que no tengan que respirar “el aire contaminado de la guerra, que es una locura”.

Publicamos el texto integral de la alocución del Papa Francisco antes del rezo mariano del Ángelus de este domingo 2 de octubre de 2022

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El curso de la guerra en Ucrania se ha vuelto tan grave, devastador y amenazador que es motivo de gran preocupación. Por eso hoy quisiera dedicarle la reflexión antes del Ángelus. De hecho, esta herida terrible e inconcebible de la humanidad, en vez de cicatrizarse, sigue sangrando cada vez más, con el riesgo de agrandarse.

Me afligen los ríos de sangre y lágrimas derramados en los últimos meses. Me duelen las miles de víctimas, especialmente niños, y las numerosas destrucciones, que han dejado a muchas personas y familias sin hogar y amenazan con el frío y el hambre a vastos territorios. ¡Ciertas acciones no pueden ser justificadas nunca!, !Nunca! Es angustiante que el mundo esté aprendiendo la geografía de Ucrania a través de nombres como Bucha, Irpín, Mariúpol, Izium, Zaporiyia y otras ciudades, que se han convertido en lugares de sufrimiento y terror indescriptibles. ¿Y qué decir del hecho de que la humanidad se enfrenta una vez más a la amenaza atómica? Es absurdo.

¿Qué más tiene que pasar? ¿Cuánta sangre debe correr aún para que entendamos que la guerra nunca es una solución, sino solo destrucción? En nombre de Dios y en nombre del sentido de humanidad que habita en cada corazón, renuevo mi llamamiento para que se llegue inmediatamente a un alto el fuego. Que callen las armas y se busquen las condiciones para iniciar negociaciones capaces de conducir a soluciones no impuestas por la fuerza, sino consensuadas, justas y estables. Y serán tales si se fundan en el respeto del sacrosanto valor de la vida humana, así como de la soberanía e integridad territorial de cada país, como también de los derechos de las minorías y de sus legítimas preocupaciones.

Deploro vivamente la grave situación que se ha creado en los últimos días, con nuevas acciones contrarias a los principios del derecho internacional. De hecho, aumenta el riesgo de una escalada nuclear, hasta el punto que hacen temer consecuencias incontrolables y catastróficas a nivel mundial.

Mi llamamiento se dirige ante todo al Presidente de la Federación Rusa, rogándole que detenga, también por amor a su pueblo, esta espiral de violencia y muerte. Por otro lado, entristecido por el inmenso sufrimiento de la población ucraniana tras la agresión sufrida, dirijo un llamamiento igualmente confiado al Presidente de Ucrania para que esté abierto a propuestas de paz serias. A todos los protagonistas de la vida internacional y a los líderes políticos de las naciones, les pido insistentemente que hagan todo lo que esté a su alcance para poner fin a la guerra en curso, sin dejarse arrastrar en escaladas peligrosas, y que promuevan y apoyen iniciativas de diálogo. ¡Por favor, que las generaciones más jóvenes respiren el aire saludable de la paz, no el aire contaminado de la guerra, que es una locura!

Tras de siete meses de hostilidades, se recurra a todas las herramientas diplomáticas, incluso las que hasta ahora no se han utilizado, para poner fin a esta terrible tragedia. ¡La guerra en sí misma es un error y un horror!

Confiamos en la misericordia de Dios, que puede cambiar los corazones, y en la maternal intercesión de la Reina de la Paz, en el momento en que se eleva la Súplica a Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, unidos espiritualmente a los fieles reunidos en su Santuario y en muchas partes del mundo.

 

Fe y razón están en armonía. Superar ideologías y fanatismo

El Papa Francisco recibió a los miembros de la Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino, asociación internacional de fieles de Derecho pontificio fundada en Argentina en 1962. Su gran patrono, les dijo, enseña que cuando la inteligencia y el alma se toman de la mano son capaces de construir sociedades más humanas y fraternas

 

Adriana Masotti – Ciudad del Vaticano

El Papa Francisco recibió la asociación que lleva el nombre de Santo Tomás de Aquino pocos meses después de la muerte, acaecida el pasado mes de mayo, de su fundador, el fraile argentino Aníbal Fosbery, cuyo deseo era "contribuir a la aplicación de las enseñanzas del Concilio Vaticano II".

El Santo Padre prefirió hablar a todos ellos espontáneamente, aunque les entregó el discurso que había preparado, en el evidencia, entre las novedades del Concilio, la mayor conciencia de "los derechos y deberes de los laicos con relación a la misión evangelizadora". A ellos, en particular, les corresponde la responsabilidad de llevar la luz del Evangelio a las realidades temporales:

Es siempre sorprendente ver cómo el Espíritu Santo se abre camino en cada realidad del ser humano a través de los talentos que inspira en los discípulos de Jesús. Y hoy, vemos cómo su Fraternidad ha acogido el mensaje conciliar y ha puesto en marcha diversos proyectos para la evangelización de la cultura, la juventud y la familia, creando una gran variedad de instituciones educativas, como colegios, universidades, y residencias universitarias en diferentes partes del mundo.

Entre fe y razón hay una armonía natural

El Papa señala en su discurso que el contexto histórico en el que vivió Tomás de Aquino, patrono de la Fraternidad, presentaba varios retos y explica que en el siglo XIII se redescubrían en Occidente, no sin resistencia, los escritos del filósofo griego Aristóteles. De hecho, algunos temían que "su pensamiento pagano estuviera en oposición a la fe cristiana", pero santo Tomás descubrió una armonía entre las obras de Aristóteles y la Revelación cristiana.

Santo Tomás fue capaz de mostrar que entre fe y razón hay una armonía natural. Al darnos cuenta de esta riqueza, que es esencial para superar fundamentalismos, fanatismos e ideologías, se abre un camino amplio para hacer llegar a las diversas culturas el mensaje de la Buena Nueva siempre con propuestas que son compatibles con la inteligencia del ser humano y respetuosas de la identidad de cada pueblo.

Rezar hace ver la presencia de Dios en el mundo

De santo Tomás el Pontífice pone de manifiesto el testimonio de “su profunda relación con Dios”, que se observa especialmente en la adoración de Jesús Eucaristía. “Su espiritualidad lo ayudaba a descubrir el misterio de Dios”, subrayó el Papa, puesto que "para percibir la presencia del Señor en el mundo, en los acontecimientos, es necesario rezar, tener el corazón unido al de Jesús".

Así nuestro espíritu se alimenta, se fortalece, las potencias humanas, como la inteligencia, se perfeccionan, y somos capaces de ver de un modo trascendente cada situación, incluso aquellas que ante la lógica humana solamente pueden presentar un panorama desalentador. Precisamente, la fe y la razón, cuando caminan de la mano, son capaces de potenciar la cultura del ser humano, impregnar de sentido el mundo, y construir sociedades más humanas, más fraternas, y por consecuencia, más llenas de Dios.

La humildad es necesaria para acercarse a todos

También hoy, señala el Papa, han aparecido en el mundo nuevas culturas, algunas de las cuales presentan "nuevas orientaciones de vida" a veces contrarias al Evangelio, y esta realidad también cuestiona a su Fraternidad.

El reto evangelizador que comparten como asociación, sobre todo en el ámbito de las ciudades plurales, multiculturales y multirreligiosas, implica de su parte una gran humildad para saber aproximarse a todos sin hacer exclusiones, incluso a los que no comparten nuestra fe o nuestros valores. Y ahí, entrar en diálogo con las personas, con sus sueños, sus historias, sus heridas y sus fatigas, pues todo lo que es humano es digno de ser abrazado por el amor y la misericordia de Dios.

La educación ayuda a sacar la luz de Cristo en nosotros

El carisma de la Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino se realiza a través de la educación, recuerda Francisco, que es una obra de misericordia espiritual. No se limita, en efecto, a una transmisión de conocimientos, sino que permite que surja "lo mejor de cada persona", ese diamante que es "lo que el Señor ha puesto en cada uno".

La educación contribuye a que dicho diamante deje pasar la Luz, que es Cristo (cf. Jn 8,12), y que así brille en medio del mundo. Pero recordemos también las palabras que Jesús nos dirige en el evangelio de Mateo: «Ustedes son la luz del mundo […] no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en casa» (Mt 5,14-15). Es decir, el Señor nos hace partícipes de su luz, de su misma naturaleza, y por eso cada uno de sus discípulos y discípulas ilumina el mundo, ahuyentando las tinieblas y transformando la realidad.

El discurso del Papa concluye encomendando a los presentes a María que enseña a ser evangelizadores llevando "la ternura divina" a todos, y con su deseo de que el Señor multiplique "los buenos frutos que esta obra realiza en la sociedad".

La Fraternidad de los Grupos Santo Tomás de Aquino

La Fraternidad de los Grupos Santo Tomás de Aquino (FASTA) es una comunidad de laicos, sacerdotes y mujeres consagradas de la Iglesia católica fundada en Argentina en 1962 por iniciativa del padre Aníbal Fosbery, miembro de la Orden de Predicadores (dominicos). La asociación tiene como centro la educación, y actualmente está presente no sólo en Argentina, sino también en Ecuador, España, Perú y la República Democrática del Congo con universidades, colegios, escuelas, residencias universitarias, grupos de jóvenes, uniones de padres, comunidades de fe y de apostolado.

 

 

Y CUIDÓ DE ÉL

— Cristo es el Buen samaritano, que baja del Cielo para curarnos.

— Compasión efectiva y práctica para quien nos necesita.

— Caridad con los más próximos.

I. La parábola del Buen Samaritano que leemos en la Misa1, y que solo recoge San Lucas, es uno de los relatos más bellos y entrañables del Evangelio. En ella, el Señor nos enseña quién es nuestro prójimo y cómo se ha de vivir la caridad con todos. Es posible que el Señor no se encontrara lejos de la ruta que lleva de Jericó a Jerusalén, pues muchas veces revestía sus enseñanzas con detalles tomados de las circunstancias que le rodeaban. Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos salteadores que, después de haberle despojado, le cubrieron de heridas y se marcharon, dejándolo medio muerto.

Muchos Padres de la Iglesia y escritores cristianos antiguos identifican a Cristo con el Buen Samaritano2; el hombre que cayó en manos de los ladrones es figura de la humanidad herida y despojada de sus bienes por el pecado original y los pecados personales. «Despojaron al hombre de su inmortalidad, y lo cubrieron de llagas, inclinándole al pecado»3, afirma San Agustín. Y San Beda comenta que los pecados se llaman heridas porque por ellos se destruye la integridad de la naturaleza humana4. Los salteadores del camino son el demonio, las pasiones que incitan al mal, los escándalos...; el levita y el sacerdote que pasaron de largo simbolizan la Antigua Alianza, incapaces de curar. La posada era el lugar donde todos pueden refugiarse y representa a la Iglesia. «... ¿Qué le habría ocurrido al pobre judío, si el samaritano se hubiera quedado en su casa? ¿Qué habría ocurrido a nuestras almas si el Hijo de Dios no hubiera emprendido su viaje?»5. Pero Jesús, movido por la compasión y la misericordia, se acercó al hombre, a cada hombre, para curar sus llagas, haciéndolas suyas6En esto se demostró el amor de Dios hacia nosotros, en que envió a su Hijo Unigénito al mundo para que por Él tengamos vida... Queridos –escribe San Juan a los primeros fieles–, si así nos amó Dios también nosotros debemos amarnos los unos a los otros7.

«La parábola del Buen Samaritano está en profunda armonía con el comportamiento de Cristo mismo»8, pues toda su vida en la tierra fue un continuo acercarse al hombre para remediar sus males materiales o espirituales. Esta misma compasión hemos de tener nosotros, de tal manera que nunca pasemos de largo ante el sufrimiento ajeno. Aprendamos de Jesús a pararnos, sin prisas, ante quien, con las señales de su mal estado, está pidiendo socorro físico o espiritual. En la caridad atenta, los demás verán a Cristo mismo que se hace presente en sus discípulos.

II. La parábola tuvo su origen en la pregunta de un doctor de la ley, que le interpeló: ¿Quién es mi prójimo? Para que a todos quedara claro, el Señor hizo desfilar ante el herido diversos personajes: Bajaba casualmente por el mismo camino un sacerdote; y viéndole pasó de largo. Asimismo, un levita, llegando cerca de aquel lugar, lo vio y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de camino llegó hasta él, y al verlo se movió a compasión, y acercándose vendó sus heridas echando en ellas aceite y vino, lo hizo subir en su propia cabalgadura, lo condujo a la posada y él mismo lo cuidó.

Quiere enseñarnos Jesús que nuestro prójimo es todo aquel que está cerca de nosotros –sin distinción de raza, de afinidades políticas, de edad...– y necesite nuestro socorro. El Maestro nos ha dado ejemplo de lo que debemos hacer nosotros. «Este Samaritano (Cristo) lavó nuestros pecados, sufrió por nosotros, cargó con el hombre medio muerto, llevándole a la posada, esto es, a la Iglesia, que recibe a todos y que no niega su auxilio a nadie, y a la cual nos convoca Jesús diciendo: Venid a Mí... (Mt 11, 28). Una vez que le llevó a la posada, no se marchó inmediatamente, sino que se quedó con él una jornada entera, cuidándole día y noche... Cuando a la mañana siguiente quiere marcharse, da de su buen dinero dos denarios y encarga al posadero, a los ángeles de su Iglesia, que cuiden y lleven al Cielo al que Él había cuidado en las angustias de este tiempo»9.

El Señor nos anima a una compasión efectiva y práctica, que pone el remedio oportuno, ante cualquier persona que encontremos lastimada en el camino de la vida. Estas heridas pueden ser muy diversas: lesiones producidas por la soledad, por la falta de cariño, por el abandono; necesidades del cuerpo: hambre, vestido, casa, trabajo...; la herida profunda de la ignorancia...; llagas en el alma producidas por el pecado, que la Iglesia cura en el sacramento de la Penitencia, pues Ella «es la posada, colocada en el camino de la vida, que recibe a todos los que llegan, cansados del viaje o cargados con los sacos de sus culpas, en donde, dejando la carga de los pecados, el viajero fatigado descansa y, después que ha descansado, se repone con saludable alimento»10.

Debemos poner los medios para remediar esas situaciones de indigencia, como Cristo mismo lo haría en esas circunstancias. ¡Qué buenos medios son la caridad y la compasión para identificarnos con el Maestro! «Bajo sus múltiples formas –indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas y psíquicas y, por último, la muerte– la miseria humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer pecado y de la necesidad de salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre sí mismo (Mt 8, 17) e identificarse con los más pequeños de sus hermanos (Mt 25, 40; 45). También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde sus orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos»11.

Cuando nos acerquemos a quien padece necesidad hemos de hacerlo con una caridad eficaz y poniendo el corazón, haciendo nuestra aquella miseria que tratamos de remediar. Advierte un autor clásico castellano que «el que de veras desea acertar a contentar a Dios, entienda que una de las cosas principales que para esto sirven es el cumplimiento de este mandamiento de amor, con tal que este amor no sea desnudo y seco, sino acompañado de todos los afectos y obras que del verdadero amor se suelen seguir, porque de la otra manera no merecería el nombre de amor...»12. Y añade a continuación: «debajo de este nombre de amor, entre otras muchas cosas, se encierran señaladamente estas seis, conviene a saber: amar, aconsejar, socorrer, sufrir, perdonar y edificar»13.

III. La parábola del Buen Samaritano nos indica «cuál debe ser la relación de cada uno de nosotros con el prójimo que sufre. No nos está permitido pasar de largo, con indiferencia, sino que debernos pararnos junto a él. Buen samaritano es todo hombre, que se para junto al sufrimiento de otro hombre de cualquier género que ese sea»14. Dios nos pone al prójimo con sus necesidades y carencias en el camino de la vida, y el amor hace lo que la hora y el momento exigen. No siempre son actos heroicos y difíciles; por el contrario, muchas veces el Señor nos pide una sonrisa, una palabra de aliento, un buen consejo, saber callar ante una palabra molesta o impertinente, visitar a un amigo que se encuentra enfermo o un poco solo, ejercitarnos en las muestras de educación habituales, como el saludo, dar las gracias... Hay profesiones –señalaba el Papa Juan Pablo II– que son una continua obra de misericordia, como en el caso del médico o de la enfermera15... Pero cualquier oficio exige un trato atento, compasivo y respetuoso con las personas con las que el trabajo nos pone en relación. Hemos de ejercitarnos en ver a Cristo en las personas que tratamos.

A todos hemos de acercarnos en sus necesidades espirituales y materiales, pero, porque la caridad es ordenada, debemos dirigirnos de modo muy particular a quienes están más próximos porque Dios los ha puesto –hermanos en la fe, familia, amigos, compañeros de trabajo...– o porque ha querido, a través de las circunstancias de la vida, que pasemos a su lado para cuidarles. «Pues si tan misericordioso y humano fue un samaritano hacia un desconocido, ¿quién nos perdonará si descuidamos a nuestros hermanos en males mayores?», se pregunta San Juan Crisóstomo. Y, después de aconsejar que no indaguemos por qué otros no lo han hecho –especialmente si son heridas del alma–, dice: «Cúrale tú y no pidas a nadie cuenta de su negligencia. Si encontrases una moneda de oro, a buen seguro que no pensarías: ¿por qué no la ha hallado otro? Al contrario, correrías a tomarla cuanto antes. Pues has de saber que cuando encuentras a tu hermano herido, has encontrado algo que vale más que un tesoro: el poder cuidarle»16. No dejemos de hacerlo.

