Las Noticias de hoy 2 Junio 2022

Enviado por adminideas el Jue, 02/06/2022 - 13:08

Contra el hambre y la guerra

Ideas Claras

DE INTERES PARA HOY    jueves, 02 de junio de 2022       

Indice:

ROME REPORTS

El Papa: ¡Que no se use el trigo de Ucrania como arma de guerra!

El Papa: No callar a las nuevas generaciones las verdades que dan sentido a la vida

La vejez no debe ocultarse, es el "magisterio de la fragilidad”

EL DON DE TEMOR DE DIOS : Francisco Fernandez Carbajal

Evangelio del jueves: quiero que vengan conmigo

“Hay pobres que realmente son ricos. Y al revés” : San Josemaria

El horizonte decisivo del “magisterio de la fragilidad”

Trabajar bien, trabajar por amor (IX): Cruz y resurrección en el trabajo : Javier López

Sobre la aceptación de sí mismo : Ramiro Pellitero

Origen e historia de la fiesta de Pentecostés

El descenso del Espíritu Santo y la vida de los primeros cristianos

La violencia sobre la vida : encuentra.com

Kourtney Kardashian : Mario Arroyo.

Una esposa desesperada puede hacer Milagros : Sheila Morataya

Valores para profesores

Resucitados Resucitantes: la Resurrección de los muertos en la actualidad : Diego Andrés Cristancho Solano

La abolición del embrión : José Morales Martín

La soledad se dobla entre los jóvenes : Jesús Domingo Martínez

Sufrimos por solidaridad : Domingo Martínez Madrid

Con flores a porfía : Jesús Martínez Madrid

“B I C H O S” : Antonio García Fuentes

 

 

ROME REPORTS

 

El Papa: ¡Que no se use el trigo de Ucrania como arma de guerra!

En la audiencia general del primer miércoles de junio, el Pontífice dirigió un apremiante llamamiento para que se resuelva el bloqueo de las exportaciones del trigo de Ucrania, uno de los mayores productores del mundo de este alimento básico y se garantice el derecho humano universal a la alimentación

 

Cecilia Mutual - Vatican News

“Es muy preocupante el bloqueo de las exportaciones de trigo de Ucrania, de las que depende la vida de millones de personas, especialmente de los países más pobres.”

Un apremiante llamamiento dirigió el Papa Francisco a la comunidad internacional el primer miércoles de junio, antes de concluir la audiencia general, celebrada en una soleada plaza de San Pedro repleta de fieles. El pensamiento del Pontífice se dirigió a la difícil situación consecuencia de la guerra que desde hace ya más de tres meses ha crucificado a Ucrania provocando muerte y destrucción y que la ve también afectada por la crisis del trigo, bloqueado en los puertos ucranianos,  que adquiere cada vez más protagonismo a nivel diplomático.  

“Dirijo un apremiante llamamiento para que se hagan todo esfuerzo para resolver esta cuestión y para garantizar el derecho humano universal a la alimentación. ¡Por favor, que no se use el trigo, alimento básico, como arma de guerra!”

Uno de los principales graneros del mundo

Ucrania está considerada como uno de los principales "graneros" del mundo y de sus exportaciones de cereales dependen las necesidades alimentarias de muchos países, especialmente de Europa, Oriente Medio y África.

Es el cuarto exportador mundial de maíz y el quinto exportador mundial de trigo. De hecho, el país del este europeo transporta, a través de sus puertos, cerca de 6 millones de toneladas de cereales y granos al mes.

El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, ha advertido de las terribles consecuencias si no se abren los puertos ucranianos, instando a una "solución política" ya que el cierre de los puertos ucranianos en el Mar Negro continúa amenazando la provisión de alimentos y millones de vidas en todo el mundo.

Sin esta solución, la amenaza a la seguridad alimentaria mundial planteada por la guerra en curso resultará en “hambruna, desestabilización de las naciones, así como la migración masiva por necesidad”, dijo el Director Ejecutivo del WFP, David Beasley. ‘No abrir esos puertos en el Mar Negro es una declaración de guerra a la inseguridad alimentaria global’.

En este momento, Ucrania tiene millones de toneladas de cereales bloqueadas en sus silos y carece de más espacio para almacenar los cereales de las próximas cosechas.

 

El Papa: No callar a las nuevas generaciones las verdades que dan sentido a la vida

“Callar las verdades sobre Dios por respeto a los que no creen, sería, en el campo de la educación, como quemar libros por respeto a los que no piensan, borrar obras de arte por respeto a los que no ven, o música por respeto a los que no oyen”. Palabras del Papa en el encuentro con los participantes en la conferencia internacional sobre las “Líneas de Desarrollo del Pacto Educativo Global”.

 

Aprender nosotros y ayudar a otros a aprender a vivir las crisis, porque las crisis son una oportunidad para crecer. Lo hizo presente el Papa Francisco a los participantes en el Congreso internacional dedicado a las “Líneas de Desarrollo del Pacto educativo Global”, recibidos en audiencia este 1º de junio. Explayándose en este concepto, el Santo Padre subrayó que las crisis “deben ser gestionadas para evitar que se conviertan en conflictos”. Las crisis “hacen crecer”, mientras que, en cambio, el conflicto “te cierra”. 

Siempre las personas en el centro

Un modelo emblemático de cómo afrontar la crisis, según el Papa, lo ofrece la figura mitológica de Eneas, que, en medio de las llamas de la ciudad incendiada, carga sobre sus hombros a su anciano padre Anquises y lleva de la mano a su joven hijo Ascanio, poniendo ambos a salvo. “Eneas no se salva solo, sino con el padre que representa su historia y con el hijo que es su futuro”. Esta figura puede ser significativa para la misión de los educadores, llamados a custodiar el pasado y a acompañar los jóvenes pasos del futuro. Tres puntos destacó el Santo Padre sobre Eneas. En primer lugar, la centralidad de la persona:

Al dejar Troya, Eneas no se lleva consigo bienes, cosas -aparte de los ídolos de Penates- sino sólo al padre y al hijo. Las raíces y el futuro, las promesas. Esto nos recuerda que en cualquier proceso educativo debemos poner siempre a las personas en el centro y centrarnos en lo esencial, todo lo demás es secundario, pero sin dejar nunca las raíces ni la esperanza del futuro.

Creatividad en el respeto de las tradiciones

En segundo lugar, la importancia de “invertir las mejores energías con creatividad y responsabilidad”:

El anciano Anquises representa la tradición que debe ser respetada y preservada (…) Ascanio representa el mañana que hay que garantizar; Eneas es el que hace de "puente", el que asegura el paso y la relación entre generaciones.  

La educación, de hecho, - añadió Francisco - está siempre enraizada en un pasado, pero no para detenerse ahí: ella apunta a "una proyectualidad a largo plazo", donde lo antiguo y lo nuevo se unen en la composición de un nuevo humanismo. Existe sin embargo el peligro de ir hacia atrás. En la iglesia, principalmente, advirtió el Papa, ese ir hacia atrás “nos convierte en una secta”, que “cierra, que quita horizontes”. Hace “custodios de tradiciones”, pero de “tradiciones muertas”, mientras que “la verdadera tradición” es la que “se lleva adelante con los hijos”. 

Custodiar y educar en el servicio

En tercer lugar, el Papa señaló lo fundamental de “educar en el servicio”:

Anquises y Ascanio, además de representar la tradición y el futuro, son también símbolos de los segmentos frágiles de la sociedad que hay que defender, rechazando la tentación del descarte, de la marginación. La cultura del descarte nos quiere hacer creer que cuando algo ya no funciona bien hay que tirarlo y cambiarlo. 

Es lo que se hace “con los bienes de consumo”, que acabamos haciendo hoy en día, también con las personas:

Por ejemplo, si un matrimonio ya no funciona, se lo cambia; si una amistad ya no es buena, se la corta; si un anciano ya no es autónomo, se lo descarta... En cambio, la fragilidad es sinónimo de preciosidad: los ancianos y los jóvenes son como jarrones delicados que hay que custodiar con cuidado. Ambos son frágiles.

No callar las verdades de Dios

Volviendo sobre las crisis, el Santo Padre Francisco concluyó su discurso afirmando que pueden convertirse en "un momento propicio" para evangelizar de nuevo el sentido del hombre, de la vida, del mundo; “para recuperar la centralidad de la persona como criatura que en Cristo es imagen y semejanza del Creador”. "No podemos callar a las nuevas generaciones las verdades que dan sentido a la vida”, aseveró, puesto que “callar las verdades sobre Dios por respeto a los que no creen, sería, en el campo de la educación, como quemar libros por respeto a los que no piensan, borrar obras de arte por respeto a los que no ven, o música por respeto a los que no oyen”. 

 

La vejez no debe ocultarse, es el "magisterio de la fragilidad”

En su catequesis de la audiencia general, el Papa Francisco afirmó que “la sociedad debe interpelarse por su incapacidad de convivir con la vejez”. También se refirió a la necesidad de reformar una civilización y una política que marginan la vejez y la enfermedad.

 

Vatican News

Prosiguiendo con su serie de catequesis sobre la vejez, el Papa Francisco ofreció la 12º reflexión inspirada en el Salmo 71, que reza: "No me abandones cuando mis fuerzas flaqueen". En efecto, para introducir este tema se leyeron algunos versículos que expresan, entre otras cosas: Tú, Señor mío eres mi esperanza y mi confianza desde mi juventud. Desde el vientre de mi madre eres mi apoyo. Muchas angustias y adversidades me has mostrado: tú me darás de nuevo la vida, me levantarás de las profundidades de la tierra, aumentarás mi honor y volverás a consolarme.

Al tomar la palabra, el Santo Padre explicó que en esta catequesis deseaba considerar, con el salmista, “la fragilidad y la vulnerabilidad presentes en la vida de los ancianos”. Se trata de una realidad, afirmó, que ya es dura en sí misma, que “da origen en nuestra civilización a situaciones de abandono, de engaños y de abusos contra las personas mayores”.

La cultura del descarte de nuestra sociedad

“Es paradójico que nuestra sociedad, tan avanzada en su presunta eficacia, propicie al mismo tiempo estas injusticias, cada vez más numerosas, que lejos de ser una excepción, muestran palpablemente la cultura del descarte que se ha apoderado de todos nosotros, de la sociedad”

Ante esta situación Francisco dijo a los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, que “el salmista reafirma su confianza en el Señor, que es para él ‘la roca de refugio’”. En efecto, prosiguió, “cuando nuestras fuerzas se terminan, el Señor nos colma de seguridad y fortaleza”.

“Toda la sociedad debe sentirse interpelada por su incapacidad de convivir con la vejez, incapacidad que en ocasiones llega a hacer que los ancianos sean despojados de su dignidad y no se acepte la vulnerabilidad y fragilidad propias de esa etapa de la vida”

Acoger el magisterio de la fragilidad

El Obispo de Roma invitó a “acoger el magisterio de la fragilidad, que la vejez pone antes nuestros ojos de manea creíble en todo el arco de la vida humana, pues todos tenemos necesidad de confiar en Dios e invocar su ayuda”.

“El magisterio de la fragilidad es necesario para realizar una reforma indispensable en nuestra civilización, pues la marginación de los ancianos afecta todas las etapas de la vida”

Saludos del Papa

Al saludar cordialmente a los peregrinos de lengua española, el Santo Padre les dijo:

“Hagamos nuestra la súplica del anciano enfermo del salmo, la cual nos recuerda que en la oración y confianza en el Señor encontramos nuestra fuerza y refugio en los momentos difíciles de la vida”

“Dirigimos a la Virgen nuestra insistente petición de paz”

A los fieles de lengua portuguesa, de modo especial a los grupos de peregrinos procedentes de Brasil y de Faro en Portugal y a los alumnos y profesores de la Escuela secundaria de Sobreira, Francisco les recordó que ayer, al finalizar el mes de mayo, dirigimos a la Virgen nuestra insistente petición de paz. Y agregó que “seguimos unidos a Ella, esperando un nuevo Pentecostés, pidiendo que el don del Espíritu Santo nos haga redescubrir caminos de diálogo y de unidad”, a la vez que los encomendó a la protección maternal de la Virgen María.

A los peregrinos de lengua inglesa, de entre quienes destacó especialmente a los procedentes de Inglaterra y Estados Unidos de América y a los numerosos grupos de jóvenes estudiantes, el Santo Padre les dijo:

“Al acercarse la solemnidad de Pentecostés, invoco sobre ustedes y sus familias una abundante efusión de los dones del Espíritu Santo”

En sus saludos a las personas de lengua francesa, sobre todo a los alumnos del instituto de la Inmaculada Concepción de Laval y a los del Instituto del Oratorio de Lyon, Francisco les recordó:

“Nuestros mayores son un magisterio vivo”

“Nuestros mayores son un magisterio vivo. A través de su fragilidad nos enseñan la necesidad de abandonarnos al Señor y a los demás. Pidamos al Señor entrar, con fe, en la sabiduría de esta fragilidad para que haga nuestras sociedades más humanas y fraternas”

También a los peregrinos de lengua alemana el Papa les deseó que el Espíritu Santo, “al que invocamos especialmente en estos días previos a Pentecostés”, les enseñe “el estilo de Jesús” y los “fortalezca en la verdad y el amor. Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra”.

“Hoy comenzamos el mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, fuente de amor y de paz”

En su saludo cordial a los peregrinos polacos Francisco les recordó que “hoy comenzamos el mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, fuente de amor y de paz”. De ahí su invitación a que se abran a este amor y que lo lleven "hasta los confines de la tierra", “testimoniando la bondad y la misericordia que brotan del Corazón de Jesús”.

“Este llamamiento lo dirijo en particular a los jóvenes que se reunirán el próximo sábado en Lednica, un lugar significativo para la fe de los polacos”

“Dios es siempre nuestra esperanza y nuestro apoyo”

A los fieles de lengua árabe, el Pontífice les dijo que “los ancianos, por su debilidad, pueden enseñar a los de otras edades de la vida que todos necesitamos entregarnos al Señor” e invocar su ayuda, “porque Dios es siempre nuestra esperanza y nuestro apoyo".

Por último, antes de rezar el Padrenuestro en latín y de impartir a todos su bendición apostólica, el Papa dio su cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana y saludó de modo especial a la representación de la fundación "Il Villaggio del Fanciullo" (La aldea del niño) de Lucca, acompañados por el arzobispo Paolo Giulietti. También saludó a los miembros de la Unidad Pastoral del Centro Histórico de Salerno; a los nuevos capellanes de las cárceles, que están participando en un encuentro formativo; y a la Banda de Castellana Grotte.

Luego el Santo Padre dirigió su pensamiento, como es costumbre, a los ancianos, los enfermos, los jóvenes y los recién casados, a quienes les recordó:

“El próximo domingo celebraremos la solemnidad de Pentecostés”

"El próximo domingo celebraremos la solemnidad de Pentecostés. Que el Espíritu Santo sea para ustedes, jóvenes, como el ‘viento y el fuego’ que los preservan del letargo, impulsándolos al amor de los grandes ideales y al compromiso con la Iglesia y la sociedad. Que sea para ustedes, ancianos y enfermos, el 'Consolador' que los acompañe en su trabajo diario, dándoles la certeza del amor de Dios. Que sea para ustedes, recién casados, una fuente de ‘comunión’ que los haga crecer en el amor mutuo. Mi bendición para todos”.

 

 

EL DON DE TEMOR DE DIOS

— El temor servil y el santo temor de Dios. Consecuencias de este don en el alma.

— El santo temor de Dios y el empeño por rechazar todo pecado.

— Relaciones de este don con las virtudes de la humildad y de la templanza. Delicadeza de alma y sentido del pecado.

I. Dice Santa Teresa que ante tantas tentaciones y pruebas que hemos de padecer, el Señor nos otorga dos remedios: «amor y temor». «El amor nos hará apresurar los pasos, y el temor nos hará ir mirando adónde ponemos los pies para no caer»1.

Pero no todo temor es bueno. Existe el temor mundano2, propio de quienes temen sobre todo el mal físico o las desventajas sociales que pueden afectarles en esta vida. Huyen de las incomodidades de aquí abajo, mostrándose dispuestos a abandonar a Cristo y a su Iglesia en cuanto prevén que la fidelidad a la vida cristiana puede causarles alguna contrariedad. De ese temor se originan los «respetos humanos», y es fuente de incontables capitulaciones y el origen de la misma infidelidad.

Es muy diferente el llamado temor servil, que aparta del pecado por miedo a las penas del infierno o por cualquier otro motivo interesado de orden sobrenatural. Es un temor bueno, pues para muchos que están alejados de Dios puede ser el primer paso hacia su conversión y el comienzo del amor3. No debe ser este el motivo principal del cristiano, pero en muchos casos será una gran defensa contra la tentación y los atractivos con que se reviste el mal.

El que teme no es perfecto en la caridad4 –nos dejó escrito el Apóstol San Juan–, porque el cristiano verdadero se mueve por amor y está hecho para amar. El santo temor de Dios, don del Espíritu Santo, es el que reposó, con los demás dones, en el Alma santísima de Cristo, el que llenó también a la Santísima Virgen; el que tuvieron las almas santas, el que permanece para siempre en el Cielo y lleva a los bienaventurados, junto a los ángeles, a dar una alabanza continua a la Santísima Trinidad. Santo Tomás enseña que este don es consecuencia del don de sabiduría y como su manifestación externa5.

Este temor filial, propio de hijos que se sienten amparados por su Padre, a quien no desean ofender, tiene dos efectos principales. El más importante, puesto que es el único que se dio en Cristo y en la Santísima Virgen, es un respeto inmenso por la majestad de Dios, un hondo sentido de lo sagrado y una complacencia sin límites en su bondad de Padre. En virtud de este don las almas santas han reconocido su nada delante de Dios. También nosotros podemos repetir con frecuencia, reconociendo nuestra nulidad, y quizá a modo de jaculatoria, aquello que con tanta frecuencia repetía San Josemaría Escrivá: no valgo nada, no tengo nada, no puedo nada, no sé nada, no soy nada, ¡nada!6, a la vez que reconocía la grandeza inconmensurable de sentirse y de ser hijo de Dios.

Durante la vida terrena, se da otro efecto de este don: un gran horror al pecado y, si se tiene la desgracia de cometerlo, una vivísima contrición. Con la luz de la fe, esclarecida por los resplandores de los demás dones, el alma comprende algo de la trascendencia de Dios, de la distancia infinita y del abismo que abre el pecado entre el hombre y Dios.