1 Lc 10, 25-37. — 2 Cfr. San Agustín, Sermón sobre las palabras del Señor, 37. — 3 ídem, en Catena Aurea, vol. V, p. 513. — 4 Cfr. San Beda, Comentario al Evangelio de San Lucas, in loc.  5 R. A. Knox, Sermones pastorales, Rialp, Madrid 1963, p. 140. — 6 Is 53, 4; Mt 8, 17; 1 Pdr 2, 24; 1 Jn 3, 5. — 7 1 Jn 4, 9-11. — 8 Juan Pablo II, Carta Apost. Salvifici doloris, 11-II-1984, 28. — 9 Orígenes, Homilía 34 sobre San Lucas. — 10 San Juan Crisóstomo, en Catena Aurea, vol. VI, p. 519. — 11 S. C. para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 22-III-1986, 68. — 12 Fray Luis de Granada, Guía de pecadores, 1, 2, 16. — 13 Ibídem. — 14 Juan Pablo II, loc. cit., 28. — 15 Ibídem, 29. — 16 San Juan Crisóstomo, Contra ludeos, 8.

 

Evangelio del lunes: amar como Dios ama

Comentario del lunes de la 27.ª semana del tiempo ordinario. “¿Y quién es mi prójimo?”. En ningún sitio encontraremos unas indicaciones concretas. El prójimo es siempre aquel que tenemos al lado, con el que debemos implicar toda nuestra atención.

03/10/2022

Evangelio (Lc 10,25-37)

En aquel tiempo, un doctor de la Ley se levantó y dijo para tentarle:

—Maestro, ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?

Él le contestó:

—¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees tú?

Y éste le respondió:

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.

Y le dijo:

—Has respondido bien: haz esto y vivirás.

Pero él, queriendo justificarse, le dijo a Jesús:

—¿Y quién es mi prójimo?

Entonces Jesús, tomando la palabra, dijo:

—Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos salteadores que, después de haberle despojado, le cubrieron de heridas y se marcharon, dejándolo medio muerto. Bajaba casualmente por el mismo camino un sacerdote y, al verlo, pasó de largo. Igualmente, un levita llegó cerca de aquel lugar y, al verlo, también pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje se llegó hasta él y, al verlo, se llenó de compasión. Se acercó y le vendó las heridas echando en ellas aceite y vino. Lo montó en su propia cabalgadura, lo condujo a la posada y él mismo lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: «Cuida de él, y lo que gastes de más te lo daré a mi vuelta». ¿Cuál de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los salteadores?

Él le dijo:

—El que tuvo misericordia con él.

—Pues anda —le dijo Jesús—, y haz tú lo mismo.

 

“En el Evangelio, como un personaje más”

Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo (Camino, 2).

3 de octubre

Al abrir el Santo Evangelio, piensa que lo que allí se narra –obras y dichos de Cristo– no sólo has de saberlo, sino que has de vivirlo. Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia. –El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida. Aprenderás a preguntar tú también, con el Apóstol, lleno de amor: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?...”. –¡La Voluntad de Dios!, oyes en tu alma de modo terminante. Pues, toma el Evangelio a diario y vívelo como norma concreta. -Así han procedido los santos. (Forja, 754)

Para acercarse al Señor a través de las páginas del Santo Evangelio, recomiendo siempre que os esforcéis por meteros de tal modo en la escena, que participéis como un personaje más. Así -sé de tantas almas normales y corrientes que lo viven-, os ensimismaréis como María, pendiente de las palabras de Jesús o, como Marta, os atreveréis a manifestarle sinceramente vuestras inquietudes, hasta las más pequeñas.(Amigos de Dios, 222)

 

“¡Vale la pena!” (II): Bendito quien confía en el Señor

La Sagrada Escritura no nos da una respuesta teórica sobre la fidelidad, sino que nos indica quién es fiel.

15/08/2022

En algún dispositivo para escuchar música, cuando se describen sus características, quizás hemos visto marcadas las letras «hi-fi». La high fidelity, alta fidelidad, es garantía de que el sonido que reproduce se acerca mucho al original. El objetivo, tanto del reproductor como de quien escucha, es poder tener contacto con el sonido inicial, con la primera grabación, sin alterarla. Es la fidelidad comprendida como exactitud, como la capacidad de mantener algo intacto. Sin embargo, en la cultura del antiguo Medio Oriente, en la que tuvo lugar la revelación de Dios al pueblo de Israel, la manera de comprender la fidelidad tiene algunas diferencias con respecto a este uso. La fidelidad no se asocia a la precisión, sino que se pone el énfasis en otros aspectos como son la solidez, estabilidad o permanencia a lo largo del tiempo; la confiabilidad, la lealtad y la veracidad. Además, en el lenguaje bíblico la fidelidad también está estrechamente vinculada con la misericordia paternal de Dios, un ámbito donde no tiene mucho sentido hablar de exactitud.

No como los otros dioses

Si buscamos en la Sagrada Escritura una definición completa de fidelidad, no la encontraremos. En cambio, si acudimos a los libros sagrados preguntándonos quién es fiel, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos responden de manera rotunda: fiel es Dios (cfr. Dt 32,4; 1 Co 1,9; 1 Ts 5,24 y otros). ¿Qué quiere decir que Dios sea fiel? ¿Por qué la fidelidad es una característica del Señor tan repetidamente afirmada?

Por una parte, el Dios de Israel es fiel en contraste con los dioses de los pueblos vecinos. «Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios»[1]. Los mitos paganos nos muestran dioses que se comportan de manera voluble y caprichosa; a veces son buenos, a veces son malos, nunca se sabe cómo van a reaccionar. Por lo tanto, no es razonable confiar en ellos. En Egipto y Mesopotamia, por ejemplo, era frecuente representar a los dioses con forma de toro, león, águila, dragón, o de otros animales. En consecuencia, el culto a estas divinidades estaba empapado de actitudes que se asemejan a lo que haríamos frente a una bestia amenazante: satisfacer su hambre, aplacar su cólera, o simplemente no interrumpir su descanso.

No sucede así en Israel. La ley mosaica, por su parte, prohíbe representar al Señor con figuras de cualquier tipo (cfr. Ex 20,4; Lv 19,4). El Dios de Israel acepta sacrificios y ofrendas, pero no lo hace porque padezca necesidad o porque de ello dependa su ánimo (cfr. Sal 50,7-15; Dn 14,1-27). Que el Señor sea fiel, en contraste con los falsos dioses, significa que no es caprichoso ni inconstante, que podemos intuir, de alguna manera, cómo va a actuar. Al mismo tiempo, esta fidelidad no implica que el Señor siga un patrón uniforme de conducta o que su modo de intervenir en la historia sea repetitivo. Dios es libre, trascendente y soberano, «es todo el movimiento y toda la belleza y toda la grandeza»[2], así que su fidelidad a la alianza no excluye la novedad (cfr. Is 43,16-19). Puede sorprendernos o desconcertarnos. Dice Dios por boca del profeta Isaías: «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos, mis caminos —oráculo del Señor—. Tan elevados como son los cielos sobre la tierra, así son mis caminos sobre vuestros caminos y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos» (Is 55,8-9). Dios siempre salva a su pueblo, pero no lo hace siempre de la misma manera. Por eso «él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece»[3].

Además de aquella diferencia, una desviación frecuente de la relación de los hombres con Dios es aquella de querer controlarlo o usarlo a discreción nuestra. Por eso, la adivinación y otras prácticas semejantes estaban severamente prohibidas en Israel (cfr. Lv 19,26.31). Que Dios sea fiel a su palabra no quiere decir que su manera de comportarse sea siempre idéntica, y por tanto predecible y controlable por parte de los hombres. Podemos estar seguros de que nunca dejará de amarnos, aunque muchas veces no sabemos cómo. Su lógica siempre excede a la nuestra. En ocasiones puede darnos más de lo que había prometido, o puede cumplir una profecía de una forma inusitada. La «fidelidad no tiene nada de estéril ni de estático; es creativa»[4].

Un Dios «rico en misericordia y fidelidad»

La Biblia afirma que el Señor es fiel en contraste con los falsos dioses de los pueblos vecinos; aunque, en realidad, el texto sagrado lo afirma sobre todo en contraste con los seres humanos: «La gloria de Israel no miente ni se arrepiente, porque no es un hombre para arrepentirse» (1 Sm 15,29). A diferencia de nuestra experiencia humana, el Señor dice siempre la verdad, no se retracta de sus promesas: «No es Dios como un hombre capaz de mentir, ni un hijo de Adán para echarse hacia atrás. ¿Es que dice y no lo hace? ¿Es que habla y no cumple?» (Nm 23,19). Solo Dios es absolutamente sólido y confiable, en quien se puede construir con la seguridad de no quedar defraudado. Por eso puede decir Benedicto XVI: «Mientras todo pasa y cambia, la Palabra del Señor no pasa. Si las vicisitudes de la vida hacen que nos sintamos perdidos y parece que se derrumba toda certeza, contamos con una brújula para encontrar la orientación, tenemos un ancla para no ir a la deriva»[5].

Cuenta el libro del Éxodo que, tras el pecado del becerro de oro, Dios renovó la alianza con su pueblo en el monte Sinaí. Entonces, antes de entregar a Moisés por segunda vez las tablas de la ley, Dios pasó delante de él diciendo: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en misericordia y fidelidad» (Ex 34,6). Estas palabras se suelen considerar una segunda revelación del nombre de Dios, después de la que había tenido lugar tiempo atrás, también con Moisés. Esta descripción de cómo es Dios la encontramos repetida, con pequeñas variantes, en otros siete pasajes, de diversos libros del Antiguo Testamento[6] . Por eso dice san Josemaría: «Si recorréis las Escrituras Santas, descubriréis constantemente la presencia de la misericordia de Dios (…). ¡Qué seguridad debe producirnos la conmiseración del Señor!»[7].

Sin embargo, Israel sabe que su Señor es compasivo y fiel no simplemente porque lo haya dicho a Moisés en el Sinaí, sino sobre todo porque el pueblo lo ha comprobado en su propia historia, en su propia piel. Dios ha manifestado esta característica de su fidelidad no simplemente declarándola, sino mostrándola en sus obras. Que Dios sea fiel es una experiencia de salvación que vive Israel a lo largo del tiempo. «Señor, Tú eres mi Dios, quiero ensalzarte, alabar tu Nombre, porque has hecho maravillas –dice el profeta Isaías–. Tus designios desde antaño son fidelidad» (Is 25,1). Las obras de Dios muestran su fidelidad; Israel es testigo, una y otra vez, de que su misericordia no desaparece frente a las infidelidades humanas. «El Señor es bueno: su misericordia es eterna, y su fidelidad, por todas las generaciones» (Sal 100,5), canta el salmista. Y en otro pasaje: «Las misericordias del Señor cantaré eternamente; de generación en generación anunciaré con mi boca tu fidelidad» (Sal 89,2).

Santa María, en el Magníficat, expresa este modo de ser de Dios, tan claro para quien se acerca a la historia sagrada. La madre de Jesús alaba a Dios por haberse fijado en su humildad, por haber hecho cosas grandes en ella, «recordando su misericordia, como había prometido a nuestros padres, Abrahán y su descendencia para siempre» (Lc 1,54-55). Decía san Juan Pablo II que «en el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso, para el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cfr. Lc 1,37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano»[8].

Jesús es el cumplimiento de las promesas

La fidelidad es un atributo que define a Dios en su relación con los hombres, especialmente con su pueblo en virtud de la alianza. Y para describir la fuerza de esta alianza, los profetas acuden a algunas imágenes. Una de ellas es la del matrimonio, que encontramos desarrollada sobre todo en los libros de Oseas, Jeremías y Ezequiel. Esta imagen resalta la misericordia del Señor, que está dispuesto a perdonar y a restablecer la alianza pese a las repetidas infidelidades de Israel. Otra imagen es la de la paternidad y maternidad. El libro de Isaías la utiliza varias veces, de manera conmovedora, para subrayar cómo Dios no abandonará nunca a su pueblo: «Sion había dicho: “El Señor me ha abandonado, mi Señor me ha olvidado”. ¿Es que puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? ¡Pues aunque ellas se olvidaran, Yo no te olvidaré! Mira: te he grabado en las palmas de mis manos» (Is 49,14-16).

Jesús recoge toda esta herencia de fidelidad y de misericordia, plasmada en el Antiguo Testamento, para revelar la continuación de ese obrar divino en su persona. Por eso, de frente a la muchedumbre, el Señor hace eco con su lamento a aquel oráculo de Isaías en el que nos recordaba que Dios nunca nos olvida: «¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y lapidas a los que te son enviados. Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste» (Mt 23,37). A Jesucristo le duele la rebeldía de los hombres, su dureza de corazón, frente a la insistencia –la fidelidad– del amor de Dios.

También inspirándose en un pasaje del profeta Isaías en el que se afirma que Israel es la viña del Señor (cfr. Is 5,7), Jesús resume la historia de la fidelidad de Dios de frente a la infidelidad humana al relatar la parábola de los viñadores homicidas (cfr. Mc 12,1-12). Allí, tras los sucesivos rechazos para tomar los frutos que le correspondían a través de varios siervos, el dueño de la viña decide enviar a su hijo como último recurso. Pero los viñadores lo matan. De la misma manera, la venida de Jesús, el Hijo único de Dios, y su muerte en la cruz, es la manifestación plena de la fidelidad y misericordia del Dios de Israel; después de enviarlo para que muriera por nosotros, Dios ya no puede hacer nada más grande (cfr. Hb 1,1-2).

Los apóstoles, durante su predicación, eran conscientes de la relación entre el misterio pascual de Cristo –su pasión, muerte y resurrección– con la fidelidad de Dios a sus antiguas promesas. Jesús es «el Amén, el testigo fiel y veraz» (Ap 3,14), nos dice el libro del Apocalipsis. En la segunda carta de san Pablo a los Corintios, hallamos la declaración más explícita al respecto: «Por la fidelidad de Dios, que la palabra que les dirigimos no es sí y no. Porque Jesucristo, el Hijo de Dios –que les predicamos Silvano, Timoteo y yo– no fue sí y no, sino que en él se ha hecho realidad el sí. Porque cuantas promesas hay de Dios, en él tienen su sí» (2 Co 1,18-20). Y esta convicción ha pasado a la fe de la Iglesia, que ha proclamado constantemente que Jesús es el fiel cumplimiento de todo cuanto Dios había prometido (cfr. 1 Co 15,3-4).

Si no somos fieles, él permanece fiel

A propósito de quienes no creyeron en Cristo durante su paso por la tierra, san Pablo se expresa así, poniendo el foco en la grandeza del Señor: «¿Es que la incredulidad de estos frustrará la fidelidad de Dios? ¡De ninguna manera!» (Rm 3,3-4). En Dios podemos poner nuestra confianza de manera plena. «Unos confían en los carros, otros en los caballos; nosotros invocamos el Nombre del Señor, nuestro Dios» (Sal 20,8), dice el salmista, expresando su confianza en el Señor más que en las estrategias humanas para la batalla. «¿Quién es Dios fuera del Señor? ¿Quién es Roca, fuera de nuestro Dios?» (2 Sm 22,32), dice la Sagrada Escritura, en el llamado Himno de David. Solo de Dios se puede afirmar que es la Roca en donde apoyarse sin miedo y buscar protección. La aplicación a Dios del término «Roca» es tan frecuente en el Antiguo Testamento[9] que a veces se dice simplemente «la Roca» y se entiende que se está hablando de él.

Al insistir en la fidelidad de Dios poniéndola en contraste, muchas veces, con la inconstancia de los hombres, la Sagrada Escritura no parece dejar mucho espacio a la fidelidad humana. Pero más que una visión pesimista sobre las fuerzas humanas, se trata de una afirmación realista y profunda sobre nuestra poquedad frente a su potencia. Así se comprende mejor este duro oráculo transmitido por Jeremías: «Maldito el varón que confía en el hombre y pone en la carne su apoyo, mientras su corazón se aparta del Señor. Será como matojo de la estepa, que no verá venir la dicha, pues habita en terrenos resecos del desierto, en tierra salobre e inhóspita. Bendito el varón que confía en el Señor, y el Señor es su confianza. Será como árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces a la corriente, no teme que llegue el calor, y sus hojas permanecerán lozanas, no se inquietará en año de sequía, ni dejará de dar frutos» (Jr 17,5-8).

Lo importante es comprender que el ser humano no puede ser fiel en el mismo sentido en que lo es Dios. La respuesta humana a la fidelidad del Señor no es una conducta intachable, sin fisuras, sino la fe (cfr. Gn 15,6; Hb 11,1). De hecho, en hebreo se emplea el mismo verbo para decir que Dios es fiel y para decir que un hombre cree en él. El Nuevo Testamento llama «fieles» a quienes creen en Jesucristo y lo siguen (cfr. Hch 10,45). Lo que el Señor quiere de nosotros no es que seamos firmes y sólidos como él, lo cual sería imposible, sino que depositemos en él toda nuestra confianza, como lo hizo María y como lo han hecho los santos, «porque fiel es el que hizo la promesa» (Hb 10,23). Y, sobre todo, el Señor quiere que reconozcamos nuestras ofensas y le pidamos perdón. «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros –señala la primera carta de san Juan–. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda iniquidad” (1 Jn 1,8-9). Aunque seamos pecadores, el Señor no nos deja nunca solos. «Si no somos fieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2,13).

«Nuestra fidelidad no es más que una respuesta a la fidelidad de Dios. Dios que es fiel a su palabra, que es fiel a su promesa»[10]. Y, en ese mismo sentido, el prelado del Opus Dei ha comentado: «La fe en la fidelidad divina da fuerza a nuestra esperanza, a pesar de que nuestra personal debilidad nos lleve a veces a no ser del todo fieles, en lo pequeño y quizá, en alguna ocasión, en lo grande. Entonces, la fidelidad consiste en recorrer —con la gracia de Dios— el camino del hijo pródigo»[11]. Lo importante es siempre volver a quien cumple la promesa, regresar con fe a la Roca que siempre nos espera.


[1] Benedicto XVI, enc. Spe salvi, n. 31.

[2] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 190.

[3] Francisco, ex. ap. Evangelii Gaudium, n. 11.

[4] Benedicto XVI, Homilía, 12-IX-2009.

[5] Benedicto XVI, Ángelus, 12-XII-2010.

[6] Cfr. Nm 14,17-18; Dt 7,9-10; Sal 86,15; 145,8; Jl 2,13; Jon 4,2 y Na 1,3.

[7] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 7.

[8] San Juan Pablo II, Audiencia, 6-XI-1996.

[9] Cfr. por ejemplo Dt 32,4; 1 Sm 2,2; 2 Sm 22,2; Sal 19,15; 28,1; 71,3; Is 17,10; Ha 1,12; y otros.

[10] Francisco, Homilía, 15-IV-2020.

[11] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022.

 

Muy humanos, muy divinos (I): ​Jesús, ¿qué debemos hacer?

En este primer artículo sobre las virtudes humanas consideramos cómo todos nuestros deseos pueden encontrar su armonía en Dios. Descubrirlo lleva su tiempo, pero es liberador.

09/03/2021

Puede parecer extraño que san Agustín, a lo largo de sus memorias, en un momento comience a describir la influencia del «peso» en las cosas físicas que tiene a su alrededor. Con los conocimientos propios del siglo IV, quien más tarde sería obispo de Hipona nota que existe algo que hace que el fuego siempre se dirija hacia arriba, mientras que una piedra lo haga hacia abajo. Después se fija en que el aceite siempre tiende a colocarse por encima del agua cuando son mezclados o en que, de alguna manera, todo lo que está desordenado busca el orden y allí descansa. San Agustín intuye que, en todos estos movimientos, a las cosas las guía su «peso». Y es entonces cuando, con lenguaje poético, confiesa: «Mi peso es mi amor, él me lleva doquiera que soy llevado»[1]. Se trata de una experiencia universal: aquello que deseamos, que buscamos, que queremos, es lo que nos mueve. Buscamos siempre la satisfacción de un deseo que aspira a ser duradero. Ese «peso» nos lleva a la felicidad, más o menos plena, así que no queremos dejarnos engañar por un simple y fugaz pasarlo bien. ¿Cómo descubrir ese amor por el que san Agustín se sentía llevado?

El proceso de toda historia

«¿Qué debo hacer para ir al cielo?», preguntó un joven a Jesús (cfr. Lc 18,18). Se trata de un pasaje de la Escritura ante el cual guardamos un silencio expectante, porque plantea un interrogante que nos involucra a todos. ¿Qué responderá aquel que es Dios y Hombre? Sin embargo, justo antes de su intervención, el joven había empleado una frase en la que el Señor detecta algo extraño: se dirige a Jesús llamándolo «maestro bueno». La respuesta nos puede parecer un poco tajante: «Nadie es bueno sino uno solo: Dios» (Lc 18,19). El Señor había percibido, no sabemos cómo, que ciertamente el joven buscaba algo más en su vida, pero que en realidad pensaba que eso se lo daría un bien creado, algo que podía controlar, algo a lo que podía aferrarse aquí en la tierra. Por eso, aunque en la siguiente pregunta Jesús se asegura de que el joven se esfuerza por cumplir la ley de Dios, quiere ir más allá, quiere que el joven rompa definitivamente con la secreta complacencia de este cumplimiento y con los ídolos de la prosperidad humana: «Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos. Luego, ven y sígueme» (Lc 18,22). En esta escena observamos la llamada del Señor, después intuimos la batalla interior del joven, hasta concluir con su triste retiro. Jesús tal vez había soñado con un gran discípulo, pero el muchacho regresó a la comodidad de su casa, su riqueza y sus conocidos.

Aquella felicidad grande anhelada por el joven no está inmediatamente al alcance de nuestra mano. No la podemos gestionar ni dominar. Solo la podemos recibir mediante el abandono en Dios. Dice san Juan Pablo II que «si Dios es el Bien, ningún esfuerzo humano, ni siquiera la observancia más rigurosa de los mandamientos, logra cumplir la Ley, es decir, reconocer al Señor como Dios y tributarle la adoración que a él solo es debida. El cumplimiento puede lograrse solo como un don de Dios»[2]. Por eso, quizá, sobre todo se requiere paciencia, saber esperar activamente. El amor del cristiano no es un fogonazo momentáneo –aunque también pueda existir–, sino una historia de amor, y todas las historias tienen su proceso. «La gracia, normalmente, sigue sus horas, y no gusta de violencias»[3]. El joven tal vez busca la satisfacción inmediata de su deseo, se impacienta, no se da cuenta de que el amor de Dios, como el grano sembrado, necesita tiempo para crecer junto a Cristo. Sin embargo, vemos en el Evangelio cómo Jesús preparaba a los suyos gradualmente, sin prisas, pero también sin pausas. Desde la cárcel, san Juan Bautista, quizá algo impaciente, manda preguntar a Cristo por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que va a venir, o esperamos a otro?» (Lc 7,20). A nosotros nos puede parecer, a veces, que Jesús no tiene la suficiente prisa, y nos impacientamos por ser buenos de la noche a la mañana.

Para formar un deseo firme

Sabemos que los discípulos –al igual que todos– necesitaban tiempo porque, como el joven rico, primero debían purificar las vanas imaginaciones que se habían forjado: la tentación del éxito, del prestigio, de la gloria humana, de la vida cómoda. Necesitaban comprender cosas importantes como el empeño por «orar siempre y no desfallecer» (Lc 18,1) o por aprender a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22). Pero, una vez que el Señor vio que los apóstoles ya tenían una mínima preparación, después de haber rezado toda la noche, les envió, uno por uno (cfr. Mt 10,1-5; Lc 6,12). Eso no significa que el camino formativo de los discípulos ya había acabado, ni mucho menos. San Josemaría repetía muchas veces que la formación de un apóstol no termina nunca. Era evidente que, en muchos, la llamada de Dios no había penetrado con profundidad: hubo quienes perdieron el interés en su doctrina, «se echaron atrás y ya no andaban con él» (Jn 6,66), o quienes abandonaron a Jesús incluso durante su prueba final. En definitiva, en unos y en otros, sus deseos todavía no eran firmes, estables, disciplinados.

Poco a poco, con paciencia divina, Dios se acerca a nuestro corazón, nos llama y nos envía a comunicar el Evangelio a todos los hombres y mujeres. Lo hace a través de los momentos de meditación personal, de la adoración eucarística, de las oraciones vocales en las que tomamos las palabras que nos propone la Iglesia y también por medio de la contemplación continua a lo largo del día. Descubrimos la intimidad con él, saboreamos su amistad, su mirada, su firmeza, su comprensión… Dios nos prepara también a través de las contradicciones, un proceso consciente y nada automático con el que vamos poco a poco rompiendo nuestros ídolos, pequeños y grandes, internos y externos, para hacer más espacio a Jesús en nuestra alma. Se acerca a nuestro corazón, finalmente, a través del trabajo continuo que llena nuestro día: «Mi Padre no deja de trabajar, y yo también trabajo» (Jn 5,17). El mismo que ha puesto el deseo del bien en nuestro corazón ­­–el «peso» que guiaba a san Agustín­­– será quien dará cumplimiento a ese anhelo.

La armonía de los bienes

A lo largo de nuestra vida, muchas veces nos equivocamos buscando bienes efímeros que no llenan el corazón, bienes aparentes que no nos llevan a Dios, fuente de todo bien. Al recordar la inquietud del joven rico sobre qué se debe hacer para alcanzar el cielo, san Juan Pablo II señala que «solo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien, porque él es el Bien. En efecto, interrogarse sobre el bien significa, en último término, dirigirse a Dios, que es plenitud de la bondad. Jesús muestra que la pregunta del joven es, en realidad, una pregunta religiosa y que la bondad, que atrae y al mismo tiempo vincula al hombre, tiene su fuente en Dios, más aún, es Dios mismo»[4].

Jesús, cuando no pocos le abandonaron, pregunta a los doce si también ellos se iban a ir. Pedro responde: «Señor, ¿a quién iremos? (…). Tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,68-69). En aquella llamada de amor, ellos han descubierto el sentido último de su vida: el Reino de Dios, la vida eterna, el cielo. Pedro ha descubierto lo que después diría santa Teresa de Ávila: «Solo Dios basta»[5]. Ha encontrado el tesoro escondido. Es entonces cuando los demás deseos encuentran un lugar armónico, medido, razonable, en su corazón; es entonces cuando los bienes a los que miran esos deseos forman un conjunto ordenado. No tiene que huir de ellos, pero no lo dominan. Quien encuentra a Dios por encima de los demás bienes se siente ágil, desprendido, liberado para llevar la fuerza del Evangelio a todas las criaturas. Justamente, la posibilidad de no hacerlo «compone el claroscuro de la libertad humana. El Señor nos invita, nos impulsa –¡porque nos ama entrañablemente!– a escoger el bien»[6].

San Josemaría nos animaba a amar el mundo apasionadamente, pero no porque el mundo creado sea un absoluto, sino porque es el primer don de Dios, la primera fuente de los deseos que surgen en el corazón humano. Sin embargo, esos deseos piden ser ensanchados por el amor que nos lleva a dar un sentido a todos nuestros quehaceres. Ese gran deseo divino da unidad a toda nuestra existencia, no elimina los deseos humanos –de compañía, de futuro, de proyectos–, sino que los purifica y los congrega en una llamada a la intimidad con Dios. San Agustín notaba que las virtudes morales, al conducirnos a la felicidad, en realidad se identifican con el amor a Dios. Todos nuestros esfuerzos por adquirir la facilidad y el gusto por hacer el bien son siempre esfuerzos por amar. Por eso, el obispo de Hipona definía cada una de las virtudes en servicio de ese amor: la templanza es el amor que se conserva incorruptible, la fortaleza es el amor que todo lo soporta, la justicia es el amor que no se desvía o la prudencia es el amor que discierne como querer más[7].

***

Ese camino por encontrar la armonía de nuestros deseos se consolida a lo largo de la vida, pues se trata siempre de una historia. Muchas veces tenemos demasiada prisa, tomamos decisiones precipitadas, buscamos gratificaciones inmediatas… Pero esa no es una buena lógica para emprender esta ruta. En inglés a veces se dice que alguien «cae en el amor», falls in love, como algo que sucede de repente. Incluso aunque algunas veces ese fogonazo exista, no todo el camino será así. Puede sorprender que María haya respondido tan rápidamente al ángel cuando le fue anunciado que sería la madre del Mesías; como si hubiese descubierto de modo fulgurante y repentino todo el amor divino. Pero, en realidad, Dios obraba en el alma de nuestra Madre desde su concepción inmaculada y a largo de toda su vida que fue, desde el inicio, una historia de amor.

Paul O'Callaghan


[1] San Agustín, Confesiones, Libro 13, cap. 9.

[2] San Juan Pablo II, encíclica Veritatis Splendor, n. 11.

[3] San Josemaría, Surco, n. 668.

[4] San Juan Pablo II, encíclica Veritatis Splendor, n. 9.

[5] Santa Teresa de Jesús, fragmento de un autógrafo encontrado en su libro de oraciones.

[6] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 24.

[7] Cfr. San Agustín, De las costumbres de la Iglesia Católica y de los maniqueos, I, 15, 25.

 

Octubre mes del Rosario – Historia del Rosario

Historia del Rosario

El pueblo cristiano siempre ha sentido la necesidad de la mediación de María, Omnipotencia suplicante, canal de la gracia: se multiplican así a lo largo de los siglos las devociones marianas, tanto litúrgicas coma populares.

Sin embargo, entre las devociones a María, con el paso de los años, una se destaca claramente: el Santo Rosario, el ejercicio piadoso por excelencia en honor de la Santísima Virgen María, Madre de Dios.

Entre las devociones a María, con el paso de los años, una se destaca claramente: el Santo Rosario

 

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

En la antigüedad, los romanos y los griegos solían coronar con rosas a las estatuas que representaban a sus dioses como símbolo del ofrecimiento de sus corazones. La palabra rosario significa “corona de rosas”.

 Siguiendo esta tradición, las mujeres cristianas que eran llevadas al martirio por los romanos, marchaban por el Coliseo vestidas con sus ropas más vistosas y con sus cabezas adornadas de coronas de rosas, como símbolo de alegría y de la entrega de sus corazones al ir al encuentro de Dios.

Por la noche, los cristianos recogían sus coronas y por cada rosa, recitaban una oración o un salmo por el eterno descanso del alma de las mártires.

ORIGEN Y DESARROLLO

En la Edad Media, se saluda a la Virgen María con el título de rosa, símbolo de la alegría. El bienaventurado Hermann le dirá: «Alégrate, Tú, la misma belleza. / Yo te digo: Rosa, Rosa», y en un manuscrito francés medieval se lee: «cuando la bella rosa María comienza a florecer, el invierno de nuestras tribulaciones se desvanece y el verano de la eterna alegría comienza a brillar». Se adornan las imágenes de la Virgen con una «corona de rosas» y se canta a María como «jardín de rosas» (en latín medieval rosarium); así se explica la etimología del nombre que ha llegado a nuestros días.

        En esa época, los que no sabían recitar los 150 salmos del Oficio divino los sustituían por 150 Avemarías, acompañadas de genuflexiones, sirviéndose para contarlas de granos enhebrados por decenas o de nudos hechos en una cuerda. A la vez se meditaba y se predicaba la vida de la Virgen. En el s. XIII, en Inglaterra, el abad cisterciense Étienne de Sallai escribe unas meditaciones en donde aparecen 15 gozos de Nuestra Señora, terminando cada una de ellas con un Avemaría.

        Sin entrar en una discusión crítico-histórica pormenorizada sobre los detalles del origen último del Rosario en su estructura actual, podemos afirmar que es, sin duda, Santo Domingo de Guzmán el hombre que en su época más contribuyó a la formación del Rosario y a su propagación, no sin inspiración de Santa María Virgen.

Motivo fue el extenderse la herejía albigense, a la que combatió, «no con la fuerza de las armas, sino con la más acendrada fe en la devoción del Santo Rosario, que fue el primero en propagar, y que personalmente y por sus hijos llevó a los cuatro ángulos del mundo…» (León XIII, Enc.Supremi apostolatus, 1 sept. 1883).

        A finales del s. XV los dominicos Alain de la Rochelle en Flandes, Santiago de Sprenger y Félix Fabre en Colonia, dan al Rosario una estructura similar a la de hoy: se rezan cinco o quince misterios, cada uno compuesto por diez Avemarías.

Se estructura la contemplación de los misterios, que se dividen en gozosos, dolorosos y gloriosos, repasando así en el ciclo semanal los hechos centrales de la vida de Jesús y de María, como en un compendio del año litúrgico y de todo el Evangelio. Por último se fija el rezo de las letanías, cuyo origen en la Iglesia es muy antiguo.

        La devoción al Rosario adquirió un notable impulso en tiempos de León XIII añadiéndose a las letanías lauretanas la invocación «Reina del Santísimo Rosario».

         En los últimos tiempos ha contribuido de manera especial a la fundamentación y propagación de esta devoción mariana los hechos milagrosos de Lourdes y Fátima: «la misma Santísima Virgen, en nuestros tiempos, quiso recomendar con insistencia esta práctica cuando se apareció en la gruta de Lourdes y enseñó a aquella joven la manera de rezar el Rosario.

 

ESTRUCTURA

        La forma típica y plenaria del rezo del Rosario, con 150 Avemarías, se ha distribuido en tres ciclos de misterios, gozosos, dolorosos y gloriosos a lo largo de la semana, dando lugar a la forma habitual del rezo de cinco decenas de Avemarías, contemplando cinco misterios -diarios (la costumbre suele asignar al domingo, miércoles y sábado los gloriosos; los gozosos al lunes y jueves y los dolorosos al martes y viernes), rezándose al final de los cinco misterios las letanías lauretanas. Juan Pablo II añadió el ciclo de misterios luminosos los jueves.

Octubre mes del Rosario - Historia del Rosario 2 Los tres grupos de misterios nos recuerdan los tres grandes misterios de la salvación. El misterio de la Encarnación nos lo evocan los gozos de la Anunciación, de la Visitación, de la Natividad del Señor, su Presentación en el templo y la Purificación de su Madre y, por último, su encuentro entre los doctores en el Templo.

El misterio de la Redención está representado por los diversos momentos de la Pasión: la oración y agonía en el huerto de Getsemaní, la flagelación, la coronación de espinas, el camino del Calvario con la Cruz a cuestas y la crucifixión. El misterio de la vida eterna nos lo evoca la Resurrección del Señor, su Ascensión, Pentecostés, la Asunción de María y su Coronación como Reina.

«Todo el Credo pasa, pues, ante nuestros ojos, no de una manera abstracta, con fórmulas dogmáticas, sino de una manera concreta en la vida de Cristo, que desciende a nosotros y sube a su Padre para conducirnos a Él. Es todo el dogma cristiano, en toda su profundidad y esplendor, para que podamos de esta manera y todos los días, comprenderlo, saborearlo y alimentar nuestra alma con él» (R. Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y nuestra vida interior, 3 ed. Buenos Aires 1954, 261).

Juan Pablo II  incluyó en el rezo del Rosario los Misterios de Luz, que incluye varias escenas de la vida de Jesús que faltaban por considerar: el Bautismo, las Bodas de Caná, el Anuncio del Reino, la Transfiguración y la institución de la Eucaristía.
 

INSTITUCIÓN DE LA FIESTA DEL SANTO ROSARIO

        El 7 de octubre de 1571 se llevó a cabo la batalla naval de Lepanto, en la cual los cristianos vencieron a los turcos. Los cristianos sabían que si perdían esta batalla, su religión podía peligrar y por esta razón confiaron en la ayuda de Dios a través de la intercesión de la Santísima Virgen. El Papa San Pío V pidió a los cristianos rezar el rosario por la flota.