El don de temor nos ilumina para entender que «en la raíz de los males morales que dividen y desgarran la sociedad está el pecado»7. Y el don de temor nos lleva a aborrecer también el pecado venial deliberado, a reaccionar con energía contra los primeros síntomas de la tibieza, la dejadez o el aburguesamiento. En determinadas ocasiones de nuestra vida quizá nos veamos necesitados de repetir con energía, como una oración urgente: «¡No quiero tibieza!: “confige timore tuo carnes meas!” —¡dame, Dios mío, un temor filial, que me haga reaccionar!»8.

II. Amor y temor. Con este bagaje hemos de hacer el camino. «Cuando el amor llega a eliminar del todo el temor, el mismo temor se transforma en amor»9. Es el temor del hijo que ama a su Padre con todo su ser y que no quiere separarse de Él por nada del mundo. Entonces, el alma comprende mejor la distancia infinita que la separa de Dios, y a la vez su condición de hijo. Nunca como hasta ese momento ha tratado a Dios con más confianza, nunca tampoco le ha tratado con más respeto y veneración. Cuando se pierde el temor santo de Dios, se diluye o se pierde el sentido del pecado y entra con facilidad la tibieza en las almas. Se pierde el sentido del poder, de la Majestad de Dios y del honor que se le debe.

Nuestro acercamiento al mundo sobrenatural no lo podemos llevar a cabo intentando inútilmente eliminar la trascendencia de Dios, sino a través de esa divinización que produce la gracia en nosotros, mediante la humildad y el amor, que se expresa en la lucha por desterrar todo pecado de nuestra vida.

«El primer requisito para desterrar ese mal (...), es procurar conducirse con la disposición clara, habitual y actual, de aversión al pecado. Reciamente, con sinceridad, hemos de sentir –en el corazón y en la cabeza– horror al pecado grave. Y también ha de ser nuestra actitud, hondamente arraigada, de abominar del pecado venial deliberado, de esas claudicaciones que no nos privan de la gracia divina, pero debilitan los cauces por los que nos llega»10. Muchos parecen hoy haber perdido el santo temor de Dios. Olvidan quién es Dios y quiénes somos nosotros, olvidan la Justicia divina y así se animan a seguir adelante en sus desvaríos11. La meditación del fin último, de los Novísimos, de aquella realidad que veremos dentro quizá de no mucho tiempo: el encuentro definitivo con Dios, nos dispone para que el Espíritu Santo nos conceda con más amplitud ese don que tan cerca está del amor.

III. De muchas formas nos dice el Señor que a nada debemos tener miedo, excepto al pecado, que nos quita la amistad con Dios. Ante cualquier dificultad, ante el ambiente, ante un futuro incierto... no debemos temer, debemos ser fuertes y valerosos, como corresponde a hijos de Dios. Un cristiano no puede vivir atemorizado, pero sí debe llevar en el corazón un santo temor de Dios, al que por otra parte ama con locura.

A lo largo del Evangelio, «Cristo repite varias veces: No tengáis miedo... no temáis. Y a la vez, junto a estas llamadas a la fortaleza, resuena la exhortación: Temed, temed más bien al que puede enviar el cuerpo y el alma al infierno (Mt 10, 28). Somos llamados a la fortaleza y, a la vez, al temor de Dios, y este debe ser temor de amor, temor filial. Y solamente cuando este temor penetre en nuestros corazones, podremos ser realmente fuertes con la fortaleza de los Apóstoles, de los mártires, de los confesores»12.

Entre los efectos principales que causa en el alma el temor de Dios está el desprendimiento de las cosas creadas y una actitud interior de vigilia para evitar las menores ocasiones de pecado. Deja en el alma una particular sensibilidad para detectar todo aquello que puede contristar al Espíritu Santo13.

El don de temor se halla en la raíz de la humildad, en cuanto da al alma la conciencia de su fragilidad y la necesidad de tener la voluntad en fiel y amorosa sumisión a la infinita Majestad de Dios, situándonos siempre en nuestro lugar, sin querer ocupar el lugar de Dios, sin recibir honores que son para la gloria de Dios. Una de las manifestaciones de la soberbia es el desconocimiento del temor de Dios.

Junto a la humildad, tiene el don de temor de Dios una singular afinidad con la virtud de la templanza, que lleva a usar con moderación de las cosas humanas subordinándolas al fin sobrenatural. La raíz más frecuente del pecado se encuentra precisamente en la búsqueda desordenada de los placeres sensibles o de las cosas materiales, y ahí actúa este don, purificando el corazón y conservándolo entero para Dios.

El don de temor es por excelencia el de la lucha contra el pecado. Todos los demás dones le ayudan en esta misión particular: las luces de los dones de entendimiento y de sabiduría le descubren la grandeza de Dios y la verdadera significación del pecado; las directrices prácticas del don de consejo le mantienen en la admiración de Dios; el don de fortaleza le sostiene en una lucha sin desfallecimientos contra el mal14.

Este don, que fue infundido con los demás en el Bautismo, aumenta en la medida en que somos fieles a las gracias que nos otorga el Espíritu Santo; y de modo específico, cuando consideramos la grandeza y majestad de Dios, cuando hacemos con profundidad el examen de conciencia, descubriendo y dando la importancia que tiene a nuestras faltas y pecados. El santo temor de Dios nos llevará con facilidad a la contrición, al arrepentimiento por amor filial: «amor y temor de Dios. Son dos castillos fuertes, desde donde se da guerra al mundo y a los demonios»15.

El santo temor de Dios nos conducirá con suavidad a una prudente desconfianza de nosotros mismos, a huir con rapidez de las ocasiones de pecado; y nos inclinará a una mayor delicadeza con Dios y con todo lo que a Él se refiere. Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude mediante este don a reconocer sinceramente nuestras faltas y a dolernos verdaderamente de ellas. Que nos haga reaccionar como el salmista: ríos de lágrimas derramaron mis ojos, porque no observaron tu ley16. Pidámosle que, con delicadeza de alma, tengamos muy a flor de piel el sentido del pecado.

1 Santa Teresa, Camino de perfección, 40, 1. — 2 Cfr. M. M. Philipon, Los dones del Espíritu Santo, Palabra, Madrid 1983, p. 325. — 3 Eclo 25, 16. — 4 Jn 4, 18. — 5 Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 45, a. 1, ad 3. — 6 Citado por A. Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1933, p. 383. — 7 Juan Pablo II, Carta de presentación del «Instrumentum laboris» para el VI Sínodo de Obispos, 25-I-1983. — 8 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 326. — 9 San Gregorio de Nisa, Homilía 15.  10 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 243. — 11 Cfr. ídem, Camino, n. 747. — 12 Juan Pablo II, Discurso a los nuevos cardenales, 30-VI-1979. — 13 Ef 4, 30. — 14 Cfr. M. M. Philipon, o. c., p. 332. — 15 Santa Teresa, o. c., 40, 2. — 16 Sal 118, 136.

 

Evangelio del jueves: quiero que vengan conmigo

Comentario del jueves de la 7.ª semana de Pascua. “Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo”. Jesús manifiesta a Dios Padre el deseo de llevarnos con Él a gozar para siempre del Cielo. Ser fieles, vale la pena.

02/06/2022

Evangelio (Jn 17,20-26)

En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.

Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».


Comentario

El Evangelio que la Iglesia nos invita a considerar hoy forma parte de la oración sacerdotal de Jesús durante la Última Cena. En el fragmento que hemos leído, Cristo pide de nuevo por la unidad entre todos los que creerán en Él a lo largo de la Historia.

Un padre de la Iglesia comentaba a este respecto que «todos nosotros, una vez recibido el único y mismo Espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos fundimos entre nosotros y con Dios. Pues aunque seamos muchos por separado, y Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, ese Espíritu, único e indivisible, reduce por sí mismo a la unidad a quienes son distintos entre sí en cuanto subsisten en su respectiva singularidad y hace que todos aparezcan como una sola cosa en sí mismo»[1].

El primer fruto de esta unidad de la Iglesia es la fe de todos los bautizados en Cristo y en su misión divina (vv. 21.23).

El Señor concluye esta plegaria pidiendo para que todos le acompañemos en el Cielo y podamos gozar para siempre de su gloria. Para ello, esta vez no emplea el verbo “rogar” si no “querer”, con lo que queda de manifiesto que esta petición es la más importante y que coincide con la voluntad de su Padre: que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cfr. 1 Tm 2,4).

A propósito de esta oración de Jesús pidiendo al Padre la unidad de los suyos en el amor, san Josemaría comentaba: "Qué bien pusieron en práctica los primeros cristianos esta caridad ardiente, que sobresalía con exceso más allá de las cimas de la simple solidaridad humana o de la benignidad de carácter. Se amaban entre sí, dulce y fuertemente, desde el Corazón de Cristo"[2]. Ojalá sepamos nosotros seguir poniendo en práctica el mismo grado de amor con quienes nos rodean.


[1] San Cirilo de Alejandría, Commentarium in Ioannem 11,11.

[2] Amigos de Dios, n. 225.

 

“Hay pobres que realmente son ricos. Y al revés”

No lo olvides: aquel tiene más que necesita menos. -No te crees necesidades. (Camino, 630)

2 de junio

Despégate de los bienes del mundo. -Ama y practica la pobreza de espíritu: conténtate con lo que basta para pasar la vida sobria y templadamente.

-Si no, nunca serás apóstol. (Camino, 631)

No consiste la verdadera pobreza en no tener, sino en estar desprendido: en renunciar voluntariamente al dominio sobre las cosas.

-Por eso hay pobres que realmente son ricos. Y al revés. (Camino, 632)

No tienes espíritu de pobreza si, puesto a escoger de modo que la elección pase inadvertida, no escoges para ti lo peor. (Camino, 635)

 

 

El horizonte decisivo del “magisterio de la fragilidad”

Durante la catequesis pública semanal el Papa Francisco ha hablado sobre la cultura del descarte, de los ancianos abandonados incluso por sus familias, de una condición en la que hay fragilidad y vulnerabilidad.

01/06/2022

Queridos hermanos y hermanas:

La hermosa oración del anciano que encontramos en el Salmo 71 que hemos escuchado nos anima a meditar sobre la fuerte tensión que habita la condición de la vejez, cuando la memoria de las fatigas superadas y de las bendiciones recibidas es puesta a prueba de la fe y la esperanza.

La prueba se presenta ya de por sí con la debilidad que acompaña el paso a través de la fragilidad y la vulnerabilidad de la edad avanzada. Y el salmista —un anciano que se dirige al Señor— menciona explícitamente el hecho de que este proceso se convierte en una ocasión de abandono, de engaño y prevaricación y de prepotencia, que a veces se ensaña contra el anciano. Una forma de vileza en la que nos estamos especializando en nuestra sociedad. ¡Es verdad! 

En esta sociedad del descarte, esta cultura del descarte, los ancianos son dejados de lado y sufren estas cosas. De hecho, no faltan quienes se aprovechan de la edad del anciano, para engañarlo, para intimidarlo de mil maneras. A menudo leemos en los periódicos o escuchamos noticias de personas ancianas que son engañadas sin escrúpulos para apoderarse de sus ahorros; o que quedan desprotegidas o abandonadas sin cuidados; u ofendidas por formas de desprecio e intimidadas para que renuncien a sus derechos. 

También en las familias —y esto es grave, pero sucede también en las familias— suceden tales crueldades. Los ancianos descartados, abandonados en las residencias, sin que los hijos vayan a visitarles o si van, van pocas veces al año. El anciano puesto en el rincón de la existencia. Y esto sucede: sucede hoy, sucede en las familias, sucede siempre. Debemos reflexionar sobre esto.

Toda la sociedad debe apresurarse a atender a sus ancianos —¡son el tesoro!— cada vez más numerosos, y a menudo también más abandonados. Cuando oímos hablar de ancianos que son despojados de su autonomía, de su seguridad, incluso de su hogar, entendemos que la ambivalencia de la sociedad actual en relación con la edad anciana no es un problema de emergencias puntuales, sino un rasgo de esa cultura del descarte que envenena el mundo en el que vivimos. 

El anciano del salmo confía a Dios su desánimo: «Porque de mí —dice— mis enemigos hablan, los que espían mi alma se conviertan: “¡Dios le ha desamparado, perseguidle, apresadle, pues no hay quien le libere!» (vv.10-11). Las consecuencias son fatales. La vejez no solo pierde su dignidad, sino que se pone en duda incluso que merezca continuar. 

Así, todos estamos tentados de esconder nuestra propia vulnerabilidad, esconder nuestra enfermedad, nuestra edad y nuestra vejez, porque tememos que sean la antesala de nuestra pérdida de dignidad. Preguntémonos: ¿es humano inducir este sentimiento? ¿Por qué la civilización moderna, tan avanzada y eficiente, se siente tan incómoda con la enfermedad y la vejez, esconde la enfermedad, esconde la vejez? ¿Y por qué la política, que se muestra tan comprometida con definir los límites de una supervivencia digna, al mismo tiempo es insensible a la dignidad de una convivencia afectuosa con los ancianos y los enfermos?

El anciano del salmo que hemos escuchado, este anciano que ve su vejez como una derrota, descubre la confianza en el Señor. Siente la necesidad de ser ayudado. Y se dirige a Dios. 

San Agustín, comentando este salmo, exhorta al anciano: «No temas ser abandonado en la debilidad, en la vejez. […] ¿Por qué has de temer que [el Señor] te abandone, que te rechace en la vejez, cuando te falten las fuerzas? Al contrario, en ti residirá su fortaleza, cuando se vaya menguando la tuya» (PL 36, 881-882). Y el salmista anciano invoca: «¡Por tu justicia sálvame, libérame! ¡Tiende hacia mí tu oído y sálvame! ¡Sé para mí una roca de refugio, alcázar fuerte que me salve, pues mi roca eres tú y mi fortaleza!» (vv. 2-3). 

La invocación testimonia la fidelidad de Dios y apela a su capacidad de sacudir las conciencias desviadas por la insensibilidad a la parábola de la vida mortal, que debe ser custodiada en su integridad. Reza así: «¡Oh Dios, no te estés lejos de mí, Dios mío, ven pronto en mi socorro! ¡Confusión y vergüenza sobre aquellos que acusan a mi alma; cúbranse de ignominia y de vergüenza los que buscan mi mal!» (vv. 12-13).

De hecho, la vergüenza debería caer sobre aquellos que se aprovechan de la debilidad de la enfermedad y la vejez. La oración renueva en el corazón del anciano la promesa de la fidelidad y de la bendición de Dios. El anciano redescubre la oración y da testimonio de su fuerza

Jesús, en los Evangelios, nunca rechaza la oración de quien necesita ayuda. Los ancianos, por su debilidad, pueden enseñar a los que viven otras edades de la vida que todos necesitamos abandonarnos en el Señor, invocar su ayuda. En este sentido, todos debemos aprender de la vejez: sí, hay un don en ser anciano entendido como abandonarse al cuidado de los demás, empezando por Dios mismo.

Existe entonces un “magisterio de la fragilidad”, no esconder las fragilidades, no. Son verdaderas, hay una realidad y hay un magisterio de la fragilidad, que la vejez es capaz de recordar de manera creíble para todo el arco de la vida humana. No esconder la vejez, no esconder las fragilidades de la vejez. Esta es una enseñanza para todos nosotros. 

Este magisterio abre un horizonte decisivo para la reforma de nuestra propia civilización. Una reforma indispensable en beneficio de la convivencia de todos. 

La marginación de los ancianos tanto conceptual como práctica corrompe todas las etapas de la vida, no sólo la de la ancianidad. Cada uno de nosotros puede pensar hoy en los ancianos de la familia: ¿cómo me relaciono con ellos, los recuerdo, voy a verlos? ¿Trato que no les falte de nada? ¿Los respeto? ¿He cancelado de mi vida a los ancianos que están en mi familia, mamá, papá, abuelo, abuela, tíos, amigos? ¿O voy donde ellos para tomar sabiduría, la sabiduría de la vida? 

Recuerda que también tú serás anciano o anciana. La vejez viene para todos. Y como tu querrías ser tratado o tratada en el momento de la vejez, trata tú a los ancianos hoy. Son la memoria de la familia, la memoria de la humanidad, la memoria del país. Custodiar los ancianos que son sabiduría. 

Que el Señor conceda a los ancianos que forman parte de la Iglesia la generosidad de esta invocación y de esta provocación. Que esta confianza en el Señor nos contagie. Y esto, por el bien de todos, de ellos y de nosotros y de nuestros hijos.

 

Trabajar bien, trabajar por amor (IX): Cruz y resurrección en el trabajo

"¿Quieres de verdad ser santo? —Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces". Así resumía san Josemaría el camino que se debe seguir para santificar la tarea ordinaria. Reproducimos un nuevo artículo de la serie sobre el trabajo.

Foto: José María Moreno

09/11/2013

Con la luz recibida de Dios, San Josemaría comprendió profundamente el sentido del trabajo en la vida del cristiano llamado por Dios a identificarse con Cristo en medio del mundo. Los años de Jesús en Nazaret se le presentaban llenos de significado al considerar que, en sus manos, el trabajo, y un trabajo profesional similar al que desarrollan millones de hombres en el mundo, se convierte en tarea divina, en labor redentora, en camino de salvación [1].

La conciencia de que el cristiano, por el Bautismo, es hijo de Dios y partícipe del sacerdocio de Jesucristo, le llevaba a contemplar en el trabajo de Jesús el modelo de nuestra tarea profesional. Un modelo vivo que se ha de plasmar en nosotros, no simplemente un ejemplo que se imita. Más que trabajar como Cristo el cristiano está llamado a trabajar en Cristo , unido vitalmente a Él.

Por eso nos interesa contemplar con mucha atención el quehacer del Señor en Nazaret. No basta una mirada superficial. Es preciso considerar la unión de su tarea diaria con la entrega de su vida en la Cruz y con su Resurrección y Ascensión al Cielo, porque sólo así podremos descubrir que su trabajo —y el nuestro, en la medida que estemos unidos a Él— es redentor y santificador.