        Días más tarde llegaron los mensajeros con la noticia oficial del triunfo cristiano. Posteriormente, instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias el 7 de octubre.

        Un año más tarde, Gregorio XIII cambió el nombre de la fiesta por el de Nuestra Señora del Rosario y determinó que se celebrase el primer domingo de Octubre (día en que se había ganado la batalla). Actualmente se celebra la fiesta del Rosario el 7 de Octubre y algunos dominicos siguen celebrándola el primer domingo del mes.

 

CARTA APOSTÓLICA ROSARIUM VIRGINIS MARIAE
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
AL EPISCOPADO, AL CLERO
Y A LOS FIELES
SOBRE EL SANTO ROSARIO

 

 

INTRODUCCIÓN

1. El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc in altum!), para anunciar, más aún, 'proclamar' a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización».[1]

El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio.[2] En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.

Los Romanos Pontífices y el Rosario

2. A esta oración le han atribuido gran importancia muchos de mis Predecesores. Un mérito particular a este respecto corresponde a León XIII que, el 1 de septiembre de 1883, promulgó la Encíclica Supremi apostolatus officio,[3] importante declaración con la cual inauguró otras muchas intervenciones sobre esta oración, indicándola como instrumento espiritual eficaz ante los males de la sociedad. Entre los Papas más recientes que, en la época conciliar, se han distinguido por la promoción del Rosario, deseo recordar al Beato Juan XXIII[4] y, sobre todo, a PabloVI, que en la Exhortación apostólica Marialis cultus, en consonancia con la inspiración del Concilio Vaticano II, subrayó el carácter evangélico del Rosario y su orientación cristológica. 

Yo mismo, después, no he dejado pasar ocasión de exhortar a rezar con frecuencia el Rosario. Esta oración ha tenido un puesto importante en mi vida espiritual desde mis años jóvenes. Me lo ha recordado mucho mi reciente viaje a Polonia, especialmente la visita al Santuario de Kalwaria. El Rosario me ha acompañado en los momentos de alegría y en los de tribulación. A él he confiado tantas preocupaciones y en él siempre he encontrado consuelo. Hace veinticuatro años, el 29 de octubre de 1978, dos semanas después de la elección a la Sede de Pedro, como abriendo mi alma, me expresé así: «El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! Maravillosa en su sencillez y en su profundidad. [...] Se puede decir que el Rosario es, en cierto modo, un comentario-oración sobre el capítulo final de la Constitución Lumen gentium del Vaticano II, capítulo que trata de la presencia admirable de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En efecto, con el trasfondo de las Avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana ».[5]

Con estas palabras, mis queridos Hermanos y Hermanas, introducía mi primer año de Pontificado en el ritmo cotidiano del Rosario. Hoy, al inicio del vigésimo quinto año de servicio como Sucesor de Pedro, quiero hacer lo mismo. Cuántas gracias he recibido de la Santísima Virgen a través del Rosario en estos años: Magnificat anima mea Dominum! Deseo elevar mi agradecimiento al Señor con las palabras de su Madre Santísima, bajo cuya protección he puesto mi ministerio petrino: Totus tuus!

Octubre 2002 - Octubre 2003: Año del Rosario

3. Por eso, de acuerdo con las consideraciones hechas en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la que, después de la experiencia jubilar, he invitado al Pueblo de Dios « a caminar desde Cristo »,[6] he sentido la necesidad de desarrollar una reflexión sobre el Rosario, en cierto modo como coronación mariana de dicha Carta apostólica, para exhortar a la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo. Para dar mayor realce a esta invitación, con ocasión del próximo ciento veinte aniversario de la mencionada Encíclica de León XIII, deseo que a lo largo del año se proponga y valore de manera particular esta oración en las diversas comunidades cristianas. Proclamo, por tanto, el año que va de este octubre a octubre de 2003 Año del Rosario.

Dejo esta indicación pastoral a la iniciativa de cada comunidad eclesial. Con ella no quiero obstaculizar, sino más bien integrar y consolidar los planes pastorales de las Iglesias particulares. Confío que sea acogida con prontitud y generosidad. El Rosario, comprendido en su pleno significado, conduce al corazón mismo de la vida cristiana y ofrece una oportunidad ordinaria y fecunda espiritual y pedagógica, para la contemplación personal, la formación del Pueblo de Dios y la nueva evangelización. Me es grato reiterarlo recordando con gozo también otro aniversario: los 40 años del comienzo del Concilio Ecuménico Vaticano II (11 de octubre de 1962), el «gran don de gracia» dispensada por el espíritu de Dios a la Iglesia de nuestro tiempo.[7]

Objeciones al Rosario

4. La oportunidad de esta iniciativa se basa en diversas consideraciones. La primera se refiere a la urgencia de afrontar una cierta crisis de esta oración que, en el actual contexto histórico y teológico, corre el riesgo de ser infravalorada injustamente y, por tanto, poco propuesta a las nuevas generaciones. Hay quien piensa que la centralidad de la Liturgia, acertadamente subrayada por el Concilio Ecuménico Vaticano II, tenga necesariamente como consecuencia una disminución de la importancia del Rosario. En realidad, como puntualizó Pablo VI, esta oración no sólo no se opone a la Liturgia, sino que le da soporte, ya que la introduce y la recuerda, ayudando a vivirla con plena participación interior, recogiendo así sus frutos en la vida cotidiana.

Quizás hay también quien teme que pueda resultar poco ecuménica por su carácter marcadamente mariano. En realidad, se coloca en el más límpido horizonte del culto a la Madre de Dios, tal como el Concilio ha establecido: un culto orientado al centro cristológico de la fe cristiana, de modo que «mientras es honrada la Madre, el Hijo sea debidamente conocido, amado, glorificado».[8] Comprendido adecuadamente, el Rosario es una ayuda, no un obstáculo para el ecumenismo.

Vía de contemplación

5. Pero el motivo más importante para volver a proponer con determinación la práctica del Rosario es por ser un medio sumamente válido para favorecer en los fieles la exigencia de contemplación del misterio cristiano, que he propuesto en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte como verdadera y propia 'pedagogía de la santidad': «es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración».[9] Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada también por influjo de otras religiones, es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «auténticas escuelas de oración».[10]

El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano.

Oración por la paz y por la familia

6. Algunas circunstancias históricas ayudan a dar un nuevo impulso a la propagación del Rosario. Ante todo, la urgencia de implorar de Dios el don de la paz. El Rosario ha sido propuesto muchas veces por mis Predecesores y por mí mismo como oración por la paz. Al inicio de un milenio que se ha abierto con las horrorosas escenas del atentado del 11 de septiembre de 2001 y que ve cada día en muchas partes del mundo nuevos episodios de sangre y violencia, promover el Rosario significa sumirse en la contemplación del misterio de Aquél que «es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2, 14). No se puede, pues, recitar el Rosario sin sentirse implicados en un compromiso concreto de servir a la paz, con una particular atención a la tierra de Jesús, aún ahora tan atormentada y tan querida por el corazón cristiano.

Otro ámbito crucial de nuestro tiempo, que requiere una urgente atención y oración, es el de la familia, célula de la sociedad, amenazada cada vez más por fuerzas disgregadoras, tanto de índole ideológica como práctica, que hacen temer por el futuro de esta fundamental e irrenunciable institución y, con ella, por el destino de toda la sociedad. En el marco de una pastoral familiar más amplia, fomentar el Rosario en las familias cristianas es una ayuda eficaz para contrastar los efectos desoladores de esta crisis actual.

« ¡Ahí tienes a tu madre! » (Jn 19, 27)

7. Numerosos signos muestran cómo la Santísima Virgen ejerce también hoy, precisamente a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo predilecto: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn 19, 26). Son conocidas las distintas circunstancias en las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y XX, ha hecho de algún modo notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir a esta forma de oración contemplativa. Deseo en particular recordar, por la incisiva influencia que conservan en el vida de los cristianos y por el acreditado reconocimiento recibido de la Iglesia, las apariciones de Lourdes y Fátima,[11] cuyos Santuarios son meta de numerosos peregrinos, en busca de consuelo y de esperanza.

Tras las huellas de los testigos

8. Sería imposible citar la multitud innumerable de Santos que han encontrado en el Rosario un auténtico camino de santificación. Bastará con recordar a san Luis María Grignion de Montfort, autor de un preciosa obra sobre el Rosario[12] y, más cercano a nosotros, al Padre Pío de Pietrelcina, que recientemente he tenido la alegría de canonizar. Un especial carisma como verdadero apóstol del Rosario tuvo también el Beato Bartolomé Longo. Su camino de santidad se apoya sobre una inspiración sentida en lo más hondo de su corazón: « ¡Quien propaga el Rosario se salva! ».[13] Basándose en ello, se sintió llamado a construir en Pompeya un templo dedicado a la Virgen del Santo Rosario colindante con los restos de la antigua ciudad, apenas influenciada por el anuncio cristiano antes de quedar cubierta por la erupción del Vesuvio en el año 79 y rescatada de sus cenizas siglos después, como testimonio de las luces y las sombras de la civilización clásica.

Con toda su obra y, en particular, a través de los «Quince Sábados», Bartolomé Longo desarrolló el meollo cristológico y contemplativo del Rosario, que ha contado con un particular aliento y apoyo en León XIII, el «Papa del Rosario».

 

CAPÍTULO I

CONTEMPLAR A CRISTO
CON MARÍA

Un rostro brillante como el sol

9. «Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol» (Mt 17, 2). La escena evangélica de la transfiguración de Cristo, en la que los tres apóstoles Pedro, Santiago y Juan aparecen como extasiados por la belleza del Redentor, puede ser considerada como icono de la contemplación cristiana. Fijar los ojos en el rostro de Cristo, descubrir su misterio en el camino ordinario y doloroso de su humanidad, hasta percibir su fulgor divino manifestado definitivamente en el Resucitado glorificado a la derecha del Padre, es la tarea de todos los discípulos de Cristo; por lo tanto, es también la nuestra. Contemplando este rostro nos disponemos a acoger el misterio de la vida trinitaria, para experimentar de nuevo el amor del Padre y gozar de la alegría del Espíritu Santo. Se realiza así también en nosotros la palabra de san Pablo: «Reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más: así es como actúa el Señor, que es Espíritu» (2 Co 3, 18).

María modelo de contemplación

10. La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7).

Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: « Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? » (Lc 2, 48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la 'parturienta', ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf. Jn 19, 26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).

Los recuerdos de María

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: « Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón » (Lc 2, 19; cf. 2, 51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el 'rosario' que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su 'papel' de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los 'misterios' de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.

El Rosario, oración contemplativa

12. El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza».[14]

Es necesario detenernos en este profundo pensamiento de Pablo VI para poner de relieve algunas dimensiones del Rosario que definen mejor su carácter de contemplación cristológica.

Recordar a Cristo con María

13. La contemplación de María es ante todo un recordar. Conviene sin embargo entender esta palabra en el sentido bíblico de la memoria (zakar), que actualiza las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación. La Biblia es narración de acontecimientos salvíficos, que tienen su culmen en el propio Cristo. Estos acontecimientos no son solamente un 'ayer'; son también el 'hoy' de la salvación. Esta actualización se realiza en particular en la Liturgia: lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solamente a los testigos directos de los acontecimientos, sino que alcanza con su gracia a los hombres de cada época. Esto vale también, en cierto modo, para toda consideración piadosa de aquellos acontecimientos: «hacer memoria» de ellos en actitud de fe y amor significa abrirse a la gracia que Cristo nos ha alcanzado con sus misterios de vida, muerte y resurrección. 

Por esto, mientras se reafirma con el Concilio Vaticano II que la Liturgia, como ejercicio del oficio sacerdotal de Cristo y culto público, es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza»,[15] también es necesario recordar que la vida espiritual « no se agota sólo con la participación en la sagrada Liturgia. El cristiano, llamado a orar en común, debe no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf. Mt 6, 6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1 Ts 5, 17) ».[16] El Rosario, con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la oración 'incesante', y si la Liturgia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia, el Rosario, en cuanto meditación sobre Cristo con María, es contemplación saludable. En efecto, penetrando, de misterio en misterio, en la vida del Redentor, hace que cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia. 

Comprender a Cristo desde María

14. Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de 'comprenderle a Él'. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 13), entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio.

El primero de los 'signos' llevado a cabo por Jesús –la transformación del agua en vino en las bodas de Caná– nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los criados a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2, 5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la 'escuela' de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.

Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que Ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella «peregrinación de la fe»,[17] en la cual es maestra incomparable. Ante cada misterio del Hijo, Ella nos invita, como en su Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz, para concluir siempre con la obediencia de la fe: « He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 38).

Configurarse a Cristo con María

15. La espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo de configurarse cada vez más plenamente con su Maestro (cf. Rm 8, 29; Flp 3, 10. 21). La efusión del Espíritu en el Bautismo une al creyente como el sarmiento a la vid, que es Cristo (cf. Jn 15, 5), lo hace miembro de su Cuerpo místico (cf. 1 Co 12, 12; Rm 12, 5). A esta unidad inicial, sin embargo, ha de corresponder un camino de adhesión creciente a Él, que oriente cada vez más el comportamiento del discípulo según la 'lógica' de Cristo: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo» (Flp 2, 5). Hace falta, según las palabras del Apóstol, «revestirse de Cristo» (cf. Rm 13, 14; Ga 3, 27).

En el recorrido espiritual del Rosario, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo –en compañía de María– este exigente ideal de configuración con Él se consigue a través de una asiduidad que pudiéramos decir 'amistosa'. Ésta nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como 'respirar' sus sentimientos. Acerca de esto dice el Beato Bartolomé Longo: «Como dos amigos, frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros, conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los Misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida de comunión, podemos llegar a ser, en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos, y aprender de estos eminentes ejemplos el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto».[18]

Además, mediante este proceso de configuración con Cristo, en el Rosario nos encomendamos en particular a la acción materna de la Virgen Santa. Ella, que es la madre de Cristo y a la vez miembro de la Iglesia como «miembro supereminente y completamente singular»,[19] es al mismo tiempo 'Madre de la Iglesia'. Como tal 'engendra' continuamente hijos para el Cuerpo místico del Hijo. Lo hace mediante su intercesión, implorando para ellos la efusión inagotable del Espíritu. Ella es el icono perfecto de la maternidad de la Iglesia.

El Rosario nos transporta místicamente junto a María, dedicada a seguir el crecimiento humano de Cristo en la casa de Nazaret. Eso le permite educarnos y modelarnos con la misma diligencia, hasta que Cristo «sea formado» plenamente en nosotros (cf. Ga 4, 19). Esta acción de María, basada totalmente en la de Cristo y subordinada radicalmente a ella, «favorece, y de ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes con Cristo».[20] Es el principio iluminador expresado por el Concilio Vaticano II, que tan intensamente he experimentado en mi vida, haciendo de él la base de mi lema episcopal: Totus tuus.[21] Un lema, como es sabido, inspirado en la doctrina de san Luis María Grignion de Montfort, que explicó así el papel de María en el proceso de configuración de cada uno de nosotros con Cristo: «Como quiera que toda nuestra perfección consiste en el ser conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, la más perfecta de la devociones es, sin duda alguna, la que nos conforma, nos une y nos consagra lo más perfectamente posible a Jesucristo. Ahora bien, siendo María, de todas las criaturas, la más conforme a Jesucristo, se sigue que, de todas las devociones, la que más consagra y conforma un alma a Jesucristo es la devoción a María, su Santísima Madre, y que cuanto más consagrada esté un alma a la Santísima Virgen, tanto más lo estará a Jesucristo».[22] De verdad, en el Rosario el camino de Cristo y el de María se encuentran profundamente unidos. ¡María no vive más que en Cristo y en función de Cristo!

Rogar a Cristo con María

16. Cristo nos ha invitado a dirigirnos a Dios con insistencia y confianza para ser escuchados: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Mt 7, 7). El fundamento de esta eficacia de la oración es la bondad del Padre, pero también la mediación de Cristo ante Él (cf. 1 Jn 2, 1) y la acción del Espíritu Santo, que «intercede por nosotros» (Rm 8, 26-27) según los designios de Dios. En efecto, nosotros «no sabemos cómo pedir» (Rm 8, 26) y a veces no somos escuchados porque pedimos mal (cf. St 4, 2-3).

Para apoyar la oración, que Cristo y el Espíritu hacen brotar en nuestro corazón, interviene María con su intercesión materna. «La oración de la Iglesia está como apoyada en la oración de María».[23] Efectivamente, si Jesús, único Mediador, es el Camino de nuestra oración, María, pura transparencia de Él, muestra el Camino, y «a partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios».[24] En las bodas de Caná, el Evangelio muestra precisamente la eficacia de la intercesión de María, que se hace portavoz ante Jesús de las necesidades humanas: «No tienen vino» (Jn 2, 3).

El Rosario es a la vez meditación y súplica. La plegaria insistente a la Madre de Dios se apoya en la confianza de que su materna intercesión lo puede todo ante el corazón del Hijo. Ella es «omnipotente por gracia», como, con audaz expresión que debe entenderse bien, dijo en su Súplica a la Virgen el Beato Bartolomé Longo.[25] Basada en el Evangelio, ésta es una certeza que se ha ido consolidando por experiencia propia en el pueblo cristiano. El eminente poeta Dante la interpreta estupendamente, siguiendo a san Bernardo, cuando canta: «Mujer, eres tan grande y tanto vales, que quien desea una gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas».[26]En el Rosario, mientras suplicamos a María, templo del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 35), Ella intercede por nosotros ante el Padre que la ha llenado de gracia y ante el Hijo nacido de su seno, rogando con nosotros y por nosotros.