EN NAZARET Y EN EL CALVARIO

El hombre ha sido creado para amar a Dios, y el amor se manifiesta en el cumplimiento de su Voluntad, con obediencia de hijos. Pero ya desde el inicio ha desobedecido, y por la desobediencia ha entrado en el mundo el dolor y la muerte. El Hijo de Dios ha asumido nuestra naturaleza para reparar por el pecado, obedeciendo perfectamente con su voluntad humana a la Voluntad divina. Pues como por la desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos [2].

El Sacrificio del Calvario es la culminación de la obediencia de Cristo al Padre: se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz [3] . Al aceptar libremente el dolor y la muerte, que son lo más contrario al deseo natural de la voluntad humana, ha manifestado de modo supremo que no ha venido para hacer su voluntad sino la Voluntad del que le ha enviado [4] . Pero la entrega del Señor en su Pasión y muerte de Cruz, no es un acto aislado de obediencia por Amor. Es la expresión suprema de una obediencia plena y absoluta que ha estado presente a lo largo de toda su vida, con manifestaciones diversas en cada momento: ¡He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu Voluntad! [5]

A los doce años, cuando María y José le encuentran entre los doctores en el Templo después de tres días de búsqueda, Jesús les responde: ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre? [6] . El Evangelio no vuelve a decir nada más de su vida oculta, salvo que obedecía a José y a María — les estaba sujeto [7] —, y que trabajaba: era el carpintero [8].

Sin embargo, las palabras de Jesús en el Templo iluminan los años en Nazaret. Indican que, cuando obedecía a sus padres y cuando trabajaba, estaba en las cosas de su Padre , cumplía la Voluntad divina. Y así como al quedarse en el Templo no rehusó sufrir durante tres días — tres , como en el triduo pascual—, porque conocía el sufrimiento de sus padres, que le buscaban afligidos; tampoco rehusó las dificultades que conlleva el cumplimiento del deber en el trabajo y en toda la vida ordinaria.

Foto: Sean Dreilinger.

No era la de Nazaret una obediencia menor, sino la misma disposición interior que le llevó a dar la vida en el Calvario. Una obediencia con todas las energías humanas, una identificación plena con la Voluntad divina en cada momento. En el Calvario se manifestó derramando toda su Sangre; en Nazaret, entregándola día a día, gota a gota, en su trabajo de artesano que construye instrumentos para el cultivo de los campos y útiles para las casas.

Era el faber, filius Mariae (Mc 6, 3), el carpintero, hijo de María. Y era Dios, y estaba realizando la redención del género humano, y estaba atrayendo a sí todas las cosas ( Jn 12, 32) [9] . El valor redentor de la vida de Jesús en Nazaret no se puede entender si se separa de la Cruz, si no se comprende que en su trabajo diario cumple perfectamente la Voluntad del Padre, por Amor, con la disposición de consumar su obediencia en el Calvario [10].

Por eso mismo, cuando llega el momento supremo del Sacrificio del Calvario, el Señor ofrece toda su vida, también el trabajo de Nazaret. La Cruz es la última piedra de su obediencia, como la clave de un arco en una catedral: aquella piedra que no sólo se sostiene en las otras sino que con su peso mantiene la cohesión de las demás. Así también el cumplimiento de la Voluntad divina en la vida ordinaria de Jesús posee toda la fuerza de la obediencia de la Cruz; y, a la vez, culmina en ésta, la sostiene, y por medio de ella se eleva al Padre en Sacrificio redentor por todos los hombres.

CUMPLIMIENTO DEL DEBER

Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame [11] . Seguir a Cristo en el trabajo diario es cumplir ahí la Voluntad divina con la misma obediencia de Cristo: usque ad mortem , hasta la muerte [12] . Esto no significa sólo que el cristiano debe estar dispuesto a morir antes que pecar. Es mucho más. En cada momento ha de procurar morir a la propia voluntad , entregando lo que hay de propio en su querer, para hacer propia la Voluntad de Dios.

Jesús tiene como suyo propio en la voluntad humana, las inclinaciones buenas y rectas de nuestra naturaleza, y eso lo ofrece al Padre en el Huerto de los Olivos, cuando reza: no se haga mi voluntad, sino la tuya [13] . En nosotros, la voluntad propia es también el egoísmo, el amor desordenado a uno mismo. El Señor no lo llevaba dentro de sí, pero lo cargó sobre sí en la Cruz para redimirnos. Ahora, con su gracia, podemos ofrecer a Dios la lucha por amor contra el egoísmo. Para identificarse con la Voluntad divina, cada uno tiene que llegar a decir, como San Pablo: estoy crucificado con Cristo [14].

Hay que darse del todo, hay que negarse del todo: es preciso que el sacrificio sea holocausto [15] . No se trata de prescindir de ideales y proyectos nobles, sino de ordenarlos siempre al cumplimiento de la Voluntad de Dios. Él quiere que hagamos rendir los talentos que nos ha concedido. La obediencia y el sacrificio de la propia voluntad en el trabajo consiste en emplearlos para su gloria y en servicio a los demás, no por vanagloria e interés propio.

¿Y cómo quiere Dios que usemos los talentos?, ¿qué hemos de hacer para cumplir su Voluntad en nuestro trabajo? Esta pregunta se puede responder brevemente, si se entiende bien todo lo que está implicado en la respuesta: Dios quiere que cumplamos nuestro deber. ¿Quieres de verdad ser santo? —Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces [16].

En los deberes de la vida ordinaria se manifiesta la Voluntad de Dios. Por su naturaleza, el cumplimiento del deber exige someter la propia voluntad a lo que hay que hacer, y esto es constitutivo de la obediencia de un hijo de Dios. Es no tomar como norma suprema de conducta el propio gusto, o las inclinaciones, o lo que apetece, sino lo que Dios quiere: que cumplamos esos deberes nuestros.

Foto: The dock.

¿Cuáles? El mismo trabajo es un deber señalado por Dios desde el principio, y por eso debemos empezar luchando contra la pereza. Después, este deber general se concreta para cada uno en la profesión que realiza —de acuerdo con su vocación profesional que forma parte de su vocación divina— [17] , con unos deberes específicos. Entre ellos, los deberes generales de moral profesional, fundamentales en la vida cristiana, y otros que derivan de las circunstancias de cada uno.

El cumplimiento de estos deberes es Voluntad de Dios, porque Él ha creado al hombre para que con su trabajo perfeccione la creación [18] , y esto comporta, en el caso de los fieles corrientes, realizar las actividades temporales con perfección, de acuerdo con sus leyes propias, y para el bien de las personas, de la familia y de la sociedad: bien que se descubre con la razón y, de modo más seguro y pleno, con la razón iluminada por la fe viva, la fe que obra por la caridad [19] . Conducirse así, realizando la Voluntad de Dios, es tener buena voluntad . En ocasiones puede pedir heroísmo, y ciertamente lo requiere hacerlo con constancia, en las cosas pequeñas de cada día. Un heroísmo que Dios sella con la paz y la alegría del corazón: paz en la tierra a los hombres de buena voluntad [20] ; los mandamientos del Señor alegran el corazón [21].

El ideal cristiano de cumplimiento del deber no es la persona cumplidora que desempeña estrictamente sus obligaciones de justicia. Un hijo de Dios tiene un concepto mucho más amplio y profundo del deber. Considera que el mismo amor es el primer deber, el primer mandamiento de la Voluntad divina. Por eso trata de cumplir por amor y con amor los deberes profesionales de justicia; más aún, se excede en esos deberes, sin considerar, no obstante, que está exagerando en el deber, porque Jesucristo ha entregado su vida por nosotros. Por ser este amor —la caridad de los hijos de Dios— la esencia de la santidad, se comprende que San Josemaría enseñe que ser santos se resume en cumplir el deber de cada momento.

EL VALOR DEL ESFUERZO Y DE LA FATIGA 

El trabajo en sí mismo no es una pena, ni una maldición o un castigo: quienes hablan así no han leído bien la Escritura Santa [22] . Dios creó al hombre para que labrase y cuidase la tierra [23] , y sólo después del pecado le dijo: con el sudor de tu frente comerás el pan [24] . La pena del pecado es la fatiga que acompaña al trabajo, no el trabajo en sí mismo, y la Sabiduría divina la ha convertido en instrumento de redención. Asumirla es para nosotros parte integrante de la obediencia a la Voluntad de Dios. Obediencia redentora, en el cumplimiento diario del deber. Con mentalidad plenamente laical, ejercitáis ese espíritu sacerdotal, al ofrecer a Dios el trabajo, el descanso, la alegría y las contrariedades de la jornada, el holocausto de vuestros cuerpos rendidos por el esfuerzo del servicio constante. Todo eso es hostia viva, santa , grata a Dios: ése es vuestro culto racional ( Rm 12, 1) [25].

Un cristiano no rehuye el sacrificio en el trabajo, no se irrita ante el esfuerzo, no deja de cumplir su deber por desgana o para no cansarse. En las dificultades ve la Cruz de Cristo que da sentido redentor a su tarea, la Cruz que está pidiendo unas espaldas que carguen con ella [26] . Por eso el Fundador del Opus Dei da un consejo de comprobada eficacia: Antes de empezar a trabajar, pon sobre tu mesa o junto a los útiles de tu labor, un crucifijo. De cuando en cuando, échale una mirada... Cuando llegue la fatiga, los ojos se te irán hacia Jesús, y hallarás nueva fuerza para proseguir en tu empeño [27].

Tampoco se abate un hijo de Dios por los fracasos, ni deposita toda su esperanza y complacencia en los éxitos humanos. El valor redentor de su trabajo no depende de las victorias terrenas sino del cumplimiento amoroso de la Voluntad de Dios. No olvida que en Nazaret Jesús cumple la Voluntad divina trabajando activamente, pero que en la Cruz consuma su obediencia padeciendo. El culmen del no se haga mi voluntad sino la tuya [28] , no consiste en realizar tal o cual proyecto humano, sino en padecer hasta la muerte, con un abandono absoluto en su Padre Dios [29] . Por eso hemos de comprender que más que con lo que hacemos —con nuestros trabajos e iniciativas— podemos corredimir con Cristo con lo que padecemos, cuando Dios permite que en nuestra vida se haga más patente el yugo suave y la carga ligera de la Cruz [30].

Foto: Alexander Jung.

San Josemaría enseña esta lección de santidad con palabras que traslucen su propia experiencia. No olvidéis que estar con Jesús es, seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios, es frecuente que El permita que saboreemos el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que nos llamen locos y que nos tomen por necios. Es la hora de amar la mortificación pasiva (...). Y en esos tiempos de purgación pasiva, penosos, fuertes, de lágrimas dulces y amargas que procuramos esconder, necesitaremos meternos dentro de cada una de aquellas Santísimas Heridas: para purificarnos, para gozarnos con esa Sangre redentora, para fortalecernos. Acudiremos como las palomas que, al decir de la Escritura (cfr. Ct 2, 14), se cobijan en los agujeros de las rocas a la hora de la tempestad. Nos ocultamos en ese refugio, para hallar la intimidad de Cristo: y veremos que su modo de conversar es apacible y su rostro hermos o (cfr. Ct 2, 14) [31].

LA LUZ DE LA RESURRECCIÓN

Después de escribir en la Epístola a los Filipenses que Jesucristo se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz [32] , San Pablo prosigue: Y por eso Dios lo exaltó [33] . La exaltación del Señor, su Resurrección y Ascensión al Cielo donde está sentado a la diestra de Dios [34] , son inseparables de su obediencia en la Cruz, y arrojan, junto con ésta, una intensa luz sobre el trabajo de Jesús en Nazaret y sobre nuestro quehacer diario.

Vida humana y divina es la de Jesús en Nazaret, y no sólo humana: vida del Hijo de Dios hecho hombre. Aunque sólo después de la Resurrección será vida inmortal y gloriosa, ya en la Transfiguración manifestará por un momento una gloria oculta durante años en el taller de José. Aquél a quien vemos trabajar como carpintero, cumpliendo su deber con sudor y con fatiga, es el Hijo de Dios hecho hombre, lleno de gracia y de verdad [35] , que vive en su Humanidad Santísima una vida nueva, sobrenatural: la vida según el Espíritu Santo. Aquél a quien vemos someterse a las exigencias del trabajo y obedecer a quienes tienen autoridad, en la familia y en la sociedad, para obedecer así a la Voluntad divina, es el que vemos ascender a los Cielos con poder y majestad, como Rey y Señor del Universo. Su Resurrección y su Ascensión a los Cielos nos permiten contemplar que el trabajo, la obediencia y las fatigas de Nazaret, son un sacrificio costoso pero nunca oscuro o triste, sino luminoso y triunfante, como una nueva creación.

Así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva [36] . También nosotros podemos vivir en medio de la calle endiosados, pendientes de Jesús todo el día [37] , porque Dios, aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos dio vida en Cristo —por gracia habéis sido salvados—, y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos por Cristo Jesús [38] . Dios exaltó la Humanidad Santísima de Jesucristo por su obediencia, para que nosotros vivamos esa vida nueva, guiada por el Amor de Dios, muriendo al amor propio desordenado. Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; sentid las cosas de arriba, no las de la tierra. Pues habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios [39].

Si en el trabajo cumplimos por amor y con amor la Voluntad divina, cueste lo que cueste, Dios nos exalta junto con Cristo. No sólo al final de los tiempos. Ya ahora nos concede una prenda de la gloria por el don del Espíritu Santo [40] . Gracias al Paráclito nuestro trabajo se convierte en algo santo, nosotros mismos somos santificados y el mundo comienza a ser renovado. «En el trabajo, merced a la luz que penetra dentro de nosotros por la Resurrección de Cristo, encontramos siempre un tenue resplandor de la vida nueva, del nuevo bien, casi como un anuncio de los nuevos cielos y la tierra nueva (2 Pe 3, 13; Ap 21, 1), los cuales, precisamente mediante la fatiga del trabajo son participados por el hombre y por el mundo (...). Se descubre, en esta cruz y fatiga, un bien nuevo que comienza con el mismo trabajo» [41].

Junto con la obediencia de la Cruz y la alegría de la Resurrección —la nueva vida sobrenatural—, en el cumplimiento amoroso de la Voluntad de Dios en el trabajo, ha de estar presente el señorío de la Ascensión. Hemos recibido el mundo por herencia, para plasmar en todas las realidades temporales el querer de Dios. Todas las cosas son vuestras, vosotros sois de Cristo, y Cristo de Dios [42].

Esta es la fibra del amor redentor de un hijo de Dios, el tono inconfundible de su trabajo. Ocúpate de tus deberes profesionales por Amor: lleva a cabo todo por Amor, insisto, y comprobarás —precisamente porque amas, aunque saborees la amargura de la incomprensión, de la injusticia, del desagradecimiento y aun del mismo fracaso humano— las maravillas que produce tu trabajo. ¡Frutos sabrosos, semillas de eternidad! [43] 

EN UNIÓN CON EL SACRIFICIO DE LA MISA

El Sacrificio de la Cruz, la Resurrección y Ascensión del Señor a los Cielos, constituyen la unidad del misterio pascual , paso de la vida temporal a la eterna. Su trabajo en Nazaret es redentor y santificador por la unidad con este misterio pascual.

Esta realidad se refleja en la vida de los hijos de Dios gracias a la Santa Misa que «no sólo hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador, sino también el misterio de la resurrección» [44] . «Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él , como si hubiéramos estado presentes» [45].

Gracias a la Misa, podemos hacer que nuestro trabajo esté empapado por la obediencia hasta la muerte, por la nueva vida de la Resurrección, y por el dominio que tenemos sobre todas las cosas por su Ascensión como Señor de Cielos y tierra. No sólo ofrecemos nuestro trabajo en la Misa, sino que podemos hacer de nuestro trabajo una misa. Todas las obras de los hombres se hacen como en un altar, y cada uno de vosotros, en esa unión de almas contemplativas que es vuestra jornada, dice de algún modo su misa, que dura veinticuatro horas, en espera de la misa siguiente, que durará otras veinticuatro horas, y así hasta el fin de nuestra vida [46] . Así somos en nuestro trabajo otros Cristos, el mismo Cristo [47].

Javier López

[1] San Josemaría, Conversaciones , n. 55.

[2] Rm 5, 19.

[3] Flp 2, 8.

[4] Cfr. Jn 6, 38; Lc 22, 42.

[5] Hb 10, 7; Sal 40 8-9.

[6] Lc 2, 49.

[7] Lc 2, 51.

[8] Mc 6, 3. Cfr. Mt 13, 55.

[9] San Josemaría, Es Cristo que pasa , n. 14.

[10] Cfr. Mc 10, 33-34; Lc 12, 49-50.

[11] Lc 9, 23.

[12] Flp 2, 8.

[13] Lc 22, 42.

[14] Gal 2, 19.

[15] Camino , n. 186.

[16] Ibid . n. 815.

[17] San Josemaría, Conversaciones . n. 60.

[18] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica , n. 302.

[19] Gal 5, 6.

[20] Lc 2, 14.

[21] Sal 19 (18), 9.

[22] San Josemaría, Es Cristo que pasa , n. 47.

[23] Cfr. Gn 2, 15.

[24] Cfr. Gn 3, 19.

[25] San Josemaría, Carta 6-V-1945 , n. 27, cit. en Ernst Burkhart y Javier López, Vida Cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría , vol. III, Rialp, Madrid 2013, p. 109.

[26] Camino , n. 277.

[27] San Josemaría, Vía Crucis , XI estación, punto 5.

[28] Lc 22, 42.

[29] Cfr. Lc 23, 46; Mt 27, 46.

[30] Mt 11, 30.

[31] San Josemaría, Amigos de Dios , nn. 301-302.

[32] Flp 2, 8.

[33] Ibid . 2, 9.

[34] 1 Pe 3, 22. Cfr. Mt 26, 64; Hb 1, 13; 10, 12.

[35] Jn 1, 14.

[36] Rm 6, 4.

[37] Cfr. San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 8.

[38] Ef 2, 5-6.

[39] Col 3, 1-3.

[40] Cfr. 2 Cor 1, 22; 5, 5; Ef 1, 14.

[41] Juan Pablo II, Litt. Enc. Laborem exercens , 14-IX-1981, n. 27.

[42] 1 Cor 3, 22-23.

[43] San Josemaría, Amigos de Dios , n. 68.

[44] Juan Pablo II, Litt. Enc. Ecclesia de Eucharistia , 17-IV-2003, n. 14.

[45] Ibid. n. 11.