Anunciar a Cristo con María

17. El Rosario es también un itinerario de anuncio y de profundización, en el que el misterio de Cristoes presentado continuamente en los diversos aspectos de la experiencia cristiana. Es una presentación orante y contemplativa, que trata de modelar al cristiano según el corazón de Cristo. Efectivamente, si en el rezo del Rosario se valoran adecuadamente todos sus elementos para una meditación eficaz, se da, especialmente en la celebración comunitaria en las parroquias y los santuarios, una significativa oportunidad catequética que los Pastores deben saber aprovechar. La Virgen del Rosario continúa también de este modo su obra de anunciar a Cristo. La historia del Rosario muestra cómo esta oración ha sido utilizada especialmente por los Dominicos, en un momento difícil para la Iglesia a causa de la difusión de la herejía. Hoy estamos ante nuevos desafíos. ¿Por qué no volver a tomar en la mano las cuentas del rosario con la fe de quienes nos han precedido? El Rosario conserva toda su fuerza y sigue siendo un recurso importante en el bagaje pastoral de todo buen evangelizador.

CAPÍTULO II

MISTERIOS DE CRISTO,
MISTERIOS DE LA MADRE

 

El Rosario «compendio del Evangelio»

18. A la contemplación del rostro de Cristo sólo se llega escuchando, en el Espíritu, la voz del Padre, pues «nadie conoce bien al Hijo sino el Padre» (Mt 11, 27). Cerca de Cesarea de Felipe, ante la confesión de Pedro, Jesús puntualiza de dónde proviene esta clara intuición sobre su identidad: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16, 17). Así pues, es necesaria la revelación de lo alto. Pero, para acogerla, es indispensable ponerse a la escucha: «Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio»[27]

El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la contemplación del rostro de Cristo. Así lo describía el Papa Pablo VI: « Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico –la repetición litánica del "Dios te salve, María"– se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: "Bendito el fruto de tu seno" (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave Maria constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen».[28]

Una incorporación oportuna

19. De los muchos misterios de la vida de Cristo, el Rosario, tal como se ha consolidado en la práctica más común corroborada por la autoridad eclesial, sólo considera algunos. Dicha selección proviene del contexto original de esta oración, que se organizó teniendo en cuenta el número 150, que es el mismo de los Salmos.

No obstante, para resaltar el carácter cristológico del Rosario, considero oportuna una incorporación que, si bien se deja a la libre consideración de los individuos y de la comunidad, les permita contemplar también los misterios de la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión. En efecto, en estos misterios contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como revelador definitivo de Dios. Él es quien, declarado Hijo predilecto del Padre en el Bautismo en el Jordán, anuncia la llegada del Reino, dando testimonio de él con sus obras y proclamando sus exigencias. Durante la vida pública es cuando el misterio de Cristo se manifiesta de manera especial como misterio de luz: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo» (Jn 9, 5).

Para que pueda decirse que el Rosario es más plenamente 'compendio del Evangelio', es conveniente pues que, tras haber recordado la encarnación y la vida oculta de Cristo (misterios de gozo), y antes de considerar los sufrimientos de la pasión (misterios de dolor) y el triunfo de la resurrección (misterios de gloria), la meditación se centre también en algunos momentos particularmente significativos de la vida pública (misterios de luz). Esta incorporación de nuevos misterios, sin prejuzgar ningún aspecto esencial de la estructura tradicional de esta oración, se orienta a hacerla vivir con renovado interés en la espiritualidad cristiana, como verdadera introducción a la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria.

Misterios de gozo

20. El primer ciclo, el de los «misterios gozosos», se caracteriza efectivamente por el gozo que produce el acontecimiento de la encarnación. Esto es evidente desde la anunciación, cuando el saludo de Gabriel a la Virgen de Nazaret se une a la invitación a la alegría mesiánica: «Alégrate, María». A este anuncio apunta toda la historia de la salvación, es más, en cierto modo, la historia misma del mundo. En efecto, si el designio del Padre es de recapitular en Cristo todas las cosas (cf. Ef 1, 10), el don divino con el que el Padre se acerca a María para hacerla Madre de su Hijo alcanza a todo el universo. A su vez, toda la humanidad está como implicada en el fiat con el que Ella responde prontamente a la voluntad de Dios.

El regocijo se percibe en la escena del encuentro con Isabel, dónde la voz misma de María y la presencia de Cristo en su seno hacen «saltar de alegría» a Juan (cf. Lc 1, 44). Repleta de gozo es la escena de Belén, donde el nacimiento del divino Niño, el Salvador del mundo, es cantado por los ángeles y anunciado a los pastores como «una gran alegría» (Lc 2, 10).

Pero ya los dos últimos misterios, aun conservando el sabor de la alegría, anticipan indicios del drama. En efecto, la presentación en el templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía de que el Niño será «señal de contradicción» para Israel y de que una espada traspasará el alma de la Madre (cf. Lc 2, 34-35). Gozoso y dramático al mismo tiempo es también el episodio de Jesús de 12 años en el templo. Aparece con su sabiduría divina mientras escucha y pregunta, y ejerciendo sustancialmente el papel de quien 'enseña'. La revelación de su misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia aquella radicalidad evangélica que, ante las exigencias absolutas del Reino, cuestiona hasta los más profundos lazos de afecto humano. José y María mismos, sobresaltados y angustiados, «no comprendieron» sus palabras (Lc 2, 50).

De este modo, meditar los misterios «gozosos» significa adentrarse en los motivos últimos de la alegría cristiana y en su sentido más profundo. Significa fijar la mirada sobre lo concreto del misterio de la Encarnación y sobre el sombrío preanuncio del misterio del dolor salvífico. María nos ayuda a aprender el secreto de la alegría cristiana, recordándonos que el cristianismo es ante todo evangelion, 'buena noticia', que tiene su centro o, mejor dicho, su contenido mismo, en la persona de Cristo, el Verbo hecho carne, único Salvador del mundo.

Misterios de luz

21. Pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios «luminosos»– de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.

Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera. Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente. Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2, 3-13; Lc 7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio.

Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz».

Misterios de dolor

22. Los Evangelios dan gran relieve a los misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especialmente en la Cuaresma, con la práctica del Via Crucis, se ha detenido siempre sobre cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el culmen de la revelación del amor y la fuente de nuestra salvación. El Rosario escoge algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos. El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42 par.). Este «sí» suyo cambia el «no» de los progenitores en el Edén. Y cuánto le costaría esta adhesión a la voluntad del Padre se muestra en los misterios siguientes, en los que, con la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario y la muerte en cruz, se ve sumido en la mayor ignominia: Ecce homo!

En este oprobio no sólo se revela el amor de Dios, sino el sentido mismo del hombre. Ecce homo: quien quiera conocer al hombre, ha de saber descubrir su sentido, su raíz y su cumplimiento en Cristo, Dios que se humilla por amor «hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Los misterios de dolor llevan el creyente a revivir la muerte de Jesús poniéndose al pie de la cruz junto a María, para penetrar con ella en la inmensidad del amor de Dios al hombre y sentir toda su fuerza regeneradora.

Misterios de gloria

23. «La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado!».[29] El Rosario ha expresado siempre esta convicción de fe, invitando al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para fijarse en la gloria de Cristo en su Resurrección y en su Ascensión. Contemplando al Resucitado, el cristiano descubre de nuevo las razones de la propia fe (cf. 1 Co 15, 14), y revive la alegría no solamente de aquellos a los que Cristo se manifestó –los Apóstoles, la Magdalena, los discípulos de Emaús–, sino también el gozo de María, que experimentó de modo intenso la nueva vida del Hijo glorificado. A esta gloria, que con la Ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre, sería elevada Ella misma con la Asunción, anticipando así, por especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria –como aparece en el último misterio glorioso–, María resplandece como Reina de los Ángeles y los Santos, anticipación y culmen de la condición escatológica del Iglesia.

En el centro de este itinerario de gloria del Hijo y de la Madre, el Rosario considera, en el tercer misterio glorioso, Pentecostés, que muestra el rostro de la Iglesia como una familia reunida con María, avivada por la efusión impetuosa del Espíritu y dispuesta para la misión evangelizadora. La contemplación de éste, como de los otros misterios gloriosos, ha de llevar a los creyentes a tomar conciencia cada vez más viva de su nueva vida en Cristo, en el seno de la Iglesia; una vida cuyo gran 'icono' es la escena de Pentecostés. De este modo, los misterios gloriosos alimentan en los creyentes la esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un testimonio valiente de aquel «gozoso anuncio» que da sentido a toda su vida. 

De los 'misterios' al 'Misterio': el camino de María

24. Los ciclos de meditaciones propuestos en el Santo Rosario no son ciertamente exhaustivos, pero llaman la atención sobre lo esencial, preparando el ánimo para gustar un conocimiento de Cristo, que se alimenta continuamente del manantial puro del texto evangélico. Cada rasgo de la vida de Cristo, tal como lo narran los Evangelistas, refleja aquel Misterio que supera todo conocimiento (cf. Ef 3, 19). Es el Misterio del Verbo hecho carne, en el cual «reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica insiste tanto en los misterios de Cristo, recordando que «todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio».[30] El «duc in altum» de la Iglesia en el tercer Milenio se basa en la capacidad de los cristianos de alcanzar «en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 2-3). La Carta a los Efesios desea ardientemente a todos los bautizados: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor [...], podáis conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios» (3, 17-19).

El Rosario promueve este ideal, ofreciendo el 'secreto' para abrirse más fácilmente a un conocimiento profundo y comprometido de Cristo. Podríamos llamarlo el camino de María. Es el camino del ejemplo de la Virgen de Nazaret, mujer de fe, de silencio y de escucha. Es al mismo tiempo el camino de una devoción mariana consciente de la inseparable relación que une Cristo con su Santa Madre: los misterios de Cristo son también, en cierto sentido, los misterios de su Madre, incluso cuando Ella no está implicada directamente, por el hecho mismo de que Ella vive de Él y por Él. Haciendo nuestras en el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1, 42).

Misterio de Cristo, 'misterio' del hombre

25. En el testimonio ya citado de 1978 sobre el Rosario como mi oración predilecta, expresé un concepto sobre el que deseo volver. Dije entonces que « el simple rezo del Rosario marca el ritmo de la vida humana ».[31]

A la luz de las reflexiones hechas hasta ahora sobre los misterios de Cristo, no es difícil profundizar en esta consideración antropológica del Rosario. Una consideración más radical de lo que puede parecer a primera vista. Quien contempla a Cristo recorriendo las etapas de su vida, descubre también en Él la verdad sobre el hombre. Ésta es la gran afirmación del Concilio Vaticano II, que tantas veces he hecho objeto de mi magisterio, a partir de la Carta Encíclica Redemptor hominis: «Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado».[32] El Rosario ayuda a abrirse a esta luz. Siguiendo el camino de Cristo, el cual «recapitula» el camino del hombre,[33] desvelado y redimido, el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando su nacimiento aprende el carácter sagrado de la vida, mirando la casa de Nazaret se percata de la verdad originaria de la familia según el designio de Dios, escuchando al Maestro en los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios y, siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor salvador. Por fin, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta a la que cada uno de nosotros está llamado, si se deja sanar y transfigurar por el Espíritu Santo. De este modo, se puede decir que cada misterio del Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre.

Al mismo tiempo, resulta natural presentar en este encuentro con la santa humanidad del Redentor tantos problemas, afanes, fatigas y proyectos que marcan nuestra vida. «Descarga en el señor tu peso, y él te sustentará» (Sal 55, 23). Meditar con el Rosario significa poner nuestros afanes en los corazones misericordiosos de Cristo y de su Madre. Después de largos años, recordando los sinsabores, que no han faltado tampoco en el ejercicio del ministerio petrino, deseo repetir, casi como una cordial invitación dirigida a todos para que hagan de ello una experiencia personal: sí, verdaderamente el Rosario « marca el ritmo de la vida humana », para armonizarla con el ritmo de la vida divina, en gozosa comunión con la Santísima Trinidad, destino y anhelo de nuestra existencia.

 

CAPÍTULO III

« PARA MÍ LA VIDA ES CRISTO »

 

El Rosario, camino de asimilación del misterio

26. El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Ave Maria, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse a la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto al sentimiento que las inspira.

En Cristo, Dios ha asumido verdaderamente un «corazón de carne». Cristo no solamente tiene un corazón divino, rico en misericordia y perdón, sino también un corazón humano, capaz de todas las expresiones de afecto. A este respecto, si necesitáramos un testimonio evangélico, no sería difícil encontrarlo en el conmovedor diálogo de Cristo con Pedro después de la Resurrección. «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Tres veces se le hace la pregunta, tres veces Pedro responde: «Señor, tú lo sabes que te quiero» (cf. Jn 21, 15-17). Más allá del sentido específico del pasaje, tan importante para la misión de Pedro, a nadie se le escapa la belleza de esta triple repetición, en la cual la reiterada pregunta y la respuesta se expresan en términos bien conocidos por la experiencia universal del amor humano. Para comprender el Rosario, hace falta entrar en la dinámica psicológica que es propia del amor.

Una cosa está clara: si la repetición del Ave Maria se dirige directamente a María, el acto de amor, con Ella y por Ella, se dirige a Jesús. La repetición favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo, verdadero 'programa' de la vida cristiana. San Pablo lo ha enunciado con palabras ardientes: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia» (Flp 1, 21). Y también: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20). El Rosario nos ayuda a crecer en esta configuración hasta la meta de la santidad.

Un método válido...

27. No debe extrañarnos que la relación con Cristo se sirva de la ayuda de un método. Dios se comunica con el hombre respetando nuestra naturaleza y sus ritmos vitales. Por esto la espiritualidad cristiana, incluso conociendo las formas más sublimes del silencio místico, en el que todas las imágenes, palabras y gestos son como superados por la intensidad de una unión inefable del hombre con Dios, se caracteriza normalmente por la implicación de toda la persona, en su compleja realidad psicofísica y relacional.

Esto aparece de modo evidente en la Liturgia. Los Sacramentos y los Sacramentales están estructurados con una serie de ritos relacionados con las diversas dimensiones de la persona. También la oración no litúrgica expresa la misma exigencia. Esto se confirma por el hecho de que, en Oriente, la oración más característica de la meditación cristológica, la que está centrada en las palabras «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador»,[34] está vinculada tradicionalmente con el ritmo de la respiración, que, mientras favorece la perseverancia en la invocación, da como una consistencia física al deseo de que Cristo se convierta en el aliento, el alma y el 'todo' de la vida.

... que, no obstante, se puede mejorar

28. En la Carta apostólica Novo millennio ineunte he recordado que en Occidente existe hoy también una renovada exigencia de meditación, que encuentra a veces en otras religiones modalidades bastante atractivas.[35] Hay cristianos que, al conocer poco la tradición contemplativa cristiana, se dejan atraer por tales propuestas. Sin embargo, aunque éstas tengan elementos positivos y a veces compaginables con la experiencia cristiana, a menudo esconden un fondo ideológico inaceptable. En dichas experiencias abunda también una metodología que, pretendiendo alcanzar una alta concentración espiritual, usa técnicas de tipo psicofísico, repetitivas y simbólicas. El Rosario forma parte de este cuadro universal de la fenomenología religiosa, pero tiene características propias, que responden a las exigencias específicas de la vida cristiana. 

En efecto, el Rosario es un método para contemplar. Como método, debe ser utilizado en relación al fin y no puede ser un fin en sí mismo. Pero tampoco debe infravalorarse, dado que es fruto de una experiencia secular. La experiencia de innumerables Santos aboga en su favor. Lo cual no impide que pueda ser mejorado. Precisamente a esto se orienta la incorporación, en el ciclo de los misterios, de la nueva serie de los mysteria lucis, junto con algunas sugerencias sobre el rezo del Rosario que propongo en esta Carta. Con ello, aunque respetando la estructura firmemente consolidada de esta oración, quiero ayudar a los fieles a comprenderla en sus aspectos simbólicos, en sintonía con las exigencias de la vida cotidiana. De otro modo, existe el riesgo de que esta oración no sólo no produzca los efectos espirituales deseados, sino que el rosario mismo con el que suele recitarse, acabe por considerarse como un amuleto o un objeto mágico, con una radical distorsión de su sentido y su cometido

El enunciado del misterio

29. Enunciar el misterio, y tener tal vez la oportunidad de contemplar al mismo tiempo una imagen que lo represente, es como abrir un escenario en el cual concentrar la atención. Las palabras conducen la imaginación y el espíritu a aquel determinado episodio o momento de la vida de Cristo. En la espiritualidad que se ha desarrollado en la Iglesia, tanto a través de la veneración de imágenes que enriquecen muchas devociones con elementos sensibles, como también del método propuesto por san Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales, se ha recurrido al elemento visual e imaginativo (la compositio loci) considerándolo de gran ayuda para favorecer la concentración del espíritu en el misterio. Por lo demás, es una metodología que se corresponde con la lógica misma de la Encarnación: Dios ha querido asumir, en Jesús, rasgos humanos. Por medio de su realidad corpórea, entramos en contacto con su misterio divino.

El enunciado de los varios misterios del Rosario se corresponde también con esta exigencia de concreción. Es cierto que no sustituyen al Evangelio ni tampoco se refieren a todas sus páginas. El Rosario, por tanto, no reemplaza la lectio divina, sino que, por el contrario, la supone y la promueve. Pero si los misterios considerados en el Rosario, aun con el complemento de los mysteria lucis, se limita a las líneas fundamentales de la vida de Cristo, a partir de ellos la atención se puede extender fácilmente al resto del Evangelio, sobre todo cuando el Rosario se recita en momentos especiales de prolongado recogimiento.

La escucha de la Palabra de Dios

30. Para dar fundamento bíblico y mayor profundidad a la meditación, es útil que al enunciado del misterio siga la proclamación del pasaje bíblico correspondiente, que puede ser más o menos largo según las circunstancias. En efecto, otras palabras nunca tienen la eficacia de la palabra inspirada. Ésta debe ser escuchada con la certeza de que es Palabra de Dios, pronunciada para hoy y «para mí».

Acogida de este modo, la Palabra entra en la metodología de la repetición del Rosario sin el aburrimiento que produciría la simple reiteración de una información ya conocida. No, no se trata de recordar una información, sino de dejar 'hablar' a Dios. En alguna ocasión solemne y comunitaria, esta palabra se puede ilustrar con algún breve comentario.

El silencio

31. La escucha y la meditación se alimentan del silencio. Es conveniente que, después de enunciar el misterio y proclamar la Palabra, esperemos unos momentos antes de iniciar la oración vocal, para fijar la atención sobre el misterio meditado. El redescubrimiento del valor del silencio es uno de los secretos para la práctica de la contemplación y la meditación. Uno de los límites de una sociedad tan condicionada por la tecnología y los medios de comunicación social es que el silencio se hace cada vez más difícil. Así como en la Liturgia se recomienda que haya momentos de silencio, en el rezo del Rosario es también oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la Palabra de Dios, concentrando el espíritu en el contenido de un determinado misterio.

El «Padrenuestro»

32. Después de haber escuchado la Palabra y centrado la atención en el misterio, es natural que el ánimo se eleve hacia el Padre. Jesús, en cada uno de sus misterios, nos lleva siempre al Padre, al cual Él se dirige continuamente, porque descansa en su 'seno' (cf Jn 1, 18). Él nos quiere introducir en la intimidad del Padre para que digamos con Él: «¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15; Ga 4, 6). En esta relación con el Padre nos hace hermanos suyos y entre nosotros, comunicándonos el Espíritu, que es a la vez suyo y del Padre. El «Padrenuestro», puesto como fundamento de la meditación cristológico-mariana que se desarrolla mediante la repetición del Ave Maria, hace que la meditación del misterio, aun cuando se tenga en soledad, sea una experiencia eclesial.

Las diez «Ave Maria»

33. Este es el elemento más extenso del Rosario y que a la vez lo convierte en una oración mariana por excelencia. Pero precisamente a la luz del Ave Maria, bien entendida, es donde se nota con claridad que el carácter mariano no se opone al cristológico, sino que más bien lo subraya y lo exalta. En efecto, la primera parte del Ave Maria, tomada de las palabras dirigidas a María por el ángel Gabriel y por santa Isabel, es contemplación adorante del misterio que se realiza en la Virgen de Nazaret. Expresan, por así decir, la admiración del cielo y de la tierra y, en cierto sentido, dejan entrever la complacencia de Dios mismo al ver su obra maestra –la encarnación del Hijo en el seno virginal de María–, análogamente a la mirada de aprobación del Génesis (cf. Gn 1, 31), aquel «pathos con el que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos».[36] Repetir en el Rosario el Ave Maria nos acerca a la complacencia de Dios: es júbilo, asombro, reconocimiento del milagro más grande de la historia. Es el cumplimiento dela profecía de María: «Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc1, 48).

El centro del Ave Maria, casi como engarce entre la primera y la segunda parte, es el nombre de Jesús. A veces, en el rezo apresurado, no se percibe este aspecto central y tampoco la relación con el misterio de Cristo que se está contemplando. Pero es precisamente el relieve que se da al nombre de Jesús y a su misterio lo que caracteriza una recitación consciente y fructuosa del Rosario. Ya Pablo VI recordó en la Exhortación apostólica Marialis cultus la costumbre, practicada en algunas regiones, de realzar el nombre de Cristo añadiéndole una cláusula evocadora del misterio que se está meditando.[37] Es una costumbre loable, especialmente en la plegaria pública. Expresa con intensidad la fe cristológica, aplicada a los diversos momentos de la vida del Redentor. Es profesión de fe y, al mismo tiempo, ayuda a mantener atenta la meditación, permitiendo vivir la función asimiladora, innata en la repetición del Ave Maria, respecto al misterio de Cristo. Repetir el nombre de Jesús –el único nombre del cual podemos esperar la salvación (cf. Hch 4, 12)– junto con el de su Madre Santísima, y como dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo.

De la especial relación con Cristo, que hace de María la Madre de Dios, la Theotòkos, deriva, además, la fuerza de la súplica con la que nos dirigimos a Ella en la segunda parte de la oración, confiando a su materna intercesión nuestra vida y la hora de nuestra muerte.

El «Gloria»

34. La doxología trinitaria es la meta de la contemplación cristiana. En efecto, Cristo es el camino que nos conduce al Padre en el Espíritu. Si recorremos este camino hasta el final, nos encontramos continuamente ante el misterio de las tres Personas divinas que se han de alabar, adorar y agradecer. Es importante que el Gloriaculmen de la contemplación, sea bien resaltado en el Rosario. En el rezo público podría ser cantado, para dar mayor énfasis a esta perspectiva estructural y característica de toda plegaria cristiana.

En la medida en que la meditación del misterio haya sido atenta, profunda, fortalecida –de Ave en Ave – por el amor a Cristo y a María, la glorificación trinitaria en cada decena, en vez de reducirse a una rápida conclusión, adquiere su justo tono contemplativo, como para levantar el espíritu a la altura del Paraíso y hacer revivir, de algún modo, la experiencia del Tabor, anticipación de la contemplación futura: «Bueno es estarnos aquí» (Lc 9, 33).

La jaculatoria final

35. Habitualmente, en el rezo del Rosario, después de la doxología trinitaria sigue una jaculatoria, que varía según las costumbres. Sin quitar valor a tales invocaciones, parece oportuno señalar que la contemplación de los misterios puede expresar mejor toda su fecundidad si se procura que cada misterio concluya con una oración dirigida a alcanzar los frutos específicos de la meditación del misterio. De este modo, el Rosario puede expresar con mayor eficacia su relación con la vida cristiana. Lo sugiere una bella oración litúrgica, que nos invita a pedir que, meditando los misterios del Rosario, lleguemos a «imitar lo que contienen y a conseguir lo que prometen».[38]

Como ya se hace, dicha oración final puede expresarse en varias forma legítimas. El Rosario adquiere así también una fisonomía más adecuada a las diversas tradiciones espirituales y a las distintas comunidades cristianas. En esta perspectiva, es de desear que se difundan, con el debido discernimiento pastoral, las propuestas más significativas, experimentadas tal vez en centros y santuarios marianos que cultivan particularmente la práctica del Rosario, de modo que el Pueblo de Dios pueda acceder a toda auténtica riqueza espiritual, encontrando así una ayuda para la propia contemplación.

El 'rosario'

36. Instrumento tradicional para rezarlo es el rosario. En la práctica más superficial, a menudo termina por ser un simple instrumento para contar la sucesión de las Ave Maria. Pero sirve también para expresar un simbolismo, que puede dar ulterior densidad a la contemplación.

A este propósito, lo primero que debe tenerse presente es que el rosario está centrado en el Crucifijo, que abre y cierra el proceso mismo de la oración. En Cristo se centra la vida y la oración de los creyentes. Todo parte de Él, todo tiende hacia Él, todo, a través de Él, en el Espíritu Santo, llega al Padre.

En cuanto medio para contar, que marca el avanzar de la oración, el rosario evoca el camino incesante de la contemplación y de la perfección cristiana. El Beato Bartolomé Longo lo consideraba también como una 'cadena' que nos une a Dios. Cadena, sí, pero cadena dulce; así se manifiesta la relación con Dios, que es Padre. Cadena 'filial', que nos pone en sintonía con María, la «sierva del Señor» (Lc 1, 38) y, en definitiva, con el propio Cristo, que, aun siendo Dios, se hizo «siervo» por amor nuestro (Flp 2, 7).

Es también hermoso ampliar el significado simbólico del rosario a nuestra relación recíproca, recordando de ese modo el vínculo de comunión y fraternidad que nos une a todos en Cristo.

Inicio y conclusión

37. En la práctica corriente, hay varios modos de comenzar el Rosario, según los diversos contextos eclesiales. En algunas regiones se suele iniciar con la invocación del Salmo 69: «Dios mío ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme», como para alimentar en el orante la humilde conciencia de su propia indigencia; en otras, se comienza recitando el Credo, como haciendo de la profesión de fe el fundamento del camino contemplativo que se emprende. Éstos y otros modos similares, en la medida que disponen el ánimo para la contemplación, son usos igualmente legítimos. La plegaria se concluye rezando por las intenciones del Papa, para elevar la mirada de quien reza hacia el vasto horizonte de las necesidades eclesiales. Precisamente para fomentar esta proyección eclesial del Rosario, la Iglesia ha querido enriquecerlo con santas indulgencias para quien lo recita con las debidas disposiciones.

En efecto, si se hace así, el Rosario es realmente un itinerario espiritual en el que María se hace madre, maestra, guía, y sostiene al fiel con su poderosa intercesión. ¿Cómo asombrarse, pues, si al final de esta oración en la cual se ha experimentado íntimamente la maternidad de María, el espíritu siente necesidad de dedicar una alabanza a la Santísima Virgen, bien con la espléndida oración de la Salve Regina, bien con las Letanías lauretanas? Es como coronar un camino interior, que ha llevado al fiel al contacto vivo con el misterio de Cristo y de su Madre Santísima.

La distribución en el tiempo

38. El Rosario puede recitarse entero cada día, y hay quienes así lo hacen de manera laudable. De ese modo, el Rosario impregna de oración los días de muchos contemplativos, o sirve de compañía a enfermos y ancianos que tienen mucho tiempo disponible. Pero es obvio –y eso vale, con mayor razón, si se añade el nuevo ciclo de los mysteria lucis– que muchos no podrán recitar más que una parte, según un determinado orden semanal. Esta distribución semanal da a los días de la semana un cierto 'color' espiritual, análogamente a lo que hace la Liturgia con las diversas fases del año litúrgico.

Según la praxis corriente, el lunes y el jueves están dedicados a los «misterios gozosos», el martes y el viernes a los «dolorosos», el miércoles, el sábado y el domingo a los «gloriosos». ¿Dónde introducir los «misterios de la luz»? Considerando que los misterios gloriosos se proponen seguidos el sábado y el domingo, y que el sábado es tradicionalmente un día de marcado carácter mariano, parece aconsejable trasladar al sábado la segunda meditación semanal de los misterios gozosos, en los cuales la presencia de María es más destacada. Queda así libre el jueves para la meditación de los misterios de la luz.

No obstante, esta indicación no pretende limitar una conveniente libertad en la meditación personal y comunitaria, según las exigencias espirituales y pastorales y, sobre todo, las coincidencias litúrgicas que pueden sugerir oportunas adaptaciones. Lo verdaderamente importante es que el Rosario se comprenda y se experimente cada vez más como un itinerario contemplativo. Por medio de él, de manera complementaria a cuanto se realiza en la Liturgia, la semana del cristiano, centrada en el domingo, día de la resurrección, se convierte en un camino a través de los misterios de la vida de Cristo, y Él se consolida en la vida de sus discípulos como Señor del tiempo y de la historia.

 

CONCLUSIÓN

«Rosario bendito de María, cadena dulce que nos unes con Dios»

39. Lo que se ha dicho hasta aquí expresa ampliamente la riqueza de esta oración tradicional, que tiene la sencillez de una oración popular, pero también la profundidad teológica de una oración adecuada para quien siente la exigencia de una contemplación más intensa.

La Iglesia ha visto siempre en esta oración una particular eficacia, confiando las causas más difíciles a su recitación comunitaria y a su práctica constante. En momentos en los que la cristiandad misma estaba amenazada, se atribuyó a la fuerza de esta oración la liberación del peligro y la Virgen del Rosario fue considerada como propiciadora de la salvación.

Hoy deseo confiar a la eficacia de esta oración –lo he señalado al principio– la causa de la paz en el mundo y la de la familia.

La paz

40. Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo Milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo Alto, capaz de orientar los corazones de quienes viven situaciones conflictivas y de quienes dirigen los destinos de las Naciones, puede hacer esperar en un futuro menos oscuro.

El Rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la paz y «nuestra paz» (Ef 2, 14). Quien interioriza el misterio de Cristo –y el Rosario tiende precisamente a eso– aprende el secreto de la paz y hace de ello un proyecto de vida. Además, debido a su carácter meditativo, con la serena sucesión del Ave Maria, el Rosario ejerce sobre el orante una acción pacificadora que lo dispone a recibir y experimentar en la profundidad de su ser, y a difundir a su alrededor, paz verdadera, que es un don especial del Resucitado (cf. Jn 14, 27; 20, 21).

Es además oración por la paz por la caridad que promueve. Si se recita bien, como verdadera oración meditativa, el Rosario, favoreciendo el encuentro con Cristo en sus misterios, muestra también el rostro de Cristo en los hermanos, especialmente en los que más sufren. ¿Cómo se podría considerar, en los misterios gozosos, el misterio del Niño nacido en Belén sin sentir el deseo de acoger, defender y promover la vida, haciéndose cargo del sufrimiento de los niños en todas las partes del mundo? ¿Cómo podrían seguirse los pasos del Cristo revelador, en los misterios de la luz, sin proponerse el testimonio de sus bienaventuranzas en la vida de cada día? Y ¿cómo contemplar a Cristo cargado con la cruz y crucificado, sin sentir la necesidad de hacerse sus «cireneos» en cada hermano aquejado por el dolor u oprimido por la desesperación? ¿Cómo se podría, en fin, contemplar la gloria de Cristo resucitado y a María coronada como Reina, sin sentir el deseo de hacer este mundo más hermoso, más justo, más cercano al proyecto de Dios?

En definitiva, mientras nos hace contemplar a Cristo, el Rosario nos hace también constructores de la paz en el mundo. Por su carácter de petición insistente y comunitaria, en sintonía con la invitación de Cristo a «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1), nos permite esperar que hoy se pueda vencer también una 'batalla' tan difícil como la de la paz. De este modo, el Rosario, en vez de ser una huida de los problemas del mundo, nos impulsa a examinarlos de manera responsable y generosa, y nos concede la fuerza de afrontarlos con la certeza de la ayuda de Dios y con el firme propósito de testimoniar en cada circunstancia la caridad, «que es el vínculo de la perfección» (Col 3, 14).

La familia: los padres...

41. Además de oración por la paz, el Rosario es también, desde siempre, una oración de la familia y por la familia. Antes esta oración era apreciada particularmente por las familias cristianas, y ciertamente favorecía su comunión. Conviene no descuidar esta preciosa herencia. Se ha de volver a rezar en familia y a rogar por las familias, utilizando todavía esta forma de plegaria.

Si en la Carta apostólica Novo millennio ineunte he alentado la celebración de la Liturgia de las Horas por parte de los laicos en la vida ordinaria de las comunidades parroquiales y de los diversos grupos cristianos,[39] deseo hacerlo igualmente con el Rosario. Se trata de dos caminos no alternativos, sino complementarios, de la contemplación cristiana. Pido, por tanto, a cuantos se dedican a la pastoral de las familias que recomienden con convicción el rezo del Rosario.

La familia que reza unida, permanece unida. El Santo Rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia. Contemplando a Jesús, cada uno de sus miembros recupera también la capacidad de volverse a mirar a los ojos, para comunicar, solidarizarse, perdonarse recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu de Dios.

Muchos problemas de las familias contemporáneas, especialmente en las sociedades económicamente más desarrolladas, derivan de una creciente dificultad para comunicarse. No se consigue estar juntos y a veces los raros momentos de reunión quedan absorbidos por las imágenes de un televisor. Volver a rezar el Rosario en familia significa introducir en la vida cotidiana otras imágenes muy distintas, las del misterio que salva: la imagen del Redentor, la imagen de su Madre santísima. La familia que reza unida el Rosario reproduce un poco el clima de la casa de Nazaret: Jesús está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él la esperanza y la fuerza para el camino.

... y los hijos

42. Es hermoso y fructuoso confiar también a esta oración el proceso de crecimiento de los hijos. ¿No es acaso, el Rosario, el itinerario de la vida de Cristo, desde su concepción a la muerte, hasta la resurrección y la gloria? Hoy resulta cada vez más difícil para los padres seguir a los hijos en las diversas etapas de su vida. En la sociedad de la tecnología avanzada, de los medios de comunicación social y de la globalización, todo se ha acelerado, y cada día es mayor la distancia cultural entre las generaciones. Los mensajes de todo tipo y las experiencias más imprevisibles hacen mella pronto en la vida de los chicos y los adolescentes, y a veces es angustioso para los padres afrontar los peligros que corren los hijos. Con frecuencia se encuentran ante desilusiones fuertes, al constatar los fracasos de los hijos ante la seducción de la droga, los atractivos de un hedonismo desenfrenado, las tentaciones de la violencia o las formas tan diferentes del sinsentido y la desesperación.

Rezar con el Rosario por los hijos, y mejor aún, con los hijos, educándolos desde su tierna edad para este momento cotidiano de «intervalo de oración» de la familia, no es ciertamente la solución de todos los problemas, pero es una ayuda espiritual que no se debe minimizar. Se puede objetar que el Rosario parece una oración poco adecuada para los gustos de los chicos y los jóvenes de hoy. Pero quizás esta objeción se basa en un modo poco esmerado de rezarlo. Por otra parte, salvando su estructura fundamental, nada impide que, para ellos, el rezo del Rosario –tanto en familia como en los grupos– se enriquezca con oportunas aportaciones simbólicas y prácticas, que favorezcan su comprensión y valorización. ¿Por qué no probarlo? Una pastoral juvenil no derrotista, apasionada y creativa –¡las Jornadas Mundiales de la Juventud han dado buena prueba de ello!– es capaz de dar, con la ayuda de Dios, pasos verdaderamente significativos. Si el Rosario se presenta bien, estoy seguro de que los jóvenes mismos serán capaces de sorprender una vez más a los adultos, haciendo propia esta oración y recitándola con el entusiasmo típico de su edad.