[46] San Josemaría, Notas de una meditación , 19-III-1968, cit. en Mons. Javier Echevarría, Carta Pastoral 1-XI-2009.

[47] San Josemaría, Es Cristo que pasa , n. 106.

 

 

Sobre la aceptación de sí mismo

Posted: 30 May 2022 03:31 AM PDT

Según Guardini (*), el presupuesto para el crecimiento de la vida moral, es decir, de la madurez en los valores, es la aceptación de uno mismo. Aceptarse a sí mismo, a las personas que nos rodean, al tiempo en que vivimos (cf. para lo que sigue R. Guardini, Una ética para nuestro tiempo, Madrid 1977, pp. 140ss.).

Esto no quiere decir “dejarse llevar” sino trabajar en la realidad y si es preciso lucharpor ella, para transformarla, para mejorarla en lo que dependa de nosotros, aunque sólo sea “un granito de arena”.

En el animal sólo hay un acuerdo consigo mismo, no existe la dinámica propia del espíritu humano, que consiste en una tensión entre ser y deseo: entre lo que somos y lo que queremos ser, tensión que es buena, siempre que nos mantenga en la realidad y no nos haga refugiarnos en fantasías.

Se puede comenzar por la aceptación de uno mismo: circunstancias, carácter, temperamento, fuerzas y debilidades, posibilidades y límites. Esto no es obvio, pues con frecuencia uno no se acepta: hay hastío, protesta, evasión por la imaginación, disfraces y máscaras de lo que somos, no sólo ante los demás sino ante uno mismo. Y esto no es bueno. Pero esconde la realidad de un deseo de crecer, que pertenece a la sabiduría. “Puedo y debo trabajar en mi estructura vital, dándole forma, mejorándola; pero, ante todo, he de decir ‘sí’ a lo que es, pues si no todo se vuelve inauténtico” (ibid., pp. 142s).

Así, el que se le ha dado por naturaleza un sentido práctico, debe aprovecharlo, pero consciente de que carece de imaginación y creatividad. Mientras que el artista debe sufrir temporadas de vacío y desánimo, Quien es muy sensible ve más, pero sufre más. El que tiene un ánimo frío y no le afecta nada, se arriesga a desconocer grandes aspectos de la existencia humana. Cada uno debe aceptar lo que tiene, purificarlo para servir con ello a los demás, y luchar por lo que no tiene, contando también con los otros.

En la práctica esto no es fácil. Hay que empezar por llamar bueno a lo bueno, malo a lo malo; sin molestarse cuando algo sale mal o a uno le corrigen. Sólo reconociendo mis propios defectos, que se van conociendo poco a poco, tengo la base real para mi superación.

También hay que aceptar la situacion vital, la etapa de la vida en la que estamos y la época histórica en la que vivo, sin trata de escaparme de esas realidades: procurando conocerlas y mejorarlas. No se puede escapar hacia el pasado o hacia el futuro, sin valorar lo presente.

Aquí entra la aceptación del destino (tratado por R. Spaemann en el último capítulo de Ética: cuestiones fundamentales, Pamplona 2010). El destino no es azar, sino resultado de la conexión de elementos interiores y exteriores, algunos de los cuales dependen de nosotros. Primero de nuestras disposiciones, carácter, naturaleza, etc. (de nuevo: aceptarse a sí mismo). Pero además es resultado de nuestra libertad en el día a día, también en lo pequeño que dejamos o no dejamos pasar.

Aceptarse a sí mismo o al destino puede hacerse difícil cuando viene el dolor o el sufrimiento. Por eso incluye la capacidad de aprender del sufrimiento, sin limitarse a evitarlo, como es lógico, en lo posible; sino tratando de comprenderlo, aprender de él.

Aceptar la propia vida es aceptarla como recibida, recibida de los padres, de la situación histórica y de los antepasados, pero también, cabe pensar con sabiduría, de Dios.

Según el cristianismo, Dios tiene experiencia de nuestros problemas pues ha tomado carne en Jesucristo, que se hizo vulnerable hasta el extremo, pero con plena libertad. Y en Dios no hay falta de sentido. Un sentido que no es solamente racional sino a la vez amor. Por eso no hay que confundir el hecho de que yo no capte hoy y ahora el sentido de esta situación, con el hecho de que esta situación tiene un sentido en el conjunto de mi vida, que yo debo descubrir y aprovechar con confianza.
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(*) Además del libro que se cita en este artículo, ver la primera parte (original de 1953) de su pequeño libro: “La aceptación de sí mismo; las edades de la vida”, Cristiandad, Madrid 1977. El tema de la aceptación fue desarrollado por el autor diez años más tarde en un segundo libro sobre las virtudes, que es el referido en nuestro texto. Cf. “La aceptación”, en Una ética para nuestro tiempo (originalmente titulado "Tugenden", virtudes, y publicado como segunda parte de La esencia del cristianismo, Cristiandad, Madrid 2007, pp. 139-151); en este caso la aceptación se considera como una virtud junto con otras del ámbito del dominio de sí (como respeto y fidelidad, paciencia y ascetismo, ánimo y valentía, concentración y silencio), de la búsqueda de la verdad y de la solidaridad. 

 

Origen e historia de la fiesta de Pentecostés

¿Cuando nace y cómo evoluciona la fiesta de Pentecostés?

Dos oraciones conservadas en el Sacramentario leoniano sintetizan el sentido completo de la fiesta de Pentecostés: «El sacramento pascual está contenido en el misterio de los 50 días» que siguen a la solemnidad de la Pascua; «el misterio pascual llega a su perfección por la plenitud del misterio de este día», de Pentecostés (ed. L. K. Mohlberg, Sacramentarium Veronense).

 

Sobre esas bases nacerá y se organizará la fiesta cristiana de Pentecostés, que conmemora el acontecimiento de la efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesucristo; según los Hechos de los Apóstoles (2,1 ss.), la venida del Espíritu Santo coincidió con la festividad hebrea de Pentecostés (2,1 ss.) unos 50 días después de la Pascua.

Hasta el siglo III, toda mención de Pentecostés en los textos y documentos cristianos designa ese periodo de 50 días que, como un domingo continuo de siete semanas, prolonga la solemnidad de la Pascua; es el «espacio de la alegría», según la terminología empleada por los Padres de la Iglesia.

La festividad de la Pascua comprende el misterio completo de la muerte y resurrección del Señor, siendo Pentecostés un aspecto del mismo, no desglosado en una «memoria» especial. Con la Ascensión del Señor, Pentecostés es el coronamiento inseparable de la gran «manifestación» abierta por la Resurrección de Jesucristo, el complemento de la revelación de la nueva Alianza entre Dios y los hombres.

Los diferentes ritos, orientales y occidentales, se han mantenido fieles, en parte por lo menos, a la tradición de leer en el transcurso de la cincuentena pascual el libro de los Hechos de los Apóstoles con el testimonio de Pentecostés, y el Evangelio de S. Juan con una selección de los pasajes relativos a la promesa y comunicación del Espíritu Santo.

Con el tiempo, ya en el siglo IV, encontramos testimonios más explícitos acerca de la fiesta estrictamente dicha de Pentecostés, es decir de la festividad conclusiva de la cincuentena.

Hacia el a. 379, San Gregorio Nacianceno explicaba a sus fieles:

«Las semanas de los días engendran Pentecostés… Siete multiplicado por siete da cincuenta; hay un número de más, pero nosotros lo tomamos del siglo venidero, el cual es el octavo día y el primero, o mejor, el único y eterno día… Nosotros celebramos Pentecostés, el descenso del Espíritu, el advenimiento de la promesa, la santificación de la esperanza» (PG 36,432 y 436).

 

En la obra romana conocida con el nombre de Ambrosiaster o Ambrosiastro, escrita ca. 366-384, leemos:

«He aquí el significado de Pentecostés, que corresponde al cincuenteno día después de la Pascua: de la misma manera que después de una semana el primer día es el domingo, en el cual se cumplió el misterio de la Pascua para la redención y la salvación del género humano… así también después de siete semanas llega el primer día, que es el de Pentecostés; sólo puede caer en domingo, para que se conozca que lo referente a la salvación de la humanidad se ha empezado y realizado en domingo…

De la misma manera que el cordero es la figura de la pasión del Señor en el sacramento de la Pascua, así también el don de la Ley es el de la predicación evangélica. Pues fue el mismo día, el día de Pentecostés, que la Ley fue dada y que el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos… a fin de que sepan predicar la ley evangélica» (ed. A. Souter en CSEL 50, Viena 1908, 167-168).

 

En la celebración de la fiesta de Pentecostés, que reflejan esos textos, se hallan mezclados diversos elementos: valor preeminente del domingo, sentido alegórico de la cincuentena pascual, cumplimiento de las figuras del A. T., alcance de la festividad conclusiva; y se subrayan las relaciones del Pentecostés del A. T. con el Pentecostés del N. T.: de un modo paralelo a lo que el sacrificio del cordero pascual significaba respecto a la Alianza del Sinaí (conmemorada también el día de Pentecostés del A. T.), el sacrificio de Cristo (muerte y resurrección) o Pascua cristiana se refiere a Pentecostés, a la proclamación de la nueva Alianza.

De la misma época, y aún de una época posterior, sabemos que algunas comunidades cristianas celebraban la festividad de la Ascensión del Señor el cincuenteno día del tiempo pascual; parece, pues, que coexistieron dos tradiciones con diferencias de fechas por algunos años.

Las divergencias pueden provenir de una doble interpretación de las narraciones bíblicas sobre los acontecimientos de la Ascensión y de Pentecostés, o de diferentes matices sobre los puntos culminantes de la manifestación del misterio pascual.

A principios del siglo V, en la iglesia de Jerusalén, se celebra todavía una memoria de la Ascensión el día de Pentecostés, pero a mediados del mismo siglo, según un Leccionario armeno, la temática de Pentecostés es ya la única que prevalece (R. Cabie, o. c. en la bibl. 169-170).

En Oriente la fiesta de Pentecostés irá evolucionando hasta convertirse en una solemnidad, marcada por la acción de gracias a la Sma. Trinidad, de la que proceden los beneficios recibidos de la redención; la obra concreta del Espíritu Santo será más expresamente celebrada el lunes de Pentecostés.

Por lo que se refiere a Roma y a las iglesias occidentales en general, durante el siglo V la fiesta propia de Pentecostés está ya bien documentada y constituida.

Pentecostés continúa siendo la clausura de la cincuentena, con relaciones a ese periodo, pero toma el carácter de una segunda Pascua, con privilegios semejantes: la fiesta comportará una Vigilia litúrgica semejante a la de Pascua, en la cual se administrarán los Sacramentos de la iniciación cristiana.

Con las reformas litúrgicas, de la Semana Santa del año 1955 y las posteriores al Vaticano II, se suprimió la Vigilia de Pentecostés paralela a la de Pascua; si bien en 1955 se conservó la Misa correspondiente a esa Vigilia, toda ella alusiva al Bautismo, como don del Espíritu Santo; en el nuevo Misal publicado en 1970 se conserva un formulario propio para la Misa vespertina de la vigilia, que evoca varios aspectos del Bautismo, aunque no en primer plano.

Durante muchos siglos la fiesta de Pentecostés ha tenido también una octava similar a la de Pascua, con un carácter bautismal muy marcado, y que fue mantenida en la reforma de 1955; sin embargo, aparece suprimida en los libros litúrgicos posteriores a 1970, así como las Témporas  que coincidían con ella, quedando reducido el ciclo pascual a la cincuentena estricta.

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El descenso del Espíritu Santo y la vida de los primeros cristianos

PENTECOSTÉS

La vida de la primera comunidad cristiana y los primeros efectos de la Gracia de Dios en la Iglesia primitiva

La historia de la Iglesia cristiana comienza con el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Antes de su Ascensión al cielo, nuestro Señor Jesucristo mandó a sus apóstoles que no se apartasen de Jerusalén hasta ser revestidos de poder supremo desde lo alto.

 

La promesa del Paráclito y la elección de Matías

La historia de la Iglesia cristiana comienza con el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Antes de su Ascensión al cielo, nuestro Señor Jesucristo mandó a sus apóstoles que no se apartasen de Jerusalén hasta ser revestidos de poder supremo desde lo alto. Esperando el cumplimiento de esta promesa del Señor, ellos después de rezar eligieron a Matías como el duodécimo Apóstol en lugar del traidor Judas; eligiendo al suplente de Judas, los Apóstoles condicionaron que el mismo debía ser testigo de la obra y Resurrección de Cristo.

En el quincuagésimo día después de la Pascua, en la festividad judía de Pentecostés, que coincidió con un domingo, los apóstoles se reunieron para rezar. Asimismo se encontraba presente junto a ellos la Madre de Dios y algunos otros cristianos, en total 120 personas

 

El Espíritu Santo y su efecto en los fieles

Como a las 9 de la mañana de repente se oyó un ruido parecido al de un viento fuerte, y este sonido llenó la casa del monte Sión donde se hallaban los Apóstoles (el cenáculo de Sión donde tuvo lugar la Última Cena) y sobre cada uno de ellos descansó una dividida lengua de fuego. Las señales externas eran necesarias para los hombres de aquella época, todavía insuficientemente espirituales, para llevarlos a la fe.

Los Apóstoles sintieron una gran animación, esclarecimiento y sed de predicación de la salvadora Palabra de Dios, o sea, la Santa doctrina de nuestro Señor Jesucristo. Repentinamente obtuvieron la capacidad de expresarse en varios idiomas.

 

Inmediatamente comenzó la evangelización

Para las fiestas de Pascua y Pentecostés, en Jerusalén se reunían los hebreos procedentes de diversos países. Viviendo durante tiempo prolongado fuera de Palestina, olvidaron la lengua hebrea, de suerte que sólo hablaban los idiomas de los países donde moraban permanentemente.

Por tanto fueron llamados “helenistas,” mientras que los gentiles que fueron convertidos a la fe judía se denominaban “prosélitos.” Para la fiesta de Pascua se juntaron en Jerusalén entre uno y dos millones de ellos.

 

 

Muchos de ellos sintieron el ruido y se reunieron alrededor de la casa donde se encontraban los Apóstoles. Éstos salieron y comenzaron su predicación dirigiéndose a cada uno en el idioma de su país. Algunos quedaron asombrados, mientras que otros se burlaban, diciendo: “Están embriagados del vino dulce.”

Entonces, el Apóstol Pedro, a quien acompañaban los otros once Apóstoles, pronunció palabras potentes, diciendo que ellos no estaban embriagados ya que no es más que la hora de la mañana, sino que Dios hizo cumplir la profecía del santo Profeta Joel referente al descenso del Espíritu Santo. También el Apóstol Pedro dijo acerca del Salvador, “a Quien vosotros habéis matado, pero Dios Lo ha resucitado, y Él, después de su gloriosa Ascensión, ha enviado al Espíritu Santo.”

 

Los primeros efectos de la Gracia de Dios en la Iglesia primitiva

El sermón del Apóstol Pedro estuvo impregnado con la fuerza espiritual y con el amor para con los extraviados judíos. Estos se enternecieron y preguntaban: “¿Qué tenemos que hacer?” El Apóstol contestó: “Arrepentís y recibid el bautismo para la absolución de los pecados, luego obtendréis el don del Espíritu Santo.” En aquel día fueron bautizados 3.000 hombres.

Después de Pentecostés los Apóstoles Pedro y Juan iban hacia el templo para orar. En la entrada del templo se encontraba sentado un mendigo, cojo desde su nacimiento, que no podía caminar y suplicaba por una limosna. El Apóstol Pedro le dijo: “No tengo ni plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesús Nazareno Cristo, levántate y anda.” Éste saltó y se alejó alabando a Dios.

Este milagro impresionó mucho al pueblo. Después de las palabras pronunciadas por el Apóstol Pedro se bautizaron 2.000 hombres. De esta manera, el número de los cristianos dentro de un corto lapso ascendió hasta 5.000 personas.

 

La vida de la primera comunidad cristiana

Los primitivos cristianos se reunían diariamente en el templo y escuchaban los sermones de los Apóstoles, y en los días del Señor (domingos) se juntaban en casas particulares para oficiar la Santa Eucaristía (Liturgia) y con el fin de comulgar de los Santos Cuerpo y Sangre de Cristo.

Asimismo, tenían caridad mutua, de suerte que parecía que tenían un sólo corazón y una sola alma. Muchos cristianos vendían sus haciendas, y el dinero recibido lo entregaban a los Apóstoles y a los pobres.

 

El suceso de Ananías y Safira

Un hombre llamado Ananías con su esposa Safira habían vendido su hacienda y trajeron el dinero recibido a los Apóstoles, pero escondieron una parte del mismo. Lo hicieron por dos razones. Por un lado, querían glorificarse entre los cristianos como abnegados y buenos, ya que toda su posesión la dieron a los pobres, y por otro, clandestinamente querían vivir para su propio placer teniendo suficiente plata.

 

Con el fin de cortar de raíz este espíritu nada cristiano, el Apóstol Pedro explicó que la propiedad pertenecía a Ananías y Safira, encontrándose completamente bajo su poder, pero el acto cometido fue un gran pecado. Pedro dijo: “Ananías, ¿por qué permitiste a Satanás introducir en tu corazón el pensamiento de mentir al Espíritu Santo? No mentiste a los hombres, sino a Dios.” Al instante, Ananías y luego Safira cayeron muertos.

Los Apóstoles realizabanmuchos milagros, y aun la sombra del Apóstol Pedro sanaba a los enfermos. La abundancia de los dones del Espíritu Santo regocijaba a los creyentes y convertía al cristianismo a numerosos incrédulos. Sin embargo, los envidiosos jefes judíos odiaban a los Apóstoles.

 

Los diáconos

En medio de los cristianos se encontraban los judíos de Palestina y los llegados de otros países, llamados “helenistas.” Éstos últimos murmuraban quejándose que sus viudas recibían menos subsidios durante la distribución.

Por consiguiente, los Apóstoles sugirieron que los creyentes eligiesen siete varones piadosos, sobre quienes los Apóstoles impusieron orando las manos, lo que produjo el descenso del Espíritu Santo. De esta manera apareció la sagrada dignidad de los “diáconos” (la palabra diácono significa “servidor”).

Aparte de la distribución de los subsidios, los diáconos ayudaban a los apóstoles en sus sermones y ejecución de los sacramentos.