El Rosario, un tesoro que recuperar

43. Queridos hermanos y hermanas: Una oración tan fácil, y al mismo tiempo tan rica, merece de veras ser recuperada por la comunidad cristiana. Hagámoslo sobre todo en este año, asumiendo esta propuesta como una consolidación de la línea trazada en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, en la cual se han inspirado los planes pastorales de muchas Iglesias particulares al programar los objetivos para el próximo futuro.

Me dirijo en particular a vosotros, queridos Hermanos en el Episcopado, sacerdotes y diáconos, y a vosotros, agentes pastorales en los diversos ministerios, para que, teniendo la experiencia personal de la belleza del Rosario, os convirtáis en sus diligentes promotores.

Confío también en vosotros, teólogos, para que, realizando una reflexión a la vez rigurosa y sabia, basada en la Palabra de Dios y sensible a la vivencia del pueblo cristiano, ayudéis a descubrir los fundamentos bíblicos, las riquezas espirituales y la validez pastoral de esta oración tradicional.

Cuento con vosotros, consagrados y consagradas, llamados de manera particular a contemplar el rostro de Cristo siguiendo el ejemplo de María.

Pienso en todos vosotros, hermanos y hermanas de toda condición, en vosotras, familias cristianas, en vosotros, enfermos y ancianos, en vosotros, jóvenes: tomad con confianza entre las manos el rosario, descubriéndolo de nuevo a la luz de la Escritura, en armonía con la Liturgia y en el contexto de la vida cotidiana.

¡Qué este llamamiento mío no sea en balde! Al inicio del vigésimo quinto año de Pontificado, pongo esta Carta apostólica en las manos de la Virgen María, postrándome espiritualmente ante su imagen en su espléndido Santuario edificado por el Beato Bartolomé Longo, apóstol del Rosario. Hago mías con gusto las palabras conmovedoras con las que él termina la célebre Súplica a la Reina del Santo Rosario: «Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Pompeya, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo».

Vaticano, 16 octubre del año 2002, inicio del vigésimo quinto de mi Pontificado.

 

JUAN PABLO II

 


Notas

[1] Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 45.

[2] Pablo VI, Exhort. ap. Marialis cultus, (2 febrero 1974) 42, AAS 66 (1974), 153.

[3] Cf. Acta Leonis XIII, 3 (1884), 280-289.

[4] En particular, es digna de mención su Carta ap. sobre el Rosario Il religioso convegno del 29 septiembre 1961: AAS 53 (1961), 641-647.

[5] Angelus: L'Osservatore Romano ed. semanal en lengua española, 5 noviembre 1978, 1.

[6] AAS 93 (2002), 285.

[7] En los años de preparación del Concilio, Juan XXIII invitó a la comunidad cristiana a rezar el Rosario por el éxito de este acontecimiento eclesial; cf. Carta al Cardenal Vicario del 28 de septiembre de 1960: AAS 52 (1960), 814-817.

[8] Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 66.

[9] N. 32: AAS 93 (2002), 288.

[10] Ibíd., 33: l. c., 289.

[11] Es sabido y se ha de recordar que las revelaciones privadas no son de la misma naturaleza que la revelación pública, normativa para toda la Iglesia. Es tarea del Magisterio discernir y reconocer la autenticidad y el valor de las revelaciones privadas para la piedad de los fieles.

[12] El secreto admirable del santísimo Rosario para convertirse y salvarse,en Obras de San Luis María G. de Montfort, Madrid 1954, 313-391.

[13] Beato Bartolo Longo, Storia del Santuario di Pompei, Pompei 1990, p.59.

[14] Exhort. ap. Marialis cultus (2 febrero 1974), 47: AAS 66 (1974), 156.

[15] Const. sobre Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium,10.

[16] Ibíd., 12.

[17] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium58.

[18] I Quindici Sabati del Santissimo Rosario,27 ed., Pompeya 1916), p. 27.

[19] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium53.

[20] Ibíd., 60.

[21] Cf. Primer Radiomensaje Urbi et orbi (17 octubre 1978): AAS 70 (1978), 927.

[22] Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, 120, en: Obras. de San Luis María G. de Montfort, Madrid 1954, p.505s.

[23] Catecismo de la Iglesia Católica, 2679.

[24] Ibíd., 2675.

[25] La Suplica a la Reina del Santo Rosario, que se recita solemnemente dos veces al año, en mayo y octubre, fue compuesta por el Beato Batolomé Longo en 1883, como adhesión a la invitaciòn del Papa Leon XIII a los católicos en su primera Encíclica sobre el Rosario a un compromiso espiritual orientado a afrontar los males de la sociedad.

[26] Divina Comedia,Par. XXXIII, 13-15.

[27] Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 20: AAS 93 (2001), 279.

[28] Exort. ap. Marialis cultus (2 febrero 1974), 46: AAS 66 (1974), 155.

[29] Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 28: AAS 93 (2001), 284.

[30] N. 515.

[31] Angelus del 29 de octubre 1978: L'Osservatore Romano,ed. semanal en lengua española, 5 noviembre 1978, 1.

[32] Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 22.

[33] S. Ireneo de Lyon, Adversus haereses, III, 18,1: PG 7, 932.

[34] Catecismo de la Iglesia Católica,2616.

[35] Cf. n. 33: AAS 93 (2001), 289.

[36] Carta a los artistas (4 abril 1999), 1: AAS 91 (1999), 1155.

[37] Cf. n. 46: AAS 66 (1974), 155. Esta costumbre ha sido alabada recientemente por la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y orientaciones (17 diciembre 2001), n.201.

[38] « ...concede, quæsumus, ut hæc mysteria sacratissimo beatæ Mariæ Virginis Rosario recolentes, et imitemur quod continent, et quod promittunt assequamur »: Missale Romanum (1960) in festo B. M. Virginis a Rosario.

[39] Cf. n. 34: AAS 93 (2001), 290.

 

 

 


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Los centros abortistas en España, condenados por el Supremo por publicidad engañosa

Por Cristina Castillo Albarran|23 septiembre, 2022|Top News

ACAI, la patronal que aglutina a los centros abortistas en España, ha sido condenada por publicidad engañosa, al no advertir de los riesgos que conlleva un aborto y asegurar que es una práctica que no conlleva riesgos.

El Tribunal Supremo ha confirmado la sentencia de la Audiencia Provincial de Oviedo que condenó a ACAI a pagar las costas del proceso y a publicar la sentencia en su web. De esta manera, da la razón a la Fundación Española de Abogados Cristianos que denunció a la patronal por ocultar a las mujeres que van a abortar las secuelas que puede producirles un acto así.

Polonia Castellanos, presidenta de Abogados Cristianos,  ha anunciado que “ante la gravedad de la condena, remitiremos la sentencia a todas las consejerías de Sanidad de España para que rescindan cualquier contrato con los centros de aborto implicados”.

Castellanos ha instado a la ministra de Igualdad, Irene Montero, a “que se pronuncie sobre esta sentencia que condena a los centros de aborto por mentir a las mujeres”.

ACAI aglutina a la mayoría de los centros acreditados para realizar abortos en España. En la Comunidad de Madrid a la Clínica Dator, El Bosque, Pacífico, Isadora, Callao, Policlínica Retiro y Sergine Médica; en Cataluña a Clínica Sants, Tutormédica, Casanova, y Centro Médico Aragón; en Andalucía a Clínica Ginealmería, Ginegranada, Ginesur, Ginecenter, Clínicas El Sur, Gynetrisur, Poliplanning y Clínica Triana; en Castilla y León a Clínica BuenaVista; en Comunidad Valenciana a Deia Médica; en Aragón a Clínica Actur; en Asturias a Belladona y Buenavista; en Castilla La Mancha a Clínica Cire e Iris Ginecológica; en Galicia a clínica Arce y en Murcia a Clínica Ginemur y Deltamédica.

Valoración bioética

El escrupuloso respeto a la correcta cumplimentación del consentimiento informado de los pacientes constituye una prioridad ineludible en el ejercicio de la asistencia clínica. Dicho consentimiento exige que el paciente reciba, de forma inteligible, toda la información disponible necesaria para evaluar lo más certeramente posible las consecuencias y alternativas de sus opciones. Tomar decisiones sin tener acceso a la información pertinente sobre su naturaleza y efectos supone limitar la capacidad de decisión libre y, por tanto, la autonomía personal.

Ocultar información sobre las posibles secuelas de la práctica del aborto, que han sido bien descritas en la bibliografía relacionada, supone abocar a la mujer a tomar una decisión de la que desconoce sus consecuencias derivadas, lo que implica una seria limitación en su capacidad de elección libre.

De modo análogo, la supresión de la obligatoriedad de suministrar información a la mujer que acude a abortar sobre sus alternativas y consecuencias en el caso de la nueva ley del aborto, supone también un atentado al ejercicio de la autonomía del paciente que, privado de la información necesaria, no puede ejercer una elección libre ponderando debidamente las alternativas por las que optar así como sus consecuencias.

Julio Tudela

Cristina Castillo

Observatorio de Bioética

 

La Asociación Española de Farmacia Social AEFAS, en contra de la eliminación de prescripción médica para la dispensación de las píldoras contraceptivas

Por OBSERVATORIO DE BIOETICA UCV|27 septiembre, 2022|BIOÉTICA PRESSContracepción de emergenciaTop News

 

 

La Sociedad Española de Farmacia Clínica, Familiar y Comunitaria (SEFAC), la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (SEMERGEN) y la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) presentaron este lunes, coincidiendo con el Día Mundial de la Anticoncepción, una petición para eliminar la necesidad de prescripción médica para la dispensación de las píldoras contraceptivas con progestágeno solo.

Este sorprendente posicionamiento sigue a la reciente petición desde el Ministerio de Igualdad relativa a la dispensación de los contraceptivos postcoitales de forma libre y gratuita en farmacias y centros de salud.

A quién beneficia esta petición

La supresión de la necesidad de prescripción médica para los tratamientos hormonales a base de progestágeno sólo en contracepción parece favorecer, en primer lugar, a algunas compañías farmacéuticas que venderán más cuanto menos controles se exijan en la dispensación. En segundo lugar, a los médicos de atención primaria y familia, que se suman a la posición liberalizadora, porque verán descongestionadas sus consultas al no tener que realizar seguimiento de las mujeres sometidas a tratamiento contraceptivo hormonal. Y en tercer lugar a los farmacéuticos que verán facilitada su labor dispensadora sin necesidad de exigir a las usuarias la correspondiente prescripción médica, objeto de conflicto en muchos casos cuando no se posee.

A quién perjudica la libre dispensación

Las grandes perjudicadas son, sin duda, las usuarias que accederán a un tratamiento hormonal de larga duración sin una anamnesis previa que pueda detectar situaciones de contraindicación para el tratamiento,

riesgos objetivos que aconsejan no administrarlo o efectos secundarios relacionados que puedan derivarse, que las pacientes pueden no relacionar con los tratamientos, no adoptando medidas correctoras apropiadas por la falta de control médico y farmacoterapéutico.

Del prospecto aprobado por la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios para uno de estos preparados a base de desogestrel, pueden resumirse los siguientes riesgos asociados a su uso[1]:

Contraindicaciones: embarazo conocido o sospechado, tromboembolismo venoso activo, tumores progestágeno-dependientes, presencia o antecedentes de trastornos hepáticos graves mientras los valores de la función hepática no se hayan normalizado, hemorragia vaginal no diagnosticada.

Precauciones: durante la utilización de anticonceptivos orales se incrementa ligeramente el riesgo de diagnóstico de cáncer de mama, relacionado con la edad de la mujer durante el uso del anticonceptivo oral; como no puede excluirse un efecto biológico de los progestágenos sobre el cáncer hepático, debería realizarse una evaluación beneficio/riesgo individual en las mujeres con cáncer hepático; debe discontinuarse el tratamiento con desogestrel en el caso de que se presentara una trombosis; también debe considerarse discontinuar en caso de una inmovilización a largo plazo debido a cirugía o enfermedad, las mujeres con antecedentes de trastornos tromboembólicos deben tener en cuenta la posibilidad de una recurrencia; las pacientes diabéticas deben ser controladas durante los primeros meses de utilización; la protección frente al embarazo ectópico con los anticonceptivos con progestágeno solo tradicionales no es tan alta como con los anticonceptivos orales combinados, lo que ha sido asociado a la presencia de ovulaciones más frecuentes durante la utilización de anticonceptivos con progestágeno solo; puede producirse ocasionalmente cloasma, sobre todo en mujeres con antecedentes de cloasma durante el embarazo; como no puede excluirse un efecto de los progestágenos sobre el cáncer de hígado, se aconseja una valoración clínica de riesgos-beneficios en estos casos; uso contraindicado en hemorragia vaginal no diagnosticada; uso contraindicado en presencia o antecedentes de trastornos hepáticos graves mientras los valores de la función hepática no se hayan normalizado; los pacientes con intolerancia a la lactosa hereditaria o galactosa, insuficiencia de lactasa de Lapp o mala absorción de glucosa o galactosa, no deben tomar este medicamento.

Advertencias especiales: previo a la prescripción, debe realizarse una historia clínica y un reconocimiento ginecológico minucioso para excluir el embarazo, así como investigar alteraciones de la menstruación, como oligomenorrea y amenorrea; el intervalo entre controles depende de las circunstancias de cada caso concreto; el producto prescrito puede influir sobre enfermedades latentes o manifiestas; aunque se tome con regularidad pueden producirse alteraciones del sangrado que, son muy frecuentes e irregulares debe considerarse el empleo de otro método anticonceptivo; el tratamiento debe suspenderse si se produce un embarazo.

Interacciones: el anticonceptivo de emergencia a base de acetato de ulipristal puede reducir el efecto anticonceptivo de los métodos hormonales continuados; durante el tratamiento con carbón activado, la absorción de los esteroides del comprimido puede reducirse y en consecuencia también la eficacia anticonceptiva.

Reacciones adversas: sangrado irregular, acné, cambios en el estado de ánimo, disminución de la líbido, astenia, dolor mamario, náuseas, vómitos, aumento de peso, metrorragia, amenorrea, vaginitis, dismenorrea, quistes ováricos, galactorrea, embarazo ectópico, erupcione cutáneas, urticaria, eritema nodoso.

Libre acceso a la contracepción e incidencia en la tasa de abortos y embarazos no deseados

La reducción del número de embarazos no deseados, abortos y enfermedades de transmisión sexual, son fines que han sido esgrimidos por los promotores de la libre dispensación de los métodos contraceptivos, de manera que su acceso sea universal y, en algunos casos, gratuito.

Viagra femenina. Después de años de ensayos, forcejeos con las autoridades sanitarias,se comercializa ahora despertando fuertes polémicas científicasExperiencias previas en el caso de la contracepción postcoital muestran una evidencia que ofrece pocas dudas: no parece que los objetivos perseguidos con la dispensación libre y gratuita logre el objetivo de reducir las tasas de embarazos no deseados y abortos.

En una amplia revisión, que incluye 717 artículos de los cuales fueron seleccionados 23 revisiones, Raymond et al. concluyen: “Hasta la fecha ningún estudio ha mostrado que el incremento del uso de la contracepción de emergencia reduzca el número de embarazos no intencionados o abortos” [2].

Ya en el año 2010, una revisión Cochrane ofrecía la siguiente conclusión: “Proporcionar a las mujeres contracepción de emergencia por adelantado no reduce los embarazos no deseados a nivel poblacional” [3].

Este estudio no encuentra incrementos en la tasa de enfermedades de transmisión sexual (ETS) tras la facilitación del acceso a estos tratamientos, pero, sin embargo, otro estudio del mismo año afirma: “Un mayor acceso a los contraceptivos de emergencia en las farmacias para los adolescentes, no parece haber reducido las tasas de embarazos de adolescentes en Inglaterra. En contraste, nuestros resultados proporcionan evidencia de que estos esquemas están asociados con una mayor tasa de diagnósticos de infecciones de transmisión sexual entre los adolescentes. El efecto estimado sobre las tasas de ETS entre los menores de 16 años es mayor que la de los adolescentes de más edad» [4].

Pero hay más. En un posterior trabajo, de 2012, se afirma: “El mayor acceso (a los métodos contraceptivos de emergencia) se asocia con un aumento en la tasa de gonorrea, tanto a nivel general como para las mujeres jóvenes de 15-24 años, del orden del 12-17 %. No encontramos ninguna evidencia de que las tasas de aborto o de nacimiento se vean afectados por la libre dispensación en farmacias» [5].

Valoración bioética

Suprimir el control médico en la prescripción de los contraceptivos hormonales orales a base de progestágeno constituye una violación de los criterios de seguridad en la farmacovigilancia de estos fármacos, en cuyo prospecto se especifica claramente la conveniencia de realizar una valoración clínica del balance riesgo-beneficio antes de su utilización cumplimentando una historia clínica y un reconocimiento ginecológico minucioso para excluir el embarazo entre otras cosas, así como investigar alteraciones de la menstruación, como oligomenorrea y amenorrea o efectuar controles durante los primeros meses de utilización en caso de pacientes diabéticas.

Omitir esta vigilancia médica expone a las usuarias a riesgos inaceptables. Las consecuencias de una utilización de estos fármacos sin control alguno puede provocar problemas de salud que afecten también a la utilización de recursos sanitarios relacionados en el tratamiento de sus complicaciones.