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La violencia sobre la vida

Los atentados a la vida constituyen uno de los pecados más graves contra la ley de Dios. Aborto, eutanasia, guerra, terrorismo, homicidio, drogas, son exponentes de la pérdida del sentido de la vida.

Vivir con plenitud es desarrollar lo más posible las capacidades humanas, comenzando por las más nobles. La vida es un don que se debe hacer fructificar tanto si es larga, como si es corta; es un valor que no se debe despreciar. La violencia contra la vida constituye uno de los pecados más graves contra la ley de Dios. Nuestro siglo ha conocido atentados contra la vida a nivel masivo, como en ninguna otra época pasada. La causa de estas atrocidades hay que encontrarla en la extensión del ateísmo, del materialismo y del hedonismo. Estas ideas convierten, a veces, a los hombres en lobos para los otros hombres; e incluso su propia vida acaba pareciéndoles una carga excesiva y recurren, en número creciente, a las drogas, suicidio, etcétera.

Entre las formas de violencia sobre la vida se pueden destacar: el aborto, la eutanasia, la guerra, el terrorismo como lacras especialmente significativas del siglo XX. El suicidio, el homicidio, las drogas y las agresiones a la vida psíquica son también exponentes de la pérdida del sentido de la vida.

Aborto

El aborto provocado o directo es la expulsión intencionada de un feto no viable fuera del seno materno. Si esta expulsión no es provocada sino involuntaria no será pecaminosa. El Vaticano II llama a este acto: «crimen abominable» (GS, 51). Abominable porque la víctima es especialmente indefensa e inocente: el niño aún no nacido, y a quien, además, se priva de la vida sobrenatural al no bautizarlo.

En otros tiempos se dudaba sobre el momento en que ya era un ser humano el niño concebido en el seno materno. Hoy día la ciencia es clara; cuando el óvulo es fecundado por el espermatozoide, tiene ya completo su código genético; entonces ya posee toda la potencialidad de vida, que se irá desarrollando según las leyes biológicas.

El conocido científico J. Lejeune ha escrito: «Esta primera célula (es decir, el resultado de la fecundación) va a empezar a dividirse en dos, -cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos, sesenta y cuatro, y se va a convertir en una pequeña mórula que se alojará en la pared del útero materno. Siendo extremadamente minúsculo y midiendo milímetro y medio de talla, es ya un ser humano, diferente de su madre y diferente de todos los demás hombres (…). El corazón humano se anima al vigésimo primer día aproximadamente y, al mes, siendo la talla del feto la de un grano de trigo, están ya todos sus órganos esbozados: su cabeza, su tronco, los brazos, las piernas».

Además de ser un grave pecado, el aborto implica dos graves consecuencias. Por un lado, indica un desprecio de la vida. La vida ya no es algo que tenga valor en sí mismo sino que depende de la voluntad del hombre, quien podrá destruirla cuando le convenga. Por otra parte, altera todo el orden moral, pues el criterio de bondad será el egoísmo y el placer, pero no el bien. La Iglesia ha dictado la pena de excomunión para los que cometan este pecado o colaboren con los que lo cometen. La excomunión es una pena eclesiástica que separa de la Iglesia y de sus sacramentos. Para que se perdone, hay que confesarse con el Obispo, o con algún sacerdote que tenga poderes delegados por el Obispo.

Eutanasia

«Es la acción u omisión que, por su naturaleza o en la intención, causa la muerte con el fin de eliminar cualquier tipo de dolor». (S. C. Doctrina de la Fe, 27-VI-1980). La eutanasia afectaría a los subnormales, a los enfermos mentales o a los incurables. Las razones que se aducen en su defensa se apoyan en que se trata de vidas desdichadas, o que imponen pesadas cargas a la familia o a la sociedad.

Un testimonio impresionante

Rosanna Benzi, italiana, tiene veintisiete años. Enferma de poliomielitis desde hace trece años y paralizada en todo su cuerpo, vive desde entonces en un pulmón de acero que le permite respirar. Desde ese incómodo puesto de combate dirige la revista Los demás, para minusválidos, que llega a dos millones de personas marginadas de la sociedad por diversas causas.

Se trata de una revista que realiza una valiente campaña para eliminar en ellos el miedo y sacarlos del aislamiento en que les abandona la sociedad, que les rodea, por una absurda incomprensión.

Rosanna Benzi no es una persona triste; por el contrario, se declara feliz y su sonrisa luminosa lo confirma. Pinta y se comunica con los demás, alentándoles y dándoles confianza.

Pueden darse casos extremos en los que la vida sólo pueda mantenerse por medios extraordinarios. La doctrina de la Iglesia dice que no se está obligado a poner medios «extraordinarios» o «desproporcionados». Sin embargo, existe la grave obligación de buscar la propia curación o la ajena.

Sólo Dios es señor de la vida

La Iglesia defiende una vez más al hombre diciendo: «Es necesario afirmar con toda firmeza que nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede ¡pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad, ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata, en efecto, de una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad» (S. C. Doctrina de la Fe, 27-VI-1980).

Guerra

El drama de la guerra es suficientemente conocido de todos y cómo a causa de este enfrentamiento entre los hombres, se producen muertes, injusticias, hambres, dolor, destrucción, etc. La gravedad se ha incrementado en el siglo XX por la enorme capacidad destructora de los nuevos armamentos. Las dos guerras mundiales de nuestro siglo y las múltiples guerras, que ha habido entre diversos países, elevan los muertos por este motivo a bastantes decenas de millones de seres humanos.

El objetivo de todos los hombres debe ser la paz. La paz sólo se puede conseguir si hay justicia. Una guerra de agresión será siempre injusta, pero cuando uno es atacado injustamente, puede legítimamente defenderse. Sería, entonces, una guerra justa. Sólo existirá una guerra justa cuando lo sea su causa y se hayan agotado todos los demás medios de solucionar pacíficamente el conflicto.

Si se miran de cerca todas las guerras se ve cómo, en su raíz, está el pecado humano: soberbia, afán de dominio, venganza, mentira, odio, etc. La única solución plena de la guerra es la conversión de los hombres, lo que Juan Pablo II ha llamado el «desarme de las conciencias». Los tiempos actuales ven dificultada esta meta por la existencia de ideologías que ponen en su base de actuación la violencia y que buscan por todos los medios el dominio mundial. Este es el caso del comunismo, que predica la lucha de clases, la mentira como arma política y posee enormes ejércitos que amenazan continuamente la paz mundial.

Terrorismo

Siempre en la historia de la humanidad se ha dado el asesinato político, pero en este siglo ha crecido enormemente el uso del asesinato como arma política. Se le llama «terrorismo». Su fin es alterar el orden político e instalar otro nuevo, que dicen es mejor. El criterio moral del terrorismo se basa en el principio de que el fin justifica los medios. Además, el modo de realizarse es particularmente odioso, pues mata a inocentes, destruye bienes importantes para todos y nunca se presenta abiertamente sino que utiliza el engaño.

El fin no justifica los, medios. Este principio es de moral natural. Seguirlo facilitará grandemente la convivencia entre los hombres.

Las palabras de Juan Pablo II sobre este tema son claras. Después de insistir en la necesidad de la justicia, dice: -La paz no puede ser establecida por la violencia, la paz no puede florecer en un clima de terror, de intimidación o de muerte. El mismo Jesús dijo: «Quien toma la espada, a espada morirá» (Mt. 26, 52). Esta es la palabra de Dios, la que ordena a los hombres de esta generación violenta a desistir del odio y la violencia y arrepentirse (… ) la violencia es un mal, la violencia es inaceptable como solución a los problemas, la violencia es indigna del hombre, la violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la verdad de nuestra humanidad porque destruye la verdadera construcción de la sociedad-. Añadía después con fuerza….que nadie pueda llamar nunca al asesinato con otro nombre que el de asesinato, que a la espiral de la violencia no se le dé nunca la distinción lógica de inevitable o de represalia necesaria. (29-1X-1979).

Homicidio

Homicidio es producir injustamente la muerte de una persona.

La causa de los homicidios culpables está siempre en la malicia del corazón humano. La gravedad de este pecado es obvia. La Sagrada Escritura lo coloca entre los que claman al cielo. La venganza, el odio, las rencillas políticas, etc., nunca podrán servir de excusa para este crimen. No raramente los que llegan a este punto han sufrido antes un deterioro de la conciencia y de las costumbres, que ciega la inteligencia y tuerce la voluntad. Aunque es necesario un sistema policial eficaz y unas leyes penales fuertes para prevenir el crimen, es evidente que la lucha contra este mal tiene que ir a buscar la prevención del crimen en el interior del hombre, pues aunque se castigue a los culpables nunca se podrán devolver las vidas que se arrebataron.

Entre las leyes penales para prevenir el crimen siempre ha estado el castigo. Uno de los castigos -el máximo- ha sido la pena de muerte. Sobre este tema, tan discutido, hay que decir: que su licitud no tiene duda -de lo contrario nunca lo hubiera sido-; su conveniencia es discutible. En ella deberán ponerse de acuerdo los ciudadanos de un país en unas circunstancias precisas, sabiendo que lo que en unas circunstancias puede ser conveniente, en otras puede dejar de serlo y viceversa.

La prevención más eficaz de la delincuencia será tratar de conseguir que el ambiente social sea moralmente bueno. Es indicativo a este respecto la estrecha relación entre pornografía y delincuencia. También lo es el que muchos delincuentes provengan de familias rotas o procedan de ambientes en que reina la marginación, la injusticia y la incultura. La sociedad tendrá menos crímenes si pone los medios jurídicos y económicos disponibles para proteger las familias, evitar el divorcio y las separaciones, así como las marginaciones sociales y distribuir la riqueza del mejor modo posible.

Suicidio

Todo hombre tiene un fuerte instinto de conservación de la propia vida. Sin embargo, el fenómeno del suicidio ha crecido de forma alarmante en este siglo.

En muchos casos el suicidio es la acumulación de un estado de depresión psíquica. Los estudios más recientes hacen ver que existe una relación muy grande entre el número de suicidios y la pérdida del sentido de la vida. Cuando no hay ningún valor por el que luchar (profesión, familia, una ideología política, un ideal religioso, etc.) todo -pierde interés y la vida se va llenando de frustraciones y se llega, fácilmente, a la sensación de que no vale la pena vivir. Este clima es más fácil que se dé en ambientes materialistas, ya que como la felicidad plena no puede alcanzarse con goces materiales, éstos acaban dejando vacío el corazón. Hay comprobación experimental de que los suicidios se dan, en la mayoría de los casos, salvo enfermedades psíquicas, en personas que no tienen un profundo sentido espiritual de la existencia.

El suicidio es un grave pecado que, además, cierra las puertas a cualquier solución de los problemas.

Drogas

La droga es un indudable atentado contra la propia vida. En general se llama droga a cualquier sustancia química que ejerce un determinado efecto sobre el organismo. En concreto este nombre se aplica a los fármacos que producen sensaciones psicofísicas distintas de las habituales. Todas estas sustancias (incluso las medicinas si no se toman por prescripción médica) pueden dañar al organismo. La gravedad moral de las drogas viene de que se toman con el único fin de producir sensaciones placenteras fuera de lo normal. Existen diversos tipos de drogas. Unas crean una dependencia física tal, que dejarlas de tomar súbitamente produce dolores, angustias, pudiendo incluso llevar hasta la muerte. Otras producen una dependencia psicológica y menor dependencia física, aunque casi siempre el uso de las drogas llamadas «blandas» conduce a las «duras».

El uso de drogas equivale a una mutilación. No se trata de una mutilación del cuerpo, sino del sistema nervioso que queda gravemente tarado. Se da una destrucción de la personalidad que en los casos avanzados equivale a la destrucción del individuo. La pérdida voluntaria de conciencia es muy grave, pero incluso es frecuente que la droga lleve al robo y a la muerte -propia y ajena- y a convertirse los adictos en parásitos de la sociedad por hacerse inútiles para el trabajo.

La extensión de la droga es un triunfo de los traficantes que ganan fuertes sumas de dinero a costa de aquellos desdichados que no pueden, por la adicción, abandonar el consumo. En los casos más suaves es una forma de conformismo y de frivolidad de aquellos que tienen un horizonte pobrísimo en sus vidas y que acabarán en un vacío angustioso, si no reaccionan.

Violencias a la vida psíquica

No solamente se puede atentar contra la vida física del hombre, sino también a su vida psíquica. Todo hombre tiene derecho a que se le respete su integridad psíquica sin manipulación alguna.

Entre las formas de violencia psíquica están los interrogatorios inhumanos (lavados de cerebro) por los que el hombre pierde por completo su personalidad.

Otra forma de violencia es la propaganda llevada más allá del nivel consciente, o la repetición tan reiterada de los eslóganes o fotos que hace casi imposible no verse afectado.

Violencia a la integridad de la vida psíquica es la pornografía que va produciendo en los sujetos una degradación de la persona, e incluso, a veces, de sus instintos normales, creando verdaderas neurosis obsesivas.

Atenta contra la vida psíquica del hombre todo género de mentiras, especialmente las que adoptan formas -violentas»: perjurios, traiciones, deslealtades, calumnias, etcétera.

La Iglesia defiende la vida humana

Son numerosísimas las declaraciones de la Iglesia defendiendo la vida, además de las muchas acciones y asociaciones promovidas por ella dirigidas a protegerla: asilos de ancianos, ambulatorios, hospitales, hogares de marginados, etcétera.

He aquí un reciente texto muy claro:

«La vida humana es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. Si la mayor parte de los hombres creen que la vida tiene un carácter sacro y que nadie puede disponer de ella a capricho, los creyentes ven a la vez en ella un don del Amor de Dios, que son llamados a conservar y hacer fructificar. De esta última consideración brotan las siguientes consecuencias:

1.º Nadie puede atentar contra la vida de un hombre inocente sin oponerse al amor de Dios hacia él, sin violar un derecho fundamental e inalienable, sin cometer, por ello, un crimen de extrema gravedad.

2.º Todo hombre tiene el deber de conformar su vida con el designio de Dios. Esta le ha sido encomendada como un bien que debe dar sus frutos ya aquí en la tierra, pero que encuentra su plena perfección solamente en la vida eterna.

3.º La muerte voluntaria, o sea el suicidio, es, por consiguiente, tan inaceptable como el homicidio; semejante acción constituye, en efecto, por parte del hombre el rechazo del amor a sí mismo, una negación de la natural aspiración a la vida, una renuncia frente a los deberes de justicia y caridad hacia el prójimo, hacia las diversas comunidades y hacia la sociedad entera, aunque a veces intervengan, como se sabe, factores psicológicos que pueden atenuar o incluso quitar la responsabilidad. Se deberá, sin embargo, distinguir bien del suicidio aquel sacrificio con el que, por una causa superior -como la gloria de Dios, la salvación de las almas o el servicio a los hermanos- se ofrece o pone en peligro la propia vida» (S. C. Doctrina de la Fe, 27-VI-1980).

 

Kourtney Kardashian

Escrito por Mario Arroyo.

Kourtney planteó su boda como un cuento de hadas; la Virgen era parte del programa, porque así llamaba la atención sobre su boda.

Ha causado cierto escándalo el vestido de novia de Kourtney Kardashian, diseñado por Stefano Dolce y Domenico Gabbana, pues incluye, entre los elementos decorativos, un maravilloso encaje con la imagen de la Virgen María. ¿Ofensa premeditada?, ¿blasfemia?, ¿burla o ridiculización? Son algunas de las inquietudes que atormentan el alma de los ofendidos.

Personalmente soy muy devoto de la Virgen María, y me duele que su imagen se utilice con cierta superficialidad. Sin embargo, no considero que el vestido de novia de la Kardashian tenga una intencionalidad ofensiva. Pienso que aúna, en una magistral ejecución artística, una fuerte dosis de superficialidad, falta de pudor y pérdida del sentido de lo sacro; todos ellos pecados, no de Kourtney Kardashian, sino de nuestra sociedad posmoderna. Sencillamente Kourtney no es sino hija de su tiempo, y estos tiempos, dolorosamente, lo repito, son así.

Vamos analizando este juicio por partes, para que se comprenda mejor la crítica subyacente. ¿Por qué supone una falta de pudor? Porque junto con el maravilloso velo de la novia, de varios metros de longitud, Kourney lucía un “minivestido con corsé… inspirado en la lencería italiana de los años 60” (Vogue). Es decir, en términos coloquiales, la novia enseñaba demasiado, sobre todo, si se considera que estaba ataviada además con una majestuosa imagen de la Virgen María. Es decir, aunaba a la falta de pudor, entendido como mostrar sin necesidad diversas partes del propio cuerpo, cargando la atención en los atributos sexuales, el adorno de la más pura de las criaturas. El contraste artístico y conceptual es brutal, pero para quienes somos devotos de la Virgen puede resultarnos algo incómodo.

Esta crítica permite enlazar con el segundo punto: la pérdida del sentido de lo sagrado. Lo sacro o lo sagrado es, por definición, lo que se sustrae del uso común, por considerarse eximio, por hacer referencia a la realidad trascendente, a Dios, en definitiva. Los hombres no debemos dar usos banales a las realidades divinas, como un eco de aquel mandamiento de la ley de Dios: “No tomarás el nombre de Dios en vano”. No tomarás, por extensión, lo que hace referencia a Dios en vano; y la Virgen es Madre de Dios, no debe “utilizarse” en vano. Aquí la Virgen, inspirada en uno de los tatuajes del ahora esposo de Kourtney, aparece como despojada de toda su prerrogativa sobrenatural, para aparecer como un adorno “cool”, provocativo y desafiante. Se busca de intento el impacto, el cual se consigue, por lo cual, la imagen de la Madre de Dios es usada como elemento decorativo y provocador al mismo tiempo.

Ahora bien, antes de rasgarnos las vestiduras, miremos el contexto: un palacete en Portofino, dos auténticos diseñadores que son artistas italianos. Si bien, con un poco de perspectiva, podemos comprender que se trata de un caso más de lo que en Italia en general y en Roma en particular, se conoce como “lo sacro en lo profano”, la mezcla de lo sagrado con lo profano, tan común en Italia. Todo aquel que haya visto la serie “Medicis”, puede darse cuenta de que los grandes mecenas de los artistas, no han sido modelo de virtudes, y que el motivo que plasmaban era mayormente religioso. En ese sentido, quizá el más escandaloso caso del género, sea la modelo de la que se sirvió Caravaggio para pintar un magistral cuadro de la Dormición de la Virgen. Se trataba de una hermosa prostituta encontrada muerta en el Tíber, lo que en su momento escandalizó comprensiblemente a más de uno, pero que, con el paso del tiempo, pasada la tormenta, nos ha dejado plasmada una hermosa obra de arte, fuerte y realista en su interpretación.

Por último, la superficialidad. Va hermanada con la pérdida del sentido de lo sacro, de lo profundo. Lo que cuenta es la epidermis, lo que siento en el momento. Kourtney planteó su boda como un cuento de hadas; la Virgen era parte del programa, porque así llamaba la atención sobre su boda. Lo ha conseguido y aquí estoy yo haciéndole eco a su capricho. Pero pienso que nos deja un maravilloso velo de novia, que ojalá alguna novia pueda utilizar, en un matrimonio religioso, primero, único, para siempre, que sea sacramento, donde no desentonaría en lo absoluto, sino que vendría a rubricar con el arte la sacralidad del misterio matrimonial.

 

Una esposa desesperada puede hacer Milagros

Pregunta de lectora :

Hace 15 años me casé por la Iglesia Católica. Hace 5 meses descubrí que me era infiel y lo enfrenté. Pidió perdón  y me pidió otra oportunidad, al principio no quería, pero acepté, no ha sido fácil, porque ya no tengo ninguna confianza en El. El siempre insistió que ese error ya había pasado, sé que necesito ayuda porque aún me siento muy decepcionada y no he dejado de pensar en separarme de él, y me siento muy confundida pero no quiero tomar una mala decisión, pero  quiero salir adelante por mí y por mis hijos. Ayúdeme.

Querida amiga: recuerda que fue el amor lo que llevo a ambos a unirse en matrimonio, por lo que el amor será también la manera de afrontar, aceptar, sanar y reconstruir su unión. Es necesario recordar también que aquellos que se casan lo hacen porque son llamados a perfeccionarse en el amor como personas y a crecer espiritualmente por medio de este llamado. Ninguno de nosotros, los casados, sabemos exactamente a qué vamos a enfrentarnos una vez que se inicia la convivencia, por lo que este llamado no es momentáneo si no más bien es llamado de toda la vida que involucra cambio, descubrimientos, desvíos y nuevos comienzos. Por esto mismo el matrimonio es una vocación, una alianza y un sacramento. Vocación porque Dios quiere que ahí me descubra, me desarrolle, me done y crezca como persona en el amor.  Alianza, porque se establece entre el hombre y la mujer una unión conyugal por la que ya “no son dos sino una sola carne” (Mt 19, 6; Gn 2,24) y sacramento con una singularidad propia en la que se da la acción de Cristo. San Josémaría escribirá que “el matrimonio es un signo sagrado que santifica, acción de Jesús que invade el alma de los que se casan y les invita a seguirle, transformando toda la vida matrimonial en un andar divino en la tierra” (Es Cristo que pasa, cit., nn.23-24)

No hay duda alguna que la infidelidad causa una herida grave al vínculo, sin embargo, para los que seguimos las enseñanzas de Cristo, no es causa para pensar en una separación, hacerlo, sería no reconocer el carácter de alianza o pacto que el mismo tiene. Se piensa así, cuando el dolor se vive desde el punto de vista psicológico meramente y que lleva al que ha sido víctima de una herida de esta naturaleza a encerrarse en sí mismo y poner todo su pensamiento, emoción y experiencia en el sí mismo, olvidando de esta manera, que desde el momento en que el sacerdote bendice la unión, ya no me pertenezco, sino que le pertenezco al otro con todo lo que ello implique.

Mi recomendación es que ambos se acerquen a Dios y a los sacramentos para que el ser psicológico no pese más que el ser cristiano. Recuerda que Cristo es la acción y para que El este realmente presente cada uno debe tener una comunión diaria con El. No basta con casarse, así como cuidas tu cuerpo, tu higiene y tus finanzas, así y más deberás cuidar tu vida con Jesús. Es necesaria la vida sobre-natural para abrazar esa cruz y cargarla. Para otorgar un perdón sincero y para iniciar un Nuevo comienzo. Vayan juntos al sacramento de la confesión, asistan a la misa diaria, rezen juntos el santo Rosario, hagan cada uno oración que según Santa Teresa “es la que nos evita grandes sufrimientos” (los sufrimiento psicológicos que nosotros mismos nos provocamos cuando no hay vida interior). Si luego de hacer todo esto, sigues teniendo problemas en cuanto a la curación de la herida busquen a un psicoterapeuta que crea en el evangelio y las enseñanzas de la Iglesia para los esposos. Un psicoterapeuta puede ser de mucha utilidad para que tu marido reconozca que lo que hizo “va mucho más allá que un error “ y que require de un profundo y comprometido trabajo hacia la reparación.

Pide por tu matrimonio a Santa Filomena y Patrona de los casos desesperados , a San José para que acerque a tu marido a Dios y a la Santísima Virgen para que les enseñe a perfeccionarse en el amor tal y como ella lo hizo.

Oración a Santa Filomena

¡Oh Gloriosa Santa Filomena, Virgen y Mártir!, ejemplo de fe y esperanza, generosa en la caridad, a Vos suplico, escuchad mi oración. Desde el cielo donde reináis, haced caer sobre mi toda la protección y auxilio que necesito en este momento en que mis fuerzas enflaquecen. Vos que sois tan poderosa junto a Dios, interceded por mi y alcánzadme la gracia que os pido (mencione la gracia que desea recibir).

¡Oh Santa Filomena!, ilustre por tantos milagros, rogad por mí. No me abandonéis, jamás dejéis de mirar como un rayo de esperanza sobre mí y mi familia. Apartad de mí las tentaciones, dad paz a mi alma y bendecid mi casa. ¡Oh Santa Filomena!, por la sangre que derramasteis por amor a Jesucristo, alcánzadme la gracia que os pido (repita ahora su petición).

Rezar un Padrenuestro, Avemaría y Gloria

Santa Filomena, ayúdadme a alcanzar la gracia. Te prometo que seré tu devoto y que manifestaré a otros necesitados lo milagrosa y bondadosa que eres. Amén.

Si quieres saber más de esta Santa de la Luz visita aquí: http://www.santos-catolicos.com/santos/santa-filomena.php

Sheila Morataya

 

Valores para profesores

Los valores que ayudan a todo educador a superarse personal y profesionalmente, para convertir el aula en una verdadera escuela de valores.

 Valores para profesores

Una de las actividades humanas con mayor trascendencia e impacto en la sociedad es, sin lugar a dudas, la labor docente. Por esto, es importante considerar que toda persona con las funciones de un profesor, tiene una responsabilidad que va más allá de transmitir únicamente conocimientos.

El maestro o instructor que ha logrado influir positivamente en las personas bajo su tutela -sin importar la edad de los alumnos o el área de desempeño-, seguramente debe el éxito de su trabajo, a la calidad humana que vive y hace vivir dentro y fuera del aula; desgraciadamente, el amplio bagaje cultural y de conocimientos muchas veces es insuficiente para realizar una labor educativa eficaz.

Objetivamente hablando, el profesor se encuentra en un escaparate donde su auditorio está atento al más mínimo detalle de su personalidad, por lo cual, tiene una inmejorable posición para lograr un cambio favorable en la vida de los demás.

Además de la elocuencia, el grado de especialización y el manejo de las herramientas didácticas, todo educador debe considerar como indispensable vivir los siguientes valores:

Superación

Posiblemente una de las palabras que más se utilizan en un centro educativo, es precisamente el superarse, y cada vez que un profesor dedica parte de su tiempo para lograr este cometido, todo su esfuerzo se traduce en acciones concretas, por ejemplo, aprende e implementa nuevas técnicas de enseñanza o utiliza el propio ingenio para el mismo fin; comenta temas de actualidad relacionados con su materia; comparte experiencias personales; sugiere y ofrece puntos de vista respecto a las lecturas, películas, espectáculos; posee conocimientos de historia y cultura general; busca relacionarse con las nuevas tecnologías: internet, e-mail y el chat para orientar sobre sus riesgos y beneficios… podría decirse que en su clase siempre hay algo nuevo que comentar.

El aspecto humano es un factor que no debe descuidarse, al menos deben tenerse nociones básicas de la filosofía del hombre, ética, relaciones humanas, etapas físicas y psicológicas en el desarrollo de los seres humanos, caracterología, etc. como herramientas indispensables.

La superación comprende el esfuerzo personal por mejorar en hábitos y costumbres, en otras palabras: conocer y vivir los valores humanos.

Empatía

Aunque la vocación para enseñar supone un genuino interés por los demás, son acciones concretas las que permiten vivir mejor este valor:

Se demuestra empatía al prestar la misma atención a todos los alumnos, exista o no afinidad; dedicando un par de minutos a charlar individualmente con cada uno de los discípulos, para conocer mejor el motivo de su inquietud, desgano, indiferencia o bajo rendimiento; ofrecer la ayuda, medios o herramientas necesarias para mejorar su desempeño, calidad humana o integración al grupo.

Por otra parte, las muestras de empatía pueden ser tan simples como sonreír, felicitar por el esfuerzo continuo o un trabajo bien realizado; con palabras de aliento para quien tiene mayores dificultades; reforzando las actitudes positivas; poner al corriente a quien estuvo enfermo, implementando las estrategias y elementos necesarios para lograr un mejor aprendizaje.

Lo mismo sucede al corregir con serenidad y comprensión, y en la medida de lo posible, sin poner en evidencia delante de los demás; controlando la impaciencia, el enojo y hasta el mal humor provocado por circunstancias ajenas y personales.

La empatía exige un esfuerzo cotidiano por superar el propio estado de ánimo, la poca afinidad con determinadas personas, las preocupaciones, el cansancio y otros tantos inconvenientes que afectan a los seres humanos. Por tanto, este valor permite hacer un trabajo con mejor calidad profesional y humana al mismo tiempo.

Coherencia

Todo profesor representa autoridad, disciplina, orden, dedicación y verdadero interés por las personas, y partiendo de esta base, el ser coherente supone trasladar a la vida personal las mismas actitudes que se exigen en el salón de clase.

Por ejemplo, es fácil pedir que los alumnos cumplan con sus trabajos a tiempo, completos, en orden y con pulcritud, pero esto exige revisar, corregir, hacer observaciones por escrito y entregar resultados con la misma puntualidad solicitada.

Lo mismo sucede con el vocabulario, las posturas, el arreglo personal, hábitos de higiene y la relación personal que se vive con los demás: amable, respetuosa, comprensiva… La actitud que toman los alumnos a la hora de clase, muchas veces es el reflejo de la personalidad del profesor; si se desea que maduren, sean responsables y educados, el ejemplo es fundamental.

De igual forma, ser coherentes comprende el cumplir con las normas establecidas por la institución: planeación, elaboración de material, seguimiento de un programa, cubrir objetivos según el calendario, participar en las actividades extraescolares, etc.

Recordemos que para exigir a los demás, es indispensable tener disciplina en la vida personal y profesional.

Sencillez

Posiblemente uno de los valores que mejor decora y ennoblece el trabajo de un educador es la sencillez, porque permite reconocer en su labor una oportunidad de servicio y no una posición de privilegio para tener autoridad o un estupendo escenario para hacer gala de conocimientos.

Las circunstancias ponen al profesor delante de personas que necesitan de su intervención, pero la soberbia y el egocentrismo dificultan la comunicación y el correcto aprovechamiento. Lo mejor es impartir la cátedra con la intención de aplicar toda la experiencia, conocimientos y recursos buscando un mejor aprendizaje.

Conviene aceptar que el conocimiento propio tiene un límite y se vive en constante actualización; es muy significativo y otorga mucho prestigio, reconocer que algún aspecto del tema se desconoce, pedir oportunidad para investigar y tratar el asunto en una sesión posterior. Es preferible esto, a ser sorprendido mintiendo.

En este mismo renglón, conviene encontrar en las críticas una oportunidad para mejorar personalmente, así como aceptar los errores personales, rectificar y pedir disculpas, si es el caso.

La sencillez también se manifiesta al compartir con otros profesores la experiencia docente, dando consejos y sugerencias que faciliten a los demás su labor. De la misma manera, la docilidad con que se sigan las indicaciones institucionales, la apertura a nuevos procedimientos o la colaboración en cualquiera de las actividades, son rasgos significativos de apertura y disponibilidad.

Lealtad

Desafortunadamente la falta de lealtad es una situación que se vive en todos los ámbitos sociales: murmuración, crítica, difamación y falta de honestidad.

Ser leal a una institución significa una completa adhesión a sus normativas, respeto por los directivos y trabajo en equipo con los colegas. Por supuesto que no siempre se estará de acuerdo con todo, pero habrá que distinguir la fuente de inconformidad para actuar acertadamente: si personalmente incomoda u objetivamente es un caso que requiere mayor estudio

Lo primero y fundamental es manifestar las inquietudes con las personas adecuadas. Falta a la lealtad quien desahoga críticas e inconformidades a espaldas de los directivos con los compañeros, los amigos, padres de familia e incluso con los alumnos. Sea en forma individual o en conjunto con otras personas, estas actitudes son totalmente incorrectas.

Es obligación guardar toda confidencia respecto a las políticas y estrategias; movimientos del personal; decisiones directivas; situaciones personales de maestros y alumnos, a menos que afecten considerablemente la imagen y prestigio de la institución. No está de más recalcar que todo, absolutamente todo, debe consultarse con las personas indicadas para resolver cualquier género de circunstancias.

Alegría

Tal vez una de las figuras más atractivas es la del profesor entusiasta, siempre con una sonrisa dibujada, optimista, emprendedor; quien difícilmente se enoja, pero a la vez es estricto y exigente; disponible al diálogo; bromista pero respetuoso; capaz de comprender y dar un buen consejo…

Esta personalidad no es extraña ni ajena, pero a nadie se le ocurre pensar si tiene problemas, carencias o dificultades personales, mucho menos, preguntarse cual es la fuente de su alegría y serenidad.

Para lograr vivir este valor hace falta esfuerzo y madurez, es decir, dejar los problemas personales para el momento y lugar oportuno, nunca para desquitarse en el aula; concentrar toda la atención en lo que se hace: preparación, elaboración, exposición y conducción de la clase; buscar como ayudar a los demás a solucionar los problemas propios del aprendizaje; planear actividades diferentes: recorrido cultural, película, asistir a un evento, etc., o dedicar unos momentos a charlar con los colegas.

Si observamos con cuidado, la alegría proviene de una actitud de servicio, otorgando el tiempo necesario y los propios conocimientos para el beneficio ajeno. La satisfacción de cumplir con el deber siempre tendrá sus frutos, muchas veces sin aplausos, pero si con las muestras de aprecio, el agradecimiento de un solo alumno o simplemente con los excelentes resultados obtenidos.

No pensemos que es profesor sólo aquel que imparte clases a niños o jóvenes, también quienes participan en los centros de capacitación de las empresas y las instituciones con cursos especializados, por mencionar algunos.

La sociedad actual puede recibir un gran beneficio a través de profesores especializados en cualquier área del conocimiento, la técnica o la cultura, pero también hace falta ser un verdadero apoyo familiar, líder y ejemplo de integridad, honestidad, profesionalismo y de valores humanos.

 

Resucitados Resucitantes: la Resurrección de los muertos en la actualidad

 

Escrito por Diego Andrés Cristancho Solano

Publicado: 26 Mayo 2022

 

¿Cuándo ha sido medible la confianza? ¿Cuándo ha

sido demostrable el amor? Quien exija que su compañero le

“demuestre” su amor, en aquel momento lo echa todo

a perder. Quien exige que se le demuestre la

resurrección (pues también él “querría creer” en la

resurrección de Jesús) comete el mismo trágico error.

Gerhard Lohfink [1]

Introducción

La resurrección se ha entendido, en algunos casos, como milagro que justifica la fe; pero esto no es así: ella constituye el núcleo central de la fe cristiana que está resumida en la frase de San Pablo de “si Cristo no ha resucitado, es vana nuestra proclamación, es vana nuestra fe” (1Co 15, 14). La resurrección es la forma como el cristianismo ha asumido la esperanza en que todo no acaba con la muerte. Si bien todos sabemos que en algún momento vamos a morir, la pregunta por lo que sucederá después de este evento sigue acompañando al ser humano. Este se resiste a desaparecer, a pensar que la vida tendrá un final negativo, y por esto, desde tiempos antiguos, las grandes civilizaciones y las grandes religiones han buscado la manera de dar un sentido global a la existencia humana. La mayoría de las religiones, entre sus enseñanzas, sigue transmitiendo la esperanza en una vida más allá de la muerte. Esto se ha visto reflejado, a lo largo del tiempo, mediante los rituales funerarios, los mitos y algunas normas éticas para la vida con relación a la muerte.

El cristianismo no es ajeno a esta realidad y la pregunta por lo que nos aguarda después de la muerte sigue siendo una cuestión por explicar. En las últimas décadas ha habido avances importantes en los estudios sobre la resurrección; sin embargo, sigue existiendo un vasto terreno que reclama por nuevas formulaciones iluminadas por las diversas configuraciones culturales de la humanidad.

En el presente trabajo intentaremos ilustrar, en primer lugar, la comprensión que el pueblo de Israel tenía sobre la resurrección de los muertos; en segundo lugar, cómo se empieza a elaborar una nueva comprensión a partir de la resurrección de Jesús; en tercer lugar, el desarrollo histórico que la doctrina sobre la resurrección de los muertos ha tenido, empezando por las primeras comunidades cristianas, pasando por los padres de la Iglesia y otros desarrollos posteriores. Finalmente, buscaremos mostrar cómo es posible hablar de resurrección de los muertos hoy, con un lenguaje cercano y comprensible para nuestros contemporáneos.

1.           la resurrección en el pueblo de Israel

En la tradición israelita, fuente de la que bebe el cristianismo, la comunión con los muertos es el escenario desde el cual se comprende la resurrección. El pueblo de Israel entiende que los vivos son la referencia de dicha comunión, pues por medio de su descendencia y de sus acciones en vida ellos están integrados al destino del pueblo histórico. No obstante, lo definitivo en el escenario israelita es la comunión con Dios, de los justos que han muerto, para lograr la comunión con el pueblo elegido. Para Occidente, es posible que esta concepción resulte un tanto extraña, porque al explicar la realidad humana nuestra tendencia es más bien disgregadora, separadora e individualista, y no de comunión.