Resulta inaceptable que, en este caso la petición liberalizadora provenga de algunas sociedades científicas de médicos de asistencia primaria, de familia y farmacia comunitaria, cuya responsabilidad es velar por la seguridad y eficacia de los tratamientos, objetivo al que no contribuye la omisión de la labor de diagnóstico y seguimiento de las mujeres candidatas a ellos. En contraposición, no existe evidencia, como se ha argumentado, de que estas prácticas liberalizadoras con supresión de control médico y dispensación libre y gratuita contribuyan a reducir las tasas de embarazos no deseados y abortos.

Referencias

[1] AEMPS. PROSPECTO DESOGESTREL CINFA 75 MICROGRAMOS COMPRIMIDOS RECUBIERTOS CON PELICULA EFG. Consultado el 27/09/2022

[2] Raymond EG, Trussell J, Polis ChB. Obstetrics & Gynecology. 2007;109:181-8.

[3] Polis CB, Grimes DA, Schaffer K, Blanchard K, Glasier A, Harper C. Advance provision of emergency contraception for pregnancy prevention (Review). The Cochrane Library 2010, Issue 3.

[4] Girma, S., Paton, D., The impact of emergency birth control on teen pregnancy and STIs. J. Health Econ. (2011), doi:10.1016/j.jhealeco.2010.12.004.

[5] Durrance CP. The effects of increased access to emergency contraception on sexually transmitted disease and abortion rates. Economic Inquiry 2012 (ISSN 0095-2583). (doi:10.1111/j.1465-7295.2012.00498.x).

Julio Tudela

Vicepresidente de la Asociación Española de Farmacia Social (AEFAS)

 

 

Monseñor Darwin, obispo de Honduras habla para CARF

Mons. Darwin Rudy Andino Ramírez, perteneciente a la Orden de los Padres Somasco, es desde 2011 el obispo de Santa Rosa de Copán en Honduras. Inició su ministerio pastoral en El Salvador como Vicario Parroquial de la Iglesia El Calvario. Luego fue rector del Instituto Católico Emiliani de su ciudad natal y misionero en la diócesis de León de Nicaragua. El 1 de abril de 2006 fue elegido por el Papa Benedicto XVI obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Tegucigalpa colaborando con el cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga y también obispo titular de la antigua Sede de Horta.

Con CARF en Medjugorje

Durante la peregrinación de CARF a Medjugorje, el obispo Darwin nos acompañó en la visita a Mostar, celebrando la santa Misa en la Iglesia de San Pedro y San Pablo de los franciscanos de la ciudad de Bosnia-Herzegovina.

En su homilía, advirtió a los peregrinos de la apostasía de la sociedad contra el cristianismo y la fe. “El mensaje de la Virgen en Medjugorje es rezar, orar y leer el Evangelio. La palabra de Dios tiene que resonar con más fuerza en esta humanidad”.

Monseñor Darwin tuvo la amabilidad de conceder una entrevista a CARF en la que habló de la formación de los sacerdotes, de la confesión y de las principales necesidades apostólicas de su país.

 

 

Monseñor Darwin durante la peregrinación a Medjurge

Pulmón espiritual de Europa

Es la segunda vez que viene a Medjugorje. ¿Cree usted que es el pulmón espiritual de Europa?

La primera vez que vine a este Santuario fue en 2019, invitado por amigos de Honduras para experimentar la vitalidad de los jóvenes y constatar la fuerza de la Virgen de Medjugorje en el festival de la juventud. Me llamó muchísimo la atención y descubrí por qué san Juan Pablo II estuvo tan atento a las conversiones que se producen aquí.

El Papa Francisco ahora ha enviado un visitador que anda comprobando muchas cosas, y el Vaticano ha dado luz verde a las peregrinaciones a Medjugorje porque se palpa la evangelización que se realiza desde este Santuario. Se transmite vida a los peregrinos y se van con ganas de regresar. Son signos de Dios.

Se dice que la Virgen es la que te invita a peregrinar a Mejugorje…

Sí, no lo dudo. Es un llamamiento de la Virgen. Esto lo experimenté la primera vez que peregriné y ahora también. En 2019 estuve muchas horas confesando, impartiendo este gran sacramento que tal vez hemos descuidado. Los sacerdotes, cuando confesamos, conocemos las heridas, el dolor y el sufrimiento de la humanidad porque las personas abren su corazón y su vida al sacerdote y debemos darles palabras de reconstrucción y de ánimo, de vida.

Estuve confesando hasta las 11 de la noche, y no me importó si había comido o no. Confesé en italiano y en español.

La Confesión sana el alma

La confesión, un gran sacramento que como usted dice se ha descuidado entre los católicos…

La confesión es algo sagrado. Hay que aprovechar este sacramento para dar palabras de vida. Es tocar lo sagrado de una persona y hay que saber ayudarle. Los presbíteros tenemos el deber de reconstruir a muchas personas rotas por diversas circunstancias, sobre todo a tantas familias destruidas. En las parroquias siempre deben estar los sacerdotes disponibles para confesar y para la dirección espiritual. La gente lo necesita mucho.

Secularización en Latinoamérica

Latinoamérica, al igual que Europa, sufre una secularización. ¿Cuáles son las principales necesidades apostólicas de su país?

Lo primero, la necesidad de clero. Las diócesis de mi país son muy extensas y necesitamos sacerdotes bien formados que ayuden a las parroquias. Muchas veces, el párroco no llega a todos los fieles. Por eso, es necesario trabajar en la pastoral vocacional y pedir al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

Yo soy el obispo encargado de las vocaciones en Honduras, y soy el encargado de la familia y del clero. Tengo tres responsabilidades a nivel de la conferencia episcopal, se entrelazan todas porque hay que pedir vocaciones en todas las áreas.

 Protestantismo y catolicismo

¿Está calando el protestantismo en su país en detrimento de los católicos?

Los protestantes son como células que han nacido en Estados Unidos y que vienen a confundir a nuestra gente, a los católicos. Muchas de estas sectas odian a la Iglesia y el catolicismo, y sin motivos.

En los años 80 los católicos eran el 80% de la población y ahora el porcentaje ha disminuido.  Sin embargo, hay motivos para la esperanza, porque tenemos una Iglesia viva en Honduras y una Conferencia Episcopal que nos preocupamos por todos.

Pero algunos protestantes no tienen aversión a la Iglesia Católica…

Ciertamente, hay que diferenciar estas sectas que vienen de Estados Unidos de los anglicanos y luteranos que no odian a la Iglesia. Tienen varios nombres, y son pastores que se les prepara no para evangelizar, sino para atacar y confundir a los católicos. Por ejemplo, les dicen que nuestras imágenes de santos son ídolos y esto es un error.

Papel de la Iglesia en la sociedad Hondureña

¿Cuál es la influencia de la Iglesia Católica en la sociedad hondureña?

Hemos erigido dos diócesis nuevas, y vamos a erigir otras por el bien de las almas para llegar a más gente. A veces los sacerdotes no dan a vasto. Gracias a Dios el clero de Honduras está comprometido y trabaja mucho. En nuestra diócesis contamos con 42 sacerdotes diocesanos, y dos congregaciones religiosas: los frailes capuchinos y los pasionistas. Instituciones femeninas hay más.

Formación a los sacerdotes

El cometido principal de CARF es dar buena formación a los sacerdotes. ¿Por qué es importante la formación del clero?

Lo primordial es anunciar el Evangelio y para ello, hay que formarse bien en todas las disciplinas de la Iglesia que son todas necesarias. Necesitamos formación académica pero también y sobre todo formarnos en la fe, encontrándonos con un Cristo vivo que hay que anunciar. Esto es lo que falta, el anuncio del Evangelio. No podemos titubear.

Anunciar a Cristo con nuestras vidas y con una experiencia personal y no un Cristo aprendido en las aulas, un Cristo que vive en nosotros y que actúa en nosotros. Debemos ser testigos, porque si no lo soy ¿qué voy a anunciar, si no tengo la experiencia de un Cristo resucitado en mi vida que me da la alegría?

No ser pastores de escritorios

Un Cristo que hace donarme, atender, confesar, no ser pastores de escritorio, sino que debemos estar con la gente y buscar a la gente, porque la gente necesita experimentar una nueva vida, una vida nueva en Jesucristo que da sentido a la vida.

Muchas gracias Monseñor por todos sus consejos, rezaremos por Honduras.

Marta Santín 

Periodista especializada en información religiosa.

 

 Dios, patria y familia

“El mundo occidental se está convirtiendo en un rincón provinciano del planeta”

Decía nuestro insigne poeta y premio nacional de literatura Manuel Alcántara que “escribir es llorar y consolarse”. Reconozco que hay días que al escribir esta columna, siento la misma necesidad ante acontecimientos como los que han sucedido a lo largo de esta semana.

Ha sido el caso, por ejemplo, de la despedida de Roger Federer y las desconsoladas lágrimas que ha derramado junto a su gran amigo Rafa Nadal. ¡ Que canto a la amistad tan entrañable…! No ha sido menor el desaliento que me ha producido contemplar en pleno siglo XXI, las imágenes del reclutamiento de tropas en Rusia, similar al de las levas de los regímenes feudales.  La masiva estampida de los jóvenes rusos y sus familias  a otros países fronterizos huyendo de la guerra, es una dramática foto del daño irreparable que Putin está infringiendo a Europa y a su propio país. Por si no fuera suficiente todo esto, la ultrafeminista ministra Irene Montero nos ha escandalizado, una vez más, con sus febriles y disparatadas elucubraciones sexuales sobre los niños y niñas. Menos mal que la Conferencia Episcopal Española ha sabido ”interpretarla.”

Pero ha sido Italia  un país europeo y mediterráneo, muy cercano y querido para los españoles, quien ha centrado estos días la atención informativa. Nuestros amigos italianos  han desatado todo un tsunami de alarmas y prevenciones por la victoria electoral que han proporcionado a Giorgia Meloni. A ella le corresponde   junto a Silvio Berlusconi y Matteo Salvini, viejos y conocidos políticos europeos,  formar un gobierno representativo de “todo” el espectro de la derecha italiana.

Tres palabras, Dios, patria y familia, han revuelto las tripas de esta nueva izquierda progresista y de género que se han aprestado a calificar de extrema derecha o ultraderecha a la futura primera ministra y a su coalición porque ponen en riesgo los “valores” de la UE, entendiendo como tales el derecho al aborto, la eutanasia, el matrimonio de los homosexuales  o la inmigración sin límites. ¿Qué dirían hoy Alcide de Gasperi o Altiero Spinelli, padres fundadores de la Unión Europea?

No seré yo el que se atreva a adentrarme en el intrincado escenario de la política italiana. Pero si creer en Dios, amar a la patria o defender a la familia es incompatible con la democracia, la libertad y el desarrollo, la pregunta inmediata cae por su peso: ¿quo vadis Europa? La respuesta quizás  está en unas palabras que Alexander Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura, pronunció en el Parlamento Europeo el 27 de septiembre de 1975 en una Conferencia de los Pueblos Esclavizados por el Comunismo: “El mundo occidental, todavía sin derrumbarse en su asentada soberbia no se da cuenta de cómo desciende progresivamente todos los escalones de la fuerza real y de la influencia intelectual, ni como se está convirtiendo en un rincón provinciano del planeta”.

Jorge Hernández Mollar

 

 

Cáritas y lo que el Papa le dijo

A primeros del mes que acaba, el papa Francisco se reunió con una Delegación de Cáritas España. Dijo el Papa que Cáritas se ha ganado el respeto de la sociedad española, de los creyentes y de los no creyentes. Sin duda, respeto y admiración. E inmediatamente surge las preguntas ¿Cómo ha sido posible esto? ¿Qué es lo que ha hecho que Cáritas sea una marca reconocible y aceptada por todos? ¿Acaso alejarse de la identificación con la Iglesia, con los obispo, con los curas?

“No son los resultados –dijo el Papa- los que nos mueven a cumplir los objetivos programados, sino ponernos delante de esa persona que está rota, que no halla su lugar, acogerla, abrir para ella caminos de restauración, de modo que pueda encontrarse a sí misma, siendo capaz, a pesar de sus limitaciones y las nuestras, de buscar su sitio y de abrirse a los demás y a Dios”.

Esta, creo, es la primera clave de Cáritas. Las miradas que se entrecruzan los voluntarios con las personas que hasta allí han llegado. Día tras día, semana tras semana. Historias de vida que luego comentan entre ellos, que refieren a sus familiares, que mueven el corazón de las personas, que hacen a los niños y a los jóvenes preguntarse por qué yo tengo todo lo que tengo, y esa persona, nada.

Jesús D Mez Madrid

 

Los pastores de las diócesis cubanas

Los pastores de las diócesis cubanas reconocen aspectos positivos de la nueva legislación familiar, del nuevo proyecto legislativo denominado Código de las Familias, como el rechazo de la violencia doméstica, el esfuerzo por la cultura del cuidado, en particular a los ancianos, o el protagonismo de la infancia. Pero manifiestan su honda preocupación por la imposición de “la ideología de género” que impregna no pocas medidas del texto legislativo. A su juicio, el reconocimiento del matrimonio entre personas del mismo sexo; del derecho de los menores de edad, sin el consentimiento de sus padres, a cambiar de sexo; o los vientres de alquiler, son algunas propuestas que convierten a esta norma en instrumento de la ideología del Estado.

Con su palabra libre y no exenta de riesgos, los obispos realizan no solo su ministerio pastoral sino un ejercicio de auténtica ciudadanía que contribuye al necesario debate social sobre un tema capital para el futuro de la isla.

Jesús D Mez Madrid

 

 

Autoridad ética mundial

El papa Francisco en el Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales, en Kazajistán que tuvo lugar a mediados del mes pasado, pronunció un discurso que pasará a la historia por asentar los perfiles de una religiosidad auténtica que contribuya a la ansiada paz mundial y al desarrollo de las personas y de los pueblos.

El Papa, habló con el crédito que le da el ser la más reconocida autoridad ética mundial, ha recordado que la religión no es un factor que desestabiliza a las personas y a las sociedades modernas. Las religiones no son el problema de la humanidad, sino su solución. “La búsqueda de la trascendencia y el valor sagrado de la fraternidad – dijo el Papa - pueden inspirar e iluminar las decisiones que hay que tomar en el contexto de las crisis geopolíticas, sociales, económicas y ecológicas”.

Jesús Domingo Martínez

 

Amor de abuelos

Por Ángel Cabrero Ugarte- 26.09.2022


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Cuando una persona mayor fallece, quienes más lloran, con diferencia, son los nietos. Los hijos suelen ser más conscientes de que su padre tenía una edad y mala salud y, por lo tanto, no ha sido ninguna sorpresa. Lo echarán de menos, el recuerdo de los padres siempre permanece, pero quienes lloran desconsoladamente son los nietos. ¿Por qué?

Todos lo sabemos: los abuelos les han permitido a los nietos cosan que nunca consienten los padres. Les regalan cosas que nunca les regalarían en casa.

Y esto nos lleva a una cuestión compleja, donde cualquier razonamiento puede ser impugnado. “Quienes educan son los padres. Los abuelos tienen menos influencia en la educación y los nietos saben que los abuelos les miman más e incluso les dan caprichos que sus padres no les consienten” (p. 117). Lo dice José María Contreras que lleva muchos años apoyando a las familias de diversas maneras.

Quienes exigen son los padres, que se dan cuenta de que a base de antojos no se consigue nada. Habrá quien diga que en casa de los abuelos el niño ha aprendido a rezar más que en su propia casa. Pero además resulta que, en los tiempos que corren, acudimos a los abuelos con bastante frecuencia: los padres tienen mucho trabajo y dejan a los hijos con los abuelos. Están poco con los hijos y, por lo tanto, les enseñan pocas de esas cosas que se aprenden viendo, viviéndolas. Si los padres apenas están en casa, malamente cogerán los hijos hábitos de oración o de otros modos de vivir. Y a veces los abuelos suplen.

“En nuestro tiempo, por las circunstancias sociales en que vivimos, los abuelos están teniendo un gran protagonismo en la vida de las familias. Hay que agradecerlo y hacérselo saber con frecuencia. Están conviviendo muchas horas con los niños, sin que los padres estén presentes, a una edad en que en muchas ocasiones les es muy costoso” (p. 117). Hay que agradecérselo, porque, aunque lo hacen con gran amor y con gran alegría, en muchos casos supone un esfuerzo quizá no muy propio de su edad.

El equilibrio es complejo. Que los abuelos sean buenos educadores en todas las facetas de los niños pequeños no es fácil. Y hay que comprenderles. “Es una gran falta de justicia y de cariño las malas formas con las que se reprende a los abuelos ante algunas cosas que nos parecen mal. Tenemos que saber que los abuelos no tienen la obligación de quedarse con los hijos y es de justicia que los padres tengan un plan B para que ellos puedan descansar en algunas ocasiones (p. 118).

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O sea, no podemos olvidar que los hijos deben ser educados por los padres. Que un fin de semana los abuelos hagan de canguros para que los padres puedan tener un respiro y salir de viaje, es una cosa buena. Que eso suceda con frecuencia, no es una cosa recomendable. Que se crea la costumbre comer todos los domingos con los abuelos, no es muy recomendable, aunque a veces sale bien. Es un poco pereza por parte de los padres pero supone aprovechar menos esos momentos tan buenos como son los fines de semana para dar un paseo, salir a una visita cultural, hacer una excursión al monte.

Sí, dirán que eso se puede hacer el sábado y lo otro el domingo o viceversa. Lo que está claro en todo esto es que no hay nada claro. No parece que haya nada decisivo, pero no podemos olvidar lo fundamental: los padres deben dedicar tiempo a los hijos, en la pubertad, en la adolescencia, mientras vivan en casa, y eso lo notan y les sirve.