Ahora bien, la esperanza del pueblo de Israel no era la abolición de este mundo y la instauración de uno nuevo, sino la renovación y transformación definitiva de las realidades de opresión, injusticia y esclavitud. Esta experiencia la fue expresando y simbolizando por medio del reinado o soberanía de Dios, reinado que no corresponde a ningún mundo espiritual, sino a este mismo mundo liberado y puesto en orden. Así, cuando se dé esa renovación del pueblo, tendrá lugar la resurrección real de los muertos, pues ellos participarán también de la liberación definitiva.

La resurrección tiene que incluir una renovación de la existencia completa del hombre, criatura del Dios creador, y de toda su historia, con todo lo que ha vivido con manos y con corazón, y en comunión con el grupo humano y con la creación en la que ha estado asentada su existencia [2].

Lo dicho es necesario si queremos hablar de la comprensión de la resurrección de los muertos en el cristianismo. Primero, porque esa fue la tradición por la que estuvo marcado Jesús de Nazaret. Segundo, porque el cristianismo antiguo asumió algunas de las formas en las que el pueblo judío interpretaba la resurrección. Y tercero, porque conviene tener una idea de la comprensión que se pretende superar después del acontecimiento Jesucristo.

No hay duda de que el cambio en la comprensión de la resurrección introducido por el cristianismo se debe a la resurrección de Jesús experimentada e interpretada por sus primeros seguidores; pero ellos no parten solo del acontecimiento en sí, sino que cuentan también con la comprensión que el mismo Jesús, por medio de su predicación, ya había mostrado (Mc 12, 18­27).

Si no hay conexión entre los actos y las palabras, entre lo sucedido y la reflexión sobre ello, las palabras quedarán en el aire y no corresponderán con ninguna realidad. “Solo porque el acontecimiento tenía ya a partir de él una palabra es que se lo podía seguir transmitiendo en palabras [3]. “En efecto, las palabras y el lenguaje con el que contamos no pueden agotar todo el sentido y significado de un hecho que no se puede demostrar empíricamente. Esto no quiere decir dejar de buscar formas de comprensión que nos resulten cada vez más aceptables y convincentes, dado que las utilizadas hasta ahora parecen ser todavía muy lejanas e incomprensibles para las personas de hoy. Y esto habrá que hacerlo, sin alejarse o desconocer el testimonio que nos brinda la Escritura.

2.           Resurrección de Jesús y realidad actual

Hablar de la resurrección de los muertos, en la actualidad, no solo exige la capacidad para comprender el lenguaje metafórico con que ella se expresa a lo largo del Nuevo Testamento, sino el reconocimiento de las dificultades que aparecen a la hora de comunicar un acontecimiento y una experiencia que está por encima de lo que el mundo humano puede conocer. La tumba vacía (Mc 16, 1­8), las apariciones (1Co 15, 3­8) y el sentimiento de una presencia que actuaba en ellos fue la manera que encontraron los primeros creyentes para interpretar la experiencia que habían tenido del Resucitado.

Sin embargo, la resurrección no es solo una metáfora. Se trata de una categoría teológica que abarca tanto el presente como el futuro; una categoría que brota de la cultura hebrea y de su manera de entender el mundo; por eso la dificultad nuestra, al estar influenciados por la cultura griega, para entender en profundidad su sentido. Al resucitar, lo que ocurre es una verdadera metamorfosis: “…es un evento que no podemos captar con los ojos de nuestro cuerpo o con la razón, sino que solo puede confesarse mediante la experiencia de fe [4].” De ahí las diversas formas como se ha expresado esta realidad: exaltación, glorificación, elevación, ascensión al cielo, reivindicación.

A lo largo de la historia ha habido diversas maneras de entender y ver el mundo, y nuestra época no es la excepción. Los cambios culturales que han llevado a la desacralización, desmitificación y al reconocimiento del funcionamiento autónomo del mundo según sus propias leyes, nos exige realizar una lectura nueva de los datos [5]. Por ejemplo, hoy en día prácticamente nadie acepta la ascensión o el relato de la tumba vacía como algo que ocurrió efectivamente, pues resulta absurdo; de la misma manera, la creación y la revelación no se entienden como intervención o manipulación de la historia por parte de Dios [6].

Las narraciones que hablan de la tumba vacía y de las apariciones no se pueden tomar al pie de la letra. Hay que entenderlas como relatos que corresponden a las confesiones de fe de los primeros cristianos. Por tanto, esas maneras de expresar la resurrección hablan de un acontecimiento histórico que vivieron los discípulos y del que dan testimonio mediante esos géneros literarios o metáforas. Habrá que enmarcarlas en un largo proceso de comprensión, que incluía además las características propias de las tradiciones oral y escrita, para dar testimonio de la resurrección de Jesús [7].

Si la resurrección de Jesús ha de ser verdaderamente conocida, solamente puede ocurrir en la fe. No hay otro acceso al Resucitado. Correspondientemente a esta verdad, cuando el acontecimiento de la resurrección es anunciado a otro, no se trata nunca de un probar, demostrar o convencer, sino simplemente de dar un testimonio, de un kerigma [8].

Por tanto, hablar de resurrección hoy implica aceptar su carácter trascendente y buscar los medios que nuestra cultura nos facilita para interpretarla de la mejor manera. No se trata de encontrar las pruebas que nos permitan decir si la resurrección ocurrió de este u otro modo, sino de lograr una visión de conjunto que resulte comprensible, compatible y convincente para nosotros.

La resurrección de Jesús, la verdadera resurrección, significa un cambio radical en la existencia, en el modo mismo de ser: un modo trascendente, que supone la comunión plena con Dios y escapa por definición a las leyes que rigen las relaciones y las experiencias en el mundo empírico [9].

Entonces, la resurrección ya no se considera como milagro o como hecho histórico verificable o demostrable. Esto no quiere decir que se niega su realidad, sino que se afirma que es una realidad que no es de este mundo, que no es empírica y que no se puede captar por medio de los sentidos ni por los métodos empleados por la ciencia o la historia tradicionales. Quizás solo podemos decir por ahora que se trata de un tránsito o de un nuevo nacimiento: este mundo sería el útero del que estamos saliendo o muriendo para pasar a una realidad nueva.

3.           Desarrollo histórico de la doctrina sobre la Resurrección

Como hemos afirmado en este escrito, la creencia en la resurrección de los muertos estaba ya presente en el pueblo judío cuando Jesús apareció en escena. Lo que va a ocurrir entonces no es una ruptura sin más de dicha concepción, sino una ruptura en la continuidad. La vida del Nazareno, su relación auténtica con Dios y su predicación contrastan con el final terrible de su muerte en la cruz; y esto solo podía ser superado con la fe de los creyentes en la resurrección: “Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él” (Hch 2, 24).

El Jesús presentado en los Sinópticos hará notar a sus contemporáneos que el Dios en el que ellos creen no es un Dios de muertos, sino de vivos; quizás sea el Evangelio de Juan en el que la resurrección contiene una mayor elaboración teológica. El cuarto Evangelio menciona de diversas maneras este acontecimiento:

Sé que resucitará en la resurrección del último día. (Jn 11, 24).

Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. (Jn 11, 25).

…porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán: los que hicieron lo bueno, resucitarán para la vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio. (Jn 5, 28­29).

La importancia de la resurrección deriva del hecho de que ella es la emergencia escatológica de la vida de Cristo, ahora misteriosamente oculta, aunque ya operante, en los creyentes [10].

En la doctrina paulina la resurrección es tema central. La problemática vivida por el Apóstol con la comunidad de Tesalónica respecto de aquellos hermanos que ya han muerto lo lleva a afirmar que, así co­ mo Dios resucitó a Jesucristo, “de la misma manera, Dios llevará con Jesús a los que murieron con él” (1Ts 4, 14). Con ello, Pablo establece la conexión entre la resurrección de Jesús y lo que depara a los difuntos.

La resurrección escatológica suprime la diacronía del proceso histórico, las diferencias temporales que separan a los cristianos, y reconstruye la comunidad de los creyentes según la totalidad de sus miembros para la hora triunfal de la parusía [11].

Retomamos el pasaje citado al inicio (1Co 15, 14), no solo por ser el centro de la fe cristiana, sino porque también es el centro de toda la teología paulina sobre la resurrección. Para Pablo, la resurrección habla de una salvación encarnada y escatológica. Frente a la pregunta de los corintios por el tipo de cuerpo con el que resucitarían los muertos, les subraya que no se puede dejar de lado el carácter somático de la existencia resucitada y les muestra las diversas formas de corporeidad existentes (1Co 15, 39­44). Nuevamente,

…la fe en la resurrección implica una dialéctica entre continuidad y ruptura, identidad y mutación cualitativa; el sujeto de la existencia resucitada es el mismo de la existencia mortal, pero no es lo mismo; ha experimentado una profunda transformación. […]. Toda la existencia cristiana ha sido un proceso de asimilación, conformación, transformación en, a, con Cristo [12].

Pablo da un paso más en la presentación de su doctrina sobre la re­ surrección. Considera que ninguna persona resucita de forma individual o privada, sino que lo hace como miembro del cuerpo de Cristo resucitado (1Co 6, 15). El cuerpo de Cristo es realmente el sujeto de la resurrección, y no estará completo hasta cuando todos los que lo integran hayan resucitado. Así, “se comprende bien por qué la resurrección ha de ser un evento escatológico: habida cuenta de su índole comunitaria, eclesial, corporativa, no puede producirse, en rigor, hasta que el número de los miembros de Cristo esté completo” [13].

La tendencia que se da en los padres de la Iglesia corresponde a un esfuerzo por defender este artículo de fe. Las energías se concentran en responder a todos los que rechazan la resurrección, tanto al interior de la Iglesia como las críticas provenientes de los intelectuales de la época; y principalmente, a la cuestión del cuerpo con que resucitaría la persona. Desde Justino hasta Agustín, pasando por Orígenes, las explicaciones frente a la resurrección fueron variadas; sin embargo, se la presentó siempre como la manifestación del poder creador de Dios. Y respecto del problema de la identidad del cuerpo, trató de dejarse claro que se trataba del mismo cuerpo, pues de lo contrario no se puede decir que sea el mismo ser humano el que va a ser salvado.

A lo largo de la historia la Iglesia ha seguido afirmando la resurrección de los muertos en las profesiones de fe de los concilios. La ha presentado como hecho escatológico, pues tendrá lugar al final de los tiempos; como evento universal, pues se trata de la resurrección de todos los varones y mujeres; y como concepto que incluye la identidad somática; es decir, no se contenta con admitir que resucita un cuerpo humano, sino que es necesario creer que se trata de la resurrección del mismo cuerpo humano [14].

Estas comprensiones e interpretaciones, junto con las respectivas categorías que utilizan, si bien son válidas y han respondido a contextos y situaciones particulares, hoy en día resultan poco convincentes y claras. Por esto se hace menester buscar nuevas maneras de explicar este hecho. La resurrección corporal de Jesús no debe reducirse a la esfera personal. En el lenguaje bíblico, el cuerpo no hace referencia a una sustancia material, sino abarca la totalidad de la persona que se relaciona con los otros, con el mundo, con la historia y con lo totalmente otro. Así, la resurrección de Jesús se entiende necesariamente como un acontecimiento social y cosmológico.

No corresponde a la felicidad privada de una persona independiente, sino es un suceso en el que Jesús “incluye a sus hermanos los hombres, junto con su historia y con el mundo que es la ‘obra’ de ellos, en la consumación de la nueva creación” [15]. Jesús es el primero, mas no el único: todos resucitamos como miembros de un mismo y único cuerpo, que es el cuerpo de Cristo.

La resurrección –como ya sabemos– no consiste entonces en el retorno de un muerto a la vida, para que viva mejor. Resucitar es nacer al amor que ya está presente en nosotros; es entrar en intimidad con Dios, de manera que podamos dar pleno sentido a esta misma vida. “Vivir como resucitados” implica que estamos salvando la historia al hacer bien la tarea; es decir, que estamos transformando las realidades desordenadas en dinámicas de solidaridad y de perdón [16]. En este sentido, posiblemente podemos lograr la conexión que esperamos entre esta historia y la vida futura después de la muerte.

Para el cristianismo, a diferencia de las propuestas presentadas por otras corrientes religiosas o seculares, la fe en la resurrección no ve en la muerte algo negativo, y tampoco la niega, la apacigua o la contrarresta. En cambio, no da a la muerte la última palabra, sino que ante ella predominan el poder y el amor infinitos de Dios para con el ser humano. Lo que la fe promete y espera es la resurrección, y no una respuesta al instinto biológico de supervivencia.

El varón y la mujer no son un compuesto de piezas a la manera de un rompecabezas (cuerpo + alma + espíritu = ser humano), sino son seres complejos que se comprenden como totalidad, como unidad, no solo en tanto seres humanos sino en tanto criaturas. Así, entendemos lo afirmado por Moltmann: “La salvación es la sanación de la creación entera y de todas las criaturas. […] Sin la salvación de la naturaleza tampoco puede darse una salvación definitiva del ser humano, pues los seres humanos son seres naturales” [17]. Por eso, con la resurrección de Cristo se entiende no solo el lado personal de la resurrección, sino que se empieza a visualizar una nueva creación, un futuro en el que ya no habrá muerte.

La resurrección y la vida eterna son promesas de Dios para los seres humanos de esta Tierra. Por eso tampoco una resurrección de la naturaleza conducirá al más allá, sino al nuevo más acá de la nueva creación de todas las cosas. Dios no salva su creación llevándola al Cielo, sino que renueva la Tierra. […] Esto obliga a todos cuantos esperan la resurrección a permanecer fieles a la tierra, a cuidarla y a amarla como a sí mismos [18].

Si bien la resurrección del varón y de la mujer no solo abarca la esfera personal, sino también el entorno vital en el que él y ella existen, hay una responsabilidad del ser humano de hacer que en el “aquí y ahora” de su vida se empiecen a sentir destellos de la nueva creación que se promete y se espera. El ser humano está llamado a sanar lo que en el mundo se encuentra roto y enfermo, al saber que la salvación definitiva vendrá al final de los tiempos.

4.           ¿Cómo  hablar  hoy  de  resurrección  de  los  muertos?

Estas comprensiones sobre la resurrección, que abarcan la dimensión individual y la colectiva y cósmica, necesitan hoy lenguajes nuevos y experiencias nuevas: ser traducidas como compromisos históricos y respuestas a los desafíos de la realidad. De ahí que hablar de resurrección hoy sea equivalente a hablar de justicia social, de las víctimas, de la no explotación por parte de los más poderosos, de igualdad, de no exclusión o marginación, entre otras realidades que constituyen la vida que realmente queremos vivir en este mundo.

En este sentido, la resurrección también se comprende como un gran proceso de transformación que se va dando por medio de las opciones libres y responsables que hacen las personas. La resurrección se sitúa en lo cotidiano de la vida, que exige tomar postura frente a la realidad. Esto puede llevar a la persona por dos caminos claramente definidos:

-         El primero es el resultado de la opción que se hace cuando se acude al poder, a la explotación de las fuentes de vida que hay alrededor para la supervivencia personal, y a la satisfacción de los intereses propios.

-         El segundo está basado en la predicación y en la práctica de Jesús, y apunta en sentido opuesto. La preocupación no consiste tan solo en la supervivencia personal, sino en la supervivencia de todos; y no se trata de satisfacer el interés individual, sino que invita al reparto de los recursos y de la propia vida [19].

Este último camino es en el que está enmarcada la resurrección: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mi causa, la encontrará” (Mt 16, 25).

La fe en la resurrección es un claro “sí” a la vida. Es la inscripción en una dinámica que no solo incluye la evolución biológica y la realización del ser humano, sino el progreso de toda la creación. El varón y la mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios, esto es, para la vida y no para la muerte; “y las otras cosas sobre la haz de la Tierra han sido criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado” [20]. En otras palabras, la fe en la resurrección es seguir optando por la prolongación de la historia, “no es realidad solitaria, posesión exclusiva, es compartir, comulgar con la vida del universo y con la de los demás hombres” [21].

Es importante recordar en este punto la experiencia del bautismo, pues en ella se da un doble movimiento: somos sepultados, pero también somos resucitados con Cristo. Esta comprensión genera un cambio de mentalidad que lleva a considerar la resurrección como la participación en una vida nueva. Es un hecho que empieza a ser cierto “ya”, con la adopción de nuevas actitudes y prácticas que nos llevan a perder el miedo a la muerte y a compartir completamente nuestra vida, sabiendo que la plenitud final solo se alcanzará cuando todos hayamos resucitado, es decir, cuando todos nos hayamos transformado. En palabras citadas por Márcio Fabri: “…resucitar es descubrir, más allá de la muerte, una vida nueva, que comporta nuevas relaciones entre los hombres y entre los hombres y Dios” [22].

El desafío está en cómo establecer esas nuevas relaciones cuando lo que vemos diariamente son dinámicas humanas que dan muerte a los pobres y a la mayoría de las personas que se transforman y que buscan transformar lo que hay de negativo en la creación. Por tanto, aquí no hay que olvidar el sentido de justicia que también tiene la resurrección de Jesús. Él no murió de forma natural tras vivir un cierto número de años, sino como víctima inocente; y su resurrección no consistió en dar nueva vida a su cadáver, sino en haber recibido justicia de parte del Padre. Así, es posible tomar el testimonio primitivo que aparece en la Escritura: “Dios lo ha resucitado”, para aplicarlo a las víctimas de la historia: Dios las ha resucitado. Ir en contravía de las dinámicas que generan muerte, aumentará sin lugar a dudas las posibilidades de morir en este mundo; cuestionar “el sistema” o vivir en él, sin seguir sus “reglas”, nos convertirá en personas indeseadas para la sociedad. Por tanto, si la resurrección del Crucificado es cierta, la esperanza para las víctimas está garantizada.

Ahora bien, ¿cómo podemos vivir “ya” como resucitados? ¿Cómo aplicar el testimonio de los primeros cristianos, igual que lo hicimos antes con las víctimas, de manera personal, para poder decir “Dios me ha resucitado”? Jon Sobrino propone tres formas de lograrlo:

-         La libertad que vence al egocentrismo.

-         El gozo que vence al sufrimiento.

-         Y la justicia y el amor para bajar de la cruz a los crucificados [23].

Entonces, en la medida en que nos vamos dejando habitar, llenar y transformar por Dios, en la medida en que vamos estando abiertos a su acción salvadora y liberadora, vamos resucitando. Empezamos a comprender y a experimentar que, al servir a los demás, no estamos muriendo sino naciendo a una forma de ser y de vivir en la que no se elimina el sufrimiento, pero se supera la tristeza al celebrar la alegría de caminar juntos; y ese servicio no solo permitirá vivir y experimentar la resurrección propia, sino también la resurrección de otros y otras.

Hablar sobre resurrección hoy implica entonces hablar sobre un compromiso histórico con el que no es fácil comprometerse. No se trata solo de asumir las actitudes y las acciones que el Espíritu nos va suscitando, sino de buscar nuevas formas que lleven al mejoramiento de la calidad de vida de las personas: de seguir luchando por erradicar la pobreza, la desigualdad, la violencia, la marginación que generan las dinámicas actuales de la sociedad.

Vivir como resucitados o “amenazados de resurrección” es no acomodarse, no perder la esperanza, no seguir reproduciendo las estructuras opresoras y alienantes de la sociedad. Si no nos sentimos invitados a vencer el individualismo y a encontrarnos los unos con los otros para construir comunidades fraternas y solidarias, entonces la posibilidad de resurrección irá disminuyendo [24].

Muchos de nosotros conocemos personas que han vivido experiencias límite, bien sea por enfermedad o porque han sufrido un accidente. En la mayoría de casos, tales experiencias han llevado a esos individuos a cambiar su estilo de vida; han caído en cuenta de muchos detalles que antes les pasaban desapercibidos, sienten que se les ha regalado una segunda oportunidad, han descubierto nuevas razones para amar y para vivir de un modo más pleno…

En otras palabras, viven como si hubieran resucitado. Y esto los lleva a realizar acciones concretas: son solidarios con los más necesitados, son más críticos del poder que oprime a los débiles, son más libres y transmiten su esperanza a quienes no ven salidas y sufren [25]; y lo hacen porque se han sentido amados y amadas por Dios; han sentido la fuerza y el impulso del Espíritu que libera.

Conclusión

La muerte sigue siendo el final de esta vida terrena, y un final por explicar. A lo largo del tiempo y de la historia se la ha comprendido e interpretado de diversas maneras, pero siempre queda la insatisfacción con lo expuesto. Esto se debe, en buena parte, a la finitud propia de la condición humana, que solo posee un lenguaje limitado para expresar acontecimientos históricos no verificables ni demostrables empíricamente, pero sobre los cuales se tiene certeza.

El pueblo de Israel entendió la resurrección como dinámica de transformación total de la persona y de comunión plena con el grupo; dinámica que llevaría en últimas a la transformación de la sociedad. El cristianismo, al partir de esta base, afirmará que la resurrección es la acción gratuita de Dios que quiere salvar toda la realidad. No es una cuestión privada o individual, sino un acontecimiento colectivo: resucitamos como miembros del cuerpo de Cristo.

A lo largo de este artículo, hemos tratado de explicar que, en la medida en que morimos al mundo, a las dinámicas negativas de exclusión, marginación, individualismo, injusticia y opresión, estamos resucitando y haciendo resucitar a otros y a otras a una nueva vida, a una creación que se funda en relaciones de inclusión, acogida, fraternidad, justicia y solidaridad; a una creación fundada en el amor.

Sin embargo, sabemos que la plenitud de esa nueva creación solo se alcanzará al final de los tiempos. Las limitaciones propias de las criaturas finitas no pueden eliminar nuestra tendencia a desviarnos de vez en cuando del camino. Por eso, solo resucitaremos plenamente cuando todos alcancemos la libertad total, cuando todos nos hayamos transformado y configurado completamente con Cristo; es decir, cuando después de la muerte, por medio suyo, nos unamos definitivamente al Padre.

Diego Andrés Cristancho Solano, dialnet.unirioja.es/

Notas:

  Lohfink, “La resurrección de Jesús y la crítica histórica”, 141.

  Vidal, La resurrección en la tradición israelita, 56.

  Ratzinger, Escatología, 133.

  Barbaglio, “Jesús resucitado”, 64.

  Concilio Vaticano II, “Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo de hoy” No. 36.

  Idem, “Constitución dogmática Dei Verbum sobre la divina revelación” No. 2.

  Lohfink, La resurrección de Jesús y la crítica histórica, 133.

  Ibid., 140.

9   Torres Queiruga, Repensar la resurrección. La diferencia cristiana en la continuidad de las religiones y de la cultura, 315.

10    Ruiz de la Peña, La pascua de la creación. Escatología, 151.

11    Ibid., 152

12    Ibid., 155.

13    Ibid., 156.

14    Ibid., 165

15    Kehl, “Eucaristía y resurrección. Una interpretación de las apariciones pascuales durante la comida”, 240.

16    Moingt, Despertar a la resurrección, 55.

17    Moltmann, “Resurrección de la naturaleza. Un capítulo de la cristología cósmica”, 86.

18    Ibid., 93­94.

19    Ver Dos Anjos, La resurrección como una vida nueva, 101.

20    De Loyola, Ejercicios espirituales [23].

21    Moingt, “Despertar a la resurrección”, 58.

22    Dos Anjos, “La resurrección como el proceso de una vida nueva”, 103.

23    Ver Sobrino, “Ante la resurrección de un Crucificado. Una esperanza y un modo de vivir”, 115.

24    Támez, “El desafío de vivir como resucitados”, 125­126.

25    Ibid., 129­130.

 

La abolición del embrión

C.S. Lewis distinguió dos formas de aproximarse a la realidad: tratarla como objeto o como misterio. Un objeto es algo que se puede conocer en su totalidad, desgajándose en partes reductibles para un análisis del que nada escapa. El misterio, por el contrario, es lo que define a la persona, de la que mucho puede vislumbrarse, pero nada adivinarse, siendo inasequible a una comprensión absoluta.

En este sentido, el autor británico se dirigió a los científicos contemporáneos, advirtiendo de que había algo en su práctica que los unía a la magia, separándolos de la sabiduría de épocas anteriores. “Para los sabios de antaño, el principal problema era cómo conformar el alma a la realidad y la solución había sido el conocimiento, la autodisciplina y la virtud. El problema para la magia y la ciencia aplicada es cómo someter la realidad a los deseos de los hombres”, sostuvo el escritor británico en La abolición del hombre.

Un error de las ideologías totalitarias (que acampan a sus anchas en la ciencia) consiste precisamente en negar el misterio y, por tanto, desterrar la posibilidad del conocimiento. Así se evidencia en el debate que ha vuelto a poner sobre la mesa la investigación de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF). El estudio se ha presentado y destaca que en España hay registrados más de 668.000 embriones que permanecen congelados y almacenados en clínicas de reproducción asistida. La bióloga que lidera el mantenimiento de los embriones ha sido quien, en declaraciones recogidas por algún diario, aboga por un cambio legislativo que abra la puerta a que estos sean destruidos, pasado un tiempo.

José Morales Martín

 

La soledad se dobla entre los jóvenes

La soledad es otra pandemia en Europa. Uno de cada cuatro europeos se siente solo. El coronavirus ha aumentado el problema. En España no estamos mejor, más del 21% de los españoles se sienten solos y carece de un grupo de amigos. Además, el sentimiento de soledad se dobla entre los jóvenes.

El problema de la soledad se ha convertido en un problema de salud pública. Pero también puede llegar a convertirse en un problema político. La soledad no es buena para la democracia. Si se repasan los regímenes que no respetaron la libertad en el siglo XX destaca que fueron dictaduras que destruían las instituciones ciudadanas. El Estado lo era todo, las personas se mantenían alejadas las unas de las otras. Era difícil compartir proyectos creativos o productivos. La gente tenía miedo de hablar entre sí. El terror solo puede gobernar de forma absoluta cuando los hombres están aislados. ¿La grave soledad, especialmente entre los más jóvenes, puede facilitar a medio plazo, además del sufrimiento de los solos, la aparición de regímenes totalitarios?

Jesús Domingo Martínez

 

Sufrimos por solidaridad

Que todos sufrimos con Ucrania es innegable. La solidaridad en el mundo es, muchas veces, ejemplar. Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, es un presidente valiente, que no ha dejado de estar al frente de su país, que está dominando la “batalla de la comunicación” con iniciativa y medios apropiados, y, de no haber estado él de presidente sino alguien acomodaticio o cobarde ante las exigencias de Rusia, Putin hubiera logrado su objetivo de en tres días conquistar Kiev, poner un gobierno títere o la anexión total del país, no solo el sur y sureste, que parecen ser los objetivos actuales de Putin.

Todos sufrimos con Ucrania, porque nadie puede descartar que Putin siga con su locura bélica en otros países. Todos sufrimos porque la guerra de Ucrania tiene un final imprevisible: a fecha de hoy, Rusia no gana, Ucrania tampoco, aunque resiste mucho más de lo que Rusia esperaba. La resistencia ucraniana es a prueba de acero y bombas, con focos de admiración y horror, sin saber todavía los miles de muertos que ha habido o hay.

Todos sufrimos, por solidaridad, por repercusiones evidentes en la economía de todos los países europeos, por los 6 millones de refugiados –con Polonia de modo especial en esa labor de acogida-, y porque las locuras de Putin pueden ser mayores, a la vista de esta invasión injustificada y cuyo final es muy imprevisible. Al escuchar a Zelenski que no cederán ni un palmo de terreno de Ucrania, quienes pensaban que a Putin se le podía dar una salida a este fracaso militar en que se ha convertido para Rusia esta invasión militar ya no saben a qué atenerse. Con los locos y dictadores megalómanos es imposible hacer cálculos.

Domingo Martínez Madrid

 

Con flores a porfía

"Con flores a porfía, con flores a María, que madre nuestra es": muchos, yo sí, hemos cantado de pequeños esas estrofas para honrar a la Virgen María, especialmente en el mes de mayo que este año se nos acaba. Y sin saber eso de “con flores a porfía”, que el Diccionario define como actuar “con emulación y competencia”, es decir, a ver quién lo hace mejor. Una ilusión de amor.

Durante el mes de mayo el mundo católico mira a la Virgen María, la misma en cualquier advocación, en quien vemos ensalzada la condición humana sin pecado y la belleza de la virtud, algo que no todos llegan a comprender ahora por tener los sentidos estragados con tantos estímulos gráficos, ruidosos, materialistas... Sin embargo todos los pueblos veneran alguna imagen de la Virgen con una advocación local, algo que habla de las raíces y frutos cristianos de Europa y de la misión evangelizadora de la Iglesia.

Porque todos, hombres y mujeres, sentimos el anhelo de belleza, de bondad, de verdad, que viene a ser lo mismo, como intuye el corazón y vislumbra la filosofía. De ahí que recrearnos con las imágenes de la Virgen viene a ser como un colirio para nuestras enfermedades visuales y de pensamiento. Y se entiende perfectamente que desde el principio los artistas hayan plasmado la belleza ideal de María en cuadros de Guirlandaio, Fray Angélico, o Velázquez, sin olvidar las imágenes románicas llenas de expresividad, las Vírgenes blancas del gótico, o las maravillosas obras de Cano o Salvador Carmona. También las “inmaculadas” de Murillo tan famosas como piadosas, representando a la Virgen María muy joven y de gran belleza. Todas ellas son como un antídoto contra el feísmo que querría instalarse como algo normal en el arte, la estética, o la moda.

Pascal afirmaba que el corazón tiene sus razones que la inteligencia no entiende, dado que el ser humano es un misterio abierto al infinito, capaz de grandezas y miserias en un mismo corazón. Pablo de Tarso invitaba a los creyentes a meterse en el corazón de Cristo para conocer el amor de Dios y reconocerse como hijos de Dios: “Que Cristo habite en vuestros corazones por la fe -escribe-, enraizados y fundamentados en la caridad, para que podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo que supera todo conocimiento, para que seáis colmados de toda plenitud de Dios”.

Jesús Martínez Madrid

 

“B I C H O S”

 

                                Vean en el diccionario de la “RAE” la definición de bicho y elija la que crea más conveniente, para aplicarla a cada uno de los que yo refiero hoy.

                                Bicho asqueroso, repelente, indeseable y que no merece haber nacido, es un tal, Wladimir Putin, que se nos muestra en escenarios lujosísimos y resguardado de todo ataque, pues teme ser atacado; cuando su lugar apropiado, sería la peor cuadra inimaginable, para el peor de “los jumentos”, reales o de las fábulas; y todo ello debido a cuanto ya ha cometido de asesinatos, individuales o en masa, la destrucción de bienes, viviendas, campos de cultivo y todo cuanto ha provocado de subidas de precios y miserias, que estamos pagando millones y millones de indefensos habitantes de este planeta llamado Tierra; y lo que sigue provocando sin el menor remordimiento por su parte y mucho menos, el reconocimiento de sus crímenes. Y además tiene consentidores, adeptos, e incluso quienes “le bailan el agua”, o dicho en idioma español; “le hacen la pelota”, lo que nos dice “la clase de bichos que son”.

                                Bicho igualmente repelente e indigno de haber nacido; y aunque haya sido matado a tiros;  ese asesino que ha cometido una veintena de asesinatos, en un lugar de Texas, donde tuvo tiempo de realizarlo, por cuanto, “otros bichos o bichejos cobardes”, que teniendo la obligación de haber entrado a impedirlo mucho antes; el miedo a perder  su pellejo, les hizo remisos y esperaron resguardados, hasta que ya no pudieron más y entraron, cuando la masacre ya estaba consumada. No arriendo los remordimientos, que han de sentir, primero “los padres del bicho asesino” y demás responsables, de mantener una sociedad en un grado de mucha menor violencia, en la que viven en Estados Unidos, amén de otros muchos países de este pobre mundo, que marcha sin direcciones y ejemplos que emulen unas masas “ya locas” y desquiciadas en grado tan “sumo”, que no encuentro hoy palabras para definirlo o detallarlo mejor. Dejo ello a quién esto lea y que medite en lo que digo, quiero decir o dejo de decirlo.

                                Pobres “bichos” (entre los que no dudo en incluirme por impotencia como tantos otros) los que tras esta masacre “texana” (que es una más de las innumerables que se dan en ese país que presume de civilizado) han efectuado, las parafernalias y “alardes” de llantos y lamentos, lágrimas de cocodrilo o de las otras que siente el corazón; decorando con cruces y flores, lugares determinados, pero que todo ello no sirve para otra cosa, que para mostrar las impotencias, cuando no, “las rabias”, de quienes no podemos decir otra cosa, que… “¿porqué… para qué… qué vendrá después?

                                Al final y reitero; “pobres bichos todos”, que “tirados aquí en este inmenso penal sideral y sin saber qué pecado o pecados cometimos”; venimos padeciendo las terribles secuelas, que como crónicas pandemias o enfermedades, posiblemente hemos producido en conjunto, la inconmensurable, “masa de bichos”, nacidos continuamente aquí y durante ni se sabe con exactitud los siglos, o “eones”, que fueren; y a los que por cuanto nos dice, “nuestra horrible historia”, estamos condenados a seguir sufriendo, por esos siglos que se dice por los siglos… amén”.

                                Hoy pensaba dedicar mi artículo diario a “otros infinitos bichos”, que la Creación hace nacer y morir, sobre todo en las profundidades marinas, donde y debido a “las muy altas tecnologías”, ese hombre privilegiado y que como un profeta de la naturaleza nos hace ver, lo que ya en su tiempo, empezó a hacérnoslo ver, nuestro profeta muerto en pleno servicio como tal y que se llamó, Félix Rodríguez de la Fuente (1). Anterior en mucho tiempo fue David Attenborough (2) al que días atrás, vi sumergido en un costosísimo submarino para investigaciones en las profundidades marinas, y desde el que nos hablaba, mostrándonos numerosos “bichos marinos”, dotados pese a sus aparentes debilidades; con recursos como para vivir y proliferar, donde la mayoría del resto de “bichos” planetarios, “reventaríamos por el peso de las presiones marinas en esas profundidades”; y demostrándonos con ello, que “La Creación; crea vida en cualquier lugar y sistema donde existan un mínimo de posibilidades; todo lo cual nos crea esa situación de perplejidad, viendo y analizando todo lo escrito anteriormente hoy por mí… ¿Porqué, para qué, y como valorar todo ello para seguir viviendo o sobreviviendo en nuestro ambiente, tan lleno de “bichos”?

                                Termino acordándome una vez más de Cristo y de sus enigmáticas palabras, que fueron abundantes… “pedid y se os dará, buscad y encontraréis”; es por lo que ya y cada día, yo pido, “ayuda para vivir y ayuda para morir”, puesto que estoy dispuesto a aguantar, “dándole a la tecla”, como el inglés que arriba cito, le sigue dando a sus prédicas… pero ahora, marcharé a ese campo que ya no habito, pero en el que tengo algunas plantas, esquejes, y aguadero para que los pájaros beban agua en estas calores veraniegas que ya vamos padeciendo; y allí seguiré pensando, “en los bichos y no bichos, puesto que yo como tantos otros, me creo inocente de todo lo vivido y por vivir”.

 

NOTAS:

(1) Félix Samuel Rodríguez de la Fuente (Poza de la SalBurgos14 de marzo de 1928 -ShaktoolikAlaska, 14 de marzo de 1980) fue un naturalista y divulgador ambientalista español, defensor de la naturaleza, y realizador de documentales para radio y televisión, destacando entre ellos la exitosa e influyente serie El hombre y la Tierra (1974-1980). Licenciado en Medicina por la Facultad de Medicina de Valladolid y autodidacta en biología, fue un personaje polifacético de gran carisma cuya influencia ha perdurado a pesar del paso de los años.

(2) David Frederick Attenborough (Londres8 de mayo de 1926) es un científico británico, uno de los divulgadores naturalistas más conocidos de la televisión. Considerado uno de los pioneros en documentales sobre la naturaleza, ha escrito y presentado ocho series (llegó a producir una novena), e hizo posible que se vea prácticamente cualquier aspecto de la vida en la Tierra. Hoy a sus 96 años sigue.

 

Antonio García Fuentes

(Escritor y filósofo)

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